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Justicia Final: Justicia, #3
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Justicia Final: Justicia, #3
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Justicia Final: Justicia, #3

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About this ebook

El despiadado asesino regresa,  y la detective de policía Lorne Simpkins se ve obligada a revivir su horroroso pasado. 

Luego de sufrir una crisis nerviosa y renunciar a la fuerza,  Lorne Simpkins se ve atrapada en una operación junto al servicio secreto para capturar a su viejo enemigo,  el malvado criminal cuyo objetivo es convertirse en el hombre más rico del mundo. 

Lorne lo persigue por Francia,  intentando frustrar sus planes y poder llevar a su eterno enemigo a la justicia de una vez por todas.

LanguageEnglish
PublisherM A Comley
Release dateJul 13, 2015
ISBN9781513001920
Justicia Final: Justicia, #3
Author

M. A. Comley

I am a British author. I moved to France around ten years ago, and that's when I turned my hobby into a career. I'm fortunate to be represented by New York agent Richard Curtis. I share my home with two crazy dogs that like nothing better than to drag their masterful leader (that's me) around the village. I hope you enjoy reading my books, especially the Justice series, Cruel Justice, Impeding Justice,Final Justice,Foul Justice and the newest addition, Guaranteed Justice. Ultimate Justice is due out in Feb 2013. If you'd like to keep up to date with new releases you can find me on facebook by following this link http://www.facebook.com/pages/Mel-Comley/264745836884860 If you fancy a lighter read, why not try one of my romances: A Time to Heal, and A Time for Change--Based on a TRUE story. I also have a selection of short stories and novelettes available which I know you'll enjoy. You can find out more about me at the following blogs. http://melcomley.blogspot.com http://melcomleyromances.blogspot.com  

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    no quiero que termine!!! esta historia me atrapó como pocas

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Justicia Final - M. A. Comley

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M A COMLEY próximamente en el 2015

Justicia Impedida

Justicia Final

Justicia Infame

Justicia Garantizada

Justicia Definitiva

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Justicia Hostil

Justicia Distorsionada

Justicia Severa

Capítulo Uno

Un castillo francés en Normandía

Septiembre, 2009

Baldwin sonrió con satisfacción al mirar sus alrededores lujosos y se felicitó a sí mismo por haber escapado de absolutamente todo. Esa noche sería todo en torno a él y su habilidad para manipular a otros. Al fin, el plan que tantos meses había pasado pensando, se comenzaría a ejecutar.

Un grupo de chicas con poca ropa, todas originarias de Europa del Este, se reían en un rincón. Él las miró enojado, con el ceño fruncido, al darse cuenta que ellas se habían servido del ponche que era especialmente para sus importantes invitados.

Luego de la última canción, los integrantes de la banda se marcharon para cambiar sus atuendos. Mientras tanto, el personal de la agencia, terminaba de arreglar la larga mesa en la que se podía ver la comida más extravagante y de buena calidad, importada especialmente para la ocasión. 

Baldwin recorrió el paisaje con la mirada. Desde la terraza, la vista que le ofrecía el castillo era increíble.

Hectáreas y hectáreas de césped bien cuidado, con ligustrinas en forma de animales. Era un escenario tan lujoso como si fuese para la realeza, no para un pobre tipo criado – o mejor dicho mal criado-  en las afueras de Salford, Manchester.

La mayoría de los hombres ya estaban posicionados, con sus armas cuidadosamente guardadas debajo de sus trajes. Otros se unirían a ellos una vez que llegasen las limosinas.

Baldwin miró su reloj por enésima vez en unos minutos, su irritación iba aumentando con el correr de los mismos. Los invitados deberían haber llegado a las siete, diez minutos de tardanza.  ¿Dónde demonios estaban? Caminó hacia la ventana, estirando el cuello para ver por encima de la entrada llena de árboles. Nada, ni siquiera la ilusión de ver una limosina, solo el campo verde que brillaba con el sol. Esto no era buena señal, al menos no lo era para él. El corazón le latía con fuerza, y la vena de la sien sobresalía cada vez más, tal y como lo hacía cada vez que las cosas no salían como lo planeaba. Como él lo planeaba.

—¿Y bien? —preguntó cuando Julio, su segundo al mando, se acercó a la ventana.

—Nada todavía, jefe. Todo lo demás ya está listo.

—Eso ya lo veo, maldito estúpido. Ahora ve y averigua por qué tanta demora de mierda. Quiero que esta noche salga todo bien. ¿Entendido, Julio? Nada de desastres.

—Sí, señor. Ya mismo me encargo de eso.

—Olvídalo. Iré yo mismo, sé cómo estos tipos pueden manejarte a su antojo —Baldwin salió de prisa y se metió en el cuarto de al lado.

La sala estaba llena de cajas de pizzas, y una botella de whisky se veía en el centro del escritorio. Los tres hombres, todos de contextura física grande, se pararon de inmediato.

—¡Miren el desorden que hay aquí! ¿Acaso les dije que podían beber mientras están en horario de trabajo? Esta noche se trata de un negocio serio. Les advierto: La cagan y la van a pagar caro. Con sus vidas. ¿Entienden? Ahora, ¿Por qué tanta puta demora?

Él los miró. Los hombres movían la cabeza hacia arriba y hacia abajo, como los perritos que están en los tableros de los coches.

Mirándolos con furia, Baldwin hizo un paso hacia adelante. Se detuvo frente al más joven de los hombres. Los separaba a penas unos centímetros.

—Pregunté si entendieron. ¿Benji?

El hombre tragó con fuerza. Sus ojos abiertos del miedo.

—Sí, señor. Entendí.

—Esta es tu última advertencia, Benji. Cagas esta y... —Baldwin dejó la frase sin terminar a propósito.

El empleado más nuevo se alejó. Baldwin lo dejó ir. Por ahora. Lo tenía en la mira hacía ya un tiempo. La actitud del tipo era una mierda. Se creía superior, y disfrutaba andar por ahí como si él fuese el dueño.

—Ahora, empecemos de nuevo, ¿sí? Díganme, ¿Qué diablos sucede? —Baldwin se sentó en una de las puntas del escritorio y miró las diez pantallas de TV sujetadas a la pared, que mostraban cada una de las áreas del castillo.

—Llamaron hace unos minutos. Se demoraron en la ruta. Deberían llegar en cualquier momento —dijo Benji.

—Asegúrense de que así sea. Me estoy poniendo nervioso. No hace falta que les diga que significa eso, ¿Verdad?

Los hombres negaron con la cabeza, contestando a la amenaza implícita.

La ansiedad que sentía Baldwin era notoria. Generalmente estallaba en episodios de extrema violencia. A pesar de que estos hombres tenían músculos diez veces más prominentes que su nivel de inteligencia, Baldwin sabía que cuando él explotaba, estos tipos se convertían en unos cobardes.

Cuando la amenaza aun rondaba en el aire, Benji señaló una de las pantallas, donde se veían que ingresaba un coche.

—Aquí viene el primer corderito.

Ya aliviado, Baldwin se dirigió hacia la entrada. Llegando a la puerta de la oficina, se dio vuelta y les advirtió una vez más.

—Recuerden, cualquier error, y les corto las pelotas y se las doy a los chanchos.

Baldwin volvió al salón principal y le indicó a la banda que comenzara con su número favorito, el de jazz.

Julio juntó a las chicas para indicarles una vez más lo que debían hacer. Un  par hacían globos con la goma de mascar y los reventaban, sin dudas ya aburridas de recibir las mismas ordenes durante todo la tarde. Ya sabían el plan de memoria. Baldwin tomó nota mental de las chicas a las que luego castigaría por la actitud que habían tenido con Julio.

Un mayordomo inglés iba presentando a los invitados a medida que ingresaban al castillo.

—El señor Chang Foo, representando al gobierno chino.

Al terminar de presentar al invitado, Baldwin se acercaba con una encantadora sonrisa en su rostro apuesto. No tenía rastros de enojo, por lo menos por ahora.

—El señor Yashicotin, representante del gobierno japonés —anunció el mayordomo. Después del apretón de manos con Baldwin, el hombre fue dirigido hacia la barra de tragos por una de las chicas.

Una vez que todos estaban ubicados y en la sala se escuchaba el susurro de charlas, Julio les dio la orden a los hombres para que tomaran sus puestos. Los hombres que acompañaban las limosinas se repartieron por la sala, y se ubicaron a unos metros entre sí, con sus armas escondidas.

Tal como les habían indicado, la banda dejó de tocar cuando Baldwin apareció en el escenario. La sala rompió en aplausos tan pronto él tomó el micrófono.

—Buenas noches, caballeros. Antes que nada, déjenme decirles el honor que es para mí poder recibirlos en mi humilde hogar —Baldwin se detuvo para aceptar los aplausos y luego siguió con su discurso— Siempre ha sido mi ambición ser el hombre más rico del mundo. Y ahora, con su ayuda y la de sus gobiernos, estoy cerca de cumplirlo.

Notó que algunos de los hombres más brillantes miraban con precaución. La intranquilidad pasó a ser alarma cuando los hombres sacaron las armas.

—Caballeros, calma, calma. No hay necesidad de alarmarse —Baldwin se dirigió a la audiencia —al aportar, cooperan.

El ministro de economía de Rusia se acercó al escenario con el rostro rojo y lleno de ira. Hizo gestos con sus manos y gritó frases en su lengua natal.

Disgustado por lo maleducado que fue el hombre y por el exabrupto que había causado, Baldwin miró a uno de los hombres que estaba cerca del ruso y le hizo señas para que lo callara.

Tres disparos hicieron eco en la sala. El ruso gritó. La sala volvió a quedar en silencio.

El ruso se tomó el pecho con fuerza y cayó al suelo, formando un charco de sangre junto a él.

Varios invitados intentaron escapar corriendo hacia la terraza, pero los hombres armados los llevaron de nuevo hacia el centro de la sala.

Se escuchó la voz calmada pero firme de Baldwin.

—Caballeros, me decepcionan. Pensé que se estaban llevando todos bien. Es una lástima que nuestro amigo ruso haya decidido faltarme el respeto, pero espero que todos ustedes aprendan de su error. Como dice el dicho, la pelota está en su campo caballeros. ¿Qué deciden hacer? Voy a suponer, basándome en su silencio, que están de acuerdo en colaborar con mi ambición o-

El ministro de economía chino decidió interrumpir el discurso. Otro comunista con pelotas, pensó Baldwin, mientras él se acercaba al escenario. Foo murmuró:

—Robert, aquí somos amigos, deberíamos poder discutir tus ambiciones de manera abierta.

La sonrisa de Baldwin desapareció. Su posición con respecto al ministro lo dejaba en ventaja. Foo tembló.

—¿Y qué predice que sucederá al final, Sr. Foo? —preguntó Baldwin entre dientes.

Foo tembló por completo. Intentó retroceder, pero el arma de Julio le presionaba la espalda. Entrando en pánico, el hombre corrió, pero tres disparos impidieron que llegara lejos. Foo gritó en agonía mientras caía en el piso brillante.

—¿Alguien más planea interrumpirme? Hablen ya. Mi paciencia está llegando a su límite.

La sala estaba en silencio.

La carcajada triunfante de Baldwin hizo eco en la enorme sala, mientras sentía como su meta se acercaba.

Capítulo Dos

Lorne se estiró y volteó a abrazar a Henry, su collie.

—Es hora de levantarse, perezoso.

Henry levantó la cabeza, sacó la lengua y le lamió el lado derecho de la cara.

—¿Quién necesita un hombre cuando un perro puede darte besos como esos?

Ella salió de la cama silenciosamente y, antes de ir al piso de abajo, entró al baño. Dio un grito.

—¡Por Dios! ¡Mira lo que parezco! ¿Qué hombre consideraría dormir conmigo de todos modos? —miró como tenía el maquillaje corrido y lo despeinada que estaba. Su perro de ocho años ladró en respuesta. Ella sabía que su ladrido era más bien por querer ir él al baño, que por querer contestar su pregunta.

—Está bien, pequeñín. Vamos.

Se dirigió hacia el piso de abajo de su pequeña casa de dos habitaciones en Highbury, seguida por Henry. Miró de reojo el reloj que tenía en la cocina. Once y cuarto.

—¡Demonios! ¿Cuándo pasó la mañana? —dijo mirando el reloj que su compañero le había regalo años atrás.

El oficial Pete Childs había sido su gran compañero en aquellos días en los que ella era una inspectora exitosa en la MET y su fiel amigo. Como lo extrañaba. Ahora él ya no estaba. Había sido asesinado en un callejón por el Unicornio, aquel terrorista que había sido su archienemigo por ocho años. Lo había tenido acorralado varias veces, pensando que no tenía escapatoria, pero aun así él lograba desaparecer. Él era el culpable de arruinar su vida.

El tipo había planeado darle una lección al secuestrar y violar a su preciosa hija de trece años, Charlie, y poniéndola a trabajar en uno de sus burdeles junto a docenas de chicas europeas que habían sido traídas a Inglaterra en camiones. También le había quitado al hombre por el cual ella iba a dejar a Tom.

Solo un par de días después de haber enterrado a su compañero, Pete, Lorne se vio forzada a despachar el cuerpo del forense Jacques Arnaud a Francia, para que sus seres queridos lo despidan. Había sido una tarea que le había destrozado el corazón.

Eso había sucedido un año atrás, y la despedida de Jacques fue la gota que rebalsó el vaso. Así dejó su carrera. Luego de ver como explotaba el barco donde estaba el Unicornio, el jefe había decidido que ese había sido su último acto de maldad. El instinto de Lorne volvió, y por más que veía el humo, ella estaba convencida que el maldito de Baldwin había podido escapar.

Mientras el jefe superior y el comisario se felicitaban por el magnífico trabajo que habían hecho, Lorne completaba una renuncia de dos páginas. Ni siquiera le había dado la oportunidad a Roberts de poder convencerla de quedarse.

Luego de darle el sobre a Roberts, dio media vuelta y salió del edificio. Nunca más había vuelto al lugar. Ni siquiera sabía si su superior había tenido la intención de mantenerla en el equipo. Esa respuesta iba a mantenerse como misterio ya que él nunca se había molestado en contactarla. No era algo que no la dejara dormir, pero sí la molestaba, un poco.

Siendo lo testaruda que era, ella se hubiese negado. Pero no le hubiese molestado que intentara.

Las últimas palabras de Baldwin la atormentaban día a día. Cada uno de tus seres queridos morirá. Y por esas mismas palabras crueles que más que ser una amenaza, ella sabía que eran una promesa, Lorne había decidido divorciarse de Tom y que Charlie viviera con él, lejos de cualquier daño. Su corazón no le daba más de dolor, no por el divorcio, sino por no poder estar cerca de Charlie para verla convertirse en una mujer.

Tom había insistido en vender y dividir la ganancia cincuenta y cincuenta, pero teniendo en cuenta que Charlie viviría con su padre, Lorne creyó que sesenta – cuarenta, a favor de Tom, sería más que justo.

Tom firmó los papeles por la división igualitaria del valor de la casa sin que ella supiera, y Lorne, sin ganas de discutir –todo el matrimonio había sido una sola discusión- aceptó el trato.

La terapeuta de Charlie aplaudía la decisión de Lorne al dejar que su hija viviera con Tom, considerando que sería una vida más estable para ella. Así que así vivía Lorne, junto a Henry quien la acompañaba en los largos días y noches, más largas aún. Le dolía el corazón todos los días por lo que había sufrido en los últimos doce meses. Rezaba todas las noches pidiendo en algún momento recuperar su vida.

Incluso Henry la miraba con comprensión cuando presenciaba esos momentos de tristeza, donde se preguntaba si alguna vez encontraría un hombre para ella, si se atrevería a traer alguien a su vida sabiendo que corría riesgo, con Baldwin vaya uno a saber dónde. Más seguido de lo que quería recurría a su botella de vodka.

El ladrido de Henry, pidiendo ingresar de nuevo a la casa, la trajo de nuevo a la realidad. Cuando iba a abrir la puerta, escuchó que sonaba el teléfono en la sala.

—Quédese ahí, señor. Lo último que quiero es una casa sucia por tus patitas con barro. Regreso enseguida para secarte.

Se apresuró por la cocina, cerrando la puerta para que el perro no pudiera ingresar. Lorne renegó mientras buscaba el teléfono inalámbrico.

—¿Dónde mierda está? —Arrojó todos los almohadones del sofá al suelo, y finalmente lo encontró— ¿Quién es? ¿Y qué quiere?

—Es un placer hablar contigo, Lorne —dijo una voz áspera.

—Vuelvo a preguntar, ¿Quién es? —la voz le era conocida, pero la resaca que tenía le impedía identificar la voz.

—Eres una persona muy difícil de rastrear, incluso con mis habilidades excepcionales —la frase terminó con una risa.

—Bueno, maldito, tienes tres segundos para identificarte o corto... Uno, Dos...

—¡Por Dios, mujer! ¿Cuándo perdiste el sentido del humor?

—Tres —Lorne terminó la llamada y volvió furiosa a la cocina. En primer lugar porque no había sido capaz de reconocer la voz, y en segundo lugar, porque nunca hubiese reaccionado de esa manera un año atrás.

Casi había llegado a la cocina, cuando el teléfono volvió a sonar. Convencida de que era el mismo molesto que había llamado antes, se veía en un dilema: ¿Dejaba sonar el teléfono y esperaba a que el otro se rinda? ¿O por el bien de su resaca, y el pensamiento de creer conocer a la persona, atendía el teléfono de una vez?

—¿Qué mierda quieres? Estoy cansada, con resaca y para nada de humor-

—Lorne, por el amor de Dios, soy Tony.

—¿Tony?

—Vaya, que rápido me olvidan las mujeres —bromeó él.

—Dame una pista.

—Estoy apenado, la verdad.

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