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PLANTEO DE UN ARTE AMERIC ‘ANO. U narte verdadero no puede andar lejos de la verdad, Porque si no, no seria arte sino juego. El juego tien, dea ser falso, mientras que el arte no puede serlo, ¥ como en una religion se da toralmente la verdad, el ate debe ser un poco como un acto religioso. Claro que no se trata de alguna religién en particular, sino de esa acti. tud mistica que consiste en incorporar todo lo que ocurre Por mas nocivo que sea, ya se trate del mundo, del mal, del bien, de lo hermoso o de lo feo. El ateo sélo veel bien y lo uiere practicar, pero el religioso, porque teme el mal, tiene conciencia de éste. Por eso vale mas una actitud religiows Porque ella confiesa que somos malos, Arte y religion tienen entonces en comiin la confesin de la verdad. Por lo menos en lo que se refiere al gean arte, aduel que surge como un compromiso y una necesidad y que po tiene nada que ver ni con el espectaculo de malaba ristas ni con la satisfaccidn de nuestros burgueses cuando van a reir al teatro. En general cuando el arte no confiesa, miente, y, por lo tanto, entra en el plano de la diversidn. ¥ la confesion ha 15 7 EL PENSAMIENTO I de ser de las cosas que vienen desde muy adentro, mas alls de la conciencia, de aquel mundo que se halla cerca del ger ‘men vital o de que arranca la vida misma. S6lo asi se hara arte american, porque América exige confesién, Pocas veces se la logré. El Martin Fierro pudo haherlo sido, pero se tif con aspectos ciudadanos y dejd de ser puramente una confesién. para ser en muchos aspec- tos un muestrario de vida gauchesca “Jaro que para confesar ¢s preciso estar apremiado. Por ‘eso no ha de ser una confesin a modo de didlogo, como quien hace una confidencia, sino del que lanza a la cara de los dento~ nios, que lo rodean, la evidencia de que vive, porque teme {que éstos se lo devoren. Se trata en el arte de una confesion que esté a la altura de una conjuracin magica, que se ela- bora con terror y en la que se vuelea todo lo que se es. Y es que en América hay una naturaleza en su sentido arcaico, ya sea como politica, como paisaje, como neuro- sis o lo que fuera. Se da siempre, y nos urge, la confesién. ‘Tratamos de conjurar el miedo con actitudes pretenciosas, con recetas técnicas respaldadas por ciudades monstruo- sas. Tratamos de echar tierra sobre la mala América vis- tiendo siempre el mas bonito de los trajes. Pero como en verdad somos malos y sucios, pronto comprendemos que somos tambien pequeiios y que el traje nos queda grande. Y como esto s6lo se arregla con la confesién, necesitamos el gran arte para ganar la salud. En cierta manera, la naturaleza mala de América nos urge para confesar lo que somos, y una confesin urgente hha de ser megalitica, de tremendas proporciones, para con- trarrestar la gran naturaleza y mantenerla a raya mediante la conjuracion magica. Eso, en la plastica, ha de ser como tun fresco, un monumento o un altar, , en fa accién, como rito, procesién o misa. Ya no se trata entonces del juego ‘menor de la pintura de caballete, porque no interesa el come- dor del burgués. Ni tampoco interesa la acci6n como un 16 PLANTEO DE UN ARTE simple episodio puesto a modo de cuadrito de caballete en ta caja escénica, En América se vuelve a la conjuracion, y ento ices hay que buscar la salvacién de las almas median- te la confesion, ya sea corno en la misa, llevando a los. re- yentes hacia la catarsis y conduciéndola ante los dios que pidan perdén, o fijando eso mismo mediante el empleo de la plistica, para que siempre se recuerde la necesidad de pedir perdon. Para ello hay que volver al antiguo terror ©, mejor, confesar que solo el terror nos lleva a vivir en el mundo falso de nuestras ciudades. Todo consiste en no perder la confesion y lograt con ella el gran lanto, ese ilanto primero que estalla cuando se res tablece la antigua unidad biol6gica de un hombre matila lo por un exceso de conciencia. Es el llanto que trata de tapar la técnica, la inteligencia y el boato ciudadano. No cabe duda que en este terreno del gran arte los tini cos bienaventurados son los iletrados, porque ellos siguen la senda de su unidad 0, mejor, de su confesion constante. Ellos 1 14an el Hanto a flor de piel y tienen el gran arte ¢ la sangre a punto de madurar, porque no son vietimas de su propia vonciencia corno nosotros los letrados. Fs la salt dable senda de los analfabetos que con sus signos cabled q ignos dicen toda para Claro que los letrados de nuestra clase media no ven la necesidad de tanta confesidn restos sino porque Y no es porque sean desho pexensie pore sa vi Sonsciente a ig a on eligrosa. Por eso pretieren el juego en el arte y por eso nunca haran el gran arte. Podran confesar los desheredados que nada tienen, la masa amorfa, que vegeta, porque solo ellos «estin» en América y en ese «estar» conocen el camino de la salud o sea de un arte como confesisn, Por eso nuestro arte ha de ser un arte de analiabetos. Pero es duro ser analfabeto porque hay que aniquilar el orgullo y, no s6lo eso, sino que también habré que iniciar EL PENSAMIENTO INDIGENA ¥ POPULAR EN AMER cA la confesién. Como lo que se reprime es mucho, la conte- sin sera monstruosa y un arte auténtico en América ha de ser feo y monstruoso, Por todo ello es inatil, por ejemplo, escribir teatro a la ‘manera griega o pintar como el mas francés, porque es0 es simplemente idiota. Como cuando éramos chicos y nos que- riamos meter en la conversacién de los adultos. No pode- ‘mos ser adultos en arte si no hemos sorbido el ambito para conseguir nuestra propia madurez, Sorbemos el ambito en tanto nos confesamos, y eu la confesi6n nos saldra un arte deforme que toma el sentido del miedo que llevamos muy adentro y entramos en el ritmo de los frustrados y no de los poderosos, el del residuo huma- no y no el de los que se creen hombres pero son inhuma- nos, 18

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