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CATECUMENADO 521 

LA IGLESIA CELEBRA
LA PRESENCIA DE CRISTO
BAJO LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU

OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Descubrir que los Sacramentos son los grandes
momentos de la vida de fe, en los que el hombre se
encuentra realmente con Cristo. 

1. Celebrar la vida de fe :
El hombre nuevo, hombre que nace de la Palabra de
Dios (Cfr. Temas 
35-41) y vive en comunión con los hermanos (Cfr.
Temas 42-51), vive y 
celebra la presencia de Cristo bajo la acción del
Espíritu. Es el hombre 
de la Celebración, de la Liturgia, de la Fiesta: celebra la
vida cristiana, el 
acontecimiento de la salvación, la experiencia de fe. En
la liturgia la 
Iglesia celebra los grandes momentos de la vida de fe,
significativamente 
configurados por la acción del Espíritu. Son los
Sacramentos. En efecto, 
la iglesia, heredera de los Apóstoles, que proclama
incesantemente el 
Evangelio de la salvación, celebra la obra salvadora de
Cristo -su 
misterio pascual- en los Sacramentos, en torno a los
cuales gira toda su 
vida litúrgica (Cfr. SC 6). 

2. Celebrar el encuentro con Dios en Cristo 


La vida de fe supone una relación del hombre con Dios,
una relación 
1
Recolectado de la página http://www.mercaba.org/Fichas/CATECUMENADO/PC-052.htm el día
26/10/2010.
de persona a persona, un encuentro personal, una
comunión del hombre 
con Dios. Contando con la iniciativa generosa,
condescendiente, 
gratuita, por parte de Dios, el hombre creyente se
pone en relación viva 
con El, que mediante esa relación se convierte para
nosotros en el Dios 
vivo. Por el pecado el hombre pierde esta relación viva
con Dios, esta 
relación de hijo a Padre, y no la puede recuperar por sí
mismo (Cfr. 
Temas 22-23), sino en el encuentro con Cristo: «Nadie
conoce bien al 
Hijo sino el Padre ni al Padre le conoce bien nadie sino
el Hijo, y aquel a 
quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 27). 
Jesús de Nazaret es destinado por el Padre a ser en su
humanidad el 
acceso único al misterio de Dios (Cfr. Temas 13-21). El
es el único 
mediador, el sacramento original del encuentro del
hombre con Dios: 
«Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador
entre Dios y los 
hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se
entregó a sí mismo como 
rescate por todos» (1 Tm 2, 5-6). Cristo es Dios de una
manera humana 
y hombre de una manera divina. Sólo El nos puede
enviar al Espíritu de 
parte del Padre (Jn 15, 26). 

3. Celebrar el encuentro con Cristo en la Iglesia 


La Iglesia es signo visible de la presencia invisible de
Jesús entre los 
hombres. Nos encontramos con Cristo en la Iglesia. Por
medio de la 
predicación de la palabra de Dios, de la celebración de
los sacramentos 
y de la caridad fraterna, Cristo actúa en la Iglesia y, en
virtud de la acción 
oculta del Espíritu, se comunica a los hombres. Por su
unión con Cristo, 
mediante el Espíritu, la Iglesia es sacramento universal
de salvación, 
sacramento de Cristo (AG 1; GS 45). La Iglesia no es
sólo un medio de 
salvación. Es la salvación misma de Cristo, es decir,
forma corporal de 
esa salvación en cuanto se manifiesta en el mundo. Es,
pues, como dice 
San Pablo, «el cuerpo de Cristo» (Cfr.Tema 43). O
como dice el Concilio 
Vaticano II, el Pueblo de Dios «constituido por Cristo
para ser una 
comunión de vida, caridad y verdad, es asumido por El
como instrumento 
de redención universal» (LG 9) 

4. Celebrar el encuentro con Cristo en los sacramentos 


En el contexto del misterio de la Iglesia como
sacramento universal de 
salvación, los sacramentos son actos personales del
mismo Cristo que 
significan y realizan la Salvación de Dios en el plano de
la visibilidad 
terrestre de la Iglesia. Tal es el núcleo auténtico de la
presencia de 
Cristo a modo de misterio. Se basa, pues, en el hecho
de que los 
sacramentos son actos personales de Cristo, como dice
Pío Xll de 
acuerdo con la tradición en su encíclica Mystici
Corporis. «Es Cristo el 
que bautiza, el que perdona, el que ofrece» [AAS 35
(1943) 218]. La 
Iglesia, bajo la acción del Espíritu, celebra esta
presencia de Cristo en 
cada uno de los sacramentos. Como dice el Concilio
Vaticano ll: «Cristo 
está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en las
acciones 
litúrgicas... Está presente con su fuerza en los
sacramentos de modo que 
cuando alguien bautiza, es Cristo mismo quien
bautiza» (SC 7). Los 
sacramentos no son cosas. Inscritos en el nivel visible
de las realidades 
sensibles y de las acciones humanas, son encuentros
reales de los 
hombres con el Señor exaltado en la gloria. Quien
celebra los 
sacramentos puede hacer suyas estas palabras:
«Cristo, te me has 
manifestado cara a cara: te encuentro en tus
sacramentos» (San 
Ambrosio, Apología del profeta David, 12, 58). El Cristo
glorioso, en el 
ejercicio de su sacerdocio eterno (Cfr. SC 7), se nos
hace accesible en 
los sacramentos y se convierte «para todos los que le
obedecen en autor 
de salvación eterna» (Hb 5, 9). 

5. Celebrar los grandes momentos de la vida de fe 


Los sacramentos son signos de vida por los que Cristo
quiere unirse a 
nosotros. Ellos constituyen los grandes momentos de la
vida de fe, que la 
comunidad creyente celebra gozosa y festivamente. La
Iglesia enumera 
siete. Siendo un mismo Espíritu el que actúa en todos
(Cfr. 1 Co 12, 11), 
la diversidad de los sacramentos corresponde a
diversas situaciones de 
la vida del creyente, que suponen, en cierto modo, un
nuevo comienzo. 
Así el Bautismo es el sacramento del nacimiento a la
fe; la Confirmación, 
el sacramento del testimonio de la fe; la Penitencia, el
sacramento de la 
reconciliación, misterio de misericordia y de
conversión; la Eucaristía, el 
sacramento del Pan de Vida y celebración de la Pascua
del Señor; la 
Unción de los Enfermos, el sacramento de la esperanza
cristiana frente al 
dolor de la enfermedad y de la muerte; el Orden, el
sacramento del 
servicio a la comunidad eclesial; el Matrimonio, el
sacramento del amor 
humano, signo de fidelidad definitiva y de paternidad
responsable. 

6. Los sacramentos, tiempos de salvación en los que


Cristo sale 
nuestro encuentro 
Los sacramentos no se refieren al hombre en general,
sino al hombre 
creyente. En ellos no se trata de celebrar
acontecimientos meramente 
naturales, como el nacimiento, la mayoría de edad, el
matrimonio o la 
muerte. Esto lo hacen las llamadas religiones
naturales. El Antiguo 
Testamento, como religión histórica, efectúa ya un giro
decisivo en la 
liturgia comparada de las religiones: celebra la acción
liberadora de Dios 
en medio de la historia. Por su parte, los sacramentos
de la Nueva 
Alianza se refieren a momentos trascendentales en la
vida del hombre 
creyente. En ellos se celebra la acción de Cristo
Resucitado en medio de 
situaciones humanas, como la búsqueda de Dios, la
crisis del sentido de 
la vida, el sentimiento de culpa, el amor, la libertad, el
dolor, la 
enfermedad, la muerte. 
Lo importante es que momentos decisivos de la vida
humana se 
convierten en tiempos de salvación, en los que Cristo,
misteriosa y 
realmente presente en medio de nosotros, sale a
nuestro encuentro en 
signos sencillos que pertenecen a nuestro mundo. Así,
los sacramentos 
son prolongación terrestre del Cuerpo del Señor. Como
dice San León 
Magno, «lo que era visible en Cristo, ha pasado a los
sacramentos de la 
Iglesia» (Sermón 74, 2). 

7. En acciones y gestos elementales de nuestro existir 


Estos encuentros del Señor con nosotros en momentos
decisivos de 
nuestra fe se expresan, significan y realizan en
acciones y gestos 
elementales de nuestra existencia: salir del agua,
comer el pan, beber el 
vino, ungir con óleo, imponer las manos, pronunciar un
sí, confesar la 
propia culpa. En la celebración comunitaria de la fe,
estas realidades del 
existir humano pasan a ser signos de la nueva creación
que ha 
inaugurado ya el Señor Resucitado. Así, bautizarse no
es tomar un baño 
ni celebrar la eucaristía es saciar el cuerpo. El
bautizado se baña ya en 
un mundo nuevo y en un mundo nuevo se alimenta la
comunidad. 

8. Signos que expresan y realizan la relación efectiva


con Dios 
El gesto litúrgico tiene un parentesco muy estrecho,
por una parte, con 
la palabra, y, por otra, con la acción. Y no es una
casualidad que estas 
dos características de lo humano se den en estrecha
conexión con 
gestos de encuentro, como los del amor. Es decir, que
el sentimiento 
tiende a hacerse realidad en el gesto para llegar a ser
sentimiento 
efectivo. La palabra que precede y sigue al gesto lo
manifiesta 
absolutamente y, sin ella, no puede éste alcanzar su
pleno poder 
expresivo ni su realización puede ser asumida
personalmente. 
De manera semejante se expresa la fe y se hace
realidad en la 
palabra y en el gesto, precisamente porque también es
un encuentro con 
otro: Dios. El gesto litúrgico y la palabra de la
celebración presentan, por 
tanto, una particularidad esencial que les es común: la
de ser signo que 
expresa y realiza la relación efectiva con Dios; el gesto
litúrgico es la fe 
en acto y, como tal, compromete toda la persona 

9. Antiguo Testamento: celebrar las maravillas de Dios 


Ya en el Antiguo Testamento la liturgia expresa y
actualiza la relación 
efectiva con Dios. La acción liberadora de Dios en el
Éxodo no es 
simplemente un acontecimiento del pasado: la liturgia
judía de la Pascua 
precisa el sentido simple actual de esta liberación. De
generación en 
generación, cada israelita debe considerarse a sí
mismo como liberado 
de Egipto: «No es solamente a nuestros antepasados a
quienes el Santo, 
Bendito sea, ha libertado; nos ha liberado a nosotros
con ellos» 
(Haggada). En la noche de Pascua, la mesa familiar y
la necesidad 
cotidiana de comer adquiere un sentido excepcional y
evoca 
concretamente todo el significado histórico de Israel.
Esa mesa, singular 
como ninguna de las mesas, celebra gozosamente la
forma concreta y 
verdadera según la cual Dios está inscrito para Israel
en el corazón de la 
historia. Dios alimenta la fe de su pueblo con el
memorial de las 
maravillas pasadas (Sal 1 10, 4) y el don de los signos
presentes. En la 
cena judía de la Pascua. cada uno relata su historia y,
todos juntos, 
celebran la historia común de Israel. 

10. Nuevo Testamento: celebrar la resurrección de


Jesús. 
«Con El también habéis resucitado» 
También en el Nuevo Testamento la liturgia prolonga,
actualiza y 
celebra las maravillas de Dios en la historia de la
salvación. La acción 
liberadora de Dios alcanza su cumbre resucitando a
Cristo: la comunidad 
cristiana celebra la actualidad siempre nueva de este
acontecimiento, la 
mayor de las maravillas de Dios. De generación en
generación, cada 
creyente debe considerarse a sí mismo como liberado
de la muerte: 
«sepultados con él en el bautismo, con él también
habéis resucitado por 
la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los
muertos» 
(/Col/02/12). Así lo cantamos los cristianos en la noche
de Pascua: «Esta 
es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende 
victorioso del abismo. ¿De qué nos serviría haber
nacido si no 
hubiéramos sido rescatados?» En esa noche que brilla
a sus ojos como 
el día, la Iglesia celebra gozosamente la forma
concreta y verdadera 
según la cual Cristo Resucitado está inscrito para la
humanidad en el 
corazón de la historia. 

11. Dimensión bíblica de los signos sacramentales 


La comprensión del simbolismo sacramental no puede
desligarse del 
contexto bíblico del que dependen estos signos. Es
verdad que entre los 
ritos de la Antigua Alianza y los sacramentos cristianos
existe una 
discontinuidad. Sin embargo, los nuevos ritos tenían
para la generación 
apostólica una significación muy rica por su conexión
con la historia de 
Israel y sus decisivas experiencias. A la luz de esos
ritos se esclarecía el 
sentido último de las imágenes y símbolos de las
páginas bíblicas, bajo 
los que se expresaban las maravillosas iniciativas de
Dios liberador de su 
pueblo. «No quiero que ignoréis, hermanos -dice
Pablo-, que nuestros 
padres estuvieron todos bajo la nube y todos
atravesaron el mar y todos 
fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y
todos comieron el 
mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma
bebida espiritual, 
pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la
roca era Cristo. 
Todo esto les sucedía como un ejemplo: y fue escrito
para escarmiento 
nuestro, a quienes nos ha tocado vivir en la última de
las edades» (1 Co 
10, 1-4.11). La pedagogía de los sacramentos no
puede olvidar 
resonancias que las catequesis patrísticas, inspirándose
en los escritos 
apostólicos, desarrollaron con una admirable intuición. 

12. La Eucaristía, fuente y clima de la vida de la


Iglesia 
EU/CENTRO:La Eucaristía es el punto culminante hacia
el cual tiende 
todo el culto de la Iglesia: «aparece como fuente y
cima de toda 
evangelización» (P0 5, 2). En la Eucaristía, Cristo,
muerto y resucitado, 
se une a su Iglesia y la une a El; en la Eucaristía la
«edifica» 
verdaderamente como cuerpo suyo (1 Co 10, 17). Por
eso también todos 
los demás sacramentos tienen como centro al
resucitado, Señor de la 
Iglesia; por eso el día de la resurrección es el día del
culto de su pueblo 
(Hch 20, 7; 1 Co 16, 2; Ap 1, 10); por eso la
predicación no busca más 
que despertar y fortalecer la fe en ese Señor muerto y
resucitado (Hch 
10, 40ss); por eso la lectura de la Escritura ha de dar
testimonio de El 
(Cfr. Jn 5, 39); por eso la profesión de fe es confesión
de su señorío 
actual (Jn 20, 28; 2 Co 13, 5), por eso la confesión de
los pecados revela 
el ministerio de la reconciliación, obra suya (2 Co 5,
18); por eso la 
oración es ante todo una súplica para que venga (Ap
22, 17.20), que 
venga gloriosamente al fin de los tiempos, pero que
anticipe ya esa 
venida con su presencia en la Iglesia congregada. 

13. Los signos sacramentales y la liturgia 


La Iglesia ha situado la celebración de los signos
sacramentales 
dentro de una ambientación ritual que los prepara y
prolonga. Entre los 
ritos propiamente esenciales y los restantes existe una
continuidad que 
conviene subrayar. El ambiente ritual de la celebración
no constituye un 
conjunto de meras ceremonias honoríficas que rodean
al sacramento. 
Por el contrario, precisa el signo sacramental, lo
despliega y hace 
resonante su significación. 
Esos ritos están puestos al servicio del signo
sacramental: imitando la 
economía sagrada del mismo signo, lo explican y
explotan sus riquezas. 
Son gestos y oraciones que han buscado su inspiración
en la Biblia y 
que se esclarecen a través de los escritos sagrados. Por
medio de ellos, 
el sacramento se extiende dilatando su propio poder
evocador. En esta 
perspectiva ritual se provoca y estimula el clima
intenso de fe en el que 
se han de celebrar los sacramentos. 

14. El sacramento, signo eficaz de la gracia 


El sacramento es un signo eficaz de la gracia, un signo
que 
efectivamente opera la gracia que significa. El Concilio
de Trento definió 
que los sacramentos, supuestas las disposiciones
requeridas en el sujeto 
que los recibe, significan y realizan la gracia ex opere
operato (Cfr. DS 
1606-1608). Esta expresión técnica significa, por una
parte, que la gracia 
sacramental no depende de la santidad del ministro y
que la fe del sujeto 
no se apodera de la gracia, como de cosa propia: Cristo
queda 
soberanamente libre e independiente frente a todo
mérito humano. 
Por otra parte, ex opere operato quiere decir que nos
hallamos en 
presencia de un acto del mismo Cristo. Ex opere
operato y eficacia a 
partir del misterio de Cristo significan la misma cosa.
Cristo Resucitado, 
en medio de la comunidad eclesial, comunica
infaliblemente la gracia. 

15. Gracia y carácter SOS/CARACTER:


El encuentro con Cristo en los sacramentos es un
encuentro con Dios 
y la gracia es precisamente esa comunión personal con
Dios. La gracia 
santificadora implica una relación vital con el Padre, el
Hijo y el Espíritu 
Santo. 
Siendo un mismo Espíritu (Cfr. 1 Co 12, 11 ) el que
actúa en los siete 
sacramentos, es la misma gracia de santificación la que
los siete otorgan 
pero, a través de cada uno de ellos, el don de Dios se
ordena 
específicamente a las necesidades particulares y a las
concretas 
misiones del cristiano. La gracia sacramental es la
gracia del Espíritu 
Santo que se nos da en función de una situación vital
determinada, 
cristiana y eclesial. 
Tres sacramentos -Bautismo, Confirmación y Orden- no
pueden 
recibirse más que una vez. Estos tres sacramentos
sellan con una marca 
definitiva a quienes participan en ellos. El lenguaje
eclesiástico designa 
esta marca con el nombre de carácter. La palabra
evoca el oficio del 
grabador que, por medio de un buril, fija una imagen o
inscripción sobre 
el metal. El carácter se relaciona con la imagen, con la
semejanza. 
También se relaciona con el sello que es la impronta
marcada por el 
anillo en la cera caliente para testimoniar un contrato
irreversible. 

16. La respuesta creyente a los sacramentos 


Cristo, en los sacramentos, sale al encuentro de
hombres 
determinados y concretos: el sacramento es la señal de
esa 
aproximación iniciada por Cristo, la manifestación
sensible de su voluntad 
gratuita de encuentro. Ningún mérito del hombre
puede exigir la gracia 
sacramental: el don de Dios es absolutamente gratuito.
Sin embargo, la 
libertad humana puede abrirse generosamente para
acoger la salvación 
que se le ofrece o cerrarse a ella o entorpecer el influjo
santificador que 
los sacramentos están llamados a realizar. 
Es necesario comprender en profundidad cómo se
conjugan estas dos 
realidades: de una parte, los actos de Cristo en las
celebraciones 
sacramentales son plenamente libres frente a las
exigencias de los 
hombres; de otra parte, el hombre adulto ha de querer
participar en el 
sacramento y cooperar con el don de la fe y llevar a
cabo una conversión 
a fin de que el amor del Señor que le sale al encuentro
le invada y no se 
quede reducida al inicio de un gesto salvador: la
sangre derramada de 
Cristo puede llegar a resultar estéril si alguien se niega
a acogerla. La 
teología clásica habla de sacramentos nulos o inválidos
y de 
sacramentos infructuosos. Esto quiere decir que, no
obstante, la 
gratuidad del don divino, y a pesar de que, en los
signos sacramentales, 
Cristo ofrece su salvación por haberlo decidido
libremente, los creyentes 
han de disponerse a celebrar los sacramentos
actualizando 
personalmente su fe y su libertad. Este es el sentido
del catecumenado y 
las preparaciones penitenciales.

17. Cristo confió los sacramentos a la Iglesia 


El hecho de que las acciones sacramentales puedan
identificarse con 
actos personales del mismo Cristo supone que los
sacramentos tienen su 
origen en Cristo: de no ser así, aquella identificación
sería vana y 
presuntuosa. La Iglesia custodia fielmente los signos
sacramentales que 
le transmitieron los Apóstoles: ella es la depositaria
única de esta 
herencia del Señor y sólo en su comunión pueden ser
auténticamente 
celebrados. A ella corresponde también determinar los
signos concretos 
de algunos sacramentos, es decir, gestos y palabras
que han sido 
dejados por Cristo a su iniciativa. Así, por ejemplo, la
Iglesia precisó el 
signo del sacramento del Orden (Cfr. Const. Apost.
«Sacramentum 
Ordinis» de Pío Xll, DS 3857-3861 ) y, recientemente,
Pablo Vl determinó 
elementos esenciales de la Confirmación y de la Unción
de los enfermos. 

Estas decisiones de la Iglesia no suponen arbitrariedad


alguna en los 
signos sacramentales, ya que éstos, más allá de las
posibles variaciones, 
expresan siempre la realidad oculta que Cristo intentó
al instituirlos. Con 
mayor razón, la ambientación ritual en que ha de
realizarse la 
celebración de los sacramentos no está rígidamente
fijada. Se ha 
desarrollado a lo largo de los tiempos y, quedando a
salvo siempre el 
signo sacramental esencial (la sustancia de los
sacramentos), puede 
seguir modificándose. 
El Concilio de Trento declaró expresamente «que la
Iglesia ha tenido 
perpetuamente la potestad de establecer o cambiar en
la administración 
de los sacramentos, dejando a salvo su sustancia,
aquello que, según la 
variedad de circunstancias, tiempos y lugares, juzgase
que era más 
conveniente a la utilidad de los que los reciben o a la
veneración de los 
mismos sacramentos» (DS 1728). La Iglesia conserva
los sacramentos 
como un tesoro recibido y, al mismo tiempo, realiza su
transmisión a 
impulsos del dinamismo propio de su condición de
organismo vivo: 
entrega los sacramentos a las sucesivas generaciones
en el seno de su 
tradición, nunca envejecida y decrépita, sino, por el
contrario, siempre 
actual y fecunda. 
La Iglesia Madre es fiel a su Esposo único y es fiel a sus
hijos. Estos, 
en cada época, cultura o situación, han de aproximarse
al lenguaje de 
los signos salvíficos como hombres lúcidos y
conscientes que puedan ser 
realmente interpelados por su fuerza comunicativa. De
ahí, la lealtad 
flexible de la Iglesia en la celebración histórica de los
sacramentos de la 
fe. 

18. «Servidores de Cristo y administradores de los


misterios de Dios» 

MINISTRO/SOS:La Iglesia celebra los sacramentos a 


través de ministros, servidores de Cristo (Cfr. 1 Co 4,
1), que, como 
embajadores del Señor (Cfr. 2 Co 5, 20), son signos
por medio de los 
cuales el mismo Cristo actualiza su salvación. La Iglesia
es la 
dispensadora única de los misterios sacramentales
porque, en los 
Apóstoles, recibió el mandato y la misión de Cristo para
celebrarlos a lo 
largo de la historia. Esta misión afecta directamente a
los sucesores de 
los Apóstoles, al Sucesor de Pedro y el Colegio
Episcopal. Los restantes 
ministros actúan como cooperadores suyos y en íntima
comunión con 
ellos: «los obispos gozan de la plenitud del sacramento
del orden y de 
ellos dependen en el ejercicio de su potestad los
presbíteros... y los 
diáconos. Los obispos son, así, los principales
dispensadores de los 
misterios de Dios, así como los moderadores,
promotores y custodios de 
toda la vida litúrgica en la Iglesia que se les ha
confiado» (CD 15). 

19. El ministro no actúa en nombre propio, sino en


nombre de Cristo y 
de la Iglesia 
Los ministros de los sacramentos no son autómatas,
sino hombres 
que, consciente y voluntariamente, se hacen
disponibles para la acción 
santificadora de Cristo intentando con seriedad
responsable cumplir su 
voluntad de salvación. La intención que vincula al
ministro con la Iglesia 
en la que Cristo se hace presente sacramentalmente no
queda suprimida 
por la eventual conducta pecadora del mismo, porque
«no purifica 
Dámaso, ni Pedro, ni Ambrosio, ni Gregorio. Nosotros
somos los 
ministros, pero los sacramentos son tuyos. Comunicar
los dones divinos 
no procede de las fuerzas humanas, sino de ti, Señor»
(San Ambrosio, 
Sobre el Espíritu Santo, 1, prol.). Ni siquiera
desaparece la fuerza de esa 
intención por el hecho de que el ministro esté separado
de la comunión 
visible de la única Iglesia de Cristo, pues no puede
buscarse 
sinceramente a Cristo sin que, al mismo tiempo, se
encuentre de algún 
modo a su Esposa. 
Las acciones del ministro, con todo lo que suponen de
libertad y libre 
decisión, no dependen de la propia santidad ni del
talante religioso y 
humano del servidor de Cristo: no se puede esperar la
salvación de un 
hombre. El ministro no actúa en nombre propio, sino
en nombre de Cristo 
y de la Iglesia: esta misteriosa condición se aprecia de
manera singular 
en las celebraciones sacramentales en las que se
muestra 
admirablemente que todos los ministros, en su
conjunto, constituyen un 
signo único del único sacerdote: Cristo Jesús. La
intención de realizar lo 
que quiere la Iglesia es algo imprescindible en quien,
por definición, 
permanece al servicio de la misión de Cristo y de la
Iglesia. 
........................................................................

TEMA 52 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR LOS SACRAMENTOS COMO LOS GRANDES
MOMENTOS DE LA VIDA DE FE, EN LOS QUE EL
HOMBRE SE ENCUENTRA CON CRISTO 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Presentación del objetivo y plan de la reunión.
* Lluvia de ideas: ¿qué son para nosotros los
sacramentos? 
* Presentación del tema 52 en sus puntos clave. 
* Diálogo: aspectos descubiertos, experiencias. 
* Oración comunitaria: Sal 111, canción apropiada . 
PISTA PARA LA REUNIÓN 
PUNTOS CLAVE 
* Celebrar la vida de fe. 
* Celebrar el encuentro con Dios en Cristo. 
* Celebrar el encuentro con Cristo en la Iglesia. 
* Celebrar el encuentro con Cristo en los sacramentos. 
* Los grandes momentos de la vida de fe. 
* Cristo sale a nuestro encuentro. 
* En signos que expresan y realizan la relación con
Dios. 
* Para evaluación y discernimiento, ver PC-I,7 (V).

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