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Matamos lo que amamos ¡Que cese ya esta asfixia

de respirar con un pulmón ajeno!

El aire no es bastante

para los dos. Y no basta la tierra

para los cuerpos juntos

y la ración de la esperanza es poca

y el dolor no se puede compartir.

R. Castellanos

La experiencia del amor en el niño

El autor con quien más me identifiqué durante el seminario es Francisco Pereña pues me parece

muy interesante su forma de concebir la clínica del sujeto y su manera de cuestionar la función

del analista y el espacio terapéutico. Este autor trata de desligarla en todo momento del ejercicio

del poder y de la patologización desconsiderada. Creo que es un analista muy profundo y a la vez

complejo que hospeda al sujeto en su palabra y lo liga eternamente al conflicto como signo de

estar vivo y activo de su subjetividad. El tema del amor, el desvalimiento y la agresividad están

muy presentes en sus reflexiones por lo cuál lo tomaré de referencia para este ensayo junto con

Freud que como genio de su época señaló la infancia como sede de la sexualidad y por ende de la

neurosis.
Este ensayo comienza con la pregunta sobre: ¿Cómo es la experiencia del amor en la infancia?

Aún en nuestros días la relación entre padres e hijos sigue siendo idealizada y poco

complejizada, parece que cada vez hay más respuestas que preguntas. Ante nuestra disciplina

que se encarga de la complejidad de lo humano es oportuno abrir la pregunta sobre la experiencia

del amor en la familia, pues de ahí partirán nuestras primeras experiencias y para hablar de amor

hay que hablar de sexualidad. . “No sin buen fundamento el hecho de mamar el niño del pecho

de su madre se vuelve paradigmático para todo vínculo de amor. El hallazgo (encuentro) de

objeto es propiamente un reencuentro.” (Freud, 1905, pp.203.)

Freud(1915) considera una existencia pulsional desligada de la concepción del instinto o la

función meramente somática del cuerpo. La pulsión entonces es la huella del otro en el cuerpo

que transita de la necesidad al deseo. Pereña(2011) nos habla sobre la agresividad inicial que se

despierta ante nuestra fragilidad humana que nos hace dependientes del otro. Lo cual produce

dependencia y a la vez desencuentro, desde los inicios de nuestra vida nuestra relación con el

otro es conflictiva y ambivalente.

La vida de cada individuo será una historia de encuentros y desencuentros, de constantes

pérdidas y estados de duelo. La insuficiencia de la experiencia con el objeto nos mantiene en

búsqueda constante de algo que nos complete, sin embargo la condición de la vida es que todo

falle en sí mismo para mantener al individuo y su deseo en movimiento hacia lo vivo, ya que el

encuentro con la completud equivaldría a la muerte. El conflicto es inaugural, por lo tanto forma

parte de la experiencia de subjetivación, nace de la naturaleza de nuestro objeto libidinal que a la

vez es sujeto y por tanto nunca se podrá hablar de una adecuación ideal del bebé y su madre. El
otro es tanto condición como obstáculo para la vida. Esta paradoja es lo que Pereña(2011) señala

como lo que motiva la agresividad del individuo, ya que tiene que confiar su identidad a alguien

a quien también teme. Este autor propone: (…)el objetivo terapéutico debería ser el separar el

amor de la agresividad, o, en suma, hacer posible el amor, que según la definición de Adorno,

consiste en el no ejercicio de la fuerza. (Pereña, 2011.)

No podemos deshacer la dependencia que tenemos hacia el otro, a lo máximo conseguiremos

metaforizar su ausencia. La posibilidad del amor no nace de la presencia física, sino a la

capacidad de conservar al otro en su ausencia. Cuando el objeto esta lejos y se desbordan los

fantasmas persecutorios la posibilidad de amar queda inhabilitada por los deseos de poder y el

ejercicio de los mecanismos más primitivos que remontan a nuestro desarrollo psicosexual pre

genital en donde lo que esta en juego es la lucha por la autoconservación del yo.

El humano no ama exclusivamente a su semejante por naturaleza, Freud(1915) dice que el amor

primordial es el amor narcisista (indiferencia ante el mundo) , seguido por una serie de

imbricación de odio y amor hacia el mismo objeto de manera escindida. Más adelante si se

encuentran las posibilidades de diferenciación y separación, el yo dará cuenta que ese a quien

odia también ama y lo satisface.

Nuestro primer objeto de amor es la madre. Ella inscribe huellas de sus cuidados en el cuerpo

de su bebé desde que nace como mero organismo hasta que se convierte en persona inscrita en la

cultura y el lenguaje. Desde el vientre el bebé dispone del cuerpo de la madre para sobrevivir, en
este estado no hay necesidad pues todo es cubierto, no hay diferencia entre el frío y el calor, o el

hambre o la sed, existe una simbiosis.

Si todo va bien posteriormente en el nacimiento la madre es perdida por un momento y

recuperada. Este reencuentro del objeto inaugura lo pulsional, el otro nos convoca a la vida tras

un llamado que ponga en marcha la vida psíquica. El pecho se vuelve objeto de nuestra

satisfacción y frustración, en este tramado de dolor y calma se van tejiendo los primeros esbozos

de nuestra vida pulsional en donde por largo rato dependeremos totalmente de ese pecho, de esa

madre que nos devuelve con su mirada y cuidados el espejo de quiénes somos y nos inscribe en

su deseo al cual nos alienamos y que en un primer momento es constitutivo.

A este momento Winnicott(1960) lo denomina sostén y constituye el narcisismo primario de

todo individuo, el cual es reforzado por la madre promoviendo la ilusión de una madre

suficientemente buena que satisface las necesidades de su bebé mágicamente. El tipo de amor y

placer que monopoliza la escena es autoerótico en donde no se concibe al objeto separado; de

esta diada surgirá el niño. Si la madre no se presta como espejo para devolver una imagen que

organice el esquema corporal podremos pensar que el sujeto quedará atrapado en lo pictográfico,

lo originario que no bordea un cuerpo, sino meramente un organismo sin vida psíquica. Si el

rostro materno no convoca, el espejo será algo que se mira, no algo dentro de lo cual el individuo

se mira y reconoce.

La madre que en un primero momento logra identificarse con su bebé y convocarlo con su

mirada hacia la existencia convierte al bebé en su falo, este es el primer tiempo del Edipo y es la
primer experiencia de amor que el bebé experimenta de la madre, un amor omnipotente, mágico,

voraz en donde predomina a necesidad de alimento y de incorporación. Existirá una ilusión

mágica de la completud en donde predominará la satisfacción y la frustración. Aún no habrá

relación de objeto, pues el objeto no se concibe separado sino como parte de sí mismo. Para

poder soportar las partidas de la madre se ha de haber inscrito la posibilidad de simbolizar que se

encuentra en el juego, principalmente el Fort-Da del que teoriza Freud(1920): La interpretación

del juego resultó entonces obvia. Se entramaba con el gran logro cultural del niño: su renuncia

pulsional ( renuncia a la satisfacción pulsional) de admitir sin protestas la partida de la madre.

Se resarcía, digamos, escenificando por sí mismo, con los objetos a su alcance, ese desaparecer

y regresar. (Freud, 1920, pp.15)

Cuando el Fort-Da entra en escena, el bebé se a dado cuenta de que la mirada de la madre está en

otra parte, este dolor se vive como frustración y el bebé recrea activamente lo que vivenció

pasivamente. Echa al objeto lejos y lo vuelve a encontrar. La repetición del juego de aventar y

encontrar abrirá las posibilidades de simbolizar la ausencia y soportar así el dolor de dejar de ser

el complemento de la madre, su todo. El Fort- Da es un tiempo de inscripción en la historia del

sujeto, mantiene a la madre presente en el juego y fantasía a pesar de estar ausente. Esto inscribe

el campo de lo simbólico y posibilita transitar el duelo que conlleva la experiencia de las

constantes perdidas a las que estaremos sujetos durante toda la vida.

Si el Fort-Da fracasa o nunca logra transcurrir en la vida de un niño, su subjetivación estará

comprometida y también su posibilidad de acceso al mundo de lo simbólico. Para que el hablar

tenga la propiedad de crear, imaginar, nombrar y trazar fronteras se necesita este acceso al
símbolo que lo facilite. Si el hijo es lo que completa a la madre simbióticamente y no se deja un

espacio para la entrada del padre como tercero, podremos hablar de psicosis o perversión, en

donde no se posibilita el desarrollo de un individuo por derecho propio. Y hablar de amor en

estos terrenos es hablar de incesto, es un amor materno que transmite la muerte , el cuerpo será la

tumba del sujeto producto de un amor incestuoso arrebatado de una angustia impensable que se

vive como un derrumbe masivo en donde los tiempos de la infancia quedan imposibilitados y no

fundantes del sujeto en donde tan importante es la alienación para el desarrollo del narcisismo

como importante es el hecho de que exista gradualmente una separación de la madre en donde la

diferenciación comience a bordear los cuerpos separados. Una madre tiene que experimentar de

algún modo que tener un hijo es perderlo, es perder. La vieja depresión postparto se debe a esta

idea: hay un duelo en el hecho de dar la vida. Porque el hecho de dar la vida, de transmitirla, es

aceptar otra vida, y eso no se puede hacer sin el duelo de perder la propiedad de la vida.

(Pereña, 2011, pp.264.)

En la neurosis, el objeto madre será uno perdido para siempre con ayuda de la función paterna

que posibilita al individuo circular hacia la cultura y al deseo fuera de la familia. Algo constante

en la vida del individuo es ir recorriendo el circuito de la perdida una y otra vez, no habrá algo

completo u acabado que reanime por siempre la experiencia de alienación con la madre. La

constante será la perdida, algo siempre se pierde en cada vivencia y eso moviliza al sujeto hacia

la vida acuñado al lenguaje y a lo social, lo cual nos vuelve seres contingentes en el circuito de la

complejidad y el conflicto.
Freud fue un observador de la infancia a partir de sus teorizaciones sobre las neurosis en los

adultos formulando que el niño tiene una disposición perverso-poliforma. El niño no puede

postergar la descarga de su placer sexual puesto que impera en el principio de placer y tendrá una

compulsión por buscar repetirlo.

La necesidad de borrar el erotismo y la experiencia de amor en el niño pone en evidencia el

desborde de la sexualidad infantil que se produce en el adulto, el vínculo de los padres e hijos se

tiñe de elementos eróticos en donde el terror al incesto se imbrica con la fantasía de su deseo en

la infancia. Desexualizar la relación entre padres e hijos puede calmar la angustia en el adulto,

sin embargo al niño se lo deja bajo el imperio de sus pulsiones sin posibilidad de bordearlas con

la palabra. Que los primeros objetos libidinales y de agresión en todo origen sean apuntalados

hacia la madre y el padre complejiza la comprensión sobre nuestras historias de amor desde el

primer momento, ya que la condición de desamparo con la que nacemos y nos mantenemos

durante largos años hacen que la complejidad reine sobre nuestros vínculos amorosos teñidos de

huellas profundas de los inicios de nuestra sexualidad. Dice Freud: Acerca del origen del

complejo de Edipo mismo y acerca del destino, probablemente disparado sólo al hombre entre

todos los animales, de verse obligado a comenzar dos veces su vida sexual –la primera como

todas las criaturas, desde la primera infancia y luego, tras larga interrupción, de nuevo en la

época de la pubertad(…) (Freud, 1919, 190.)

En todo adulto vive un niño con disposición perversa que con suerte sólo podrá valerse de ella

en la fantasía. Las condiciones humanas de desamparo y la doble iniciación de la vida sexual nos

hace pensar que en nuestro psiquismo sigue conservando -nuestra herencia arcaica-. Si bien el
orden de las familias en la actualidad están cambiando y nos enfrentamos a nuevas interrogantes,

hasta hoy nuestros contenidos inconscientes siguen dibujándonos como los mismos

desamparados y perversos-polimorfos que Freud evidenció hace un siglo.

Para finalizar podemos concluir que el amor en la infancia es originariamente narcisista e

incestuoso y proviene de la capacidad autoerótica de satisfacer necesidades de conservación.

Más adelante pasa a los objetos que se incorporan en la oralidad y el yo se amplía y busca los

objetos como fuentes de placer. Las etapas previas al amor de objeto se representan parcialmente

en el desarrollo psicosexual. La incorporación o devoración será una modalidad de amor que no

concibe la existencia separada del objeto. En la etapa anal el yo se organiza de manera en donde

sus intentos por alcanzar el objeto se presentarán como un esfuerzo de apoderamiento y volcará

su sadismo no importando su aniquilación. Dentro de estas etapas pre genitales la diferencia

entre el amor y el odio es apenas percibida. Freud(1915) propone que el amor de objeto se

encuentra en la organización genital y durante toda la vida habrán reactivaciones de restos

infantiles. Me pregunto si realmente es posible alcanzar un amor superado de la incorporación o

del sadismo en donde poco importa la aniquilación del objeto. Sobretodo en el contexto en que

vivimos como sociedad en donde la violencia y el ejercicio del poder parecieran monopolizar las

relaciones humanas.
Bibliografía:

Castellanos, R. (2004) Poesía no eres tú. México: Siglo XXI.

Freud, S. (1901-1905) Tres ensayos de teoría sexual, Vol. VII. Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1914-1916) Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. Pulsiones y

destinos de pulsión. Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1917-1919) De la historia de una neurosis infantil (el hombre de los Lobos) y otras

obras. Pegan a un niño. Vol. XVII. Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1940-1922) Más allá del principio de placer, Vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu.

Pereña, F. (2011) Apuntes para una psicopatología en la infancia. Revista de la Asociación

Española de Neuropsiquiatría. Recuperado de:

http://www.revistaaen.es/index.php/aen/article/view/16132

Pereña, F. (2011) Cuerpo y agresividad. México: Siglo XXI.

Winnicott, D.(1993) La teoría de la relación entre progenitores-infante (1960) pp. 47-73. Los

procesos de maduración y el ambiente facilitador. Buenos Aires: Paidós.

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