Del hábito, al hábitat y al habitar
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Del hábito, al hábitat y al habitar - Harold Martínez Espinal
PRIMERA PARTE
EL HÁBITO
El espacio no viviente
Supernova en la constelación de Tauro, tomada por John Gleason.
EL HÁBITO
LA INTERACCIÓN ASOCIATIVA COMO HÁBITO DE LA MATERIA
Todo se transforma
nada se crea
nada se destruye
nada se pierde"
LEY DE LOMONOSOV-LAVOISIER
Se hace evidente
que el universo es
un tejido unificado
y cada uno de nosotros
constituye una parte
significativa de él.
STANISLAV GROF
CAPÍTULO 1
ACERCA DEL CONCEPTO DE HÁBITO EN EL MUNDO DE LA MATERIA
DEL CONCEPTO DE HÁBITO EN LA CIUDAD GRIEGA O POLIS, CONSIDERADA FASE SUPERIOR DEL SER HUMANO AL-ESTAR-EN EL MUNDO
Siempre ha interesado saber acerca del ser de la materia, de su origen y de su razón última. Siempre ha inquietado explicar el por qué de sus diversos estados así como de las relaciones existentes entre ellos. Ha sido un interés primordial el develar la posible unidad en la diversidad de todas ellos, así como la existencia y razón de un orden y una organización que esté más allá de sus coherencias e incoherencias fenomenológicas.
Pero el mayor interés se ha centrado precisamente en el ser de lo humano y en sus relaciones y comportamientos con todo lo humano. Es cierto que hace 26 siglos, el interés del pensamiento griego se inclinó primero hacia afuera, hacia el ser del mundo exterior. Ya en el siglo IV AC, los jónicos se preguntaban cuál es el principio o arché de la realidad, entendiendo como realidad, la Naturaleza, su entorno, el mundo exterior. Esas preguntas son resueltas inicialmente en las sustancias materiales, llámense agua, aire, fuego etc. El mundo exterior, el mundo de las cosas es, pues, el primer tema de reflexión filosófica, es la primera forma de realidad. Sin embargo, la inquietud y capacidad racional de los griegos no podía detenerse en la contemplación del mundo físico y pronto advierten que junto a ese mundo existe otro tan significativo o más que el anterior. Es un mundo ideal, un mundo de las esencias, los conceptos, las relaciones. Esto es, de lo que hoy se denominan como los objetos ideales.
Así, del mundo de las cosas físicas el pensamiento griego avanza al de las metafísicas y ambas, aunque necesarias, son consideradas como realidades concernientes al ser humano pero externas a él. Son avances que se mueven en el mundo de los conceptos y de las relaciones, que abren caminos al análisis y la reflexión sobre ese otro componente de la realidad, como lo es el de las relaciones entre los seres humanos y sobre el mundo que subyace a esas relaciones, como las pasiones, los deseos y las deliberaciones que orientan el ser de lo humano al estar en el mundo. Formularse preguntas sobre el sentido de la vida humana, sobre el bien, el mal, la justicia, la amistad, que ocurren en el ser al estar en el mundo, es detenerse a pensar en algo más que un estar físico en el mundo físico. Es específicamente, un estar humano en un mundo humano que es social, propio de su especie. Más que el puro estar del cuerpo como physis, se trata de un estar bien en un mundo de relaciones surgidas en el aire sutil de los significados, es decir, de la cultura. Descubren los griegos que la individualidad del ser humano, determinada por su mismo organismo físico que inequívocamente se mueve en el principio de la sobrevivencia, de la protección y defensa del propio ser, entra en contradicciones y hasta se trastorna, al-estar-en el mundo de lo social. Ser-al-estar-en ese otro mundo donde también hay otras individualidades, es considerablemente complejo. La noción de individualidad, esto es, la noción del Sí-mismo que se sabe diferente pero en relación con los demás humanos, que son el Otro, demanda la reflexión filosófica sobre las pasiones, los deseos y las deliberaciones propias del ser humano que busca estar bien en el mundo social. Propiamente, se trata de una reflexión filosófica sobre la ética.
Esa relación Sí-mismo-Otro entendida entre seres humanos en sociedad, ocurre en el espacio y por lo tanto, el objeto de reflexión debe extenderse a éste. Sin embargo, en el pensamiento griego interesa predominantemente el espacio antrópico por excelencia, esto es, el de la polis, la ciudad. Es la vida urbana, la de los humanos que viven en ciudad, la que merece ser objeto de reflexión sobre su ética. Estar en el mundo urbano se valora como un modo de vida socialmente adelantado, un modo de vida en justicia que busca la armonía, la organización colectiva para la convivencia. La polis es el espacio que posibilita desarrollar y alcanzar el bien estar, la excelencia, la areté del vivir. Un bien estar que modifica y trasciende la vida animal para transformarla en vida humana socialmente relevante⁴. Un espacio, donde supuestamente el ser humano se ha desprendido de la originaria matriz del mundo natural y ha ascendido al mundo de la cultura.
Sabemos entonces que en Grecia, el ser de lo humano se valora especialmente al estar en la ciudad. Ser al estar en el mundo de la ciudad es axiológicamente superior que ser al estar en el mundo natural. El concepto de ser implica pues el concepto de estar y el concepto de estar implica espacio, relación, distancia. Estar solamente es posible en, es decir contenido en algo que determina relaciones. Por ello, la calidad del espacio determina la calidad del ser; el ser de la roca del desierto bajo el Sol es diferente del ser de la roca bajo el hielo del glaciar No es posible hablar del ser en términos absolutos; el ser es al estar en el espacio, no hay otra posibilidad. Por supuesto esta afirmación cobija el ser de lo humano y también el ser de cualquier otro ente. El ser de un objeto es al estar en el espacio. No estamos hablando aquí del ser-en-el-mundo de Heidegger, del ser-en existencial, sino de las características de los objetos contenido y ubicados físicamente con relación a otros. Aquí nos interesa el ser en relación físico-espacial con los objetos del mundo. El estar no existe por sí mismo sino como presencia, manifestación física del ser en relación con algo, contenido en algo. Por ello, como Heidegger, emplearemos el guión que estructura en un solo término el ser-al-estar-en, pero a diferencia de Heiddeger, toda la importancia posible del término estará dada en el estar físico del ser en el espacio. Intentaremos entonces reflexionar filosóficamente sobre la relación entre ethos y habitabilidad empleando el término ser-al-estar-en como concepto básico.
Retornando a la Grecia clásica, tenemos entonces que la ciudad es entendida como una fase humana superior de su ser-al-estar-en el mundo. Es una visión hacia adelante, una visión de progreso que deja atrás el ethos como fase originaria, propia de la vida humana en el mundo natural. El significado griego más arcaico del término ethos fue el de morada
o guarida
de animales, un sentido primigenio de refugio, de espacio vital seguro, donde se puede morar protegido de las contingencias del entorno. Es más tarde cuando su significado se extenderá al ámbito humano⁵, conservando sin embargo ese sentido primitivo, básico. Desde allí, el ethos remitirá también a la idea esencial de morada interior
, de seguridad existencial y, asociada así a la acción de morar, significará finalmente costumbre, comportamiento habitual, hábito, reiteración de una conducta humana. De ser un término referido al espacio pasará a ser un término referido al tiempo y, por último, a ser un término espacio temporal, a un estar consistentemente en el mundo humano, siendo entonces su esencia la de un carácter
humano básico y punto de partida hacia la ética⁶.
La ciudad, un espacio construido por el ser humano para el ser humano, está valorada entonces como una categoría espacial superior a la del espacio natural. Es una nueva naturaleza creada sobre la Naturaleza originaria, la de la physis. Un conjunto de recintos cuyo orden y organización espacial facilita el ser-al-estar-en el mundo humano e infiere su relevancia en que es allí donde es necesario y posible el desarrollo de la ética, todo lo cual expresa un carácter nítidamente antropocéntrico⁷. Aún más, vivir en la ciudad es ser-al-estar-en un espacio físico trazado desde el logos y desde la racionalidad matemática, propia de una sociedad que hace un poco más de 26 siglos se atrevió a afirmar con Pitágoras que todo es número
. En ese pensamiento, ser-al-estar-en un espacio urbano de forma geométrica en retícula y con edificios públicos diseñados con proporciones geométricas y matemáticas perfectas, era vivir en una fase superior de la historia humana. En cambio, ser-al-estar-en el mundo natural es vivir en un espacio dominado por la physis, un mundo animal dominado por los instintos y el caos.
No obstante, el pensamiento griego admite que hay una racionalidad en el vivir en el mundo exclusivo de la physis pero la considera como una racionalidad estrechada por la costumbre, el hábito, es decir, regida por un ethos en su fase humana primigenia. Con todo, admite también que ese ethos-hábito no es inerte, no es algo dado sino una actividad permanente de creación y recreación del Sí-mismo en su vivir humano que, en consecuencia, logra una libre renovación de Sí-mismo, un esfuerzo cotidiano y continuado desde el Sí-mismo. Según Juliana González, se trata de una nueva naturaleza creada sobre la Naturaleza, la de la physis, la vida animal y los instintos, la cual define el propio carácter de lo humano. Pero no se trata, por supuesto, de una naturaleza física sino de una naturaleza moral⁸.
Para el pensamiento griego, ethos y ética son modos humanos de estar-en el mundo, pero el segundo implica unas relaciones más complejas que ya exigen la creación y puesta en práctica de un comportamiento racionalmente organizado en justicia para el bien estar en sociedad. Según esto, la polis ocupa un nivel mayor que el mundo natural. Habitar la polis conlleva un desplazamiento del hábito originario hacia arriba, del ethos hacia la ética, lo que a su vez implica una reflexión sobre el carácter intersubjetivo y relativo de la sustancia social. Excluye por lo tanto la reflexión sobre el mundo natural, aquella otra sustancia que rodea y permea la ciudad, que le da asiento y de la cual ha sido construida. El concepto del bien y el mal no cabe en la relación entre el mundo urbano y el mundo rural o natural, y menos sobre las consecuencias del primero sobre el segundo.
La ciudad es concebida así como la morada apropiada para elevar el estado primigenio de su morada interior, el ethos, hasta alcanzar el elevado nivel de la ética. Una morada interior de lo humano que se expresa en un mundo formal físico y estético diferente, supuestamente superior y desligado del mundo natural. Gracias a la ciudad, un artefacto que facilita y protege el anidamiento humano dentro de las contingencias del mundo natural y que como tal, facilita la reflexión filosófica sobre las relaciones del mundo social, el mundo griego fue descentrando su atención del mundo natural hasta centrarse y anidarse definitivamente en lo humano, el anthropos.
Es justo precisar que el pensamiento griego concebía refinadamente la Naturaleza como un organismo vivo en el que el animismo era básico.
Los grandes filósofos creían que el mundo de la naturaleza estaba vivo a causa de movimiento incesante. Además, como esos movimientos eran regulares y ordenados, se decía que la naturaleza no sólo estaba viva sino que también era inteligente, como un animal grande con alma y mente racional propios. Cada planta y cada animal participaban físicamente en el proceso del alma vital del mundo, intelectualmente en la actividad de la mente del mundo, y materialmente en la organización física del cuerpo del mundo⁹.
Sin embargo, si bien la filosofía nacía en Grecia dentro de una concepción de la Naturaleza como un organismo vivo, un concepto nuevamente valorado en el siglo XX por la teoría Gaia, el comportamiento de los griegos hacia el mundo natural producía serios efectos de degradación sobre el suelo. Efectivamente, la arqueología y la geología han revelado recientemente cómo el mundo natural griego era abundante en vida silvestre y cómo los griegos de la antigüedad fueron responsables de su deforestación y consecuente erosión. Una revelación que no sólo estremece la idealización creada por Occidente sobre el mundo griego de la Antigüedad sino que ilumina las consecuencias de su axiología centrada en el anthropos. Un paisaje natural paradójicamente ya destruido cuando comenzaba su extraordinario pensamiento filosófico. Ese entorno natural degradado, que contextualiza las maravillosas ruinas arquitectónicas, ha sido malentendido y mitificado en nuestros días como el paisaje de siempre en Grecia¹⁰.
Probablemente, esta curiosa contradicción griega entre pensamiento y acción podría explicarse en razón del estado de desarrollo poco transformador de su techne. En efecto, la capacidad de los griegos para transformar físicamente el mundo era escasa y por lo tanto no eran previsibles los efectos posteriores a sus intervenciones, no cabiendo así un sentido de responsabilidad alguna sobre el mundo natural intervenido. Todo indica que en el pensamiento griego, únicamente el concepto del bien y del mal fue objeto de preocupación en sus efectos humanos inmediatos.
El lapso de tiempo para la previsión, la determinación del fin y la posible atribución de responsabilidad es corto. Y el control sobre las circunstancias, limitado. La conducta recta tenía criterios inmediatos y un casi inmediato cumplimiento. El largo curso de consecuencias quedaba a merced de la casualidad, el destino o la Providencia. Así, la ética tenía que ver con el aquí y el ahora, con las situaciones que se presentan entre los hombres, con las repetidas y típicas situaciones de la vida pública y privada"¹¹.
Con gran interés y desde la polis el mundo griego dirige entonces su mirada hacia adelante, hacia la ética y hacia atrás, hacia el ethos, como un simple reconocimiento al punto de partida, el refugio precario, el hábitat primitivo, la morada primigenia donde se incuba el hábito y las primeras formas de racionalidad. El sentido de su andar hacia delante, hacia la complejidad de la polis está así marcado. No hay vuelta atrás.
DE LO HUMANO CUYO SER SUCEDE COMO HÁBITO INQUIETO CAPAZ DE MEJORAR AL-ESTAR-EN LA POLIS GRIEGA
Como es de suponer, hace 26 siglos el conocimiento griego sobre el mundo de la materia era muy limitado a pesar de sus extraordinarias inquietudes. Pero hoy en día, con el conocimiento alcanzado por la ciencia cuántica, es necesario preguntarse si el ethos es el punto de partida de lo humano y si esa conducta de interaccionar hacia la complejidad es una exclusividad estrictamente humana o si la trasciende como constituyente de la materia en general. Como costumbre, como comportamiento habitual o hábito, el ethos en su significado más primitivo implica la reiteración de una conducta humana de sobrevivencia en el mundo natural, que al resultar exitosa merece repetirse y convertirse en hábito. Una conducta que pareciera garantizar el ser-al-estar-en el mundo de modo relativamente seguro y, mejor aún, que puede perfeccionarse. En esta concepción lineal de la existencia que comienza en un ser-al-estar-en el refugio primitivo y que avanza hacia la morada interior que cada ser humano perfecciona, gracias a la polis y para estar en la polis, se evidencia una axiología hacia adelante, hacia la complejidad, un sentido de progreso que supuestamente sería exclusivo del modo de ser-al-estar-en de lo