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¿Qué sucede con los principios? Lo hemos dicho: no son innatos sino
que son conocidos en la luz natural del intelecto unido al
conocimiento sensible. Nuevamente aquí, como en el caso del
concepto, lo que los principios enuncian está en los objetos materiales
que son las sustancias de la realidad; y no obstante, los principios
mismos son inmateriales y no existen como tales más que en los
intelectos que conocen. Veo y toco seres, no el ser. Observo agentes y
pacientes; llamo causas a las primeras y efectos a los otros, pero no
observo la causalidad misma. Cuando digo que no hay efectos sin
causas, simplemente explícito la definición de causa o de efecto. Es
-decía Hume- como decir que no hay marido sin mujer. Si presionáis a
un metafísico, os concederá que hay algo de misterioso en nuestro
conocimiento de todo principio. Y no es sorprendente, puesto que por
definición es primero.
Nada hay anterior al principio mediante lo cual se pueda dar razón del
mismo.
Es una lástima que habiendo llegado a este punto Kant pareciera haber
perdido aliento y no haber continuado por esta vía metafísica. Es
verdad que era la vía wolfiana de la posibilidad, que se revela a fin de
cuentas, como una vía sin salida. En una metafísica realista, la
pregunta ¿pudiera no existir nada? no se plantea porque de hecho hay
algo, y si fuera posible que nada hubiese, nada habría. No habría
pensamiento, como justamente dice Kant, y ni siquiera habría Kant
para hacer la pregunta. Puesto que existe algo, hay ser necesario, pues
lo real actualmente dado es necesario de pleno derecho mientras es.
Parménides no ha perdido ningún derecho. La única cuestión que
queda por plantear al respecto es, pues: En todo este ser necesario,
¿qué es lo que tiene derecho a llamarse Dios? Un pensamiento que se
mueve en el ser se mueve en la existencia actual desde el primer
momento de su búsqueda; se mueve asimismo en lo necesario y
procede desde necesidades condicionadas a una necesidad absoluta.
La cuestión no consiste en saber si Dios existe, pues, si hay uno, es el
necesariamente existente; la verdadera cuestión es saber si, en los
necesario, hay uno al que debamos llamar Dios.