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Zepeda Domínguez Carlos Roberto

Ética Profesional
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Confianza
Darle tu privilegiada confianza a alguien implica la existencia de diferentes factores en la
relación que se mantenga con el involucrado. El más importante de todos, creo yo, es el de
la existencia de seguridad. Seguridad en que el afortunado individuo galardonado con la
confianza ajena cumplirá con su parte del contrato, es decir, existe la seguridad de que el
digno elegido de tu confianza no te defraudará; no te apuñalará por la espalda o no te guiará
directo a un árbol o a un considerable desnivel en el terreno.
¿Qué implica tener confianza en alguien? Sencillo, darle la confianza a alguien implica darle
a este alguien todas las herramientas y facilidades que le permitan ayudarte, proporcionarte
algún beneficio, o bien, también para destruirte. No a cualquiera se le da la confianza, eso
está más que claro; para que alguien sea un digno merecedor de confianza antes que nada
tiene que haber lazos existentes, éstos, dada la naturaleza social del ser humano y de las
circunstancias contextuales en turno, tienen que ser preferentemente filiales, es decir, es mi
amigote del alma, por supuesto que confío en él, por supuesto que pueden ser lazos de
diferente índole, por ejemplo, un paciente que acude a psicoterapia confía en que su terapeuta
le ayudará, y no es (ni debe ser) algún amigo. También puede existir confianza en relaciones
laborales y académicas, por ejemplo, uno bajo condiciones normales e impregnadas por el
sentido común, confiaría que su colega o compañero académico cumplirá con su parte del
trabajo. Mientras se tenga algún tipo de relación siempre es factible que la confianza se haga
presente, claro, en unos casos el grado variará considerablemente. Dicho sea de paso,
entregarle tu confianza a alguien es realizar un salto de fe.
Además de un lazo existente, también tiene que existir un historial de confiabilidad
propiamente dicho, es decir, tienen que existir antecedentes que el elegido poseedor de tu
preciosa confianza ya ha demostrado una capacidad de confiabilidad que pudiese esperarse
de cualquier hombre racional y en pleno uso de sus facultades mentales, esto es, el susodicho
para ser acreedor de tu confianza tuvo que haber demostrado con anterioridad una buena
estabilidad temporal, es decir, siempre cumple, siempre actúa de la misma manera, de este
modo, si yo sé que este individuo tiene es muy bondadoso y confidente, sé que así se
mantendrá a largo del tiempo, y por ende puedo entregarle mi confianza. Es importante
aclarar que pueden existir casos en los cuales el individuo que se haga denominar como
“amigo” carezca de toda confiabilidad, y viceversa.
Ahora, ¿Qué sucede cuando ninguna de las dos condiciones descritas con anterioridad se
cumple? Salvo en el caso de confiaren algún profesionista, entregarle tu confianza a un
completo desconocido parecería ser un signo de locura, pareciera ser que lo que se busca es
ser apuñalado por la espalda. Evidentemente, bajo condiciones normales, uno no confiaría en
un completo desconocido con quien se cruzó la mirada por unos segundos atravesando una
calle. Obvio, nunca sabemos con quienes estamos tratando. Pero he aquí las palabras mágicas
“bajo condiciones normales”. ¿Podemos confiar en algún desconocido bajo condiciones que
no sean normales? Ésa fue la incógnita que me plantee durante la actividad en las islas aquel
viernes. Si me hubiesen puesto con conocidos o amigos, es muy probable que no me hubiese
costado trabajo alguno confiar ciegamente en sus palabras, pues la condición especial en este
caso era la privación de la vista, de este modo sus voces eran mi única guía, sus voces
permitían que estúpidamente no me estrellase contra un árbol. No obstante, los elegidos para
guiarme eran completos desconocidos, y peor aún era que mientras tenía que acatar los
comandos del guía principal, tenía que discriminar su voz de otras voces cuyo único fin era
el de interferir, el de confundirme y desconfiar aún más. Fue un completo caos.
En conclusión, ¿Podemos confiar en un desconocido? Sí, siempre y cuando existan
condiciones especiales para hacerlo. Si la integridad física se ve comprometida ante cierto
evento o circunstancia, el entregarle la confianza a un desconocido pasaría a ser un acto
adaptativo, pues en esa situación darse el lujo de elegir en quién confiar y en quién no sería
altamente contraproducente. Sí, también sería un gigantesco salto de fe, pero lo importante
es conservar la integridad cueste lo que cueste, es algo perfectamente natural y adaptativo en
el ser humano.

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