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Mugabe

La última cosa en que el así llamado Mundo Libre parece haberse puesto de
acuerdo es en afirmar que el gobierno de Robert Mugabe en Zimbabwe es
ilegal. Enternecedor. Cuando se producen este tipo de declaraciones, da la
impresión de que el atacado se ha vuelto malo malísimo ayer por la tarde a
la hora de la merienda. La historia de Robert Mugabe, sin embargo, es una
buena demostración de cómo el hoy se forja de muchos ayeres; y que, de
hecho, un capullo hoy no es sino alguien a quien se le han permitido
repetidamente sus capulleces en el pasado.

Hace algunos años, es muy probable que alguno de los lectores de este blog
lo recuerde, Zimbabwe se llamaba Rhodesia. Rhodesia era, con la abierta
complicidad de los británicos, una especie de Sudáfrica en pequeñito. Desde
1957 había una organización parecida a la que más abajo lideraba Nelson
Mandela, llamada Congreso Nacional Africano. El ANC luchaba contra cositas
como que el sistema electoral rhodesiano tuviese una especie de sufragio
censitario mediante el cual votaban unas 52.000 personas, de las que sólo
aproximadamente medio millar eran negros. A pesar de que el ANC y su
líder, Joshua Nkomo, no eran ni de coña una organización radical, al estilo
ultranegrista-marxista que ya se veía por ahí, el poder blanco los ilegalizó en
1959. Movimiento de enorme inteligencia por parte de los británicos que
provocó lo que hasta un niño de teta no británico habría previsto: la
radicalización de los negros.

En 1960 nace el Partido Nacional Democrático, bastante más radical. En


1961, en un movimiento que parecía acertado, los británicos esponsorizaron
una reunión de partidos blancos y negros para elaborar una nueva
constitución. Los negros fueron encantados al meeting, pero allí se
encontraron con una generosa ración de porridge británico. El concepto
british de democratizar Rhodesia fue darle a los negros, amplia mayoría en
el país, 15 escaños de un parlamento de 65. Eso, además de ajo y agua.

Los negros, claro, se mosquearon y se dedicaron a romper escaparates y


algún que otro cráneo.

Como quiera que Londres siguió aplicando el Catón del Gilipollas, su reacción
fue ilegalizar el PND. De esta manera se produjo la tradicional radicalización,
que culminó con la formación de la Zimbabwe African’s People Union,
conocida como Zapu. La cual fue ilegalizada en 1962. Como consecuencia de
la radicalización que esto conllevó, en el 63 el Zapu se escindió, quedándose
dentro Nkomo y sus seguidores mientras que el más radical Ndabaningi
Sithole fundaba la Zimbabwe African National Union (Zanu). Secretario
general del Zanu fue nombrado un joven radical llamado Robert Mugabe.

La respuesta de los blancos fue crear el Rhodesian Front, de corte racista,


formación que en las elecciones de 1962 ganó todos los escaños de los
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blancos, con lo que el país se convirtió, de hecho, en una nación de partido
único. Al primer líder del RF, Winston Field, le sustituyó pronto el que sería
gran líder de la formación, Ian Smith. Smith había jurado que en Rhodesia
nunca se aplicaría la regla mayoritaria (básicamente, el sufragio universal)
mientras viviese. Ilegalizó todas las formaciones negras, metió a todos sus
líderes en el maco, y el 11 de noviembre de 1965, con estos mimbres, firmó
la declaración de independencia del país.

La supervivencia de esta Rhodesia


independiente se basaba en un cálculo
político. Que pudiese ser un Estado racista
blanco tenía mucho que ver con que
Sudáfrica también lo fuese. Para los gobiernos sudafricanos resultaba
fundamental vivir en una situación en la que las guerrillas negras no
tuviesen santuarios más allá de las fronteras para putearlos. Así pues,
Sudáfrica necesitaba tener, entre sí misma y el África gobernada por los
negros, «naciones-tampón» que evitasen este efecto. Estos tampones eran,
fundamentalmente, Rhodesia y las colonias portuguesas de Angola y
Mozambique. Gracias a esta ayuda, Smith podía mostrarse tan chulo como
se mostró. En 1966, los británicos le ofrecieron una solución por la cual el
poder blanco se mantendría en Rhodesia hasta el año 2000, y dijo que y una
mierda. Lo único que llegó a insinuar como posible fue un sistema que, en la
práctica, aplazaba la negritud del país hasta el 2035; fecha que, en 1965 y
aledaños, venía a significar nunca.

Las cosas empezaron a cambiar en 1974, porque el montaje geopolítico que


sustentaba el experimento Rhodesiano se fue al carajo con la revolución de
los claveles de Portugal (Grandola/vila morena...) y la que se montó en
Angola y Mozambique, que también fue de aúpa; mucho hablar de Vietnam,
pero en Angola americanos y soviéticos también tuvieron de las suyas.

La descolonización portuguesa supuso que, automáticamente, las guerrillas


de la Zanu tenían casi 800 kilómetros de frontera para esconderse y atacar.
Los sudafricanos se acojonaron por su parte, motivo por el cual se produjo
una alianza contra natura entre el primer ministro racista, Vosrter, y el
presidente de Zambia, Kenneth Kaunda, los cuales, al unísono, comenzaron
a presionar a Smith para que llegase a algún tipo de acuerdo de amiguetes
con los negros. En diciembre de 1974, los líderes opositores fueron
liberados. Y fue Mugabe quien se negó a la negociación. Diez años jodido en
la celda le habían incrementado el radicalismo y ahora alimentaba un
discurso modelo de yo no tengo ni una puta mierda que hablar con un
blanco. Y no le faltó razón, porque en 1976 las conversaciones entre Smith y
Nkomo terminaron como el rosario de la aurora, por lo cual la Zapu se unió
a la guerra.

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Para entonces, uno de los think tank más lentos que existen en el mundo, el
Departamento de Estado de los Estados Unidos, se había convencido de que
una Rhodesia puramente blanca era ya imposible (por qué no se había
convencido aún de que una Sudáfrica totalmente blanca era también
imposible, es algo que, que yo sepa, el señor Kissinger no nos ha explicado).

Fue, en todo caso, un intento de los americanos por conseguir que Rhodesia
no se radicalizase como Angola, donde la palabra de moda, por entonces,
era ya marxismo-leninismo. Los EEUU trataron de que Smith tragara con la
puñetera regla de mayoría, a lo que Smith respondió tratando de llegar a un
acuerdo con el nacionalista negro más moderado, el obispo Abel Muzorewa.
En 1979, Muzorewa «ganó» las elecciones al gobierno que debía sustituir a
la retirada de los blancos (mayo de ese mismo año); pero para entonces el
país estaba en guerra y, aunque la Zapu no le hizo ascos a participar en él,
el Zanu, ya totalmente en la órbita de Mugabe, dijo aquello de patadón
p’alante y si hay que dar hostias, se dan. Sin embargo, una vez más obraron
el milagro los vecinos. Samora Machel, que en Mozambique alimentaba a la
Zanu de armas y bases, le dijo a Mugabe que si no firmaba se podía ir
olvidando de que fuesen amiguitos. Así pues, firmó.

Aquello comenzó la segunda fase de la tragedia de Zimbabwe: los problemas


entre negros.

Una vez que se hicieron con el poder, debieron convocar elecciones para ver
quién mandaba. Según los testimonios, ya esa primera consulta estuvo
manipulada por el terror y las amenazas, realizadas por todos los partidos,
pero muy particularmente la Zanu de Mugabe. En todo caso, la Zanu ganó
las elecciones con un 63%, mientras que la Zapu sacaba un 24% y el obispo
hacía más o menos el papel de la UCD española en el 82.

En abril de 1980, Mugabe se presentó en la televisión y dijo una cosa que


sentó muy bien a todo el mundo: «La maldad es la maldad, la cometa un
blanco contra un negro o un negro contra un blanco».

Y es que la palabra que mejor define la llegada de Mugabe al gobierno es


moderación. Incluso nombró dos ministros blancos. Llegó al paroxismo de
mantener a un jefe de seguridad nacional, blanco, a pesar de que sabía que
una de sus obligaciones, hasta ayer por la tarde, había sido matarle.
También fue especialmente cuidadoso con los 6.000 granjeros blancos que
tenían en ese momento casi la mitad del suelo cultivable zimbabwo en sus
manos. Sin embargo, desde el principio hizo de la reforma agraria su
principal seña de identidad política. Puso en marcha un plan para colocar a
18.000 familias en una serie de antiguas granjas de blancos que habían sido
abandonadas por éstos durante la guerra. Aceptó, asimismo, un acuerdo
político por el cual, durante diez años, toda transacción de tierra debería
estar presidida por el principio de que tanto comprador como vendedor
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actuasen voluntariamente; lo cual, en la práctica, quiere decir expropiación
con indemnización.

Paralelamente, Mugabe también llevaba a cabo sus planes para convertir


Zimbabwe en una nación de partido único, como de hecho lo eran, y lo son,
la mayoría de los países del África negra. Su principal deseo, por lo tanto,
era aplastar, no tanto a los blancos, como a los otros negros. Pocos meses
después de la independencia firmó un acuerdo de asistencia con Corea del
Norte, que dejaba bien claro que su pie más cojo era el izquierdo. Luego fue
a Bulawayo, que era para la Zapu más o menos como Andalucía para el
PSOE, y en un mitin encareció a sus militantes a que se diesen de hostias
con los de la Zapu. La batalla duró dos días. En 1962, Mugabe acusó a
Nkomo, que era ministro de su gobierno, de un asunto de tenencia de
armas, lo cesó, le embargó los bienes y comenzó a perseguirlo. Los ahora
represaliados se hicieron fuertes en la región de Matabeleleland, donde
camparon por sus respetos llevándose por delante cada cristal entero que
hubiese y otras cosas. Para colmo, los sudafricanos comenzaron a instilar
mercenarios por Matabeleleland, repartiendo más hostias aún.

En enero de 1983, la conocida como Brigada 5, un pequeño ejército dentro


del ejército entrenado por los norcoreanos, entró en Matabeleleland e inició
una campaña de violencia contra la población civil. Mataron a 2.000 no
combatientes en sólo siete días y a algunos de sus padres, madres e hijos
les obligaron a bailar sobre las tumbas donde los acababan de enterrar. Se
crearon campos de concentración como el de Bhalangwe que no tienen nada
que envidiar a los de Hitler. De hecho, Mugabe ha llegado a decir que, si es
necesario, hay que hacer hitleriadas.

En las elecciones de 1985, y a pesar de la presión y violencia del gobierno,


Nkomo ganó todos los escaños en juego en Matabeleleland. Esto movió a
Mugabe a darse cuenta de que no podía seguir por ahí. Así pues, en 1987 la
Zapu y la Zanu se fusionaron en la Zanu-PF.

Visto que no podía con los negros, Mugabe decidió ir a por los blancos.
Aunque no le faltaron motivos, porque la principal acusación contra ellos
(connivencia con el régimen Sudafricano) es probablemente cierta. Los
blancos de Zimbabwe no hubieran podido afrontar por sí solos acciones
como la colocación de una bomba en la sede central de la Zanu en 1981.

Desde la independencia, aproximadamente la mitad de los blancos de la


antigua Rhodesia se había pirado. Pero los que quedaron eran los más
radicales. En 1985, votaron todos como un solo hombre a Ian Smith.

A Mugabe comenzó a ocurrirle lo que le ocurre siempre a quien llega a


gobernar en un régimen de partido único, pues si en democracia hay
corrupción, en dictadura la cosa llega a límites estratosféricos. La mayor
parte de las fincas que se pusieron a disposición de nuevos propietarios
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fueron compradas por el clan gobernante de Mugabe, y explotadas con
escasa rentabilidad, con lo que la economía de Zimbabwe (un país, como
otros muchos de África, rico por definición) comenzó a toser. En 1990,
enfrentándose a unas elecciones y a un décimo aniversario de la
independencia cuyo resumen era más paro, más hambre y más cabreo,
Mugabe decidió superar la situación sacando a pasear el asunto de la tierra
de los blancos. Anunció la redistribución de casi 10 millones de acres que en
ese momento eran propiedad de los blancos.

Protestó todo Dios. Protestó Reino Unido, Estados Unidos, las instituciones
internacionales… La cosa es que Mugabe sostenía ya entonces la teoría de
que el gobierno de Zimbabwe tenía el derecho a expropiar sin indemnización
y que, en todo caso, sería Londres quien tendría que pagar a los granjeros.
Esa teoría le llevaba a no permitir la intervención de los tribunales en las
expropiaciones, algo que, ante la protesta internacional, tuvo que hacer. Aún
así, hubo granjeros que se enteraron de que habían sido expropiados por los
periódicos.

La reforma agraria, sin embargo, terminó en escándalo. Como no podía ser


de otra manera si uno se dedica a no darle la tierra al que la necesita y
quedársela, que fue lo que pasó en gran medida.

Acosado por una situación que hasta Zapatero consideraría de crisis


galopante, la única salida de Mugabe era echarle la culpa de todo a los
blancos. Incluso los veteranos de la guerra, que eran los teóricos receptores
principales de las tierras, se volvieron contra él. De hecho, fue una promesa
desesperada de Mugabe en el sentido de que le pagaría un pasta a los
veteranos en un mes lo que acabó por hundir la moneda zimbabwa en los
mercados internacionales y sumir al país en la recesión de la recesión de la
recesión.

Mugabe permaneció impasible el ademán: anunció la expropiación de 1.300


granjas más. En 1998, los alimentos básicos subieron de precio que lo flipas.
Hubo muertos en las calles. Al llegar al siglo actual, Zimbabwe tenía una
tasa de desempleo del 50% y se estimaba que el 70% de la población vivía
por debajo del umbral de la pobreza. Lo cual no le impidió a Mugabe enviar
tropas a Congo para ayudar a Laurent Kabila; pues es sabido que la pobreza
de un país es directamente proporcional a sus ganas de enviar tropas por ahí
a dar leches.

En septiembre de 1999, una miríada de fuerzas opositoras creó el


Movimiento por el Cambio Democrático, liderado por Morgan Tsvangirai. La
respuesta de Mugabe fue lanzar una nueva constitución que consagraba el
principio de expropiación sin indemnización. Pero lo que no sabía nuestro
presidente es que, de tiempo atrás, la flor se le había caído del culo. En el
año 2000, Mugabe perdió el referéndum constitucional. Su respuesta fue la
campaña de ocupaciones armadas de fincas de blancos por partidas de
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negros, ante la indiferencia policial; campaña que acabó con el poquísimo
crédito internacional que le quedaba al que fuera líder de la Zanu. Estas
partidas de incontrolados controlados se desplegaron con violencia respecto
de los dueños blancos, pero tampoco se olvidaron de abrir el cráneo de
muchos de los 400.000 asalariados negros de dichas granjas.

En las elecciones de junio del 2000, los candidatos del MDC fueron
hostigados y maltratados. Aún así, la Zanu-PF sacó sólo el 48% de los votos.
El MDC arrasó en la capital, Harare, en Bulawayo y en Mateleleland; lo cual
viene a querer decir que Mugabe había quedado reducido a la categoría de
líder de las zonas rurales de etnia Shona.

Con un petardo en el culo, Mugabe inició una campaña de expropiaciones


urgentes. Utilizó policías, soldados, funcionarios y, finalmente, simples
agricultores que tomaron como suyas las explotaciones. El Tribunal Supremo
declaró esta reforma ilegal. Mugabe reaccionó diciendo que eso lo decía el
TS porque había jueces blancos cabrones en él. Cinco de ellos que estaban
estudiando una denuncia fueron invadidos en la sala por una multitud de
200 mediopensionistas con intención de masajeales el cráneo. El presidente
del Supremo, Anthony Gubbay, fue «convencido» para que dimitiese.

Después de las fincas, vinieron los negocios. En unos pocos días, los grupos
incontrolados pero controlados invadieron más de 300 tiendas, hoteles,
restaurantes, propiedad de blancos.

En las elecciones presidenciales del 2002, la violencia previa contra los


votantes se repitió. Incluso se dio el caso de jefes del ejército que
anunciaron que no aceptarían otro resultado para las elecciones que la
victoria de Mugabe. El resultado, pues, es previsible: ganó Mugabe (56%).

Una vez que ganó, el presidente siguió persiguiendo con la estaca en la


mano a los opositores negros y a los cerca de 3.000 granjeros blancos que
aún seguían en el país les anunció que tenían 45 días para pirarse. Se
produjeron denuncias de que el gobierno estaba conduciendo a la hambruna
a los distritos electorales que no le habían votado. La consecuencia de todo
esto es que sólo entre 1999 y el 2004 la caída acumulada del PIB era del
60%.

Y hasta aquí hemos llegado. ¿Se le ha acabado el crédito a Mugabe? Bueno,


lo mío es el pasado, no el presente. Pero me atrevería a decir que sí. Los
enormes cambios del entorno geopolítico africano entre el momento en que
Mugabe construyó su poder y el día de hoy nos sugieren que es así. Gran
parte de su popularidad se basó en la existencia de Sudáfrica, un modelo
contra el cual había que luchar; y la Guerra Fría, que movió a las potencias
occidentales a no ser muy cabronas con Zimbabwe (como con otros tantos
Estados-desastre de África) ante el peligro de que se apoyasen en su
hemisferio cerebral soviético; algo que a Mugabe le iba bastante.
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Ninguno de estos dos factores existe a día de hoy. Resulta, eso sí,
enternecedor, como decía al principio, que la comunidad internacional se
entere ahora de que ha habido elecciones manipuladas en Zimbabwe,
cuando lo cierto es que jamás las ha habido de las otras; y los resultados
bien que le sirvieron al resto de países durante décadas.

Por lo demás, la solución es compleja. El país está, roto, desestructurado. El


MDC es una alianza coyuntural, una especie de Junta antifranquista a lo
africano, así pues, en el momento que obtenga el poder, no está claro que
su unión siga siéndolo. Además, detrás de todo esto está, como siempre en
África, la pelea entre etnias y tribus.

Lo que doy por hecho, eso sí, es que los blancos, o los hijos de los blancos,
no van a volver.

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