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FOGWILL - Vivir Afuera
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tiaSiatua ap sauorxatos sey A votsqagta pexguas vy opvztey
vA mipuvn nj wa sopruypyfia seaqiuoy sop $0mentén superd el limite de su hombro derecho y ya ni el
cuello obeso, ni su torso atrapado en la silla estrecha, permi-
tieron esa mejor perspectiva que la voluntad del hombre ha-
bria estado buscando.
Casi al mismo tiempo, alguien —quizés el mismo hom-
bre— lanz6 una espesa bocanada de humo de cigarro. A tra-
vés de esa bruma azuilina llegé a reconocer sobre la mesa un
paquete de cigartillos americanos sin sello fiscal, una Parker
de baquelita, un block de papel de bocetar y Ja portada de una
edicién de La Pleiade, que —supone ahora—, debié ser un
Racine.
Por esa zona cercana a la barra del cajero el olor a cigarto
abano se disipaba dando lugar a una atmésfera de mezclas
de perfume de mujer, tabaco americano y cerveza.
Pero nadie bebia cerveza en el Florida. Sobre el mostra-
dor, en fila, brillaban esas bandejas de zinc, dispuestas con
botellas de Martini, sifoncitos de medio litro, platillos de acei-
tunas, cubos de queso y rodajas descascaradas de limén.
Bl espejo detras de la barra duplicaba esa imagen
nublindola y distorsionandola.
Siempre se dijo que los gallegos tendrian que cambiar el
espejo. Por entonces ya estaba surcado por un trazo en zigzag,
del que partian unos meandros caprichosos, pruebas del
vesquebrajamiento de su fondo de papel azogado, en los pun-
tos donde la descomposicién del adhesivo le permitia librarse
del cristal en busca de su estado originario: aquel rolio de
papel envuelto alrededor de sie intacto que alguna vez debié
Raber sido y que, en la intimidad de la materia, sus fibras
intentaban recuperar.
Rafael le pasé el tubo del teléfono, y —raro a esas ho-
ras— reconoci6 la voz de Bioy preguatando:
—