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Noches de alaska
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Ebook189 pages3 hours

Noches de alaska

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About this ebook

Una situación de vida o muerte... un hombre y una mujer solos en mitad de la naturaleza...

La misión de Rand Michaels no había hecho más que empezar cuando las cosas comenzaron a ir mal, y él no podía hacer nada excepto obligar a Winnie Mae Taylor a que pusiese en práctica toda su experiencia como piloto e hiciese aterrizar el avión. Así que, utilizando sus dotes de mando, le ordenó que los dejara en tierra sanos y salvos.
Pero Rand estaba demasiado cansado de aquel juego. Llevaba mucho tiempo presionando a la gente y sintiéndose mal cuando descubría que eran inocentes. Aunque por el momento, nada le aseguraba que Winnie fuese inocente...
LanguageEspañol
Release dateNov 15, 2012
ISBN9788468711935
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    Noches de alaska - Judith Lyons

    Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2003 Julie M. Higgs. Todos los derechos reservados.

    NOCHES DE ALASKA, Nº 1546 - noviembre 2012

    Título original: Alaskan Nights

    Publicada originalmente por Silhouette® Books

    Publicada en español en 2005

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

    Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

    ® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    I.S.B.N.: 978-84-687-1193-5

    Editor responsable: Luis Pugni

    Conversión ebook: MT Color & Diseño

    www.mtcolor.es

    Capítulo 1

    Fuego en la carlinga.

    El miedo se apoderó de Winnie Mae Taylor, poniéndole la piel de gallina y haciéndola sudar mientras sentía el corazón en un puño.

    Otra llama azul surgió de debajo del panel de mandos, lamiéndolo por un segundo y volviendo a desaparecer. Las llamas surgían y se volatilizaban con tal rapidez, que incluso era posible pensar que eran producto de su imaginación, pero el humo constante que salía de debajo del panel y llenaba la cabina de la avioneta de un solo motor era demasiado real.

    —¡Winnie!, da la vuelta a este maldito avión. ¡Tenemos que volver al aeropuerto! —exclamó Bob Smith, su pasajero.

    Con los cabellos negros, la piel morena y la barba incipiente, Bob Smith le recordaba a una pantera. Atractivo. Fuerte. Impresionante. Incluso se movía como un depredador. Con control. Con fluidez. Con un poder y una gracia naturales.

    Su presencia lo ocupaba todo. Sentía su calor en el hombro derecho. Y su cruda masculinidad cargaba el ambiente, poniéndola nerviosa y llenándola de frustración.

    Hubiera debido hacer caso a su instinto aquella mañana en el vestíbulo y echar a correr nada más verlo. Un simple vistazo a Bob Smith bastaba para comprender que era el tipo de hombre capaz de recordarle a una mujer que no era simplemente una chica, sino toda una mujer. Y eso era lo último que Winnie necesitaba.

    Tras la traición de su ex marido, Winnie se había mudado a Alaska para comenzar una nueva vida. Una vida independiente. Una vida sin hombres. Por desgracia, aquella mañana no había podido volver a huir. Y tampoco podía huir en ese instante. Le gustara o no, Smith y ella estaban juntos en la avioneta.

    Winnie se puso en acción. Apagó el motor, cortando la electricidad del panel de mandos. Si el fuego estaba bajo el panel, la causa era eléctrica. Lo peor que podía hacer era alimentar las llamas. Y el motor con su impulso creaba su propia electricidad.

    —Olvídate del aeropuerto, tenemos que buscar un sitio donde aterrizar. ¡Ahora! —gritó Winnie.

    —¿Seguro que es tan grave? Estamos a muchos kilómetros de la civilización —contestó Smith, fijando los ojos negros sobre ella como si se tratara de dos rayos láser.

    Como si ella no lo supiera. Pero había tenido en cuenta todas las alternativas. El fuego aún no había llegado a la fase crítica. Era controlable, había más diminutos cortocircuitos en ese momento que llamas. Pero con el combustible justo delante de la carlinga, habría sido una estupidez correr al aeropuerto del que habían despegado.

    —No vamos a esperar a que sea tan grave, vamos a aterrizar. Ayúdame a encontrar un claro entre esos árboles.

    Smith se quedó mirándola sin parpadear, sin duda preguntándose si tomaba la decisión correcta o se dejaba llevar por el pánico.

    —Es la decisión más racional, Smith. Ayúdame a encontrar un claro —repitió ella.

    Smith le sostuvo la mirada durante otro largo segundo, y finalmente sacudió la cabeza asintiendo y diciendo:

    —Bien, en marcha un aterrizaje forzoso.

    Luego volvió la cabeza hacia la ventanilla y comenzó a buscar un trozo de terreno donde aterrizar.

    Winnie se sintió aliviada. Bastante difícil sería aterrizar de una pieza como para que además su pasajero discutiera sus decisiones. Tener a Smith de su parte le hacía sentirse bien.

    Aquel hombre tenía algo, cierto aire de peligro, de confianza en sí mismo, que le hacía creer que él ya se había visto antes en situaciones peligrosas. Pero si él sentía confianza ante la idea de que aterrizarían sanos y salvos, quizá entonces pudieran salir de esa horrible situación.

    Los ojos le lloraban a causa del humo. Winnie giró la cabeza hacia la ventanilla, buscando desesperadamente un claro en medio del paisaje. Tenía que haber un espacio despejado ahí abajo. Tenía que haberlo.

    Pero sólo vio las copas de los verdes pinos mientras el humo llenaba sus pulmones, haciéndola toser.

    —¡Abre tu ventanilla! —ordenó Winnie con voz ronca.

    —¿No crees que el oxígeno alimentará el fuego? —preguntó Smith, inclinándose hacia ella y rozándole el hombro.

    También a él le lloraban los ojos.

    —Tendremos que arriesgarnos, no puedo aterrizar a ciegas. Ni inconsciente. Lo único que se está quemando bajo el panel de mandos es plástico, y lleva cianuro. Abre tu ventana.

    Smith volvió a asentir y abrió la ventanilla. Ella hizo lo mismo. El aire limpio comenzó a llenar la cabina, llevándose el humo.

    Winnie respiró hondo. El humo y las llamas aún le quemaban la garganta, pero al menos podía respirar sin toser. Y veía mucho mejor el terreno. Por desgracia, el horizonte sólo les mostraba una ladera cubierta de pinos. No había un solo trozo de tierra firme sin arbolar.

    —¿Ves algo por ahí?

    —Hay un pequeño claro a mi derecha —contestó Smith.

    La palabra «pequeño» no le gustaba, pero no había otra cosa. Winnie alzó el morro de la avioneta y ladeó las alas para mirar por su ventanilla. Siguió la dirección que le indicaba y vio el claro.

    —No es lo suficientemente grande —suspiró llena de frustración.

    —¿Cómo de grande necesitas que sea?

    —Al menos unos cuatro kilómetros. Ocho serían mucho mejor, así podríamos volver a despegar si conseguimos apagar el fuego y los daños no son importantes.

    No tenía demasiadas esperanzas de que eso pudiera ocurrir, pero volar consistía fundamentalmente en anticiparse a los acontecimientos.

    —Por aquí no hay nada.

    —Sigue buscando. Voy a sobrevolar ese pico, a ver qué hay en la otra ladera —contestó Winnie, rogando a Dios.

    Pero al otro lado no había sino otro mar de pinos.

    El corazón de Winnie echó a galopar. Las llamas bailaban constantemente por el panel de mandos, lamiendo cada palanca como la lengua azul del diablo. Sentía frustración. Hubiera debido seguir su instinto y negarse a realizar aquel vuelo chárter. En su resolución de llevar una vida tranquila e independiente, Winnie había aceptado un empleo con Henry para volar transportando carga, pero jamás pasajeros.

    Pero uno de los pilotos de Henry estaba en el hospital, y el otro estaba celebrando su primer aniversario, así que ella era el único piloto disponible. Y el gesto de Henry, dándole a entender que tenía un cliente dispuesto a pagar, había sido definitivo. Winnie había tenido que acceder a llevar a la pantera a su destino.

    Sin embargo, ambos estaban a punto de pagar las consecuencias de esa decisión.

    —¡Allí! —dijo Smith, señalando a la derecha.

    De nuevo la esperanza surgió en ella. Winnie alzó el morro una vez más, rogando para que el claro fuera lo suficientemente grande. Bastante. «Bastante» era una palabra importante. Las llamas se hacían más grandes por momentos, alcanzando la caja de instrumentos que había bajo el panel de mandos entre los asientos de los dos.

    Winnie siguió con la vista la dirección del dedo de Smith. El claro era lo suficientemente grande, pero...

    —Está demasiado lejos, necesitamos algo más cerca.

    —¿Seguro?, ¿has visto la cabaña? Puede que haya gente allí, y desde luego nos servirá de refugio —contestó Smith.

    —Está demasiado lejos —negó Winnie—, no llegaríamos.

    Comenzaba a preguntarse si lo conseguirían. El humo era espeso en la cabina a pesar de llevar las ventanillas abiertas. Si tardaban mucho más, no sería capaz de aterrizar. Y las llamas comenzaban a aparecer con regularidad junto a la caja de instrumentos a sus pies.

    Winnie niveló las alas. No necesitaba un milagro, sólo unos cuantos kilómetros de terreno abierto.

    Y de pronto lo vio. Era un pequeño claro en forma de lágrima. No era lo suficientemente grande. Aterrizara como aterrizara, chocaría contra los árboles al final. Pero si rozaba las copas de los pinos al acercarse, disminuía la altura inmediatamente, usaba los alerones y hundía los pies en el freno hasta el fondo, podía amortiguar el impacto. Dejando a un lado el montón de cosas que podían ir mal en esas circunstancias, quizá pudieran conseguirlo.

    Winnie niveló las alas y comenzó a acercarse. Le sudaban las manos.

    —Ése es nuestro claro, vamos a aterrizar.

    —¿Puedes parar este trasto en ese espacio tan pequeño? —preguntó Smith, jurando—. No es mucho más grande que el que te señalé antes.

    —No tenemos alternativa.

    —No podremos volver a despegar.

    —Ése es el menor de nuestros problemas —afirmó ella.

    —¿Y cuál es el mayor?

    —¿Ves eso? —preguntó Winnie, señalando la caja de instrumentos entre los asientos a la que casi llegaban las llamas.

    —Sí.

    —Por ahí va el combustible.

    Maldita... la impotencia había hecho presa en Rand Michaels, alias Bob Smith. Apenas acababa de hacerse cargo de la misión, y ya iba todo mal. Pero no podía hacer nada, excepto alentar a Winnie a hacer uso de toda su habilidad como piloto y aterrizar. Y si el informe acerca de sus capacidades como piloto de acrobacias era cierto, Winnie era realmente hábil.

    Rand la observó fijamente, esbozando una expresión dura.

    —No me importa cómo lo hagas, pero hazlo. Pon este cacharro en tierra de una sola pieza.

    —De una sola pieza, imposible. Reza para que aterricemos antes de que el avión se convierta en una bola de fuego.

    —¡Tú hazlo! —volvió a ordenar él.

    No estaba dispuesto a que ella muriera. No podría soportar una sola muerte más sobre su conciencia.

    Rand sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Estaba harto de aquel juego. Harto de enredar a la gente en sus redes para descubrir después, demasiado tarde, que eran inocentes, que no tenían nada que ver con su trampa mortal.

    Aunque, por supuesto, aún no sabía si Winnie era inocente.

    Pero tampoco sabía si era culpable. Y, supuestamente, la trampa no hubiera debido ser mortal. Su misión allí era simplemente inmiscuirse en la vida de Winnie Mae Taylor y descubrir qué sabía ella acerca de la desaparición de su marido con cincuenta millones de dólares del gobierno estadounidense. Descubrir si estaba implicada en el robo. Descubrir si su divorcio de Tucker Taylor y su repentino traslado a Alaska eran meras coincidencias o se trataba de una maniobra para despistar al gobierno y ocultar el paradero de su marido. Pero en unos segundos, sin embargo, aquel sencillo viaje de placer se había convertido en un viaje muy arriesgado.

    La avioneta recibió un fuerte golpe al chocar contra la copa de un pino.

    Winnie sostuvo la dirección con fuerza.

    —No pasa nada, lo he hecho a propósito —dijo ella, apretando los labios y disminuyendo la altitud con brusquedad.

    Las ruedas golpearon el suelo con fuerza un par de veces y, por fin, comenzaron a rodar por el terreno irregular. Rand sintió su corazón latir a toda velocidad mientras veía los árboles frente a él acercarse con alarmante rapidez. Pero Winnie parecía mantener el control. Se inclinó hacia delante, sujetó la palanca, y apretó el freno con ambos pies, presionándolo con todas sus fuerzas.

    La avioneta dio un fuerte impulso hacia atrás y disminuyó la velocidad con rapidez.

    Pero no sería suficiente.

    Iban a tragarse aquellos árboles. La cuestión era cuántos se tragarían. Rand agarró el picaporte de la portezuela y apretó los pies contra el suelo en un acto reflejo.

    La avioneta se estrelló contra los pinos. El metal se estrujó. Las alas se rasgaron. Un sonido de crujidos de metal invadió el ambiente. Finalmente la avioneta se detuvo de golpe.

    El cinturón de seguridad prácticamente lo partió en dos, pero cuando su cuerpo golpeó el asiento hacia atrás, seguía de una sola pieza. Rand miró a Winnie por entre la nube de humo. Parecía atónita, pero ilesa. Gracias a Dios. Sin embargo, aún no había tenido tiempo de sentir el alivio cuando comenzó a picarle la nariz. Rand respiró hondo.

    Gasolina.

    —¡Fuera! ¡Ahora! —gritó Rand mientras la adrenalina recorría sus venas.

    Parte del ala del lado de Winnie se había rasgado y se retorcía, entrando por la ventanilla y amenazándola como si se tratara de los dientes de un tiburón. No se podía salir por esa puerta.

    Rand se desabrochó el cinturón, agarró el picaporte y empujó, pero la puerta no se abrió. Entonces se giró y apoyó ambos pies sobre la puerta, dándole una patada. Tenía que sacarla de allí. De inmediato. Por fin consiguió abrir la puerta.

    —¡Vamos! —gritó Rand, agarrando a Winnie de la muñeca y saltando, tirando de ella.

    Winnie saltó casi al mismo tiempo que él, pero inmediatamente se soltó.

    —¡Espera!, tengo el equipo de supervivencia en el avión. Vamos a necesitarlo.

    —Déjalo, va a saltar por los aires —contestó él, agarrándola de nuevo de la muñeca y tirando de ella.

    —Necesitamos ese equipo, no podremos sobrevivir sin él. No en Alaska —insistió ella.

    —Yo iré por él, aléjate inmediatamente —contestó Rand, dándose por

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