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PROLOGO ACUMULANDO DESTIERROS desde 1871, llega el cubano José Marti (1853-1895) a Nueva York en 1880. A partir del si- guiente afio, y hasta 1891, publicard mas de doscientas cré- nicas sobre los Estados Unidos en diarios y revistas como La Opinion Nacional de Caracas (primero bajo el seudd- nimo de “M. de Z.”, luego con o sin su firma), La Nacién de Buenos Aires, La Pluma de Bogota, La Opinién Publi- ca de Montevideo, Ei Partido Liberal de México y La Amé- rica neoyorquina, reproducidas -sin consultarle ni pagarle, como se queja en alguna carta~ en otra docena de érganos de prensa latinoamericanos. En los mismos afios -de he- cho, comenzando ya en 1880 entrega varios cientos de atticulos de temas larinoamericanos y europeos, o sobre economia, politica exterior y educacién norteamericanas, a las publicaciones mencionadas y a The Suen, The Hour -en ambos casos en inglés—, El Economista Americano, El Avi- sador Cubana, La Juventud, El Porvenir -editados todos en Nueva York-, La Estrella de Panarnd, etcétera. Si tene- mos en cuenta que, ademéas, traduce; dirige Le América desde 1883; edita y redacta La Edad de Oro en 1889; es- cribe sus Versos sencilios (publicados en 1891) y sus Ver- sos libres (que deja inéditos); envia quiz4s un millar de car- tas; realiza actividades —comerciales y consulares- de sobrevivencia econémica; funda el Partido Revoluciona- tio Cubano en 1891, podremos calibrar el ritmo febril de produccién de estas crénicas norteamericanas, que sin em- bargo denotan un enorme esfuerzo de lectura y de s{ntesis y sobresalen por la riqueza de su estilo. En su carta a Gonzalo de Quesada y Aréstegui de 10 de abril de 1895, desde Montecristi, en Repiblica Domi- nicana, y camino de la Cuba en que moriria el 19 de mayo, Marti propone a su albacea literario la recoleccién, “para cuando yo ande muerto”, de sus articulos sobre los Esta- dos Unidos en tres tomos, dos de ellos bajo el titulo de “Norteamericanes”, e] tercero con el de “Escenas norte- americanas” que, como mas comprensivo y englobante, he- mos adoptado para esta seleccién. “¢Qué habré escrito sin sangrat, ni pintado sin haberlo visto antes con mis ojos?”, le dice, aunque exhortandolo a que sea riguroso en la escogencia de los textos a salvar de la dispersion: “Entre en la selva ¥ no cargue con rama que no tenga fruto”. Un Martf aparentemente maravillado ante el vérti- go de los acontecimientos que ocurren a su alrededor, da siempre a los sucesos que resefia una magnitud descomu- nal, como si estuviera empefiado en leer a cada paso los signos anunciadores de cambios radicales en esos Estados Unidos que son, para él, el escenario privilegiado en que se ensaya un mundo nuevo, de alcance mundial: “En esta colosal redoma, por maravillosa alquimia se renueva la vida”. ¥: “Con la entrada del afio iqué acopio de sucesos! iSi parece panorama de magico, banquete de gigantes, rui- do de entrafjas de monte, creacién de mundo! —Y esto Ultimo es; creacién de mundo”. La prensa, por su parte, es “jlente inmensa que, en este siglo levanta y refleja con certidumbre beneficiosa e implacable las sinuosidades 16- bregas, las miserias desnudas, las grandezas humildes, las cumbres resplandecientes de la vidal”. No hay, a sus ojos, nada pequeno o banal (“éHechos menores? iPues si cada dia es un poema!”). Por lo tanto, todo llama su atencion, todo cabe -con mayor o menor detenimiento— en sus crénicas, que suelen constelar, en torno 4 un suceso central, numerosos acontecimientos: incendios, terremotos, sequias, inundaciones se alternan con ferias ganaderas, agricolas o industriales, peleas de boxeo o juegos de béisbol, estrenos teatrales, conciertos, exposiciones de pintura, festejos patridticos y fiestas co- me la Navidad, la Pascua, cl Dia de gracias, el carnaval o los Valentines; las novedades cientificas y tecnoldgicas dan paso al circo de Barnum, el espectaculo de Bifalo Bill, la visita de celebridades como Oscar Wilde, dos oropéndolas fabricando su nido en el Central Park, la joyeria de Tiffany, las modas en el comer, el beber o el vestir, Con agilidad des- concertante, su pluma retrata ahora unas elecciones y lue- go, en fa misma crénica, comenta el teatro de Shakespeare y hace la semblanza de un predicador. Pero, siempre, den- tro de lo variopinto de las manifestaciones, se detiene en el detalle humano que ilumina socialmente los hechos: un funeral chino le sirve pata registrar la miserable condicion de los asiaticos; un invento lo Hleva a destacar lo que implica de inteligencia, imaginacién, audacia y esfuerzo de uno o muchos hombres; los oropeles del invierno en la gran ciu- dad le conducen a Jas speras viviendas de los pobres. Y hasta articula narrativamente, en un verdadero montaje ideolé- gico, dos secuencias polares, como en su crénica de La Na- cidn del 30 de mayo de 1889: la represién a tiros de una huelga (“La policia padece de la locura del uniforme, y dis- para antes de que la conviden”) se prolonga en la imagen de los burgueses visitando restaurantes, joyertas, teatros, salas de concierto, cuyos fulgores se nos detallan, para vol- ver alo primero, cuando los ricos abandonan sus lujosos tefugios: “Y al salir, la policfa montada carga en la esqui- na, revélyer en matio, contra los huelguistas”, que llenan, con sus presos, heridos y muertos, el resto del articulo. Es, al cabo, el estudio de un pueblo paradigmatico lo que mueve a Matti en sus “escenas norteamericanas”, hecho de caraa Latinoamérica para que no repita sus erro- res: “En lo que peca, en lo que yerra, en lo que trapieza, es necesario estudiar a este pueblo, para no tropezar como él. (...) Gran pueblo es éste, y el dinico donde el hombre pucde serlo; pero a fuerza de enorgullecerse de su prosperidad y andar siempre alcanzando para mantener sus apetitos, cae en un pigmeismo moral, en un envenenamiento del jui- cio, en una culpable adoracién de todo éxito” (La Nacton, 22/10/85), lo que resume, ademas, cl sentimiento de Marti hacia los Estados Unidos. Asi, por encima de la diversidad (que se extiende a las semblanzas de personajes norteamericanos: escritores, generales, politicos, millonarios, filantropos, predicado- res y oradores, pero también Jesse James y Bufalo Bill}, y estructurandola incluso, varios temas centrales se repiten a lo largo de las crdnicas. La democracia cs el primero de ellos. Marti sigue en detalie cada eleccién en los Estados Unidos, sea munici- pal, estadal, parlamentaria o presidencial. Explica el fun- cionamiento de los partidos. Expone las grandezas y mise- nas de un sistema cuyo saldo, calibrado todo, es Positive, aunque se muestre paulatinamente pesimista al respecto. Pues si la denuncia de la corrupcién de las maquinarias politicas, de su alianza con los poderosos, del reparto de Puestos que instala ef cohecho a miltiples niveles, de la compra de votos y otros males, queda compensada por el libre ejercicio de los derechos ciudadanos, cuya manifesta- ci6n en las urnas canta en tonos exaltados, insistiendo en el sufragio como deber y en los periédicos despertares con que ef “gigante dormido” de la voluntad popular se sacu- de a los politicos corruptos en “las batallas de la paz” que son las elecciones, se refiere cada vez con mayor amargu- 1a a una evolucidn negativa que va convirtiendo la demo- cracia norteamericana en una especie de despotismo: “Y lo que se ve es que va cambiando en lo real la esencia del gobierno norteamericano, y que, bajo los nombres viejos de republicanos y demdcratas, sin més tovedad que los ac- cidentes de lugar y cardctet, la republica se hace cesdrea e invasera, y sus métodos de gobierno vuelven, con el es- pirity de clases de las monarquias, a las formas mondrqui- cas” (La Nacién, 28/2/89). A esta desgraciada decadencia contribuyen algunos factores que son otros tantos de los temas reiterados en las crénicas. Asi, los apetitos imperialistas de los Estados Unidos, que carecen del “respeto que un pueblo libre ha de tener por las libertades de otros”. También, contradictoriamente, la inmigracién. Sa- ludada por Marti como un “ejército de la paz” cuyo cons- tante aflujo a los Estados Unidos considera “el secreto de la prosperidad” de “este pueblo que no cabe atin juzgar como nacién definitiva, sino como casa de pueblos”, en perpetua formacién, es para él ignalmente un elemento de distorsién de una democracia cuyas leyes y hasta idioma desconocen los inmigrantes, margindndose de los deberes ciudadanos, vendiendo frecuentemente su voto en esqui- nas y tabernas, acantondndose en cerrados grupos nacio- nales, teayendo a veces las peores costumbres de sus luga- res de origen y sobre todo los odios sociales de Europa. Odios, sin embargo, justificados: el inevitable enfren- tamiento “de los hombres de la labor contra los hombres del caudal”, cuyo encontronaze futuro “habra de estreme- cer ala tierra”, es quizas el tema mas repetido de las croni- cas martianas. Nuestro testigo le toma el pulso mes a mes, por momentos semana a semana, registrando cada huelga con acentos frecuentemente apocalipticos. Y aunque man- tiene la objetividad (“Hay huelgas injustas. No basta ser infeliz para tener raz6n”) y se declara partidario de las ac- tuaciones pacificas, de los cambios graduales, del recurso a las urnas, en una tesitura que hoy llamariamos “refor- mista” y que se manifiesta en sus matizados elogios al Marx recién fallecido (“Como se puso del lado de jos débiles, me- rece honor. Pero no hace bien el que sefiala el daito, y arde en attsias generosas de ponerle remedio, sino el que ense- fa medio blando al dafio”, La Nacin, 13 y 16 de mayo de 1883), es facilmente detectable su alborozo ante ia crecien- te organizacién de tos rrabajadores: “Notase ahora, en los grandes lugares de labor, come oleaje de célera. Los que se rebelan son hombres fuertes, de espaldas anchas, que dejan sin encender la fragua, y sin batir el hierro sobre el yuan- que; y mujeres débiles, de manos flacas y habiles, que se nie- gan a que se les merme el ruin salario que les pagan por hilar el lino. A un tiempo estallan hnelgas entre los moline- ros de Chicago, los mineras de Cumberland, los terraple- neros de Omaha, los herreros de Pittsburgh, Jas hilande- ras de Lawrence” (La Opitién Nacional, 31/3/82). Llevado el problema al plano del funcionamiento de la democracia, Marti resaltara lo que califica de “terror so- cial” y que no es otra cosa que el “terrorismo de Estado” de nuestros dias, planteando, en la crénica magistral que de- dica a la condena a muerte de los anarquistas de Chicago (‘Un drama terrible”, La Nacién, 1/1/88), lo que un siglo més tarde esgrimira Heinrich Ball en defensa de los miem- bros de la “Fraccion del Ejército Rojo” o “Banda Baader”: el Estado, movido por el miedo, se convierte a su vez en cri- minal, en terrorista, castigando desmesuradamente a una muinoria para amedrentar en verdad a la mayorfa. Con lo que vuelve Marti a sefialar la decadencia de la democracia norteamericana: “Esta repuiblica, por el culto desmedido a la riqueza, ha caido, sin ninguna de las trabas de la tra- dicién, en la desigualdad, injusticia y violencia de los pai- ses mondrquicos”. La situacién de las indios y de los negros, minorias brutalmente oprimidas, es igualmente registrada con re- gularidad por nuestro testigo. Resume, asi, la situacién de los primeros: “burlados sus derectios, engaiada su fe, co- rrompido su cardcter y sus revueltas frecuentes y justas (La Nact6n, 4/12/85), Respecto a los segundos, critica el racis- mo cotidiano como los liachamientos que sufren con similar pontualidad (“la caza de negros que va de creces en el Sur. No hay dia sin choque de armas”, La Nacidn, 10/11/89). La misma atencion se dirigiré hacia los chinos, perseguidos, asesinados, expulsados y, por entonces, de entrada prohi- bida en el pafs. En cuanto a las mujeres, Marti por una parte subra- ya su acrecentada explotacién (“Hacen la labor de un hom- bre, y ganan un jornal mezquino, mucho mds bajo que el de un hombre”, La Opinidn Nacional, 18/2/82); por otra, saluda su acceso a Ins estudios y el trabajo, pues, aunque tema francamente que ellas pierdan ciertos valores feme- umos, mds necesarios aun en la ruda sociedad norteame- ricana, esta misma dureza hace precisa la formacién de la mujer, mientras que la convierte en “compafera” ynoen “‘Suguete” del hombre. En la presente seleccién, hemos querido dat cuenta tanto de la curiosidad multiforme de Marti como de los grandes temas reiterados en sus paginas. No quisiéramos dejar de sefialar, finalmente, un aspecto significativo pero cuya aparicién fugaz y dispersa pudiera convertirlo en in- visible para los lectores de esta antologfa: el de los édesli- ces? autobiogrdficos con que, de cuando en cuando, mar- casu autorfa imponiéndose a la fancién del mero cronista. Puede ser una alusién a la soledad que se siente en la ciu- dad grande; una toma de partido (“Yo estrecho con gozo toda mano callosa”); un recuerdo de su prisién en Espa- 16 fia; y, con mayor frecuencia, una explicitacién de su con- dicién de desterrado. Esto suele ocurrir en invierno. No nos privamos de cerminar citando su fragmenco mas ex- tenso: Despiértase en las mafanas de nevada el hombre del tré- pico cuyo craneo parece natural aposento de la luz, que lo engalana y arrebola tode, como hombre que viviese hambriento y sediento; y huraftio como lobo encerrado en las paredes fosforescentes de una vasta sepultura. Ima- gina que su cabello ha encanecido. Amenaza con e] puiio aquel enemigo inmenso y alevoso. Su mano hecha a gra- bar en el papel los relampagos que iluminan su mente pésase en él hinchada y aterida y aletean, en su crdneo encendido, las Aguilas rebeldes. Fuera es el regacijo y la algazara (La Opinién Nacional, 18/2/82). Jutio Miranpa Esta antologfa recoge algunos trabajus contenidos en los tomos 9-13 de las Obras completas de José Marti (Editora Nacional de Cuba, La Ha- bana, 1963-1964 y Editora de Ciencias Sociales, La Habana, 1975). Aqui se han corregido las erratas advertidas, normalizado y actualizada usos. Como la mayor parte de los textos lleva el nombre de “Crénica de Nueva York”, aqui se han creado titalos y colocado intertitulos que faciliten la lectura. (N. de E.) 11 UNA CAMPANA ELECTORAL Dias de vértigo Dias pz praMa, de ansia de victoria y derrota, de brillo y sorpresa, han sido en Nueva York estos tiltimos dias. Vivir en nuestros tiempos produce vértigo. Ni el placer de re- cordar, ni el fortalecimiento de reposar son dados a los que, en la regata maravillosa, han menester de ir mirando per- petuamente hacia adelante. Sofocados, cubiertos de pol- vo, salpicados de sangre, destustradas 0 quebradas las ar- mas, llegamos a la estacion de transito, caemos exdnimes, dejamos, -ya retempladas en el calor de la pelea—, a nues- tros caros hijos las golpeadas armaduras, y rueda al fin, en los umbrales de la casa de la muerte, el yelmo roto al suelo. Al que se detiene en el camino, pueblo u hombre, échanlo a tierra, pisotéanlo, injirianlo, despedazanlo, o, —para que limpie el camino-, htirtanlo los apresurados, em- briagados, enloquecidos combatientes. Y en vana ya, si que- da vivo, arrepentido de su flaqueza, levantase el caido, re- para su abollada coraza, intenta mover el oxidado acero. Los grandes batalladores, empefiados en la busqueda de lo que ha de ser, han traspuesto el magnifico horizonte. Y el perezoso ha sido olvidado. Van ya lejos; imuy lejos! Ni de las riendas de su caballo debe desasirse el buen jinete; ni de sus derechos el hombre libre. Es cierto que es mas comodo ser dirigido que dirigirse; pero es también mas peligroso. Y es muy brillante, muy animado, muy vigori- zador, muy ennoblecedor el ejercicio de si propio. Estas cosas venian olvidando Jas gentes de este pueblo, y como que era comprar y vender los votos, ley suprema, impla- cable sefior y cuna de todo poder, —hallaban los elegantes caballeros y altos potentados, menos trabajoso que coli- garse para votar honradamente, coligarse para comprar- tos y venderlos. Elecciones las hay aqui todos los aftos, mas estas de ahora han sido como el despertar arrogante y colético de hombre robusto que sabe que se ha abusado de él en suefio. 13 La campana en Nueva York Tienen en Nueva York, como en toda la Unién, tipo especial las elecciones, y en las mds, que son las de Presi- dente de la Republica, salen a la batalla los mas reacios, sefioriles o perezosos elementos, y se combate con angus- tia, con fiereza, con rabia, con toda la fuerza de la volun- tad y todos los musculos del brazo; y en las otras, que son lamadas “ce afto aparte”, -aparte del gran aito de la elec- cién ptesidencial ciertos esfuerzos dejan de hacerse, cier- tos resortes, mas necesarios para la lucha magna, son dejadas, temerosos de irritarlos, en descanso; los partidos locales, compactos ante el rival compacto en Ja gran lucha cna- trienal, se subdividen y desatan; las simpatias personales ponen en peligro la fidelidad y disciplina de los sectarios del partido; como se vota por hombres conocidos de cet- ca, y de la casa, y cuya influencia se ha de sentir mds en la casa, se les duda, sc les pregunta, se les analiza, s¢ les des- pedaza, o se les ama mas. Las pasiones toman formas c6- micas, un instante después de haber tenido amenazantes formas. “iQuisiera que se quetnase esta noche la buena ciudad de Brooklyn, y ¢] buen Low con ella!” -decia al bajarse de un carro el dia de las clecciones un partidario rival de Low, veneido. Ya a la madrugada, un pobrecillo muchacho mensajero, un gran trabajador de pocos afios, volvia con su lindo uniforme, sus ojos cargados de suerio, y sus manos llenas de telegramas por repartir ain a las des de la mafiana, a su casita pobre a la que lleva cada dia un peso, y de la cual sale cada dia, para tornar a su faena, no bien el sol, -que ve tantas maravillas calladas-, como hos- tia de ora, generadora de vida, se alza en el cielo. Y como hablandosele de la eleccién se le dijese: “pero la gente pobre quiere a Seth Low, el mayor electo”. “Oh, no sefior: ahe- ra tendremos que pagar més renta: él es un rico y no cui- dard de los pobres.” “Pues Henry Ward Beecher dice que poces aman a los pobres como Low.” “Yo sé, decia con aire grave el mensajero, tanto sobre Henry Ward Beecher, como pueda saber nadie en esta localidad, Su mujer man- dé una vez a un mensajero a buscar un centavo de leche, le dio una moneda de dos centavos y le pidié el cambio”. 14 Y la puerilidad y suficiencia de aquel nifio reflejan en gran modo la lucha electoral. Talmeg, un orador elocuente, aun- que epiléptico, censuraba con razon en platica religiosa reciente, las ruindades, las deslealtades, los voluntarios ol- vidos de la verdad, de que se hace arma, con deliberado pro- pésite, en las elecciones. Se conspira, se anatematiza, se ridiculiza, se desfigura al rival candidate, Mas esta vez tc- nian las elecciones, no ese encone local, ni esa menor sig- nificacién que las usuales elecciones de afio aparte tie- nen; sine aquella grandeza de la rebeldia, y aquella virrud singular de las vindicaciones, y aquel hermoso empuje con que los hombres engafiados se alzan al fin contra los que comercian con su decoro y beneficio. El buen espiritu de Jefferson, que amé la libertad de una manera ardiente y majestuosa, infundid brio al pueblo adormecido. De de- jar Jas urnas en manos de vagabundos ebrios y politicastros, o de votar humildemente por los candidatos sehalados por los omnimodos caciques que en cada partido de ciudad reinan, se ha venido de subito a repeler presiones bochor- nosas y corregir olvidos farales, que resultaban en Ja elec- cién de hombres menguados, criaturas y siervos del caci- que; a cerrar la entrada a puestos pablicos, a los hombres por el cacique recomendados; y a elegir, con voto enérgi- co y mayoria grande, hombres probados, sanos, utiles, capaces, -como un noble diputado mexicano-, de ceder su alto puesto a sus rivales, por estimar que el calor de sus amigos, o el interés de su partido, habian Ilevado a la elec- cién manejos que descontentan a un hombre virtuoso. La infiel memoria no quiere ahora recordar el nombre de este buen diputado de México. iDebicra la memoria olvidar las vilezas que sabe, y recordar séle las nobles acciones! Elecciones de estado y municipio han sido estas de ahora, y su importancia —ésa: la de despertar el pueblo a la conciencia y uso de sf y arrancarlo de las manos de tra- ficamtes osados o duefios soberbios que venian disponien- do, como de hacienda propia, de los voros puiblicos. Para muchos puestos se clegia: para senadores del Estado, para diputados al Congreso de la Nacién, para altos oficiales del Estado: fiscal, ingeniero, tesorero ptiblica; y en Broo- = klyn, ciudad democratica, se elegia mayor de la ciudad. Y en otros estados hubo también elecciones varias, mas no tan refiidas ni tan trascendentales, ni tan imponentes como las de la ruidosa Nueva York y la doméstica Brooklyn. En Nueva York, una recia, apretada, interesantisima contien- da atraeria a si los ojos: un millonario luchaba contra un trabajador. En Brooklyn, aparte de todo personal acceso- Tio, que diera amenidad y brille a la lidia, peleabase cerra- damente por la libertad electoral. En Nueva York, un hom- bre alto, imponente, delgado, elegante, Astor, disputaba la eleccién de representante en el Congreso de la Unién a un hombre robusto, espaldudo, jovial, lano, humildisimo, Roswell Flower. En Brooklyn, el #ayor de la ciudad, que en su término de gobierno ha probado inteligencia y hon- tadez, pero que era cera blanda en las manos del boss for- midable, del cacique dominador de las organizaciones politicas de la ciudad, se presentaba a ser reelecto, contra un hombre joven, caritativo, justo, impetuoso, acaudalado, el buen Seth Low, Aristocracia politica y aristocracia pecuniaria Es necesario, es necesarie seguir la contienda de Flo- wer y de Astor. Como una, son todas; pero ésta fue mas agi- tada, mds palpitante, y mas reflejadora del espiritu y practi- cas de este pueblo que otra alguna. Astor es un gran caballero, que ha dado en ser politico, y tiene palacias, y anhelos de gloria, que son otros palacios, y, sobre sus ciquezas, la rica dote de no ver su caudal como derecho al ocio. Es pobre de afios, mas no de millones. Es senador del Estado. Pero ¢s miembro, y aspira a ser representante, de esa singular aris- tocracia de la fortuna, que pretende, para tener pergami- nos, hacer olvidar los Ginicos que la honran: sus modestos patiales. Los ricos de la primera generacion recuerdan con carifio aquella época en que fueron mozos de tienda, cuida- dores de caballos, cargadores de lana, mandaderillos mi- serables, criadores de vacas. Pero los ricos de la segunda generacién, que montan galanamente en los caballos que llevaron de la brida sus padres, ven como blasén de inde- coro en los nearricos aquello que fue para sus padres bla- 16 sén de honra: fa creacién de sf. Un acaudalado que se esta haciendo, es un ser bajo y desdefable para un rico ya he- cho. Y hay abismo hondisimo entre los poderosos por herencia, delgados, pdlidos, y a mado de luenga flauta -por- que es la usanza de la sefioria inglesa~ aderezados; y los poderosos del trabajo, saludables, castos, decididores, ro- llizos, y extremadamente limpios, con la antigua limpieza americana, sobria y sélida. Una aristocracia politica ha nacido de esta aristocra- cia pecuniaria, y domina periddicos, vence en elecciones, y suele imperar en asambleas sobre esa casta soberbia, que disimula mal la impaciencia con que aguarda ja hora en que el nimero de sus sectarios le permita poner mano fuerte sobre el libro sagrado de la patria, y reformar para el favor y privilegio de una clase, la magna carta de gene- rosas libertades, al ampare de las cuales crearon estos vul- gares poderosos la fortuna que anhelan emplear hoy en herirlas gravemente. De éstos es apoyado y a éstos apoya Astor. Los amigos de fo que se llama aqui en politica “go- bierno fuerte”, son sus amigos. El cefudo Grant y el des- defioso Conkling to defienden. Es para él cosa de cédigo que su familia, su millonaria familia, debe estar represen- tada, come en los antiguos brazos det Estado en las anti- guas Cortes, en el Congreso de la UniGn. Y era éste como un ensayo inoportuno del sistema aristocratico de Ingla- terra, cuyos jévenes nobles aprenden, como ineludible deber e inabandonable derecho, el arte de gobierno. El competidor de Astor es un modesto, un rico de la primera generacién, que guarda aun, como trofeo de vic- toria, su sombrero sin alas y sus zapatos rotos, Anda hoy en coche, pero é] dice que anduvo mucho tiempo descal- zo. “Yo sé a lo que sabe” -decia en dias pasados magnifi- camente— “esa pobre comida traida de la casa en cantina de lata, sobre la cual se inclina el trabajador al medio dia con tanto regocyo”. Roswell Flower tiene el iman, el im- petu, la fragancia, ef poder de atraccién de las fuerzas nue- vas. Hoy dirige un Banco, donde le aman: en otro tiempo tendia en vano los brazos desesperado en busca de traba- jo. Dice ta verdad; desdefia a los hipdcritas; ama a los 17 infortunados. Ticne el orgullo de su humildad, que es el unico orgullo saludable. En su campafia electoral, su tini- ca arma ha sido su historia. “Los trabajadores me votaran porque he sido trabajador: muchos afos anduve sin ver mis pies libres de heridas y cicatrices. Los hombres jéve- nes me votar4n porque ha de regocijarles ver a un hombre cuya vida les demuestra que desde el mas bajo principio se puede alcanzar el fin mas alto.” Los trabajadores y los hombres jévenes le votaron, y le voraron sus copartidarios demécratas, y sus adversarios republicanos. Era de ver el distrito en la semana anterior ala eleccidn. Lefase en gran- des carteles, en letras negras: “Votad por Astor”. El costo de la campatia Y en carteles no menos grandes, en letras rojas, ver- des y azules: “Roswell Flower”. Postes, cercas, montones de Jadrillos, muros muertos, todo estaba lleno de altisimos carteles. Cada hotcl era un hervidero: cada cerveceria una oficina de eleccién. Entraban y salian por las calles del distrito carrnajes cargados de agentes electorales, y ponian- se a la obra gentes nuevas, y no pagadas, a labrar el criun- fo del candidato democrdtico. Gran casa de telégrafos parecia, o tienda de estado mayor en campamento, la ofi- cina electoral de Astor. Ofanse, en incesante movimiento, cerrar de sobres, doblar de cartas, rasguear de plumas. Un mensajero que salia chocaba con un mensajero que entra- ba. Afluian, como mariposas sedientas a flor cargada de miel, los electores, e influyentes de oficio, de los distritos. Y se pesaban, estimaban y pagaban los servicios de cada mariposa. Se hablaba bajo; se entraba por puertas secre- tas; s¢ estrechaban las manos con misterio; se sonreia ma- liciosamente. Los unos salian tristes, y como con poco peso sobre si; y los otros jocundos, y como cargados de un peso reciente. Porque una eleccién de representante al Congre- so no ha venido costando menos de $16.000, al candida- to @a su partido; y esta de Astor ha costado al rico luchador $80.000. Doscientos pesos pagaba cada dia a sus escribien- tes. Cuarenta mil circulares envié a sus electores, por co- rreo. En grandes carros saifan las cartas y circulares de la 18

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