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¿ES UTIL HABLAR DE IZQUIERDA DEMOCRATICA?

18 y 19 de Octubre de 2005 / 19 Horas / MUSEO ROCA / Vicente Lopez 2220 / Buenos Aires

¿Una? ¿Izquierda? ¿Democrática?

Sabrina Ajmechet

www.cefipdigital.org
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¿ES UTIL HABLAR DE IZQUIERDA DEMOCRATICA?
Buenos Aires - Noviembre 2005
Que surja un escrito a partir de una pregunta
movilizadora es promisorio, que ésta misma
pueda a su vez deslindarse en tres se convierte
en un desafío. ¿Se puede hablar hoy en día en
la Argentina de una izquierda democrática?
De ser así, ¿Cuándo hablamos actualmente
de izquierda en nuestro país, nos referimos a
una sola? Y de no ser así, ¿de qué se trata esto
de ser izquierda? La tercera cuestión también
versa sobre su naturaleza. La(s) izquierda(s)
que supimos construir, ¿es democrática?
¿Qué es la izquierda?
La distinción “izquierda-derecha”, tiene ya
sus años de vida y empezó con la Revolución
Francesa. Cuenta la historia que en aquella
asamblea inicial, quienes estaban a la derecha
de la presidencia votaron por una revolución
gradual y los que se situaron a la izquierda, op-
taron por un cambio radical e inmediato. Fue
hasta 1930 cuando empieza a aparecer el tér-
mino “socialismo” que se sitúa en la izquierda,
añadiendo un matiz que no tenía la izquierda
republicana francesa de 1789: el de lo “social”,
que daba más énfasis a la igualdad que a la
libertad. Cuarenta años más tarde, cuando se
empieza a difundir el pensamiento de Marx, la
izquierda toma como paradigma -se diga o no
se diga- la utopía con la convicción de que: “la
historia de todas las sociedades existentes hasta
entonces era la historia de la lucha de clases”.
)1(
El deber de los progresistas consiste
simplemente en mantener
viva la posibilidad de lo positivo
De esta manera, la propuesta “socialista-co-
munista”, se presentaba como la solución a
las contradicciones y como la conciliación
definitiva de la libertad y de la igualdad.
La izquierda representaba el verdadero pro-
greso y a quienes se oponían a este pensam-
iento, se les tachaba de conservadores en el
mejor de los casos, y en el peor de retrógra-
dos o reaccionarios. Un análisis que se tor-
na complejo en la actualidad, cuando la
izquierda existente viene perdiendo y sal-
teándose casilleros en lo que hace al progreso.
Tenemos hoy en día una izquierda declama-
tiva, perfumada de referencias culturales y
casi elegante en su desdén del mundo actual.
Una izquierda que lee a Foucault y añora
a Lenin, pero que no se ensucia las manos
para redactar ningún proyecto de ley vi-
able, ni tampoco ninguna mejora, porque si
esa mejora es un cambio “gradual” no sirve
para nada, como si los cambios profundos
pudieran o debieran ser siempre abruptos.
Según Bobbio, ‘izquierda’ y ‘derecha’ no
son conceptos absolutos sino relativos:
no hacen referencia a cualidades intrínse-
cas del universo político, sino que repre-
sentan una determinada topología políti-
ca, son lugares del “espacio político”.
Por tanto, no designan contenidos fijados de
una vez para siempre, su significado depende de
los tiempos y de las situaciones. Hoy ha cam-
biado el espacio político, atravesado de impor-
tantes transformaciones y eso es lo que explica
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la pregunta por la identidad de la izquierda.
De aquí nace una primera cuestión: ¿No hay
nada sustantivo en la izquierda que perma-
nezca sobre los cambios de situación y tiempo?
¿Es todo cuestión de topología política? Tal
vez sea productivo pensar que no todo puede
depender de los tiempos y de las situaciones.
Lejos de cualquier dogmatismo esencialista,
hay elementos sustantivos en la definición de
la izquierda sin los cuales ésta pierde su cuali-
dad de tal. Reflexionando sobre los mismos,
Bobbio señala la igualdad como el criterio fun-
damental para diferenciar izquierda de dere-
cha, remarcando que en realidad todo es una
cuestión de grados, tendiendo la izquierda a
ser más igualitaria y la derecha más desiguali-
taria (lo que no significa per se que la izquierda
pretenda la igualdad en todo ni que la dere-
cha haga lo mismo respecto a la desigualdad).
Dentro de este marco conceptual, observamos
en nuestro país a numerosos actores políticos
y sociales que se autodenominan de izqui-
erda, en cualquiera de sus variantes: izquierda
mar-xista, trotskista, leninista, stalinista, gue-
varista, maoísta y castrista. Izquierda nacio-
nal, izquierda bolchevique y menchevique.
Izquierda popular, izquierda democrática, iz-
quierda revolucionaria. Izquierda dura y mo-
derada, izquierda independiente, izquierda in-
surreccional, izquierda emancipatoria, izquier-
da acuerdista. Izquierda intelectual y piquetera,
izquierda obrera y burguesa, centroizquierda.
Izquierda melancólica, izquierda festiva y psi-
cobolches. Y hasta dos inventos nacionales
que transitaron el territorio de lo imposible
por definición: izquierda peronista e izquierda
radical.
La izquierda parece ser de esta forma un am-
)2(
plio abanico dentro del cual actores disímiles
se sienten cómodos, ya sea desde una postura
ideológica, desde el ser políticamente correc-
tos o incluso desde la frivolidad aporta-votos
de formar parte de una moda. Luego de trans-
currida la década del apogeo neoliberal, mo-
mento en el cual lo máximo a venerar y mi-
mar era el mercado en claro detrimento de la
sociedad civil, la situación contextual del país
(el desempleo, el incremento de los niveles
de pobreza, la aparición del hambre como un
fenómeno común…y todo esto acompañado
por la protesta social) obligó a los dirigentes
políticos a incorporar, al menos en su dis-
curso, una mayor contemplación de lo social.
De hecho, ya para finales del ’90 tenemos un
desprendimiento por izquierda del peronismo
que junto a otros sectores decide fundar el
Frente Grande a lo que le seguirá La Alianza
y luego el ARI. No es casualidad que sean
muchos los nombres que se repiten en los tres
partidos políticos, ya que estos nacieron con la
idea de aglutinar a diversos sectores de la izqui-
erda y la centro-izquierda dentro de un mis-
mo proyecto Claro, siempre refiriéndonos a
quienes participan dentro del juego partidario,
ya que en ninguno de estas tres construcciones
se tuvo en cuenta a la sociedad civil y sus diver-
sos movimientos sociales como un actor im-
portante a la hora de construir una alternativa
contra-hegemónica. . Construcción similar se
dio ya para el 2000 dentro de la CTA o luego
de la caída de De la Rua con la formación de
la transversalidad. Espacios todos que se enun-
ciaron como inclusivos, como alternativas no
sólo reales sino también posibles a los manda-
tos de los sectores dominantes. Sin embargo,
ninguno logró funcionar. El Frente Grande
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se perdió como partido, la Alianza se esfumó,
el ARI tiene a un tal Olivera y a una tal An-
chorena en sus huestes, la CTA está partida ex-
actamente al medio, el y, por su parte, la trans-
versalidad no logra hacer más que reuniones
quincenales en las que las caras y las palabras
son no sólo todo lo que hay, sino siempre las
mismas. Por otro lado, está la experiencia del
FRENAPO que, más allá de su prometedor
comienzo, fue una clara muestra de que no
hay lugar para construcciones que contemplan
proyectos articuladamente con la sociedad civil
Lamentablemente en la Argentina jamás ha
existido un espacio de izquierda que abarque
sin apretar, que sea estimulado por un proyec-
to de país y no por luchas personalistas. Mirar
con una melancólica admiración construc-
ciones como las del PT, el Frente Amplio o
la Concertación Chilena evidentemente no
alcanza para superar las mezquindades parti-
darias y dirigencialistas. Fundamentalmente
cuando a la hora de crear un nuevo espacio,
nuestra izquierda elige dejar de lado a los mo-
vimientos sociales y a las centrales obreras,
bases fundantes de las experiencias brasilera y
uruguaya, ya que pensar el PT sin el MST y
sin la CUT es no entenderlo, exactamente lo
mismo que en el caso del Frente Amplio con el
Encuentro Progresista y la PIT-CNT. Pero no.
Aparentemente la viveza criolla prefiere pensar
que cuanto más sean los actores que partici-
pan del banquete, menor será la porción que
a cada uno le toque. Y para porciones peque-
ñas, que directamente no haya convite. Por su
parte, los movimientos sociales desconocen la
realidad política partidaria como herramienta
de transformación, prefiriendo quedarse en
la crítica o en el trabajo de base en lugar de
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apostar a una construcción que sea capaz de
cambiar las cuestiones y realidades fundantes.
Sería errado pensar que esta lógica está teñida de
ingenuidad. Evidentemente su mayor pro-blema
es que no está guiada por un proyecto de país.
Que hay puntos mínimos, no despreciables,
en los que vastos sectores podrían coincidir
no hay dudas. Que incluso se podrían acor-
dar las estrategias para implementarlos no es
algo impensable. Pero atrozmente las ambicio-
nes individuales o intra-fuerzas aplastan estos
denominadores comunes, terminando todos
los espacios de la misma forma: divididos.
Izquierda vs Izquierdas
Las elecciones legislativas de octubre son una
clara respuesta a esta dicotomía. Hay una de-
cena de listas de izquierda de las cuales ni si-
quiera los expertos pueden marcar claramente
las diferencias. Y es fundamentalmente porque
estas no se encuentran en sus programas le-
gislativos. Tanto el MST-Unite, el PC-En-
cuentro Amplio, El Partido Obrero, Auto-
determinación y Libertad, el PTS-MAS, el
Partido Humanista, el MIJD, el Socialismo
Auténtico y las Asambleas del Pueblo coinci-
den en sus principales propuestas. Todos ellos
postulan la universalización de subsidios que
atiendan a los menores y a los ancianos y un
seguro de desempleo. También coinciden en
el desmantelamiento del aparato represivo de
las fuerzas de seguridad, en la suspensión de
los pagos y ruptura con el FMI, en la reduc-
ción de la jornada laboral, en el aumento del
salario mínimo, en un plan de obras públicas,
en el aumento de las partidas de educación, en
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la defensa de la enseñanza pública, gratuita y
laica, en la anulación de la ley federal de edu-
cación, en el aumento en el presupuesto de los
hospitales públicos, en el acceso popular a los
medicamentos y en la reestatización de todas
las empresas privatizadas. En resumen, las pro-
puestas sobre asistencia social, seguridad, deu-
da externa, empleo, educación, salud y empre-
sas privatizadas son las mismas. Sin embargo,
estos nueve partidos no pudieron formar un
frente, lo que potencialmente les hubiera posi-
bilitado acceder a una banca. Si las diferencias
no se encuentran en los programas, ¿qué los
separa? La respuesta parecería ser una mezcla
de distintas visiones de estrategias en la lucha
por el poder, en peleas personales y en compe-
tencias por los primeros puestos en las listas.
Situaciones similares son las que viven aún
con un caudal mayor de votos el Partido So-
cialista y el ARI. La sumatoria de ingenuidad,
de perversidad y de falta de pragmatismo de
los partidos que se expresan a favor de una
mayor igualdad no hace más que favorecer el
juego de aquellos que todos quieren vencer.
¿Izquierda Democrática?
Desde el retorno a la democracia, los diver-
sos sectores de izquierda han aceptado formar
parte del juego democrático. Si consideramos
a la democracia como un conjunto de reglas
y normas tales como el sistema electoral o la
actividad parlamentaria, podemos decir que
la izquierda participa de ellas de la misma
forma que los partidos del resto del espectro
ideológico. Sin embargo, más allá de su accio-
nar cotidiano, son numerosos los programas
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de la izquierda que plantean que la demo-
cracia es algo a superar, conjuntamente con
el capitalismo. Por lo tanto, se podría llegar
a evaluar en un primer momento que pese a
su participación y aceptación de las normas
republicanas, el régimen de gobierno plan-
teado y deseado por ellos no es el democrático.
Tampoco es democrático su funcionamiento
interno. Refiriéndose al tema, Tarcus plantea
que las izquierdas que tenemos hoy en día son
sectas. Esto queda en evidencia ya que son un
grupo humano que se autoproclama como una
vanguardia esclarecida, portadora de la verdad,
y cuando más es derrotada, más reafirma sus
principios, creyendo que justamente es de-
rrotada porque dice la verdad. Es una izquierda
que se siente incomprendida y traicionada. Por
otro lado, piensa en términos de un microcli-
ma, volviéndose autoreferente, leyendo la rea-
lidad desde la lógica de la secta, no permitiendo
discusión interna o, en todo caso, terminando
cada discusión en una confrontación y en una
ruptura. Por otro lado, el rol que cumple el
máximo jefe político en cada una de estas or-
ganizaciones termina transformándose en au-
toritario, tomando las decisiones sin tener en
cuenta a las personas que participan del grupo
y la mayoría de las veces buscando una acu-
mulación de poder exclusivamente personal.
Característica que no es exclusiva de la vertien-
te más dura de la izquierda, sino que se repite
incluso en las agrupaciones o partidos que di-
cen buscar una nueva forma de hacer política.
Conclusiones
La concepción foucaultiana del poder para-
liza la acción de la izquierda y adormece
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las conciencias, ayer generosas y predispu-
estas a la participación. El diagnóstico de
Richard Rorty frente a ese panorama no
deja de ser siniestro: el fascismo está en la
puerta pero la izquierda duerme la siesta.
La izquierda que hoy predomina es la “iz-
quierda cultural”, para la cual “liberalismo”
y “humanismo” son sinónimos de ingenui-
dad. Para ella el mundo es un escenario góti-
co y horroroso lleno de espectros fantasmales
como la imposibilidad, la indecibilidad, y la
irrepresentatibilidad de Derrida. Es casi im-
posible descender de las alturas abstractas de
esa izquierda hasta un nivel donde sea po-
sible discutir las ventajas de una ley, un tra-
tado, un candidato o una decisión política.
Como alternativa, Rorty levanta la bandera
de una izquierda pragmática, operativa, que
desaliente los debates generales y tome en sus
)5(
manos los problemas concretos. Y en la Argen-
tina hay dos problemas más que concretos: por
un lado, nadie tiene un proyecto a largo plazo
para el país y por otro lado, nuestra izquierda,
aquellos que desearíamos que fueran los aban-
derados de estos proyectos, no puede construir
conjuntamente.
La solución viable es a largo plazo, sin du-
das, pero ya es hora de empezar a construirla.
El Frente Amplio lleva 30 años en ese cami-
no y el PT más de 20. Y son justamente el-
los quienes nos demuestran que una forma
de construcción alternativa es posible. Un
consenso que supere los fines electoralistas y
el quehacer partidario, que contemple a to-
dos los actores sociales. Un espacio impulsado
por un proyecto, por una cosmovisión, donde
el propósito no sea ganar las siguientes elec-
ciones sino crear una verdadera alternativa.