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El mar que nos atrapa
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El mar que nos atrapa

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About this ebook

Una relación difícil entre un padre autoritario, violento e insensible y su única hija, futura heredera de una inmensa fortuna, provoca que renuncie a su privilegiada situación económica para labrarse su futuro por sí misma convirtiéndose en una de las mujeres más ricas, más poderosas y más influyentes de este país.

LanguageEspañol
Release dateApr 17, 2015
ISBN9789895134236
El mar que nos atrapa
Author

Francisco Munoz

Francisco Muñoz Bellido nació en Lebrija (Sevilla). Es Capitán de la Marina Mercante y reside en Punta Umbría (Huelva). Además de "El mar que nos atrapa", es también autor de otras tres obras, "La fuerza del mar", "Droga: viaje sin retorno" y "Siete días de junio". También es autor de varios relatos, dos de ellos premiados.

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    El mar que nos atrapa - Francisco Munoz

    PRIMERA PARTE

    Capítulo 1

    En adelante nada sería igual. Paloma lo supo desde esa misma tarde tras la huida de las nubes cuando apareció ante ella un cielo limpio y claro. Por ese motivo se dijo que se iría a dormir más pronto de lo habitual, porque estaba convencida de que al despertar a la mañana siguiente todo sería muy distinto.

    Su inseguridad había comenzado mucho tiempo antes. Después de una larga temporada en varios internados en Cambridge y habituada a las normas y costumbres de su universidad, recaló al fin en una nueva residencia donde en poco tiempo formó parte de un excelente grupo de amigos. Pero de repente recibió una vez más la llamada de su padre comunicándole que todo estaba preparado en Oxford donde la esperaba un nuevo internado.

    Como siempre, lo escuchó con una oleada de rabia y concentró en ese momento todas sus energías para disuadirle porque no estaba dispuesta a cambiar una vez más; intentó por todos los medios hacerle comprender que ese último año deseaba continuar en el mismo lugar y le expuso uno a uno todos los motivos, pero su padre era un hombre autoritario y de modales violentos y no le quedó otro remedio que obedecer.

    Llevaba siete largos años dando tumbos en varias universidades y un sinfín de internados. En todo estaba en desacuerdo con su padre, pero ahora que su etapa de estudios había finalizado estaba decidida a buscarse la vida por sí misma. Ya no le importaba hacerle frente.

    Se encontraba hastiada de todo y profundamente infeliz. No necesitaba para nada los títulos conseguidos y tenía la desagradable impresión de que los siete años en las prestigiosas universidades no le iban a servir de mucho ya que no tenía la menor intención de trabajar a las órdenes de su padre porque nada de las infinitas oportunidades que se abrían ante ella eran suficientes para hacerla feliz. Más bien al contrario, porque tanto tiempo invertido sólo había servido para tener la plena seguridad de que nada la satisfacía porque ella necesitaba otras cosas, algo distinto que su padre jamás entendería porque él se empecinaba en encauzar la vida de su hija como si se tratase de uno más de sus negocios, pero en su ignorancia era incapaz de comprender que no era lo que ella necesitaba.

    Desde que había llegado a Madrid no había dispuesto del tiempo necesario para pensar con calma. Tenía que replantear su futuro a su manera y no a la de su padre, pero para ello necesitaba un cambio de rumbo en su vida. No tenía nada previsto ni sabía lo que iba a hacer, pero tenía decidido hablar con él, le diría que necesitaba el verano para ella y se pondría a trabajar en septiembre. Para entonces aún faltaban dos meses y durante ese tiempo podrían suceder muchas cosas. Necesitaba ese mes de julio que ahora comenzaba y el mes de agosto para pensar en su futuro y poner sus ideas en orden porque en los diez días que llevaba en Madrid había permanecido ajena y oculta a todo, como las nubes que hasta esa misma tarde habían ocultado el horizonte y los montes lejanos que se divisaban desde la mansión de su padre situada en una privilegiada y exclusiva zona del cinturón norte de Madrid. Realmente no acertaba a entender los motivos, pero no dejaba de ser curioso que se sentía insatisfecha de una vida donde podía tener cuanto quisiera, a excepción de lo que ella necesitaba: la felicidad. Sabía que quienes la conocían la envidiaban, porque eran tan superficiales que sólo miraban su privilegiada situación económica, pero ella, Paloma García de Miranda, se sentía tan desdichada como el más infeliz de los innumerables empleados de su padre, incluidos los sirvientes de la lujosa mansión. Por eso, con demasiada frecuencia dejaba volar su imaginación más allá de las colinas donde existía un mundo libre y feliz. Sabía que Teresa – una mujer fracasada que jamás supo desempeñar el papel de la madre que nunca conoció – estaba allí, lo sabía porque de vez en cuando dejaba su lectura o bordado y surgía de entre la penumbra como una sombra negra y aterrorizada, en uno de los salones, probablemente en el sillón de terciopelo oscuro, entregada como siempre a alguna faena para acallar su horrible aburrimiento aguardando la llegada de su esposo a sabiendas que no lo haría hasta altas horas de la madrugada y seguramente pensando, una vez más, que de ella sólo le interesaron sus barcos y que jamás sintió por ella otra cosa que indiferencia y desprecio, sobre todo desprecio, porque era incapaz de soportarla y desaparecía sin dar explicaciones y llegaba – si es que lo hacía – a altas horas de la madrugada huyendo de una mirada cargada de súplica que nunca soportó y menos ahora que su esposa acusaba los primeros estragos de la vejez.

    Teresa vivía en un estado permanente de angustia. Era una mujer madura, tenía sesenta y tres años, pero había llegado a tal extremo de abandono que parecía más mayor de la edad que realmente tenía; era delgada, de pelo corto y claro, de entristecidos ojos negros y rostro tan ausente que no dejaba traslucir ninguna emoción. Su carácter era débil, como toda ella, y su inteligencia corta e inútil, de lo contrario no hubiera soportado ni un solo día al lado de ese hombre.

    Pero en los últimos tiempos algo estaba cambiando porque don Eduardo no desaparecía durante días seguidos con tanta frecuencia como lo hacía antes, y Teresa lo agradecía, no porque hubiera mejorado su comportamiento hacia ella, ni mucho menos, porque era tanto el miedo que le tenía que prefería que estuviera cuanto más lejos mejor, pero sí lo agradecía porque se libraba de las llamadas de alguien que la odiaba con todas sus fuerzas para decirle que su esposo estaba ocupado en acariciar otros cuerpos que a diferencia del suyo habían sido dotados por la belleza. A ella eso no la inquietaba lo más mínimo y se equivocaban si pensaban que con esas llamadas la harían sufrir porque había pasado tanto tiempo que ya no recordaba desde cuándo a ella todo le daba igual y más de lo que llevaba sufrido no podía hacerlo porque su capacidad de sufrimiento se había agotado. Tal vez, veintidós años atrás, cuando lo conoció en una fatídica reunión de negocios, albergó algunas esperanzas, pero pronto se dio cuenta de que su esposo era de esa clase de personas carentes de sentimientos, por eso ella que lo conocía muy bien no iba a sentirse dolida por las llamadas malintencionadas que en ese sentido pudieran hacerles, más bien sentía compasión por quienes las hacían y ella conocía perfectamente sus nombres. Reclinada en su butaca y rememorando su inútil pasado se preguntaba si ahora lo haría o no; ella quería pensar que no, porque hacía ya algún tiempo que no recibía las hirientes llamadas, pero en el fondo de su alma se decía que creía que no lo hacía porque en los últimos tiempos había cambiado toda la hostilidad y el desprecio que sentía hacia ella por una deshumanizada manía por ridiculizarla. Ahora, al menos ella lo veía así y se alegraba por ello, su esposo sólo se preocupaba de acumular fortuna y vivía inmerso en el egoísmo y la ambición de los poderosos.

    Paloma sabía que Teresa no estaba entregada del todo a sus tareas de lectura o bordado para así evadirse de la tiranía de su esposo; lo sabía porque reconocía que espiaba cada uno de sus movimientos y la vigilaba en secreto; como sabía además que odiaba a su padre con todas sus fuerzas, pero era tanto el miedo que le tenía que jamás se atrevió a confesarlo. Y sin embargo allí estaba, alicaída, suspirando dolorosamente, con su típica expresión de amargura en sus ojos tristes cada vez más hundidos aguardando como cada día la llegada de su esposo como si de una esclava se tratase.

    Una de las veces que Paloma dejó de oír sus patéticos suspiros se hizo un silencio largo y expectante: era el mismo silencio de rato antes cuando las nubes emprendieron definitivamente la fuga y ella pudo divisar con nitidez la lejana silueta de las montañas. No era ajena a que Teresa abandonaba de vez en cuando su labor para dirigir la mirada hacia la puerta de su dormitorio, siempre cerrada, y mover la cabeza en señal de incomprensión pero sin mediar palabras: era como si entre ellas existiera un pacto de no agresión. No entendía, y ese dolor la había acompañado toda su vida, por qué ni ella ni su padre le habían hablado jamás de su madre, ni por qué en toda la casa no existía el menor indicio de un recuerdo de ella. Ni siquiera nadie se hubo permitido en ningún momento pronunciar su nombre. Y eso era extraño. De pequeña preguntaba continuamente por su madre hasta que un día su padre le dio una bofetada delante de Teresa y varios miembros del servicio para que tuviera siempre presente que en esa casa jamás tenía que preguntar por ella. Él, Eduardo García de Miranda, sí era su verdadero padre; tenía sesenta y cuatro años y era un hombre soberbio, extremadamente calculador y autoritario, insensible, invulnerable al dolor y acostumbrado a mandar y ser obedecido, que no se había preocupado en toda su vida de otra cosa que de acumular fortuna debido a sus pocos escrúpulos para los negocios y a sus dos únicos e inseparables amigos: Diario Económico y Semanario Financiero. Era aquí, en este semanario, donde examinaba minuciosamente las empresas que se veían afectadas por las alzas y las bajas y donde analizaba las quiebras y demás operaciones de sus competidores. Por eso ella, futura heredera de todo un imperio económico y que a sus veinticinco años y ante los ojos de los demás lo tenía todo para ser feliz, se sentía desgraciada e insatisfecha de la vida y tenía que replantear su futuro y, si fuera necesario, comenzaría de cero, porque después de su llegada a Madrid se había recluido en su dormitorio y éste se había convertido en su lugar de refugio donde soñaba despierta y realizaba cálculos imaginarios transportándose a un mundo diferente al suyo que desconocía y la atraía.

    Paloma tenía una figura bien moldeada y un rostro joven, moreno y terso; era atractiva, pero no bella, con una boca muy sensual y el cabello algo rizado. Tenía unos preciosos ojos celeste mar que destacaban en su luminoso rostro. A pesar de su carácter fuerte y en contra de lo que todos pudieran pensar, se sentía estafada por la vida y necesitaba hacer algo distinto al mundo que la rodeaba, porque nada de lo que tuviera que ver con su padre le interesaba y porque en sus pensamientos no entraba el formar parte de un juego compuesto por una lista de candidatos seleccionados en el Semanario Financiero para una relación o matrimonio de pura conveniencia. Necesitaba pensar qué hacer, pero tenía muy claro que alguna estrategia tenía que poner en práctica porque en el fondo de su alma algo la advertía de que alguien en algún lugar la reclamaba y la necesitaba. Nada tenía que ver con su mundo, por lo que reconocía que su presentimiento era extraño e incomprensible, pero se sentía atraída por él.

    Paloma pensó que en lugar de acostarse pronto tal vez fuese mejor aguardar la llegada de su padre y hablar con él esa misma noche. Lo intentó, pero cansada de esperar y al comienzo de la madrugada se dijo que tal vez su padre llegase demasiado tarde, cansado, y sin ganas de hablar con ella, por lo que decidió que lo mejor sería hablar con él por la mañana y quisiera o no tenía que escucharla. Estaba segura que no le prestaría atención, que como siempre que surgía algún tema que él no quería oír la llamaría desagradecida y, según estuviera de ánimos, podría darle un par de bofetadas. Pero a ella le daba igual, lo tenía decidido y lo llevaría a cabo. Se enfrentaría a su padre con valentía y sin miedo.

    Capítulo 2

    Amaneció un día radiante de julio, soleado y distinto. Desde primeras horas de la mañana Paloma aguardaba la presencia de su padre acuciada por un deseo inmenso de salir, de ser libre. La noche anterior, cansada de esperar, decidió acostarse convencida de que su padre llegaría demasiado tarde y de mal talante.

    Y no se equivocó. Pero ahora no perdería la ocasión.

    Su padre – a él le gustaba que le llamasen , porque en su cinismo pensaba que a los ojos de los demás significaba que se trataba de un hombre serio, responsable, admirado hasta la saciedad, honesto y respetado, cuando en realidad era todo lo contrario – , tal como Paloma imaginó, llegó a altas horas de la madrugada y se dirigió directamente a sus esplendorosos aposentos. Teresa aguardaba su llegada, como cada noche, pero él no esbozó ni una sola palabra, ni siquiera se dignó a mirarla; ella tampoco lo hizo, recogió sus libros y sus costuras y le siguió en silencio a varios metros de distancia. Tenía tanto miedo a su esposo que hacía mucho tiempo que había tomado la determinación de no hablar si no era requerida para ello.

    Paloma sabía que su padre jamás desayunaba en casa, de manera que tenía que estar alerta si quería hablar con él antes de que se marchara de nuevo.

    Según descendía por la escalera principal, fue hacia él.

    – Necesito hablar contigo.

    – No dispongo de tiempo. Tengo cosas más importantes que hacer en el despacho.

    Como consecuencia de los muchos desencuentros con su padre, Paloma había comprobado que el miedo ante él no servía de nada, por lo que la mejor solución era hacerle frente.

    – Tengo que hablar contigo y tiene que ser ahora. Sólo serán unos minutos.

    Una sombra oscureció el semblante de su padre. Era un hombre poderoso y violento; tenía los ojos ligeramente saltones e infundía miedo. La expresión de su rostro era belicosa.

    – Lo que tienes que hacer es ponerte a trabajar. Llevas aquí diez días y no sé a qué demonios esperas. Puedo conseguirte un cargo que a los veinticinco años nadie en el mundo rechazaría, salvo alguien inconsciente como tú. Mucha gente sería capaz de matar para conseguirlo. Y en lugar de agradecerlo, ¿qué haces?, ¡nada!, encerrarte en tu dormitorio y ahora me tienes aquí como un imbécil escuchando tus malditos caprichos. Cualquier día lo vas a lamentar.

    – Si lo dices por lo del banco puede esperar. A poco de llegar te dije que necesitaba el verano para mí. Empezaré en septiembre.

    Su padre la miró acometido por una repentina ira.

    – ¿Quién te crees que eres? ¿Crees que puedes organizar tu vida como se te antoje? ¡No eres más que una estúpida caprichosa que no sabe lo que quiere!

    Ni el carácter autoritario de su padre ni la voz extraordinariamente poderosa le inspiraban temor.

    – No te pedí lo del banco, pero como siempre ya lo habías organizado a tu manera, sin contar conmigo para nada y cuando llegué ya me estabas esperando. Así lo haces todo. Acabo de terminar los estudios, me encuentro cansada y necesito una temporada para mí. Estoy desorientada y quiero replantear mi futuro.

    La tranquilidad con que su padre la escuchaba no le transmitía ninguna confianza. Paloma advertía que empezaba a perder la paciencia. De repente, la agarró por un brazo y la miró fijamente a los ojos.

    – ¡Eres una maldita zorra! ¿Quién eres tú para decir lo que te apetece o no te apetece? – vociferó – . ¡Qué bobadas son esas de que tienes que replantear tu futuro! ¡Tu futuro lo organizo yo como a mí me dé la gana!

    Paloma se desasió de la mano que apretaba con fuerza su brazo.

    – Quiero pasar una temporada lejos de aquí y aislada de todo. Ahora que estoy liberada de mis estudios necesito también estar liberada una temporada de cuanto me rodea. – Estuvo a punto de decir: , pero se contuvo.

    Su padre se rió. Con expresión cruel, dijo:

    – Habla rápido. Te concedo cinco minutos, ni un segundo más: ¡dime de una vez qué quieres!

    – No tengo nada en concreto decidido. Tal vez viajar por algún sitio.

    – Sigues igual de caprichosa que siempre. ¿Adónde demonios pretendes ir? ¡Eres una zorra, una hija de perra!

    Paloma hacía como si no le escuchara. Recuperando la confianza y la seguridad en sí misma, aclaró:

    – Quiero pasar una temporada en Europa.

    – ¿Con quién? ¡Exijo saber con quién!

    – Sola. No necesito ir con nadie; lo único que busco es tiempo y tranquilidad. Hasta este momento nada en mi vida ha resultado como yo deseaba. No soy feliz, tengo que replantear mi vida y para ello necesito estar sola y meditar con calma.

    – No me provoques porque no soporto tus caprichos. Has tenido tiempo más que suficiente para pensar en los días que llevas aquí. Teresa me ha dicho que apenas sales de tus habitaciones.

    – Tenía varios libros para leer y es lo que he hecho. Ahora necesito tiempo y serenidad para decidir lo más conveniente para mí. Por eso deseo estar lejos de aquí.

    Su padre tenía la arrogante convicción de que en la vida de su hija sólo decidía él. Siempre había vivido en la creencia de que jugando sucio y demostrando mayores reflejos que sus competidores a la hora de hacer los negocios era el único camino que conducía al éxito. Lo había puesto en práctica durante toda su vida y así lo pensaba hacer con la de su hija.

    – ¡Aguarda un momento! ¿Con quién crees que estás hablando? ¿Tu futuro? ¿De qué futuro me hablas? ¡En tu futuro pienso yo y será como a mí me dé la gana! ¡Soy yo el que tiene que pensar en tu futuro y no tú! ¡Tú no tienes ni idea de lo que es la vida!

    Desde su llegada era aquélla la primera vez que mantenía una conversación de varios minutos con su padre.

    – ¡Estás completamente equivocado y me das pena! Quiero que te quede claro de una vez por todas que mi futuro y mi vida es algo que me pertenece y no estoy dispuesta a negociar con ello ni que nadie lo haga por mí. Y tú menos que nadie.

    Don Eduardo tenía unos intensos ojos grises de expresión maligna. Su rostro se estaba poniendo amoratado por la ira. Levantó el brazo dispuesto a darle una bofetada.

    – ¡Eres una desagradecida y una malnacida! ¿Recuerdas lo que te dije el mismo día que llegaste de Oxford?

    – Claro que lo recuerdo, pero te he dicho mil veces que tus planes no me interesan para nada.

    – Te dije que iba a invertir más dinero del que tú vales en un banco que está atravesando por serias dificultades económicas y a cambio de reflotarlo me haré con la copresidencia del banco y gracias a mis habilidades para negociar conseguiré para ti la subdirección general. ¡Y eso es sólo el principio, pero tú no sabes nada de nada! ¡Las grandes oportunidades provienen de grandes estrategias, a ver si te enteras de una vez! Esa reunión está esperando a que una imbécil y caprichosa se decida. ¿Qué más quieres?

    – ¡Ése es el problema, que no quiero nada! Pero eso tú jamás lo entenderás.

    Su padre estuvo a punto de darle una bofetada, pero se contuvo. Tragó saliva y algo más calmado, dijo:

    – Jamás te muestras agradecida por nada, pero algún día te arrepentirás y me suplicarás de rodillas que te ayude. Lo de Europa puedes olvidarlo; ya lo hiciste en una ocasión y quiero recordar que fue por el mismo motivo, y al final para qué, ¿eh? ¡Para nada!

    Paloma vislumbró un síntoma de debilidad en la actitud de su padre, y lo aprovechó.

    – Me da igual Europa que cualquier otro sitio. Tú que todo lo planeas a tu manera, que

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