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Mario Bellatín

BOLA NEGRA

El entomólogo Endo Hiroshi decidió cierta mañana dejar de comer todo aquello que pudiera parecerle
saludable al resto de las personas. Tomó la decisión luego de la noche de insomnio -provocado quizá por el
recuerdo de la vieja cocinera de la casa en su tránsito por la Caravana de los Seres Desdentados (1)- que
siguió al banquete de bodas de sus padres. Durante aquella noche sintió, entre dormido y despierto, la
desaparición de sus brazos y piernas por la voracidad incontrolada de su propio estómago. Fue tal la
agresividad que mostró en sueños aquel órgano, que Endo Hiroshi, con las primeras luces del alba, ya se
sentía miembro del bando de los que comen sólo para estropear sus estómagos, de tal modo que se
transformen con el tiempo en órganos casi inservibles.

Endo Hiroshi había escuchado historias de muchachas que morían mostrando una delgadez extrema por
negarse de pronto a comer ni un grano de arroz. Algunos decían que muchas de aquellas inapetencias eran
causadas por una desilusión amorosa, y otros, que se producía por seguir de una manera estricta la
imposición de las modas que provenían de Occidente. Por el contrario, sabía también de hombres y mujeres
que comían hasta hartarse, mostrando en sus corpulentos cuerpos la imposibilidad de abstraerse al
desenfrenado deseo de representar dentro de sí mismos el universo entero (2). En su familia se habían dado
las dos situaciones opuestas en más de una ocasión, incluso se presentó el caso de unos primos, mellizos, en
el que la hermana se consumió producto de la anorexia y el hermano se convirtió en un destacado luchador de
Sumo (3).

Recordaba además las historias referidas a los años de la guerra que oyó de niño, donde la escasez fue tal
que muchos llegaron a matar por una ración de arroz o un trozo de pescado (4). Escuchó también relatos de
carne de rata envuelta en delicados sushis, y de jóvenes que se dedicaban a atrapar moscas para después
consumirlas a manera de mijo (5). El impacto de esos cuentos motivó que el entomólogo Endo Hiroshi desde
pequeño adquiriera un espíritu de reverencia hacia la comida, y nunca estuvo de acuerdo con aquella
expresión extranjera que afirmaba que la cocina de su nación parecía estar hecha para ser apreciada
visualmente, antes que para ser consumida (6).

En casa de sus abuelos, donde pasó parte de su infancia ya que a sus padres les estaba prohibido vivir juntos,
no se acostumbraba desperdiciar nada comestible. Incluso muchas veces -basados principalmente en el libro
de enseñanzas del Profeta Magetsu- se implementó una peculiar manera de preparar los alimentos, que
consistía en enterrar los ingredientes varias horas seguidas en medio de piedras encendidas con leña o
carbón (7). Al cabo de una hora se destapaba esta especie de sepultura y apreciar aquella esplendorosa
comida era como estar delante de la madre tierra viéndola ofrendar nuevamente vida desde sus entrañas. El
Profeta Magetsu, monje que no tuvo una sino varias muertes, concebía la creación del universo como un
obsequio de la madre tierra a los elementos constitutivos del cosmos.

Durante un viaje que hizo al Africa, invitado por la sociedad de entomólogos de la que formaba parte, Endo
Hiroshi debió ingerir todo el tiempo alimentos empaquetados que compró en un negocio que le recomendaron
los miembros de la asociación a la que pertenecía. Hasta ese entonces su dieta diaria había consistido
únicamente en arroz blanco. Realizó aquel viaje llevando en sus maletas botes, platos y vasos de plástico que
contenían distintas recetas de alimento deshidratado. Endo Hiroshi tan solo debía agregar agua hirviendo a los
recipientes para conseguir una serie de comidas que guardaban un lejano parentesco con las que
originalmente se consumían en el país. No se conocen las razones por las que no transportó arroz de fácil
cocción.

La excursión fue bautizada por el entomólogo Endo Hiroshi como “El largo viaje del agua hirviendo”, pues fue
fundamental para su desarrollo la presencia de teteras y de estufas portátiles que le permitieron no sólo
alimentarse de forma adecuada, sino además tomar el té de la manera tradicional. Endo Hiroshi habría podido
prescindir varios días de la comida, pero mientras estuviera despierto le era prácticamente imposible dejar de
tomar té por más de cuatro horas seguidas. Algunos entomólogos le aconsejaron que aprovechara el viaje y
probara uno de los tantos insectos comestibles que se consumían en la región. Desde las hormigas comunes,
que eran servidas bañadas con miel dentro de cucuruchos de papel, hasta la pulpa de ciertas tarántulas de
patas azules que vivían sólo en la copa de los árboles (8). Mientras iban deglutiendo estos especímenes, era
común que los miembros de la expedición hablaran de las propiedades nutritivas de los insectos. Algunos
años atrás ciertos expertos, principalmente el científico Olaf Zumfelde de la universidad de Heidelberg,
construyeron una tabla donde se detallaba la relación de la cantidad de proteínas de los invertebrados que era
asimilada por el cuerpo humano (9).

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Sin embargo, Endo Hiroshi no probó nada que no fueran los alimentos envasados que había comprado en su
país. Continuó con su travesía llevando consigo siempre sus comidas empaquetadas, el té que necesitaba
beber en forma constante, su tetera y la pequeña hornilla que funcionaba con pilas (10). Sólo faltando unos
días para el final del viaje, en el que trabajó con su diligencia habitual, halló un extraño especimen que se
creía extinguido. Mejor dicho halló un ejemplar desconocido, pues el único del que se tenía memoria, el
Newton camelus eleoptirus, era de otro color. Logró guardarlo en la mejor de las condiciones posibles, y sin
decirle nada al resto de la expedición lo llevó consigo en el viaje de regreso.

Una vez desembarcado se dirigió directamente al laboratorio que tenía montado en la parte trasera de la que
después sería casa de sus padres (11). En ese entonces los padres aún estaban solteros y cada uno vivía por
separado. Pese a esta situación, los miembros de la familia se encontraban todas las noches en aquella casa,
que habitaba Hiroshi en forma permanente, para rezar las oraciones del monje Magetsu. Sabía que el hallazgo
del insecto era fundamental para su carrera de entomólogo. Su nombre, Hiroshi, iba a ser utilizado a partir de
entonces para nombrar al especimen cazado. Según sus conocimientos el insecto que se conocía era azul y
no rojo como el que había encontrado. Hiroshi camelus eleoptirus, iban a ponerle al eleóptero rojo hallado en
las estepas africanas.

Cuál no sería la sorpresa del entomólogo Endo Hiroshi al abrir la caja de plástico y encontrar sólo una
pequeñísima bola negra en lugar de su insecto. La bola era tan minúscula que fue curioso que se diera cuenta
de su presencia. La caja de plástico estaba construida especialmente para transportar los ejemplares cazados.
Las fabricaban exclusivamente para los miembros de la sociedad de entomólogos a la que Hiroshi pertenecía.
Estaban diseñadas de tal modo que los insectos atrapados pudiesen vivir mucho tiempo en su interior. Era
imposible que se hubiese escapado el eleóptero encontrado la semana anterior. La última vez que Hiroshi lo
vio fue en el aeropuerto de Nairobi antes de abordar el avión de regreso. Previo a su salida del hotel le había
echado otra ojeada, y el día anterior, inmediatamente después de volver de la excursión, lo estuvo
contemplando largo rato bajo unas lentes de entomólogo (12). En esa ocasión estuvo comparándolo con el
Newton camelus eleoptirus que aparecía en una ilustración del libro de insectos que siempre llevaba consigo.

Fue tal la impresión ante la ausencia que no reparó en la llegada de sus padres, quienes como todos los días
se preparaban para rezar en la sala principal de la casa las oraciones al Profeta Magetsu. Durante las
semanas que duró su viaje al África los padres tuvieron que orar en el templo del Profeta que se levanta en las
faldas del monte principal. Hiroshi escuchó que lo llamaban, pues sin su presencia los ritos no podían
comenzar. Shikibu, la vieja sirvienta, terminaba en esos momentos de preparar la gran olla de arroz blanco
que ofrecería luego de la ceremonia. Desde que cumplió los quince años de edad, el cuenco de arroz que se
servía después de las oraciones era el único alimento que Endo Hiroshi consumía durante la jornada. Arroz y
varios litros de té. Cualquiera hubiera dicho que esta dieta lo pondría delgado y débil, pero su lozanía
demostraba lo contrario. Como los viejos monjes budistas, incluso como el mismo Profeta Magetsu, un cuenco
de arroz era comida suficiente para sobrevivir la vida entera.

Se dice que una de las muertes del Profeta Magetsu, parece ser que la definitiva, ocurrió cuando el Profeta
decidió permitir que su cuerpo se alimentara de su propio cuerpo (13). Para dejar huella del proceso en el que
su carne desaparecería gradualmente contó con la presencia de su discípulo, Oshiro, quien debía escribir en
un gran pergamino de papel de arroz las palabras que su maestro le fuera dictando. Cada día dijo sólo una
palabra. Curiosamente la última puede ser traducida como paz. Resulta extraño que un ser de la altura
espiritual del Profeta Magetsu, al final del proceso de muerte tan complejo que llevó a cabo, hubiese
pronunciado una palabra que para muchos puede resultar tan obvia.

Antes de comenzar el ritual del Profeta, tanto los padres como Endo Hiroshi debían proceder a revisar los
dientes de la anciana cocinera. Los padres sólo podrían casarse cuando aquella mujer perdiera la dentadura
completa y no pudiera volver a comer. La cocinera moriría por inanición después de un largo viaje solitario
luego de las bodas de sus señores.

Precisamente la noche en que Hiroshi Endo notó la desaparición del insecto, a la vieja cocinera se le
desprendió la ultima muela que le quedaba en la boca. En ese momento se decidió que debía emprender la
Caravana de los seres desdentados, que era como se denominaba a la travesía final. Mientras trataban de
revisarle las encías, Endo Hiroshi comenzó a intuir lo sucedido con el insecto. Antes de que el padre diera el
veredicto final, el entomólogo Endo Hiroshi empezó a comprender de qué estaba conformada la minúscula
bola negra hallada dentro de la caja de plástico. Mientras la vieja sirvienta suplicaba y se negaba a abrir las
mandíbulas, Endo Hiroshi entendía que aquella bola era el estómago del insecto. El estómago del insecto si
es que los insectos contaran con estómago. En realidad se trataba del bicho deglutido por sí mismo. Aquella
tenía que ser una masa informe conformada por los elementos que lo habían constituido. Los gritos de la
anciana fueron desgarradores (14). Los padres se mostraron inflexibles. Se decidió que la travesía iba a
realizarse dos días después. Luego de que la anciana, quien de pronto mostró un repentino silencio que

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pareció una aceptación de su destino, los padres comenzaron a discutir los preparativos para la boda.
Hablaron principalmente del banquete. Servirían comidas tradicionales, no habría toques exóticos, salvo los
besugos ofrecidos a los recién casados antes de comenzar la ceremonia. Había que pensar en el cocinero
que tuviera la maestría suficiente para preparar el Besugo fantasma (15).

La receta consistía en destazar el besugo hasta dejarlo descarnado pero vivo, para luego introducirlo en una
pecera que sería puesta en el centro de la mesa de los novios. La pareja de recién casados comería la carne
mientras el pez seguía nadando, moribundo, mostrando sus órganos internos. Como señal de buen augurio
para el matrimonio, la comida debía durar el tiempo exacto que tardaba el pez en morir.

El entomólogo Endo Hiroshi corroboró aquella noche sus sospechas. Luego de que condenaran a Shikibu
comprobó con la ayuda de un microscopio que el insecto se había consumido a sí mismo. Sin una razón
aparente experimentó un acceso de náuseas. Vomitó. Mientras tanto, en la planta baja sus padres
continuaban con los planes de un matrimonio que por la presencia de piezas dentales en la boca de la
cocinera no se había llevado nunca a cabo. A partir de entonces la madre podría pintar sus dientes de negro, y
el padre estaba en el derecho de ir al dentista para hacerse extraer la parte frontal de la dentadura. El
entomólogo Endo Hiroshi podría a su vez reemplazar sus dientes por piezas de oro, pero reflexionando en la
transformación experimentada por un insecto que hubiera podido llamarse Hiroshi camelus eleoptirus, suceso
que de inmediato lo habría llevado a la fama entre el grupo de entomólogos, decidió que después de participar
en la celebración de las bodas de sus padres, el fin de su vida sería atenuar hasta un punto mínimo la acción
de su estómago. Buscaría neutralizarlo de una manera similar a la atrofia hepática que sufren los gansos
cebados, o los gatos que en ciertos países de Sudamérica suelen ser criados en jaulas minúsculas y
alimentados con maíz aromatizado con harina de pescado (16).

Al día siguiente del banquete de bodas de sus padres, Endo Hiroshi comprendió que el verdadero motivo de
su insomnio tenía que ver con el largo viaje de la cocinera a la muerte. La terca presencia del último diente
había sido impedimento de un deceso digno diez años atrás. El entomólogo Endo Hiroshi no quería llegar a
una situación semejante. Cuando el sol entró por la ventana, iluminando la caja de plástico que contenía aún
el supuesto estómago del insecto, decidió no sólo comerse aquella bola negra sino una serie de gorgojos y
otros bichos que recolectaría durante la mañana. En el ropero de su cuarto guardaba casi intacto el traje para
la cacería de orugas que se celebraba los años bisiestos. La última vez que participó en una de esas jornadas
lo hizo acompañado de su prima la muchacha delgadísima, y de su primo el obeso luchador de Sumo.

1. Costumbre arcaica por la que deben pasar los ciudadanos que han perdido completamente la dentadura.

2. Creencia popular entre los caldeos asirios de que en el cuerpo humano estaba contenida la totalidad de las
esferas celestes. Se cree, gracias a recientes estudios de corte psicológico profundo, que en el hombre
existen remanentes de esta convicción como símbolo de superioridad social.

3. Tipo de lucha deportiva que tiene como fin celebrar los tiempos de cosecha o de abundancia. Se practica
sobre todo en regiones que se rigen por el calendario solar.

4. El pez por el que la gente cometió un mayor número de asesinatos fue el lenguado.

5. Hasta el día de hoy aparecen de cuando en cuando en los diarios casos de comerciantes que venden
moscas tostadas en lugar de mijo.

6. Ver revista Newsweek #234, pag.56.

7. En ciertos países andinos esta práctica es conocida como Pachamanca.

8. Se trataba de las tarántulas Larpicus fosforescentes que únicamente existen en el este de Namibia.

9. Consultar Tabla Zumfelde. Disponible en la Sociedad de Nutriología de Berlín.

10. Era un modelo para campistas de la marca Hiraoka.

11. Según la tradición del profeta Magetsu, los señores de una casa no podían llevar vida marital hasta que la
servidumbre no perdiera el último de sus dientes. Este hecho no los eximía del derecho a tener hijos.

12. Se usaron unas lentes Stewarson, importadas por la Casa Tenkei-Marú.

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13. Ver el Catecismo Sagrado de la secta Hiro Sensei.

14. Se dice que aquella noche algunos vecinos no pudieron conciliar el sueño.

15. Los maestros en esta técnica suelen encontrarse en la costa sur del país.

16. Con estos animales suele prepararse una receta llamada Seco de gato.

QUECHUA

Fue en una mañana de invierno cuando me encontré de pie junto a mi abuelo. Estábamos en el zoológico.
Delante de nosotros había una serie de camellos. Eran animales viejos. Tristes. Aburridos quizá. Tenían el
típico color cenizo que se suele imaginar. Mi abuelo me sujetaba fuertemente de la mano. Nunca más volví a
verlo. Murió seguramente al poco tiempo. En ese entonces nunca me enteré de lo que le sucedió.

Sencillamente dejé de tenerlo a mi lado hasta que aquella ausencia se convirtió en una costumbre. Todo
apareció años después. Durante una sesión en la que estaba sumergido en otro plano de la realidad -había
hecho uso de algunas drogas-, vi nuevamente a mi abuelo enfrente de aquellos camellos. No sólo aprecié la
escena, sino también la carga emocional que la muerte trajo consigo. Caí en una tristeza profunda. Recordé
además una historia: la de Macaca, mujer descendientes de rusos a la que mi abuelo, lo advertí en ese
momento, aludía con frecuencia.

Junto a la imagen del abuelo y la historia de Macaca aparecieron también una serie de palabras dichas en otro
idioma, el quechua, lengua de mis antepasados. Nunca he comentado con nadie aquel trance de percepción
tan particular. Tampoco tengo a ninguna persona a la que actualmente le pueda consultar la relación que
existe entre la figura de mi abuelo y la historia de Macaca.

BUITRE

¿Se trataba sólo de un cuento que mi abuelo solía relatar y quedó escondido en algún recodo de mi cerebro?
¿La historia de Macaca había sucedido realmente y en la época en que mi abuelo me llevaba al zoológico
pertenecía a una especie de imaginario social? ¿Qué debo pensar de las voces en quechua que suelen
acompañarla? Según mi abuelo, Macaca en aquel tiempo acostumbraba a referirse incansablemente al
amante que veinte años atrás había muerto asesinado por acción de la policía.

Aquel hombre fue un luchador oriental que al final de su vida se vio obligado a dedicarse al oficio de zapatero.
Macaca se convirtió después de aquel asesinato en una mujer sola. Comenzó a vender casas. Ahora -el
término ahora se refiere a la época en que mi abuelo me llevaba a ver a los viejos camellos al zoológico-,
cuida de los jardines y del parque que rodean las propiedades que vendió en su momento. Acaba de terminar
de pintar un cartel para atraer nuevos jardineros.

Macaca quiere que sea lo suficientemente llamativo como para conseguir aspirantes comprometidos con su
trabajo. Ninguno de los hombres contratados hasta entonces ha soportado el puesto más de tres días
seguidos. Lo más lógico es que el cartel esté escrito en castellano. Mi abuelo lo habría leído sin dificultad.

Desde niño había visto casi totalmente reprimida su lengua materna. Por eso fue bilingüe toda su vida. El
quechua sólo podía ser utilizado dentro del núcleo familiar. Ni siquiera podían hablarlo entre sí dos familias
vecinas que compartieran las mismas raíces.

Cuando la junta de vecinos tomó la decisión de que aquella fuera la vivienda definitiva de Macaca, arrastraron
el remolque hacia la zona oculta por los árboles que delimitan el parque.

LA ENFERMEDAD DE LA SHEIKA

Abds Salám

Hospital

Me trataron de la peor manera en el hospital al que asistí para ser sometido a una serie de pruebas de salud.
Ni siquiera pude conseguir la sesión de masajes que me prometieron el día anterior. Hubiera caído nada mal –
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sobre todo tomando en cuenta mi estado general- un tratamiento donde sintiera cómo mis músculos iban
gradualmente relajándose hasta llevarme a la inconsciencia casi total. Pero ese día parecía que todos los que
trabajaban en aquel hospital estaban ocupados en otras cosas. Daba la impresión de haberse producido un
desbalance en las citas programadas. O tal vez se habían presentado más emergencias que las habituales.
Convencido de que se trataba de una jornada perdida, que había desperdiciado inútilmente la mañana en
acudir a una serie de citas truncas, me dispuse a abandonar la institución. No sé por qué decidí salir por la
puerta de las emergencias. Quizá para comprobar mi idea de que se habían presentado más casos
inesperados que de costumbre.

Avión

Siempre que estoy a punto de abordar un avión siento el inusitado impulso de elegir, entre el grupo de
desconocidos que suele poblar los aeropuertos, a una persona de la que nunca en mi vida me gustaría
desprenderme. Situaciones semejantes les suele suceder a menudo a los miembros de las comunidades
sufíes dispersas en el mundo. En ciertas ocasiones algo les dice que la persona que tienen al frente formará a
partir de entonces parte de sus existencias. Pero pese a esta circunstancia tan excepcional no puede dejarse
de abordar el avión. Se deben reprimir hasta cierto punto los sentimientos y actuar como un ser común y
corriente. Ya se ha hecho bastante con despojarse de la indumentaria necesaria para efectuar los giros
místicos y las ceremonias en las cuales el recuerdo de dios está más que presente. Para atenuar de alguna
manera la sensación de pérdida, antes de dirigirme a las salas de abordaje acostumbro hacer el juramento de
que pese a que mi cuerpo se desplazará cientos de kilómetros no dejaré de estar en ningún momento al lado
de la persona elegida.

Zapato

Cuando salgo del hospital veo aparecer a la sheika Amina, es decir a la representante de la comunidad sufí a
la que pertenezco desde hace cerca de diez años, llevada del brazo por Duja, una de nuestras derviches más
antiguas. La sheika parece encontrarse mal de salud. Tiene la mirada perdida y su piel muestra una palidez
excepcional. La saludo pero no da muestras de reconocerme. Cuando después de unos minutos parece
percatarse de mi presencia, y constata además la extraña circunstancia de nuestro encuentro, trata de sonreír.
De inmediato hago que se siente en una silla. Desaparezco después en busca de un médico. Como ya señalé,
ese día parecía excepcional en aquel sanatorio. No encuentro por eso a nadie que pueda ayudarme. Empiezo
a temer que la sheika carecerá de una rápida atención. Después de algunas pesquisas logro ver a uno de los
médicos que momentos antes hizo caso omiso a mis citas. Luego de escucharme da la orden de trasladar a la
sheika a un jardín, donde hay colocada en el centro una mesa de madera. El médico hace que dos enfermeras
tiendan encima a la sheika. Me pide que le quite los zapatos. Es una tarea que se me hace imposible de
realizar. La sheika Amina está calzada con unos zapatos muy difíciles de definir. Son negros, de terciopelo,
con tacones altos y borlas que se transforman en lazos. Es imposible desatar las cuerdas que los sujetan a los
tobillos. Mientras me esfuerzo por desanudarlas escucho al médico hablar de un inminente cambio de turno.
Trato de apurarme pero no logro que las cuerdas se desaten. El médico empieza a sugerir que la enferma sea
tratada en una sucursal del hospital. El tiene que irse y no cree que en el lugar donde nos encontramos exista
nadie dispuesto, mejor dicho, nadie en condiciones de examinar como se debe a una sheika. Sin embargo, no
explicó las razones de tal afirmación, piensa que en la sucursal habrá médicos lo suficientemente preparados
para casos de esa naturaleza.

Cornisa

La intención de llevar miles de kilómetros conmigo el recuerdo de una persona amada y desconocida, para
algunos podría representar la escenificación de una situación extremadamente romántica. Sin embargo no lo
es en absoluto. Se trata más bien de la búsqueda que debe emprender cualquier miembro de una comunidad
sufí para estar presente en los espíritus de varias personas al mismo tiempo. En momentos así percibo la
sensación de que soy capaz de desplazar mi cuerpo muy lejos y quedarme al mismo tiempo en el punto donde
encontré a la persona elegida en el instante de mi mirada. Por lo general las cosas suelen ir bien. Durante el
viaje acostumbro tener presentes fragmentos del aeropuerto, de la subida a la aeronave, de la luz que recibía
la persona escogida. Pese a todo, siento siempre a mi llegada al lugar de destino un miedo infinito. La
sensación es similar a encontrarme de pie en la cornisa de un alto edificio o manejando un auto en una curva
cerrada a gran velocidad y por el carril contrario.

Mártires

Reparo entonces -una vez que compruebo lo descabellado del intento de descalzar a una sheika- en que
Duja, la derviche que acompañaba a Amina, ha desaparecido. En su lugar ha dejado, como una suerte de
representante, a una joven que se autodenominó una sirvienta de bajo rango. Después de oír las palabras del

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médico la sheika se incorpora por sus propios medios y se pone de pie. Salimos con rumbo al
estacionamiento. Subimos al auto de la sheika, a quien aparentemente la corta caminata parece haberle
sentado bien. Se le ve algo repuesta. El auto es bastante viejo. Se trata de un Datsun del año 1975. Recuerdo
que ella antes tuvo otro coche similar, que andaba casi de milagro. Es un auto parecido, pero éste es amarillo
y la pintura está descascarada. La sheika Amina insiste en conducir. Yo le pido el volante. Ella sonríe y me
dice la desconcertante frase que nadie tropieza dos veces con la misma piedra. Me quedo pensando en
aquella sentencia. Advierto entonces que la sheika no parece tenerme ninguna confianza. Seguramente intuye
que si yo manejo nunca llegaremos a nuestro destino. Trato de recordar alguna ocasión anterior en que yo
haya conducido y aparece la vez en que las llevé, a la sheika y a su madre, de la mezquita a su casa.
Recuerdo que fue un viaje divertido. La madre pareció disfrutar mucho con mi coche deportivo, también de
color amarillo pero descapotable. Me acuerdo con nitidez de su alegría cuando el techo se fue abriendo en
forma automática. Pero también recuerdo la ocasión en que traté de guiar a la sheika -cuando me acompañó a
visitar a mi médico de cabecera- por una serie de calles oscuras que no llevaban a ninguna parte. Le di
entonces la razón. Era lógico que no me quisiera ceder el volante. Fue bastante tenebrosa aquella noche, en
que después de haber recibido mi diagnóstico de desahuciado me fui internando por avenidas cada vez más
desconocidas. Aquel extravío terminó cuando la sheika afirmó que desde ese momento yo pasaba a la
categoría de mártir del sufismo. Se lo dijo Muzafer Efendi en Turquía años atrás, cuando la sheika le preguntó
en qué categoría debían situarse los derviches condenados a muerte. De inmediato apareció en mi cabeza la
imagen de plástico del pequeño derviche girador que se encuentra colocado sobre una repisa de la mezquita.
Aquella imagen ha perdido un brazo desde hace algunos meses. Cuando lo vi por primera vez me pregunté si
ese derviche sería también un mártir del sufismo. Para la sheika estar conduciendo su propio auto parece
hacerla sentir mejor. Ya no es ni la sombra de la enferma que ingresó al hospital. Empieza a animarse cada
vez más. Es curiosa la relación que se establece entre su vuelta a la vida y el coche que va conduciendo, pues
se trata de un vejestorio que apenas puede caminar. A nuestro paso se producen una serie de incidentes de
tráfico ocasionados principalmente por la velocidad ínfima a la que nos desplazamos. Debo reconocer que no
tenía idea de la ruta que íbamos tomando y en ese momento reparé en que nunca hubiera sabido cómo llegar
a la sucursal del hospital donde supuestamente nos dirigíamos. En el asiento de atrás viaja la sirvienta de bajo
rango sin decir palabra. El trayecto es largo. La monotonía sólo se interrumpe con algún comentario de la
sheika, quien hace acotaciones referentes a lo destartalado del coche y al intenso tráfico de la ciudad. En
cierto momento voltea la cabeza hacia la sirvienta y le dice que yo soy su mejor derviche. Esas palabras me
impresionan. Entre otras cosas pienso en lo pésimos derviches que deben ser los demás. Siento una especie
de nostalgia por la comunidad de la que formo parte. No puedo creer, no solamente que haya derviches
peores que yo, sino que absolutamente todos estén por debajo de mi nivel. En ese instante el auto se detiene
frente a una pequeña casa.

Perro

Cuando bajo del avión descubro que no estoy en ninguno de los dos espacios que yo pensaba me
pertenecían. No me encuentro ni en el aeropuerto de un lejano país, ni delante de la persona frente a la cual
experimenté la sensación de no querer separarme jamás. Estoy seguro de que nunca sabré dónde estoy
realmente. Es como el extraño proceso de bajar y subir incesantemente por una escalera desconocida. Nadie
a mi alrededor. Quizá sólo un perro al cual Mohammed –la paz sea con él- determinó no como un can sino
como un Saluki, un perro que no es perro.

Tekke

Frente a la casa a la cual llegamos hay algunos coches en desuso. También restos de tubos y materiales de
construcción. Ante mi sorpresa, pues pensaba que íbamos a la sucursal del hospital que nos indicó el médico,
la sheika dice que estamos en la casa del plomero que hará arreglos en las cañerías de la tekke en la cual
solemos reunirnos tres veces a la semana. Añade que ha concertado la cita esa misma mañana pues nuestra
mezquita no puede continuar con desperfectos de tal magnitud. Baja después del auto, se agacha y afirma
que no puede vomitar, símbolo de que ya se encuentra curada del todo. Con paso decidido se dirige hacia la
casa. Puedo notar que las borlas de sus zapatos arrastran por el terreno fangoso. Veo cuando el plomero le
abre la puerta. Quedo confuso. Recién entonces las palabras del médico dándole un plazo a mi vida adquieren
otra dimensión. Mientras tanto, en el asiento de atrás la sirvienta continúa sin decir palabra.

FORMOTÓN ASAI*

Ni el oscurísimo pantano donde sumergen a los niños.


–Federico García Lorca

Los depósitos manejados por el gremio de carniceros se levantaban cerca de los muelles de la ciudad. A partir
de las diez de la noche aquella era una de las zonas urbanas más desoladas. Entre un depósito y otro existían

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pequeños locales abandonados que alguna vez sirvieron de merenderos para trabajadores. Casi todos
contaban con sótanos espaciosos donde en determinados días de la semana se producían los Altares. Para
saber dónde se iba a llevar a cabo el siguiente Altar, existía una complicada red telefónica por medio de la cual
se daba a conocer el tipo de espectáculo que se iba a producir. Los datos sólo podían conocerse horas antes
del comienzo de una sesión. Era posible que se tratase de un encuentro de sadomasoquismo en sus distintas
variantes. Había días en que los animales también formaban parte de la función. Para esas reuniones solían
escogerse cerdas rechonchas o perros daneses. En otras oportunidades podía estar dedicada a los Adultos
maltratados en la infancia. Aparecían entonces hombres o mujeres vestidos como niños haciendo el simulacro
de ser apaleados por sus padres o tutores. Casi todos los Altares comenzaban a las dos de la mañana, salvo
los dedicados a Jóvenes que Aman a los ancianos. Durante todas las sesiones los asistentes podían subir al
escenario. El espectáculo duraba cerca de una hora y, por temor a las autoridades, todos se retiraban apenas
acabada la función. Aparte de lo que sucedía en escena nada realmente importante pasaba entre el público.
Esa pasividad le molestaba al Joven de la pierna artificial que protagoniza este relato. Por más que llevara
pantalones cortos y hubiese decorado su pierna ortopédica con piedras semipreciosas, nadie parecía
dispuesto a conocer las posibilidades sádicas o masoquistas que aquel miembro falso era capaz de ofrecer. El
Joven Protagonista del Relato esperaba hasta que se fuera el último asistente para abandonar el local.
Aguardaba hasta que el hombre maduro que ofrecía masajes gratuitos en medio de la sala se quedara sin
clientes. Más de una vez había querido pedirle un turno, pero era incapaz de atreverse a hacerlo. Era sólo
para una sesión terapéutica, no para uno de esos masajes que no habían dejado de solicitarle durante toda la
noche. Al Joven de la pierna artificial lo que más le llamaba la atención de esa actividad era la pulcritud con
que aquel hombre se desinfectaba las manos y los brazos antes y después de cada uno de sus tratamientos.
Una vez que se puso el pantalón largo y el grueso abrigo que había dejado en el guardarropa, el Joven
Protagonista del Relato se dispuso a salir. Iba a pedir un taxi con destino a la avenida de locales donde había
cabinas de video de triple equis. Aunque estaba seguro de que nada ocurriría allí tampoco. Lo más probable
era que sólo hubiese otro solitario masturbándose detrás de las placas de plástico transparente que
separaban una cabina de otra. Después quizá caminara unas cuadras hasta llegar al muelle que daba al río.
Debido al frío del invierno el muelle se encontraría vacío.
La mezquita de la ciudad estaba ubicada en una calle estrecha que de principio a fin contaba con una serie de
negocios. La entrada pasaba casi inadvertida, pues estaba situada en un recodo escondido entre una florería
y una tienda que ofrecía ropa en la acera. Cierta tarde de enero, el sheik que dirigía las reuniones se sentó
delante de los fieles para establecer una conversación sobre el papel de la Virgen María como nexo entre el
pensamiento cristiano y el musulmán. Comenzó refiriéndose al profeta Zacarías.

De acuerdo con algunos historiadores bíblicos cuando aquel profeta alcanzó los ciento veinte años de edad y
su esposa cumplió los noventa, aprovechó un periodo de sequía para quejarse ante Dios. Le reprochó no
haber tenido nunca hijos. A pesar de pedirlo una y otra vez su esposa jamás había quedado embarazada.
Deseaba un vástago para que lo sucediera como líder espiritual y difundiera la Verdad suprema entre la
población descreída. El sheik interrumpió su relato y confesó que no entendía por qué hablaba de Zacarías
precisamente en ese momento. Los fieles entonces bajaron la cabeza y pronunciaron la palabra inshalá todos
al mismo tiempo.

Luego bebió de una lata de refresco que había mantenido junto a sus pies durante todo el discurso. Prendió
un cigarrillo. Fumó una y otra vez. Con el cigarro aún en la mano señaló al Joven Protagonista del Relato allí
presente y lo conminó a que contara un sueño místico. Era normal que todos los fieles tuvieran este tipo de
sueños de vez en cuando. Lo difícil era diferenciar un sueño místico de otro que no lo era. Para eso se
contaba con la presencia del sheik de la mezquita. Para orientar a los discípulos dentro del mundo onírico.
Una de las misiones del sheik era reconocer qué era revelación y qué estado psicológico. Durante todas las
sesiones, a las que solía acudir los lunes y los jueves, al Joven Protagonista del Relato le gustaba estar en
silencio. Permanecía callado hasta el momento en que debía girar junto con los demás. A la hora del sikher,
que era el momento en que los asistentes comenzaban a bailar rotando sobre su eje emulando de ese modo a
los astros que se movían alrededor del sol, el Joven Protagonista del Relato entonaba un canto gutural que no
recordaba haber aprendido en forma consciente ni cuál podía ser su significado. Mientras tanto continuaba
dando vueltas con el cuerpo sosteniéndose normalmente sobre su única pierna. En esas ocasiones casi
siempre se encontraba despojado de su aparato ortopédico, quizá para tener mayor libertad de movimiento.
Acostumbraba dejar la pierna en la entrada, junto a los zapatos que se debían quitar los demás fieles antes de
ingresar en la mezquita. El Joven Protagonista del Relato se cuidaba de no llevar la pierna adornada con
piedras de fantasía. Ante el asedio del sheik, que había dejado el cigarrillo en un cenicero puesto en el suelo y
lo miraba con atención, el Joven Protagonista del Relato empezó a contar un sueño que se situaba en un
jueves, Día de la remembranza. En el sueño ha pasado gran parte del día bebiendo en un bar. No ha sentido
culpa por tomar bebidas alcohólicas. Muchas de las personas que están presentes en aquel bar le parecen
auténticos bebedores, pues han comenzado a tomar desde temprano en la mañana. Durante la jornada
escucha infinidad de historias que cuentan esas personas mientras beben. Unas son tristes, otras alegres. Es
testigo también de algunos altercados y del extraño desmayo de una mujer que momentos antes se ha
escondido con uno de los asistentes detrás de una cortina. Se les ve bastante animados. De pronto, el hombre
sale con rapidez y abandona el local. Un instante después la mujer aparece trastabillando y a duras penas
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puede llegar a la barra. Acto seguido cae de espaldas produciendo un ruido seco al golpearse contra el piso.
Las acciones entonces parecen paralizarse. Los demás asistentes se concentran en sus propias bebidas y
sólo el barman se pone a silbar mientras seca un montón de vasos que hay al costado de la barra. En esos
momentos el Joven Protagonista del Relato (HAY QUE EXPLICAR EN ESTE PUNTO EL RESTO DE
CARACTERÍSTICAS FÍSICAS DEL PERSONAJE Y SI A LO LARGO DE LA HISTORIA CONTARÁ CON
NOMBRE O NO) siente los primeros síntomas de embriaguez. Experimenta pavor: horas después debe
celebrar el Día de la remenbranza en la mezquita. Sin embargo confía en que durante el tiempo que falta para
su encuentro con el sheik se diluyan los efectos alcohólicos. Teme un acto de repudio y hasta la expulsión si
es descubierto. Sale del bar luego de pagar la cuenta. El barman le recibe el dinero pero no le da el cambio
que le corresponde. El Joven no protesta. La mujer continúa echada en el suelo. Nadie parece dispuesto a
marcar el número de emergencias médicas. El Joven encuentra en la calle una gran cantidad de gente. El
sonido del tráfico le molesta. Recorre algunas avenidas. Toma el transporte subterráneo. Hace un cambio de
líneas, para lo cual debe volver a la superficie y caminar hasta otra estación que dista un par de cuadras. En el
camino se detiene delante de una cancha de básquetbol. El partido que se libra le parece interesante. A un
costado ve un restaurante de comida de Tailandia y pocos metros después un local donde en las noches se
escucha jazz. Camina unos minutos más y llega por fin a la calle donde se encuentra la estación del metro que
lo llevará a la mezquita. Para su sorpresa algunos de los asistentes del bar están esperándolo en la puerta. El
Joven Protagonista del Relato no sabe por qué se encuentran allí. Tampoco comprende las razones por las
que han llegado antes que él. Apenas lo ven, un par de ellos levantan la mano en señal de saludo. Mientras se
va acercando escucha que le piden que los haga pasar a la mezquita. En ese instante reflexiona sobre el
Mandato divino que ha hecho que esas personas se encuentren en ese lugar en aquel preciso momento. El
Joven Protagonista del Relato no puede oponerse a la voluntad de Dios. Se acerca entonces y les indica por
dónde deben ingresar. Es cierto, la entrada es confusa y nunca se sabe dónde está la puerta que lleva a la
mezquita. Si junto a la florería o a la tienda que exhibe las ropas en la calle. Cuando el grupo trata de entrar
curiosamente la puerta se empequeñece. Casi como por efecto de un milagro se vuelve más baja y angosta.
Sólo algunos de los personajes más delgados logran pasar. Los que se quedan afuera reclaman. Incluso uno
queda atascado al pretender ingresar por un espacio que obviamente es más pequeño que su cuerpo. Adentro
los fieles ya están reunidos. Se hallan en el momento previo a las oraciones del anochecer. Están esperando
la aparición del sheik, quien bajará del segundo piso vistiendo un kaftan negro o blanco según lo requieran las
circunstancias. El Joven Protagonista del Relato, que ha entrado precisamente antes de que el hombre
quedara atascado en la puerta, ve señales de alarma en las caras de los fieles cuando advierten la intromisión
del grupo de gente ebria. Es en ese momento cuando El Joven Protagonista del Relato comienza a hablar.
Todo debe ser cambiado, dice, mientras trata de liberarse del pantalón y de las correas que sujetan la pierna
ortopédica. Las costumbres variarán desde sus raíces, continúa cuando se ve libre de la pierna. Primero se
efectuarán los giros, que durarán una hora exacta. Luego será el momento de la cena, durante el cual se
servirá vino para acompañar los alimentos. Las oraciones deben situarse al final de la ceremonia. Afirma
asimismo que la dirección de La Meca debe ser ignorada. Pero hay que visitarla aunque para hacerlo se tenga
que pedir dinero prestado. De pronto aparece en el sueño Abu Ákar, uno de los compañeros preferidos del
profeta Mohammed, con una sonrisa dirigida al Joven Protagonista del Relato. Sigue adelante, le dice Abu
Ákar, el espacio te pertenece. Ignorando a los demás, incluyendo a Abu Ákar y al sheik que ha bajado
apresuradamente vestido de color negro y se encuentra sentado en el suelo moviendo la cabeza en forma
pendular, el Joven Protagonista del Relato camina por el resto de la mezquita. Cruza el patio y el adoratorio,
hasta ponerse frente a uno de los textos de profecía escrito en una tabla que cuelga de la pared. La tabla está
protegida por un vidrio que el Joven rompe asestándole un puñetazo. El ruido que hace el cristal quebrado
despierta a la mujer acostada en el piso del bar. En ese punto termina el sueño. El Joven Protagonista del
Relato se lo dijo al sheik, quien dejó de improviso de moverse. El sheik le sonrió antes de preguntarle lo que
pensaba de su propio sueño. El Joven no contestó. Estaba avergonzado por las cosas que acababa de contar.
Se levantó con dificultad y se dirigió a la ventana. En la calle había comenzado a oscurecer. Los de la tienda
de al lado estaban retirando sus mercancías de la acera. En la florería comenzaban a bajar los visillos de las
ventanas. Se escuchaba el sonido de una sirena. El frío se acentuó.

El Joven escritor que protagoniza este relato sentía no poder seguir desarrollando su trabajo teniendo su casa
en el centro de la ciudad. Además de la perturbación que le producía la dinámica citadina tenía problemas
para pagar la renta. No era suficiente el dinero que había recibido del ayuntamiento para realizar su
investigación sobre las distintas maneras como se ejercía el sexo en la ciudad (DESCRIBIR EN DETALLE EN
QUÉ CONSISTE EL PROYECTO DEL AYUNTAMIENTO.) Contaba con ahorros para los siguientes dos
meses. Comenzó entonces a recorrer distintas zonas suburbanas buscando la más adecuada para mudarse.
Quería vivir lejos, sin embargo no estaba dispuesto a traspasar los puentes que delimitaban el centro de la
ciudad. Pensaba que ir más allá haría que su rutina de vida variara en forma notable. Tampoco podía irse lejos
porque el libro en el que trabajaba actualmente se desarrollaba en pleno centro de la ciudad. El Joven
Protagonista del Relato escribía sobre algunos de los grupos de personas que deambulaban principalmente
por las calles conocidas como el Hell kitchen. Debía visitarlas a diario para ver qué tipo de variantes sexuales
podía encontrar. Aparte de los establecimientos clásicos dedicados a las Drag queens y de los bares de
mujeres que jugaban al billar varias horas seguidas, el Joven Protagonista del Relato había descubierto a un
puñado de muchachas que vestidas como hombres se reunían todas las tardes en un local de puertas
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doradas llamado el Okoge. En la entrada había un par de afiches donde se representaba a dos picapedreros
en plena faena. A esas mujeres les atraían los hombres, siempre y cuando éstos gustasen de otros hombres.
Casi ninguna lograba emparejarse, pese a que sabían que en otras sociedades este tipo de relación contenía
un alto grado erótico. Pese a todo, las muchachas del Okoge continuaban sus pesquisas en teatros, bares y
cabinas de video de triple equis de los alrededores. Ante la necesidad, de encontrar un nuevo lugar para vivir,
el Joven Protagonista del Relato llamó por teléfono a la única persona con la que solía comunicarse
ocasionalmente. El Joven lo había bautizado como el Amante Otoñal, por su gusto a frecuentar el mundo de
los ancianos. Cuando hablaron, el Amante Otoñal le informó que una tía suya quería rentar el cobertizo de la
casa que habitaba. La tía vivía en un conjunto de viviendas con patio trasero, visible desde lo alto cuando una
de las líneas de transporte público elevaba sus rieles por aquel sector de la ciudad. Desde las ventanas de los
vagones se podían ver los techos de las casas. El Joven Protagonista del Relato había conocido al Amante
Otoñal una noche en que ambos estaban apostados frente a las cabinas de video sin atreverse a entrar. Quizá
por el hecho de que se encontraban en la misma situación comenzaron a hablar. El Joven le dijo que era
escritor y de inmediato trató de describirle el libro en el que trabajaba. Algunos hombres salieron en ese
momento de las cabinas y abandonaron el local. El Joven Protagonista del Relato señaló que se trataba de
una novela donde cada uno de los personajes travestis intentaba encontrar un travestismo personal.
Conversaron hasta el amanecer. El Amante Otoñal le dijo que en una época acostumbraba salir a la calle
vestido de mujer. Abandonó esa práctica cuando fue acuchillado por un anciano con el que se metió en el
elevador de un edificio vetusto. A la hora del cierre, el Protagonista y el Amante Otoñal se retiraron de las
proximidades del local de videos y fueron a sentarse en las bancas de un parque rodeado de abetos. El
Amante Otoñal dijo que después de su recuperación comenzó a vestirse como una anciana. Su atuendo
estaba conformado por una blusa blanca con lazo, una chaqueta y una falda recta que le llegaba hasta debajo
de las rodillas. En apariencia se trataba de un atuendo de tres piezas, pero era en realidad un mismo vestido
cosido para poder ser sacado y vuelto a poner con facilidad. Usaba además una peluca blanca cubierta con un
sombrero con tul. Nunca llevó ropa interior. Por esa época frecuentaba algunos bares leather donde solía
convertirse en el centro de atención. Al escogerlo como parte de sus ritos nocturnos, algunos asistentes no
maltrataban con sus bates de béisbol de imitación al Amante Otoñal sino a la anciana en la que se había
convertido. Mientras iban aclarándose los contornos en el parque, el Amante Otoñal señaló que recordaba esa
etapa como una de las más intensas de su vida. Siempre había disfrutado de la compañía de la gente mayor.
Recordaba ese gusto desde niño. Los fines de semana acostumbraba pedir que lo llevaran al Hogar de
Ancianos donde estaba internada su abuela. Sólo le hicieron caso una vez. La vio sentada en una sala junto a
algunos ancianos que se miraban entre sí. El Amante Otoñal recordaba que en cierto momento de la visita la
abuela comenzó a llorar quejándose de su condición de huérfana de padre y madre. El Joven Protagonista del
Relato le dijo que ya era de día, pero que antes de irse le gustaría hablarle de las quejas del profeta Zacarías
y de su mujer. El reclamo de la abuela se lo había traído a la memoria. Era curioso, años después escucharía
hablar de aquel profeta al sheik de la mezquita. Al final, la pareja formada por Zacarías su mujer fue
recompensada y procrearon un hijo, el Arcángel San Juan. El Amante Otoñal lo escuchó con atención.
Después señaló que aún en la actualidad disfrutaba con la contemplación de los ancianos. En las mañanas
paseaba por los parques de la zona para ver cómo los viejos alimentaban a las palomas, comían solos o se
quedaban dormidos bajo el sol con las bocas abiertas. Había tratado de hablar de aquello con otras personas,
pero al parecer a nadie más le interesaba aquella afición. Continuaron conversando hasta cuando los primeros
practicantes de jogging empezaron a dar vueltas alrededor del parque. La mayoría llevaba una toalla alrededor
del cuello. El Joven y el Amante Otoñal se levantaron y se despidieron. Habían comenzado a llegar algunos
paseantes con perros que poco a poco fueron ocupando el espacio reservado para que retozaran las
mascotas.

Alice era la tía del Amante otoñal que quería rentar el cobertizo. Tenía más de ochenta años y vivía sola. A lo
largo de los años había perfeccionado la habilidad de conseguir que algunos de sus vecinos le sirvieran de
nexo con el mundo exterior. Sabía del horario de muchos de ellos. Por ejemplo, conocía la hora exacta en que
la muchacha de la casa de al lado iba a hacer sus compras. Alice aparecía por la ventana y ofreciendo una
sonrisa le arrojaba una lista con los artículos que requería. También tenía conocimiento de la hora en que
regresaba del trabajo el corpulento hombre que habitaba la casa al lado de la suya. Acostumbraba llamarlo
cada vez que se producía un problema relacionado con la electricidad o la plomería. Alice se mostró bastante
desconfiada cuando el Joven Protagonista del Relato se presentó a indagar por el cobertizo (NO HACE FALTA
DES-CRIBIRLO, PUES EL COBERTIZO NO TIENE NINGUNA SEÑA EN PARTICULAR). Leyó con dificultad la
tarjeta que el Joven le pasó por abajo de la cadenita que dejaba entreabierta la puerta. El ideal de inquilino de
Alice parecía estar constituido por muchachas llegadas a la ciudad con aspiraciones menores. Aparte del
dinero, lo que deseaba en realidad era alguien que fuera un acompañante. Una persona con quien ver la
televisión en las noches, que de cuando en cuando pudiera hacerle las compras y que la acompañase a su
visita mensual a la peluquería. Pese al recelo inicial hizo pasar al Joven a la casa. Lo invitó a tomar asiento en
uno de los sofás de una sala decorada con figuras de porcelana china y muebles cubiertos con fundas de
plástico. Sin apartar la vista de la pierna artificial que se insinuaba debajo del pantalón, Alice comenzó a hacer
preguntas. Aquel interrogatorio desanimó rápidamente al Joven Protagonista del Relato de la idea de rentar el
cobertizo. Se puso de pie y después de despedirse salió de la casa con rumbo a la estación del subterráneo
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(EN ESTE PUNTO PUEDE INSERTARSE UN FLASH BACK DE LA INFANCIA DEL PERSONAJE HACIENDO
ALUSIÓN A QUE SE TRATA DE UNA VÍCTIMA DE LA TALIDOMIDA**). Después de que transcurrieron los dos
meses que le permitían sus ahorros, el Joven Protagonista del Relato decidió llamar a Alice con la vaga
esperanza de que el cobertizo se encontrara rentado. Estaba angustiado pues no había hallado nada que se
ajustara a su presupuesto y a sus necesidades. No tenía grandes expectativas con respecto a las condiciones
del cobertizo de Alice, pero intuía que no pediría mucho dinero por su arriendo. El pequeño cobertizo
continuaba vacío. El Joven notó cambios en la voz de Alice. Parecía como si hubiera recapacitado después de
su visita. Quizá había conversado con su sobrino. Alice le preguntó en ese momento algo inusual: "¿usted no
es negro ni viejo, verdad?" Cuando el Joven llegó a la casa, Alice lo recibió inquiriendo acerca de lo sucedido
con su pierna. Sólo cuando le respondió dejó que pasara verdad?en cuando le respondió dejó que pasara.
Mientras se adentraban en la casa, Alice le contó que cuarenta años atrás un autobús le seccionó la pierna a
una de sus mejores amigas. Cuando salieron al patio, el Joven Protagonista Del Relato descubrió que el
cobertizo era peor de lo imaginado. No tenía más de tres metros cuadrados y las paredes estaban repletas de
agujeros. Se sentó en una esquina. Mientras contemplaba aquel espacio pensó que costaría mucho dinero
repararlo. Alice había ido a la cocina a preparar un poco de té. En esa época el Joven no sabía aún rezar. No
había entrado en el espacio místico donde se comprendía que toda la realidad obedecía a una misma
naturaleza divina. Aquel momento, en el que se encontraba sentado en aquel cobertizo destartalado, habría de
recordarlo muchas veces en sus visitas a la mezquita. A pesar de no haber aún aprendido a rezar sintió un
estado similar al que experimentaría años después cuando se ponía a girar. Tomó en ese momento una
decisión, que se reforzó cuando Alice volvió con el té y le informó que las reparaciones iban a ser descontadas
de la renta. El Joven aceptó. En las semanas siguientes se dedicó a trabajar cubriendo los huecos y pintando
las paredes. Consiguió además algo que no creyó posible lograr: Alice le permitió apropiarse no sólo del
cobertizo sino del patio de la casa. El Joven Protagonista del Relato no entendía aquel cambio de conducta. A
partir de entonces se comunicaron mayormente por una pequeña ventana que tenía roto el vidrio. En los tres
años que duró la convivencia ninguno de los dos hizo nada por componerlo. El Joven comenzó a pasarle por
ese agujero las compras que le hacía y algunos platos que preparaba en una esquina del patio, que luego de
cubrir con un pequeño techo había adaptado como cocina. Para el Joven Protagonista del Relato una de las
imágenes recurrentes de esa etapa era la visión de Alice conversando a través del agujero con alguno de los
informantes travestis que necesitaba para llevar adelante su proyecto (MENCIONAR EN ESTE PUNTO CON
DETALLE EL PROGRAMA PARA TRAVESTIS QUE FINANCIA LA ESCRITURA DEL JOVEN). Alice prefería
conversar con uno de mediana estatura que acudía siempre acompañado por su hijo de tres años de edad.

Por esas fechas, el Joven Protagonista del Relato tuvo un breve encuentro con cierta crítica literaria que
conoció durante la presentación de un libro. El Joven y la crítica se sentaron juntos. Alguien los presentó y
hablaron sin cesar de lo que se producía en materia literaria en la ciudad. En realidad el Joven la escuchó,
pues guardó silencio casi todo el tiempo. Es imposible, afirmó la crítica, establecer una medida estándar de las
obras que van apareciendo. Parecía desconcertada con los cambios. Hasta unos años atrás era fácil detectar
los distintos tipos de corrientes establecidos. Luego de cenar fueron juntos al departamento de la crítica. La
hija estaba ya dormida. Apenas llegaron, la crítica despidió a la niñera. Comenzaron a besarse en la sala y
terminaron acostándose en la habitación. En la madrugada el Joven Protagonista del Relato quiso ir al baño.
Se puso la pierna artificial y salió del cuarto. Pasó frente a la habitación de la hija. A un lado estaba la cama y
en el piso era posible ver desparramados algunos juguetes. El Joven se quedó en la puerta mirando a la niña
dormida. No la podía ver bien pero intuyó su presencia. Luego se asomó por la ventana del corredor. Abajo la
calle estaba animada. Al frente había un club nocturno. El portero hacía formar en fila a la gente que quería
ingresar. Momentos antes de dormirse la crítica literaria lloró al lado del Joven. Ambos estaban desnudos
echados encima de la cama. Se oían de manera nítida los ruidos de la ciudad. En un par de ocasiones se
escucharon las sirenas de algún vehículo de emergencia. La pierna estaba puesta de pie a un lado de la
puerta. La crítica literaria señaló que le gustaría dejar aquel apartamento. No lo hacía porque la niña estaba
acostumbrada a vivir allí. Dijo también que desde hacía unos meses ya no preguntaba por su padre. En ese
momento comenzó a llorar. Cuando se calmó quiso contarle al Joven la historia completa. Al finalizar el
invierno pasado, su esposo, con quien llevaba cerca de diez años de casada, cierta noche decide invitarla a
cenar fuera de casa. Dejan a la hija al cuidado de la niñera y salen a un restaurante situado a pocas cuadras
de distancia. Cuando están por terminar el postre el esposo lanza la noticia. Va a someterse a una operación
de cambio de sexo. Dice también que le siguen atrayendo las mujeres, pero de una manera distinta. Quiere
acercarse a ellas de mujer a mujer. No se atreve a pedírselo, pero si está dispuesta pueden continuar con el
matrimonio. A la manera de dos mujeres que viven juntas teniendo una niña pequeña que criar. Ovillada y
desnuda en una esquina de la cama, la crítica literaria le dijo al Joven que era la primera persona a quien le
contaba la verdad. Para los demás se trataba de un simple divorcio. A partir de aquella noche el marido no
vuelve más al apartamento. Al día siguiente la crítica empaca sus cosas y las envía a un depósito. La crítica
literaria cree que lo peor del asunto no es la decisión del marido de cambiar de sexo, sino no haber aceptado
la propuesta de seguir viviendo juntos. Luego de volver del baño, el Joven Protagonista fue por sus ropas y se
vistió en silencio. Salió del apartamento sin que nadie lo advirtiera. En los días siguientes visitó en las tardes el
parque de diversiones aledaño al edificio donde vivía la crítica. Desde lejos vio jugar a la hija. Algunas veces
estaba acompañada por su madre y otras por mujeres desconocidas. El Joven Protagonista nunca volvió a
comunicarse con la crítica. En un par de ocasiones encontró en su contestador mensajes donde la mujer le
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pedía textos para publicar en distintas revistas. El Joven nunca devolvió las llamadas. En las tardes observaba
de manera persistente a la niña. Sólo se le acercó en una ocasión. Sucedió cuando en el parque fue hallado
un perro perdido. Se trataba de un animal pequeño. Tenía el pelo corto y una mancha marrón aureoleando un
ojo. El Joven vio cuando la niña tomaba la correa que arrastraba por el piso. Sólo en ese momento, cuando
observaba cómo la hija de la crítica cogía la correa y se ponía a preguntar por el dueño advirtió que su
conducta podía tener algo de anormal. No estaba bien que un hombre adulto dedicara tardes enteras a visitar
a escondidas parques infantiles. El Joven Protagonista se acercó a la niña y le dijo que el perro era suyo. La
hija de la crítica se lo entregó. El Joven caminó con el perro unas cuadras. Al llegar a una esquina se lo dio a
un viejo que estaba ocupado en armar una covacha usando cajas de cartón. Ante la sorpresa del anciano, el
Joven Protagonista del Relato le proporcionó además un billete. Luego tomó una de las avenidas principales
que recorrían de sur a norte la ciudad.

Conforme continuaba su camino, el Joven Protagonista del Relato se preguntó por su conducta de las últimas
semanas. Le parecía extraño haber pasado tardes enteras espiando a la niña en el parque. Más raro aún
haber entregado el perro perdido a aquel anciano. Ante la imposibilidad de hallar al dueño, la crítica literaria
quizá lo hubiera aceptado en su apartamento. Aquello habría hecho feliz a la niña. Aunque en sus pesquisas
en el parque no había visto a la niña triste. Al recordar lo alegre que lucía mientras se columpiaba, el
Protagonista recordó un momento específico de su infancia. Se acordó de cuando su madre no podía
comprarle la pierna artificial que necesitaba. Desde niño sabía lo costosos que suelen ser los aparatos
ortopédicos. Afirmaba que era porque no eran construidos en serie, pues cada persona malformada tiene su
malformación particular. De alguna manera aquello sucedía también con ciertos grupos del Hell kitchen
(TRATAR DE AMPLIAR EN ESTE PUNTO EL DESEO DE AQUELLAS PERSONAS). Muchos de ellos querían
hallar una sexualidad propia. Como la madre no contaba con los recursos necesarios para pagar la prótesis, el
Joven fue llevado a un programa de televisión. Se trataba de un espacio conducido por una mujer y dirigido a
un público femenino. Aparte de ofrecer clases de manualidades, se daban también lecciones de cocina y
había también un espacio para pedir ayuda de orden social. Antes de que el programa llegase a su fin, el
Joven fue sentado junto a la conductora, quien después de decir unas palabras a la cámara le pidió que
mostrara el muñón.

Aquella exposición hizo que se consiguiera el dinero necesario para la confección de la prótesis. Los talleres
quedaban casi a treinta kilómetros de distancia. Hasta antes de volverse musulmán, el Joven aseguraba que
la imposición de una prótesis a edad temprana era posiblemente la causa de que al despojarse de ella el
usuario se sintiera desnudo (EXPLICAR EN DETALLE EL PROCESO DEL PASO DEL PROTAGONISTA DEL
CRISTIANISMO A LA RELIGIÓN MUSULMANA). Actualmente, y gracias a los giros que realizaba
ocasionalmente, el Joven podía prescindir de su pierna en el momento que juzgara conveniente.

*Expresión que significa repudio.


**Fármaco que causó malformaciones a más de 40,000 recién nacidos.

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