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¿Por qué ser médico hoy?

Oozlum era un fabuloso pájaro de leyenda que tenía la característica de volar hacia atrás, la
cola hacia el frente y la cabeza en la popa. De este modo nunca sabía hacia dónde iba, pero
jamás perdía de vista de dónde procedía.

Curioso, pero vale la pena valerse de un animal fantástico y contraintuitivo para trazar analogí-
as y diferencias. Es un juego, ya lo sé, pero, ¿quién dijo que jugar no es una cosa seria?

Lanzados hacia el incierto futuro, enceguecidos por el resplandor de improbables paraísos, va-
mos por el mundo ejerciendo un culto insensato a la novedad. Cuando hay un acuerdo tácito
acerca de algo, cuando nadie duda y un modo de pensar se transforma en una verdad autoevi-
dente, resulta siempre apropiado sospechar de él. Avanzar puede ser un acto compulsivo, un
imperativo naturalizado por los hechos. Pero hay dos formas de hacerlo. Cargando con el pasa-
do que guarda los fundamentos y los propósitos del viaje u, obsesionados por la velocidad
como un fin en sí mismo, arrojarlo por la borda para aligerar el peso. Así, vamos a toda prisa
pero ignoramos hacia dónde. Veloces y desorientados asistimos al espectáculo de una brújula
cuya aguja gira, enloquecida e inútil, sin saber dónde detenerse ni qué camino señalar.

Elegir estudiar y ejercer la Medicina ha sido siempre una decisión trascendente. Cada persona
que encara el proyecto de vivir como médico se ha formulado alguna vez una serie de interro-
gantes: ¿por qué? ¿para qué? ¿cómo? ¿es un “medio” de vida o un “modo” de vida?

Algunos fundamentos básicos se han mantenido inalterados pero otras respuestas a éstas pre-
guntas se han transformado con el paso del tiempo. Las razones han sufrido el impacto de las
condiciones sociales, históricas, políticas y culturales en que nos ha tocado vivir.

Vivimos tiempos de escepticismo radical, de sospecha hacia los grandes relatos que dieron
sentido a las vidas de los hombres desde hace muchos siglos. Motivos no faltan, pero mientras
el descreimiento y el cinismo buscan a tientas nuevas razones para creer, en la Medicina ello
produce algunas señales de alarma y la sombra amenazante de ciertos riesgos cuyas conse-
cuencias nadie se anima imaginar. Desprovisto de razones profundas que lo justifiquen, el ejer-
cicio de la Medicina puede convertirse en una práctica peligrosa para pacientes y profesionales.
Incapaz de aliviar o curar a los primeros y un motivo poderoso de enfermedad e insatisfacción
personal para los segundos.

Resulta prudente sostener una actitud escéptica sobre el conocimiento científico, pero es muy
peligroso hacerlo sobre los fundamentos éticos de la propia disciplina.

¿Cuál será el destino de una profesión en la que muchos de sus miembros ya no encuentran
respuestas satisfactorias a las preguntas básicas?

O lo que sería peor aún:

¿Cuál será ese destino cuando algunos de quienes la adoptan jamás se las han formulado?

Enfrentados a cuestiones tan complejas es natural que aparezcan sensaciones contradictorias


y la perplejidad de los grandes momentos. La incertidumbre de lo desconocido y la zozobra
ante futuro. Precisamente es allí donde se hace necesaria la figura del maestro. Sin mayores
esfuerzos desfilan ante nosotros las voces de quienes nos educaron, de los que fueron y son
un ejemplo, en fin, la galería de hombres y mujeres que encarnan lo que hubiésemos querido
ser, lo que aún aspiramos a ser, lo que no estamos dispuestos a admitir que deje de ser.

Contradiciendo la tendencia general algunos todavía creemos que resulta necesario encontrar
justificaciones para los grandes temas de la existencia. De espaldas a la propuesta de flotar a
la deriva en el indiferenciado océano del relativismo extremo, nos empecinamos en afirmar que
no todo es igual, que sí hay verdades por las que valen la pena el esfuerzo y la pasión. A con-
tracorriente de lo que se ha convertido en “sentido común” nos resistimos a entregarnos a la tri-
vialidad de la acumulación como destino inexorable. Somos lo que hemos logrado tanto como
aquello a lo que hemos renunciado voluntariamente. Lo que deseamos ser, pero también aque-
llo que no deseamos ser.

No buscamos recetas sino razones. No pedimos fórmulas sino motivos. Objetivos y no resulta-
dos son lo que reclamamos. Si permitimos que los propósitos se disuelvan en una bruma indife-
renciada donde ninguno es superior a los otros, entonces alguien los fijará en nuestro lugar o
caminaremos ciegos detrás de promesas imbéciles y destinos ilusorios.

Hay modos de ser que interrogan lo que uno es. De éste modo la reflexión sistemática acompa-
ña el desarrollo de la propia existencia. La construcción de la vida de cada uno se gesta a la
sombra de un sentido que juzgamos trascendente. Por el contrario, la "falsa conciencia" o alie-
nación consiste en la creencia en que somos movidos por "A" mientras en realidad nos mueve
"B". Y en lo releativo a los fines, pensamos que nos dirigimos a "X" mientras vamos hacia "Y".
Podemos vivir en el error, pero tal vez resulte mejor evitarlo.

En sintonía con algunas modalidades actuales vamos en busca de un “cerebro colectivo”, de


reunir inteligencias y sensibilidades para pensar juntos. No nos proponemos un retorno imposi-
ble a un pasado idealizado sino la construcción responsable de los valores del presente y los
itinerarios hacia un mañana posible. No es melancolía, es la necesidad imperativa de que
nuestros jóvenes -y nosotros mismos- tengamos conciencia de qué cosa hacemos y por qué la
hacemos.

Si los estudiantes sólo perciben la frustración y el desencanto. Si respiran en una atmósfera


desapasionada y ajena que sólo les transmite una destreza técnica. Entonces, ¿qué profesión
les dejaremos?

Si lo que sienten es un ánimo fatalista y la sombría reencarnación del estocismo degradado de


los grandes decepcionados de la historia. ¿Qué les daremos que no sea resignación y abulia?

Si los sentimientos de solidaridad y servicio que originaron su decisión adolescente no son esti-
mulados sino, por el contrario, desestimados hasta que muchos jóvenes sienten que deben
ocultarlos para no lucir ingenuos. Entonces, ¿quién les hará llegar la herencia que recibimos y
que no les entregamos?

Es muy curioso escuchar que “ya no hay ejemplos” cuando lo que ostensiblemente ocurre es
que, habiéndolos, nadie los muestra. Aún en condiciones de crisis profesional, la Medicina está
llena de ejemplos de vida que la empecinada reiteración de algo que nadie se molesta en com-
probar sepulta en el silencio. Hay cientos de mujeres y hombres que tienen algo que decir a las
nuevas generaciones, una historia que avala su palabra y una coherencia ética e intelectual
que los habilita para ello.

No es mucho lo que se necesita. Un espacio de encuentro entre maestros y alumnos donde


ambos elaboren el repertorio de inmensos motivos que, aún hoy, hacen que la elección de la
Medicina como destino de una vida sea una elección maravillosa. Alguien tiene que decírselos.

Daniel Flichtentrei

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