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Siempre lo había deseado. La familia de mi padre solía comparar a sus hijos entre sí,
o fútbol.
Mis padres, como forma de defenderse, también indicaban que sus hijos (mis
dos: Roberto, el mayor, que había ganado un concurso de dictados cuando cursó el
habían comparado con otros niños: “Ricardo es más inteligente que tú”, “nunca
quedas primer puesto en tu salón”, “no es cuestión de que apruebes con once:
debes sacar veinte”; “deberías estar en la selección de fulbito”, “ya sabía que no ibas
a ganar el torneo”, etc. Era considerado la oveja negra de la familia y nunca había
Como meta de autorrealización, siempre quise ganar algo y no ser el último de los
indiscreta junto a risas cómplices de algunos compañeros del cuarto año de primaria
del colegio fiscal del barrio donde nací. Me acordaba de aquellos niños de nombre
egregio que Nicomedes Santa Cruz había hecho referencia en su momento y ahora
se habían vuelto mis enemigos. El tal Ricardo era el más aplicado del salón y obtenía
veinte en casi todos los cursos y ganaba en todos los concursos. A veces su
sabía que el profesor nunca lo castigaría por las travesuras que él mismo ideaba y
docente de Matemática no le hizo nada pese a que descubrió que éste había vertido
espesor, quien se había sentado sobre la referida viscosidad hasta que sintió el frío
-¿Y qué más da, acaso Einstein no era un burro?-; le reclamaba a papá luego de
recibir el segundo correazo en mi muslo derecho por el “cero cinco” que obtuve en
Educación Artística. -El profesor te pidió que dibujes una obra de arte ¡qué es esto!
repliqué. -¡Nunca serás como Ricardo, nunca!-, y sentí tres correazos más en el
cuerpo. Ya no lloraba, pues recordaba durante el azote que “¡los hombres no lloran!”.
ganado por ser el primogénito; -No, éste necesita una tunda para que aprenda que
“la letra con sangre entra”-, afirmaba solemnemente Patricio, el segundo; -No, yo no
creo que eso sea necesario, pienso que debe despertarse más temprano y estudiar-,
un psicólogo, quizá tiene problemas… Pero yo te prometo algo (me miró fijamente
Navidad. Mira que te pido un segundo puesto, sé que no das para ser primero; pero
En ese instante no supe qué decir: estaba tan desmoralizado que podía ver que en
el día de la clausura del año escolar todos mis compañeros se reían de mí por haber
era fácil intentarlo, pues el segundo bimestre en que me encontraba, ya tenía una
colección de onces y un rojo que arrastraba del anterior (tenía “cero nueve”) en el
curso de matemática. -Lo voy a intentar-, musité. -¡No hables con la boca llena!-,
exclamó mi madre.
formación, la auxiliar repetía que los niños no debían ingresar con el cabello largo y
que aquellos que lo hicieran serían trasquilados y enviados a sus casas. En ese
sentido, llamó a los policías escolares para que se acercaran a las filas de sus
respectivos compañeros de aula y los envíen al frente de todos a los que habían
osado contar con el pelo fuera del tamaño permitido en el plantel escolar.
Un joven delgado de corte militar, quien además era uno de los dos amigos de
Ricardo, era policía escolar y suponíamos que los que no fuesen de su agrado serían
los condenados a ser trasquilados. Yo era uno de ellos así como Vladimir, quien era
uno de los mejores (si así se podría decir) en todos estos años estudiantiles, debido
a que quedaba segundo puesto al final de cada año en la escuela. Ricardo, con sus
ojos negros penetrantes y, ubicado tercero en la fila que habíamos formado, le hacía
señas para que señale a varios que no eran de su agrado, estando nosotros dos
también en su lista negra. No era necesario decirlo en voz alta: todos los sabíamos.
El “militar”, como lo conocíamos, pasó al lado de cada uno y les cogía el cabello. Yo
me encontraba sétimo en la fila y tras mío se hallaba Vladimir. Una vez cerca de
nosotros, nos cogió del hombro y dirigió hacia delante; mi cabello no era tan grande
como para ser trasquilado, pero cada policía escolar decidía y su determinación era
respetada por la auxiliar e incluso por el director de OBE (esa oficina que velaba
siempre por la disciplina de los alumnos y otros beneficios). Una vez trasquilados
patio central y la auxiliar refirió en voz alta que éramos un mal ejemplo para los
demás y que, como estaba establecido en este plantel educativo, todos debíamos
pasar por el castigo respectivo y regresaríamos a casa. Vladimir, con los ojos
húmedos, dejó escapar una lágrima que se mezclaba con su vergüenza, la risa de
los demás que formaban filas (a su vez silenciados por los policías escolares) y los
suelo.
plantel a tiempo. Yo estaba cojeando por el dolor que sentía en el muslo izquierdo y
nada hacía presagiar lo que pasaría en casa, aunque lo sospechaba. En efecto, no
me fue mejor: recibí varios correazos y enviado a dormir hasta las cuatro de la tarde,
hora de mi almuerzo cuando me castigaban; no sin antes haber lavado toda mi ropa
palmas de las manos de mis compañeros dadas con furia contra mi nuca y en la
zona posterior de mi cabeza calva; cuenta aparte de recibir toda clase de bromas
pesadas e hirientes. Sólo deseé que la tierra me tragase y opté por estar en una cura
de silencio.
había prometido un regalo para Navidad si quedaba tan solo en el segundo puesto al
finalizar el año escolar. Significaba entonces que debía dejar fuera de competencia a
Vladimir y pisar los talones a Ricardo. No contento con esto, les dije que iba a lograr
el primer puesto. -¿Estás loco? ¡Ricardo saca veinte en todos los cursos!-, replicó
callaron en ese momento. Pero uno rió: -No puedes, nadie puede ganarle. Él es un
siempre me decían en casa (que nunca sería un “niño genio”). Al instante, todos los
dejó al borde del llanto; y, como no tenía fuerza en los brazos, no pude hacer algo
del hombro; una vez puestos de pie, nos llevó a OBE. El salón calló.
Nos dieron de correazos y nos suspendieron por dos días. Llamaron a mis padres y
ellos descargaron su furia en mí. Esa noche, luego de que papá me castigara
con una sonrisa irónica, y el “militar“, junto al gordo crespo se reían a carcajadas. No
les proferí palabra alguna y me senté al lado de Ovidio, quien me indicaba que ya se
Física. En casi todos los cursos obtuve doce, mientras que Ricardo alcanzaba
observó fastidiada mi promedio general de once, coronado por otra nota similar en
Conducta y Aprovechamiento.
En casa no fui recibido como un héroe ni mucho menos fui festejado. Mientras los
notas que habían obtenido sus hijos. Papá permaneció callado casi toda la reunión y
sólo atinó a decir, frente a la inminente pregunta, “Mi hijo ha salido bien…”. Todos
sabíamos que mi progenitor mentía. Pero en ese momento era un alivio para él ante
para ver quiénes eran los que representarían al salón; siendo dos alumnos por
sección. En pleno cuarto año, existían quince secciones del primero al decimoquinto.
Vladimir corría igual suerte en cuanto al acoso. Lo único que me quedaba era
los demás compañeros. Sabía que mis agresores harían hasta lo imposible para que
no participe, debido a que la evaluación eliminatoria se daba en cada salón luego del
recreo. Vladimir no llegó a clases por el temor que le embargaba el acoso. Dicho sea
de paso, el año anterior fue duramente golpeado por los tres cuando infringió las
No fui a las dos primeras horas de clase y me escondí en el baño, dentro del
compartimiento de los inodoros. Cerré la puerta con cerrojo y esperé a que sonara el
timbre del recreo. Uno del personal de limpieza (de nombre Oswaldo), se encontraba
tengo que limpiar tu suciedad-, me respondió con una naturalidad increíble. No sabía
qué hacer: faltaban veinte minutos para el recreo y necesitaba ocultarme sin que el
Bajé la manija del inodoro y salí rápidamente, mirando hacia el suelo. Mientras
por el jardín. Al rato, Oswaldo cogió una manguera y comenzó a regarlo. Pasaron los
veinte minutos y se retiró. Salí totalmente empapado y los zapatos llenos de barro. A
tiempo pude quitarme la camisa y la chompa sin que él se diera cuenta, debido a la
espesura del mismo jardín. El pantalón, por ser de color plomo, evaporaría el agua,
Me vi obligado a salir y corrí con todas mis fuerzas por el patio central (y el único, por
cemento con paños descascarados. Pasado el recreo, ingresé al salón: “el genio”,
totalmente irritado me miró y, junto a sus dos amigos cogieron sus puños como una
El docente de Lenguaje, una vez que entró al aula, invitó a que todos nos sentemos,
a fin de que podamos pasar el proceso eliminatorio de Lenguaje. -Es una prueba
los años yo corrijo la prueba uno por uno, con su explicación en la pizarra. Esta vez
no será así. Voy a mezclar todas las pruebas y cada alumno recibirá uno para que lo
En ese instante, las acciones cobraron un aspecto de cámara lenta: las pruebas
volaban por el aire, luego de que el profesor las lanzara como si realizara un sorteo.
Recogió los papeles uno de los alumnos sentados delante y los repartió a cada uno
las hojas escritas, si acaso podía reconocer mi letra desde lejos. Le pedí a Ovidio
que se acercara disimuladamente para ver dónde estaba mi prueba. -No le ha tocado
al “militar” ni al gordo crespo-, me indicó; -¡Qué alivio!-, acoté. -Tu prueba le tocó a
sentenciado.
de que habían modificaciones en mis palabras escritas, pero necesitaba saber cómo
con el cual, sin haberme percatado, venía evaluando la hoja de otro compañero. -
acerqué a él. Mi docente llamó la atención a los alumnos y mandó que revisasen las
mochilas. Pero, como por arte de magia, mi bolígrafo había vuelto a su lugar, por lo
caso.
No pude representar al salón en el concurso de Lenguaje; y sólo busqué ganar el
primer puesto para fin de año. Estudiaba amaneciéndome, pero no lograba vencer a
que Ricardo dieciocho y Vladimir quince. En el cuarto bimestre, logré tener doce,
consumado. No había logrado el primer puesto que presumí, ni el segundo lugar con
atrás).
libretas de fin de año. La acompañé de compras al mercado sin decir palabra alguna.
con pollo, el plato que te gusta-. Me sorprendió que me dijera eso, después de mi
Llegó Navidad y sabía que no tendría obsequio. Fui a dormir a las doce de la
con papel regalo y una nota. -Para ti, que lo intentaste. Eres un campeón. Papá y tus
adelante.