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Cuando un filésofo da a entender hoy que él no es un escéptico, - yo espero que se haya
percibido eso en la descripeién que acabo de hacer del espiritu objetivo -rodo el mundo oye
«30 con disgusto; se lo examina con cierto recelo, se querria preguntarle y preguntarle muchas
oss... incluso, entre los oyentes medrosos, que ahora existen en gran cantidad, se le caifica,
desde ese momento, de peligroso. Les parece como si, en el repudio del escepticismo por
parte de aquél, ellos escuchasen desde lejos un ruido malvado y ameazador, como si en
alguna parte se estuviera ensayando una nueva sustancia explosiva, una dinamita del espirieu,
quizé una nihilina rusa recién descubierta, un pesimismo bonae voluntaris [de buena
voluntad] que no se limita a decir no, a querer no, sino - ;cosa horrible de pensar! - a hacer
no, Contra esa especie de ebuena voluntad» - una voluntad de negacién real y efectiva de la
vida - no hay hoy, segiin es reconocido por todos, mejor somnifero y calmante que el
escepticismo, que la suave, amable, tranquilizante adormidera del escepticismo; y el propio
Hamlet es recetado hoy, por los médicos de la época, como un medicamento contra el
«espiritu» y sus rumores subcerrineos. «ZEs que no tenemos ya enteramente llenos los ofdos
de rumores perversos?- dice el escéptico, presentindose como amigo de la tranquilidad y casi
‘como una especie de policia de seguridad: - jese no subterrineo es horrible {Callaos por fin,
opos pesimistas!» En efecto, el escéptico, esa criatura delicada, se horroriza con demasiada
facilidad; su conciencia esti amaestrada para sobresaltarse y sentir algo asi como una
mordedura cuando oye cualquier no, ¢ incluso cuando oye un si duro y decidido. Si! y jno!
~ esto repugna a su moral; por el contrario, le gusta agasajar a su virtud con la noble
abstencién, diciendo acaso con Montaigne: «Qué sé yo?» O con Sécrates: «Yo sé que no sé
nada», O: «Aqui no me fio de mi, aqui no esté abierta ninguna puerta para mi», O:
«Suponiendo que estuviera abierta, para qué entrar enseguidal» O: «:De que sirven todas las
hipétesis apresuradas? No hacer hipétesis padrfaficilmente formar parte del buen gusto. :Es
aque tenéis que enderezar inmediatamente lo torcido? Que tapar todo agujero con una estopa
cualquiera? :No tiene esto su tiempo? No tiene tiempo el iempo? Oh muchachos del diablo,
zno podéis aguardar en modo alguno? También lo incierto tiene sus atractivos, también la
Esfinge es una Circe, también la Circe fre una filésofa.» - Asi se consuela a si mismo un
escéptico; y ¢s cierto que tiene necesidad de alggin consuelo. En efecto, el escepricismo es la
expresin més espiritual de una cierta constitucién psicolégica compleja a la que, en el
lenguaje vulgar, se le da el nombre de debilidad nerviosa y constitucién enfermiza; el
escepticismo surge siempre que razas 0 estamentos largo tiempo separados entre si se
entrecruzan de manera decidida y sibita. En la nueva estirpe, la cual, por asi decirlo, acoge
cn su sangre por herencia medidas y valores diferentes, todo es inquietud, turbacién, duda,
ensayo; las fuerzas mejores producen un efecto inhibitorio, las vireudes mismas no se dejan
uunas a otras crecer ni fortalecerse, en el cuerpo y en el alma faltan el equilibrio, el centro de
gravedad, la seguridad perpendicular. Pero lo que mis hondamente enferma y degenera en
esos mestizos ¢s la voluntad, ellos ya no conocen en absoluto la independencia en la
resolucién, el valiente sentimiento de placer en el querer, - incluso en sus suefios dudan de
la libertad de la voluntad», Nuestra Europa de hoy, escenario de un ensayo absurdo yrepentino de mezclar radicalmente entre silos examentos y, en consecuencia, las razas, es por
clo escéprica tanto arriba como abajo, exhibiendo unas veces ese mévil escepricismo que
salta, impaciente y vido, de una rama a otta, y presentindose otras torva cual una nube
cargada de signos de incerrogacién, - jy a menudo mortalmente harta de su voluntad! Parilisis
dela voluntad: jen qué lugar no encontramos hoy sentado a ese tullido! ;Y amenudo, incluso,
muy ataviado! ;Qué seductoramente engalanado! Para esta enfermedad existen los mis
hermosos vestidos de gala y de mentira; y que, por ejemplo, la mayor parte de lo que hoy se
exhibe a si mismo en los escaparates como «objetividad», «cientficismo», J are pour I‘arg
«conocer puro, independiente de la voluntad», no es otra cosa que escepticismo y parilisis de
la voluntad engalanados, -ése es un diagnéstico de la enfermedad europea del que yo quiero
salir responsable. - La enfermedad de la voluntad se ha extendido sobre Europa de una
manera no uniforme: donde més amplia y compleja se muestra es alli donde més tiempo
hace que la cultura esté aposentada, y desaparece en la medida en que «el bérbaro» hace valer
todavia -o de nuevo- su derecho bajo la desalifiada vestimenta de la cultura occidental. En la
Francia actual es, porlo tanto, y esto ¢s cosa tan ficil de deducir como de palpar con la mano,
donde mis enferma se encuentra la voluntad; y Francia, que siempre ha tenido una habilidad
magistral para transformar en algo atractivo y seductor incluso los giros mas fatales de su
spiritu, muestra hoy propiamente su preponderancia cultural sobre Europa en su calidad de
escuela y escaparate de todas las magias del escepticismo, La fuerza de querer, y,en concreto,
de querer largamente, es ya un poco més fuerte en Alemania, y en el norte alemén es, a su
vex, mis fuerte que en el centro; considerablemente mas fuerte es en Inglaterra, en Espaita y
‘Cércega, ligada en el primer caso a la flema, yen el segundo a los créincos dutos, - para no
hablar de Italia, la cual es demasiado joven como para saber lo que quiere y que tiene que
demostrar primero si es capaz de querer-, pero donde mis fuerte y més asombrosa se muestra
sen aquel imperio intermedio en el que Europa, por asi decirlo,refluye hacia Asia, en Riwia.
Ali la fuerza de querer ha venido siendo reservada y acumulada desde hace mucho tiempo,
alli la voluntad - quién sabe si como voluntad de afirmacién 0 de negacién - aguarda
amenazadoramente el momento en que se la accione, para tomar prestado a los fsicos de hoy
su palabra preferida, Para que Europa quede libre de su maximo peligro acaso sean necesarias
no s6lo guerras en India y complicaciones en Asia, sino revoluciones internas, la
desmembracién del Reich en pequefios cuetpos y, sobre todo, la introduccién de la
imbecilidad parlamencaria, adems de la obligacién para todo el mundo de leer su periédico
durante el desayuno. Yo no digo esto porque lo desee: antes bien, yo desearia lo contrario, -
quiero decir, un aumento tal de la amenaza representada por Rusia que Europa tuviera que
deciditse a volverse amenazadora en ¢sa misma medida, esto es, aadguirir una voluntad tinica
mediante el instrumento de una nueva casta que dominase sobre Europa, a adquirir una
voluntad propia prolongada, terrible, que pudiera proponerse metas pata milenios: - para
que por fin acabasen tanto la comedia, que ha durado demasiado, de su divisién en pequefios
Estados como sus veleidades dindsticas y democriticas. El riempo de la politica pequefia ha
pasado: ya el préximo siglo trae consigo la lucha por el dominio de la tierra, Ia coaccién a
hacer una politica grande.