Opiniones peligrosas
Para la religión católica, la fe lo es todo. Y sin embargo hay personas a las que les resulta imposible aceptar lo que no entienden, y otras que entienden de manera distinta lo que el dogma ha fijado como verdad indiscutible. El dogma existe justo para neutralizar las diferencias de opinión, que han sido el gran quebradero de cabeza del cristianismo desde sus orígenes. “Esto creerás, y solamente esto”.
La expansión religiosa en Occidente tuvo lugar en un tiempo inimaginable para nosotros: un mundo sin medios de comunicación, sin noticias, una sociedad prácticamente analfabeta en la que nadie sabía lo que estaba pasando 100 kilómetros al norte o al sur de su área. En aquellos siglos oscuros, la cristianización de los bárbaros fue una verdadera epopeya intelectual. Los evangelizadores, como san Patricio en Irlanda o san Bruno en Crimea, veían con sorpresa que lo que habían predicado entre los celtas o rusos se convertía poco después de su partida en algo por completo distinto. Las viejas creencias se adherían como lapas a la nueva religión y la deformaban a su gusto, integrando en ella sus símbolos paganos seculares.
Herejías de larga distancia
El único sistema de comunicación a distancia era el correo. Eso explica, por ejemplo, que la obra de Pablo de Tarso –que sólo era 10 años más joven que Cristo– consista en una larga colección de epístolas dirigidas a las iglesias emergentes. En esas condiciones de aislamiento es fácil entender que cualquier desviación del dogma que se produjera en una región
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