You are on page 1of 11

SEMINARIO

Neuropsicología e
Intervención en TDAH

1
Neuropsicología e Intervención en TDAH.
[ OBJETIVOS]
La profundización en las consideraciones básicas sobre la hiperactividad:
definición, historía, sintomatología, etc.

El análisis de los problemas asociados a la hiperactividad que nos haga


comprender algunos de los comportamientos de estos niños y niñas, y
poder actuar adecuadamente en cada caso.

El esbozo y descripción de las diversas implicaciones y orientaciones tanto a


nivel de diagnóstico como de intervención que de la hiperactividad se deriva
y que como profesionales debemos abordar desde una perspectiva amplia.

3
CONTENIDOS

Introducción.

1. Historia y definición.

2. Síntomas fundamentales.

2.1. Deficiencias Atencionales.


2.2. Impulsividad.
2.3. Hiperactividad.

3. Etiología.

3.1. Causas Biológicas.


3.2. Causas Ambientales del TDAH.

4. Diagnóstico de la hiperactividad.

4.1. Diagnósticos Diferenciales.

5. Evaluación del niño hiperactivo.

5.1. Anamnesis.
5.2. Escala de Evaluación de Autocontrol (SCRS, Kendall y Wilcox, 1979).
5.3. Cuestionario de Hiperactividad de Ferry, Weiss y Peters 1968).
5.4. Batería de socialización (Silva y Martorell, 1983).
5.5. Pruebas complementarias.
5.6. Evaluación a través de los Padres y Profesores.

6. Tratamiento.

6.1. Tratamiento Farmacológico.


6.2. Tratamiento Psicológico. Métodos Cognitivo-Conductuales.

7. Técnicas de modificación de conducta.

7.1. Refuerzos Sociales. La Alabanza.


7.2. Recompensas y Privilegios.
7.3. Extinción (Retirada de Atención).

4
7.4. Reprimendas (Feed-Back Negativo).
7.5. Coste de Respuestas (Retirada de Privilegios).
7.6. Aislamiento (Time-Out).

8. Concepciones erróneas.

9. Programa de intervención neuropsicológica.

9.1. Rehabilitación cognitiva.


9.2. Tratamiento cognitivo-conductual.

10. Recursos Bibliográficos.

5
Introducción.
La legitimidad, tanto del diagnóstico como del tratamiento de la
hiperactividad en los niños, se ha convertido en un tema, de llamativo
debate público en los últimos años. Un tema que antes era exclusivo interés
de unos pocos médicos y educadores ha pasado a ser una de las más
importantes preocupaciones de la medicina, la educación y la planificación
pública. Algunos dirán que la hiperactividad es consecuencia de un defecto
funcional del cerebro, que consideran está muy extendida, y que
recomiendan un vigoroso programa de tratamientos médicos y educativos
para su ‘curación’. Otros asegurarán que se trata de un mito inventado.
Estos críticos subrayan las consecuencias de “poner etiquetas” y rehúsan el
tratamiento propuesto como una respuesta totalmente inapropiada para
una variación normal, o incluso “creativa”. Entre estos extremos polémicos
se encuentra otras posiciones intermedias que opinan que existen un
conjunto de fenómenos conductuales que reclaman atención, pero que, no
obstante, reconocen los peligros de un punto de vista unitario.

Los fármacos estimulantes y la terapia de la conducta han demostrado ser


capaces de ampliar el espectro de atención. Perfectamente. Pero el objetivo
de intensificar la atención es para que saque provecho de la instrucción.
Dicha instrucción ha de estar disponible para el niño a un nivel que éste
pueda asimilar, o, de lo contrario, todo el proceso carecerá de sentido. Los
fármacos, comportan el riesgo de ser muy fáciles de prescribir, y
relativamente baratos, de modo que se pueden emplear solos, sin los
demás componentes del programa de corrección. Esto es, obviamente
incorrecto. Es incorrecto el mal empleo de la medicación, no la propia
medicación.

La hiperactividad no es una enfermedad. Consiste en un grupo de signos y


síntomas que casi reviste la condición de “síndrome”. Es decir, permite
distinguir a un grupo de niños que se diferencian de los demás, no
solamente en el momento en que se realiza el diagnóstico, sino incluso
cuando se les sigue después de un período de cinco o diez años, y que se
encuentran sometidos a un riesgo creciente de encontrarse con problemas

6
académicos, sociales y conductuales. El problema del diagnóstico se
complica a causa de la capacidad que tienen otros estados conocidos (tales
como la ansiedad, la hipoglucemia, etc.) de remediar las características
clínicas de los trastornos hiperkinéticos.

Lo que resulta sin duda “real” es el hecho de que existen algunos niños
cuya actividad manifiesta y sus pautas de atención plantean un problema a
sus padres, a sus profesores, a sus compañeros y a ellos mismos. Lo que
igualmente parece “real” es que las formulaciones unilaterales del
problema, tanto desde el punto de vista médico como del social, no explican
el problema en su integridad ni lo resuelven.

Hace veinte años era un hecho admitido en el la pediatría y en la psiquiatría


el considerar que los síntomas hiperkinéticos disminuían con la edad, y que
la principal tarea consistía en dar ánimo a los padres, tranquilizándoles con
la seguridad de que, al crecer, el niño superaría su incapacidad. En los
últimos cinco años, el estudio sistemático de la subsiguiente trayectoria de
estos jóvenes ha dirigido la atención hacia la persistencia de los problemas
en la consecución académica, la adaptación social y el desarrollo emocional.
Si hace una generación éramos injustificadamente optimistas, ahora
tenemos que precavernos contra un pesimismo también injustificado. En la
actualidad, la información que poseemos abona el que consideremos este
tipo de desorden como algo que requiere una continua revisión médica y
educativa, así como de nuestros mejores esfuerzos a la hora de intervenir
terapéuticamente.

Hay quienes –desafortunadamente- se preguntan o dudan si la intervención


es digna del coste. Mientras que la evidencia de que el beneficio excede al
coste a corto plazo parece muy clara en el tratamiento de la hiperactividad,
en esta afección, como en muchas otras que son crónicas, necesitaríamos
más y mejor información sobre resultados a largo plazo antes de poder
formular una aseveración terminante. Gran parte de los temores que se han
expresado se han basado en predicciones hipotéticas, no en datos. Por
ejemplo, algunos se alarman ante la posibilidad de que la prescripción de
fármacos estimulantes puede conducir a que los pacientes se conviertan en

7
posibles drogodependientes. La información que poseemos contradice esta
suposición, y la propia base de la predicción aparece como dudosa. De
producirse algún efecto, la no corrección del resultado conductual de los
síndromes hiperactivos tiene mayores probabilidades de suscitar en los
adolescentes una estructura de la personalidad propensa a la adicción que
un programa de tratamiento bien planificado, si resulta eficaz en la
disminución de la tensión y de las insatisfacciones asociadas con el
trastorno inicial.

El hecho de que un tratamiento puede ser efectivo y apropiado cuando ha


sido prescrito con seriedad no proporciona ninguna garantía contra el abuso
que se haga del mismo por médicos irreflexivos e incompetentes. La
conclusión lógica de la posibilidad de abuso es insistir sobre la importancia
de una mejor educación de los médicos, psicólogos, pedagogos, educadores
y padres sobre las limitaciones y los usos correctos de los procedimientos
de diagnóstico y terapéuticos en vigor.

Existe una evidencia suficiente de que en la actualidad el apoyar la


conclusión de los autores sobre un tratamiento “multilateral” combinado con
un plan terapéutico coordinado es la elección más acertada.

Las formulaciones disyuntivas violentan la realidad clínica.

8
 

1 HISTORIA Y DEFINICIÓN.
UNIDAD

A menudo nos encontramos en el aula con niños incapaces de estar


sentados durante cinco minutos seguidos, que preguntan qué es lo que hay
que hacer apenas el profesor acaba de explicárselo detalladamente a la
clase (“como si estuviesen sordos”), que difícilmente mantienen su atención
en las explicaciones o durante los trabajos... Son niños impulsivos, que
presentan una actividad motora excesiva y que habitualmente se hallan
envueltos en conflictos con sus compañeros o con adultos, padeciendo
accidentes de todo tipo. No son capaces de demorar las gratificaciones y, en
general, no pueden regular su conducta u organizar las actividades que
realizan.

Estos niños no manifiestan déficits intelectuales pero suelen obtener un


rendimiento muy por debajo del que cabría esperar debido a su déficit
atencional. Se trata de un problema importante ya que, en opinión de
algunos autores al menos un estudiante por aula padece problemas de este
tipo.

En muchas ocasiones se ha pretendido tratar este problema desde el punto


de vista puramente conductual, esto es, los tratamientos han ido dirigidos a
modificar la conducta desadaptativa de estos niños considerando este
trastorno como un problema de comportamiento. Pero aunque es cierto que
la sintomatología del Trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad (en
adelante TDAH) tiene unas consecuencias claramente conductuales, el
déficit que le subyace, la etiología y, por lo tanto, el tratamiento es
sustancialmente distinto por lo que debe ser analizado de forma diferencial,
sin olvidar las semejanzas que se establecen en algunos aspectos con los
problemas de comportamiento, es decir, aunque el TDAH tiene una
sintomatología que produce alteraciones en la conducta bastante
semejantes en todos los casos, tanto la etiología como el tratamiento han
de ser individualizados por lo que cada caso debe ser analizado de forma
diferencial.

  9
 

Inicialmente la hiperactividad fue estudiada desde un enfoque


fundamentalmente médico, el concepto de hiperactividad surge en los
primeros años de 1900, cuando el médico inglés Still publica en la
prestigiosa revista Lancet (1902) un artículo en el que se describe la
sintomatología de los niños con “daño cerebral”, a los que señala como
hiperactivos, fácilmente distraídos y con comportamiento difícil de manejar.

En 1934 Kahn y Cohen presentaron un síndrome al que denominaron


“orgánico cerebral”, caracterizado fundamentalmente por un alto grado de
actividad, incoordinación motora y excesiva irritabilidad, asumiéndose que
patrones comportamentales semejantes observados en niños sin una
alteración cerebral evidente, podrían deberse a algún tipo de daño cerebral
mínimo. Pero la descripción completa de este cuadro se debe a Strauss y
Lethinen (1947) expuesta en un libro que se puede considerar clásico en el
tema.

Pero con el tiempo, la investigación ha ido derivando hacia una perspectiva


más psicopedagógica. Así fue considerada en un principio como un trastorno
de tipo neurológico debido a la existencia de una lesión cerebral, si bien las
dificultades para comprobar la existencia de tal lesión llevaron a un cambio
en la consideración del trastorno. Efectivamente en los años 50 se produce
un giro en la investigación pasándose a una concepción más funcional del
síndrome, se empiezan a desarrollar en América programas de educación
especial dirigidos a la recuperación y tratamiento en las dificultades de
aprendizaje y comportamentales de los niños con daño cerebral, propiciadas
en buena medida por el desarrollo creciente de la Neuropsicología.

En este sentido, Clements (1966) introdujo el concepto de Disfunción


Cerebral Mínima, defendiéndolo como un trastorno de conducta y
aprendizaje asociado con disfunciones del S.N.C. en niños con inteligencia
normal y caracterizado por hiperactividad, inestabilidad emocional, déficits
de coordinación general, déficits de atención, etc.

Ya en los años 70 las investigaciones se centraron en analizar el síndrome


desde una perspectiva conductual abandonando la búsqueda de factores
orgánicos. En esta línea, Douglas (1972) defiende que el principal déficit de

  10
 

los niños hiperactivos consiste en su incapacidad para mantener la atención


y su impulsividad restando importancia a la actividad excesiva ya que éstas,
a diferencia de la atención, mejora con la edad. Más tarde, el DSM-III,
constatando la tendencia iniciada por Douglas, reemplazó el término
“Hiperactividad” por el “Déficit Atencional con Hiperactividad” señalando
como características fundamentales la falta de atención, la actividad
excesiva y la impulsividad, pero poniendo en énfasis especial en el déficit
atencional, tendencia que se mantiene en la última edición del manual.

Sin embargo otros manuales diagnósticos como el CIE (Clasificación


Internacional de Enfermedades) en su novena versión, subrayan el exceso
de actividad motriz como característica principal por lo que en la actualidad
sigue sin existir criterios unívocos que permitan definir con exactitud los
límites de este trastorno. De esta forma, quedan sin resolver numerosas
incógnitas: ¿el síntoma principal de la hiperactividad es el déficit de la
atención o éste está al mismo nivel que la impulsividad y el exceso de
actividad motora?, ¿existen formas puras de déficit atencional sin
hiperactividad?, etc.

  11

You might also like