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PEDRO HENRIQUEZ URENA LA UTOPIA DE AMERICA PEDRO HENRIQUEZ URENA Para Martella'y Bettina EN Los rETRATOS de Pedro Henriquez Ureha que legaron a la perezosa posteridad latinoamericana Alfonso Reyes, Jorge Tuis Borges, Ezequiel Martinez Estrada y Enrique Anderson Imbert, entre otros, no se dis- tinguen los rasgos que habitualmente adornan a las imagenes de los pré- ceres de las letras latinoamericanas. Carecia de pose y de pathos. Irra- diaba, en cambio, ung sobria pasién y un magisterio humano tan grandes, que alcanzan a llegar hasta el lector de hoy entre las Hineas de los retratos. No lo rodeaba el aura de alguna leyenda que da fama. Ningun maestra europeo o, subsidiariamente, espaiiol lo santificd cien- tificamente a la puerta de alguna sonora universidad, ni lo consagré con algin gesto de aprobacién en alguna visita, ni, como ha solido ocurrir en tantos casos, le infundié con la mirada o un apretén de manos la ciencia de que carecia el afamado visitante. Fue discipula de si mismo, pero no autodidacta: desde nifo, le cuenta su hermano Max, fue ef maestro por excelencia que aprendia enscfande y ensefiaba aprendiendo, enriqueciendo asi una vieja tradicién americana que hizo del hogar una grata escuela y de la vida en sociedad una imborrable pasién intelectual. Tgnoraba las gesticulaciones, y aunque en Jas prosas de su juventud tem- prana se asoman, timidamente, es cierto. las huellas del entusiasmo que debié causar en el conciso Don Pedro la exuberancia del tenor de las letras italianas, D’Annunzio, esa admiracién —comprensible en un amante de la épera, como lo fue Hentiquez Urefa— nunca lo sedujo a con vertir la literatura en un escenario pinteresco. Pronto abandond esas in- tenciones —o tentaciones— “guillermovalencianas” en ares de la senci- lez cristalina, de la que es ejemplo 1a prosa de sus Seis ensayos en busca de nuestra expresién (1928). Sin proponérselo, es decir, con elegancia, Pedro Henriquez Urefa encarnd la figura del antihéroe literario en Ia IX Republica opulentamente patética de las letras latinoamericanas de su tiempo, Este antiheroismo lo ha retribuido Ia perezosa posteridad latinoame- ticana con un apurado, pero pertinaz olvido venerable. Las ediciones de Las corrientes literarias ex la América hispdnica, por ejemplo, se multiplican desde su aparicién en 1949 (en la versién castellana de Joaquin Diez-Canedo; el original inglés es de 1945) con rutinaria regu- laridad. Nada indica, sin embargo, que en ese largo lapso se las haya leido con ja atencién que merecen y el provecho que prometen. Si algtin avisado investigador de Jos aftos cincuenta se hubiera fijado sin prevenciones en las densas Hineas que alli dedica Henriquez Urefia al Modernismo, y hubiera tratado de profundizarlas o, al menos, de rebatir sus tesis, es probable que el debate sobre el Modernisma hubiera podido prescindir tanto de las peregrinas especulaciones de Guillermo Diaz Plaja en su libro Modernismo frente a Noventa y ocha (1952) como de las numerosas defensas que ha emprendido con tan conmove- dora cordialidad el jurista santanderino Dr. Ricardo Gullén. El parrafo con que se inicia el capitulo VII de las Corrientes, para citar sdlo un ejemplo, plantea la cuestién en los adecuados términos histéricos, ¥ esboza, indirectamente, un programa de trabajo, cuya realizacién sigue ain prometiendo sélidas, concretos y claros resultados que eviten inte- resantes, a veces plausibles y bibliogrdficamente fundadas especulaciones sobre indigenismo, pitagorismo, los colores, los olores, etc., en el Mader- nismo, o que coloque esos fragmentos aislados dentro de un contexte que les dé sentido Csi lo tienen). No deja de ser posible que los lectores avisados, pero desatentos, de las Corrientes, habituados ai gesticula- dor “importantismo” reinante Caparatosas notas a pie de pagina, que no prueban ni complementan nada; terminologia sonora, pero confusa: efusiones anecdaticas y clamantes eurekas que reivindican la genia- lidad del autor, etc.) no pudieron reconocer en las paginas sintéticas de madesta apariencia Jo que tras ellas se ocultaba, y confundieron la sintesis con la enumeracion. Pero Ja enumeracién, tanto en el texto coma en el rico aparato de notas, supone, para ser entendida en su dimensién, que el lector latinoamericano conozca, en parte o en todo y aun de manera rudimentaria, su propia literatura, de modo que la simple mencién baste para que ese ideal lector latinoamericano coloque las obras, los autores y las corrientes en el contexto trazado por Hen- riquez Ureria. Para el lector extranjero (a quien estaban destinadas originatiamente las Corrientes), la enumeracién es un programa de estu- dio y al mismo tiempo wna invitacién a que cumpla un elemental man- damiento del trabajo intelectual: tener en cuenta un amplio, indispen- sable contexto, es decir, no confundir [a literatura latinoamericana con el autor en que se especializa, no dar por ciencia rigurosa lo que es miopia o incapacidad personal de darse cuenta que un autor es sdlo x

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