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Para Héléne La trayectoria seguida por la Llibreria Altair parte de una concepcién de la antropologia y del viaje como actividades que se implican mutuamente. El viajero no puede sentirse ajeno a la etnologia, ni el antropélogo puede renunciar al contacto directo con otras culturas. Esta idea de viaje etnologi- co es el eje que vertebra la presente coleccién, dirigida por Albert Padrol y Josep M. Bernades, Titulo de la edicién origin Chronique des indiens guayaki © Librairie Plon, Parts, 1972 Primera edicién: noviembre de 1986 Traduccién: Alberto Claveria Disefo de la cubierta: Esteve Fort Propiedad de esta edicién: © Editorial Alta Fulla Bruce 71, 08009 Barcelona, tel. (93) 318 04 31 Impreso en Hurope, S.A. Recaredo 2, Poblenou (Barcelona) Depésito legal: B. 31.807-1986 ISBN: 84-86556-13-9 I NACIMIENTO «jBeeru! jEjo! ;Kromi waave!» cuchichea una voz al principio lejana y confusa y luego dolorosamente proxima; palabras ex- tranas y, sin embargo, comprendidas. jQué esfuerzo para sepa- rarse en plena noche del grato reposo al calor de la hoguera cercana! La voz, insistente, repite su llamada: «Beeru! jEjo! iPichugi memby waave! jNde ré ina meché! | Wwa!» («|Hombre blanco! {Ven! jHa nacido el hijo de Pichugi! Td has dicho que querias verlo!») Bruscamente todo se aclara, ya sé de qué se trata. Rabia ydesdnimo. {De qué me ha servido encargarles con varios dias de antelacién que me avisaran en cuanto aparecieran las primeras sefales, si me dejan dormir mientras tiene lugar el acontecimiento! Pues la llegada al mundo de un nifo es un acontecimiento hoy dia raro en Ja tribu y me interesaba mucho ver parir a Pichugi. Es su hermano Karekyrumbygi, Gran Coati, quien se ha incli- nado sobre mj, Las llamas agitadas iluminan su ancho rostro inmévil; ninguna emocién anima sus sélidos rasgos. No lleva su pasador labial y del agujero que divide su labio inferior pende un hilillo de saliva brillante. Al ver que ya no estoy dormido se endereza sin afadir una palabra y desaparece répidamente en la oscuridad.|Me precipito tras él con la esperanza de que el nino haya nacido hace poco rato y de encontrar con qué satisfacer mi curiosidad etnografica, pues es posible que ya no tenga més oportunidades de asistir a un parto entre los guayaquis. Quién sabe qué gestos efectuados en esta circunstancia, qué extrafhas palabras de bienvenida al recién llegado, qué ritos de recepcién de un indiecito puedo perderme para siempref En este caso nada podfia sustituir a la observacién directa: ni un cuestiona- tio, por preciso que fuera, ni el relato de un informador, cual- quiera que fuese su fidelidad! Pues es frecuente que bajo la 3 candidez de un gesto esbozado a medias, de una palabra rapida- mente proferida que encubre la singularidad fugitiva del senti- do, se albergue la luz que ilumine todo lo demas. Por eso espe- raba con tanta impaciencia como los propios indios el parto de Pichugi, firmemente decidido a no perderme el menor detalle de aquello que, no siendo reducible al puro desarrollo bioldgico, adquiere de golpe una dimensién social. Todo nacimiento es vivido dramaticamente por el grupo entero, no es la mera adi- cién de un individue suplementario a esta o aquella familia, sino una causa de desequilibrio entre el mundo de los hombres y el universo de las potencias invisibles, la subversién de un orden que el ritual debe ocuparse de restablecer. Un poco apartada de la choza en que viven Pichugi y su familia arde una hoguera cuyo calor y cuya claridad apenas templan el frio de esta noche de junio. Estamos en invierno. El muro de los grandes Arboles protege al pequeho campamento del viento de] sur; en é1 todo esta en silencio y sobre el rumor sordo y continuo del follaje agitado sélo destaca el crepitar seco de las hogueras familiares. Algunos indios estan en cuclillas alrededor de la mujer. Pichugi esta sentada, con los muslos separados, sobre una capa de helechos y palmas. Se aferra con ambas manos a una estaca firmemente clavada en tierra y que le permite, por el esfuerzo de traccién que ejerce al agarrarse a la misma, acompaiiar los movimientos musculares de la pelvis y, en consecuencia, facilitar la «caida» del nifto (pues waa, nacer, significa también caer). Tranquilizado, me doy cuenta de que era injusto con Karekyrumbygi. En realidad me ha avisado a tiempo: bruscamente ha aparecido un paquete y, mirandolo de reojo, me percato de que deja-un reguero sanguinolento y de que emite un vagido rabioso: el nino «ha caido». La madre, un poco jadeante, no ha emitido la menor queja. {Estoicismo o menor sensibilidad al dolor? No lo sé, pero tanto lo uno como lo otro puede ser cierto. En cualquier caso las indias tienen fama de parir con gran facilidad, y ante mi tengo la pruebal Ahi esté el kromi berreando, todo ha sucedido en unos minutos. Es un var6n} Los cuatro o cinco aché que rodean a Pichugi no dicen nada; en sus rostros atentos, en los que ni siquiera se dibuja una sonrisa, no puede descifrarse nada. De no estar prevenido, quizé no viera en ello mas que una brutal insensibilidad de salvajes ante lo que en nuestras sociedades suscita emociones y alegrias rapidamente expresadas. Cuando aparece el nino, el circulo familiar... Pues bien, la actitud de los indios es tan neal / 6

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