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Uno sabe desde niño que los rituales de invocación pluvial suelen ser eficaces: los
indios apaches lo practicaban con frecuencia en las películas del Oeste, a través de una
danza que estaba entre la conga de Jalisco y los espasmos propios del cólico nefrítico, con
armonías vocales en torno al jua jaja jua y al waja waja jawa, y aquel experimento
esotérico funcionaba.
Me alegro mucho de que Dios haya oído al obispo y a sus feligreses, pero les confieso
que, a pesar de la evidencia del milagro, este asunto me ha creado un conflicto teológico,
según paso a explicarles. ¿Qué concepto tiene de Dios su ilustrísima cordobesa? Al parecer,
el de alguien que está allá en sus alturas inimaginables, sentado en un trono etéreo, inge-
niando diabluras: "Voy a dejar a esa gente sin agua durante una temporada". (El motivo
podría ser la legalización de las bodas entre homosexuales, por ejemplo. O tal vez la
desmembración de España. O quizá los libertinajes masivos que propician las botellonas.
Quién sabe.) Pero entonces, de repente, por iluminación tal vez del Paráclito -el socio
palomo del tripartito celestial-, un obispo inquieto tiene la ocurrencia de inducir a los fieles
a que procuren ablandar el corazón divino: "Pedid a Dios, Nuestro Señor, que por su mise-
ricordia nos libre de esta calamidad y nos bendiga con el agua que necesitamos". Y las ple-
garias de los cordobeses llegan a oídos de Dios, y Dios dice: "Bueno, vale, voy a hacer que
llueva un poco, pero sólo un poco". y caen cuatro gotas. El caso es, en fin, que si un obispo
tiene esa idea de Dios -un ente arbitrario y cruel que exige oraciones para paliar las
catástrofes que él mismo origina a capricho-, no me atrevo ni a imaginar siquiera la for-
mación teológica que puede tener un monaguillo.
Lo que me preocupa es que alguna secta satánica cordobesa, preocupada también por la
sequía, se dedique a organizar rituales para ablandar el corazón podrido del demonio
Bechart, porque, entre unos y otros, pueden acabar provocando un diluvio, y tampoco se
trata de eso.
Creo yo, no sé, que tanto la jerarquía católica como la jerarquía satanista de Córdoba se
hallan en un momento histórico inmejorable para llegar a un pacto, siquiera sea sobre el
asunto pluvial concreto: que racionalicen y programen sus respectivas invocaciones, no sea
que acaben todos allí con el agua al cuello. Y no quiero ni pensar que exista en Córdoba
una asociación de indios apaches, porque entonces va a ser un lío. De los gordos.