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La universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias: Vol. 1. Historia universitaria: la universidad en Europa desde sus orígenes hasta la Revolución Francesa
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La universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias: Vol. 1. Historia universitaria: la universidad en Europa desde sus orígenes hasta la Revolución Francesa

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La Pontificia Universidad Javeriana se complace en ofrecer al mundo universitario la presente obra, que recoge la mayoría de los escritos del P. Alfonso Borrero Cabal, S.J., sobre la historia, la naturaleza, las características, funciones, realidades y proyecciones futuras de la universidad. Se trata de una colección de trabajos gestada a lo largo de muchos años, fruto de su intensa experiencia universitaria, de una paciente investigación personal, y de una continua interacción con sus colaboradores, colegas y amigos universitarios. La obra, tal como se presenta en la presente edición, consta de siete tomos organizados de la siguiente manera: los cuatro primeros recogen las conferencias relativas a la Historia de la universidad; el tomo V agrupa las conferencias sobre los Enfoques o la filosofía universitaria; el tomo VI se refiere a la Organización de la universidad y el tomo VII a la Administración universitaria. Confiamos en que los lectores sabrán descubrir y gustar la pureza del pensamiento del autor, considerado como uno de los mejores conocedores contemporáneos de la universidad.
LanguageEspañol
Release dateJul 28, 2008
ISBN9789587168044
La universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias: Vol. 1. Historia universitaria: la universidad en Europa desde sus orígenes hasta la Revolución Francesa

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    La universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias - Alfonso Borrero Cabal

    GENERAL DE LA COMPAÑIA DE JESÚS Y

    GRAN CANCILLER DE LA UNIVERSIDAD

    Adolfo Nicolás Pachón, S.J.

    PROVINCIAL DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN COLOMBIA Y

    VICE-GRAN CANCILLER DE LA UNIVERSIDAD

    Gabriel Ignacio Rodríguez Tamayo, S.J.

    RECTOR DE LA UNIVERSIDAD

    Joaquín Emilio Sánchez García, S.J.

    RECTOR DE LA SECCIONAL DE CALI

    Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

    CONSEJO DE REGENTES

    Gabriel Ignacio Rodríguez Tamayo, S.J. (Presidente)

    Eduardo Uribe Ferrero, S.J.

    Luis David Prieto Martínez

    Alberto Múnera Duque, S.J.

    Julián Garcés Holguín

    Guillermo Hoyos Vásquez

    Joaquín Emilio Sánchez García, S.J.

    Mary Bermúdez Gómez

    Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

    Álvaro Vélez Escobar, S.J. (Secretario)

    CONSEJO DIRECTIVO UNIVERSITARIO

    Joaquín Emilio Sánchez García, S.J. (Presidente)

    Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

    Consuelo Uribe Mallarino

    Vicente Durán Casas, S.J.

    Iván Solarte Rodríguez

    Antonio José Sarmiento Nova, S.J.

    Sergio Bernal Restrepo, S.J.

    Roberto Enrique Montoya Villa

    Pablo José Quintero Delgado

    Catalina Martínez de Rozo

    Ismael Rolón Martínez

    Aura Bernarda Parra Santos

    Fabio Ramirez Muñoz, S.J

    Ángela María Robledo Gómez

    Víctor Hugo Restrepo Botero

    Jaime Alberto Cataño Cataño (Secretario)

    La Universidad

    ESTUDIOS SOBRE SUS ORÍGENES,

    DINÁMICAS Y TENDENCIAS

    Alfonso Borrero Cabal, S.J.

    TOMO

    I

    HISTORIA UNIVERSITARIA:

    LA UNIVERSIDAD EN EUROPA

    DESDE SUS ORÍGENES HASTA

    LA REVOLUCIÓN FRANCESA

    Compañía de Jesús

    Pontificia Universidad Javeriana

    Comité editorial de la obra

    La Universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias

    Gerardo Remolina Vargas, S.J.

    Jairo H. Cifuentes Madrid

    Arnoldo Aristizábal Hoyos

    Nicolás Morales Thomas

    Nelson Arango Mozzo

    Recopilación de textos

    Consuelo Gutiérrez de González

    Reservados todos los derechos

    © Compañía de Jesús

    © Pontificia Universidad Javeriana

    Derechos exclusivos de publicación y distribución de la obra

    Primera edición: Bogotá, D.C., septiembre de 2008

    ISBN de la obra: 978-958-716-121-2

    ISBN del tomo: 978-958-716-122-9

    Número de ejemplares: 500

    Borrero Cabal, Alfonso, S.J., 1923-2007

    La Universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias / Alfonso Borrero Cabal, S.J. -- 1a ed. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana,  2008.

    7 v. : ilustraciones, cuadros, diagramas y gráficas; 24 cm.

    Incluye referencias bibliográficas.

    ISBN: 978-958-716-121-2 (obra completa)

    978-958-716-122-9 (v. 1)

    978-958-716-130-4 (v. 2)

    978-958-716-131-1 (v. 3)

    978-958-716-132-8 (v. 4)

    978-958-716-133-5 (v. 5)

    978-958-716-134-2 (v. 6)

    978-958-716-137-3 (v. 7)

    Vol. 1. Historia universitaria: la universidad en Europa desde sus orígenes hasta la Revolución Francesa. -- Vol. 2. Historia universitaria: la universidad en Europa desde la Revolución Francesa hasta 1945. -- Vol. 3. Historia universitaria: la universidad en América, Asia y África. -- Vol. 4. Historia universitaria: los movimientos estudiantiles. -- Vol. 5. Enfoques universitarios. -- Vol. 6. Organización universitaria. -- Vol. 7. Administración universitaria.

    1. UNIVERSIDADES. 2. UNIVERSIDADES - HISTORIA. 3. MOVIMIENTOS ESTUDIANTILES. 4. ADMINISTRACIÓN UNIVERSITARIA. 5. AUTONOMÍA UNIVERSITARIA. 6. PLANIFICACIÓN UNIVERSITARIA. 7. EDUCACIÓN SUPERIOR - HISTORIA.

    CDD   378 ed. 21

    Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca General

    __________­­­­­____________________________________________________________________

    ech. Julio 28 / 2008

    PRESENTACIÓN

    La Pontificia Universidad Javeriana, obra de la Compañía de Jesús en Colombia y entidad dedicada a la formación de la persona, a la generación y transmisión del saber y al servicio a la sociedad, se honra en publicar las conferencias que su ex alumno y destacado rector, P. Alfonso Borrero Cabal, S.J., presentó con gran erudición durante veintiséis años en el Simposio Permanente sobre la Universidad.

    Esta extraordinaria publicación sobre la universidad, de siete tomos y más de siete mil cuartillas, con una riqueza académica única y de valor incalculable, expresa y refleja, en cada una de sus líneas, el talante humanista y la auténtica condición de universitario del autor.

    Fueron muchos los años que el P. Borrero dedicó al estudio de la universidad como institución social, y una parte muy significativa de su vida al trabajo en ella como profesor, decano y rector. De aquí que los contenidos de sus conferencias tengan esa rica mezcla de la experiencia que ofrece el ejercicio de la autoridad deontológica y la sabiduría que ofrece el estudio y que otorga la autoridad epistemológica; conjunción en el actuar del verdadero universitario que tantas veces escuchamos en sus palabras.

    Las conferencias del P. Alfonso Borrero, S.J., que se publican bajo el título La Universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias, recogen su significativo aporte al Simposio Permanente sobre la Universidad, del cual fue su creador, director y autor principal. Conferencias que, en riguroso ejercicio investigativo, permanentemente actualizó en su contenido y en sus múltiples citas bibliográficas y comprehensivas referencias a otros pensadores de la universidad.

    Sus reflexiones fueron también alimentadas desde el diálogo creativo, crítico y constructivo con quienes fueron sus alumnos y colegas. Ellos disfrutaron del maestro amable, generoso y siempre dispuesto a compartir su saber. Maestro fue, pues no guardó para sí toda su sabiduría sino que la dispuso con magnificencia al servicio de las personas y de las instituciones de educación superior.

    Las conferencias del P. Borrero se construyen y se entienden en el contexto académico del Simposio Permanente sobre la Universidad. Y el mejor camino para la presentación de su alcance son sin duda las mismas palabras de su autor:

    Por razones y en circunstancias ajenas a esta presentación, nació, hace más de veinte años, la experiencia del proceso y metodología del Simposio Permanente sobre la Universidad, en el cual se cruzan, concretamente, las hiladuras interdisciplinarias de la historia de la universidad como institución, tan asida a la historia y la filosofía de la ciencia; la historia de las políticas de la educación en todos sus niveles y proyecciones sociales; la administración y sus estructuras, concebida como la organización académica interna y gobernable de las instituciones educativas y su servicio a la integral cultura del individuo como ser social, y las implicaciones políticas, sociales, económicas, financieras y legislativas de la educación. Sólo teniendo en cuenta el tejido interdisciplinario precedente sería posible todo intento proyectivo de la educación hacia los próximos futuros.

    Adicionalmente, el mismo P. Borrero en un artículo inédito nos precisa el sentido del Simposio y nos fija su posición sobre la común utilización del neologismo universitología, como muchos se refieren en Colombia y en el exterior a esta obra.

    Asumido así el problema de la educación desde su cima universitaria, no sé por qué alguien lo denominó universitología, lo cual suena tan pretensioso como hablar de traficología para aludir al complicado problema de las relaciones móviles en nuestras urbes contaminadas. Ya se había adoptado el clásico concepto de simposio como permanente y acogedor diálogo de quienes trajinan, especialmente desde la educación superior, con el complejo problema social de la educación de todos y en todos sus integrales matices.

    Por ello, las conferencias del P. Borrero ciertamente constituyen acogedor diálogo sobre la universidad para quienes trajinan en ella y para ella.

    La publicación de La Universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias, es sencilla expresión de la inmensa gratitud y del profundo reconocimiento que su Alma Máter hace y tiene por el P. Alfonso Borrero Cabal, S.J. y por su vida pródiga de aporte y servicio a la educación superior.

    JOAQUÍN EMILIO SÁNCHEZ GARCÍA, S.J.

    Rector

    Pontificia Universidad Javeriana

    PRÓLOGO

    La Pontificia Universidad Javeriana se complace en ofrecer al mundo universitario la presente obra, que recoge la mayoría de los escritos del P. Alfonso Borrero Cabal, S.J., sobre la historia, la naturaleza, las características, funciones, realidades y proyecciones futuras de la universidad. Se trata de una colección de trabajos gestada a lo largo de muchos años, fruto de su intensa experiencia universitaria, de una paciente investigación personal, y de una continua interacción con sus colaboradores, colegas y amigos universitarios.

    Todos los escritos aquí reunidos fueron presentados por él, y sometidos a la reflexión y discusión de los participantes en el Simposio Permanente sobre la Universidad (rectores, vicerrectores, decanos y profesores universitarios). El Simposio, una creación suya, consistía en una actividad académica, con dedicación exclusiva durante cinco semanas repartidas en sendos períodos a lo largo del año. Concluido cada período, los participantes debían trabajar sobre alguno de los temas del Simposio, utilizando la metodología del seminario alemán. Esta actividad fue inaugurada solemnemente en abril de 1981 y perduró hasta mayo de 2007, fecha de la muerte del P. Borrero.

    A lo largo de los veintiséis años de vida del Simposio, dentro y fuera del país, el autor fue perfeccionando, enriqueciendo y reorganizando sus conferencias. Eran documentos vivos en el sentido pleno de la palabra. Por esa razón, sólo en los dos últimos años de su vida comenzó a pensar en una posible edición e impresión de su obra.

    Esta labor editorial, inconclusa por parte del autor, fue asumida por la Rectoría de la Universidad Javeriana, y confiada a un Comité académico y técnico que se encargó de revisar, organizar y preparar los escritos para la presente publicación.

    El Comité ha procurado ser extraordinariamente respetuoso de los textos y responder en su organización, dentro de lo posible, a la concepción y sistematización propias del autor. Esperamos haber acertado en lo fundamental. Por otra parte, dado que el Padre utilizaba sus conferencias adaptándolas a diversos ambientes y auditorios fuera del Simposio, mezclando a veces algunos elementos de distintas conferencias, es posible que el lector encuentre algunas repeticiones, aunque serán en realidad muy pocas.

    La obra, tal como se presenta en la presente edición, consta de siete tomos organizados de la siguiente manera: los cuatro primeros recogen las conferencias relativas a la Historia de la universidad; el tomo V agrupa las conferencias sobre los Enfoques o la filosofía universitaria; el tomo VI se refiere a la Organización de la universidad y el tomo VII a la Administración universitaria.

    Confiamos en que los lectores sabrán descubrir y gustar la pureza del pensamiento del autor, considerado como uno de los mejores conocedores contemporáneos de la universidad.

    ALFONSO BORRERO CABAL, S.J., UN MAESTRO UNIVERSITARIO

    (Santiago de Cali 1923 – Bogotá, D.C. 2007)

    Alfonso Borrero destilaba saber; quizás nadie de nuestra generación haya conocido tan a fondo y tan científicamente los orígenes, la naturaleza, las notas y la historia de la universidad. ¡Fue su pasión! Sus cursos sobre la universidad fascinaban por sus conocimientos, pero más allá de su saber, fascinaban por su sabiduría.

    Cuando Alfonso Borrero llegó a la Universidad Javeriana en 1962, para asumir el cargo de Decano de disciplina y Secretario de la Facultad de Arquitectura, no tenía idea de lo que era una universidad. Así lo confesaba él mismo. No porque no hubiera pasado por una universidad, sino porque no había penetrado en la naturaleza y el profundo sentido de la misma.

    Antes de su ingreso en la Compañía de Jesús (1944), Alfonso Borrero había iniciado estudios de arquitectura en la Universidad Nacional de Colombia; posteriormente había hecho estudios universitarios de humanidades clásicas en griego y latín (1946-1948) en el Colegio Universitario de los jesuitas en Santa Rosa de Viterbo (Boyacá); había estudiado tres años de filosofía (1949-1951) en Gonzaga University en Spokane (Washington) y cuatro años de teología en la Universidad Javeriana de Bogotá (1953-1956). Por otra parte, durante la primera parte de su vida como jesuita se había desempeñado como educador. Primero en Zipaquirá, en la Escuela Apostólica San Pedro Claver (1948-1949), y en el Colegio San Ignacio de Medellín (1951-1953); años después fue prefecto de estudios y disciplina del Colegio San Bartolomé La Merced en Bogotá (1959-1960) y en el Colegio San Juan Berchmans de Cali (1961). Hasta 1962, su vida laboral había sido siempre la de un educador. Pero, hasta entonces no sabía lo que era una universidad.

    Al llegar a la Universidad Javeriana en 1962, su profundo sentido de responsabilidad lo llevó a plantearse una pregunta clave: la que iba a ser definitivamente la preocupación de su vida: ¿qué es una universidad? Y comenzó entonces a investigar apasionadamente, a remontarse a los orígenes de la universidad, a tratar de comprender su naturaleza, sus notas constitutivas y su evolución; a desentrañar la filosofía de los diversos modelos de universidad, a comprender el desarrollo de los mismos, a estudiar las diversas reformas y movimientos universitarios, etc., y a idear, él mismo, nuevos enfoques y perspectivas. Su trabajo, a veces de autodidacta –o mejor, de investigador autónomo– , y a veces de contertulio de sus colegas y compañeros de trabajo, fue forjando, –en un verdadero sym-posion, o banquete de estilo platónico–, su pensamiento universitario.

    El primer cargo que desempeñó en la Universidad Javeriana (1962-1965) le hizo tomar consciencia de que no bastaba con atender a la disciplina, al orden y al buen comportamiento de profesores y estudiantes, y ni siquiera a lo que suele expresarse como su bienestar; era necesario algo más: crear un ambiente educativo que permeara todas las actividades de la Universidad, y garantizara la formación integral de sus miembros. Fue así como fue surgiendo poco a poco su idea de lo que, más tarde, sería en la Javeriana el medio universitario, expresión acuñada por él, y difícil de traducir para expresar toda la riqueza de su contenido.

    Al terminar esta primera etapa de su trabajo universitario, se trasladó a Cornell University, Ithaca, N.Y. (1965-1966) en donde realizó estudios de historia de la arquitectura y planeación institucional, y obtuvo allí un Master of Arts. Regresó luego a la Universidad Javeriana en donde desempeñó el cargo de Decano de estudiantes, anteriormente llamado de disciplina, y nuevamente de Secretario de la Facultad de Arquitectura (1967-1969). Los estudios anteriores, tanto en el campo de la arquitectura como de la planeación, le permitieron ir diseñando el futuro académico y de planta física de la universidad, ideas que fructificaron posteriormente en el período de su rectorado. Durante los años 1969-1970, sus superiores religiosos lo llamaron a desempeñar una misión educativa de primera importancia: ser el Viceprovincial de Educación de la provincia jesuítica colombiana, a cuyo cargo se hallaba la orientación y coordinación de sus diez colegios de enseñanza primaria y secundaria de Colombia y, obviamente, de la Universidad Javeriana. Este período le permitió enriquecer su reflexión sobre el conjunto de la labor educativa de los jesuitas, y sobre la relación de la educación secundaria con la universitaria.

    En 1971, Alfonso Borrero asumió el cargo de rector de la Universidad Javeriana, cuando se hallaba en plena efervescencia en América Latina la revolución estudiantil iniciada en Francia y Alemania en 1968, y que se había extendido a todo el mundo occidental. Fueron momentos extraordinariamente difíciles para el rector, pero sumamente fecundos para su investigación y reflexión sobre la universidad. Estas tareas, para él apasionantes, las realizó a veces en franca confrontación no sólo con estudiantes y profesores, sino también con miembros de su propia Orden religiosa. En Colombia y en la Javeriana, tres fueron, entre otros, los puntos álgidos de esta confrontación: el tema de la participación de estudiantes y profesores en el gobierno de la universidad; la descalificación que se hacía de la universidad, juzgada como incapaz de producir el cambio social por su carácter elitista, capitalista y burgués; y el enfoque marxista del pensamiento y de la acción revolucionaria en los países del tercer mundo.

    Alfonso Borrero enfrentó, entonces, de manera directa las asambleas permanentes, y las huelgas y protestas; y con la claridad de sus enfoques e ideas, con actitudes valerosas ante sus opositores, y con la firmeza de su carácter, logró salir avante. Para él se trataba de salvar la universidad, una institución no sólo extraordinariamente venerable por su tradición, sino absolutamente indispensable para el orden, el progreso, la cultura y la libertad de la sociedad. De ese tiempo me quedó para siempre grabado en la memoria su punto de vista sobre la participación de los estamentos universitarios en el gobierno de la universidad, formulado aproximadamente de la siguiente manera: La participación debe ser proporcional al grado de responsabilidad que se tenga sobre una institución y a la capacidad efectiva de responder por ella. Los movimientos estudiantiles del momento y de tiempos antiguos, como el de Córdoba en Argentina, se convirtieron desde entonces en objeto privilegiado de sus investigaciones y su reflexión.

    En el ejercicio de su rectorado, Alfonso Borrero continuó reflexionando apasionadamente sobre la universidad: siguió muy de cerca los procesos que se daban en el ámbito nacional e internacional, como la preparación y puesta en marcha de las reformas educativas por parte de los gobiernos, particularmente en lo tocante a la educación superior.

    Dos iniciativas suyas merecen destacarse especialmente durante este período. La primera de ellas, fue la organización periódica y sistemática de Seminarios de directivos, el más famoso de los cuales se realizó, en varias etapas, en el Hotel-Hacienda Suescún (Boyacá). Su objetivo fue no sólo preparar la reforma de los Estatutos de la Universidad Javeriana, sino también reflexionar sobre los grandes temas que se debatían en ese momento en el ámbito de la educación superior. En el Seminario de Suescún continuó madurándose la idea del medio universitario, y se redactó un documento de primera importancia, titulado Principios Universitarios, que sirvió de base para los nuevos Estatutos de la Universidad Javeriana.

    La segunda iniciativa fue la creación, a finales de 1973, de la Facultad de Estudios Interdisciplinarios (FEI), pionera en el país en la concepción y práctica de la interdisciplinariedad. La iniciativa se fraguó con la colaboración de la Universidad de North Carolina (Chapel Hill-USA). Estuvo precedida y acompañada por visitas mutuas de representantes de las dos instituciones, y se consolidó académicamente con seminarios y talleres sobre interdisciplinariedad, realizados durante tres semanas por un significativo grupo de directivos y académicos javerianos en Chapel Hill. La FEI fue clave en la creación de la mentalidad interdisciplinaria de la Javeriana, y dejó de existir en 1996, cuando se vio la necesidad de que no fuera sólo una facultad la que trabajara interdisciplinariamente, sino toda la universidad.

    Su rectorado en la Universidad Javeriana fue rico en realizaciones de todo género. Especial mención merece la relevancia dada a la biblioteca de la universidad, –el cerebro de la institución, según su pensamiento–, para la cual diseñó y construyó un edificio con modernas especificaciones técnicas y ambientales. Después de una fecunda y fatigosa labor, no exenta de oposiciones y contradicciones, terminó su rectorado en 1977, dejando trazados los derroteros por donde marcharía la institución en los años venideros. Al finalizar su gestión, fue llamado inmediatamente, el 2 de mayo de 1978, a desempeñarse como Director Ejecutivo de la Asociación Colombiana de Universidades (Ascun), cargo que desempeñó durante 16 años, hasta el 28 de febrero de 1984. Durante este tiempo ejerció una defensa asidua de la autonomía universitaria, fundada y custodiada por el poder del saber, en contra de cualquier poder extraño, externo o interno a la misma institución. Participó con dedicación ejemplar en el seguimiento de las reformas universitarias, aportando con gran libertad de espíritu su crítica constructiva. Durante este período, el 3 de abril de 1981, inauguró el Primer Seminario General del Simposio Permanente sobre la Universidad, orientado, como él mismo lo dijo, a escanciar (sym-posion) la copa cuyo contenido es la esencia misma de la universidad en su historia, en su filosofía, en sus instituciones, funciones, realidades y proyecciones futuras.

    Desde entonces, el Simposio Permanente sobre la Universidad, que convocó año tras año a numerosos rectores, vicerrectores, decanos, directivos y profesores universitarios, se convirtió en una institución que se identificó con su persona, y que perduró hasta el final de sus días. Dos semanas antes de su muerte, y haciendo ya un esfuerzo casi sobrehumano, dictó sus últimas conferencias en el postrer banquete (sym-posion) javeriano. La extraordinaria fama del Simposio desbordó las fronteras nacionales, y su Director fue llamado con frecuencia a varios países de Centro y Sudamérica para realizar este evento que era considerado como una verdadera escuela de universitología, término que, aunque se difundió por todas partes, no era totalmente de su agrado.

    En los años 80, por recomendación del hoy Cardenal Paul Poupard, Presidente entonces del Pontificio Consejo para la Cultura, fue nombrado como representante de la Iglesia en el Consejo de la Universidad de las Naciones Unidas. Sus trabajos de esa época cristalizaron en una obra publicada por la Unesco en 1994, bajo el título The University as an Institution Today, obra que no ha sido traducida todavía al español, pero sí al francés. En ella, además de la historia, la teoría y las prácticas administrativas universitarias, el autor examina la filosofía, la misión, las funciones, objetivos y estructuras de la universidad hoy.

    El prestigio internacional que había ganado hizo que fuera nombrado colaborador del Grupo Asesor de veinte miembros que preparó la Conferencia Mundial sobre Educación Superior, organizada por la Unesco y realizada en París en 1998.

    En diversas ocasiones, el Ministerio de Educación Nacional y el Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior (Icfes) solicitaron sus conceptos sobre asuntos de vital importancia; y varias universidades del país, y del exterior, lo tuvieron como su mentor y guía.

    Algunas de estas universidades, en homenajes de reconocimiento y gratitud que le rindieron por sus enseñanzas, reconocieron explícitamente que su asesoría y magisterio hicieron que en ellas se introdujeran importantes elementos axiológicos que inspiraron su forma de ser. Igualmente, que dichos elementos determinaron la consolidación de una Comunidad Educadora, dinamizadora del conocimiento, comprometida con la convivencia pacífica y el desarrollo económico y social sostenible, y con la formación de personas éticas y emprendedoras. Exaltaron también el que con sus enseñanzas hubiera promovido, en un marco de responsabilidad social, un pensamiento crítico e innovador, que dentro de los postulados de la libertad de investigación y de enseñanza, desarrolló el espíritu pensante y el ejercicio autónomo del poder del saber, en el que tanto insistía.

    La calidad académica del P. Alfonso Borrero es proclamada con singular elocuencia tanto por sus estudios y títulos académicos, ya mencionados anteriormente, como por las distinciones y condecoraciones a que se hizo merecedor. En 1980 fue proclamado Doctor Honoris causa en Arquitectura y Medicina por la Universidad Javeriana; en 1984 en Humanities por el Ferris College (USA); en ese mismo año en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Manizales; y en noviembre de 2005 fue recibido como miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua. Recibió, además, la condecoración al Mérito Educativo del Distrito Especial de Bogotá, en 1977; la Condecoración Jaime Isaza Cadavid al Mérito Tecnológico, en 1980; la Condecoración Simón Bolívar del Gobierno Nacional, en 1988; y la Condecoración Orden Nacional al Mérito en el grado de Comendador, otorgada por el Presidente de la República, en el año 2002.

    Terminemos su semblanza académica recordando la forma como él mismo quiso definirse: Me siento un universitario, no de Bogotá, ni siquiera de Colombia, sino del mundo entero (…) siempre me he sentido universitario en el sentido universalista del término.

     GERARDO REMOLINA VARGAS, S.J.

    Capítulo 1

    IDEA DE LA UNIVERSIDAD

    EN SUS ORÍGENES

    INTRODUCCIÓN

    Con el emperador Trajano (98-117 d.C.) el dominio de Roma sobre el mundo antiguo alcanzó su máxima expansión geográfica. Siglos después, los umbrales del dilatado Imperio empezarán a ser horadados por lentas infiltraciones, migraciones y por bandas de francos, germanos, suevos, vándalos, alanos, entre otros.

    Eran los bárbaros, o extranjeros en el culto decir de Cicerón, por no ser ni griegos ni romanos y, en la lengua del vulgo, los ignorantes e incultos, los rudos, toscos y salvajes que todo lo destruyen y daban al traste con las instituciones sociales, políticas y económicas del Imperio, instauradas por Diocleciano en los siglos III y IV d.C.

    Sucumbieron las fuerzas productivas de individuos y gremios de campesinos, artesanos y comerciantes, antes adscritas al aparato fiscalizador y distribuidor del Estado. Degradada, sucumbió la autoridad central de los emperadores. Se derrumbó el arreglo de contribuciones e impuestos, y vio su fin el sistema monetario. En vías y caminos abundaron las migraciones, víctimas de robos y vandalajes. Los más ricos se aventuraban hacia distantes dominios imperiales: Cartago y las ciudades de Egipto y el Mediterráneo oriental; los pobres, por donde pudieron y la suerte los condujo.

    La urbe y señora del universo conocido en Occidente inició su paulatina disolución. El rey ostrogodo Teodorico (454?-526) y sus sucesores, convencidos del valor de las instituciones seculares, intentaron impedir su derrumbe. Pero se hundió el sistema de producción establecido por los romanos, y aunque todo pareció revivir en el corto período de la reconquista de Italia por Justiniano I en el siglo VI, los lombardos reinstauraron el desorden.

    Hambre y penuria cundían por todas partes. Sobrevivió el repertorio de técnicas y utensilios de labranza originado en el Bajo Imperio, pero escaseaba la mano de obra. El pauperismo general, el desconcierto, la incertidumbre y la actitud mental de quienes presentían el ocaso de Roma y el triunfo de los ocupantes, fueron quizá la causa del declive demográfico. En la época merovingia, siglos V a VIII, la población en la Europa occidental apenas si alcanzaba a más de cinco o seis habitantes por kilómetro cuadrado. En Alemania, a dos o tres habitantes en superficie equivalente.

    Durante las centurias de la disolución, los campesinos buscaron refugio en los poblados del Bajo Imperio, y los habitantes de París, viéndose amenazados por Atila (451), se acogieron a las ciudades guarnecidas de murallas protectoras. Las autoridades eclesiásticas episcopales, en sustitución del poder civil que sucumbía, intentaron contacto con los jefes invasores.¹

    Se nos antoja que tras casi cuatro siglos de invasiones (siglos IV a VI), el acervo cultural greco-romano y helenístico atesorado por el Imperio, caería asolado bajo la ignorancia armada de las hordas intrusas. No fue así: de acuerdo con Stephen d’Irsay, la mayor parte de los haberes científicos se salvó para la humanidad.²

    No todo se vino de bruces con la catástrofe imperial. Subsistió la cultura: la humanitas y la civilitas romanas. Enriquecida con influjos foráneos, fue pan del invasor y se prolongó en la historia por efecto de benéficas coyunturas y razones. De éstas, tres nos interesan:

    El orden social e institucional del Imperio, capaz de asimilar lo extraño e integrarlo al continente o repositorio de la ciencia antigua: las escuelas y los procedimientos conductores de la educación en lo superior y para lo superior.³

    Otra fuerza salvadora provino de la cultura intelectual y científica. Hilos vigorosos alargaron hasta la Edad Media el tesoro civilizador de la Antigüedad remota, recogido y engrandecido por la mente griega, romana y helénica. Aludo a las artes liberales,⁴ cuyo contenido sabio obtuvo máxima elaboración en los renacimientos carolingio y del siglo XII o de la edad benedictina,⁵ antes de llegar a ser la sustancia académica de las universidades medievales.

    En otro lugar reposa el estudio de los dos renacimientos apuntados, y se avista el clima político, espiritual, cultural y científico del florecimiento de la autonomía del espíritu. Ignorada esta circunstancia, nuestra mente carecería del recurso para explicarnos el nacimiento de las universidades, a poco de iniciado el segundo milenio de la era cristiana.

    Las condensaciones universitarias de los siglos XII y XIII constituyen la tercera gran circunstancia histórica que retuvo enhiesta la cultura, cuando muchas de las grandes conquistas del Imperio Romano agudizaban el deterioro de su ruina. La vieja Europa, conformada por territorios del norte de Italia, Francia, parte de España, Inglaterra y territorios al occidente del Rin, fue la heredera directa de la Roma Antigua y trasportará estos influjos a la joven Europa, la oriental y la nórdica.

    EL PORQUÉ ESTUDIAR LA UNIVERSIDAD MEDIEVAL...

    ... nos acobarda. Pero mirándola y admirándola, aunque lejana, entenderemos mejor nuestro presente universitario. En la historia de las instituciones superiores de la educación aparecidas en la Edad Media, subyacen las razones seminales –para decirlo con lenguaje agustiniano– de cuanto las universidades siguieron siendo y son. Y de su deber ser en el futuro, así se piense que al comparar el presente y el pasado incidiríamos en un ciego anacronismo.

    Si así fuera, abultado sería el yerro. Pero no se trata de identificar, sino de lecciones de la historia, siempre maestra buena. La universidad no es un acontecer cumplido y ya pretérito. Es hechura histórica; y no obstante pérdidas y desgastes, acomodos y enriquecimientos en los trechos del camino, la universidad aún demuestra trazas de los rasgos primigenios. El concepto de universidad no es una idea absoluta de especulativa construcción, ni factor eterno e inmutable de la vida social. Es un devenir sólo explicable con ayuda de la historia. A un cuerpo vivo (como la universidad) sólo se lo conoce por su historia, afirma con acierto Régine Pernoud.

    Como instituciones de la sociedad, las universidades se ajustan a las leyes de sus congéneres. Nacen cuando así lo exige el desarrollo de la vida en sus diversos órdenes; y las tantas veces secular historia de la institución del saber nos la demuestra gestora, protagonista y participante en las peripecias políticas, sociales y económicas, científicas y culturales de la humanidad viajera hacia sus destinos sobre las ondulantes alturas de los tiempos.

    El legado medieval, lo afirma Walter Ullman, adquiere especial importancia por su impacto sobre las ideas políticas y su perfecto desarrollo en el período moderno. Pero reflexiones similares son valederas en todo el universo de las ideas y las instituciones. La universidad, idea institucionalizada en el Medioevo, inmersa en lo político evolucionó hasta nosotros; y su realidad actual no podría entenderse con hondura sin el conocimiento de sus orígenes.

    Para muchos en nuestros días, la Edad Media tiene la apariencia exclusiva de una edad de fe. Juicio debido al hondo influjo educativo de la Iglesia y a la tendencia de los documentos literarios cargados de sentido trascendente, ricos en historias y leyendas de las Cruzadas, en relatos de peregrinaciones a santuarios famosos, y prolijos en consejas de todo orden sobre hechos taumatúrgicos, en una época tan caracterizada por su propio sentido de la espiritualidad, y por el florecimiento de las más variadas formas de vida monacal, aun para los laicos y no sólo los clérigos. La Edad Media fue la cuna de las primeras órdenes religiosas. En los siglos XII y XIII, afirman Romano y Tenenti, la sociedad aceptaba que las funciones culturales fuesen desempeñadas por eclesiásticos en ejercicio de su monopolio espiritual, situación cambiada a partir del siglo XVI por la disociación cada vez más liberada entre la realidad laica y la religiosa.¹⁰

    Pero atender sólo al flanco religioso medieval deforma la visión de los hechos, aunque se la finque en elementos objetivos, pero también subjetivos. Los primeros, lo hemos apuntado, se interpretan de manera extremada y sin tomar en cuenta que los clérigos, autores de la mayor parte de los pergaminos y pellejos góticos, tenían otra misión diferente al registro, con péñola suave, de las creencias de su mundo. Clérigos y laicos medievales cultivaron por igual intereses religiosos, científicos y racionales.

    Según lo afirma Alexander Murray, Existen pocas pruebas convincentes del credo religioso en la gran masa del pueblo. Mas no se silencia el prejuicio de quienes se acogen a la nostalgia de tiempos idos para criticar la impiedad de hoy y la postura contraria de ir en busca de señuelos para atrapar dudas y odios contra las épocas tildadas de oscuras, porque fueron religiosas. Estas actitudes son comprensibles, mas no justificables por la ciega y compartida deformación de las realidades históricas. Aceptado el dictamen de la fe, lo veremos, los hombres del Medioevo tuvieron aproximaciones racionales a la realidad del mundo.¹¹ Las llamadas disputas entre la fe y la razón constituyeron aspecto familiar y cotidiano en las escuelas medievales antecesoras de la universidad.

    A diferencia de las escuelas monacales y catedralicias de las épocas precedentes –discurre Gordon Leff–, el aprendizaje, y no sólo el cultivo de lo religioso, fue propósito cimero de las nacientes universidades, ya profesionalizadas. En ellas los maestros se daban cita para impartir saberes a estudiantes anhelosos de cualificarse para alguna carrera, con notable preferencia por las profesiones seculares: la medicina y el derecho, con sus varias derivaciones notariales. Sólo una minoría estudiantil, aun en París y Oxford, se encaminaba hacia la disciplina teológica; los más discurrían por la Facultas Artium donde Aristóteles era palabra suprema. La organización universitaria, no menos que sus contenidos, giraba en torno a cosas de este mundo.¹²

    Y aun aceptado el papel apabullante de la fe cristiana en la mente medieval a diferencia del hombre moderno menos influido por consideraciones religiosas, el examen del pasado nos muestra cómo y por qué las ideas modernas son apenas en apariencia diferentes. El esfuerzo intelectual nos convencerá del origen de muchos invariantes, sólo de cuños un tanto diversos, conservados en la universidad de hoy.

    Estos pensamientos, recogidos de Walter Ullman en su Historia del pensamiento político medieval, sustentan la audacia de Basil Fletcher cuando señala los haberes que pese a la genotipia monástica cultivada en caldos de la fe, conservan con pertinacia histórica la matriz monacal de las universidades, siempre en busca de soledad y libertad: el anhelo de autogobierno autónomo y la dedicación pacífica a la academia y al saber.¹³

    Son tercos los rasgos hundidos por la historia en la fisonomía institucional de las universidades. En su existencia secular yacen hechos sólo en apariencia extraños. Estudiados sin prejuicio y con interés curioso, se les hallará sentido, enseñanzas e intuiciones. Sabremos de dónde vienen las virtudes y aun los defectos de la universidad moderna.

    La historia de las universidades, útil para distinguir lo antiguo de lo nuevo, nos evita la pretensión de atribuirnos recursos educativos nunca vistos, cuando son cantones rotulados desde antaño. La historia es maestra de cuán poco nuevo hay bajo el sol. Entendida y comprendida, es para aprender de ella. No para repetirla –allí estaría el infecundo anacronismo–, sino para nosotros hacerla mejor. Como todo, las universidades viven de su pasado, sin por ello pretender revivirlo.

    Cinco partes ahora hallaremos en este ensayo sobre la Idea de la universidad en sus orígenes, logrado con el sustento de la historia.

    La primera parte viene referida al origen medieval de la universidad como institución educativa superior, y recorre las diversas acepciones del término universitas, con especial atención al origen y desarrollo de las artes liberales hasta el momento de su primera asimilación universitaria. También estudia la aquí denominada tipología de la universidad medieval.

    La segunda parte examina las institutiones desde antaño concebidas por la universitas como principios y pautas de su organización administrativa y académica.

    Se analizan en la tercera, las notas o características universitarias institucionales primitivas: corporación científica, universal y autónoma, y los destinos o misiones de la universidad primera y sus consecuentes funciones o desempeños en beneficio de la ciencia, de la persona y del todo social.

    La cuarta parte se extiende sobre los conceptos de libertad espiritual y del poder del saber, fundamentos de la autonomía, tema de la quinta parte a propósito de la forma como las primeras universidades medievales: París, Bolonia, Oxford y la migración a Cambridge, Salerno y Montpellier, Coimbra y Salamanca, merecieron su autonomía entre discusiones y conflictos. Sobre el diverso sesgo académico de estas instituciones, recogeremos la historia del pensamiento filosófico, de la teología, del derecho y de la medicina, hasta el momento de ser recogidas por la universitas.

    Concluiremos con algunas reflexiones retrospectivas.

    Primera parte

    LA UNIVERSIDAD COMO INSTITUCIÓN

    Por institución entendemos algo indispensable para la vida social y de necesaria y prolongada vigencia histórica, que funciona según sus propias leyes y no depende ni puede depender de caprichos individuales.

    La Edad Media fue prolífica en la generación de instituciones subsistentes hasta nuestros días, como los reinos constitucionales hereditarios, el parlamento, el juicio por jurado y la universitas: la universidad.¹⁴

    1. SIGNIFICADO DEL TÉRMINO UNIVERSITAS

    Universitas es un término latino derivado de unus, la unidad, y de verto que conlleva el sentido de volver. Conjugados estos elementos semánticos, universitas significó la unidad de cosas diversas o unidad en la diversidad, y también la unidad de personas congregadas, por ejemplo, en un gremio social, a veces conocido, en épocas posteriores al latín clásico, con diversos matices, como corpus, collegium, communio, societas o consortium, sin que en ninguno de estos casos la unidad significara uniformidad. A fines del siglo XII aún se hablaba de la congregación de los maestros de París o consortium magistrorum parisientium.¹⁵

    2. EL SENTIDO INSTITUCIONAL Y ENTITATIVO  DEL TÉRMINO UNIVERSITAS

    Considerado su ser como cuerpo, con su esencia, su forma, sus elementos constitutivos y sus leyes, la universitas como institución se denomina también entidad, voz expresiva de la convergente unidad ontológica. De donde la importancia de la coherencia institucional en la vida de las universidades, cualquiera sea el aspecto bajo el cual la unidad se conciba y se dé.¹⁶

    Las condensaciones universitarias medievales encontraron en la agremiación asociativa el medio adecuado para manifestar su carácter de entidades institucionales y sociales, y así proteger el embrión de vida dedicada a la academia. Las universitates –constituidas en personas morales– fueron, dentro de la textura ciudadana, una dimensión política nueva cuyos estatutos corporativos y más tarde sus símbolos visibles y escudos, les permitieron demostrar y ejercer sus actos autónomos internos e identificarse institucionalmente como el studium –la cátedra– o gran tercera fuerza de derechos y deberes frente al imperium –el trono– o poder político y al sacerdotium –el ara– o poder eclesiástico, de los cuales dos últimos poderes la universidades supieron defenderse cuando les fue menester batallar.¹⁷

    3. EL SENTIDO SOCIOLÓGICO O CORPORATIVO DE UNIVERSITAS. EL STUDIUM GENERALE

    La asociación corporativa es tendencia y derecho natural del ser humano. Los grupos se han integrado en torno a variados afectos comunes, como el trabajo.

    En Roma, desde muy remota antigüedad y en armonía con tradiciones etruscas, existieron asociaciones de trabajadores. Plutarco, en su Vida de Numa, segundo rey legendario de Roma (714-671 a.C.), dice:

    En todas las instituciones creadas por Numa, es de admirar la distribución de la multitud según las diversas artes y profesiones. Aunque pareciese que la ciudad formaba un solo cuerpo de romanos y sabinos, ella estaba, por el contrario, dividida, sin haber sido posible reducirla a un cuerpo único ni hacer desaparecer las hostilidades, mientras los unos siguieran mirando como extranjeros a los otros, de donde se originaban disputas y discordias implacables. Numa, considerando que los cuerpos más reacios por naturaleza llegan a mezclarse y a unirse fácilmente cuando están reducidos a pequeños fragmentos, resolvió fraccionar la multitud en grupos, estableciendo las diferencias no de estirpe sino de intereses, para que esa primera y grande distinción de razas despareciera absorbida por otras menores. Este plan lo puso en práctica según las artes y oficios, del modo siguiente: músicos, plateros, constructores y herreros, tintoreros, zapateros, curtidores, caldereros y alfareros.¹⁸

    La atadura natural de los gremios transitaría por muchas vicisitudes, a veces políticas y de aprovechada demagogia, pero triunfó sobre los atropellos y abusos externos cuando el derecho de los romanos acogió a cada grupo con el nombre de collegium o totalidad de las personas constituidas en entidad jurídica para ejercer actos como poseer y contratar. Los miembros individuales en cierta manera desaparecerían dentro del collegium o corporación, a diferencia de la societas que conservaba el sentido de individualidad institucional, a pesar de haber fenecido los miembros de su original conformación.¹⁹

    Cualquiera hubiera sido el concepto de la libertad asociativa en el siglo XII, o más o menos precisa la interpretación del hombre medieval sobre los conceptos jurídicos de Roma, las corporaciones se agregaron o incrementaron de manera espontánea. Para definirse usaron, según la utilidad o necesidad, el léxico jurídico del derecho romano u otra terminología afín o equivalente, como de hecho aconteció cuando en el decurso de esos tiempos adoptaron o labraron términos para designar formas emergentes o estados de vida social, al ritmo de los desarrollos políticos, económicos, culturales y urbanísticos medievales.

    Desde el siglo VIII a.C. venían imponiéndose diversas denominaciones o clasificaciones ciudadanas: los bellatores o guerreros, los oratores o personas dadas la oración y los laboratores o gentes del campo, o los monjes de vida conventual o canónica, los clérigos o predicadores de la vita apostolica, y los laicos. Estos grupos convivían más o menos cruzados con otras distribuciones sociológicas de diversos criterios: los conjugati por haber contraído matrimonio y formado una familia, los continenti o célibes, monjes o laicos, y los predicadores de la palabra divina. Al vuelco urbanístico, económico y comercial, y porque el dinero y la ganancia movían nuevas apetencias y creaban prestigio, nace la costumbre social de distinguir entre los mercaderes, los artesanos y los trabajadores y, no podía faltar, entre pobres y ricos. En el renacimiento cultural del siglo XII, el estamento intelectual de monjes o laicos incorporados a la emergente filiación del studium, fue acogido bajo el denominativo de auctoristae, distinción reconocida al theologus, al decretista o al logicus, en virtud de la respectiva autoridad intelectual teológica, jurídica o didáctica de las artes liberales. Historiadores de hoy denominan protohumanistas a los auctoristae de esas épocas.²⁰

    Por su naturaleza institucional, sociológica y corporativa, desde su nacimiento la universitas fue y sigue siendo piedra clave de la formación ciudadana y del moderno concepto del bien público. 

    3.1 ¿Studium o universitas?

    La expresión studium generale antecedió a la palabra universitas, pero también alusiva al collegium, colectividad, gremio o entidad corporativa intelectual de los siglos XII y XIII. Studium, porque esta palabra conlleva los sentidos de afición, devoción y dedicación apasionada al ejercicio de las letras;²¹ y generale porque las personas entregadas en unión anímica y psicológica a tan ardua y elevada labor, procedían de varias nationes o nacionalidades.²² El carácter institucional de studium generale fue primero reconocido, en Bolonia, a las asociaciones de estudiantes y después, en París, al conjunto de profesores y escolares. Este reconocimiento facultaba para conceder el ius ubique docendi o derecho de enseñar en todas partes. De lo contrario, era un studium particulare por la procedencia gentilicia de las personas, o un studium respectu regni si el reconocimiento de la institución y de los títulos derivaba de las autoridades civiles locales, no del pontificado.²³

    Con delicia añeja, graciosa y sabia, Alfonso X en Las Siete Partidas explica así esta diferencia:

    Estudio es ayuntamiento de maestros et escolares que es fecho en algunt logar con voluntad et con entendimiento de aprender los saberes: et son dos maneras del; la una es á que dicen estudio general (...) et este estudio debe ser establecido por mandato de Papa, ó emperador ó de rey. La segunda manera es á que dicen estudio particular, que quier tanto decir como cuando algunt maestro amuestra en alguna villa apartadamente á pocos escolares; et tal estudio como este puede mandar facer prelado ó concejo de algunt logar.²⁴

    En cambio, la palabra universitas, propia del léxico social y jurídico, es un tanto posterior para designar en primera y exclusiva instancia, al grupo apasionado por el saber.²⁵ La expresión latina universitas vestra, usada, por ejemplo, en carta remitida a un grupo de personas, indica el destinatario colectivo de la misiva: todos ustedes o, con sentido más preciso, un grupo cohesionado en entidad jurídica. Dicho sea de paso, el derecho romano se refería a entidades o unidades jurídicas de personas, con el término collegium.²⁶

    Uno de los méritos del historiador moderno de la universidad –dice Verger–, ha sido analizar las condensaciones corporativas universitarias a la luz de las varias formas adoptadas por las asociaciones urbanas de esa época, hasta llegar a ser la universitas de los apasionados por el saber de modo conspicuo y respetable.²⁷

    La conocida expresión universitas magistrorum et scholarium, que data de 1229, denotó sin ambages a un grupo sociológico determinado. Conjunto de personas aglutinadas en torno al oficio del saber.²⁸ Pocos años antes (1219) se hablaba de Doctorum et discipulorum universitas y, en 1221, con orgullo y conciencia plena de grupo, maestros y estudiantes de la ciudad se referían a sí mismos con satisfacción y apoteosis: Nosotros, la universidad de maestros y estudiantes residentes en París: Nos universitas magistrorum et scholarium Parisius conmorantium.²⁹

    Mas desde temprano momento (1210-1213), los interesados en enseñar –quienes saben– y por aprender –quienes sabrán–, se sentían muy orondos de ser conocidos y darse a conocer no al modo de un gremio cualquiera, sino como la universitas por excelencia.³⁰ Esto lo consiguieron pese a conflictos con el Obispo y el Canciller de París, quien lo era de la Universidad. Uno de esos cancilleres, Philippe de Greve (1218-1236), juzgó lesiva para los estudios la organización corporativa bajo el título de universitas:

    Antes, cuando los maestros enseñaban por su cuenta y el nombre de universidad era desconocido, las lecciones y las discusiones eran frecuentes; había celo por el estudio. Pero ahora, cuando estáis unidos para formar una universidad, se han enrarecido las lecciones; todo se hace con premura y el tiempo requerido para el estudio se echa a perder en asambleas y discusiones. Mientras los mayores debaten en sus encuentros y decretan estatutos, los jóvenes urden planes y acuerdan travesuras nocturnas.

    Como diciéndole a la universitas, os dañó la organización.³¹ El Canciller aludía al año 1215, cuando el legado papal Roberto de Courçon emitió el primer estatuto orgánico de la universitas parisiense.

    Dos años luego, en 1238, a consecuencia de pugnas callejeras entre quienes estudiaban y estaban orgullosos de hacerlo, y la policía real, el grupo de los clérigos se alejó de París: universitas clericorum deseruit Parisiis para sentar los reales de la institución afianzada en el Campo Latino.³²

    De nuevo es claro aquí el sentido sociológico corporativo del término universitas: todos ellos. Universidad que en abril 13 del mismo año de 1231 había sido reconocida como entidad jurídica y académica por la bula Parens Scientiarum del papa Gregorio IX.³³

    Tres decenios después (1261) apareció en la historia, como nombre concreto, la expresión Universitas Parisiensis, la Universidad de París, más próximo al sentido moderno institucional, entitativo, local y complejo de la palabra universidad como hoy se la estila. En este uso nominal, Oxford se anticipó a París. La expresión universitas Oxoniensis data de 1225.³⁴

    Más aún, la corporación, configurada por el talante gremial de la época en torno a los trajines del saber, parece haber absorbido a su favor, en forma exclusiva, el distintivo específico de universitas, para distinguirla de cualquiera otra corporación o guilda.³⁵ Su nota era la vida intelectual. Esa era la universidad.

    Hacia fines del siglo XV el lenguaje común universitario había equilibrado el uso de las palabras universitas y studium para distinguir entre esos grupos o gremios acogidos a la ciencia como campo de su interés permanente.³⁶ Pero consolidada la institución del saber, de modo espontáneo dominó el uso de la primera expresión. Studium, en cambio, pareció transferir su significado al ejercicio académico concreto de la institución-universidad, y a denotar la septiforme distribución de las artes y los estudios pertinentes a la teología, al derecho y a la medicina.³⁷

    Antes del desplazamiento de los términos mencionados –universitas y studium– para significar el todo o la institución y su pasión o el studium, hubo una expresión transitoria: las fuentes históricas registran pocas veces la expresión universitas studii,³⁸ quizá referida a los contenidos académicos. Esta expresión bien puede indicar el punto de escisión de los dos términos, hasta ese momento sinónimos.

    La universitas studii contenía en raíz tres formas de la unidad en la diversidad, o tres sentidos encerrados en la palabra universitas: el sociológico corporativo; la totalidad de las personas cautivadas por el saber, y la suma de las disciplinas científicas por las cuales esas personas eran atraídas. En consecuencia, el término latino studens, estudiante, no significaba la situación social y pasajera como hoy la entendemos, sino la actitud afectiva, estudiosa y entusiasta por el saber. A fin de cuentas, antes del siglo XIV no empezó a usarse la palabra universidad con su digno y absoluto significado. Conforme a Leff, la nota científico-corporativa amparada bajo el derecho consuetudinario; el carácter de studium generale para otorgar con mayor o menor amplitud geográfica y jurisdiccional la licentia ubique docendi, de la cual hablaremos en ulterior aparte, y el reconocimiento por la autoridad pontificia o la autoridad civil, constituyen las fuentes de la institucionalidad universitaria: de ser universidad.

    Según Thomas Bender, a diferencia de otras guildas –del término inglés guild– o corporaciones, el vigor corporativo e institucional, siempre asido a la inteligencia, le ha hecho posible a la universidad subsistir hasta nuestros tiempos. Y en términos similares, señala Walter Rüegg: la universitas,

    …como comunidad de profesores y aprendices beneficiarios de concretos derechos autónomos para organizarse y determinar sus cursos de estudio, los objetivos de su investigación y el discernimiento de los títulos reconocidos por la sociedad, es sin duda una creación de la Europa medieval, de la Europa de la Cristiandad papal. La universidad es, además, la única institución europea fiel a su estructura y sus misiones y funciones sociales a lo largo de la historia.³⁹

    4. EL SENTIDO CIENTÍFICO O ACADÉMICO DEL TÉRMINO UNIVERSITAS: LAS ARTES

    Para Hastings Rashdall, la noción de universidad como poseedora de todas las ramas del conocimiento carece de valor documental y desde hace mucho tiempo no aparece en los escritos de historiadores profesionales, aunque desde fines del siglo XVIII ha sido impuesta sobre el público por una especie de ficción intelectual, contra el significado de pluralidad de personas.⁴⁰

    Pero una es la primera génesis universitaria y otra su desarrollo histórico. Hoy la palabra universidad bien puede significarnos otra forma de unidad en la diversidad o de la diversidad. La unidad es de la universidad. La diversidad sería de las ciencias y las disciplinas convergentes en la unidad del saber: las artes liberales cuyos sentidos y origen ahora nos competen.

    4.1 Sentido de la palabra artes

    El concepto de arte ha sido y es de ambiguo significado. Solemos entenderlo como adaptar, disponer, acomodar, crear con mayor o menor precisión de principios y procedimientos. Arte nos sugiere acción, pericia, técnica, belleza. Es la facultad de prescribir normas para hacer las cosas con acierto. Arte, dice Santo Tomás de Aquino refiriéndose a las facturas materiales, es el correcto medio o forma de hacer las cosas: ars, recta ratio factibilium, y recta ratio agibilium en alusión al correcto proceder en los actos internos y a las normas de conducta.

    Dado nuestro propósito, es necesario elaborar el concepto de artes en sus acepciones más antiguas y relacionarlo con el de ciencia y el de técnica; distinguir las connotaciones de la palabra en cuestión cuando se la utiliza para denotar las dedicaciones y oficios del hombre, dependientes de la posición social del ciudadano, y rastrear el desarrollo de las artes liberales desde sus míticas tradiciones griegas hasta que arregladas al modo curricular, se convierten en el contenido científico de las universidades medievales. Señalaremos, entonces, el modo como en sucesivas etapas, cada una de las artes de la palabra y del pensamiento expresado se impuso sobre linderos afines, en armonía con los propósitos educativos.

    4.2 Ciencia, arte y técnica

    Con el término epi-istemi los griegos significaron el triunfo humano, cuando superando los mitos o ficciones en torno a las cosas y los fenómenos, la inteligencia penetró, mediante la observación y el pensamiento filosófico, en la naturaleza de las cosas. La palabra episteme pasó al latín como scientia, del verbo scio que significa saber, conocer con razón suficiente y sustentable. También como disciplina, término latino procedente del verbo disco o aprender con hondura racional, concretas porciones del saber humano.⁴¹

    La palabra latina ars, por su parte, arranca de raíz helénica que conlleva la connotación de hacer, como equivalente del vocablo techné o artificio producido con fundamento en el saber hacer. Paso a paso, el hacer mismo, o arte, se fue diferenciando del cómo hacer razonablemente, en definitiva consolidado en la palabra técnica.

    Concluyamos en la triple diferencia conceptual entre saber algo, hacer algo con base en lo sabido, y el cómo hacerlo para aproximarse a la perfección de lo ejecutado. Es la distancia entre ciencia o saber, eficacia o acción, que es el arte, y la técnica para producir con acierto. Saber, en el sentido de saber –del verbo sapio, sapis, sapere, gustar– es el deleite saporífero de disfutar de la ciencia habida. Aristóteles opuso el técnico o quien conoce la razón de lo que hace, al de experto, porque éste la ignora.

    De Isidoro de Sevilla es la siguiente diferencia entre ars o arte y disciplina: El arte se refiere a aquellas cosas que son de tal manera, pero pueden ser de otra; mientras que la disciplina versa sobre aquellas cosas que no pueden ser de otra manera. Pues cuando después de discutido, algo se pone en claro, es disciplina; cuando se trata de algo opinable y sólo verosímil, se llama arte.⁴²

    4.3 Artes liberales y artes serviles

    Llevados de otras intenciones, incluido el orden social, los antiguos distinguían entre los saberes, los oficios y las dedicaciones del siervo o esclavo, y hablaron de las artes serviles o manuales, en contraste con los conocimientos propios del hombre libre y sus dedicaciones intelectuales: éstas fueron las artes liberales.

    En realidad, desde varios siglos antes de Cristo, y como cosecha de enseñanzas inveteradas, el de Grecia fue un pueblo educado. No le fue suficiente dominar la labranza del terruño y operar artesanalmente con las manos. Algo más sintió serle necesario. Y si bien la idea de sophos distinguía a quien supiera habérselas con los trajines de la vida cotidiana y del trabajo –las artes serviles o el pulsar la lira–, poco a poco la palabra sophos se situó con respeto sobre los conocedores del hablar y las enseñanzas de los antiguos: las artes liberales.

    El médico griego Sexto Empírico (siglos II y III) narraba cómo desde niño, como a todos, ponían en sus manos la gramática para distinguir entre helenismos y términos extraños. Y el emperador Marco Aurelio atribuyó su hábito de no cometer errores, de no usar barbarismos y de esquivar las frases malsonantes, a las enseñanzas de su maestro Alexander y al conocimiento temprano de los autores, del origen y la autenticidad de sus escritos, con preferencia de los literarios y morales, de quienes aprendía los preceptos de la cadencia retórica. Eran recursos pedagógicos la memoria, la versificación y la recitación, en armonía con el consejo del poeta Horacio: para la musicalidad del verbo, dilo en verso: dictae per carmina sortes. No faltaba la lógica para entrenar la mente desde la niñez. Luciano de Samosata (125-h. 192) nos cuenta cómo una niña, de regreso a casa, entretenía a su madre con los juegos dialécticos aprendidos en la escuela.

    Mas la diferencia entre unas y otras artes se precisa a la altura de la Edad Media. Superados algunos conceptos y prácticas de la esclavitud antigua y fortalecidas las ciudades, los gremios y organizaciones artesanales tuvieron renovada floración. Y para el ejercicio de algunos oficios menores fue necesario pertenecer a las asociaciones profesionales o guilden, hansen, métiers, corporations, fratelie, maestranze, matricole, abundantes en las ciudades de Europa.

    Etiénne Boileau en 1258, recopiló los estatutos de las agrupaciones de París y habla de cien de ellas en su obra Livre des Métiers. Estos gremios eran sociedades cerradas y obligatorias, porque mantenían el monopolio de sus respectivos oficios y estaban dotadas de notable poder. Se dice que el sublime autor de la Divina Comedia, Dante, hubo de inscribirse en el gremio de los farmaceutas a fin de merecer una magistratura.

    Los miembros de las asociaciones de artesanos o gremios laborales se dividían en grupos: los jóvenes aprendices, los trabajadores que habían cumplido su aprendizaje, y los empresarios. Jurados, cónsules y rectores de cada agrupación juzgaban la calidad de su obra maestra u opus magistrorum.

    Al declinar el siglo XIII, unos cuantos artesanos, por la pericia en sus respectivos oficios, acumulaban grandes fortunas y conformaron el estrato social del pueblo gordo; y las artesanías, en gracia a sus conformaciones jerárquicas, se polarizaron en artes maiores.⁴³ Pero en la cima social, estaban las artes liberales asidas al prestigio heredado de la Antigüedad clásica.

    4.4 Origen mítico, desarrollo y elencos de las artes liberales. Supremacía de la retórica

     Marciano Capella, un africano que rozó con la llegada de los invasores vándalos, recogió tradiciones de los siglos VI y V a.C. y produjo, entre el 410 y el 439, el primer tratado sobre las artes liberales, que desde tiempos inmemoriales venían siendo míticamente concebidas como progenie del connubio entre Mercurio, dios latino identificado con el Hermes de los griegos, dios de la elocuencia, y la filología personificada en la razón. Otra ficción mítica atribuía el origen de las artes al fruto de las bodas de Mercurio y el Sol. Capella, avanzando en una clasificación de las artes liberales, empezó a disponerlas de modo curricular.

    Marciano, apoyado en la obra De Novem Disciplinis del poeta romano Marco Terencio Varrón (116-27), se esforzó por catalogar el conjunto de los saberes. Y a Varrón –en cuyo léxico aparece la palabra disciplina, también usada por Cicerón, mas sin referencia a arreglo curricular alguno ni para denotar una rama del saber o un ars concreto–, se debe el primer catálogo de las artes liberales: la gramática, la dialéctica y la retórica; la geometría, la aritmética, la astronomía y la música y, también, la medicina y la arquitectura. Marco Fabio Quintiliano, retórico hispano-latino del siglo primero, y Aristides Quintilianos, musicólogo griego del siglo segundo, le aportaron a Varrón sus conocimientos musicales.

    La Retórica de Marciano provino de Aquila Romano (s. III a.C.), autor de un manual para enseñarla. Prisciano, gramático latino que en el año 520 reunió en sus Institutiones Grammaticae todo el saber gramatical de griegos y latinos, y el Ars Grammatica de Donato (fl. 350), le sirvieron a Marciano como autoridades máximas para el arte de escribir con corrección. Plinio el Viejo (23-79 d.C.) y Solino (siglo III?) proveyeron a Marciano de los conocimientos pertinentes a la geometría y la geografía.

    No fue éste el único elenco de las artes en los comienzos de la era cristiana. Algunos otros autores incluían el dibujo, la música instrumental y aun las artes militares.

    4.4.1 El origen racional de las artes. Los autores cristianos y la supremacía de la gramática

    En los siglos IV y V, San Agustín de Hipona (354-430) y San Jerónimo (347-420), partiendo de la tradición histórica de las artes, pero sacudiéndolas de sus pretensiones míticas, les precisaron su origen racional.

    El primero inició con esmero sus Disciplinarum Libri y alentó el propósito de hacer de la obra una enciclopedia de las artes liberales. De tan vasto plan sólo llevó a cabo el tratado de gramática y la introducción a las restantes artes. Pero este esfuerzo fue definitivo por el gran acopio de fuentes paganas y cristianas consultadas por Agustín, haber consagrado los estudios gramaticales, piedra angular de la academia medieval, e integrar la tradición de las artes a la formación cristiana en esos primeros siglos de la Iglesia.

    Mas si los Disciplinarum Libri se le quedaron al santo doctor en preludio de sinfonía inconclusa, el De Ordine traza la genealogía racional e intelectual de las artes, comenzando por el origen del número –aritmética–, de la palabra hablada y de la palabra escrita. En suma, la cifra, y la frase y la oración con sus correspondientes armonías.

    La gramática, una vez sistematizada dio paso a la razón para el estudio de la capacidad pensante y creadora de las (restantes) artes. El siguiente paso lo dio la razón humana hacia la reina de las disciplinas, que es la dialéctica. Ella nos proporciona el método para enseñar y aprender; en ella se nos declara lo que es la razón, su valor, sus aspiraciones y potencia. Nos da la seguridad y certeza del saber.

    Pero como muchas veces los hombres necios, para obrar conforme a la recta doctrina con provecho y honestidad, no siguen el dictamen de la verdad sincera que brilla en su espíritu, sino se van en pos del halago de los sentidos y de la propia costumbre, era necesario moverlos y enardecerlos para la práctica. Esta misión, dijo el doctor de Hipona, de endeliciar al pueblo con variadísimas amenidades, la razón se la encomendó a la retórica: ¡Mirad hasta donde se elevó por las artes liberales la parte racional aplicada al estudio de la significación de las palabras!

    Por estas gradas (gramática, aritmética, dialéctica y retórica), la razón quiso elevarse a la contemplación beatísima de las cosas divinas. Tuvo entonces en cuenta los sentidos orgánicos, comenzando por el oído que capta el ritmo de las palabras conjugadas en versos: versos que tienen ritmo; ritmo que es tiempo y número. Nació así esa "disciplina (ars), sensual e intelectual

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