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Los Artículos del Doctor Hernán Silván

Los Problemas de la Rodilla (I)


Introducción
El hecho de correr implica un violento y repentino impacto que se descarga sobre la rodilla en la
fase de apoyo, con importante repercusión sobre el muslo y su inserción tendinosa. Un corredor
que haga una media de diez kilómetros, descarga el peso corporal ¡5.000 veces al día! sobre
cada una de sus extremidades inferiores. Por ello, no debe extrañarnos que la frecuencia con que
el corredor de fondo padece molestias en las rodillas esté, según los diversos autores, en torno al
40% de toda su patología.que forman parte de la zona cervical se utilizan en casi todas las
actividades físicas.

La rodilla
La compleja articulación de la rodilla está formada por tres huesos: el del muslo o fémur, el de la
pierna o tibia y la rótula, que queda delante y en los movimientos de flexión contacta con el fémur
por medio de unas superficies preparadas para ello, que tiene en su cara trasera, consiguiendo
así aumentar el brazo de palanca del aparato extensor de la rodilla. El gran protagonista de dicho
mecanismo es el músculo cuádriceps del muslo, y utiliza la rótula a modo de polea entre su masa
y el corto, pero fuerte, tendón que manda a la tibia. Unos cojinetes de cartílago, unidos a esta
última por finos ligamentos, la separan del fémur. Son los famosos meniscos, cuya misión es
amortiguar y permitir el giro entre ambos huesos. Una banda ligamentosa protege fuertemente el
lado interno de la rodilla, es el ligamento medial o interno. Otra más débil hace lo propio en la
parte externa desde el fémur al peroné (el otro hueso de la pierna) y se llama ligamento lateral o
externo. También externa es la potente banda que recorre cadera y rodilla para insertarse en la
tibia superior. Se llama tracto iliotibial y sobresale como una larga y fuerte cinta cuando se
endereza enérgicamente la rodilla.
Para que la articulación de la rodilla quede unida en su interior, existen dos ligamentos que, al
cruzarse, se llaman ligamentos cruzados. Es precisa una gran fuerza para dañarlos, por ello son
indispensables para la buena estabilidad de toda rodilla.
Con todo lo anterior, la rodilla consigue sus dos objetivos básicos: amplia libertad de movimientos
con total estabilidad. Esto es justamente lo que falta cuando resulta dañada.

Los síntomas
Tres son los síntomas que capitalizan las lesiones de rodilla: inestabilidad, hinchazón articular y
dolor.
La inestabilidad suele manifestarse en edad adolescente, cuando se inicia una actividad
deportiva más intensa o tras un período de inactividad al intentar entrenar fuerte de repente.
Aunque siempre hay asociada sobrecarga funcional, la rodilla inestable tiene su origen en
diversas alteraciones anatómicas, como puede ser el poco desarrollo del cuádriceps (más
concretamente del vasto medio, una parte de él), inserción alta del tendón rotuliano, o rótula más
pequeña.
Cuando el atleta cambia repentinamente de dirección apoya, y la rodilla flexionada contrae con
fuerza el muslo, entonces siente flojedad, inseguridad, crujidos (como «ruido de huesecitos»), e
incluso bloqueo de la articulación. Como suelen ser episodios repetidos la rodilla termina
hinchándose y puede llegar a dislocarse, aunque esto es más raro.
La inchazón se trata con hielo una o dos veces al día, con rodillera o con vendaje funcional que
deje la rótula libre y con posturas de rodilla estirada pocos segundos pero repetidos a lo largo del
día. Más adelante, sin dolor ni hinchazón se trabajará fuerte el muslo para fortalecer el vasto
medio o el recto anterior si procede. Igualmente añadiríamos ejercicios propioceptivos de «pata
coja» y platos inestables, para más tarde trabajar descalzos en arena con ejercicios de apoyo en
semiflexión de rodilla.
La hinchazón articular indica siempre la existencia de inflamación por agresión del interior.
Debido al complejo revestimiento de líquido sinovial puede llegar a alcanzar proporciones
alarmantes. Pero otras veces consiste en un único bulto inflamatorio a uno o ambos lados.
También puede alcanzar con exclusividad la parte de atrás de la articulación.
Se produce por irritación o daño de la membrana sinovial y se manifiesta en el momento de la
lesión o pocas horas después. Normalmente es consecuencia de caídas, torceduras o golpes,
pero si surge sin razón aparente se precisa un estudio médico más detallado, comenzando con
analíticas y radiografías.
¿Qué hacer ante una rodilla inflamada? En primer lugar, aplicar hielo intentando abarcar toda
la articulación. Luego, aplicar un vendaje funcional con esparadrapo fijo y elástico o con doble
rodillera. Debe extenderse diez centímetros por arriba y diez por debajo de la hinchazón.
También es conveniente descargar la pierna afectada, usando muletas varios días y evitando
doblar la rodilla mucho (podremos moverla sólo dentro de los límites que el dolor nos permita).
Si la inflamación es todavía considerable, se debe pensar en evacuar el líquido mediante punción
estéril, sobre todo si se sospechara la presencia de derrame de sangre. No es necesaria la
inmovilización con escayola, a menos que el caso sea muy severo y no remita. Lo importante es
mantener la aplicación de hielo tres o cuatro veces al día como rutina, especialmente si se han
comenzado ejercicios de rehabilitación y fortalecimiento. Estos deben realizarse cuanto antes nos
permita el dolor y consistirán en contracciones estáticas de enderezamiento de rodilla
(isométricos): sentados y con la pierna estirada al frente, apretamos la rodilla hacia abajo para
estirarla con fuerza mantenida seis u ocho segundos, repitiendo tres o cuatro veces a lo largo del
día. Con ello evitaremos la pérdida de tono del músculo que comienza pocas horas después de la
lesión.

El dolor de rodilla
La molestia más frecuente que sufren los corredores en sus rodillas es el dolor. Aunque los casos
que normalmente se ven en la clínica varían según se localice: en la parte trasera, lado interno,
lado externo, interior o parte delantera de la rodilla, lo cierto es que el dolor rotuliano es muy
similar. En todos ellos se acompaña de ciertos crujidos y fallos de sujeción en la articulación.
Localizado alrededor de la rótula, en su mayoría a lo largo del borde rotuliano interno o externo,
se irradia verticalmente y su intensidad es generalmente moderada. Pero a veces el dolor es más
fuerte e impide cualquier entrenamiento, e incluso provoca cojera. El dolor se desencadena con la
práctica y calma con el reposo. Aparece al descender escaleras o pendientes, o cuando tras estar
largo rato sentados nos levantamos («signo de la butaca»). Resulta doloroso agacharse o
arrodillarse y puede ser intermitente, afectando a una o a las dos rodillas. Si la pierna se
mantiene mucho tiempo en la misma posición acaba sintiéndose rigidez. Si nos permite entrenar,
aparece poco tiempo después del comienzo, aumentando progresivamente hasta el extremo de
necesitar pararnos.
¿Qué precipita o hace que aparezca el dolor? Varias son las causas que se piensa llevan al
dolor de rodilla en el corredor: el comienzo no gradual de los entrenamientos, el abuso de los
entrenamientos fraccionados (series, fartlek...), los errores de técnica o estilo, correr por suelos
inapropiados, o algún defecto estático (que requerirá corrección ortopédica apropiada) o dinámico
(el estudio biomecánico lo evidencia).
Junto a ellas hay dos situaciones que en buena lógica deben añadirse: la sobrecarga funcional de
la rodilla (cuando tenemos las piernas cargadas no debemos realizar repentinos cambios de
dirección, ni ejercicios violentos de flexión) y los traumatismos (un simple golpe con una mesa
nos acarreará molestias durante varios días, si en este tiempo ejercitamos con fuerza nuestra
rodilla surgirá un problema más serio). Como situaciones más raras, pero posibles, tenemos la
enfermedad llamada artritis inflamatoria poliarticular o múltiple (afecta a varias articulaciones y no
sólo a la rodilla), un dolor reflejo desde la cadera o la espalda, y las afecciones propias del fémur.
El próxima semana estudiaremos qué nos indican las distintas localizaciones del dolor de rodilla y
las posibles soluciones de urgencia, así como su tratamiento médico por recuperación funcional.

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