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TEORIA DEL Pe nina ir hy oe pe Sere Payee) PARRY LS COP ree RRC Cui de C. G. Jung, El famoso psicoanalista suiza OU See aCe mck er CCU CMCC ican et propias ideas psicoanaliticas, desde los primeros problemas del histerismo, que despertaronel eR Rete ac Oost separacién del maestro vienés. Para la justay ee uC UR CCC nuestro tiempo, como es el psicoandlisis, resulta GUC ECO Ces a muti ss) CCR TO CCR LR ee uk DS UR CRU uC ui Titulo original: VERSUCH EINER DARSTELLUNG DER PSYCHOANALYTISCHEN THEORIE Traduccién de F, OLIVER BRACHFELD INDICE Portada de J. PALET . | Protogo Soe Capitulo Primero. —De la teorfa traumati- ca a la teorfa dinamica. oe ; Primera edicién: Junio, 1983 , Capitulo II.—La teoria de la libido, — Las tres fases de la vida humana . Capitulo III.—Suefos y neurosis... Capitulo IV.—Los principios de la tera- pia psicoanalitica © 161, PLAZA & SANES, 5. As Editores Capitulo V.— Andlisis de una nifia de once ‘Virgen de Guadalupe, 21-33 aios . . setts seones Esplugues de Llobregat (Barcelona) sees Printed in Spain — Impreso en Espaiia ISBN: 8401450152 — Depésito Legal: B. 21.832. 1983 GRAFICAS GUADA, §. A. — Virgen, de Guadalupe, 33 Esplugues. de Llobregat" (Barcelona) 17 a 57 a 179 217 Si intentéramos captar tos tres grandes siste- mas —Freud, Adler, Jung— en su intima esencia (y no en sus ensenanzas), si intentdramos exponer- los al modo mds breve, se podria decir: «En Ia labor investigadora de Freud se percibe por todas partes el cdlido soplo de ta metrépoli La dialéctica demasiado clara y hasta cegadora le pertenece. Freud es un Fausto que no deja tran- quilos a los demds, y que, a su vez, nunca estd tranquilo, »En la escuela de Adler, encontramos por todas partes a pequefia ciudad; cada cual puede mirar por la ventana de su vecino y controlar celosamen- te su standard de vida. El hacerse valer es lo mds importante. Se perciben olores de cocina domésti- ca de la clase media por todas las calles. »Con Jung, sin embargo, no estamos ya en la metrépoli ni en la pequeria ciudad; nos encontra- mos en la atmésfera libre y fresca de los Alpes. El turista contrata un guia para algunas horas, 7 af Bee Ge na pero en lo demds sdlo puede confiar en si mismo y en sus propias fuerzas. Junto a él, hay rocas ¥ tierra, y encima brilla el limpido cielo y el sol que nos proporciona energias.» Es de esta manera, poco mds 0 menos, que un médico y escritor, fervoroso admirador de Jung, caracterizé cierto dia los tres sistemas principales del moderno psicoandlisis. Al recorrer las pdgi- nas de este libro, el lector respirard sin duda esta refrescante aimdsfera de los Alpes suizos, de los que es oriundo el ya desde hace mucho tiempo famoso Carlos Gusiavo Jung, autor del presente libro. En una marcha ascendente, que el lector no experimentard ni un momento como algo penoso, nos abandonaremos a la segura guia de C. G. Jung, quien orientard nuestros pasos con singular maes- tria por los laberintos ideoldgicos del psicoandli- sis, teniendo en las manos la briijula del buen sentido humano y el azadén de {a critica. Llega- remos asi, poco a poco, a una alta planicie desde la cual tendremos una visién mds elevada de las teorias del psicoandlisis. ; TeORta DEL PSICOANALISIS no es ninguna expos: cién sistemdtica del estado actual del psicoandli- sis, dividido hoy en tantas ramas y escuelas que mutuamente se combaten; contiene todos los gér- menes de las teorias que el propio C. G. Jung pro- fesa en la actualidad. Exposicién sencilla, facil ‘mente asequible hasta para quienes no posean una preparacién especial para esta clase de problemas; precisién de una actitud que hubo de marcar épo- ca en la historia del movimiento psicoanalitico, y vibrante polémica contra los detractores del psi- coandlisis que, de mal talante, achacaron toda cla- se de defectos a la teoria psicoanalitica: he aqui lo gue es la presente obra. Jung publica la Teoria del Psicoandlisis, en su primera edicién alemana, en 1913, bajo el titulo Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie. La aparicién de este estudio marca una profunda crisis tanto para la persona del propio Jung, como para el movimiento psicoanalitico. AL escribirlo, Jung no discrepaba ain por completo (como ocurrié mds tarde, aunque en el fondo haya muchas semejanzas entre los dos) del pensamiento de su maestro Sigmund Freud. Habiase producido ya la otra gran heterodoxia en el seno de la escue- la freudiana, cisma atin mds fecundo y més impor- tante de to que debia de ser luego el de Jung: Al fredo Adler. Jung asumid todavia la presidencia del cuarto Congreso de Psicoandlisis, celebrado en Munich, pero esta participacién fue la ultima; las divergencias entre su modo de ver y el de la escue- la «oficial» Uegaron a abrir una sima entre Freud v Jung, a pesar de las valiosas aportaciones de este tiltimo a la obra de su maestro. Sin embargo, Jung no ha tegado nunca a alcanzar ta indepen- dencia de espiritu de Adler, ni a sacudir por com- pleto el yugo del potentisimo pensamiento freu- diano. En medio de las fundamentales discrepan- cias que separaban a los dos grandes psiquiatras vieneses, Jung creyé encontrar la misién peculiar del psicoandlisis suizo: la de mediar entre lo que le parecian dos exageraciones sectarias, y que él mismo intenté explicar luego en su Tipologia psi- colégica (que tanto contribuyé a hacerle famoso), mediante unas diferencias existentes entre las «ecuaciones personales» de Freud y de Adler. Adler y Freud se contraponen en irreconciliable antagonismo. ¢No serian ambos igualmente exage- rados, igualmente unilaterates, habiendo reconoci- do cada uno de los dos sdlo una parte de la ver- 9 i dad? Y si asi fuera, eno se podrian explicar sus discrepancias por su manera de ser y su tempera- mento: introvertido el uno, extravertido el otro? Estos dos términos constituian un hallazgo y son «palabras aladas»; pero, cexplican verdaderamente las diferencias que separan a Adler de Freud? Jung se propuso salvar esta sima, para elevarse Iuego, por encima de ambos, hacia una mayor ple- nitud, hacia una verdad mds amplia que la de sus dos eminentes colegas. La Historia dird si ha lo- grado 0 no su propésito, pero no dudamos de que haya quienes acusen al psiquiatra suizo de un eclecticismo harto fdcil que representa un sacrifi- cio menor que el adscribirse en cuerpo y alma a una de las dos teorias —por ejemplo— radical- mente antagénicas: sabido es que, huyendo de fd- ciles eclecticismos, somos discipulos, colaborado- res de Alfredo Adler. Para medir la temperatura, disponemos de tres clases de termémetros, fabri- cados segin Réamur, Celsius y Fahrenheit. Los tres nos sirven muy bien para medir la temperatu- ra, aunque con unas escalas diferentes; lo impor- lante es medir, y saber luego lo que hayamos me- dido, 0 sea lo que los grados del termémetro sig. nifican en uno y otro de los sistemas. Lo mismo ocurre cuando se trata de explicar la psique del hombre: se puede proceder a nuestro examen se- grin los tres sistemas diferentes, pero no se debe olvidar nunca desde qué punto de vista hemos procedido. Asi se evitardn confusiones. ‘Jung no es causalista como Fred, ni teologico- finalista como Adler; para él, la vida animica es «causal y final al mismo tiempo». Como se verd por las paginas que siguen, para Jung la causa de Ta neurosis no radica en los traumatismos; existen personas que, a pesar de traumatismos, no han 10 Hegado nunca a ser neurdticas, mientras que, en otras, algtin traumatismo meramente imaginado condujo a la produccién de dolencias. Si bien para Freud la represion es algo rigido que se puede edi- solver» mediante 1a téenica del psicoandlisis —ana- lizar, eno quiere decir edisolvers?—, si bien, segin Adler, la neurosis desapareceria si no existiera en el paciente una falta de dnimo y valor, Jung reco- noce tanto la existencia de los «complejos» como, por otro lado, la importancia fundamental det «conflicto actual», del que nos hablard en las pé- ginas del presente libro (y en cuya importancia tanto insistiera la escuela adleriana). De esta ma- nera, Jung reconoce la determinacién psicolégica bastante menos que su consecuente continuador Alfredo Adler. La neurosis es, para Jung, ta opresion de uno de los dos polos de nuestra personalidad en favor det otro. La idea de la compensacién (que ya en las teorias de Freud tiene cierta importancia, pero gue sdlo en las de Adler fue plenamente recono- cida, en el concepto de la supercompensacién) apa- rece también en Jung como el cardcter primordial de todo acontecer animico. La vida es un juego de compensaciones, un eterno vaivén, entre placer y dolor, conciencia e inconsciencia, crecimiento y disminucion, extraversién e introversién, progre- sién y regresién, vida y muerte. Continuador importantisimo de las teorias energéticas det alma, ta libido es para Jung la por- tadora de 1a energia animica, un concepto andlogo al de ta energia en la Fisica. Con esto, claro esté, la libido queda desexuatizada y su concepto se amplia considerablemente, transformdndose con ello también ta nocién de la sexualidad, que se ul subdivide en varias fases, segiin las fases de ta humana a que corresponde. La idea jungiana de la escisién de la libido es considerada por muchos como muy fecunda; otros verdn en su desexua- lizacién, sin duda, una «resistencia» debida al fondo metafisico y religioso que el aparente prag- matismo trata en vano de ocultar en la obra que presentamos. Pragmatismo tan sdlo aparente, acabamos de En efecto, nadie mds que Jung estd preocu- pado por problemas metafisicos y religiosos, y no sélo en nuestra civilizacion occidental, sino tam- bién en los primitivos y en los antiguos orientales. Es espiritualista: «nosotros, los modernos, tene- mos la necesidad de vivir de nuevo, en el espiritu, esto es, de convertirlo en protovivencia», nos dice en un estudio suyo. Este es su credo. Salva la re- ligidn para los psicoanalistas (como Rhaban Liertz intentard salvar cierto dia el psicoandlisis para ta religién, fracasando en su intento), y es incapaz de considerarla, siguiendo a Freud, como mera ilusién. No estd dispuesto a elevar la sexualidad por encima de todo. ; Pero hay todavia mds. Prescindiremos, en este lugar, de explicar sus conceptos —de cariz un tan- to escoldstico— de animus y de anima, y sélo de- dicaremos pocas palabras a su concepto de los ar- quetipos, 0 sea del inconsciente colectivo. Segiin Jung, el alma no nace como una tabula rasa; hay continuidad entre las generaciones humanas, y, «en cierto modo, somos parte de una gran alma tinica, de un hombre tinico, inmenso, para hablar como Swedenborg». Si bien el alma no posee re- presentaciones heredadas, tiene por lo menos unas posibilidades, debidas a la herencia, de producir de nuevo aquellas representaciones «que, desde siempre, fueron ta expresin de los dominantes del inconsciente». Existe un patrimonio comin de ta Humanidad: et patrimonio animico heredado, y las adquisiciones de los antepasados perduran no sdlo corporal, sino también animicamente, en los descendientes. ,Ay de quienes no saben dominar estas ancestrales herencias animicas! A veces, es- tas tiltimas cobran existencia auténoma, como ver- daderas «personatidades parciales», causando gra ves conflictos animicos en el individuo que tas ileva. En los suefios del hombre normal, en las fantasias del nifio, en la mente escindida del es- quizofrénico, todos «repasamos lecciones que re- pasaron antatio nuestros antepasados», como dijo Nietzsche. La teoria de Jung cobra, pues, una im- portancia historicocultural, con su concepcién de los «arquetipos» del alma y del inconsciente co- lectivo; importancia tal vez mayor que la de las teorias freudianas; importancia a la cual nunca ha pretendido Adler. Al mismo tiempo, consigue con ello una elasticidad muy grande que le permi- “e encuadrarse dentro de otras teorias. Si bien, hace algunos aftos, en un concurso piiblico de la Universidad de Leipzig sobre «psicologia profun da», se consignaban los nombres de los otros dos triunviros del psicoandlisis como exponentes de ta ntisma, sin que se mencionara a Jung, vemos hoy lia aparecer su nombre en casi todos los libros acerca de problemas psicoanaliticos, con nuevos brillos. Es verdad que, entre los tres, es Jung el ‘inico «ario»; hace algunos afios, los psiquiatras ie la Alemania hitleriana le elevaron, por tanto, 1 la presidencia de una asociacion de psicoanalis. vas «arios», y Jung fue a presidir, en efecto, su ‘ongreso. Verdaderamente, de los «arquetipos» hasta su identificacién con el concepto mistico 13 ill de ta «sangre» (la idea de que, lo que somos, to somos en virtud de lo que fueron nuestros ante- pasados), no hay mds que un paso. Esto tiende un puente entre Jung, psicdlogo conservador, y la teoria politica det nacionalsocialismo. Porgue Jung es, en tiltimo andlisis, y a pesar de su aparente ideotogia liberal, un psicdlogo de la reaccién, y su «psicologia analitica» es, respecto al «psicoandlisis» freudiano, lo mismo que el fas- cismo o el nacionalsocialismo respecto al socialis. mo marxista con el que tienen, a pesar de todo, hondas correlaciones. Pero estos problemas se re. fieren ya a una fase muy posterior de la evolu. cidn de nuestro psicélogo que poco tiene que ver con el autor de este libro, excepto el hecho de que en las siguientes paginas se halla en germen todo su ulterior desarrolto, Es por este motivo que podemos afirmar que éste es uno de los mejores libros de Jung. El fa- moso psicoanalista suizo expone en las pdginas que siguen, con una terminologia sencilla (pero no por eso carente de metdforas y de otros recursos de estilo), todo el desarrollo de sus propias ideas psicoanaliticas, desde los primeros problemas del histerismo que despertaron el interés de Freud y de sus colaboradores, hasta su separacién del maestro vienés. Pasa revista a las teorias del trau matismo, de los sinstintos parciales», de Ia libido ¥ de la neurosis, ilustradas todas con interesanti- simos ejemplos, como son el andlisis de la «sefio- 1a histérica rusa», o de la «nifia de once aftos», En brillantes paginas, el autor nos explica su concep- cién personal acerca de la libido, resumiendo en forma breve y asequible los resultados de otra monumental obra suya, mucho mds extensa sobre dicho tema. La libido, concepcidn pansexualista “4 en manos de Freud, se transforma en las de Jung en un concepto netamente energético y desexuali- zado, en estrecha analogia con el concepto de la conservacién de la energia, de ta Fisica. Estas lucubraciones le dan a Jung ocasién para precisar, en todos los puntos en que ello sea nece- sario, su pensamiento frente a las de su maestro Freud, cuyas teorias enriquecié antano con el «mé- todo de las libres asociaciones de ideas», el con- cepto de los Komplexwérter, y hasta con los tér- minos «complejo» 0 «imago», lo mismo que con el postulado, hoy vigente entre psicoanalistas, de que todo médico psicoanalista debe someterse a un extenso andlisis previo antes de iniciar su préc-. tica psicoanalitica en enfermos. Para la justa y critica comprensién de tan ca- pital tema de nuestro tiempo, como es el Psico- andlisis, es imprescindible el conocimiento de esta luminosa obra que representa un capitulo aparte en la historia del movimiento analitic Dr. F, OLiver BRacHF Nott: Este comentario fue escrito y_publicado en el afo 1961 poco antes de que falleciera el autor de este libro. PROLOGO En la presente obra, me he esforzado en poner de acuerdo mis experiencias practicas con la teo- ria psicoanalitica, He circunscrito en ella mi acti- tud frente a los principios que mi venerado maes- tro Sigmund Freud tiene formulados tras largos afios de asiduo trabajo. Sorprendera tal vez que hasta hoy no haya ex- plicado esta mi actitud aunque mi nombre apare- ce relacionado, desde hace ya tanto tiempo, con el psicoanilisis; esto se debe al hecho de que no me he creido ya en la posibilidad de formular critica alguna, al darme cuenta, hace ahora diez afios, de hasta qué punto habia rebasado Freud los limites de los conocimientos adquiridos por Ia psicopato- logia y, en general, dentro del sector de la psicolo- gia, de los procesos complejos del alma. No he querido enorgullecerme como tantos otros que, confiados en su ignorancia y en su in- capacidad, han creido tener el derecho de recha- zarlo todo a guisa de critica; me dije que antes "7 2—Teorta det Psicoanahsis era preciso trabajar modestamente en silencio du- rante varios afios en este terreno. Desde luego no han faltado las desagradables consecuencias de criticas prematuras y superficiales; los ataques de una indignacién ignorante no dieron en el blanco; el psicoandlisis continéa prosperando, indiferente a la gazmoferia incientifica nacida en torno suyo. La planta crece y se propaga en dos mundos a la vez: en Europa y en América. Una vez mis, la critica oficial participa del triste sino del procto- fantasmista de la Noche de Walpurgis y puede decir con él: Thr seid noch immer da! nein dar ist unerhort! Verschwindet doch! Wir haber ja aufgeklért! cEstdis todavia aqui? No, jesto es inaudito! jDesapareced! ;Hemos esclarecido! Estos sefiores han olvidado que todo cuanto existe tiene una razén suticiente para existir, hasta el psicoandlisis. No caigamos en el error de nues tros adversarios, negdndoles a ellos también este mismo derecho. Pero comprendamos el deber que nos ha sido impuesto y que consiste en ejercer nosotros mismos una critica basada en el conoci: miento de los hechos. Me parece que el psicoandlli sis tiene necesidad de este equilibrio interno. Se ha supuesto erréneamente que mi actitud representa una EN LA. DEMENCIA PRECoz. — En mi ya citada obra Wandlungen und Symbole der Libido intenté aportar las pruebas de tales excesos, asi como motivar a la necesidad de la creacion de un con ‘pto nuevo de la libido que tiene en cuenta tinicamente la concepcién energética. Posiblemente, el propio Freud se vio obligado a considerar exageradamente estrecha su concepcién inicial de la libido al aplicar conse- cuentemente su concepcién energética a un caso muy famoso de demencia precoz, en el llamado «caso Schreber» Jahrbuch fiir psychoanalyt. u. psychopathol. Forschungen, tomo Ill. Tratabase en dicho caso de la psicologia de la demencia pre- coz es decir, de aquel fendmeno tan peculiar con. sistente en que esta clase de enfermos tienen una inclinacién especial a construir en su fuero inter- no todo un mundo de fantasias abandonando por €l su adaptacion a la realidad, Parte de este fe. n némeno la constituye casi en todos la conocida falta de relaciones cordiales, que representa sin duda alguna una perturbacién de la funcién de ta realidad. Gracias a miltiples trabajos sicoanaliti- cos sobre enfermos de esta clase, hemos descu- bierto que la falta de adaptacién exterior queda compensada por un aumento progresivo de la actividad de la fantasia, que puede ir tan lejos que llega el dia en el cual el mundo de ensuefios posee ya més valor de realidad para el enfermo que la realidad exterior. El enfermo Schreber, del cual nos habla Freud en un trabajo suyo, encon- tré para este fenémeno una ilustracién figurada muy acertada, en forma de su idea delirante del «ocaso del mundo». Con esto Iegé a representar de manera muy conereta la pérdida de realidad Queda muy clara la interpretacién dindmica de tales fendmenos; decimos que la libido se iba re- tirando sucesivamente del mundo exterior, por lo cual pasé al mundo interior, a la fantasia, tenien- do que engendrar alli forzosamente, como susti- tuto del mundo perdido, un lamado «equivalen- te de la realidad». Esta sustitucion se lleva a cabo, por decirlo asi, pieza por pieza, y es ex traordinariamente interesante ver con qué mate. riales queda construido este mundo interno. Esta concepcién del almacenamiento de la libido de una parte a otra, se ha formado a raiz del em. pleo cotidiano de este término, en tanto que casi se olvid6, y no tan sélo ocasionalmente se recordé, su concepcién netamente sexual. Se habla tan cAndidamente de Ia libido, concibiéndola tan ino- centemente, que un dia Claparéde observé, con. versando conmigo, que de la misma manera se podria emplear, por ejemplo, la palabra «intérét», Por el uso acostumbrado de la expresién, se iba B formando —sélo afectivamente— una aplicacién del término en virtud de la cual se podria aceptar, sin mas ni més, la formula de que el «ocaso del mundo» de Schreber est4 determinado por la retirada de la libido, En esta ocasién precisa Freud acordése de su definicién inicial de la libi- do y traté de precisar su posicién ante el cambio del concepto que se habia realizado solapadamen. te. En el trabajo antes mencionado se plantea el problema de si lo que ta escuela psicoanalitica designa como libido y como «interés oriundo de Juentes erdticas», es idéntico 0 no al «interés» en general. Se ve, pues, por el mero planteamiento del problema, que Freud se pregunta acerca de lo que Claparéde contesté ya para la practica. Freud se acerca aqui, pues, al problema de si la pérdida de realidad en la demencia precoz —sobre la cual Namé la atencién en mi Psicologia de la demencia precoz— débese tinica y exclusivamente a la reti rada del interés erdtico, o si este interés es idén. tico al Mamado interés objetivo en general. Es casi imposible admitir que la «fonction du réel» (Janet) normal se alimenta tinica y exclusivamen- te de un interés erdtico. EI hecho es que, en muy numerosos casos, la realidad queda completamente abolida, de modo que los enfermos no presentan ni la mas minima huella de adaptacién psicolégica. (La realidad que. da suplantada en tales estados por los contenidos de complejos.) Debemos decir necesariamente que no sdlo el interés erético, sino todo interés en general, esto es, la adaptacién a la realidad, se ha perdido por completo. En mi obra, bastante anterior a ésta, sali del apuro creando la expresién de «energia psiquica», puesto que me vi en la imposibilidad de basar la 4 teoria de la demencia precoz en la teorfa de los desplazamientos de la libido interpretada en un sentido exageradamente sexualista. Mis experien. cias de entonces, preferentemente psiquidtricas, no me permitian la comprensién de esta teoria, cuya exactitud parcial para la neurosis aprendi a apreciar sélo mas tarde, a raiz de una practica mas amplia en el sector del histerismo y de la neurosis compulsiva. En el sector de la neurosis, los desplazamien tos anormales de una libido definida en sentidos sexuales, desempefian en realidad un papel muy importante. No obstante, a pesar de que en el sec- tor de las neurosis se producen también repre siones muy caracteristicas de la libido sexual, nunca se produce aquella pérdida de la realidad que caracteriza a la demencia precoz. En la de- mencia precoz falta, en cambio, una coniribucién tan considerable de la funcién de la realidad que deben estar englobados en la pérdida hasta unos impulsos cuyo caréeter sexual debe ser puesto absolutamente en duda, puesto que nadie reco: nocera muy facilmente que la realidad misma es una funcién sexual. En tal caso, ademis, el retirar el interés erdtico deberia tener como consecuen cia, ya en las neurosis, una pérdida de la realidad, que se podria comparar con la demencia precoz, cosa que, sin embargo, —como’ acabames ya de decir—, no ocurre. Seria muy dificil concebir tales metamorfosis; atin se podia comprender con alguna dificultad que el desenvolvimiento conducfa a través de una fase homosexual «normal» durante la pubertad, para fundamentar luego y conservar definitiva mente, la heterosexualidad normal. Sin embargo, omo explicariamos entonces que el producto 15 de un desarrollo paulatino, que estd intimamente enlazado con procesos orgdnicos de la madurez, quede eliminado de repente como ccnsecuencia de una mera impresién, para ceder el paso a una fase anterior (como parece haber ocurrido en el caso del joven antes relatado)? O si se admite la existencia simultanea y paralela de dos componen tes, epor qué tiene eficacia sélo uno de los dos y no también el otro? Se nos objetaré que el com- ponente homosexual podria manifestarse en los hombres con especial preferencia en un estado de particular excitacién y singular susceptibilidad frente a otros hombres. Segin mis experiencias esta conducta tipica (de la cual la sociedad nos proporciona cada dia abundantes ejemplos) en- cuentra aparentemente su explicacién en una per: turbacién nunca inexistente de la relacién con las mujeres, relacién en la cual se puede reconocer una forma especial de dependencia que acusa aquél mds que corresponde al menos de una rela. cién homosexual (1). Tales hechos me han imposi bilitado aplicar la teoria freudiana de la libido a la demencia precoz. Debo creer igualmente, por tanto, que en teo tfa es ‘imposible defender el intento de Abra hams (2), desde el punto de vista de la concepcién freudiana de la libido. Si Abrahams cree que me- diante un retiro “de la libido del mundo circun- dante se produce el sistema paranoide o la sinto matologia esquizofrénica, entonces tal suposicién no aparece justificada a la luz del estado de nuestro conocimiento en aquel entonces, pues (1), Desde luego, esto no es el motive verdadero, La cause verdadera es el esiado infantil del carscter. 1G) Die ‘psychosexuallen Differenven der Hyster'a w. der De: ientia praccox {Loe diferencias pensesualen exictentes, entre el histerismo.y la demencia recor.) Zenivalblary |. Nervenhelltamnde 1 Psyehtatrie, 1908 16 que una mera introversién o regresién de la libi- do, debe conducir inexorablemente —tal como el propio Freud lo demostré muy elocuentemente— a la neurosis, y no a la demencia precoz. Una aplicacién directa de la teoria de la libido a la demencia precoz me parece imposible, puesto que esta ultima enfermedad acusa una pérdida que nunca podria ser suficientemente explicada por la desaparicién del interés erético Debe tenerse en cuenta, sin embargo —segtin lo hgce notar ya el propio Freud en su estudio del caso Schreber—, que la introversion de la libido sexual conduce a una ocupacién del «yo» y que aquel efecté de la pérdida de la realidad podria tal vez producirse en virtud de ello. En efecto, es ésta una probabilidad seductora para explicar la psicologia de la pérdida de Ja realidad. Sin embargo, al observar con mayor exactitud lo que puede resultar del retiro de la libido sexual y de su introversin, nos daremos cuenta de que, si bien resulta de ello la psicologia de un anaco- reta ascético, nunca surge una demencia precoz. El objetivo del anacoreta se concentra en la ex- tincién de toda huella de interés sexual —cosa que de ningun modo podria decirse respecto al demente precoz (1). (1). Se podria objetar, ademis, que la demencia precoz no se caracteriza por la introversion de Ia libido sexualis, sino. por Ta Fegresion ‘hacia lo infantil, y que es ésta, la diferencia entre ol siacoreta yet enfermo mendal “Eso es, por cierto” justo; ‘si em. Bargo, seria precisa “demostrar sf en Ia demencia es regulary enclusivamente cl interes erdtica el que se plerde., Me parece algo Imposible tal demostracidn, excepto en el taco. de que’ concibie Semos por esta clase de seross aque de los fildsofos. antiguos, lo luc seguramente no. se ha intentado. en esta explicacion, Conszco, Soe de demencia precay em las cuales Se. Picrde toda considera UiGnrespecto a Ia autoconservaciOn, pero fo’ los intereses eréticos hrarto’ potentes, n CONCEPCION ENERGETICA DE LA «LABIDor, — Mi actitud bastante reservada frente a la ubicuidad de la sexualidad, tal como esta caracterizada en el Prdlogo a mi Psicologia de la demencia precoz, a Pesar de todo el reconocimiento que tributé a los mecanismos psicoldgicos, era dictada por el esta do, en aquel entonces, de la teoria de la libido cuya definicién sexual me habia permitido expli- car aquellas perturbaciones de funcién que con- ciernen en igual medida al sector (indeterminado) del impulso del hambre, y al de la sexualidad, me diante una teoria sexual de la libido, Durante mu- cho tiempo, sobre la demencia precoz la teoria de la libido me parecié inaplicable. Sin embargo, en el curso de un trabajo psicoanalitico observé con la creciente experiencia un cambio lento en mi concepto de la libido: la definicién descriptiva de los Tres Estudios se sustituyé paulatinamente por una definicin genética de la libido que me per. mitio sustituir la expresion «energia psiquica» por el término libido. Tuve que decirme: si Ja fun. cién de la realidad consiste hoy tan sdlo en su minima parte en libido sexual, yen su mayor par. te en otras «fuerzas impulsivas», entonces es un problema, a pesar de todo importante, el de si fi- logenéticamente la funcién de la realidad —por lo menos en parte— no es procedencia sexual. Con. testar directamente a esta cuestion, respecto a la funcién de Ia realidad, no es posible. Sin embargo, intentaremos Megara su comprensién por un rodeo. Una mirada superficial a la historia de la evo lucion, ha de bastarnos para convencernos de que muy numerosas funciones complicadas a las cua- les no podemos asignar hoy de ninguna manera 8 cardcter sexual alguno, no han sido en el principio sino ramificaciones del impulso de la procreacion. Sabido es que en la serie ascendente de animales se produjo un importante desplazamiento de los principios mismos de la procreacién; la masa de los productos de la misma quedé cada vez mds limitada en pro de una fecundacién segura y de una defensa eficaz de la progenitura. De esta ma. nera, se realizo una transposicién de la energia de la produccién de évulos y de esperma a la di ferenciacién de mecanismos de atraccion y de defensa de la prole. Encontramos asi los primeros instintos artisticos en la serie animal al servicio de la propagacién de la especie, y limitados exclu- sivamente al periodo del celo. Con su fijacién or. ganica y su autonomia funcional, piérdese el ca- racter sexual inicial de tales instituciones biolégi- cas. Si bien no puede haber duda alguna sobre el origen sexual de Ja musica, representaria una ge- neralizacién sin valor y, ademas, de mal gusto, querer englobar la musica bajo la categoria de la sexualidad. Una terminologia tal nos levaria a tratar de la catedral de Colonia en un estudio de mineralogia, por el solo hecho de que esta cons. truida de piedra. Hasta ahora hemos tratado de la libido en tan- to que impulsos de procreacién o instinto de la conservacién de la especie, ateniéndonos a las fronteras de aquella teoria segiin la cual la libido se opone al hambre de manera andloga a como el instinto de la conservacién de la especie se suele contraponer con frecuencia a la autoconservacién. En la Naturaleza, desde luego, no existen tales es- cisiones artificiales; no encontramos en ella sino un ininterrumpido impulso de vida, una voluntad de existir que se propone lograr, mediante la con 79 servacién del individuo, la procreacién de toda la especie. Esta concepcién es idéntica al concepto de la voluntad sostenida en la filosofia de Scho penhauer en el sentido de que nosotros no somos capaces de concebir intimamente un movimiento visto desde fuera, sino como la expresion de una voluntad. Si hemos llegado ya una vez a la atrevi da suposicién de que la libido —que en un prin- cipio estaba al servicio de la produccién de vu: los y de esperma— aparece organizada también actualmente de modo sdlido para la funcion de la construccién de nidos, y parece incapaz de toda otra aplicacién, nos veremos igualmente obligados a hacer entrar en este concepto toda volicién en general, asi como también al hombre. Porque en- tonces ya no podremos establecer una diferencia de principios entre la voluntad que construye ni dos y la voluntad de comer. Me parece haber mostrado ya por qué camino Hegamos a esta consideracién: estamos a punto de realizar consecuentemente la concepcién ener gética, sustituyendo el funcionamiento meramen. te formal por la accién energética. De la misma manera que la antigua ciencia natural hablé siem pre de las influencias mutuas existentes en la Na. turaleza, y luego esta concepcién anticuada quedé sustituida por la ley de la conservacién de la ener- gia, intentamos sustituir también en el campo de la psicologia las influencias mutuas de fuerzas animicas coordinadas por una energia de concep. cién homogénea. Con esta sustitucién damos lu- gar, desde luego, a aquella critica plenamente jus- tificada que reprocha a la escuela psicoanalitica el operar con un concepto mistico de la libido Estamos destruyendo aqui la ilusién de que toda Escuela psicoanalitica, en su totalidad, tiene un 80 concepto muy bien formulado y representativo de la libido, y declaro que ta libido que nos sirve de concepto fundamental, no sélo no es concreta ni conocida, sino que es una verdadera X desco- nocida, una mera hipotesis, un simil o una unidad de medida, que no es mds susceptible de estar concebida concretamente que la «energia» de nues- tro mundo de las representaciones. Es ésta la wni- ca manera de escapar a aquellas formidables in- cursiones en sectores de otra competencia que se suelen producir constantemente al querer reducir entre si unas fuerzas coordinadas. No podriamos explicar nunca la mecdnica de los cuerpos sélidos © los fenémenos electromagnéticos mediante una teoria de la luz, puesto que ni la mecanica ni el electromagnetismo son luz. En un sentido estricto, no puede decirse tampoco que fuerzas fisicas pue- dan transformarse entre si, sino tan sélo que hay una energia en la base de todas, y que es esta energia la que se manifiesta de multiples mane- ras. Fuerza es un concepto fenomenoldgico; lo que, en cambio, se halla en la base de sus correlacio- nes equivalentes, es el concepto hipotético de la energia que, naturalmente, es un concepto com- pletamente psicolégico, y que no tiene nada que ver con la realidad objetiva. Aquel mismo esfuer- zo intelectual que realizé la fisica, lo queremos realizar nosotros por nuestra tcoria de la libido. Queremos asignar efectivamente al concepto de la libido el lugar que le corresponde, esto es, el lu- gar energético por excelencia, para poder estar luego en condiciones de concebir energéticamente el acontecer animado y sustituir las antiguas «in- fluencias mutuas» por relaciones de equivalencia, de valor absoluto. Nada nos podria molestar me- nos que el ser Iamados «vitalistas», Estamos tan al 6~Teora del Psicoanalisis alejados de la creencia de una «fuerza vital» es- pecifica como de cualquier otra metafisica. Libido no debe ser otra cosa sino un nombre para aque- la energia que se manifiesta en el proceso de la vida, y que nosotros percibimos subjetivamente como un afan y un desev. No sera, sin duda, ne- cesario defender este punto de vista nuestro. Con 1, no hacemos mas que afiliarnos a una poderosa corriente de nuestra época que quiere concebir energéticamente el mundo de los fenémenos. La alusion a que cuanto percibimos sélo puede ser comprendido como una mera accién de fuerza, debe bastar. Observemos en la multiplicidad de los fenéme- nos naturales la voluntad, la libido, bajo diferen. tes aplicaciones y formas. Encontramos Ia libido en la fase infantil, primero tnicamente bajo la forma del impulso de la nutricién que se encarga de la formacién del cuerpo. Luego, con el desa- rrollo del cuerpo se abren sucesivamente nuevas posibilidades de aplicacién de la libido. Su sector de aplicacién definitiva y mas importante es la sexualidad, que en un principio aparece in mente enlazada con la funcién nutritiva. (;Pién- sese cn la influencia que desempefian en la pro- creacién las condiciones de nutricién en los ani males inferiores y en las plantas!) En el sector de la sexualidad, la libido obtiene aquella forma suya cuyo formidable significado es precisamente el primer hecho que nos autoriza a emplear el término algo equivoco de libido. En este su em- pleo, la libido se presenta primero como una proto- libido ain indeferenciada que incita a los indivi- duos a escindirse, a germinar, etc. Se han desprendido de aquella protolibido se- xual que produjo de un solo minusculo ser tantos 2 millones de dvulos y espermatozoides, con la gi- gantesca limitacién de la fecundidad, partes sepa- radas cuyo funcionamiento queda sostenido me diante una libido diferenciada en un sentido espe- cial. Esta libido diferenciada queda desde enton- ces «desexualizada», puesto que se ve despojada de su funcién primordial de formar svulos y es permatozoides, y no le queda ya posibilidad algu- na de volver a su funcién de antafio. Podemos decir, pues, que el proceso evolutivo no consiste sino en un desgaste siempre crecicnte de la proto- libido que produjo un dia exclusivamente produc: tos de procreacién, en las funciones secundarias de la atraccién y de la conservacién de la prole. Tal evolucién presupone, desde luego, una rela- cién con la funcién de la realidad completamen- te nueva y mucho mas compleja, relacién que esta inseparablemente enlazada con las necesidades de la procreacién; esto es, la forma de propaga. cién cambiada trae consigo como corolario una mayor adaptacién a la realidad. Con esto no que remos decir, naturalmente, que ta funcién de la realidad deba su existencia tinica y exclusiva a la creciente diferenciacién de la procreacién; tene- mos perfecta conciencia de la considerable parti- cipacion de la funcién nutritiva. Llegamos, pues, a comprender mejor algunas condiciones primordiales de la funcién de la reali- dad, Seria completamente equivocado pretender que la fuerza impulsiva es un impulso sexual; fue sexual en un principio en medida considerable, pero nunca lo fue, ni aun entonces, exclusiva. mente. El proceso del consumo de la protolibido en funciones secundarias se produjo sin duda siem- pre bajo la forma del llamado «aumento libidino- 83 so»; esto es, la sexualidad quedé despojada de su misién primitiva, y, empleada como contribucién parcial a Ja funcién filogenética, poco a poco cre- ciente, de los mecanismos de atraccién propia- mente sexual a funciones secundarias, no se pro- duce en todos los casos, sin excepcién. El malthu- sianismo, por ejemplo, es una continuacién arti cial de una tendencia que en su origen era natu. ral. Alli donde esta operacién se realiza sin mer- ma para la adaptacién del individuo, hablaremos de sublimacién, donde se malogre, de represidn. EI punto de vista descriptivo del psicoandlisis, percibe claramente la multiplicidad de los impul- sos —entre ellos el fenémeno parcial del impulso sexual— y reconoce ademés ciertos suplementos de libido de los impulsos en si no sexuales. Es muy diferente el punto de vista genético, que quiere explicar la produccién de una multipli- cidad de impulsos de una unidad relativa: la bido. Fija su atencién en los desprendimientos parciales, sucesivos y continuos, de la libido inhe- rente a la funcién procreadora; los ve juntarse como suplementos de libido a funciones que se forman de nuevo, disolviéndose finalmente en ellas. Desde este punto de vista, podemcs afirmar ahora que el enfermo mental retira su libido del mundo circundante y sufre, por consiguiente, una pérdida de realidad cuyo equivalente serd, en el otro lado, un aumento de la actividad de su fan- tasia. Intentaremos ahora introducir este nuevo con- cepto de la libido en Ja teoria —tan importante para la comprensién de las neurosis— de la se- xualidad infantil. Encontramos la libido —en tan- to que energia por excelencia de la actividad vi- 4 tal—, en el nifio, en primer término, en la zona de la funcién nutritiva en accién. En el acto de chu- par, se recibe el alimento mediante unos movi- mientos ritmicos, bajo el signo de la satisfaccién Al crecer paulatinamente el individuo, y al for- mar sucesivamente sus drganos, la libido se abre nuevos caminos de la necesidad, de la actividad y de Ia satisfaccién. Ahora se trata ya de transferir el modelo primario de la actividad que produce placer ritmico y satisfaccién, a la zona de otras funciones, con el objctivo final que le espera cn la sexualidad. Una parte considerable en libido det hambre tiene que convertirse en libido sexual. Esta transicién no se realiza repentinamente, en la fase puberal, por ejemplo, sino muy paulatina- mente en el decurso de la mayor parte de la in- fancia. La libido no logra liberarse sino con gran- des dificultades, y muy paulatinamente, de la pe- culiaridad de la funcién nutritiva, para realizar una transicién a la peculiaridad de la funcién se- xual. Es preciso distinguir en esta fase de tran- sici6n, hasta el punto en que me es posible juzgar, dos épocas distintas: la del chupeteo y la de la actividad ritmica transferida. El chupeteo, por su esencia, pertenece atin completamente al sector de la funcidn nutritiva; sin embargo, lo rebasa el hecho de que deja de ser ya una funcién de la nutricién, siendo més bien actividad ritmica con el objetivo final del placer y de la satisfaccién, sin recepcién de alimentos. Aqui aparece la mano como 6rgano auxiliar, En la época de la actividad ritmica transferida, la mano se pone atin mas de relieve como érgano auxiliar; la busca de placer excede ya la zona bucal y se orienta hacia otros sectores. Son, por regla general, los demés orifi cios del cuerpo los que Negan a ser objeto del in- 35 terés libidinoso; luego la piel, y puntos determi- nados de la misma. La actividad realizada en estos puntos sirve para procurarse placer. Tras una per- manencia mds corta o mas prolongada de la libido en estas estaciones, contintia su marcha hasta He- gar por fin a la zona genital, pudiendo Hegar a ser en ella motivo de los primeros intentos de mastur- bacién. En su vagabundeo, la libido eva consigo no pocos elementos de la funcién nutritiva a la zona sexual, lo que explica fécilmente los enlaces frecuentes y muy intimos entre la funcién nutriti- va y la funcién sexual. La marcha de la libido se realiza durante la época de la presexualidad, que estd caracterizada precisamente por el hecho de que la libido abandona gradualmente su caracter exclusivo de impulso nutritive, para tomar ya, en parte por lo menos, el caracter de impulso se- xual (1). En la fase nutritiva, no es licito atin ha- blar, pues, de una libido sexual propiamente di- cha, Nos vemos obligados, por tanto, a calificar de manera distinta de la de Freud, la llamada se- xualidad polimorfa y perversa de la edad més tierna. El polimorfismo de las tendencias libidinosas de aquella fase se explica como la paulatina y es- tacionaria transicién de la libido del sector de la funcion nutritiva al de la funcién sexual. Con esto, podemos eliminar de muy buena gana el término, tan combatido por la critica, de «perverso», que pudiera suscitar una impresin equivocada. Cuando un cuerpo quimico se descompone en sus elementos, éstos son entonces sus productos (1) Rusgo al lector que no se_deje, engafar por mi_manera figurada de expresarme. "Noes, desde luego. Ia fbvcoenergia. ia Giese fora tan solo. yacilando. dela fuicion, matritivay sine BM pioltencism que ests lipads s las" metamorfosie lentae del Creciniento organo, 86 de descomposicién. Sin embargo, no es licito de- signar por eso todos los elementos como produc: tos de descomposicién por excelencia. Las pers- pectivas son productos de perturbacién de la se- xualidad desarrollada, pero nunca fases previas de la misma (aunque exista sin duda una semejan- za sustancial entre fase previa y productos de descomposicién). En la misma medida en que la evolucién de la sexualidad progresa, también las fases previas infantiles (que no consideramos ya como «perversas», sino como grados de transi- cién) se disuelven en la sexualidad normal. Cuan- to més facilmente se logra sacar la libido de sus posiciones transitorias, y con cuantas menos per- turbaciones, tanto mas rdpida y perfectamente se efectua la formacién de la sexualidad normal. Bro- ta del mismo concepto de sexualidad la necesidad de que aquellas inclinaciones protoinfantiles y aun asexuales, queden superadas y abandonadas por la libido lo antes posible, Cuanto mis aleja dos estemos de ello, tanto mayor sera la posibili- dad de que la sexualidad se torne perversa. El término «perverso» est4 completamente justifica- do en esta acepcién. Es, pues, condicién funda- mental de la perversidad, la existencia de un es- tado insuficientemente desarrollado de la sexua- lidad. La expresién «polimorfa perversa» ha sido tomada, en cambio, de la psicologia de las neuro- sis; y quedé proyectada retrospectivamente a la psicologia ‘infantil, en donde su’ empleo no tiene ninguna justificacion. AMPORTANCIA ETLOLOGICA DE LA SEXUALIDAD INFAN- tiL, — Después de haber adquirido la‘ seguridad de lo que es y de lo que no es la sexualidad infan- 87 til, podemos dar un paso més hacia delante y pro- ceder a la discusién de la teoria de tas neurosis, discusién que hemos iniciado més arriba y «que luego hemos abandonado. Hemos seguido hasta agui la teoria freudiana de las neurosis, punto en el cual topamos con la afirmacién del maestro vienés de que la disposicién, sobre la base de la cual la vivencia traumdtica alcanza su eficacia pa- tégena, seria una disposicién sexual. Fundamen- tandonos en las consideraciones que acabamos de exponer, comprenderemos ahora cémo es preci- so concebir esta disposicién sexual: trétase, en efecto, de un retraso y de una inhibicién en aquel proceso de desprendimiento de la libido de las actividades que caracterizan a la fase presexual. En primer lugar, hemos de concebir esta pertur- bacién como una permanencia excesivamente pro- longada en determinadas fases del peregrinaje de la libido que la conduce de la funcién nutritiva a Ja funcién sexual. Con esto se produce un estado inarménico de cosas, en el cual unas actividades, que en realidad se han sobrevivido a s{ mismas, se yerguen atin, perseverando, en medio de una fase que ya hubiera tenido que abandonar defini tivamente tal clase de actividades. Esta formula se aplica sobre todos aquellos rasgos infantiles de los cuales los neuréticos poseen tanta abundancia que sin duda ningin observador atento los habré pasado por alto. En el sector de ta demericia pre- coz, ese infantilismo salta a la vista de tal mane- ra, que hasta uno de sus complejos de sintomas ha recibido un nombre especial, harto caracteris. tico: me refiero a la hebefrenia. Pero la mera persistencia en una fase transito: ria atin no Io es todo. En tanto que una parte de la libido permanece en una fase previa, el tiempo, 88 y con él todo el ulterior desarrollo del individuo, no suspende su curso, sino que evoluciona sin des- canso, y la madurez corporal trae consigo que la distancia y la discordancia entre la actividad in- fantil perseverante y las exigencias de la edad progresiva, asi como las condiciones de vida cam- biadas, se hagan cada vez mas considerables. Con esto, quedan sentadas las bases para la disocia- cién de la personalidad y, con ella, para el conflic- to, que son los verdaderos fundamentos de la neu- rosis. Cuanto mayor sea la cantidad de libido que permanece en una aplicacién retrasada, tanto mas intenso ser el conflicto, La vivencia que se presta més que las otras a hacer patente la existencia del conflicto sera la de eficacia traumdtica 0 paté- gena. Tal como Freud nos habia demostrado en sus trabajos anteriores, serfa muy facil concebir una neurosis producida de esta manera. Este modo de ver no discrepaba mucho de las concepciones de Janet que atribuyen a la neurosis un determi- nado defecto. Desde este punto de vista, se podria comprender la neurosis como un producto del re- traso de la evolucién afectiva; y puedo imaginar perfectamente que estas lucubraciones merecen Ia aprobacién de quien se muestra inclinado a de- ducir las neurosis —mas o menos directamente— de la predisposicién hereditaria o de la degenera- cién congénita. Desgraciadamente, la realidad es algo més compleja. Para facilitar al lector la com- prensién de estas complicaciones, me permitiré transcribir aqui un ejemplo muy banal de un caso de histerismo, mediante el cual confio hacer una demostracién patente de la mencionada complica- cién, tan importante. El lector recordaré que antes hemos mencionado el caso de una joven histérica 89 que reaccioné, de manera sorprendente, ante una patologica situacién vulgar que en condiciones normales no le hubiera causado apenas impresién, en tanto que dejé de reaccionar ante una situa- cién que, segiin toda previsién, hubiera tenido que causarle una impresién profunda. Hemos aprove- chado antes este caso para exteriorizar nuestras dudas acerca de la importancia etiolégica del trau- ma, y para examinar més cehidamente la llamada disposicién sobre cuyo fondo el trauma llega a manifestarse. Los comentarios que hicimos a estas consideraciones, nos condujeron al resultado ya antes esbozado de que no es muy improbable que una neurosis se pueda producir sobre el terreno de un desarrollo afectivo retrasado. Pero el lector me podria preguntar ahora: gen qué consistian aquellas fantasias, puesto que era un caso de histerismo? La enferma vivia sumergida en un mundo de fantasias que no podriamos calificar sino de in- fantiles. Nos dispensaremos de detallar aqui en qué consistian aquellas fantasias, puesto que todo neurdlogo o psiquiatra tiene ocasién diariamente de oir aquellos infantiles prejuicios, ilusiones y exigencias afectivas a los cuales los neuréticos suelen entregarse. En tales fantasias se revela un sentido muy hostil a la dura realidad de las co- sas; hay en ellos poca cosa seria, En cambio, abunda el clemento juguetén que ora frivoliza di- ficultades verdaderas, ora exagera en dificultades gigantescas, dedicando todos sus esfuerzos a in ventar fantasmas para escapar de este modo a las exigencias de Ia realidad. Descubriremos en ello, sin mas ni més, aquella relacién animica desme- 90, surada que el nifio tiene con su mundo circundan- te; su juicio oscilante; su orientacién inadecuada en cuanto a las cosas del mundo exterior, asi como su miedo ante deberes desagradables. Sobre el terreno de una disposicién intelectual infantil, pueden brotar en rica abundancia los fantésticos deseos e ilusiones. En esto hemos de ver un mo- tivo peligroso. A raiz de tales fantasias, los huma- nos pueden adoptar actitudes completamente ina- decuadas e irreales frente al mundo, situacién que un dia ha de llevar forzosamente a una catastrofe. Ahora bien, si nos remontamos a las fantasias in- fantiles de nuestra enferma hasta su més lejana infancia, encontraremos muchas escenas claras y de considerable relieve que estan en condiciones de aportar nuevo alimento a tal o cual variacin fantdstica; sin embargo, resulté completamente infructuoso realizar pesquisas para encontrar unos Hamados motivos «traumaticos», de los cuales hu- biera podido partir algo patolégico, por ejemplo, precisamente, la exuberante actividad de la ima ginacién. Ha habido, por cierto, escenas «traum: ticas», pero éstas no aparecian en la primera in- fancia; en cambio, las pocas escenas que la en ferma nos podia relatar de su primera infancia, no eran traumaticas, puesto que representaron mas bien unas vivencias completamente acciden- tales que pasaron sin dejar huellas en las fanta- sias, Las fantasias mas precoces consistian en toda clase de imprecisiones vagas y mal comprendidas que la enferma recibiera de sus padres. Concen traronse en torno de la figura del padre toda clase de sentimientos extrafios que oscilaban entre dez y horror, antipatia y asco, amor y admiracién, El caso era parecido, pues, a tantus otros casos de histerismo que no revelan nada de una etiologia 1 traumatica, sino que crece en el suelo de una ac- tividad muy especial y muy precoz de la fantasi que guarda siempre el caracter del infantilismo. Se nos podria objetar que en nuestro caso es precisamente aquella escena de los caballos que se encabritan y arrastran el coche hacia el rio la que representa el trauma; ¢no aparece acaso esta escena como una verdadera anticipacién y modelo de aquella otra escena nocturna que se produjo unos dieciocho afios mas tarde, y en el curso de la cual la enferma era incapaz de desviarse del camino de los caballos, prefiriendo tirarse al rio, es imitacién exacta de la vivencia que servia de modelo y en la cual caballos y coche se precipita ron al agua? Desde aquel momento sufrfa también de estados histéricos de semilucidez. Tal como intenté exponer antes, no podemos descubrir nada en absoluto de este enlace etiolégico con la pro- duccién de los sistemas de fantasias. Parece como si el peligro mortal, junto con los caballos enca. britados, bubiera pasado sobre ella sin dejar hue- lla alguna que mereciera mencién. Todos los afios posteriores a aquella terrible aventura dejan de darnos puntos de apoyo para la supervivencia de la impresién de miedo, como si no hubiera pasado nada. Es posible, quiero observar entre paréntesis, que efectivamente no haya pasado nada. No hay ningun motivo que nos impida suponer que s6lo se trata de una mera fantasfa, ya que tnicamente puedo apoyarme en las declaraciones de la enfer- ma, sin otra posibilidad de comprobacién (1). Subitamente, después de unos dieciocho afios, (1) No estara, sin duda, de més observar con ese motivo que todavia hay personas. que creen en la pos anatista ‘se deje"‘enganar” por las. mei fescompietamente imposible: toda mentia es fantasia. Y noso. tros.tratamos. precisamente. las. tantasias. 92 la vivencia cobra importancia y queda, por de: cirlo asi, reproducida y realizada con férrea con- secuencia, La antigua teoria pretendia que el afec- to «atrapado» en aquel entonces se abrié stibita- mente camino hacia fuera. Esta suposicidn es har. to improbable, y su improbabilidad es mayor si tenemos en cuenta que esta historia de los caba- llos encabritados podria ser tan auténtica como inventada. Sea como sea, seria imposible admitir que un afecto queda sepultado durante largos afios, Ilegando a surgir luego de repente en una ocasién poco adecuada para ello. Es muy sospechoso que los enfermos tengan tan a menudo una muy pronunciada propensién a presentarnos alguna vivencia antigua suya como la causa pretendida de sus dolencias, por lo cual logran muy habilmente desviar la atencién del médico, dirigida hacia el presente, a una pista falsa del pasado. Este camino falso ha sido el de la primera teorfa psicoanalitica. Debemos a la falsa hipétesis una profundidad antes jamas sos- pechada en la comprensién de la determinacion del sintoma neurético; profundidad que nunca hu- biéramos alcanzado si la investigacion no hubiera emprendido este camino que le fue preestableci- do, en realidad, por la tendencia de los enfermos a despistar. Me parece que no puede considerar este método de investigacién como un camino de erro- res a cuya entrada tendriamos que colocar un pos- te con un letrero: «Prohibido ef paso», sino quien considere la historia del mundo como una cadena de casualidades mds 0 menos erréneas, creyendo por tanto que se necesita continuamente la mano educadora del hombre, provisto de raz6n, Ademas de la comprensién profundizada de la determina. cién psicolégica, debemos a ese «error» plantea- 93 = mientos de problemas de insospechado alcance. Tenemos que estar agradecidos a Freud por haber tenido el valor de dejarse Mevar hacia este cami- no. No son tales cosas las que detienen la marcha ascendente de la ciencia, sino el atenerse conser- vadoramente a teorias antiguas: el tipico conser- vadurismo de la autoridad, asi como la vanidad pueril del sabio que quiere tener razén a toda cos- ta, temiendo equivocarse. Esta falta de espiritu de sacrificio perjudica mucho més la consideracién y la dignidad de la ciencia, que cualquier motivo equivocado. ¢Cudndo, por fin, cesara la pueril y superflua querella de los que quieren tener razon a todo precio? Echemos una mirada sobre la hi: toria de la ciencia: ¢cudntos han «tenido razén»? éLa razén de cudntos ha sobrevivido hasta hoy? Volvamos, empero, a nuestro caso. El proble- ma que se plantea ahora, es el siguiente: Si el an: tiguo trauma no es el causante de la dolencia, en- tonces queda claro que tenemos que buscar el motivo de la manifiesta neurosis en el retreso del desarrollo afectivo. Entonces tenemos que decla- rar sin validez y nulas las declaraciones de la en: ferma, segiin las cuales los estados de semilucidez histérica provendrian de aquel susto que se llevé de los caballos encabritados (aunque hayan sido otros caballos la causa ocasional de la declaracién de su dolencia). Esta vivencia tan s6lo aparece como importante sin serlo en realidad, férmula que sirven igualmente para la mayor parte de los demas traumas. Sélo aparecen como si tuvieran mucha importancia, puesto que son el pretexto para que un estado ya desde hace tiempo anor- mal pueda declararse y manifestarse. El estado anormal consiste —segtin lo hemos detallado mas arriba— en una supervivencia anacrénica de una 4 fase infantil del desarrollo de la fibido. Los enter. mos conservan atin algunas formas de aplicacién de su libido que hubieran tenido que abandonar ya desde hace tiempo. Es casi completamente im posible establecer un catélogo de estas formas, ya que acusan una multiformidad enorme. La for: ma mas frecuente, y que casi nunca falta, es 1a ac tividad exuberante de Ja fantasia, que est carac- terizada por una acentuacién exagerada y despro- vista de todo escriipulo de los deseos subjetivos. La exuberancion de la fantasia es siempre una se- fal de una aplicacién deficiente de la libido a la realidad. En vez de aplicar la libido en la forma mas exacta posible a las circunstancias reales, queda «atrapada» en aplicaciones complementa- rias fantdsticas. EL «COMPLEIO DE 1.08 PADRES». — En este esta do —que se lama estado de introversion par. cial, la aplicacién de la libido permanece atin en parte fantastica o ilusoria, en vez de aplicarse a las circunstancias reales. Un fenémeno concomi. tante regular de este retrato en el desenvolvimien to afectivo es el complejo de los padres. Cuando la libido no se emplea para un rendimiento de adaptacién a la realidad, entonces queda forzosa: mente mds 0 menos introvertida (1). El contenido material del mundo animico consiste en reminis- cencias, esto es, en materias del pasado individual de cada cual (haciendo abstraccién de las percep- ciones actuales). Ahora bien: si la libido queda parcial o totalmente introvertida, entonces Hegaré (1) sIntroversions no quiere decir que ta libido quede sem: cillamente amontonada, en plena ingctividad, ‘sino que "se. ia. em- plea ‘de tin mado fantistico ¢ ilusorio, cuando de Ta. introversion fava resultado una regresion ‘hacia un’ modo. de.adapiacion ‘inkan Hi" La‘introversion puede ‘conducir ‘tambien un. plan ravonable fe actin 95 a ocupar sectores mas 0 menos extensos de remi. niscencias, gracias a lo cual estas ultimas cobran una vivacidad 0 actividad que ya desde hace mu cho tiempo no les corresponde. Por consiguiente, los enfermos viven siempre mas 0 menos en un mundo que pertenece ya mas bien al pasado. Se debaten en medio de dificultades que una vez de- sempefiaron efectivamente un papel importante de su vida, pero que tendrian que estar olvidadas ya desde hace tiempo. Siguen atin preocupandose por cosas que ya hubieran tenido que perder para ellos toda importancia, Se recrean 0 se martiri zan con representaciones que un dia tuvieron para ellos una importancia normal, pero que ya no pueden tener ningtin interés para la edad adulta. Entre estas cosas que han tenido una enorme im- portancia en la infancia desempefian el papel mas importante las personas de los padres. Aun cuan- do los padres reposen ya desde hace tiempo en la tumba y hayan o deberfan de haber perdido toda importancia para los hijos, a raiz, por ejemplo, de un cambio total de las circunstancias del enfermo, estan atin, sin embargo, presentes en él de alguna manera y tienen importancia para éi, como si atin estuvieran vivos, El amor y el respeto, la resisten- cia, la antipatia, el odio y la sublevacién de los enfermos, se pegan atin a sus imdgenes deforma. das por la piedad o la impiedad, y que muy a menudo no tiene ninguna semejanza con lo que era su. modelo original. Este hecho me intimé a no hablar mds, directamente, de «padre» y «ma- dre», sino que empleo el término imago de padre y madre, puesto que en tales fantasias se trata mas de los verdaderos padre y madre que de sus imagenes completamente subjetivas, y muy a me- nudo completamente deformadas, que arrastran 9% una existencia, aunque esquematica, no por eso ineficaz en la imaginacién de los enfermos: El complejo de las imdgenes de los padres, esto es, Ta suma de las representaciones referentes a los mismos, representa uno de los principales secto- res de aplicacién de la libido introvertida., Obser- varé de paso que el complejo en si solo leva una existencia de sombra, en cuanto estd cargado de libido, Seguin la terminologia de antafio que se ha- bia formado a base de mis estudios sobre las aso- claciones de ideas, se entendia por «complejo» un sistema de representacién que ya estuviera carga do de libido, y, por tanto de actividad. Sin embar- g0, este sistema existe también como una mera posibilidad de aplicacién, aun cuando pasajera o permanentemente no esté cargado de libido. Cuando Ia teoria psicoanalitica estaba todavia bajo la influencia de la concepcién traumatica, e inclinada ain a buscar, por consiguiente, en el pasado, la causa efficiens de la neurosis, nos pa- recié que precisamente el complejo de los padres era el «complejo medular» de la neurosis (para emplear una expresién del propio Freud). El pa- pel de los padres se nos manifests determinan- te, hasta tal punto que nos vimos tentados a bus- car en él la culpa de todas las complicaciones pos- teriores en la vida del enfermo. Afios atrés someti a un examen critico estas concepciones, en mi trabajo Ueber die Badeutung des Vaters fiir das Schicksal des Einzelnen (Sobre la importancia del padre en el destino de cada cual). También en esto nos dejamos Ilevar por las inclinaciones de los enfermos que —de acuerdo con ia orientacién de la libido introvertida— sefalaron hacia atras, ha- cia el pasado. Pero esta vez no era ya la mera vi- vencia exterior.y accidental de la que parecia par- 7 7—Teorla del Psicoanslisis tir la influencia patégena, sino una influencia ani- mica que parecia resultar de las dificultades que encontré el individuo al intentar su oportuna adaptacién a las condiciones del ambiente fami- liar. Eran, sobre todo, la diferencia entre los pa- dres, por un lado, y por el otro, entre los padres y los hijos, las que parecian aptas para provocar en el hijo corrientes que slo muy mal se podfan armonizar con su tendencia individual en la vida, © que no podian armonizar con ella en absoluto. En mi trabajo antes mencionado, aduje algunos casos como ejemplos del abundante material de observaciones de que disponia a ese respecto, y con los cuales me parecia poder ilustrar con par- ticular elocuencia estas consecuencias que aparen- temente han partido de los padres, no se limitan tan s6lo al hecho de que la prole neurética no sea a veces capaz de cesar de presentarnos sus cir- cunstancias familiares o su educacién equivocada como causa de su dolencia, sino que se extiende inclusive a acontecimientos y actos del mismo enfermo de los cuales no es posible esperar tales repercusiones. La actividad imitadora extraordi. nariamente potente, tanto en los salvajes como en los nifios, puede conducir, en nifios especial- mente sensibles, a una verdadera identificacién in- terior con los padres, esto es, a una eniera acti- tud intelectual tan semejante a la de ellos, que les repercusiones en la vida se produzcen por et hecho de parecerse a veces hasta en los mas mi nimos detalles a las vivencias que antafio experi- mentaron los padres (1). En lo que al material em- pirico de esta cuestin hace referencia, tengo que (2 Prescindo, aqui completamente, del_parcc redado us, desde luego, es responsable por” mush no. por todo, orginico he. can, pero 98 recomendar al lector que se informe sobre la cuestién mediante la literatura de la misma. Sin embargo, no puedo resistir a la tentacién de re- cordar que mi discipula, la doctora Emma Furst, ha aportado algunas pruebas experimentales de gran valor para corroborar mi manera de ver el problema. Ya en mis conferencias dadas en la Clark University me referi a esas valiosas expe- riencias. La doctora Furst Hegé a determinar el Namado «tipo de reaccién» en familias enteras y en cada uno de los miembros, gracias a unas ex- periencias asociativas. Se demostré que existe muy a menudo un paralelismo inconsciente en las asociaciones entre padres e hijos, paralelismo que no puede ser explicado de otra manera sino pre- cisamente por una imitacién muy intensa 0 por una identificacién. Los resultados de estas expe- riencias nos sefialan un paralelismo muy amplio de ciertas tendencias biolégicas, partiendo de cuyo hecho se podria explicar en alguna ocasién la consonancia a veces sorprendente que existe entre el sino de padres e hijos. Nuestro destino es, por regla general, una resultante de nuestras ten: dencias psicolégicas. Estos hechos nos hacen comprender muy facil: mente que no sélo los enfermos, sino hasta las opiniones tedricas basadas en tales experiencias, se inclinan hacia la suposicién de que la neurosis no es sino el resultado de los influjos caracterolé- gicos de los padres sobre los hijos. Esta hipétesis aparece atin considerablemente apoyada por la ex- periencia de la maleabilidad det alma infantil, que es el axioma angular de toda pedagogia; se suele comparar el alma del nifio con la cera blanda que recibe y conserva todas las impresiones. Sabemos muy bien que las primeras impresiones acompa- 99) fian al hombre, imperecederas durante toda su vida, y que, de la misma manera, ciertos influjos educativos indestructibles pueden determinar que el individuo no rebase durante toda su existencia unos limites circunscritos. En estas condiciones, no es sorprendente, sino que es una experiencia que se hace muy a menudo, que se produzcan con- flictos entre aquella personalidad del individuo que ha sido postulada por la educacién 0 por otros influjos cualesquiera y la orientacién indi. vidual y auténtica en la vida. Caen en ese conflic- to todas aquellas personas que estin destinadas a vivir una vida auténoma y creadora. La enorme influencia de la juventud sobre el desarrollo ulterior del caracter nos hace compren- der sin dificultad el deseo de deducir las causas de una neurosis directa e inmediatamente de las influencias que se han ejercido sobre el individuo a raiz de su medio ambiente infantil. Tengo que confesar que conozco casos en los que todo inten. to de aplicacién tiene menos justificacién que ésta, Existen de hecho padres que tratan a sus hijos tan estupidamente, a causa de su propia con- ducta Mena de contradicciones, que la enfermedad de los nifios parece inevitable. Suele ser, pues, la regia, entre los neurdlogos, la exigencia de sacar a los nifios neurdticos (cuando eso sea pasible) del medio ambiente familiar que les puede ser perjudicial, sometiéndolos a influencias menos desfavorables, a consecuencia de las cuales suelen desarrollarse mucho mejor, aun cuando no estén sometidos, como en su propia casa, al control del médico. Por otra parte, hay muchos neuréticos que ya de nifios se manifiestan marcadamente asi, y que, por tanto, no se vieron nunca libres de en- fermedad. Para tales casos, la concepcién més 100 arriba esbozada es, sin duda, por regla general, exacta Este resultado, que por ahora nos parece defi- nitivo, qued6 atin considerablemente profundizado gracias a los trabajos de Freud y de la Escuela psicoanalitica. La relacién existente entre el en- fermo y sus padres era objeto de un minucioso estudio, hasta en sus mas intimos detalles, puesto que son precisamente estas relaciones las que po- drian ser consideradas como muy importantes desde el punto de vista etioldgico. Se observé muy pronto que, en efecto, era asi, y que los enfermos siguen siempre viviendo, parcial o totalmente, en su mundo infantil (pero sin que esto les Iegue sin mas ni mas a la conciencia). Al contrario, la dificil tarea del psicoanalisis consiste precisamen- te en estudiar las peculiares reacciones psicol6- gicas de adaptacién del enfermo con tal exacti tud que se pueda poner el dedo en las lagas in- fantiles. Sabido es que entre Jos neuréticos se en- cuentran muchisimas personas que fueron antaiio nifios mimados. Tales casos nos proporcionan los mejores y mas claros ejempios del infantilismo de las reacciones psicolégicas de adaptacién. Per- sonas de esta indole entran luego en la vida con las mismas exigencias intimas de simpatia, de amabilidad, carifio y rapido éxito que se adquie- ran sin esfuerzo, tal como estan acostumbrados a ello por su madre desde su més tierna infancia. Hasta enfermos de gran inteligencia son incapa- ces, en tales casos, de comprender desde un prin- cipio que deben sus dificultades en Ia vida, y su neurosis por afiadidura, al hecho de que arrastran consigo su actitud afectiva infantil. E] diminuto mundo del nifio, y el ambiente familiar, son el mo- delo segin el cual nos construimos mentalmente 101 el mundo grande. Cuanto més interesante haya formado un ambiente a un nifio, tanto més se in- clinar éste, una vez sea ya una persona mayor, a ver, a través de los lentes de su afectividad, en el mundo grande, el mundo pequefio de antafio que conocié en su infancia. Al contrario, el enfer- mo experimenta y ve el contraste antaiio y hoga- fio, ¢ intenta, en la medida que esto le sea posible, adaptarse. Cree acaso estar completamente adap- tado, al legar a comprender tal vez intelectual- mente toda su situacién; sin embargo, esto no le impide que su afectividad cojee a gran distancia detras de su comprensién intelectual. FANTASfAS INCONSCIENTES. — No sera necesario citar ejemplos para aclarar atin més este fenéme- no; se observa a diario que nuestros afectos no estén a la altura de nuestra comprensién. Lo mis- mo les pasa a los enfermos, solo que en una esca- la mucho mas elevada, Puede acaso creer el enfer- mo que es un hombre completamente normal, excepto en su neurosis, y por tanto, que esta adaptado a las condiciones de la existencia. Sin embargo, no sospecha que en realidad atin no ha aprendido a renunciar a determinados postulados de su infancia, y que todavia nutre en el fondo de su alma esperanzas € ilusiones que nunca se han hecho verdaderamente conscientes. Acaricia deter- minadas fantasias preferidas que acaso sélo muy raras veces son conscientes; pero, aun cuando ocurra asi, no lo son hasta tal punto que él mis. mo sepa que las cultiva. Muchas veces no existen en él sino en forma de esperanzas, prejuicios, pre- suposiciones afectivas, ete. En tales casos, Hama. mos a las fantasias inconscientes. A veces, las fan- 102 tasias emergen a la conciencia periférica como Pensamientos completamente pasajeros, para vol- ver a desaparecer inmediatamente, de modo que el enfermo no es capaz de decir siquiera si ha tenido 0 no tales fantasias. Sélo en el curso del tratamiento psicoanalitico aprenden la mayoria de los enfermos a fijar y a observar los pensamien. tos que cruzan raudos por su mente. Aun cuando todas estas fantasfas hayan sido una vez cons- cientes bajo la forma de un pensamiento que pas6 volando por nuestra mente, no por eso seria li- cito Hamarlas conscientes, puesto que practica- mente quedan, en la mayoria de los casos, incons- cientes. Tenemos pues perfecto derecho a llamar- las inconscientes. (Existen también, desde luego, fantasias infantiles que son completamente cons. cientes, y que por tanto pueden ser reproducidas en cualquier momento.) EL ANcONScIENTE, — El sector de fantasias in- fantiles inconscientes ha legado a ser el odjetivo por excelencia del psicoandlisis, puesto que este sector parece contener la clave de la etiologia de la neurosis. De un modo completamente distinto a la teoria del trauma, nos inclinamos en este pun- to —constreiiidos por todos los motivos mencio- nados— a suponer que el fundamento del presen- te psicolégico debe buscarse en la historia fa- miliar. Aquellos sistemas de fantasfas que se presen- tan inmediatamente a raiz de una mera pregunta que formulamos al enfermo, son generalmenie de naturaleza compuesta, y suelen estar elaborados novelistica 0 dramaticamente. Son, a pesar de su constitucién elaborada, de un valor relativemente 103 escaso para la exploracién del inconsciente. A esto no les predestina ya tampoco su cardcter de estar demasiado expuestas a las exigencias de la ciencia y de la moral convencional, precisamente porque son conscientes. Con esto, quedan expurgados to- dos estos detalles que personalmente podian ser desagradables al individuo, 0 que son sencillamen- te feos; sélo asi llegan a ser presentables en socie- dad, y ya no nos pueden revelar nada. Las fanta sias de mas valor y que aparentemente son a la vez mas influyentes en el individu, no son cons- cientes, en el sentido descrito. Son, pues, suscep. tibles de una exploracién gracias a la técnica psi- coanalitica. Sin querer detenerme mas, aqui, en el problema de esta técnica que se puede ofr con tanta frecuencia como se desee. Me refiero a la observacin de nuestros criticos segin la cual es- tarfan sugeridas al paciente desde fuera por no- sotros, y no existirian, por tanto, sino en las cabe- zas de los psicoanalistas. Esta critica pertenece a aquella categoria completamente gratuita de ob- jeciones que nos atribuyen groseros deslices de aprendiz. Creo que sélo personas desprovistas de toda clase de experiencia psicolégica y sin cono- cimientos hsitérico-psicolégicos son capaces de formular tales objeciones. Quien tenga por lo me- nos una idea superficial acerca de lo que es mito- logia, no podra pasar por alto los paralelismos extremadamente sorprendentes que existen entre las concepciones mitolégicas y las fantasias in- conscientes que el psicoandlisis trae otra vez a la superficie. La objecién de que nuestro conoci- miento de la mitologia queda sugerido a los enfer- mos, es una afirmacién insensata, puesto que la escuela psicoanalitica descubrié en primer térmi- no las fantasias, y solo después se puso a estudiar 104 la mitologia. Sabido es cuan lejos estamos de ésta los médicos. Puesto que esas fantasfas son, como hemos di- cho, inconscientes, el enfermo ignora naturalmen- te hasta su existencia, y dirigirle preguntas direc- tas sobre el particular estaria desprovisto de sen- tido. Sin embargo, podemos oir a cada paso que los enfermos —y no sdlo ellos, sino hasta los Ila- mados normales— nos dicen: «Pero si yo tuviera tales fantasia, entonces, forzosamente, deberia tener algtin conocimiento de ellas.» Pero lo que es inconsciente es alga que se ignora de hecho. También los que se oponen a nuestras teorias es- tan completamente convencidos de que no existe tal cosa, Este juicio es @ priori escoldstico, y es imposible apoyarlo con argumentos alguno. No nos es posible apoyarnos en el dogma de que tan s6lo lo que sea inconsciente puede ser psique («alma»), cuando en realidad nos podemos con- vencer a diario de que nuestra conciencia no con- tiene, de hecho, sino tan sélo una parte de la fun- cin animica. Los contenidos de nuestra concien- cia se presentan todos en seguida bajo formas ex tremadamente complejas; la constelacién de nues- tro pensar, debido a los materiales de recuerdos que poseemos, es, pues, preferentemente incons- ciente. Nos vemos, puse, obligados (nos convenga © no) a suponer Ia existencia de algo animico no consciente que —al igual de la cosa en si de Kant— no es, en principio, sino «un concepto fronterizo meramente negativo». Pero como ocu- Tre que observamos repercusiones cuyo origen no puede estar en la conciencia, nos vemos obligados a asignar a la esfera de Lo No Sabido contenidos hipotéticos; esto es, suponer precisamente que las causas de determinadas repercusiones (conse- 105 cuencias) yacen en lo inconsciente, por no presen- tarse bajo forma consciente. A esta definicion de Jo inconsciente no se puede achacar, sin duda, que sea «mistica». No nos entregamos a la ilusién de saber verdaderamente algo positivo sobre el es- tado de lo animico inconsciente, o de afirmar algo acerca de él. En vez de ello, hemos recurrido a conceptos simbélicos, en analogfa con los concep- tos que empleamos acerca de los fenémenos cons- cientes, y esta terminologia se ha evidenciado muy Util en ja practica, Esta manera de crear concep- tos es, ademas, la tnica posible, en virtud del postulado: principia praeter necessitatem non sunt multiplicanda, Hablamos, pues, de las reper- cusiones del inconsciente exactamente de la mis- ma manera que cuando hablamos de los fenéme- nos de la conciencia. Algunos han visto la piedra del escdndalo en que Freud haya declarado acerca de lo inconsciente: «no puedo sino desear», y han tomado esta frase por una afirmacion metafisica inaudita, un poco al estilo de las tesis fundamen- tales de la filosofia del inconsciente de Hartmann. El escindalo se debe tinicamente a que esos criti- cos parten de una concepcién metafisica del In- consciente (de la cual manifiestamente no tienen conciencia), como de un ente per se, proyectando luego céndidamente su propia definicién no ex. purgada desde el punto de vista epistemolégico sobre nosotros. Para nosotros, el inconsciente no es una entidad, sino meramente un término, sobre la naturaleza metafisica del cual no nos permiti- mos ninguna idea, contrariamente a aquellos psi- célogos de mesa de café que no sdlo pretenden estar muy exactamente informados sobre la loca- lizacién del «alma» en el cerebro, sino que extien- den su informacién sobre los corolarios fisiolégi- 106 cos del proceso espiritual atrevigndose, pues, a declarar con mucho aplomo que, fuera de la con- ciencia, no pueden existir 10 unos «procesos siolégicos de la corteza cerebral». Que no se crea posible en nosotros tales candideces. Si, por tan- to, Freud nos dice que el inconsciente no puede sino desear, entonces no hace mds que describir en términos simbélicos unas influencias cuya fuen- te no es consciente, pero que no pueden ser con- cebidos desde el punto de vista del pensar cons- ciente, sino en analogia con los deseos. La escuela psicoanalitica se da, ademas, perfecta cuenta de que en cualquier momento puede iniciarse la di cusién de si el «desear» representa o no una ana. logia justa. Quien pueda proponernos otra solu- cién mejor, sera bienvenido. En vez de esto, nues- tros objetantes se contentan esencialmente con negar la existencia de los fenémenos, 0, al reco- nocer (bien contra su deseo) Ia existencia de al- gunos de ellos, se absticnen de formulaciones ted- ricas. Este iltimo parecer es, desde luego, muy comprensible desde el punto de vista humano, puesto que no todo el mundo es capaz de pensar tedricamente. Si alguien logra liberarse del dogma de la iden- tidad de la conciencia con la psique, y reconoce con ello la posibilidad de que existan procesos animicos extraconscientes, entonces no podra ya afirmar ni poner en duda a priori la posibilidad psicoldégica de lo consciente. Ahora bien, se suele objetar a la Escuela psicoanalitica que afirma de- terminados hechos para los cuales no posee nin- gtin motivo suficiente. Nos parece que la relacién, harto abundante, de casos, publicada en la litera- tura psicoanalitica, contiene, en rigor, motivos més que suficientes, Sin embargo, parecen esca. 107 sos a nuestros objetantes. Debe de existir, pues, una gran discrepancia sobre la nocién de la «su- ficiencia» con respecto a las pretensiones de al- cance de los motivos. El problema queda, pues, planteado de esta forma: ¢Por qué formula pre- cisamente la Escuela psicoanalitica pretensiones, aparentemente mucho menores que las de la opo- sicién, a los motivos que comprueban sus formu: laciones? La causa es muy sencilla. Un ingeniero que ha construido un puente y calculado su re- sistencia, no necesita ninguna prueba mas para la de la carga. Sin embargo, un profano escéptico que no tiene ni idea de cémo se construye un puente y de la capacidad de rendimiento que po- see el material empleado en su construccién, exi gira pruebas completamente diferentes para la re- sistencia del puente, puesto que légicamente no puede tener ninguna confianza en este punto. Es, en primer lugar, la profunda ignorancia de nues- tros objetantes, acerca de lo que estamos hacien- do, lo que les hace plantear sus exigencias in ex- tremis. En segundo lugar, surgen todas aquellas humerosas malas inteligencias tedricas que, sin excepcién, no podemos conocer ni aclarar. Del mismo modo que descubrimos casi diariamente en nuestros pacientes siempre nuevos y cada vez més sorprendentes malentendidos acerca de los objetivos y los medios del psicoandlisis, asi tam- bién nuestros criticos son inagotables en Ia in- vencién de otras confusiones. Hemos visto antes, al tratar del concepto mismo de lo inconsciente, cuan falsos supuestos de orden filoséfico pueden imposibilitar la comprensién de nuestra termino- logia. Es natural que una persona que asigne una verdadera entidad absoluta a lo inconsciente, for- mule postulados completamente diferentes —y 108 = em ee eee hasta irrealizables—, tal como nuestros adversa- rios lo hacen efectivamente a nuestros motivos de comprobacién. Si se tratase de demostrar la inmortalidad personal, eatonces seria preciso reu- nir montones completamente diferentes de los mas importantes comprobantes, lo mismo que si se tratase de demostrar la existencia de plasmo- dias en una persona enferma de malaria. Las es- peranzas metafisicas perturban atin demasiado el Pensamiento cientifico para que la gente sea ca- paz de concebir los problemas tan sencillamente como son en Ia realidad Sin embargo, a fin de no mostrarnos injustos para con nuestros criticos y objetantes, es preci so poner de relieve que la Escuela psicoanalitica —aunque inocentemente— ha dado ocasién a muy numerosas confusiones. Una de las prin- cipales fuentes de las mismas es la falta de clari dad teorica. Desgraciadamente, no poseemos nin- guna teoria muy representativa. Sin embargo, todo lector culto sabré comprender y perdonar esto tan pronto como vea, en un caso concreto, con qué género de dificultades tenemos que luchar continuamente los psicoanalistas. En absoluto antagonismo a la opinién de la casi totalidad de criticos, Freud lo es todo menos un espiritu tedri- co. Es empirista, lo que reconocera sin més, todo el que ahonde con un minimo de objetividad en las obras freudianas, intentando colocarse en su punto de vista en el andlisis de los casos concre- tos. Esta disposicin a la objetividad no es, des- graciadamente, privilegio de nuestros criticos y objetantes. Como hemos ofdo ya tantas veces, repugna y asquea a nuestros criticos ver como nosotros vemos. Sin embargo, ¢cdmo es posible enterarse de las caracteristicas peculiares del mé- 109 todo freudiano si el asco nos lo impide? Se Nega a la falsa y disparatada conclusién de que Freud es un espiritu tedrico por haber dejado de asimi- lar los puntos de vista establecidos por él, que forman una hipétesis de trabajo acaso imprescin- dible. Se puede admitir con demasiada frecuencia que los Tres estudios sobre ta teoria sexual re- presentan algo aprioristico y artificial, un produc. to de una cabeza meramente especulativa, que Iuego se dedica a sugerir sus propios pensamien: tos a los pacientes. Es asi como se altera la rea- lidad, convirtiéndose en su exacto opuesto. Pero el critico tiene asi, desde luego, un juego muy facil, y es precisamente esto lo que anhela. noes, desde luego, sino una palabra, Se ‘podiya desir dein misma manera, «reaccionabilidade 6. slabe Iidads"Sabido es que: para designar el"mismo concepto éstén en curso numerosos terminos téentcos. 176 gica de Ia neurosis, descubierta por la Escuela psicoanalitica, no es, en muchos casos, efectiva. mente sino un mero catalogo de fantasias, remi. niscencias, etc., muy habilmente escogidas, que el paciente se ha ido produciendo de aquella libido que dejé de emplear para su adaptacién biolégica. De esta manera, aquellas pretendidas fantasias etiolégicas no aparecen sino como meras formas de sustitucién, pretextos y motivaciones aparentes para excusar el que algin trabajo, postulado por la realidad, no haya sido Ilevado a cabo, El circu- lo vicioso ya antes mencionado, y cuyos dos polos son el retroceso ante la realidad y la regresién en lo fantastico, se presta naturalmente muy bien a aparentar relaciones causales que pareceran deci- sivas hasta tal punto, que no sélo el mismo pa- ciente, sino hasta el propio médico Negara a creer en ellas. No son experiencias accidentales las que se inmiscuyen en estos procesos, sino ya mas bien meras «circunstancias atenuantes»; sin embargo, no podemos menos que reconocer su existencia verdadera y eficiente. Tengo que dar raz6n, en parte, a los criticos que, de sus lecturas de descripciones de casos coneretos verificados por la Escuela psicoanaliti- ca, sacaron la impresién de que se trataba de co- sas fantésticas artificialmente producidas. Come- ten sdlo un error: el atribuir los artificios fantas- ticos y los simbolismos atraidos desde muy lejos a la sugestién y a la fecunda imaginacién del pro- pio médico, y no a la atin mucho mas fecunda y poderosa de su paciente. En efecto, hay mucho de artificial en los materiales de fantasias de las historias psicoanaliticas de casos concretos. En la mayorfa de los casos, existen huellas manifiestas del talento de invencién de Jos enfermos. Si nues- im 12—Teorfa del Psicoanalisis tros criticos alegan que sus propios enfermos neu- réticos no presentan nunca tales fantasias, tienen igualmente completa raz6n. Una fantasfa que se encuentra en estado de inconsciencia no existira «de veras» sino cuando repercuta bajo alguna for- ma apreciable en la conciencia, por ejemplo en la forma de un suefio. Exceptuando estos casos, po- demos denominarlas irreales. | Capitulo IV LOS PRINCIPIOS DE LA TERAPIA PSICOANALITICA Ahora bien, quien pase por alto las repercusio- nes, muy a menudo apenas perceptibles, que las fantasias inconscientes tienen sobre la conciencia, © quien renuncie inclusive al andlisis muy cuida- doso y ‘conicamente iTreprochable de los suenos podra con suma facilffad pasar por alto el hecho de que sus enfermos presenten igualmente fanta- sia, Esta objecién, tantas veces ofda, no puede Dues, producir en nosotros més que una benévola sonrisa de lastima, Sin embargo, hay en ello una parte de verdad, y esta parte serd reconocida por nosotros de muy buena gana. La gendencia regre- siva del enfermo que queda atin fortalecida por la aT psicoanalitica que se_dirige hacia lo_in- consciente, esto es, hacia lo fantasticO~tiventa y crea hasta durante el mismo curso del psicoandli- sis. Se puede decir, por tanto, que durante el tiem- po del anilisis psicolégico esta actividad queda singularmente aumentada, puesto que el enfermo 181 se ve apoyado en su propensién regresiva por el interés del analizador, y contintia fantaseando en mayor escala. Esta es también la causa de que las criticas que se han dirigido contra el psicoandlisis hayan fomentado una terapia de la neurosis que emprenda cl camino completamente opuesto al que seguimos actualmente los psicoanalistas; es decir, segiin ellos, la tarea primordial de la tera- pia consiste en sacar_a Ja fuerza al paciente de tasias ins iéndole_a'la vida real. furalménte, todo psicoanalista conoce también perfectisimamente esta necesidad, sélo que sabe, asimismo, cudn poco se puede obtener de un neu- rotico con un mero «sacarle a la fuerza» de sus fantasias. Nosotros, los médicos practicos, nunca nos permitiriamos, desde luego, el lujo de preferir un método penoso y complicado, y ademas com. batido por todas las autoridades, a otro método sencillo, claro y facil. Conozco perfectamente la sugestion hipnotica y el emétodo de persuasién» de Dubois, solamente que no los empleo a causa de su relativa ineficacia. Por el mismo motivo no puedo aplicar tampoco el método directo de la “eeducacién de la voluntad», puesto que el psi- Coandlisis me parece brindar resultados mucho mejores. Sin embargo, una vez nos hayamos deci- dido a emplear el psicoandlisis, estaremos obliga. dos a seguir atentamente las fantasias regresivas de nuestros enfermos. En realidad, el psicoanalisis ‘ocupa un punto de vista mucho mas moderno que todos los demas métodos de psicoterapia, en cuan- to a la valoracién que da a los sintomas. Todos los demas métodos parten de la premisa bsica de que la neurosis es algo absolutamente enfer- mizo. Durante toda la historia de la neurologia no € ha Hegado a la idea de ver en Ia neurosis, al mismo tiempo que una dolencia, un intento de cu- racién, y a atribuir, por consiguiente, a las for- mas neuréticas un sentido teleolégico muy espe- cial, Sin embargo, como toda enfermedad, también la neurosis es una “especie de compromiso entre los iotivos saustiies de la enfermedad 5 la fun. cién’ normal. Del mismo modo ane-Tr-Medicina moderna ya no ve en la fiebre tan s6lo la enferme- dad misma, sino que, al mismo tiempo, la conside- ra como una oportuna reaccién del organismo, ast también el isis ve en la neurosis no solo algo oportuno y provisto deduce”str més iti mds la actitud investigadora y expectativa del psicoandlisis frente a la neurosis. El psicoanilisis se reserva en todos los casos la atribucién de un valor a los sintomas, no intentan- do en un principio sino la comprensién de las ten- dencias que se hallan en la base del sintoma. Si lo- grasemos destruir simplemente una neurosis, tal como se destruye, por ejemplo, un carcinoma, ani- wuilariase al mismo tiempo, con esa destruccién, ran cantidad de energias muy utiles. Sin embar- 0, podemos salvar facilmente estas energias, es lecir, podemos ponerlas al servicio de los objeti- jos de la curacién, si obedecemos al sentido del sintoma, 0 sea, si participamos en el movimiento régreSivo del enfermo. A quien no esté atin muy familiarizado con la esencia del psicoanilisis, le sera, sin duda, dificil comprender cémo se intenta lograr un efecto terapéutico por la condescenden- cia que el médico demuestre respecto a las fanta- sias «nocivas» que le son presentadas por su pa- ciente. Y no tan sélo los adversarios del psicoand- lisis, sino hasta nuestros propios enfermos, suclen poner, frecuentemente, muy en duda el valor tera- 183 Péutico de un método asi, que dedica especial atencién precisamente a lo que el mismo enfermo tiene que caracterizar como totalmente desprovis to de valor y como algo repugnante: sus propias fantasias. Podemos oir muy a menudo por parte de nuestros pacientes que sus médicos anteriores Jes habian prohibido categoricamente que se ocu- paran de sus fantasias; y en cuanto a ellos mis- mos, sélo pueden afiadir que estén més aliviados cuando se han libertado de esta terrible plaga, aunque no sea mas que por unos instantes. Podria parecer, pues, algo extrafio que precisamente un tratamiento que vuelve a llevar a los enfermos a aquel terreno del que han intentado continuamen- te escapar, pueda serles provechoso. Podemos re- plicar lo siguiente a esta clase de objeciones: Todo depende de Ia actitud que adopte el-pacien- te frente a sus propias fantasias, Hasta ahora, el fantasear no era para el paciente sino una ac. tividad meramente pasiva e involuntaria, Sumer- (tase en sus ensueiios, como se dice vulgarmente, hasta las mismas «cavilaciones» de los neuréti- cos no constituyen sino un fantasear involuntario. Lo que el psicoandlisis exige de sus pacientes, es aparentemente lo mismo; pero tan solo un cono- cedor muy superficial de nuestras teorias y de nuestra préctica puede confundir los ensuefios meramente pasivos de los enfermos con la actitud psicoanalitica. Lo que los psicoanalistas requeri- mos de nuestros pacientes, es todo lo contrario de Jo que ellos han venido haciendo hasta ahora. El paciente se parece a una persona que cayé ines- peradamente al agua y esté a punto de ahogarse. BI psleoanalsta,testigo del acidente, se precipi ha en su ayuda, pero aprovecha la ocasién para en- Isefiarle a nadar. Esto quiere decir que, alli donde 184 el enfermo «cae al-agua», no es ya un luger arbi- trario cualquiera: alli_yace, en el fondo aguas, un tesoro, escondido, qugtan sélo un buzo podria Mevar_a_la-superficie. Esto significa que todo enfermo considera sus fantasfas como com- pletamente desprovistas ‘de sentido y valor, cuan- do, en vealidade PURSE UTE potente nfluencia en él, a causa de la gran importancia que efectiva- mente poseen, Son los tesoros del pasado, sumer- gidos bajo el agua, que no_podrian ser sacados a la luz sin la ayuda de un buzo. En manifiesta opo- sicién a todos Tos métodos anteriores, el neurdtico debe concentrar intencionadamente su atencién en su propia vida interior y pensar esta vez a sa- biendas, conscientemente y por su libre albedrio, lo que antes sdlo se le antojaban ser vanos ensue- ios y fantasfas. Esta nueva manera de pensar acerca de si mismo, tiene tan poca semejanza con las actitudes de antafio, como el buzo no se pa- rece en nada al infortunado que se ahoga, Antes hubo compulsién ¢ ineludible necesidad; ahora, hay intencién y objetivo, de modo que el fantasear gratuito se ha metamorfoseado en trabajo. El pa- ciente se ocupa desde ahora, potentemente soste- nido por el médico, en sus fantasias, con Ja inten- cién, no de entregarse por completo a ellas, sino de ponerlas al descubierto poco a poco llevandolas a la luz del dia. Con ello, obtendra una actitud ex- tremadamente objetiva frente a su propia vida in- tima, y podra echar mano de todo cuanto haya te- mido u odiado antes. Y con esto acabamos ya de caracterizar los principios fundamentales de toda la terapia psicoanalitica. Hasta el momento en que se inicia ei trata- miento psicoanalitico, el enfermo se ha visto ex cluido parcial o totalmente de la vida, a causa de 185, su enfermedad. Ha dejado de cumplir, por tanto, con numerosos deberes que la vida nos impone a todos, ora en lo que concierne a sus exigencias en el campo social, ora en cuanto a sus deberes meramente humanos. Tiene que conseguir cumplir nuevamente con estos deberes individuales, si quiere ser curado. Naturalmente, por «deberes» no es preciso comprender ciertos postulados éti- cos universales, como me apresuro a hacer con: tar con el fin de evitar confusiones, sino mera- mente los deberes que cada cual tiene frente a si smo (por lo cual, desde luego, tampoco entien: lo intereses egoistas, puesto que toda persona umana es a la vez un ser social, cosa que los in- dividualistas parecen olvidar con demasiada fre cuencia). A un hombre corriente y normal, una virtud que tiene en comin con otros le produce mayor satisfaccién que un vicio individual por muy seductor que éste pueda parecer. Es necesa- rio ser neurdtico, o un hombre fuera de la nor- malidad a raiz de cualquier otro motivo, para dejarse engafiar por tales intereses particulares, Ahora bien, el_neurdtico retrocedié ante tales deberes, y su libido se retire =] nos par- cialmen ‘STareas que le impone la vida real; podemos decir, pues, que su libido qaeds in- trovertida, esto es, se-valvié hacia dentro. Puesto que se renuncié completamente a la superacién de determinadas dificultades, la libido se orienté ha- cia el camino de la regresién, es decir, la fantasia Hegé @ Suplantar’em a la realidad. De modo completamente inconsciente —y de vez en cuando también conscientemente— el neurético llegé a preferir los ensuefios y las fantasias a la vida real. Para conducir otra vex al neurético ha cia la realidad y hacia el cumplimiento de sus ine- 186 cea ludibles deberes en Ia vida, el andlisis sigue hu- mildemente a la libido del neurético por el mismo sendero «falso» de la regresién; de modo que todo comienzo de psicoandlisis parece corroborar atin Jas inclinaciones enfermizas del paciente. Sin em- bargo, si bien el_psicoandlisis parece seguir ser. vilmente al popio paciente en sus fantasias noc vas, tan s6lo lo hace en realidad con objeto de devolver la libido que ain esta vinculada a estas fantasias-a laconeieneia—y-aIas tareas del mo- mento actual, No obstante, esto no puede Ilevarse a cabo sifi0'de una sola manera: sacando a la ple- na luz de la conciencia todas las fantasfas, y con ello, también Ia libido que se ha «pegado» « ellas. Si la libido no estuviera ligada a ellas, no tendri: mos ningin inconveniente en abandonar Jas fanta- as a si mismas, para que arrastraran lastimose mente su_pobre existencia de méra: “Sombra: Es inevitable que el neuréticd que por el coinienzo del psicoanalisis se siente como corroborado en su tendencia regresiva, egue a abrir camino al interés del analizador entre continuas y siempre aumentadas resistencias hacia las profundidades del mundo de las sombras inconscientes. Es, por tanto, sobradamente concebible que todo médico, como persona nor 7 Experimente en si mismo las resistencias” AS Vidlentas contra esta tendencia, sin duda alguna morbosa, de su pacien- f€,pulesto que siente con perfecta claridad la ten- dencia netamente_patolégica_de éste. Considerar: POF tanto, que precisamente en Su calidad de mé- dico, obraré mejor si no se deja envolver por las fantasfas de aquél. Es sumamente comprensible que el médico sienta hasta repulsién hacia la ten- dencia del enfermo, y no cabe duda de que es re- pugnante ver cémo una persona se entrega por “187 completo a si misma, y se vanagloria continua- mente de sus propios mimisculos asuntos. Es, en general, muy poco agradable para la sensibilidad estética de un hombre normal, la inmensa mayorfa de las fantasfas neuréticas, cuando no Iegan a producirle verdadero asco. El psicoanalista debe prescindir, desde luego, de este juicio valorativo estético, exactamente de la misma manera que cualquier otro médico que tenga la seria intencién de ayudar verdaderamente a sus enfermos; no debe tenerse tampoco repugnancia ante trabajos sucios, si con ellos puede alcanzar su finalidad terapéutica. Sin duda existe un gran numero de enfermos soméaticos que curan sin un diagndstico preciso y sin un radical tratamiento local, pura- mente por la aplicacién de remedios generales, ff- sicos, dietéticos y sugestivos. Sin embargo, los casos dificiles no consiguen la anhelada curacién més que con una terapia individual que se fun- damenta en un diagnéstico exacto y en un cono- cimiento detallado del caso concreto de Ja enfer- medad. Los métodos actuales de psicoterapia consis- tian en tales remedios generales que en los casos leves no sélo no engendraban ningin mal mayor, sino que aportaban verdadero provecho. Sin em- bargo, un gran numero de nuestros enfermos se muestra inasequible a tales remedios. Si saraleo que_pueda_proporeianar_remedios a tdfes casos, r no Pade ser sino el psicoandlisis, con Io cual no qu: c na manera que sea él psi- coanilis jacea_universal—talesalitma- ciones sélo nos son atributdas por la critica ma- lévola y parcial. Sabemos perfectamente que el psicoandlisis puede fracasar también en determi- nados casos, como es sabido, asimismo, que tam- 188 | | poco la Medicina sabré nunca curar todas las en- fermedades. EI buceo del andllisis saca a veces a la superfi- cie, procedentes de los bajos fondos Henos de ba- rro, trozos de materiales sucios que por lo pronto deben ser limpiados para que aparezca su real va Jor. Las fantasias sucias son lo desprovisto de valor que se desecha; en cambio, lo valioso es la libido que se ha «pegado» a ellas y que vuelve a ser Util para ser empleada a raiz del trabajo pu- rificador. Sin duda, el psicoanalista de oficio, como todo especialista en general, creera a veces que las fantasias tienen un especial valor en si, y no s6lo aquel valor que les confiere la libido que les es inherente, Sin embargo, el mismo enfermo no hard suya esta valoraci6n, por lo menos en un principio. Para el médico, las fantasias sélo tienen valor cientifico, de Ja misma manera que al ciru- jano ha de interesarle, desde el punto de vista de su interés cientifico, el problema de la cantidad de estafilococos 0 estreptococos que contiene el pus. Esto es completamente indiferente para el enfermo. El médico obrara bien, frente a su pa- ciente, para no invitar involuntariamente a aquél a que tenga mas alegria de lo necesario con sus fantasias, El significado etiolégico que se suele atribuir —segin creo yo, indebidamente— a las fantasias, explica por qué los trabajos psicoanalis- tas publicados reservan tan amplio espacio a la discusién concreta de las diferentes formas de fantasias. Pero al saber que en psicologia todo es posi- ble, la valoraci6n inicial de las fantasfas, ast como el afan de descubrir en ellas el motivo etiolégico, se iré perdiendo paulatinamente. Ninguna relacién de casos seria capaz, ademas, por muy extensa 189 que fuese, de agotar este mar inmenso. Te6ricam S as son inagotables, En la mayoria de los casos, después de cierto tiempo, cesa la produccién de fantasfas hecho del cual atin no debemos concluir, desde Iuego, que las posibilidades de la imaginacién de nuestro pa- ciente han quedado agotadas, sino que el cese de la produccién significa tan s6lo que ya no queda ninguna libido en vias de regresién, Sin embargo, dicha regresién acabése cuando la libido se apo- deré de las tareas reales y actuales y se necesité para la solucién de estos problemas. Existen, des- de luego, casos (y éstos hasta son numerosos) en Jos que la produccién de interminables fantasias dura més de Ia cuenta, produciéndose asi una in- terrupcién en el tratamiento, ora a raiz del placer que el enfermo encuentra en su actividad de fan- tasear, ora a consecuencia de una orientaci6n fal- sa por parte del propio médico. Este tltimo caso es harto frecuente en los psicoanalistas principian- tes que, cegados por la extensa casuistica psicoa- nalitica que ha sido publicada hasta ahora, que- dan detenidos en su interés por las fantasias que pretenden sean significativas desde el punto de vista etiolégico; tales médicos tratan de refrescar continuamente unas fantasias que provienen de la primera infancia, guiados como estan por la creencia ilusoria de que con ello darin con las di- ficultades neuréticas dela solucién, No ven que ésta, consiste-en. actuar y en el cumplimiento de determinados deberes ineludibles que nos son planteados por la misma vida. Se nos podré objetar que la neurosis consiste precisamente en que el paciente es incapaz de cumplir con estos postulados de la vida, y que la terapia debe proponerse capacitarle para ello, me- 190 diante este andlisis de su inconsciente, 0 propor- cionarle por lo menos los remedios que sean ne- cesarios. La objecién formulada bajo esta forma est muy justificada; sin embargo, es preciso afia- dir inmediatamente que sélo tiene validez cuando la tarea que el enfermo debe realizar sea cons- ciente al mismo enfermo; y consciente no sdlo en un mero sentido tedrico, esto es, en sus directri- ces generales, sino hasta en sus mds infimos deta- les. Ahora bien, el neurdtico se caracteriza preci samente por la falta de este claro reconocimiento, aun cuando esté ya orientado —siempre en pro- porcién directa con su nivel de inteligencia— ha- cia las tareas generales de la vida y se esfuerce en cumplir con las prescripciones de la corriente mo- ral de la existencia, Sin embargo, conoceré tanto menos los deberes vitales, incomparablemente mas importantes frente a s{ mismo, o a veces los ignorara por completo. No es suficiente, pues, se- guir al paciente a ciegas por el sendero de su re- gresién, empujandole hacia sus fantasias infanti- les por un interés etiolégico nuestro, muy inade- cuado, Muy a menudo tengo que oir de mis enfer- mos que han quedado estancados sin éxito alguno en_medio de un tratamiento psicoanalitico: | «Mi médico supone que xistir en mf al: gan traumatismo infantil, o una fantasia equivas lente a él que sodavia estoy reprimiendo.> Pasan- dd por alto los casos en TOs Guales tales suposicio- nes correspondieron a la realidad, he visto tam- bién otros en los que el obstaculo consistia en que Ja libido extraida a Ja superficie mediante la labor analitica, volvié a sumergirse en las profundida- des, por una falta de ocupacién de ella, pues la atencién del médico estaba completamente dedica- da a la fase infantil, sin que viera cudles eran los 191 esfuerzos de adaptacién que la vida requeria de su paciente en aquel momento preciso. La conse- cuencia fue, desde luego, que la libido extraida a la superficie, volvié una y otra vez a sumergirse en el limbo del inconsciente, puesto que no se le dio oportunidad para ejercitarse. Existen muy numerosos enfermos que Ilegan por si mismos a comprender claramente sus tareas vitales, y que, Por tanto, proceden con relativa rapidez a suspen- der la produccién de fantasias regresivas, ya que preficren vivir en la realidad y no entregarse a sus fantasias. Desgraciadamente, no podemos de- cir otro tanto de todos los enfermos, Hay, entre ellos, no pocos que renuncian durante muy largo tiempo —a veces para siempre— a cumplir con sus tareas primordiales en la vida, dando la pre- ferencia a los ensuefios Pasivos y neurdticos, (Aprovecho la oportunidad para Hamar aqui, una vez més, la atencién sobre el hecho de que por «ensuefios» no debemos entender siempre un fe- némeno forzosamente consciente.) En correspondencia con estos hechos y con el creciente conocimiento, el mismo caracter del psi- coandlisis fue cambiandose en el curso de los afios. Si bien en sus primeros comienzos el psicoa- nilisis era una especie de método quirirgico que se proponia desalojar del alma un cuerpo extrafio, un afecto «atrapado», la forma ulterior representé mids bien una especie de método histérico que se dedicaba a aclarar y a investigar, cuidadosamente, Ja historia evolutiva de las neurosis hasta en sus més intimos detalles, reduciéndola toda a sus pri- meros indicios. La TRANSFERENCIA AFECTIVA. — No se puede des- conocer que la formacién de este ultimo método 192 se debié a un interés cientifico muy potente y a una introyeccién sentimental (empatia) personal, cuyas huellas son claramente reconocibles en las exposiciones de casos que la Escuela psicoanaliti- ca ha producido hasta hoy. Freud logré de hecho, gracias a ello, descubrir en qué consistia el efecto terapéutico del psicoandlisis. En tanto que antes se buscaba dicho efecto en la descarga del afecto traumatico, descubridse entonces que las fantasfas desveladas se asociaban completamente con la persona del propio médico, Freud denominé a este proceso transferencia afectiva (Uebertragung), basaindose en el hecho de que el paciente transfe- ria, al finalizar el andlisis, todas sus fantasfas, que antes estaban vinculadas a las figuras —imdge- nes— de los padres, sobre el propio médico. No es preciso imaginarse esta transferencia como si el proceso se limitara tinica y exclusivamentg a lo meramente intelectual, sino que debemos figurar- nos que la libido «pegada» a las fantasias se sedi- menta, por decirlo asi, junto con las fantasfas, en la figura del médico. Todas aquellas fantasias se- xuales esbozadas que rodean la imago de los pa- dres, rodearén ahora al médico, y cuanto menos Tega a darse cuenta de este proceso el paciente, tanto mds intensa y fuertemente quedaré ligado inconscientemente a él. Este reconocimiento tiene una importancia capital desde varios puntos de vista, Ante todo, este proceso acarrea grandes ven- tajas bioldgicas para el mismo enfermo, Cuanto menor sea el tributo que paga al mundo de las realidades, tanto mas aumentadas aparecerén sus fantasias, y tanto més quedardn interceptadas sus relaciones con el mundo. Es t{pico_para el neuré- tico que sus relacis jem. pre perturbadas, esto es, acusen una adaptacién 193 13—Teoria del Psicoanslists disminuide. Mediante la transferencia afectiva, prodiicese ahora un puente a través del cual el paciente puede salir del seno de la familia y acer- carse al mundo, 0 expresado lo mismo en otras palabras: puede rescatarse del medio ambiente infantil para entrar en el mundo de las personas - mayores, puesto que el médico representa para él una parte del mundo extrafamiliar. Sin embar- go, por el otro lado, la transferencia representa “al mismo tiempo un poderoso obstaculo para el progreso del tratamiento, puesto que, mediante ella, el enfermo llega a asimilar al médico con su padre y su madre cuando precisamente deberia representar para él un primer pedazo de la reali- dad extrafamiliar; por eso toda la ventaja de esta isi ueda_paralizady/Cuanto_mas fa del médico_a jun hombre, tanto mas provechosa sera para él la ltrasferencia practica. Sin embargo, cuanto menos ‘onsideracion Te merezca el médico como ser hu- mano y cuanto més lo asimile a Ja figura de su Ipropio padre, tanto mas pequefia ser esta venta- lja, y tanto més aumentard la desventaja de la transferencia afectiva, puesto que, con ello, el pa- iente no hace sino ampliar los limites de su fa- milia, que Iega a enriquecerse meramente con una persona nueva, semejante a los padres. E] mismo, sin embargo, se encuentra tanto como an- tes en un medio ambiente infantil; por tanto, en su constelacién primitiva; de esta manera, todas las ventajas de la transferencia quedan aniquila- das. Existen enfermos que aceptan el psicoandli- sis con el mayor agrado y estin completamente dispuestos a someterse a él, siendo muy fecun- dos en la produccién de fantasias, sin que reali- cen el mas minimo progreso, a pesar de que su 194 neurosis nos parezca ya aclarada hasta en sus més infimos detalles y rincones. El médico que queda preso en su manera de ver historicista, pue- de ser en tales casos, con mayor facilidad, victi- ma de una confusién, y tiene que plantearse el problema de si le queda atin algo para analizar en el caso en cuestién. Esto ocurre precisamente en aquellos casos de que hemos hablado anterior- mente, y en los que no se trata ya, de ningin modo, de analizar un material histérico, sino del problema de inducir al paciente a actuar, lo que significa ante todo Ia superacién de la actitud in- fantil, Sin duda, mediante el andlisis historic del caso, se descubrira una y otra vez si el enfermo ha adoptado una actitud infantil frente al psicoa- nalista; sin embargo, de ello no resulta atin ningu- na posibilidad de cambiar dicha actitud. Hasta cierto punto, esta desventaja considerable de la transferencia afectiva se produciré en todos los casos. Paulatinamente, se ha ido estableciendo que, aunque Ja parte hasta ahora expuesta del psi- coandlisis es extraordinariamente interesante y valiosa desde el punto de vista cientifico, no tiene, sin embargo, ni lejanamente, la misma importan- cia, desde el punto de vista de la practica, que el andlisis de la transferencia afectiva, al que proce: depgmos ahora ———_"~ CONFESION Y PSICOANALIS! sin embargo, en los detalles de esta parte del and lisis, tan importante para la practica, quisiera lla mar la atencién sobre un paralelismo que exist entre la primera parte y un procediy miento historico-cultural instituido desde hacé muchos siglos: la institucién religiosa de fa con- fesion. NO 195 \ RRO OR NAP OOK Tm Nada puede encerrar a un hombre tanto en si mismo, y nada puede separarle tanto de la comu- nidad de los demas humans, coma-la-posesin» de un secrets personalmente ffuy importante que aculta-simida-Y_celosamente. Actos y pensamien- tos «pecaminosos> som muy a menudo los que aislan a los hombres, oponiéndoles entre sf. En tales casos, la confesién proporciona muchas ve- ces una verdadera redencién. La sensacién-de_un considerable alivio que suele seguir a la confesién, es debidaa Js reinelusidn de la_persone-perdida en el sen colectividad, Su aislamiento y en- cepramiiiento ata tan dificilmente soportado, acabése con la confesién. He aqui en qué consiste Ja ventaja psicolégica mas esencial de la confe- sién. La confesién acarrea, ademas, otras conse- cuencias necesarias: por la transferencia del se- creto y de todas las fantasfas inconscientes, se produce cierto enlace moral entre el individuo y el. padre_espirit jada _«relacion de transferéncia afectivas. Quien tenga alguna expe- riencia psicoanalitica, sabré apreciar Ja importan- cie-personal que obtieié el médico por el mero hecho de_que el paciente Uegueaconfesarle sus secretos. Es muchas veces sorprendente cudn con- siderablemente puede cambiar el comportamien- to del enfermo a consecuencia de ello; sin duda, esta consecuencia era intencionada por parte de Ja Iglesia, El] hecho de que la mayoria preponde- frante de la Humanidad no s6lo necesite ser con- duvida, sino que ni siquiera desee otra cosa que hallarse puesta bajo tutela, justifica hasta cierto untarel valor moral que la Iglesia adscribe a Ja mfesién. El sacerdote, provisto de todos los atributos del poder paterno, es el conductor y el pastor responsable de su grey. El es el padre es- 196 piritual, y los feligreses son los hijos espirituales. Por consiguiente, el sacerdote y la Iglesia legan a suplantar para el individuo a los padres y a li- brarles de los lazos familiares demasiado estre- chos. Mientras el_sac na_verdadera personalidad de altos valores morales y de natural nobleza de pensamientd; uniendo a estas cualida- des también la de una alta cultura intelectual, 1a institucién de Ja-confesién debe ser alabada como un_brillante método de guia y educacién social que, Sr efstto; durante mas de 1.500 afios ha de- sempefiattoruna formidable tarea educativa, Mien- tras la Iglesia catélica’ medieval supo proteger el arte y la ciencia —Io que logré sin duda gracias a Ia, a veces, amplisima tolerancia del elemento se- glar—, la confesion pudo servir como un magni- fico medio de educacidn. Sin embargo, perdi6 la confesién su valor educativo, por lo menos a los ojos de las personas de alta cultura intelectual, tan pronto como la Iglesia se demostré incapaz de defender su primacia en el sector intelectual, Jo que es la consecuencia inevitable de la anqui- losis espiritual. El_hombre moral e intelectual- mente desarrollado de Westra época ya no anhela seguir una fe o un rigido dogma. Quiese_compren. der, No nos puede extrafiar, pues, si deja de Tado cuanto no comprenda, y el simbolo religioso per- tenece a aquellas cosas, puesto que su compren- sion no es demasiado facil. Esto explica que sea. casi siempre la religién una de las primeras cosas de que se libra. El sacrificium intellectus que re. quiere toda fe positiva, es un acto de violencia contra el cual la conciencia racional del hombre superior se subleva. Ahora bien, en lo que hace referencia al psico- andlisis, la mayoria de los casos de relaciones de 197 transferencia 0 de dependencia pueden ser consi- derados como suficientes para un determinado efecto terapéutico, siempre que el analitico sea una personalidad intelectualmente superior, y ca- Pacitada, bajo todos los aspectos, para conducir con plena responsabilidad a su paciente, llegando a ser un verdadero padre del pueblo, Sin embar- g0, el hombre moderno, espiritualmente desarro- lado, aspira —consciente o inconscientemente— a regirse auténomamente y a sostenerse en el sec- tor moral por sus propias fuerzas. El timén que otros hadian manejado ya demasiado tiempo en su lugar, quisiera tenerlo otra vez en sus manos. Querria comprender, 0, dicho en otras palabras, quisiera ser él mismo-une-persona mayar. Es, sin duda, mucho-mas facil dejarse guiar y conducir; pero esto ya no es del agrado del hombre culto de hoy, puesto que siente instintivamente que el es. piritu de guestra época le exige ante todo una sucooniglrmy El psicoandlisis ha de tener en cuenta este postMado, y, por tanto, debe rechazar con férrea consecuencia las aspiraciones del en- fermo a que lo conduzcan y le den instrucciones de continuo. El médico psicoanalista conoce de- masiado bien su propia imperfeccién para que pueda pretender seriamente desempefiar el papel de padre o de guia, Su aspiracién maxima no pue- de consistir sino en educar a sus enfermos para hacer de ellos personalidades auténomas, libran- dolos de la vinculacién inconsciente a los limites infantiles. El psicoandlisis tiene por misién el analizar esta situacién de transferencia, tarea que se asemeja bastante a la del sacerdote. Mediante el andlisis de la transferencia debe cortarse el lazo inconsciente (y consciente) con el médico, ponigndese el enfermo por fin sobre sus propias 198 picrnas. Esta deberd ser por Jo menos la inten- cién del tratamiento. ANALISIS DE LA TRANSFERENCIA AFECTIVA. — He- mos visto ya que la transferencia afectiva acarrea toda clase de dificultades en la relacién entre el paciente y el médico, puesto que éste queda asi- milado siempre mds © menos sub specie a la fa- milia. La primera parte del andlisis —el descubri- miento del complejo— es mas bien facil y senci- lla, gracias al hecho de que cada uno se libra muy gustoso de sus dolorosos secretos; luego, ex- perimenta asimismo una satisfaccién especial por haber logrado por fin encontrar alguien que pres- tara su comprensivo ofdo a aquellas cosas a las que ningin otro hubiera consagrado atencién, Para el enfermo, es una sensacién peculiar muy agradable la de ser comprendido y tener a su lado un médico que esti decidido a comprender a su paciente a toda costa, y que se halla dispues- to, ademds, a seguirle a través del laberinto de to- das las aberraciones posibles. Existen enfermos que poscen para ello una prueba especial, consis- tente, por lo general, en una pregunta determinada a la que el médico debiera de consagrar su aten- cidn; si luego resulta que éste no puede o no quie- re hacerlo, queda formulado el juicio sumarisimo de que «no vale nada»,La sensacién de ser_com- prendido, posee un encan, ‘alas al- fermos, almas insacia- bles_Guando se trata de ser «comprendidas», ~ El comiiénzo del-andlisis-es,-por regla general y a raiz de estas disposiciones favorables, relati- vamente facil. Los efectos terapéuticos que se pre- sentan ya a veces en estos comienzos y que bajo 199 ciertas condiciones pueden ser muy importantes, se obtienen con suma facilidad y pueden, por tan- to, seducir a todo principiante a un cierto opti mismo terapéutico, asi como a una superficiali- dad analitica, que son desproporcionados a la di- ficultad especial y a la seriedad de la tarea del psicoanalista. Se puede afiadir también que la pu- blicacién de los efectos terapéuticos no es nunca tan despreciable como precisamente en el psicoa- nilisis, ya que nadie deberia saber mejor que el propio psicoanalista que el éxito terapéutico de- pende al fin y al cabo, en lo principal, de la cola- boracién de la Naturaleza.y del mismo enfermo. Concedo atin la justificacién de cierto orgullo en el psicoanalista acerca de su comprensién crecien- te, que rebasa en mucho a los conocimientos de que se solia disponer antes de Freud. Sin embar- go no podemos dejar de reprochar a quienes han publicado trabajos psicoanaliticos, que han per- mitido que su ciencia aparezca a veces bajo una luz completamente falsa. Existen publicaciones terapéuticas de las cuales toda persona no inicia- da debe sacar la impresién de que el andlisis no es sino una intervencién relativamente facil 0 una especie de brillante truco con formidables éxitos. La primera parte del andlisis, durante Ja cual in- tentamos comprender al paciente, procurandole ya con ello notable alivio, es la responsable de to- das las ilusiones terapéuticas. Las mejorias que se presentan a veces en los comienzos, al iniciarse el andlisis, no representan desde luego el éxito del método psicoanalitico por excelencia, sino que son meramente, en la mayoria de los casos, ali- vios pasajeros que vienen a apoyar considerable- mente el proceso de Ja transferencia afectiva, Una ve rimeras resistencias contra tal encia, esta ultima no es, al fin y al cabo, siN0"UHa situacion punto menos que ideatpara el anatizado. Este mismo no tiene que hacer ningdn esfuerzo, y, sin embargo, existe otra persona que— sale a su encuentro por | stg Thitad del camino, con una peculiar voluntad de com. prenderle hasta entonces desconocida para él, vo- luntad tan firme que no se deja intimidar ni abu- rrir, aunque el neurético haga gala a veces, con todos los medios posibles, de su terquedad y su testarudez. infantile Geslencas te modo auecl ealeripanasaciionya en colocar al médico entre los dioses lares de_su Sue totaal Th -embargo, el neurdtico satis- face con ello, al mismo tiempo, otra necesidad suya, porque realiza aquella primera adquisicin extrafamiliar que constituye un verdadero postu- lado bioldgico. Asi, el enfs i Iqutelacicude la transferencia, doable ventasainep! ero, una personal Ja cual - 2 igh carifiosa y orienta- su_condicion na al enfermo a aoe ‘Son una eas de una do _peligro. Ahora bien, si con esta adquisicion se produce al mismo tiempo wp giatuptoniintasopduiioowlo que suele ocurrir no raras veces, entonces la fe c4n- dida del neurético en la perfeccién de Ja nueva siutacién asi obtenida es atin mayor. En estas condiciones, es completamente natural y com- prensible que el paciente no esté dispuesto, ni 201 muchisimo menos, a renunciar a estas ventajas. Si dependiese de él, preferiria estar siempre al lado del médico. Iniciase, por santo, smumerosas faptasias acerca del_modg - ee ee Th ello un papel importantist a erotismo, que queda no sélo utilizado pa- ralelamente, sino hasta exagerado, para demostrar atin mas patentemente la imposibilidad de una separacién. De modo harto comprensible, el en- fermo opondria al médico muy tercas resistencias, si este Ultimo realizara algdn intento de disolver la relacién de Ja transferencia. Ahora bien, nos es forzoso no olvidar que, para tanto neurético, la adquisicién de una relacién extrafamiliar es un verdadero deber vital —como Jo es también para toda persona normal—; a saber, un deber cum- plido debidamente en Ja fase anterior de su vida. Quisiera salir aqui muy enérgicamente al encuen- tro de la opinién muy divulgada de que por «rela- cién extrafamiliar» entendemos siempre una_rela- cién sexual. En muy numerosos casos queremos decir: una_relacin cualquiera menos ésta. Repre- _senta efectivamente Una mata-hrteligencia neuré. tica, muy preferida por nuestros pacientes, el ad- mitir que la justa adaptacién al mundo consiste en la satisfaccién desenfrenada de la sexualidad, 1co en este punto estd desprovista de equi- voco la literatura sobre el tema «Psicoanilisis» y existen publicaciones de las cuales no es posible sacar otra conclusién que no sea precisamente ésta. Sin embargo, este error es mucho mas anti- guo que el propio psicoanilisis, de modo que no nos pesa en absoluto. El antiguo médico rutinario conoce perfectamente esta especie de consejo, y yo mismo he atendido a ms de un enfermo que llegé a actuar segiin este principio. Si hay psicoa- 202 nalista que recomiende la misma receta, Jo haria sin duda por participar a su vez en el error de su enfermo, quien cree que sus fantasias sexuales tendrian por fuente una sexualidad acumulada («reprimida»). Naturalmente, para tal caso esta receta representaria la redencidn. Sin embargo, no se trata de eso, sino de -una libido regresiva, que afiora todo lo infantil y retrocede ante las tareas reales, libido que queda cxagerada por la fantasfa, Si apoyamos esta tendencia regresiva, corroboramos sencillamente aquella zctitud infan- til del neurdtico que més sufrimientos le causa. Lo que el neurético debe aprender es aquella cla- se superior de adaptacién que la civilizacién re- quiere de toda persona adulta. Quien tenga la ten- dencia manifiesta hacia su propio rebajamiento moral, no necesita para ello el psicoaniilisis, sino que ya lo har por si mismo. No obstante, no de- bemos caer tampoco en el extremo opuesto y creer que gracias al psicoandlisis formaremos s6lo personas superiores. El psicoandlisis est mas alld de toda moral tradicional, y no esta obligado a respetar ningtin standard moral general; no es ni quiere ser mas que un simple medio de asegu- rar una valvula de escape a las tendencias, indivi- duales, desarrollandolas y armonizdndolas lo mas posible con la totalidad de la persona. El gsicoandlisis de un método_bioldgico que trate de reumrarmonicamente el maxi - i Efivg cone rendigento biologico nidyor valia. Puesto que el hombre esta determi- (EO TOCOTS a ser un indivi luo, sino también a formar parte de la sociedad, estas dos tendencias inherentes a la misma naturaleza humana no po- dran nunca ser separadas 0 sometidas a otra, sin que la persona salga muy perjudicada de ello, El 203 enfermo acabaré el andlisis, en el mejor de los casos, tal como es en realidad, esto es, con una personalidad homogénica, no siendo ni bueno ni malo, sino un hombre como ser natural. Sin em- bargo, el psicoandlisis renuncia a ser un método educative si se entiende por «educacién» aquel medio por el cual se puede producir un drbol be- Ilo y artificialmente formado. Sin embargo, quien profese un concepto superior de Ja educacién, alabaré como el mejor aquel método educativo que sepa formar un drbol de tal manera que cum- pla lo mas perfectamente posible con las condi- ciones de desarrollo que le impuso Ia Naturaleza. ‘Muy facilmente se entrega uno al temor comple- tamente ridiculo de que el hombre es, cuando es fiel a si mismo, un ser completamente insoporta- ble, y de que si todos los hombres demostraran ser tal como son en realidad, se produciria una horripilante catastrofe. Por

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