1 Marx, K. y Engels, F., Collected Works, Nueva York, International Publishers, 1975,
t. 1, p. 225. [Marx, C., En defensa de la libertad. Los artículos de la Gaceta Renana. 1842-1843,
Fernando Torres Editor, Valencia, 1983, traducción de Juan Luís Vermal].
2 Marx, K., “Prólogo”, Contribución a la crítica de la economía política, Madrid, Siglo XXI,
p. 4.
3 McLellan, David, Karl Marx, Nueva York, Harper & Row, 1973, p. 56; Mehring, F.,
ob. cit., p. 41.
106 JOHN BELLAMY FOSTER
muerta (la madera de los árboles muertos o que simplemente se hallaba caí-
da en el bosque), lo que hasta ahora había permitido a la gente calentar sus
hogares y cocinar sus alimentos. Los terratenientes, sin embargo, cada vez
ponían más obstáculos al pueblo privándolo de este derecho y de todo aque-
llo que tuviese que ver con el bosque. El robo de madera, así como la caza
y la pesca furtiva y el allanamiento de terrenos, se trataron con la máxima
severidad.
Marx abordó este tema haciendo un análisis perspicaz de los debates que
se estaban celebrando sobre el robo de madera en la Dieta Renana (asam-
blea provincial de Renania). Principalmente se discutía si los grandes terra-
tenientes merecían tener la misma protección de los bosques de la que ya
disfrutaban los pequeños terratenientes. Estos últimos, en virtud de que sus
terrenos eran pequeños y además residían en los mismos, tenían posibilidad
de proteger sus bosques contra los infractores, los cazadores furtivos, la poda
o la tala de árboles vivos y la recogida de madera seca. Por el contrario, los
grandes terratenientes dependían de los guardabosques para proteger sus
tierras, lo que solo podría realizarse si las infracciones que los pobres come-
tían llegaban a considerarse acto punible. En estos debates parlamentarios,
en ningún momento se tuvieron en cuenta los derechos de los pobres, tarea
que Marx emprendió en el mencionado artículo.4
Marx observó que, ahora, la recogida de leña muerta en los bosques se
calificaba de robo y que, por lo tanto, se juzgaría con la misma severidad
con que se juzgaba el robo o la tala de madera viva. De esta manera, los pro-
pietarios de bosques se las arreglaban para convertir en un “valor” (fuente
de riqueza privada) lo que hasta entonces no se vendía ni había tenido nin-
gún valor de mercado. Incluso recoger arándanos en el bosque se trataba
ahora como robo, a pesar de que hasta entonces se había considerado una
actividad tradicional efectuada por los hijos de los pobres. Todas las rela-
ciones consuetudinarias que habían tenido los pobres con la tierra (incluida
la que ahora se calificaba como “intrusión”) fueron prohibidas y considera-
das transgresiones contra el monopolio que los terratenientes tenían sobre
sus tierras. Los “ladrones de madera”, cuya única falta había sido la de ejer-
cer los derechos consuetudinarios de los pobres con el propósito de mante-
ner a sus familias, ahora, bajo estas normas bárbaras, se entregaban a los
propietarios de los bosques y se obligaba a los primeros a realizar trabajos
forzados para ellos, aportándoles así los consiguientes beneficios. Marx in-
sistió incesantemente en el papel contradictorio que tenían los vigilantes de
estos bosques privados, que, aunque ostensiblemente desempeñaban la fun-
ción de guardianes de los bosques, es decir, de guardabosques, sin embargo
su labor se reducía a la de simples “tasadores”, cuyas tasaciones, realizadas
4 Véase Hook, Sidney, Towards the Understanding of Karl Marx, Nueva York, John Day,
1933, pp. 259-61.
LA VERDADERA CUESTIÓN TERRENAL 107
bajo juramento, muy bien podrían haberse dejado a los propios terratenien-
tes, puesto que eran sus intereses los que se servían. Marx planteaba que el
Estado, al establecer esta ley irracional, convertía al ciudadano ordinario en
delincuente, en “enemigo de los bosques”, por el simple hecho de ejercer sus
derechos consuetudinarios (que eran en realidad “anticipaciones” de la ley
racional). Por lo tanto se privaba a los pobres de tener cualquier relación con
la naturaleza —ni siquiera para atender a su propia supervivencia— que no
estuviera mediada por las instituciones de la propiedad privada. Desde este
momento, y a lo largo de toda su vida, Marx se opondría a que se parcelasen
porciones del planeta en favor de los poseedores de propiedades privadas.5
Marx, sin embargo, llegó finalmente a la conclusión de que todos sus ar-
gumentos sobre la ley racional y sobre los derechos consuetudinarios no
habían conseguido destapar las razones de este inexorable proceso de expro-
piación a favor de los propietarios de los bosques. Las respuestas más bien se
encontraban en la economía política, cuyo estudio emprendió con fervor ini-
gualable cuando, en marzo de 1843, debido a la creciente represión por par-
te del gobierno, y a la falta de apoyo de los accionistas de la Rheinische Zeitung,
decidió que no le quedaba otra alternativa que dimitir del puesto de redactor
jefe, que llevaba desempeñando cinco tempestuosos meses.
Feuerbach
9 Feuerbach, Ludwig, The Fiery Brook, Garden City, N.Y., Doubleday, 1972, pp. 164-165.
10 Ibídem, pp. 168, 185.
11 Ibídem, pp. 161, 171.
110 JOHN BELLAMY FOSTER
12 Feuerbach, Ludwig, The Essence of Christianity, Boston, Houghton Mifflin, 1881, p. 270.
13 Marx, K. (1842), “Lutero, árbitro entre Strauss y Feuerbach”, en Escritos de Juventud,
México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 148.
LA VERDADERA CUESTIÓN TERRENAL 111
Toda ciencia —dice— debe basarse en la naturaleza. Una doctrina sigue sien-
do hipótesis mientras no se halle su base natural. Esto se cumple particu-
larmente en la doctrina de la libertad. Solamente la nueva filosofía logrará
naturalizar la libertad, que hasta ahora había sido una anti-hipótesis, una hipó-
tesis sobrenatural.
14 Feuerbach, L., Fiery Brook, ob. cit., pp. 172, 198.
15 de Montaigne, Michel, An Apology for Raymond Sebond, Harmondsworth, Penguin
Books, 1993, pp. 170-75.
16 Feuerbach, L., Fiery Brook, ob. cit., pp. 243-45.
112 JOHN BELLAMY FOSTER
Así pues, a partir del momento en que Marx escribió los Manuscritos econó-
micos y filosóficos, y durante el resto de su vida, siempre trató a la naturaleza, en
la medida en que la naturaleza entraba directamente en la historia humana a
través de la producción, como una extensión del cuerpo humano (es decir, “el
cuerpo inorgánico” de la humanidad). La relación humana con la naturale-
za, según esta concepción, estaba mediatizada no solo a través de la produc-
ción, sino también, y más directamente, por medio de las herramientas —ellas
mismas un producto de la transformación humana de la naturaleza mediante
la producción— que han permitido a la humanidad transformar la naturaleza
de modo universal. Para Marx, la relación era claramente de índole orgánica,
aunque trascendía físicamente, y a la vez prolongaba prácticamente, los verda-
deros órganos corporales de los seres humanos; de ahí la referencia que hace
a la naturaleza en cuanto “cuerpo inorgánico del hombre”.
Los seres humanos, siguiendo esta concepción, producen en gran medi-
da su propia relación histórica con la naturaleza al producir sus medios de
subsistencia. La naturaleza, por lo tanto, adquiere un sentido práctico para
la humanidad, en gran parte como resultado de su actividad vital, la produc-
ción de los medios de subsistencia. “El hombre —escribe Marx—, reprodu-
ce el todo de la naturaleza”. Pero la actividad práctica a través de la cual los
seres humanos realizan esto no es meramente la producción en un sentido
económico limitado, “puesto que el hombre también produce siguiendo las
leyes de la belleza”.
De lo que se deduce que la alienación es, al mismo tiempo, el extraña-
miento de la humanidad respecto a su propia actividad laboral y a su pa-
pel activo en el proceso de transformación de la naturaleza. Esa alienación,
según Marx, “[E]najena al hombre su propio cuerpo, lo mismo que la na-
turaleza fuera de él, como su ser espiritual, su ser humano”. Por otra parte,
se trata siempre de un extrañamiento social: “[T]oda autoenajenación del
18 Marx, C. y Engels, F., Escritos económicos varios, México, Grijalbo, p. 67.
114 JOHN BELLAMY FOSTER
Hasta la necesidad de respirar el aire libre deja de ser una necesidad para el obre-
ro, pues el hombre retorna a su caverna, simplemente apestada por el aliento me-
fítico de la civilización y en la que mora solamente de un modo precario, como
un poder extraño, de la que puede verse arrojado un día u otro, si no paga.
Tiene que pagar por vivir en este sepulcro. Para el obrero no existe aquella mo-
rada luminosa que Prometeo, en el drama de Esquilo, considera como uno de los
más grandes dones, gracias al cual se convierte el salvaje en hombre. La luz,
el aire, etc., la más simple limpieza animal, dejan de ser una necesidad para el
hombre. La suciedad, este empantanamiento y esta putrefacción del hombre,
el vertedero (palabra que debe tomarse al pie de la letra) de la civilización, se con-
vierte para el en elemento de vida. El desamparo completamente antinatural, la na-
turaleza pútrida, se convierten en elemento de vida para el hombre.26
Por lo tanto, la alienación de los obreros en las grandes ciudades había llega-
do a un punto en el que la luz, el aire, la limpieza no llegaban ya a formar parte de
la existencia del hombre; por el contrario, la oscuridad, el aire contaminado y las
aguas residuales no tratadas constituían su ambiente material. La alienación de la
humanidad y de la naturaleza tenían como resultado no solo la renuncia al traba-
jo creativo, sino también la renuncia a los elementos esenciales de la vida misma.
Si el materialismo naturalista de Feuerbach ayudó a avivar en Marx los
temas de la alienación y de la naturaleza, este punto de vista, por contraste,
no hacía más que poner de relieve la debilidad del sistema de Hegel, según el
cual la naturaleza, considerada aparte del espíritu, degenera en el “más cra-
so materialismo”. “El propósito de la naturaleza —había dicho Hegel en su
Filosofía de la Naturaleza— es extinguirse, y abrirse paso a través de la corteza
de su ser inmediato y sensible, para autoconsumirse como el ave Fénix, a fin
de emerger externamente rejuvenecida como espíritu”. Por esta razón, en el
sistema de Hegel, según Marx, la naturaleza (y más específicamente la mate-
ria) “es despojada de su realidad en favor de la voluntad humana” o espíri-
tu, que es lo único que le da significado.27 Al mismo tiempo, Hegel veía a los
seres humanos como seres espirituales no objetivos.
25 Marx, C. y Engels, F., Escritos económicos varios, ob. cit., p. 45.
26 Marx, C. y Engels, F., Escritos económicos varios, ob. cit., p. 92.
27 Marx, K., Early Writings, ob. cit, p. 174. [Marx, K., Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel,
Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2010.]; Hegel, G. W. F., Philosophy of Nature, Nueva York,
Humanities Press, 1970, t. 1, p. 212. Hegel añadía: “El propósito de estas conferencias (so-
bre la filosofía de la naturaleza) es el de expresar una imagen de la naturaleza, a fin de some-
ter a este Proteo, encontrar en esta externalidad únicamente un espejo de nosotros mismos,
para ver en la naturaleza un reflejo libre del espíritu: para comprender a Dios”. Ibídem, p. 213.
LA VERDADERA CUESTIÓN TERRENAL 117
28 Hegel, G. W. F., Philosophy of Nature, ob. cit., t. 1, p. 212. Traducción de Stephen
Houlgate, ed., The Hegel Reader, Oxford, Blackwell, 1998, p. 26.
118 JOHN BELLAMY FOSTER
Que el hombre es un ser corpóreo, dotado de una fuerza natural, vivo, real,
sensible, objetivo, significa que tiene por objeto de su ser, de sus manifesta-
ciones de vida, objetos reales, sensibles, o que solo sobre objetos reales, sensibles,
puede exteriorizar su vida […] El hambre es una necesidad natural; necesita, por
lo tanto, de una naturaleza fuera de sí, de un objeto fuera de sí, para poder satis-
facerse, para poder aplacarse. […] Un ser que no tiene su naturaleza fuera de
sí, no es ser natural, no participa de la esencia de la naturaleza.30
Sin embargo, se debe distinguir a los seres humanos de otras especies vi-
vientes en cuanto a que estos objetos de sus instintos, es decir, las necesida-
des humanas, se transforman en el proceso de su realización de una forma
característicamente humana en la historia, que constituye “la verdadera his-
toria natural” de la humanidad. En efecto, “solo el naturalismo –afirmaba
parte, desde su perspectiva, no era posible pretender por más tiempo que se
trascendía la división entre lo objetivo y lo no objetivo, tema que únicamen-
te surgía cuando la relación con el mundo se planteaba de manera teórica,
en vez de hacerse en relación con el mundo sensible y en términos de pra-
xis. Los propios seres humanos eran objetivamente limitados, sufrientes, en
la medida en que hallaban sus objetos fuera de sí mismos y eran finitos. La
naturaleza no podía por lo tanto considerarse de manera antropocéntrica (o
espiritual) “como el ser de la mente”. Sin embargo, los seres humanos no es-
taban circunscriptos únicamente por la naturaleza. Tal como había señalado
Epicuro, eran capaces de cambiar su relación con ella a través de sus inven-
tos. Marx insistía en que la solución de la alienación de los seres humanos
respecto a la naturaleza había de descubrirse únicamente en el reino de la
práctica, en la historia humana. La autoalienación de los seres humanos, tan-
to respecto al ser humano en cuanto especie, como respecto a la naturaleza,
que constituía una parte considerable de la historia humana, también encon-
traba su necesaria solución en esa misma historia humana mediante la lucha
por trascender esta autoalienación humana.
36 Ídem.
37 Ibídem, pp. 84-89.
122 JOHN BELLAMY FOSTER
hay lugar para la moralidad [...] y la virtud es, en el mejor de los casos, un
monopolio de los propietarios de las fábricas, los capitalistas.38
Puesto que Feuerbach nunca llegó a conocer los Manuscritos económicos y fi-
losóficos de Marx, desconocía, al escribir esto, hasta qué punto Marx ya había
desarrollado su crítica de la “contaminación universal” de las grandes ciuda-
des en la década de 1840, como derivación de su temprano encuentro con el
materialismo naturalista de Feuerbach.
Aunque Marx, en sus obras posteriores, acabaría por rechazar los aspec-
tos ahistóricos y contemplativos de la filosofía de Feuerbach, el materialis-
mo naturalista de este último siguió resonando en el materialismo histórico
de sus obras maduras. Además, tanto en Feuerbach como en Epicuro encon-
tró Marx una crítica a la religión que se convertiría en parte integral del de-
sarrollo de su propia visión materialista del mundo.