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La increble y triste historia de la cndida Erndira y de su abuela desalmada. Erndira estaba baando a la abuela cuando empez el viento de su desgracia.

La enorme mansin de argamasa lunar, extraviada en la soledad del desierto, se estremeci hasta los estribos con la primera embestida. Pero Erndira y la abuela estaban hechas a los riesgos de aquella naturaleza desatinada, y apenas si notaron el calibre del viento en el bao adornado de pavorreales repetidos y mosaicos pueriles de termas romanas. La abuela, desnuda y grande pareca una hermosa ballena blanca en la alberca de mrmol. La nieta haba cumplido apenas los catorce aos y era lnguida y de huesos tiernos y demasiado mansa para su edad. Con una parsimonia que tena algo de rigor sagrado le haca abluciones a la abuela con un agua en la que haba hervido plantas depurativas y hojas de buen olor, y stas se quedaban pegadas en las espaldas suculentas, en los cabellos metlicos y sueltos, en el hombro potente tatuado sin piedad con un escarnio de marineros. Cuando acab de baarla, llev a la abuela a su dormitorio. Era tan gorda que slo poda caminar apoyada en el hombro de la nieta, o con un bculo que pareca de obispo, pero an en sus diligencias ms difciles se notaba el dominio de una grandeza anticuada. En la alcoba compuesta con un criterio excesivo y un poco demente, como toda la casa. Erndira necesit dos horas ms para arreglar a la abuela. Le desenred el cabello hebra por hebra, se lo perfum y se lo pein, le puso un vestido de flores ecuatoriales, le empolv la cara con harina de talco, le pint los labios con carmn, las mejillas con colorete, los prpados con almizcle y las uas con esmalte de ncar, y cuando la tuvo emperifollada como una mueca ms grande que el tamao humano la llev a un jardn artificial de flores sofocantes como las del vestido, la sent en una poltrona que tena el fundamento y la alcurnia de un trono, y la dej escuchando los discos fugaces del gramfono de bocina. La abuela navegaba por las cinagas del pasado. Erndira se ocup de barrer la casa que era oscura y abigarrada con muebles frenticos y estatuas de csares inventados y araas de lgrimas y ngeles de alabastro y un piano con barniz de oro, y numerosos relojes de formas y medidas imprevisibles. Estaba lejos de todo en el alma del desierto

junto a una ranchera de calles miserables y ardientes

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