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El Spleen de Paris
El Spleen de Paris
El Spleen de Paris
Ebook91 pages1 hour

El Spleen de Paris

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Le spleen de Paris, que ahora presentamos a los lectores en nueva y acendrada versión, plasmaron literariamente ese cambio. El mundo de las grandes ciudades, el de los Tableaux parisiens, se convierte aquí en la preocupación dominante del poeta maldito, que nos legó algunos de los pensamientos más hondos y sugerentes sobre el mundo moderno. Después de las numerosas aportaciones poéticas y literarias de Baudelaire, ni la realidad representable, ni el sujeto creador, ni la obra creada, ni siquiera el lector de poesía, volverían a ser los mismos de antes.
LanguageEspañol
Release dateMar 26, 2021
ISBN9791259712387
El Spleen de Paris
Author

Charles Baudelaire

Charles Baudelaire, né le 9 avril 1821 à Paris et mort dans la même ville le 31 août 1867, est un poète français.

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    El Spleen de Paris - Charles Baudelaire

    PARIS

    EL SPLEEN DE PARIS

    A ARSÈNE HOUSSAYE

    Mi querido amigo, le envío una obrita que no tiene ni pies ni cabeza porque aquí todo es pies y cabeza a la vez, alternativa y recíprocamente. Con- sidere las admirables comodidades que ofrece a to- dos esta combinación, a usted, a mí y al lector. Po- demos cortar donde queremos, yo mi ensueño, us- ted el manuscrito y el lector su lectura, porque no supedito su esquiva voluntad al hilo interminable de una intriga superflua. Sustraiga una vértebra y los dos trozos de esta tortuosa fantasía se unirán sin esfuerzo. Córtelo en muchos fragmentos y verá que cada cual puede existir separado. Con la esperanza de que algunos de estos pedazos sean lo bastante vívidos para gustarle y divertirlo, me atrevo a dedi- carle la serpiente entera.

    Tengo una pequeña confesión que hacerle. Hoje- ando por lo menos una vigésima vez el famoso Gaspard et la Nuit de Aloysius Bretrand (¿acaso un libro que conocemos usted yo y algunos amigos no tiene todo el derecho a ser llamado famoso?) se me ocurrió intentar algo parecido y aplicar a la de- scripción de la vida moderna -mejor dicho, una vida moderna y más abstracta- el procedimiento que él aplicó a la pintura de la vida antigua, tan extraña- mente pintoresca.

    ¿Quién no ha soñado el milagro de una prosa poética, musical, sin ritmo y sin rima, tan flexible y contrastada que pudiera adaptarse a los movimien- tos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoña- ción y a los sobresaltos de la conciencia?

    Esta obsesión nace de frecuentar las grandes ciu- dades, del entrecruzamiento de sus incontables rela- ciones. También usted, mi querido amigo, trató de traducir en canción el grito estridente del vidriero y de expresar en prosa lírica sus desoladoras resonancias cuando atraviesan las altas brumas de la calle y lle- gan a las buhardillas.

    A decir verdad, temo que mi celo no me haya traído felicidad. Apenas iniciado el trabajo me di cuenta de que estaba muy lejos de mi misterioso y

    brillante modelo y que además hacía algo -si puede llamarse algo a esto- singularmente diferente. Este accidente enorgullecería a cualquier otro, pero hu- milla profundamente a un espíritu para quien el más grande honor del poeta es cumplir exactamente con lo que había proyectado hacer.

    Su muy afectuoso

    C. B.

    I

    EL EXTRANJERO

    - Hombre enigmático, dime a quién amas más:

    ¿a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu her- mano?

    - No tengo padre ni madre, ni hermano ni her- mana.

    - ¿Tus amigos?

    - Usa una palabra cuyo sentido me es descono- cido hasta hoy.

    - ¿Tu patria?

    - Ignoro bajo qué latitud está ubicada.

    - ¿La belleza?

    - Con gusto la amaría, diosa e inmortal.

    - ¿El oro?

    - Lo odio tanto como usted a Dios.

    - ¿Qué amas entonces, extraordinario extran- jero?

    - Amo las nubes... las nubes que pasan... allá... allá... ¡ maravillosas nubes!

    II

    LA DESESPERACION DE LA VIDA

    La viejita apergaminada se sintió muy feliz ante el hermoso bebé al que todos hacían fiesta, a quien todos querían gustar; un hermoso ser, tan frágil co- mo ella, la viejita, y también como ella sin dientes ni pelo.

    Y se le acercó para hacerle sonrisas y mimos.

    Pero el bebé asustado se debatió bajo las caricias de la decrépita mujer y llenó la casa de chillidos.

    Entonces la pobre vieja se retiró a su eterna so- ledad y lloró en el rincón diciéndose: -Para noso- tras, viejas desdichadas, ya pasó la edad de gustar... siquiera a los inocentes; ¡ horrorizamos también a los bebés que queremos amar!

    III

    EL RUEGO DEL ARTISTA

    ¡ Qué penetrantes son los atardeceres de los días de otoño! ¡ Penetrantes hasta el dolor! porque hay deliciosas sensaciones donde lo vago no excluye lo intenso; y no hay punta más afilada que la del Infi- nito.

    ¡ Qué delicia ahogar la mirada en la inmensidad del cielo y el mar! ¡ Soledad, silencio, incomparable castidad de lo celeste! una vela pequeña tiembla en el horizonte y en su pequeñez y soledad imita mi irremediable existencia, monótona melodía de las olas, todo piensa en mí y yo pienso en todo (en la magnitud de la ensoñación, el yo se pierde) musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones.

    Pero tanto los pensamientos que surgen de mí como los que proceden de las cosas, se vuelven en seguida demasiado intensos. La energía en el placer crea malestar y sufrimiento positivo. Mis nervios crispados sólo producen vibraciones estridentes y dolorosas.

    Y ahora, la profundidad del cielo me consterna; su limpidez me exaspera. La insensibilidad del mar, la inmutabilidad del espectáculo, me rebelan... ¿su- frir eternamente o eternamente huir de lo bello?

    ¡ Naturaleza, maga despiadada, rival siempre victo- riosa, déjame! ¡ No tientes mis deseos y mi orgullo! El estudio de lo bello es un duelo donde el artista grita de espanto antes de ser vencido.

    IV

    UN BROMISTA

    Era la explosión del año nuevo: caos de barro y nieve, atravesado por mil carruajes, brillando de ju- guetes y bombones, bullendo de tentaciones y de- sesperación, delirio oficial de una gran ciudad capaz de perturbar el cerebro del más decidido solitario.

    En medio de la confusión y el estruendo, un as- no trotaba vigorosamente acuciado por un bruto que llevaba látigo.

    Cuando el asno iba a doblar una esquina, un se- ñorito enguantado, aprisionado en un traje recién estrenado y una corbata cruel, se inclinó ceremonio- samente ante la humilde bestia y sacándose el som- brero le dijo: ¡ Que sea bueno y feliz! y giró hacia sus camaradas con fatuidad y como pidiéndoles aprobación para su gracia.

    El asno no vio al atildado bromista y celosa- mente siguió corriendo hacia donde el deber lo lla- maba.

    Pero a mí, en un súbito ataque de furia contra el magnífico imbécil, me pareció que concentraba to- do el espíritu de Francia.

    V

    EL CUARTO DOBLE

    Un cuarto que parece una ilusión, un cuarto ver- daderamente espiritual, donde la atmósfera inmóvil se tiñe suavemente de rosa y azul.

    Allí el alma se baña de pereza, con perfume de pena y de deseo. Hay algo de crepúsculo, azulado y rosado; un sueño de placer durante un eclipse.

    Los muebles tienen forma alargada, postrada, lánguida. Los muebles parecen soñar, como si tuvie- ran vida sonámbula, como lo vegetal y lo mineral. Los tejidos hablan una lengua muda, como las flo- res, los cielos, los ocasos.

    Ninguna abominación artística en las paredes. Para el sueño puro, para la impresión no analizada, el arte definido, el arte positivo es una blasfemia.

    Todo tiene aquí la claridad justa y la deliciosa oscu- ridad de la armonía.

    Un infinitesimal olor del gusto más exquisito, mezclado con ligerísima humedad flota en la at- mósfera donde una sensación de cálido invernadero acuna al espíritu adormecido.

    La muselina cae abundante delante de las venta- nas y la cama; se derrama en nevadas cascadas. En la cama está el Idolo acostado, la reina de los sue- ños. ¿Pero cómo ha llegado aquí? ¿Quién la trajo?

    ¿Qué mágico poder la puso en ese trono de ilusión y placer? ¿Qué importa? Está aquí. Yo la reconozco. Y suyos son los ojos cuya llama recorre el cre- púsculo; ¡ sutiles y terribles luceros que reconozco por su tremenda picardía! Atraen, subyugan, devoran la mirada del imprudente que los contempla. Dema- siado estudié las estrellas negras que exigen curiosi-

    dad y admiración.

    ¿A qué demonio

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