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CAPITULO III

Cadáver insepulto, venganza, muerte de los jóvenes. Esta secuencia parece ser uno de los
ejes de la tragedia y de la vida de los pueblos. Le debemos a la atenta lectura que hace
Derrida de Edipo en Colona un dato muy importante para esta tesis: el que resulta de
recordarnos que Antígona, antes de vivir la experiencia de enterrar clandestinamente a su
hermano muerto, ya soportaba ese hecho terrible de estar privada –como su hermana
Ismena– del saber dónde se ubica la tumba de su padre, según la última voluntad de
Edipo.

En efecto, en el momento de morir, Edipo ordena a Teseo bajo juramento no revelar


jamás el lugar de su tumba a nadie, y en particular a sus hijas. Va a privarlas del duelo y,
como Hamlet, ellas quedarán arrebatadas del tiempo del duelo, del tiempo de
comprender, del tiempo de subjetivar.

Otra vez estos personajes de la saga sofocleana quedan sometidos a cierto no-saber, eje
fundamental que guía a Freud hacia el complejo de Edipo. Todos sabemos –aunque
algunos parecen ignorarlo– que el interés de Freud acerca del Mito de Edipo no se centra
en el relato pueril de matar al padre y acostarse con la madre, sino en la función
particular de un saber que no sabido dirige al héroe trágico. “Es la misma Tebas y sin
saberlo ...Estaba inconciente cuando maté, masacré...” Esto es lo que profiere Edipo –
extranjero en el extranjero aún extranjero– y es lo que importa: un no saber que lejos de
hacerlo inocente, lo responsabiliza cada vez más.

Edipo ciego conduce a todos hasta su última morada, y en ese lugar desaparece y se deja
encriptar al menos dos veces, es decir, se conoce el lugar pero no se sabe el sitio, es como
decir los tiraron al río, pero... ¿dónde?

Entre el lugar y el sitio surge el limbo en el que moran los inolvidables, y Edipo lo dice:
“...les deseo que sean felices; pero en el medio de la felicidad no me olviden, incluso
muerto, si quieren que la prosperidad siga siendo vuestro sino para siempre”. Edipo se
deja caer en un sitio inaccesible y desde allí pide que no lo olviden, porque si lo olvidan
todo iría muy mal. Es la amenaza, el chantaje.me ¿No es entonces el modo en el cual toda
la descendencia –y sobre todo Teseo, el amigo amado– se convierten en rehenes?
Es como afirma Derrida ”...Edipo, un poco como Cristo, hace de su moribundez o de su
permanencia, su permanencia: este es mi cuerpo consérvenlo como recuerdo de mí”.

El ejemplo de Cristo es especial en el sentido que liga cadáver insepulto y canibalismo.


Este pasaje por el canibalismo es lo que nos permitirá saber de qué manera un huésped se
vuelve parásito. Esto tiene gran importancia ya que sabemos que el neurótico, que vive
muerto en el sueño del Otro, siempre resulta parasitado por un duelo no realizado, es más,
por un duelo tan imposible como la melancolía. ¿No es acaso un observable en cualquier
aflicción que el sujeto ha devenido rehén de un muerto, de una pérdida?

A veces, la lógica de lo que llamamos la familia conserva esta trama, ya que nos recibe
como huéspedes y luego nos hace rehenes en pago de aquella hospitalidad. ¿No es acaso
en esto que estriba la venganza nunca explicitada del gran Tartufo?

La hospitalidad absoluta quizás sea la forma por la cual el nuevo pater-familia intenta
liberarse de su posición de rehén, esto es de mantener los vicios de todos aquellos que lo
rodean y parasitan su trabajo –cuando tiene trabajo, claro está.

Volvamos a la articulación Ley de hospitalidad y canibalismo. Jean-Claude Milner en su


texto El triple del placer hace varias consideraciones acerca del tiempo antiguo y el
moderno con relación al tratamiento del placer. Todas ellas parten de la definición
antigua de la ley no-escrita fundamental: la Ley de la hospitalidad.

Milner se sustenta, entre otras cosas, en el concepto que los antiguos tenían de la physis,
es decir de lo natural. Remarca que para los antiguos una gota de lluvia que penetra la
tierra sigue siendo gota de lluvia a pesar de su supuesta transformación al mezclarse con
la tierra. Es un concepto bastante cercano al concepto estoico del incorporal que nos
resultará muy útil para comprender la incorporación freudiana.

En esta línea se sigue que el huésped resulta ser el invitado a la mesa familiar, cuestión
que hace inseparable la hospitalidad de la familia, el grupo, la gens ya que estos resultan
el referente lógico que establece un adentro y afuera, que puede diferenciar, en definitiva,
un extranjero de otro. Por eso el invitado a comer a casa es alguien que es respetado y
adoptado, ya que la presencia de la comida sobre la mesa indica que el invitado no es la
comida.

Así entonces, la presencia en la mesa de la comida familiar ubica al extranjero en otro


estatuto del extranjero como el Otro absoluto, es decir el sin Ley, el bárbaro.

De esto se desprenden dos consecuencias: el extranjero que resulta en sí mismo una


amenaza a toda creencia, a toda ley paterna y que por lo mismo es un riesgo de
disolución, es amigo en el verdadero sentido del término, un amigo extraño, alguien del
cual es evidentte que no sabemos algo, y es más, del cual no podremos saber
fundamentalmente porque habla una lengua extraña. Es alguien, en definitiva, del cual
debemos tolerar que pida sus derechos y admita sus deberes en una lengua otra que la
nuestra, poniendo de manifiesto que la nuestra también nos es extraña. Todo un ejercicio
de castración, ya que este concepto de extranjero, de extraño en tanto que no pide la
asimilación, nos orienta hacia la renuncia fundamental, a saber: la prohibición del
canibalismo.

Ya Platón en La República afirmaba que el hombre librado a sus instintos terminaría en


el mayor placer: probar carne humana. ¿Quiere decir esto que la primera prohibición a la
que se somete la humanidad no es el incesto sino el canibalismo? O más aún, ¿es que el
incesto y el canibalismo son en definitiva la misma cosa?

Tomemos el mito a-histórico freudiano de Tótem y Tabú. En este relato estructural Freud
nos brinda su hipótesis acerca de la existencia de una horda de primates conducida por un
primate macho que somete a todos por igual. Sometimiento que borra la diferencia
sexual, ya que machos y hembras se igualan al capricho del jefe. Se puede afirmar a
partir de este mito que el origen de la especie es monosexual. Decimos monosexual ya
que todavía no se ha dado el nacimiento del Hombre.

Está extendida la interpretación de que Freud afirma que una conspiración de los monos
machos dieron muerte al mono jefe y con ese acto surgió lo que conocemos como
Humanidad, ya que el lugar vacío del cuerpo del mono jefe posibilita el lugar de lo
sagrado, lo prohibido, en fin, de la falta necesaria para la organización del juego.
Este mito de origen, como cualquier mito de origen, tiene la bondad de otorgar un lugar a
la falta necesaria para la vida, ya que la vida sin esa falta –que no se confunde con el
vacío– es fundamental a la ex-sistencia humana, es decir, sistir fuera.

No obstante, existe una objeción que hay que realizar a la vulgata que se desparrama
sobre este mito a-historico fundamental. La objeción estriba en el hecho de que el relato
que se hace de la hipótesis freudiana es que el mono jefe fue matado por los otros y luego
comido, cuando en verdad queda claro en lo que asegura Freud que la necesidad que lleva
al crimen es la pulsión de devorarlo. Entonces no es que porque se lo mata se lo come,
sino más bien porque se lo come necesariamente se lo mata. Es decir, la muerte es una
consecuencia y no la causa, la causa es la necesidad pulsional de devorarlo.

Esta lectura permite, en principio, ubicar a la pulsión como primera y desde allí echar
algo de luz sobre algunas afecciones, tales como la anorexia, la bulimia o la
imposibilidad de leer, ¿quién no entendería que las letras que pasan sin ninguna
comprensión son efecto de un canibalismo que impide escuchar la voz que se le presta al
texto? Es así entonces que el canibalismo parece firme en obtener el anterior del anterior
en la génesis humana.

Georges Bataille en su texto El Erotismo afirma: “La época que la prehistoria asigna al
hombre de Neandertal es el Paleolítico Medio. A partir de Paleolítico Inferior, que, al
parecer, fue anterior a él en centenares de miles de años, existieron unos seres humanos
bastante parecidos que al igual que los neandertalenses dejaron testimonio de su trabajo.
Las osamentas de esos hombres más antiguos llegadas hasta nosotros nos llevan a pensar
que la muerte ya había comenzado a preocuparles, pues al menos los cráneos habían sido
objeto de su atención. Pero la inhumación, tal como en su conjunto la humanidad actual
la practica siempre religiosamente, aparece hacia el final del palelítico medio...La
costumbre de la sepultura es testimonio de una prohibición semejante a la nuestra con
relación a la muerte y a los muertos...esa prohibición es lógicamente anterior a la
costumbre de la sepultura...ese nacimiento coincidió con el del trabajo. Esencialmente se
trata de una diferencia entre el cadáver de un hombre y los demás objetos...Percibamos el
paso que hay de estar vivos a ser un cadáver, es decir, ser ese objeto angustiante que para
el hombre es el cadáver de otro hombre”.
Bataille continúa su desarrollo para establecer que el no del hombre a la naturaleza se
testifica en el rechazo de comer el cadáver del otro. Rechazo que como lo sabemos ligado
a una ley deviene aceptación lujuriosa, es decir que de allí en más las sociedades se han
comportado en la dialéctica siniestra de la prohibición y del levantamiento de la
prohibición del canibalismo.

Ahora bien, ¿en qué radica el rechazo de cualquier injerencia sobre el cadáver?, ¿en lo
que éste patentiza de la muerte proyectada como propia? Si fuera así, ¿por qué no causa
horror la visión de un esqueleto o calavera, que además son motivo de juegos de niños y
de festivos ritos funerarios? No, lo que causa horror es la prutefacción, la corrupción de
la carne mientras mantiene algo de materia viva. Entonces y por lo mismo, ¿no es la vida
lo que se pretende fagocitar en el acto de canibalismo, más que la muerte?.

Más allá del inocente “te comería a besos” amoroso tanto entre madre e hijo como entre
amantes, tenemos testimonios de casos de caníbales modernos y de primer mundo, tal el
caso renombrado del japonés que hizo sushi de su novia holandesa profesora de alemán.

Esta extranjera en el extranjero, profesora de idiomas extranjeros, extranjeros entre sí, fue
objeto de un extranjero en suelo extranjero. El nipón se la devoró de un modo muy
civilizado para luego declarar que él en verdad con su acto quería obtener la vida de su
novia y no la muerte. ¿No es lo que afirma S.Freud acerca de la devoración primera, es
decir que porque se lo come se lo mata?.

El japonés en cuestión no fue preso mucho tiempo ya que por los oficios de la
jurisprudencia francesa fue retirado a un hospicio de enfermos mentales para ser
repatriado luego a su Japón natal, en el cual se dedicó a filmar películas pornos donde se
incluían escenas de canibalismo o a publicitar restaurantes de carnes exquisitas.

Entonces, la ley de hospitalidad como ley no escrita se basa en la prohibición del


canibalismo, no sólo por no devorar al extranjero sino por aceptarlo como sujeto. Un acto
de adopción que por ser un acto no es ilimitado. Hay un pacto, una aceptación, un
derecho del extranjero a mantener su rasgo y un deber al mismo tiempo de aceptar los
rasgos del que lo hospeda. No se trata de una hospitalidad absoluta, en la cual sin el “no”
fundamental la hospitalidad se volvería hostilidad, ya que están emparentadas en su raíz.
El huésped es entonces un incorporado en el sentido en el cual los estoicos nombraban el
incoporal, esto es el inasimilable. Esta condición se conservaba sólo si para el huésped el
anfitrión también funcionara como un incorporado, es decir un inasimilable.

Evidentemente se trataba de un mundo con puertas por donde entrar, puertas de


hospitalidad que exigían permisos, derechos y deberes. ¿Podemos afirmar esto hoy de
nuestras puertas invadidas por micrófonos, por visores, cuando no cerradas con candados
para que la gente no entre, sino para que salga y a veces muera calcinada?

Es evidente que no podemos pensar la hospitalidad como en Platón o en Sócrates, no


podemos pensarla en términos tan distintos como la incorporación que mantiene como
derecho los rasgos de cada uno y la asimilación que los devora. Lo que sí podemos hacer
es pensar qué hacer con eso, siempre y cuando entendamos qué quiere decir la diferencia
entre canibalismo e incorporación. Es más, entender que a más canibalismo menos
incorporación. Es decir, que el extranjero no lo es por nacimiento o nacionalidad o secta
sino y fundamentalmente que el extranjero es uno mismo.

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