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Región XIV Hasta cuando friegan con los exiliados

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La generación híbrida
La verdadera secuela del exilio se aprecia en la nueva generación, medio chilena
y medio europea... Por Sigrid Boye
Bélgica, junio de 2002

¡Qué suerte la de los chilenos, que dejaron atrás la dictadura de Pinochet sin mayores traumas, en una
experiencia pacífica que es altamente valorada en el mundo!

Si el tema parece historia antigua, bastan cuatro días en Bruselas para reencontrarse con unos
cuantos compatriotas de los que sobraban en Chile en la década de los 70 y 80, a quienes el episodio
les significó un vuelco definitivo en sus destinos. Nada tan trágico en apariencia, ya que se han
adaptado por completo al sistema belga, pero tampoco nada sencillo si se considera que la identidad
nacional es un valor que duele y cuesta mucho mantener a través del tiempo y de la distancia.

Ya nada queda de esos estudiantes rebeldes que rayaban consignas en los muros y arriesgaban el
pellejo por los ideales democráticos. Con el pasar de los años se han transformado en tranquilos
burgueses que de lunes a viernes van y vienen de sus trabajos como cualquier cristiano y en los fines
de semana se escapan a Las Ardenas o van a tomarse un par de cervezas a los hermosos bares de la
Gran Place.

Lo cierto es que ellos no constituyen el problema de fondo. La verdadera secuela del exilio se aprecia
en la nueva generación, medio chilena y medio belga, y por tanto receptora de dos culturas distintas
que no logran confluir en una sola corriente, sobre todo porque la lejanía con Chile implica viajes
largos, estresantes y caros que solo pueden costearse cada tres o cuatro años.

En el contexto de esa mezcla euroamericana, los niños que dejaron su patria a temprana edad son
diferentes de los que nacieron en este país, y un caso representativo es el de la familia Donoso
Aldunate, en el cual la hija mayor, por haber registrado recuerdos de sus primeros años en Chile,
todavía conserva un permanente y estrecho apego por su lugar de origen. En tal sentido, Natalia ha
tenido la suerte de poder asumir sin traumas, su pasado y su presente, y tiene bien claro que a su
mayoría de edad es muy posible que decida seguir una carrera en alguna universidad chilena y residir
en la casa de los abuelos maternos.

Las cosas fueron diferentes para su hermano Nicolás, de ocho años. Su llegada al mundo tuvo otro
escenario, ya que por su condición de hijo de chilenos nacido en suelo belga, técnicamente no
pertenecía a ninguno de los dos países, es decir, no tenía patria. Por una parte, nuestra Constitución
exige un año de residencia para reconocer la ciudadanía chilena, y por otra, ante la ley extranjera, los
hijos de inmigrantes poseen la nacionalidad de sus padres mientras estos decidan mantenerla.

Bajo esas circunstancias especiales, que se hacían recurrentes en los años de la dictadura
pinochetista, Bélgica apadrinó a los niños que nacían en su territorio, considerándolos belgas para
todos los efectos legales. No obstante, de acuerdo a su Constitución, debían llevar los apellidos del
padre, algo usual en Europa, de tal modo que Nicolás, ante la legislación chilena, es en realidad
hermano de su papá, un problema que tendrá que solucionar a futuro si decide residir en la patria de
sus ancestros.

Se dice que el tiempo todo lo cura, pero la vida en estos hogares híbridos, "ni chicha ni limonada", no
tiene nada de fácil, a pesar de que todas las necesidades materiales están cubiertas por un sistema
estatal eficiente y bastante solidario. Lo que no cubre es el seguro contra la nostalgia, un mal incurable
que de tanto en tanto deprime los ánimos y pone en evidencia la perdida del contacto cotidiano con las
raíces familiares; cuando se ama, se quiere ver, tocar, acariciar, estrechar las manos de los seres
queridos y no hay teléfono ni correo electrónico en el mundo que pueda llenar esas necesidades
afectivas.

En mi ultimo día en Bélgica, lo que más me conmueve es el Rincón de Natalia, una pared tapizada de
fotos de primos, abuelos y amigos a quienes ha visto en sus breves estadías en Chile, y una banderita
tricolor que resume los sentimientos y la historia de una generación que se quedó entre dos aguas
como remanente de una drástica e injusta medida que muchos exiliados simplemente no pudieron
revertir.
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