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El aire no es bastante
R. Castellanos
El autor con quien más me identifiqué durante el seminario es Francisco Pereña pues me parece
muy interesante su forma de concebir la clínica del sujeto y su manera de cuestionar la función
del analista y el espacio terapéutico. Este autor trata de desligarla en todo momento del ejercicio
del poder y de la patologización desconsiderada. Creo que es un analista muy profundo y a la vez
complejo que hospeda al sujeto en su palabra y lo liga eternamente al conflicto como signo de
estar vivo y activo de su subjetividad. El tema del amor, el desvalimiento y la agresividad están
muy presentes en sus reflexiones por lo cuál lo tomaré de referencia para este ensayo junto con
Freud que como genio de su época señaló la infancia como sede de la sexualidad y por ende de la
neurosis.
Este ensayo comienza con la pregunta sobre: ¿Cómo es la experiencia del amor en la infancia?
Aún en nuestros días la relación entre padres e hijos sigue siendo idealizada y poco
complejizada, parece que cada vez hay más respuestas que preguntas. Ante nuestra disciplina
del amor en la familia, pues de ahí partirán nuestras primeras experiencias y para hablar de amor
hay que hablar de sexualidad. . “No sin buen fundamento el hecho de mamar el niño del pecho
función meramente somática del cuerpo. La pulsión entonces es la huella del otro en el cuerpo
que transita de la necesidad al deseo. Pereña(2011) nos habla sobre la agresividad inicial que se
despierta ante nuestra fragilidad humana que nos hace dependientes del otro. Lo cual produce
dependencia y a la vez desencuentro, desde los inicios de nuestra vida nuestra relación con el
búsqueda constante de algo que nos complete, sin embargo la condición de la vida es que todo
falle en sí mismo para mantener al individuo y su deseo en movimiento hacia lo vivo, ya que el
encuentro con la completud equivaldría a la muerte. El conflicto es inaugural, por lo tanto forma
vez es sujeto y por tanto nunca se podrá hablar de una adecuación ideal del bebé y su madre. El
otro es tanto condición como obstáculo para la vida. Esta paradoja es lo que Pereña(2011) señala
como lo que motiva la agresividad del individuo, ya que tiene que confiar su identidad a alguien
a quien también teme. Este autor propone: (…)el objetivo terapéutico debería ser el separar el
amor de la agresividad, o, en suma, hacer posible el amor, que según la definición de Adorno,
capacidad de conservar al otro en su ausencia. Cuando el objeto esta lejos y se desbordan los
fantasmas persecutorios la posibilidad de amar queda inhabilitada por los deseos de poder y el
ejercicio de los mecanismos más primitivos que remontan a nuestro desarrollo psicosexual pre
genital en donde lo que esta en juego es la lucha por la autoconservación del yo.
El humano no ama exclusivamente a su semejante por naturaleza, Freud(1915) dice que el amor
primordial es el amor narcisista (indiferencia ante el mundo) , seguido por una serie de
imbricación de odio y amor hacia el mismo objeto de manera escindida. Más adelante si se
encuentran las posibilidades de diferenciación y separación, el yo dará cuenta que ese a quien
Nuestro primer objeto de amor es la madre. Ella inscribe huellas de sus cuidados en el cuerpo
de su bebé desde que nace como mero organismo hasta que se convierte en persona inscrita en la
cultura y el lenguaje. Desde el vientre el bebé dispone del cuerpo de la madre para sobrevivir, en
este estado no hay necesidad pues todo es cubierto, no hay diferencia entre el frío y el calor, o el
recuperada. Este reencuentro del objeto inaugura lo pulsional, el otro nos convoca a la vida tras
un llamado que ponga en marcha la vida psíquica. El pecho se vuelve objeto de nuestra
satisfacción y frustración, en este tramado de dolor y calma se van tejiendo los primeros esbozos
de nuestra vida pulsional en donde por largo rato dependeremos totalmente de ese pecho, de esa
madre que nos devuelve con su mirada y cuidados el espejo de quiénes somos y nos inscribe en
todo individuo, el cual es reforzado por la madre promoviendo la ilusión de una madre
suficientemente buena que satisface las necesidades de su bebé mágicamente. El tipo de amor y
esta diada surgirá el niño. Si la madre no se presta como espejo para devolver una imagen que
organice el esquema corporal podremos pensar que el sujeto quedará atrapado en lo pictográfico,
lo originario que no bordea un cuerpo, sino meramente un organismo sin vida psíquica. Si el
rostro materno no convoca, el espejo será algo que se mira, no algo dentro de lo cual el individuo
se mira y reconoce.
La madre que en un primero momento logra identificarse con su bebé y convocarlo con su
mirada hacia la existencia convierte al bebé en su falo, este es el primer tiempo del Edipo y es la
primer experiencia de amor que el bebé experimenta de la madre, un amor omnipotente, mágico,
relación de objeto, pues el objeto no se concibe separado sino como parte de sí mismo. Para
poder soportar las partidas de la madre se ha de haber inscrito la posibilidad de simbolizar que se
del juego resultó entonces obvia. Se entramaba con el gran logro cultural del niño: su renuncia
Se resarcía, digamos, escenificando por sí mismo, con los objetos a su alcance, ese desaparecer
Cuando el Fort-Da entra en escena, el bebé se a dado cuenta de que la mirada de la madre está en
otra parte, este dolor se vive como frustración y el bebé recrea activamente lo que vivenció
pasivamente. Echa al objeto lejos y lo vuelve a encontrar. La repetición del juego de aventar y
encontrar abrirá las posibilidades de simbolizar la ausencia y soportar así el dolor de dejar de ser
sujeto, mantiene a la madre presente en el juego y fantasía a pesar de estar ausente. Esto inscribe
tenga la propiedad de crear, imaginar, nombrar y trazar fronteras se necesita este acceso al
símbolo que lo facilite. Si el hijo es lo que completa a la madre simbióticamente y no se deja un
espacio para la entrada del padre como tercero, podremos hablar de psicosis o perversión, en
estos terrenos es hablar de incesto, es un amor materno que transmite la muerte , el cuerpo será la
tumba del sujeto producto de un amor incestuoso arrebatado de una angustia impensable que se
vive como un derrumbe masivo en donde los tiempos de la infancia quedan imposibilitados y no
fundantes del sujeto en donde tan importante es la alienación para el desarrollo del narcisismo
como importante es el hecho de que exista gradualmente una separación de la madre en donde la
diferenciación comience a bordear los cuerpos separados. Una madre tiene que experimentar de
algún modo que tener un hijo es perderlo, es perder. La vieja depresión postparto se debe a esta
idea: hay un duelo en el hecho de dar la vida. Porque el hecho de dar la vida, de transmitirla, es
aceptar otra vida, y eso no se puede hacer sin el duelo de perder la propiedad de la vida.
En la neurosis, el objeto madre será uno perdido para siempre con ayuda de la función paterna
que posibilita al individuo circular hacia la cultura y al deseo fuera de la familia. Algo constante
en la vida del individuo es ir recorriendo el circuito de la perdida una y otra vez, no habrá algo
completo u acabado que reanime por siempre la experiencia de alienación con la madre. La
constante será la perdida, algo siempre se pierde en cada vivencia y eso moviliza al sujeto hacia
la vida acuñado al lenguaje y a lo social, lo cual nos vuelve seres contingentes en el circuito de la
complejidad y el conflicto.
Freud fue un observador de la infancia a partir de sus teorizaciones sobre las neurosis en los
adultos formulando que el niño tiene una disposición perverso-poliforma. El niño no puede
postergar la descarga de su placer sexual puesto que impera en el principio de placer y tendrá una
desborde de la sexualidad infantil que se produce en el adulto, el vínculo de los padres e hijos se
tiñe de elementos eróticos en donde el terror al incesto se imbrica con la fantasía de su deseo en
la infancia. Desexualizar la relación entre padres e hijos puede calmar la angustia en el adulto,
sin embargo al niño se lo deja bajo el imperio de sus pulsiones sin posibilidad de bordearlas con
la palabra. Que los primeros objetos libidinales y de agresión en todo origen sean apuntalados
hacia la madre y el padre complejiza la comprensión sobre nuestras historias de amor desde el
primer momento, ya que la condición de desamparo con la que nacemos y nos mantenemos
durante largos años hacen que la complejidad reine sobre nuestros vínculos amorosos teñidos de
huellas profundas de los inicios de nuestra sexualidad. Dice Freud: Acerca del origen del
complejo de Edipo mismo y acerca del destino, probablemente disparado sólo al hombre entre
todos los animales, de verse obligado a comenzar dos veces su vida sexual –la primera como
todas las criaturas, desde la primera infancia y luego, tras larga interrupción, de nuevo en la
En todo adulto vive un niño con disposición perversa que con suerte sólo podrá valerse de ella
en la fantasía. Las condiciones humanas de desamparo y la doble iniciación de la vida sexual nos
hace pensar que en nuestro psiquismo sigue conservando -nuestra herencia arcaica-. Si bien el
orden de las familias en la actualidad están cambiando y nos enfrentamos a nuevas interrogantes,
hasta hoy nuestros contenidos inconscientes siguen dibujándonos como los mismos
Más adelante pasa a los objetos que se incorporan en la oralidad y el yo se amplía y busca los
objetos como fuentes de placer. Las etapas previas al amor de objeto se representan parcialmente
concibe la existencia separada del objeto. En la etapa anal el yo se organiza de manera en donde
sus intentos por alcanzar el objeto se presentarán como un esfuerzo de apoderamiento y volcará
entre el amor y el odio es apenas percibida. Freud(1915) propone que el amor de objeto se
del sadismo en donde poco importa la aniquilación del objeto. Sobretodo en el contexto en que
vivimos como sociedad en donde la violencia y el ejercicio del poder parecieran monopolizar las
relaciones humanas.
Bibliografía:
Freud, S. (1901-1905) Tres ensayos de teoría sexual, Vol. VII. Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. (1917-1919) De la historia de una neurosis infantil (el hombre de los Lobos) y otras
Freud, S. (1940-1922) Más allá del principio de placer, Vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu.
http://www.revistaaen.es/index.php/aen/article/view/16132
Winnicott, D.(1993) La teoría de la relación entre progenitores-infante (1960) pp. 47-73. Los