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¿PORQUÉ ES IMPORTANTE PARA EL BEBÉ SU GESTACIÓN Y NACIMIENTO?

Las respuestas serán múltiples y variadas pero se podrían separar en dos grandes
grupos. Uno, el que englobaría respuestas desde una perspectiva fisiológica: “Porque
durante la gestación se desarrolla su cuerpo y durante el nacimiento hay diversos
riesgos posibles”. Otro, el que reuniría respuestas desde un punto de vista
perceptivo: “Porque todo lo que siente el bebé, tanto durante el embarazo como en
el nacimiento, marcarán su forma de ser futura”.

De la respuesta del primer grupo nadie duda. Cualquier pequeña desviación en el


fantástico proceso de multiplicación celular, que se inicia desde el momento de la
concepción hasta concluir en el cuerpo del bebé antes de nacer, tendrá
consecuencias en la construcción de su cuerpo. La medicina conoce, paso a paso,
ese proceso. Sabemos, en cada momento de la vida del bebé intrauterino, las fases
de desarrollo físico que se suceden, cómo se van formando, desde la unión de óvulo
y espermatozoide, tejidos, órganos, huesos, músculos, etc. Conocemos los
nutrientes que el bebé necesita para su desarrollo equilibrado, se controla su
crecimiento, se comprueba el ritmo de su corazón, se observa su cuerpo. Se hace lo
posible para vigilar su normal desarrollo.

De la respuesta del segundo grupo muchos dudan o lo ven exagerado porque


entienden que el bebé, durante el embarazo, el nacimiento e incluso los primeros
años de vida no tiene capacidades de percepción suficientes para que el entorno le
influya, para bien o para mal. Al fin y al cabo de estas épocas ni nos acordamos y
aún suponiendo que el bebé “sienta” algo, es de una forma instintiva, primaria. Ante
estos argumentos los que defendemos lo contrario acostumbramos (yo por lo
menos) a quedarnos “pasmaos”. Podemos comprender que les falta información,
pero lo que más cuesta es aceptar la falta de sensibilidad al tomar al bebé como una
especie de tumor benigno que va creciendo dentro de la madre y que al cabo de más
o menos nueve meses va a ser expulsado con mayor o menor esfuerzo. Y esa falta
de sensibilidad choca más aún cuando la observas en mujeres que han pasado por la
experiencia de tener un hijo o en profesionales de la salud que son, se supone, los
que más conocimiento y sensibilidad deberían tener.

Información y Sensibilidad

La cuestión es: ¿Qué información se puede ofrecer para que, al menos a nivel
racional, se acepte la importancia de la gestación y nacimiento en el desarrollo
psicoemocional del bebé? La sensibilidad ya es otro cantar, pero puede llegar desde
el momento que se acepta racionalmente esta cuestión o en todo caso permite
comprender y respetar a los que así opinan. La información que yo propongo es la
referida a lo que siente el bebé, cómo lo siente y qué consecuencias tiene para él
ahora y el resto de su vida. Información basada en las investigaciones de Joaquín
Grau sobre los estados de conciencia en el ser humano, desde la concepción hasta la
edad de adulto, que nos muestran, en concreto, cómo y qué siente un bebé; cuáles
son las consecuencias de sus experiencias intrauterinas, de nacimiento y de su
primera infancia.

Información basada en la experiencia clínica con pacientes con los que se trabaja con
la Terapia Psico-emocional "ARA", de la psicóloga Ángela Suárez. Terapia que, entre
otras técnicas, utiliza la regresión a las épocas de gestación y nacimiento, en que la
persona vivencia –ve y siente- los hechos acontecidos en estas épocas. Esto
representa escuchar, de viva voz, el relato de lo que, como bebé, se ha percibido, de
lo que le ha gratificado o de lo que le ha dañado.

Se puede alegar que estos relatos son fruto de la imaginación, inventados. Para
nosotros es incuestionable la veracidad de estas vivencias. A lo largo de estos años
hemos visto como los relatos de los pacientes se han comprobado con las versiones
de las madres. Por ejemplo, una paciente relataba, en el momento de nacer y en las
horas siguientes, que veía personas sin boca que le asustaban, sólo veía rostros con
ojos. Preguntado a su madre, ésta cuenta que debido a algún problema infeccioso,
todas las personas presentes llevaban una mascarilla, tipo cirujano, que les tapaba
boca y nariz.

Durante la gestación también se producen estas vivenciaciones, dándose un


fenómeno que aún no sabemos explicar cómo se produce y que Joaquín Grau bautizó
como “Percepción extrauterina”. Es la capacidad que tiene el bebé de focalizar su
conciencia fuera del útero y “ver” el entorno de su madre. Por ejemplo, una paciente
vivencia cómo yendo su madre en coche, a mitad del embarazo, casi sufren un
accidente. La paciente ve quiénes iban en el coche, quién conducía y cómo pegan un
frenazo, saliéndose de la calzada, al arcén. Comprobada la historia con su madre,
esta casi no lo recuerda, hasta que junto al padre acaban trayendo a su memoria
este hecho, tal como lo relató su hija y ratificando que conducía el padre y detrás
iban un hermanito y la abuela.

Incluso este fenómeno se da desde el inicio del embarazo. Por ejemplo, un paciente,
situado en el momento en que su madre se sabe embarazada, relata que su madre
está muy triste, llorando. Ve a su madre con su abuela (madre de su madre) y cómo
ésta la está gritando muy enfadada. Interrogada la madre posteriormente sobre este
hecho, confiesa que a la abuela le sentó fatal que volviera a estar embarazada de su
segundo hijo, un año después del primero y tuvo (la madre) un disgusto que le duró
varios días. Lógicamente se quedó asombrada de que su hijo le preguntara sobre
esta cuestión que tenía completamente olvidada.

Y así podría dar más y más ejemplos que no nos dejan la más mínima duda de la
realidad de estas vivenciaciones. De esta manera hemos observado “in situ” qué
siente un bebé dentro de su madre, qué siente en el proceso de nacimiento, cuando
nace, las horas y días posteriores. Es enternecedor palpar los sentimientos que
expresan “los bebés”, su necesidad de afecto, de protección, de comunicación, de
percepción emocional, lo sensibles, lo delicados que son. ¡Angelitos! Y recordemos
que todos lo hemos sido, aunque lo hayamos olvidado, enterrado en lo más profundo
de nuestro ser.
Ritmos Cerebrales y Estados de Conciencia

Las investigaciones de Joaquín Grau parten de lo que nos muestra una máquina, el
encefalograma, que mide los impulsos eléctricos cerebrales, llamados Ritmos
cerebrales, en Hertzios. Los Ritmos cerebrales se dividen en grupos o bandas, en
base al estado perceptivo que implican, según el cuadro adjunto:

A partir de los 0 Hertzios, en que se considera que una persona ha fallecido,


encontramos una primera banda, hasta los 4 Hz., cuya característica principal es la
amnesia, el no recordar lo acontecido en ese estado. El siguiente grupo es el de los
ritmos Theta, de 4 a 8 Hz. caracterizados por la emotividad y la creatividad. A
continuación encontramos los ritmos Alfa, de 8 a 14 Hz., que implican un estado de
paz, de tranquilidad. Por último los ritmos Beta, de más de 14 Hz., los ritmos de la
actividad física y mental.

Los tres primeros grupos –Delta, Theta y Alfa- se denominan ritmos de baja o lenta
frecuencia y el grupo de ritmos Beta recoge los de alta o rápida frecuencia. Esta
diferenciación en dos grandes bandas obedece a que los ritmos de baja frecuencia
implican una “percepción subjetiva” –interiorizada, focalizada hacia nuestro interior-
y los de alta frecuencia implican una “percepción objetiva” –hacia el exterior, hacia el
entorno-. Todos estos Ritmos y sus correspondientes estados de conciencia los
experimentamos en nuestra vida cotidiana. Veamos un ejemplo: imagínate que vas
al cine. Cuando llegas lo haces en ritmos Beta, en plena actividad física y mental.
Compras las entradas, piensas en comprar palomitas y bebida, entras en la sala y
buscas el asiento que te parece mejor. Te sientas e inmediatamente tú cuerpo se
acomoda y reposa. Observas las personas que entran, te vienen y van diversos
pensamientos, problemas que has tenido hoy en el trabajo, mañana has de llamar a
tus padres, no te queda queso en la nevera.......las luces del cine se apagan. Te
concentras en la pantalla, los diversos pensamientos van desapareciendo, entras en
ritmos Alfa, de reposo físico y de tranquilidad mental. La película sigue su curso y tú
estás cada vez más focalizado en las imágenes mostradas. Llegas a ritmos Theta y si
la película lo merece, te emocionas –lloras, sientes pena, rabia, miedo, romántico, te
pones sensible y sueltas unas lagrimitas (por suerte nadie te ve, está oscuro)-, estás
en el mundo de la emotividad. Si la película fuera realmente mala, pasarías
rápidamente de los ritmos Theta a los Delta y te dormirías. Lógicamente, al
encenderse las luces y despertar de tú reparador sueño, no recordarías nada de lo
sucedido en la aburrida película desde el momento en que cerraste los ojos.

Los dos cerebros enfrentados

La percepción subjetiva se relaciona con el Hemisferio Cerebral Derecho (HCD) y la


percepción objetiva lo hace con el Hemisferio Cerebral Izquierdo (HCI). Estos dos
hemisferios dividen el neocortex (parte superior del cerebro) en dos, unidos entre sí
por el cuerpo calloso. Asimismo el HCD se relaciona con el cerebro límbico. El
cerebro, en su estructura, se divide en “tres cerebros” superpuestos, empezando por
el reptiliano, seguido del límbico –mamífero- y el neocortex –primates, ser humano-,
que por este orden, además, siguen la filogenia de las especies en su desarrollo
evolutivo.

Tenemos pues dos hemisferios cerebrales completamente opuestos es sus formas de


percepción (subjetiva – objetiva). Algunas de las características principales que más
me interesa destacar son:

Un ejemplo de lo que suponen estas formas polarizadas de percepción.


Imaginémonos que el HCI va a un concierto de música clásica, él solito. Observará el
recinto, fijándose en su estructura, los materiales, los colores. De la orquesta
contará cuantos instrumentos diferentes hay, cuantos músicos, cómo se distribuyen
y al empezar a sonar la música analizará los ritmos, la entrada y salida de los
instrumentos, los relacionará con los movimientos del director de la orquesta. Ahora
imaginémonos que es el HCD el que entra en la sala. Se abrirá a las sensaciones de
este espacio, que le pueden inspirar grandeza, paz, espiritualidad. Los músicos y sus
instrumentos le crean expectación, se deja llevar por las sensaciones que le surgen.
Cuando la música empieza, vibra con sus notas, afloran las emociones. Quedémonos
con el concepto básico de que el HCI es racional y el HCD es emocional.

Etapas de los estados de percepción

Al ser concebidos (unión del óvulo y el espermatozoide) podríamos decir que


pasamos de no existir (0 Hertzios) a existir como individuo único y diferenciado. A
partir de ese momento vamos a ir adquiriendo paulatinamente la capacidad de
alcanzar ritmos cerebrales, de menor a mayor frecuencia, es decir desde los ritmos
Delta hasta los de más elevada frecuencia, Beta. Durante la gestación, nacimiento y
dos primeros años de vida prevalecen los ritmos Theta (emotividad) y es a partir de
esta edad (época preverbal) cuando se inicia la conquista de los ritmos de alta
frecuencia Beta (racionalidad), que llegan a prevalecer a partir de los 12 / 14 años
aproximadamente y que así continuará siendo el resto de nuestra vida.

Resumiendo y simplificando, desde el nacimiento hasta los 12 / 14 años de edad


prevalece la Percepción Emocional –subjetiva- (Hemisferio Cerebral Derecho) y a
partir de este momento la Percepción Racional –objetiva- (Hemisferio Cerebral
Izquierdo). Es éste un concepto fundamental para la comprensión de la forma en que
el bebé -en el útero y en su nacimiento- y el niño “sienten”. Para la comprensión de
cómo percibe, procesa y almacena la información. Para la comprensión de lo que el
bebé y el niño necesita para su equilibrio y armonía.
Surge una nueva pregunta: Siendo esto así, ¿Qué importancia tienen la gestación, el
nacimiento, los primeros años de vida, si tan siquiera nos acordamos de lo
acontecido en estas etapas?

El fenómeno de la “Analogía”

No sólo tienen importancia, sino que son FUNDAMENTALES para la historia personal
de cada ser humano. Tal como ya escribió S. T. Coleridge en 1.840: “La historia de
los nueve meses anteriores al nacimiento es, probablemente mucho más interesante
y contiene acontecimientos más trascendentales que los setenta años siguientes”.
Ahora ya podemos eliminar el “probablemente” y añadir el nacimiento y primeros
años de vida como claves en la vida de las personas.

“Analogía” significa “relación de semejanza entre dos cosas parecidas”. Un ejemplo


de percepción analógica es aquella que se produce cuando, al oler a incienso, nos
vienen imágenes de nuestro viaje a la India o cuando escuchamos una determinada
canción y en nuestra mente aparecen imágenes de aquél primer baile romántico. El
proceso es automático, no consciente. De igual manera sucede con los impactos
emocionales traumáticos que quedan almacenados junto a las circunstancias que lo
rodean. Son cargas de profundidad con retardo, ocultas a nuestra mente consciente,
dispuestas a estallar en situaciones “análogas”, semejantes, a lo largo de nuestra
vida.

El bebé, por su percepción altamente emocional, está abierto a todos los impactos
emocionales, gratificantes o traumáticos, sobre todo a los que provienen de su
madre con la que mantiene una simbiosis total, especialmente durante la gestación,
nacimiento y primeros años de vida. Sus experiencias van conformando su “verdad
sentida”, el guión de sus respuestas a los hechos concretos que vivencia. Se va
construyendo una “Biografía Oculta” que podemos representar como una línea con
subidas y bajadas, dependiendo de la intensidad de los impactos. En el siguiente
gráfico se representa el “estallido”, como síntoma, de una de esas cargas de
profundidad emocionalmente traumática. Estallido producido, ya de adulto, por una
situación actual análoga (parecida o semejante) a la que produjo el impacto
emocional traumático durante la gestación, nacimiento o infancia.
Impactos Emocionales

¿Cuáles pueden ser esos impactos emocionales traumáticos, capaces de ser la raíz
de lo que de adultos nos desarmoniza o enferma? En nuestra práctica clínica con la
Terapia PsicoEmocional hemos comprobado que el primer impacto emocional
significativo que recibe el bebé intrauterino se puede producir en el momento en que
la madre se sabe embarazada. Momento que inicia la comunicación consciente,
firme, segura, de la madre hacia su bebé. Esta primera comunicación puede ser
positiva –aceptación, alegría- o negativa –rechazo, tristeza-.

Pongamos un ejemplo: Una mujer acaba de confirmar su embarazo. Ya tiene tres


hijos y no deseaba más. La relación con su pareja atraviesa un momento crítico. No
hace falta mucha imaginación para saber lo que pasa por su mente: angustia,
fastidio, rechazo, miedo, e incluso se plantea el aborto. Todos estos sentimientos
llegan al bebé que debido a su percepción subjetiva –interiorizada-, los globaliza
haciéndolos propios. Es rechazo a sí mismo, sentimientos que no tiene capacidad de
racionalizar –enjuiciar, rechazar, exteriorizar-: “Ah!, bueno, no pasa nada, es que mi
mamá tiene muchos problemas, no es nada personal contra mi”. Bien al contrario,
esos sentimientos, son absorbidos por sus células, su sistema nervioso, su mente, su
cuerpo todo, haciéndolos suyos. Supongamos que la madre decide seguir adelante
con el embarazo. Un embarazo lleno de desamor, tristeza, soledad, que van
alimentando en el bebé el sentimiento inicial de rechazo.

Llega el nacimiento. Es cesárea, el bebé es sacado del vientre de su madre, separado


de ella, cortado el cordón umbilical inmediatamente, manipulado por manos extrañas
y abandonado en una cuna. La lactancia ni por casualidad. El abandono, el miedo, la
soledad, se unen al rechazo sentido durante la gestación, quedando unidos a la
separación física de su madre, de la persona que más necesita. Como además es el
cuarto hijo, no veas el panorama que le espera, al que tiene que enfrentarse durante
la infancia. Se siente el último mono, sus padres bastante tienen con el día a día de
sus problemas de pareja. Su sentimiento de soledad, de abandono, es como una
bolita de nieve que a lo largo de la gestación, nacimiento e infancia se ha convertido
en una bola enorme, pesada, esa carga de profundidad dolorosa enterrada, oculta,
dentro de él. La naturaleza es sabia y así como nos dota de mecanismos para paliar
o soportar el dolor físico, así también dota al niño de mecanismos de supervivencia,
como por ejemplo la negación de lo que siente, el bloqueo emocional, las
compensaciones.

El niño no puede descargar sus conflictos sobre sus padres ¿cómo hacerlo? si son
“Dios” para él. Son los que le han dado la vida, los que le alimentan, le sustentan, le
protegen, lo cuidan. Sin ellos moriría. “No es que mis padres no me quieran, soy yo,
que soy malo, soy yo el travieso, el nervioso, el pesado, el que molesta”. El niño
“traga” todos sus sentimientos, tapa todos esos conflictos, los esconde de su
conciencia y tira para delante. La vida sigue y el niño se convierte en adulto. Tiene
novia a la que quiere profundamente, se siente el hombre más feliz del mundo. Un
día ella le dice que quiere dejar la relación, que ha encontrado otra pareja. ¿Os
suena? Separación, abandono, desamor, rechazo. Palabras que componen una de sus
cargas emocionales traumáticas más dolorosas en su Biografía Oculta y que, por
analogía, estalla, sacando a flote todo ese sufrimiento acumulado, sumiéndole en
una depresión terrible, en un rechazo a sí mismo (recordemos la gestación) incapaz
de asumir. Decide suicidarse.

Este ejemplo puede parecer extremo y dramatizado pero tiene componentes


contrastados en muchos pacientes tratados con la Terapia Psico-Emocional.
Hay que tener en cuenta que un impacto emocional traumático tendrá más o menos
consecuencias en base a dos factores:

 La intensidad del impacto.

 Su continuidad en el tiempo.

De una u otra manera formarán parte de esa Verdad Sentida, de esa Biografía
Oculta, que construye los cimientos de nuestro desarrollo psicoemocional, de nuestra
más íntima y profunda forma de ser, de los desequilibrios o desarmonías de adultos.
Todas estas investigaciones, teorías y experiencias clínicas, tienen, lógicamente,
además de su uso terapéutico, su aplicación práctica en el estudio, en la
comprensión, en el replanteamiento de formas y pautas de actuación de las etapas
de gestación, nacimiento y primer año de vida. (También para la educación infantil
que dejaré para otra ocasión)

La Gestación

Lo que siente la madre, lo siente su bebé. Y ya hemos visto cómo lo siente, cómo lo
procesa, cómo le afecta ahora y en el futuro. ¿Qué podemos hacer para que este
bebé se sienta feliz, aceptado, protegido, deseado, amado? En primer lugar, la
madre, debe procurar estar el mayor tiempo posible en un estado de tranquilidad, de
paz, de relajación. En segundo lugar mantener una comunicación intensa, constante,
con su bebé a través de sus pensamientos, de sus manos en el vientre. Para ello es
una gran herramienta la relajación y la visualización. Cuando entramos en relajación
profunda, ritmos Theta, alcanzamos la percepción emocional, que es la percepción
en que se encuentra el bebé. Es como si fuéramos moviendo el dial de una radio
hasta encontrar la frecuencia de la emisora que deseamos escuchar. Sintonizamos
con nuestro bebé y se produce una increíble comunicación entre madre y bebé y
viceversa. Este trabajo, a lo largo de la gestación, con las madres embarazadas,
superó todas mis expectativas y las madres disfrutan de una experiencia única, llena
de sensibilidad y emociones. Es el inicio de un vínculo afectivo sólido e
imperecedero. En el estado de relajación se utilizan visualizaciones, incluidas algunas
que preparan el nacimiento tanto para el bebé como para la madre.

Tener un hijo es la más maravillosa de las experiencias y vale la pena vivirla en toda
su intensidad, con todos nuestros sentidos abiertos, con toda su carga emocional, ya
desde la gestación. En las regresiones de los pacientes, a través de la Terapia
PsicoEmocional, a su propia gestación, se ha hecho patente la necesidad del bebé de
“sentir” a su madre, de recibir sus pensamientos, de absorber su cariño, su afecto,
su protección, su amor. Ello permite al bebé sentirse feliz, tranquilo, alegre, seguro.
Por el contrario, sentir rechazo, tristeza, estrés o peor aún, indiferencia, le inquieta,
le reprime, le tensa, le entristece. Es clara la implicación en el desarrollo
psicoemocional del bebé en un caso u otro. La Biografía Oculta del bebé se va
escribiendo con Impactos Emocionales Gratificantes o Traumáticos y ya hemos visto
lo que esto supone. Debería replantearse, considerando lo anterior, todo lo referente
al entorno laboral de la mujer embarazada. Hoy en día no sólo no se le apoya sino
que en muchas ocasiones se le discrimina. Falta comprensión de lo que supone la
gestación para la madre, sus cambios fisiológicos, su mayor sensibilidad, su
necesidad de tranquilidad, de sentirse respetada, apoyada en el proceso. Muchas
mujeres embarazadas sufren de estrés durante su embarazo porque se les exige la
misma dedicación o esfuerzo, o incluso más, que si no lo estuvieran. Hay suficientes
estudios que demuestran el efecto negativo del estrés sobre el desarrollo del bebé.

El riesgo de que los bebés cuyas madres han sufrido estrés durante el embarazo
sean hiperactivos, tengan problemas de motricidad y déficit de atención es mucho
mayor que en caso de bebés de madres no estresadas. Los sentimientos y los
estados de ánimo de las madres están vinculados a hormonas y neurotransmisores
que viajan por el torrente sanguíneo y, a través de la placenta, llegan al cerebro en
desarrollo del futuro bebé. Una exposición prolongada a las hormonas del estrés,
incluidas la adrenalina y el cortisol, enseñan al cerebro en desarrollo a reaccionar
según la modalidad de “huida o combate” a lo largo de toda la vida, aunque sea
inadecuado. Por otra parte el empeño de la madre en el amor y la alegría, inunda
ese mismo cerebro en desarrollo con endorfinas y neurohormonas “positivas”, por
ejemplo la oxitocina, que favorece una sensación sostenida de bienestar. Las
emociones e incluso los pensamientos de una madre afectan directamente la
“configuración” de la mente.

El papel del padre durante la gestación

El padre puede y debe ser más que un mero espectador en el embarazo de su


pareja. Tiene dos funciones importantes. La primera, sabiendo que la madre necesita
de un estado emocional equilibrado, debe hacer lo posible por que su pareja se
sienta querida, acompañada, comprendida, apoyada, en su proceso de embarazo. La
segunda, el inicio del vínculo afectivo con su hijo, poniendo sus manos en el vientre
de la madre, hablándole, cantándole, jugando con él. En la Terapia PsicoEmocional,
durante la vivenciación de la gestación por parte de los pacientes, uno de los
momentos más gratificantes es cuando sienten las manos del padre en el vientre de
su madre, escuchan su voz, perciben su cariño. Se ha comprobado que si el padre ha
entablado esta relación con su hijo durante la gestación, el bebé nacido reconoce su
voz entre la de otros hombres, reacciona con placer en sus brazos, se siente
tranquilo con él. Por su parte, el padre, demuestra un instinto paterno afectivo muy
superior a otros, que hasta ese momento, al tener en brazos a su hijo por primera
vez, no habían tomado conciencia real de su paternidad.

El nacimiento

A nivel fisiológico el nacimiento es un proceso complejo que exige el máximo de los


cuerpos del bebé y de la madre. El Dr. Michel Odent demuestra la importancia del
estado mental y emocional de la madre para el funcionamiento adecuado de los
mecanismos que la naturaleza tiene previstos para el acto de dar a luz. Su
implicación en el aprovechamiento del cóctel de hormonas que se generan, entre las
que destacan las endorfinas –morfina endógena, que producen madre y bebé- y la
oxitocina –genera contracciones del útero, induce el amor maternal-, que sólo podrá
segregarse si no se produce adrenalina, al ser antagonistas. La adrenalina se
produce ante una situación de peligro, de miedo, de inseguridad y ello nos da pistas
para pensar qué aspectos debemos cuidar en el entorno del nacimiento. El Dr. Michel
Odent aboga por un parto que hay que “mamiferar” en el sentido de respetar el
proceso instintivo, natural, del nacimiento, a través de la intimidad, la seguridad, la
temperatura adecuada, el lenguaje utilizado con precaución, la penumbra. Desde la
perspectiva del bebé, su nacimiento es un hecho de alta carga emocional. Abandona
el cálido y protector útero para surgir a un mundo desconocido a través de un
camino largo y lleno de obstáculos, que implicará también la independencia vital
respecto a su madre, que le ha facilitado, a través del cordón umbilical, todos los
nutrientes y el oxígeno necesario para la vida. Los pacientes, al vivenciar su propio
nacimiento inciden más en sus sentimientos que en cuestiones físicas como el dolor,
y menos aún como sufrimiento. Da la sensación de que todos están protegidos
contra él (gracias a las endorfinas). Sí que aparecen miedos: a la oscuridad, a la
inmovilización en un espacio cerrado y estrecho, a la soledad, que se han
demostrado la raíz de muchas fobias posteriores. Se han dado también casos de
experiencias cercanas a la muerte. En todos los casos, sin excepción, los bebés
perciben lo que está ocurriendo con su madre, lo que siente, lo que piensa. Todos
“agradecen” los esfuerzos de la madre por ayudarles en su camino hacia el exterior.
En los pacientes de mayor edad, que nacieron cuando se utilizaba la anestesia total,
es dramática la percepción que tienen de que su madre ha desaparecido, ha muerto.

En los casos de cesárea, el bebé se sorprende de lo que está sucediendo, se asusta,


no comprende esa separación de su madre tan rápida y violenta. Una paciente
relataba cómo veía un cuchillo abriendo el vientre de su madre, llena de terror
intenta huir, acurrucarse. Me contó posteriormente que siempre ha tenido pánico a
los cuchillos. Como además su madre estaba anestesiada, la sintió muerta. Una
consecuencia de esto fue un enganche emocional con su madre, todavía con toda su
energía treinta años después, ya que para ella separación de la madre era igual a
muerte. Al nacer el bebé es cogido por unas manos enormes, desconocidas, hay
gritos, ruido, luces cegadoras, le cortan el cordón umbilical antes de que deje de latir
por lo que se asfixia y tiene que esforzarse al límite para poder limpiar sus pulmones
y poder inhalar ese aire salvador, pasa de unas manos a otras, se le manipula
lavándole, pinchándole, pesándole, midiéndolo. Esto corresponde a un típico parto
clínico, claro está. ¡Vaya recibimiento! Imaginaros que en este momento os cojo del
brazo, os llevo a un aeropuerto y os embarco en un avión rumbo a un país
desconocido en donde vivirás a partir de ahora. El avión aterriza y bajas por su
escalerilla. Hay una multitud de personas que empiezan a gritarte, a zarandearte
agresivamente. Nadie te ayuda. No conoces a nadie. Estas solo e indefenso. Ahora
supón que al bajar las escalerillas del avión la gente te recibe con sonrisas, abrazos,
flores, hasta una banda de música toca en tu honor. ¡Sorpresa! Están todos tus seres
queridos esperándote, llenos de felicidad por recibirte. Pregunta: ¿Cómo te sentirás
viviendo en este país en el primer caso? Pues ya ves, asustado, triste, compungido,
agarrotado. Ya pueden cambiar las cosas con el tiempo, pero esto no lo olvidarás
nunca. Los miedos, la desconfianza, la rabia o incluso el odio (sobre todo hacia mí
que te he metido en ese avión) te acompañarán para siempre. En el segundo caso,
todo lo contrario. Feliz, encantado, confiado. Te sentirás a gusto, valiente, con ganas
de vivir. Hasta me invitarás para que vaya a verte algún día.
Lo mismo pasa con el bebé y su nacimiento. Aterriza en un mundo desconocido
(¡vaya aterrizaje en algunos casos!) y de lo que en ese momento sienta, perciba,
vivencie, van a depender muchas de sus características personales de enfrentarse a
la vida.

La vivenciación de los nacimientos en casa (cosa común entre los pacientes de


mayor edad) nos muestra cómo el bebé se complace al ser puesto junto a su madre,
al cruzar la primera mirada, llena de ternura. El bebé “lee” esa mirada, identifica su
sentido de alegría, de amor. Es la mejor de las bienvenidas. Y también lo contrario,
tal como relataba un paciente al descubrir en los ojos de su madre la decepción por
ser varón. Ella ya tenía tres y quería una niña. El bebé siente el olor, el calor, los
latidos del corazón, sobre el cuerpo de su madre. Empieza a respirar tranquilamente,
sin ahogos. Ni siquiera nota el corte del cordón umbilical, que ha dejado de latir. Se
siente feliz, está junto a su mamá. También es capaz de acercar su boquita al pezón
de ese cálido pecho y empezar a mamar. ¡Aquí sí que se está gusto! Hay que tener
cuidado hasta con lo que se dice en este momento. Comentarios del estilo: ¡Qué feo
es, o qué cabezón o lástima que no sea un niño…! Son captados por él y no ayudan a
que se sienta bien recibido.
¿Qué es un buen parto?

Para contestar a esta pregunta no hay que tomar como referencia la “forma” en que
se desarrolla el parto. Hay que tomar como referencia cómo lo ha vivenciado la
madre y por resonancia con ella, cómo lo ha vivenciado el bebé. La forma es
importante. No cabe duda que es mejor siempre plantear un parto natural
(mamífero) que una cesárea programada o un parto hospitalario clásico en que un
buen parto es un parto rápido, con todo lo que supone de falta de intimidad,
medicación, inmovilización y montaje tecnológico entre otras cosas. Pero como
sabemos que las percepciones del bebé tienen como base principal las de la madre,
puede ser mejor para una madre llena de miedos, obsesionada con no “sufrir”, una
cesárea. Con ello no quiero juzgar esa decisión sino pensar en lo mejor para el bebé
en este caso, en que el problema sería más la desinformación, la preparación previa
y la manipulación que le han llevado a esa opción, que el hecho en sí. También
puede ser obligada una cesárea en casos de peligro para la vida del bebé o de la
madre, aunque desde luego no en tantas ocasiones como nos quieren hacer creer,
pudiendo tomar como referencia las recomendaciones de la OMS. ¿Qué puede
hacerse si no hay más remedio que efectuar la cesárea? ¿Supondrá un daño
psicológico irreparable para el bebé? Desde luego que no. Sobre todo si la madre,
informada y consciente de la capacidad de comunicación que tiene con su bebé, está
en contacto mental y emocional continuo con él -permitiéndolo así la epidural, en
que la madre mantiene la conciencia-, transmitiéndole tranquilidad, explicándole lo
que sucede (sí, habéis leído bien, explicándole lo que en cada momento está
sucediendo. Los bebés son capaces de percibir y entender más de lo que podemos
imaginar). Si añadimos el no cortar el cordón umbilical hasta que deje de latir, el
colocar al bebé en el pecho de su madre (se puede hacer aunque sea cesárea), no
interrumpir el contacto madre-bebé si no es imprescindible y el menor tiempo
posible (y ahí está el padre para cogerlo en este caso), el iniciar la lactancia…será el
mejor de los nacimientos.

Creo en el eslogan reivindicativo: “El parto es nuestro, que nos lo devuelvan”. El


mejor parto para la mujer es el mejor parto también para el bebé y es la mujer,
suficientemente informada, la que debe decidir cómo dar a Luz. No se puede
manipular, desinformar, obligar, como se hace con muchas mujeres, que quedan sin
más opciones que las que pasan por el parto hospitalario típico. Dar a Luz es un acto
sagrado, digno de respeto por lo que entraña en cuanto al surgimiento de una nueva
vida, por lo que supone como vivencia para la madre, por lo que implica en el futuro
del bebé, que es lo mismo que decir en el futuro de toda la humanidad. Al fin y al
cabo los bebés de hoy serán las mujeres y hombres del mañana. Bebés, niños, en
armonía lo serán también de adultos, llevando a sociedades igualmente en armonía,
de lo que estamos más bien faltos en la actualidad.

El primer año después del nacimiento

Si el bebé nace a los aproximadamente nueve meses de gestación en el ser humano


es porque el tamaño del cráneo del bebé es lo máximo posible para poder atravesar
el diámetro de la pelvis, que a la vez es, en la mujer, el máximo posible para poder
mantener la estructura necesaria para el equilibrio en los movimientos y en la
posición erguida. Pero aún está inmaduro en muchos aspectos, tanto fisiológicos
como motrices. Después del nacimiento se crean nuevas redes neuronales a un
ritmo escalofriante, hasta alcanzar unas mil millones de conexiones a los tres años.
La cantidad y calidad de estas redes dependerá básicamente de dos factores: Uno,
del alimento que facilite los nutrientes necesarios para ese desarrollo y dos, del
alimento afectivo. Lo primero es evidente y lo segundo quedó demostrado con las
investigaciones realizadas en guarderías chinas y rumanas, en las que los bebés eran
alimentados adecuadamente pero no tenían el mínimo contacto afectivo. No se les
cogía en brazos, no disfrutaban de lactancia materna, se les dejaba llorar e incluso
se les ataba. Las taras y retrasos psicológicos y psicomotrices eran palpables en
estos niños. Los niños a los que no se dirige mucho la palabra, a los que se les lee
poco en voz alta o con los que apenas se juega durante sus primeros años de vida,
desarrollarán aptitudes lingüísticas pobres y, lo que es más importante, aptitudes
sociales deficientes.

El bebé nacido sigue con esa percepción puramente emocional. Sigue necesitando
sentirse seguro, protegido, querido, amado. Necesita el contacto con su madre, al fin
y al cabo hasta ahora ha estado toda su vida dentro de ella, su mirada, sus manos,
su calor, su olor. La lactancia es una herramienta ideal para ello, así como lo es el
colecho. Están demostrados los incuestionables e indiscutibles beneficios de la leche
materna frente a la leche de fórmula pero además quiero hacer hincapié en lo que
aporta al vínculo afectivo madre-hijo. La lactancia es un acto de generosidad, un
acto de amor, en que la madre ofrece su propio cuerpo a su bebé en forma de
contacto y de alimento. El bebé satisface de esta manera todas sus necesidades,
tanto las de alimento nutriente como las de alimento afectivo. Para las madres que
no pueden ofrecer la lactancia a sus hijos -menos de las que nos quieren hacer creer
y debido en la mayoría de las ocasiones a un problema de desinformación y
conocimiento de las formas- he de decir que un biberón puede ser también
gratificante para el bebé si se mantiene el contacto cuerpo a cuerpo, si lo damos con
dulzura y sobre todo con amor. Priorizando el uso de leche materna, aún utilizando el
biberón.

El colecho –dormir con el bebé- otorga al bebé seguridad, cubre la necesidad de


sentirse constantemente protegido, especialmente por la noche. El Dr. Carlos
González describió esta necesidad como herencia del proceso evolutivo, en que las
crías de los mamíferos, en la jungla o en la sabana, periódicamente –cada dos o tres
horas- se despiertan y gimen con el objetivo de comprobar si su madre está a su
lado. Porque si no lo está serán presa de los depredadores y de esta manera dan
oportunidad a sus madres, si se han alejado, de acudir junto a ellas. Las madres que
duermen junto a sus hijos confirman esta teoría, puesto que cuando el bebé se
despierta, si no lo hace por hambre en cuyo caso mama un rato y vuelve a dormirse,
sólo notando el contacto de su madre o poniendo el pezón en su boca, se
tranquilizan y recuperan el sueño rápidamente.

En frente de esta opción del colecho tenemos una técnica nefasta, defendida por el
Dr. Estivill, dirigida a “enseñar” a dormir a los bebés, que no tiene para nada en
cuenta las necesidades afectivas del bebé, que le suponen un terrible sufrimiento al
sentirse abandonado, solo ante sus miedos, despreciado en sus demandas de afecto.
Básicamente el método es dejar llorar al bebé en su habitación, en su cuna, hasta
que acepte que nadie le va a coger en brazos y se duerma (tal como él dice:
“...aunque vomite o se de cabezazos...”. Podemos imaginar los importantes impactos
traumáticos que va a suponer este trato, la desconfianza, falta de autoestima, rabia
contenida que acumulará este bebé. De entrada claro que el método funciona para
beneficio de los padres, que ya pueden dormir tranquilos, pero a costa de un precio
que desconocen, tanto ahora (hay bebés que una vez aplicado el método sufren de
terror nocturno, pesadillas, miedos) como en el futuro (bloqueo emocional, sumisión,
falta de autoconfianza, dificultades de relación e incluso violencia).

Amar es conocer y satisfacer las necesidades afectivas del otro. Las necesidades del
bebé se muestran claras y definidas. Sólo exige de nosotros algo que muchas veces
es lo que más nos cuesta dar: TIEMPO. Un tiempo para abrazarle, besarle, jugar,
reír. Un tiempo que no tendrá límite para el bebé, necesitado de su madre, de su
padre, cuanto más mejor. En contra de lo que se piensa habitualmente, un bebé
consigue más independencia, más autoestima, más seguridad, se siente más feliz; si
se coge cuando llora, duerme con los padres, se mantiene la lactancia, es atendido
siempre con afecto, cariño y paciencia. Cada bebé, debido a su particular experiencia
intrauterina y de nacimiento, tendrá su forma de ser especial. Lloran más o menos,
son más o menos miedosos, necesitan más o menos contacto, etc., pero en cualquier
caso necesitan de nosotros, de nuestra comprensión, de nuestra compañía.

Conclusión

Cada vez hay más evidencias científicas -desde la Fisiología, la Neurología, la


Psicología- de lo que muchas madres saben intuitivamente desde la noche de los
tiempos: de las capacidades perceptivas de los bebés desde el mismo momento de la
concepción, de la importancia de la gestación, el nacimiento y la primera infancia en
el futuro de las personas, de las consecuencias de los hechos acontecidos en estas
etapas en la forma de ser más profunda de cada individuo. Es la responsabilidad de
todos –madres, padres, médicos, comadronas, pediatras, terapeutas, psicólogos,
educadores, políticos…de toda la sociedad en general- conseguir el respeto a los
derechos del bebé y de la madre.

Tener un hijo es la más maravillosa de las experiencias (o así debería ser) que
implica una gran responsabilidad que madres y padres deberían entender y asumir.
Lo que sembremos ahora lo recogeremos en el futuro. Hay padres y madres que se
lamentan de que sus hijos adolescentes (o ya durante la infancia) no les tienen
confianza, no les cuentas sus cosas, no quieren salir con ellos, se les enfrentan, hay
discusiones, se visten “raro” o llevan una vida desordenada con amigos no
“deseables”. La pregunta del millón que les hago es: ¿Cuando tú hijo era pequeño,
jugasteis con él, le leísteis cuentos, le acompañasteis en sus actividades, dialogabais
con él o utilizabais el mando y ordeno, os interesabais por sus problemas,
respetabais sus inquietudes...? En la gestación, el nacimiento, la primera infancia, se
asientan las raíces del Vínculo Afectivo, unión que se establece entre padres e hijos
fruto de la comunicación emocional entre ambas partes. Un vínculo afectivo sano,
fuerte, es garantía de una relación fluida, de una base psicoemocional equilibrada,
de un adulto en plenitud.

http://articulosbebeemocional.blogspot.com/

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