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EXPERIENCIA Y EXPERIMENTACION: LOS ASENTAMIENTOS ANDINOS EN LAS CABECERAS DEL VALLE DE AZAPA Inrropucci6n Parece siempre mas claro que, para compren- der los movimientos poblacionales y la estruc- tura agropecuaria en los “Andes de Puna” (Troll, 1958), no sdlo en Ia época prehispa- nica y durante la colonia, sino también en las reptiblicas andinas de hoy, es necesario in- vocar el modelo elaborado por Murra (1972) del control directo y simultdneo ejercido por las poblaciones andinas sobre los diversos ni- chos ecoldgicos escalonados verticalmente en- tre los altos pastos de la Puna (4.700 m. s.n.m.) y los recursos maritimos de la costa. Aunque en muchas partes el sistema antiguo ha sido complementado o reemplazado por el trueque (Mayer, 1970; Fonseca, 1972), todavia se pue- den detectar los intentos de los campesinos andinos de diversilicar los nichos controlados (Flores, 1978; Webster, 1970; Platt, en pren- sa), Como ha mostrado Thomas (1972), el acceso a una “base de multiples recursos” (mutiple resource base) y a los recursos de las regiones mas bajas es elemento clave para la adaptacién humana a las condiciones energé- ticas sumamente limitadas e inestables de la Tristdn Platt “No seri este Valle de Nazca una serpiente Amaru que ha vomitado el Arayi?". “Es decir... asi es" contesté el chofer. “Sin el agua que hace el viento ese de la montafia Araya, este Valle no habria”. Jost Mania ArcuEpas (Amor Mundo) ecozona de la alta Puna. Por lo tanto, la in- gerencia de las poblaciones serranas en las poblaciones de las tierras bajas puede ser con- siderada como “un sistema funcional de pro- teccién contra las inconsistencias del ambiente fisico” (Thomas, 1972: 56; mi traduccién) . El andlisis ecolégico de los flujos energéti- cos en la puna surandina, presentado por Tho- mas, apoya a la vez la posicién de Rostwo- rowski (1972), cuando afirma, en base de do- cumentaciénprotohistérica relativa al valle de Chillén, que la “verticalidad” era un “sis- tema netamente serrano”, impuesto por la fuerza sobre las poblaciones costeras, puesto que éstas habrén dispuesto de recursos ali- menticios —los productos maritimos y la agricultura costera de riego intensivo— que les permitian un alto grado de autosuficien- cia en comparacién con Ia sierra, y solamente para el “aprovechamiento de materias primas esenciales como la lana y los metales” habrian tenido que “recurrir forzosamente al trueque © a algdn tipo especial de verticalidad” (1972: 252). 38 En el sistema vertical andino, no se con- sideré necesario dominar la franja entera en- tre micleo y colonia: asi sabemos que los r nos protohistéricos que se centraban alrede- dor del lago Titicaca mantuvieron “islas” de colonos en la costa Pacifica y también en los ‘Yungas de los Andes orientales (Murra, 1968, 1972; comparese Lumbreras, 1974). En con- tra de la visién costera moderna, el Altiplano era més bien un micleo de poder y un cen- tro de acumulacién, de donde era posible la unificacién de ambos lados de Ia cordillera. Para el norte de Chile, tenemos referencias de colonos Lupaga en Lluta, Azapa, Codpa y Camarones*, aunque sabemos que abarcaron hasta Sama y Moquegua, Los Lupaqa de Llu- ta habitaban el pueblo de Inchura (¥nchi- chura, Incchenchura, etc), “junto a Arica en la costa”’. Proboblemente la seguridad de tura transcordillerana al nivel del campesino indivi- dual, Asi, se encuentran campesinos con una parcela en Ia costa chilena, otra en el Altiplano boliviano, y también una tercera en las colonizaciones modernas, de Santa Cruz, en el oriente boliviano. Ast combinan €l cultivo de maiz, zapallos, ajf y productos para el mercado chileno en Ia costa, el cultivo de tubérculos granos andinos en el altiplano, y el cultivo de algo- én y cafia de azticar en el oriente, Ademds, disponen de rebafios en el altiplano y mantienen acceso a los productos de consumo de dos naciones, lo cual se facilita a veces por Ia posesion de dos pasaportes, La mantencién de los recursos durante 1a ausen del “duefio” se realiza por la distribucién geogritica de la familia extendida. *Rémulo Cuneo Vidal, Historia de los antiguos cacicazgos hereditarios del sur del Pert, 1585-1825. Ci- tado por Murra 1978: 2. ‘La primera referencia a “Ynchichura” se encuen- tra en Ia “Provisién del Marqués Don Francisco Pizarro concediendo a Lucas Martinez 1.637 indios, varios pue- bblos de 2 Provincia de Arequipa en las regiones de Moquegua y Tarapaci”, fechada en Cuzco 22 de enero de 1540, y reproducida en Barriga 1955: 17-19. En ‘ese momento se habl6 de “noventa y cuatro indios con un principal que se Hama Canche que es natural del ‘acique Cariapasa”. Treinta y cinco afios después la poblacién habia bajado a once “indios tributaries” con sus familias (Cajas Reales 18, f, 242 r, Casa de la Moneda, Potosi, Bolivia). Posiblemente los restos de este pueblo deben buscarse en la regién de Gallinazos © Chacalluta, 34 rantizé mediante arreglos rec{procos* y apoyo mutuo en asuntos de defensa’, Pero Rostworowski ha identificado un punto especialmente sensible donde el mode- lo vertical de Jos serranos y el modelo aut nomo de los costeros pudieron entrar en con- flicto, Se trata de una “franja ecoldgica lon- gitudinal a la costa, que se encuentra entre os 500 a 1.000 metros de altura ...” (Rostwo- rowski, 1972: 287). La coca que se cultivaba en estas tierras transicionales (chaupi yunga) es atin elemento adaptativo para las poblacio- nes de las alturas (Hanna, 1971; Burchard, 1974), aunque su lugar de cultivo se ha des plazado hacia los Yungas, al este de la cordi Nera. Como 1a coca era también un producto ritual muy codiciado por los pueblos de la costa, surgieron Iuchas sangrientas, y después pleitos constantes, sobre los cocales de Chi- Uén, no sdlo entre serranos y costeros, pero incluso entre distintos grupos rivales de se- rranos, ambos interesados en los recursos de un solo valle. Un criterio para resolver los conflictos entre los serranos era en funcién del Area regada por los rfos que bajaron del territorio de cada grupo (Rostworowski, 1972: 2954). El avance hacia abajo de los serranos dependia, por supuesto, de la fuer- za relativa de los costeros: en el valle de Ri- mac, los Yauyos lograron bajar gran distancia hacia el mar, debido a la fragmentacin po- litica del valle en muchas pequefias etnias, mientras que en Ghillén se obstaculizé su avance por el sefiorio de Collique hasta que el inca decidié apoyar las pretensiones de los Yauyos (Rostworowski, 1972: 298-7). Y en al- gunos casos, como el analizado por Duviols (1978) , el grupo serrano apenas podia empezar la bajada antes de chocar con otro grupo que le prohibié el paso. Si pasamos a la zona correspondiente en las cabeceras del valle de Azapa, debemos admitir, desde el principio, que todavia no ‘Compirese la interpretacién de Murra (1967: $86) para las “islas” de los Chupaychu de Husnuco en Ia una alta “Ast es la situacién entre las “islas” y sus vecinos fen Tos alles de algunos “archipiéiagos verticales” modemnos en el norte de Potost, Bolivia. Ver Platt (Ms). disponemos de documentacién lejanamente comparable con la que maneja Rostworowski para Chillén, Ademis, aunque la arqueologia ariquefia ha establecido Ia existencia de una “Cultura Arica” en los valles costeros después del horizonte medio (Bird, 1946), todavia no podemos fijar los limites de su proyeccién sierra arriba, Sin embargo, existe una refe- rencia en 1540 a ciertas “estancias de coca € aji e grana” en “las cabeceras de Azapa”, y también a un pueblo de “Omaguata”, que puede identificarse con Umagata, donde ha- bian 900 “Indios” con su sefior Chuquecham- be®, Ahora, segiin una tradicién moderna, la coca se cultivé “antiguamente” en un micro- clima bien delimitado entre Ausipar y Uma- gata, donde la quebrada se encajona entre precipicios abruptos y asi se protege de los extremos de temperatura que ocurren tanto més abajo como mis arribat, Focacci, quien ha hecho prospecciones arqueolégicas en la zona, ha identificado un gran asentamiento incaico en Purisa, entre Livilcar y Umagata, con terrazas de cultivo; dado el interés del Tawantinsuyu en los cocales, seré necesario investigar si este asentamiento no habré sido el “pueblo” referido en 1540, Pero la impo- sicién del estado incaico no eliminé una auto- nomia relativa de los pueblos azapefios, Asi se menciona un pueblo “en el valle de Aza- pa” de “diez indios con el principal Guaco- cin", Este mismo cacique tenia ademas 18 “pescadores... en el pueblo de Ariacca”, y también “dos estancias... que tiene el valle arriba donde tiene sus cementeras”. El texto €s sumamente confuso, pero la impresién es de una unidad social (sin duda habfan otras) que vinculé una participacién en los recursos maritimos con una agricultura microclimati- camente diversificada, que bien puede haber incluido una estancia de coca al lado de las “Barriga, 1955: 18. Una nueva transcripcién de este documento que aclara y amplia la versién recogida por Barriga, est por publicarse por el Dr. Alejandro Malaga, historia- dor de la Universidad Nacional de San Agustin, Are- quipa, Pert, (Alejandro Mélaga, comunicacién per- sonal) *Agradezco esta informacién al Sr. Saul Santos Pérez, del pueblo de Belén. plantaciones estatales (comparese Murra, 1972: 450) . Pero gcémo identificar las etnias serranas que también se habrén interesado en las ca- beceras de Azapa? Si aceptamos como hipé- tesis el criterio citado por Rostworowski, po- demos preguntarnos si no habran sido los pue- blos de la precordillera de donde bajan los vertientes del rio San José de Azapa. Esto coincidirfa con el rea hoy ocupada por los habitantes de los pueblos de Chapiquifia, Be- 1én y Tignamar (ver Mapa 1). Ahora, es sig- nificativo que segin los informantes moder- nos, son precisamente estos pueblos, junto con Livilcar, que mantuvieron cultivos de temporada en las cabeceras del valle hasta 1962, cuando se abrié el canal que leva una parte de las aguas del rio Lauca del Altipla- no hacia la costa. Con el aumento del caudal del rfo en 500 I/seg. (Salas, etc., 1966), ha sido posible la conversién de cientos de hec- treas de desierto o temporada en asentamien- tos agricolas permanentes; y nuevamente estos pueblos han manifestado mucho interés en incluirse entre los asentados. En este articulo, entonces, queremos mos- trar, en base de datos mayormente etnogré- ficos, que atin pueden detectarse los despla- zamientos serranos hacia las cabeceras del valle de Azapa. Sugerimos que estos movi- mientos poblacionales pueden ser compren- didos, al menos parcialmente, en términos de una nueva adaptacién vertical a lo que po- demos lamar, inspirandonos en Albé. (1973), Ia situacién “socioecolégica” moderna. Este autor ha propuesto la extensién del modelo de Murra para incluir los nuevos “nichos” en las ciudades modernas, donde muchas comu- nidades andinas hoy mantienen sus represen- tantes; y de hecho la mayorfa de los recién asentados tienen sus casas en Arica donde sus nifios asisten al colegio. La participacién en la economia nacional de mercado ha aumentado dramaticamente desde que empe- 26 el crecimiento moderno de la ciudad a fi- nes de la década del ‘50, Sin embargo, vere- mos que en este contexto transformado, las poblaciones andinas siguen siendo capaces de crear nuevas estructuras verticales para con- ciliar las necesidades adaptativas de su base 35 agropecuaria con la economfa de mercado centrada en Arica, En un sentido mas aimplio, entonces, el con- flicto antiguo entre costa y sierra hoy esta en- trando en una nueva fase, En términos poli- ticos, los azapefios han sido independientes del control serrano desde fines del horizonte medio (Tiwanaku), cuando se completé el establecimiento de sus bases agropesqueras de sustento, aparte de un breve periodo de domi- nacién cuzquefia, Hoy incluso se ha invertido la relacién, y los pueblos cordilleranos de- penden de las autoridades maximas en tierras bajas. La misma dependencia se encuentra en forma creciente al nivel econémico. Pero mientras que la costa, como en el modelo de Rostworowski, puede prescindir de la cordille- ra 0 utilizarla como una simple fuente de ma- no de obra o de materias primas, los serranos, en cambio, como en el modelo de Murra, si- guen con la necesidad de apoyar sus bases de sustento en la cordillera con una particip: cidn en los recursos de las tierras bajas. En las siguientes paginas, nos referimos a las ca- beceras de un valle ariqueito, Azapa, compa- rando su explotacién agricola por los pueblos de la sierra antes y después de 1962. Veremos que, a pesar de los distintos mecanismos insti- tucionales vigentes en distintas épocas, las ca- beceras de Azapa siguen funcionando como un espacio de encuentro, donde se articulan Jos dos modelos, y donde los limites reales del “archipiélago vertical” estin todavia “en de- bate” (Murra, 1973). EL AMBIENTE Los vientos alisios que soplan del sureste a través del subcontinente depositan la mayor parte de su humedad condensada en las lade- ras orientales de la cordillera (Troll, 1958: 22), mientras que el aire que viene del Pacifi- co, después de enfriarse por Ia corriente Hum. boldt, se calienta nuevamente sobre la tierra, aumentindose asi su capacidad de retensin (Lanning, 1967: 8), El resultado es un desier- to seco y frio, con neblinas (camanchacas) que acumulan durante Ia noche sobre la costa y parte de los valles transversales, sobre todo en os meses de invierno (mayo-agosto) . Estos va- 36 Mes, que serpentean a través del desierto como hilos verdes, tienen (por las razones citadas) un dima mas hiimedo y templado cerca de sus desembocaduras, mientras que rio arriba, don- de no alcanzan a llegar los vientos ocednicos, el clima es més seco y se acentiian los extremos de calor y frio entre dia y noche (Keller, 1946; 122). Estas diferencias climéticas inci- den en la agricultura que se realiza en cada sector. A pesar de la alta humedad atmosféri cerca de la costa, la precipitacién anual se re- duce ac, 1 mm/aiio en la ciudad de Arica, mientras que al este de Ja Sierra de Huaylillas aumenta de 200 a 600 mm anuales (Salas, etc., 1968: 85). Las Huvias que caen en la cor- dillera durante el verano bajan en grandes aluviones que a veces causan inmensos da- fios tanto en el campo como en Ia misma ciu- dad de Arica’, Si comparamos los valles de Lluta y Azapa, Jos contrastes ambientales son notables. El rio Lluta tiene aguas abundantes que desembo- can en el mar durante todo el aiio, pero son altamente saladas debido a la contribucién, a su caudal, del rio Azufre que nace al pie del volcin Tacora (4.800 m, s.n.m.), Por esta ra- z6n, Ios cultivos principales hoy en dia son el maiz “Llutefio"® y la alfalfa, ambos muy resis- tentes a la sal, como eran también el algodén y el trigo cultivados en gran escala hace pocas décadas (Maige, cit, Keller, 1946: 127). Para evitar la autofecundacién excesiva del maiz, que produce regresin genética y consecuente- mente la degeneracién de la mazorca, los agricultores rio abajo suelen comprar semi- las a los campesinos en Jas cabeceras del va- lle, donde las comunidades precordilleranas de Putre y Socoroma mantienen sus maizales en tierra célida, entre Molino y Chironta. De- be notarse que estos pueblos se ubican en las vertientes del rio Lluta, conforméndose asf al ica, "El aluvién catastréfico de enero de 1973 se reports en “La defensa” de Arica; algunas consecuencias de este acontecimiento se mencionarin abajo. "La cantidad de variedades de mafz que se encuen- tran en el norte grande chileno, es asombrosa: Ia ma- yyoria de los valles y las quebradas tienen una variedad propia, algunas omitidas del registro de Parker y Para- tori, 1965. El “Llutefio” es del grupo dentado harinoso, registrado como rc 13 (Parker y Paratori, 1965: 72). Lim. 1. Tablas abandonadas para cultivo de tempo- LAs, 2. Vista de las pampas desérlicas de los secto- radas en el lecho del rio San José, Detrés una parte del res de Tignamar y (at otro lado det rio) Suriri: rine sector Livilear. cibios de 1974, LAs. 4. Acequia matriz para los sectores Belén, Tigna- mar y Camiiia, construida en faena intersectorial por los socios del lado derecho del rio (mirando hacia et mar). Lin. 8. La acequia mai em faena sectorial, lel sector Suriri, construida List, 5. Sistemas de regadio: los salios empedrados — LAwt. 6. Sistemas de regadio: la acequia sin saltos y (pongas) y los trechos horizontales oprovechados para totalmente empedrada, la siembra Lam, 8 Sistemas de siembra: la nivelacién de eras en el sector Camina, LAM. 7, Sistemas de siembra: caracoles bajo cons- truccién en el sector Tignamar. List, 10, Sistemas de siembra: eras en la quebrada Lin, 9, Sistemas de siembra: caracoles en Arapa, VAN 10. tio abajo, LAm, I, Llama en el sector Tignamar. Aw 12. Centro de la “Agrupacién Campesina An- dina”: la escuela construida en faena agrupacional. esquema presentado por Rostworowski. Aun- que no se puede desarrollar el tema aqui, el traslado de semilla sugiere que un “espacio de encuentro”, andlogo al que nos interesa en Azapa, también se produce en las cabeceras del rio Lluta (comparese Flores, 1978: 200) . El caudal del rio San José de Azapa, en cambio, es muy limitado, y mds abajo de Ausipar se seca completamente en los meses de invierno, De ahi la necesidad, en el sector bajo del valle, de regar principalmente con agua subterrinea!®, Pero la calidad del agua y del terreno es excelente: la primera es “blan- da y de poca salinidad” (Salas, etc., 1966: 96), y las tierras, formadas de aluviones sucesivos, son “de primera clase, profundas, limoareno- sas, muy fértiles, con abundancia de sales so- lubles” (Keller, 1946: 139). Como el clima varia relativamente poco en las diversas esta- ciones del afio, “la vegetacin se encuentra en permanente desarrollo” (Keller, 1946: 146) y se puede cosechar varias veces por afio, aunque algunos campesinos en las cabeceras de] valle me han informado que el calor hti- medo de los meses de verano perjudica el desa- rrollo de ciertas plantas. El factor limitante, sin embargo, siempre ha sido la escasez de agua. Hasta las avenidas del rio, con Tas cuales se cultivaba en forma temporal desde Cerro Moreno (Km. 20) para arriba antes de 1962, no se producen todos los afios. A fines de la dé- cada ‘50 una sequia de varios afios, eliminé Ia produccién de temporada, y nos han infor- mado que tales periodos de sequia vuelven ciclicamente. Keller hace referencia a una sequia prolongada entre 1904 y 1911 (1946: 1388), y para 1798 tenemos referencias de una sequia de diez atios en Azapa, “motivando la pérdida de las plantas y el que los duefios de las haciendas hayan Megado a la tiltima indi gencia", "Scgiin Salas, etc., 1966, habia en esa fecha entre Cabuza_y el mar 61 pozos perforados, 57 norias, 7 vertientes, y la mayorfa de los pozos y las norias esta- ban en explotacién. “Informe del intendente de Arequipa, don Antonio Alvarez y Jiménez, en 1798, Citado Wormald, 1968: 48. El trabajo de Larrain (1974), rico en datos histéricos sobre Ia hidrologia nortina, nos Ilegé demasiado tarde para utilizarse en este articulo, Se trata, entonces, de una agricultura de Valle? en un ambiente enormemente fértil aparte de los altos riesgos implicitos en el ci- clo de sequias. No sorprende, pues que ya en 1620 Damién de Morales —retomando un criterio local sin duda mucho mis antiguo— habfa sefialado “la utilidad y provecho que se le puede seguir al dicho valle (de Azapa) de traer a él el agua de las lagunas de Parina- cota"; y en 1618 Vasquez de Espinoza habia observado que “vaxando de estos pueblos de Umagata, pasando el Rio muchas veces, se vienen por grandes Manadas que si hubiera agua para regarles y sembrarlas fuera el mejor valle del Perit” (1948: 481). Estas “grandes Ianadas” incluyen, justa. mente, las pampas Algodonales y la pampa Pan de Azticar donde hoy se estd instalando un nuevo asentamiento andino, la “Agrupa- cién Campesina Andina” (aca), conformado por campesinos del interior de Ia provincia. Con las aguas del rio Lauca, el suefio de Vas- quez de Espinoza deviene en posibilidad. Pero esta nueva iniciativa andina no se produce en un vacio histérico: de hecho, sabemos que los cultivos de temporada que la precedian re- montan a los principios de nuestra era cuando “la explosién de Ja agricultura inicialmente en las tierras altas logré extender Ja cultiva- cidén a tierras més productivas hasta ocupar todo el espacio disponible en donde existia agua en cualquier condicién: apoyo pluvial, fluvial, vertiente, incluyendo la agricultura de temporada por avenidas periédicas dentro del ciclo anual climético” (Nuifiez 1974: 158). Esta “expansién de la agricultura” se acompaiié por “el énfasis en la ocupacién de nuevos suelos utilizables” (ibid). Dentro de Ya en 1956 Murra habia sefialado Ia importancia de contrastar Ias diversas “agriculturas” que se desa- rrollan en los distintos niveles verticales, y de buscar sus funciones interrelacionadas en el plano socioeco- némico. (Murra, 1956, cap. 1). ¥En; Melchor de Castro, Composicién de Tierras de San Marcos de Arica, realizada en 1620 (f. 150 ¥). Notaria de Arica, Tomo u, ff. 182-159 r Archivo Na- cional, Santiago. Una obra andloga se proyecté por el Inca, quien “pretendié echar el rio de Mauri, que es en Ia cordillera, al valle del Algarrobal, ques junto a Tarapaci... y para ello rompié siete leguas de tierras ¥ lo dejé como entraron los espafioles en la tierra...” (Lozano Machuca, 1965 (1581) : 62). 37 esta tradicién, caracterizada por su alta sensi- bilidad hacia la productividad potencial de os microclimas més localizados, el canal del Lauca ha representado una oportunidad que no podia desconocerse, Pero antes de descri- bir la manera en que esta oportunidad se ha aprovechado, bajo el patrocinio de los orga- nismos modernos del agro, sera conveniente revisar el sistema de temporada en base de la poca documentacién disponible y de Ia in- formacién recibida de los agricultores de la regién que lo practicaban antes de 1962. ANTECEDENTES HisTORICOS: Los CULTIVos DE TEMPORADA El Puerto de Arica, por donde salieron los minerales de Potost desde el descubrimiento del “Cerro de Plata" en 1545 (Dagnino, 1909: 14), recibié su primer corregidor en 1565 6), se nombré “Ciudad” por Felipe 11 en 1570 (ibfd: 17), y se designé punto de traslado para el azogue de Huancavelica en transito a Potosi en 1574 (ibid: 18; ef. Jara 1966). Desde el primer repartimiento hecho en la zona, en favor del encomendero Lucas Martinez", la expansién de los espafioles rio arriba por el valle de Azapa parece haber sido ripida, Pero desde fines del siglo xv1, las ocu- paciones de facto se convirtieron en titulos Iegales mediante las “Composiciones” de las tierras, con las cuales la Corona reclamé sus derechos sobre las parcelas no legalizadas y Propuso su venta legal a los vecinos que las pidieran. Asi se regularizé el sistema de te- nencia, se movilizaron divisas para el Fisco Real, pero al mismo tiempo se permitié Ia expropiacién “legal” de las “tierras de in- dios” en nombre de los vecinos de la ciudad. En el “pueblo de Lluta” (Poconchile), por ejemplo, el cacique don Pedro Calisaya recla- mé para su comunidad “unos pedazos de tie- tras pertenecientes a algunos indios muertos y ausentes”!8, aduciendo contra el hacendado ‘Marcos de Villasanti “la reparticién y visita de ellas" hecha, presumiblemente, durante la *Barriga loc. cit. *Melchor de Castro (ver nota 18) £149 v 38 reduccién general del virrey Toledo"; pero cuando “se les pidié exhibiesen la reparticién y visita de ellas para inquerir a quién perte- necian y la cantidad cierta de las que eran, no lo mostraron ni supieron decir dénde estaba el dicho padrén y reparticién”'7, y en conse- cuencia las tierras pasaron a manos del es- paiiol, En Azapa, la situacién habra sido atin mas dificil para las poblaciones andinas, dado que las regiones de sembrio estacional no podian ocuparse permanentemente, y era menos di- ficil para los espafioles reclamar Jos terrenos con el pretexto de ser incluidos en los titulos de sus haciendas, Ya en 1607, el Gabildo de Arica se habia autorizado por provisién real repartir veinte fanegas para cada uno de cuarenta vecinos nombrados por el mismo Ca- bildo'§, En 1621, el juez de comisién Damian de Morales otorgé al Maese de Campo Villa- santi titulos a “veinte fanegadas de tierras plantadas parte de ellas de olivo y viiia que serin hasta dos fanegadas y las demés tierras que se pueden cultivar habiendo agua en di- cho valle (de Azapa) "! —texto que demues- tra el interés de los espaiioles en poseer tre- chos de tierras estacionales. Finalmente en 1643, el. Maese de Campo Bartholome Ruiz Maxano compré en remate todas las tierras entre “los mojones que posce en el Valle de Agapa Francisco Fernandez Corvacho. .. hasta la angostura por encima de Chillispalla”®", En el uso de la época, el “valle de Azapa” estaba “tres leguas antes de la ciudad” (Vasquez de Espinoza 1918: 481), es decir alrededor del pueblo de San Miguel de Azapa. Las “tierras de Azapa nombradas Chillispalla’=!, en cam- bio, son ubicadas por Dagnino (1909: 113) como “cerca del célebre Santuario de las Pe- fias", La “Angostura”, entonces, debe ser la quebrada encajonada entre Ausipar y Uma- “Toledo 1974: 115, donde se refiere a 785 “Indios” (total) en “Lluta y Arica”. ¥Melehor de Castro op. cit, f. 149 x, 1b. £. 144 r. "1b, £153. En: Diego de Bafios y Sotomayor, Composicién de Tierras de San Marcos de Arica, realizada en 1643 (£. 636 ¥). Copia de 1733. Notaria de Arica, Tomo ff. 615 1-647. Archivo Nacional, Santiago. ibid, f. Al. gata tan apta climdticamente para el cultivo nos reficre a “las tierras que tienen Ios indios de la coca. De hecho, el mismo documento sembrados en Chillispalla’? pero sin mas detalle, En la postura hecha por Francisco Fernandez Corvacho a las mismas tierras, se refiere a “las ticrras que dicen eran de los indios que hoy estén vacas"*, pero todavia no podemos decir si eran “‘vacas” por la ausencia meramente estacional de los campesinos, por su expulsién a manos de los espaiioles, 0 por la baja demografica de la poblacién andina. Lo que aqui nos interesa es que, segtin el do- cumento, Ruiz Maxano era el “primer duefio y poseedor. .. de las dichas tierras nombradas Sobraya"=*, Estas tierras eran en su. mayor parte de temporada antes de 1962, y otras, también estacionales, se esparcieron entre So- braya y Ausipar y por eso se habran incluido en el titulo de Ruiz Maxano. Desde ese mo- mento, entonces, los campesinos andinos per- dian el acceso directo a sus tierras tradicio- nales, y cuando volvian a interesarse en ellas tenfan que entrar en algun arreglo con los nuevos duefios, Todavia no tenemos la documentacién pa- ra una historia de la tenencia de las tierras entre Sobraya y Chillispalla para los siglos Xvi y XIX, Seguin las informaciones de los que hoy habitan el ‘Valle de Azapa, los hacen- dados seguian reclamando sus derechos sobre las tierras de temporada hasta que éstas pasa- ron a la Caja de Colonizacién chilena de 1986 en adelante, Pero en 1960 se produjo un jui- cio entre la Caja de Colonizacién y 1a Socie- dad Agricola Sobraya Ltda., sobre la propie- dad de diversos terrenos**, incluso los que ahora ocupan los nuevos asentamientos andi- nos, Durante este juicio, los testigos se refie- “ibid, £ 688%. “ibid. £682" “ibid, O48r. Se exceptuaron del titulo “las (tierras) que tienen sembrados el dicho Licenciado Diego Fer- nindez Davila, que son catoree eollos; y hanssi mismo ‘menos las veinte fanegadas de los herederos de Ber- nardo de Oviedo..." (f.636r.) *Las Pampas Algodonal, de Angostura, y del Go- bernador pasiron a la Caja de Colonizacién en 1936; las de Pan de Anicar y Casa Grande en 1988, *Copia en el Archivo de Ia Reforma Agraria. (coRA) de Arica: Seccién Expropiaciones, Titulos y Dominio. ren en varias ocasiones a ciertos “afuerinos” que suelen arrendar twechos de temporada para cultivar, Segiin don Héctor Aguilera, por ejemplo, la Caja de Colonizacién mante- nia un “Mayordomo” en los terrenos (f 9r), siguiendo la practica antigua de los hacenda- dos, quien se ocupé con las cobranzas de los arriendos, Este testigo nos aclara que durante “las avenidas del rio San José los pequefios agricultores venian a la Caja de Colonizacién a pedir autorizacién para instalarse y una vez autorizados por éste median la superficie ocu- pada procediendo a su cobro” (f. 9v). El titulo se entregé “en arrendamiento por la temporada de las aguas del rio San José”, y “duraba hasta el 15 de diciembre aproxima- damente y en caso de producirse la crecida del rfo San José se hacia nuevo contrato de arrendamiento” (ibid). Esta sugerencia de la continuidad de 1a tenencia de un ajio al otro se reafirma por don Jorge Vergara, par- celero de la Caja desde 1958, quien se refiere a la entrega de “todos los terrenos a los me- dieros habituales” (f, Ir). EI énfasis puesto sobre el cultivo por “afue- rinos” es notable: don Amadeo Carbone, por ejemplo, dijo que “yendo al Santuario (de las Pefias) he visto trabajos realizados en estos terrenos ‘por gente afuerina en su ma- yorfa, pero no se quién los ha colocado en esos terrenos, pues no me he acercado a conversar con ellos sobre esto, viendolos iinicamente tra- bajando” (f. 18r). Segiin don Oscar Pérez Maldonado, residente “en el Departamento de Arica desde 1911 cuando Arica estaba alumbrado con faroles de parafina”, “la Caja de Colonizacién tenia hasta Cabuza y allf te- nja su sefializacién, pero para arriba no habia ninguna sefializacién y esos terrenos se ocu- paban por afuerinos cuando se producia la bajada del rio...” (f, 14r). Este mismo testi- g0 dijo que “las avenidas del rio se producen generalmente en las meses de diciembre, a fines de éste, enero y febrero, y esos son los meses de as avenidas de las aguas, en cuanto a las fechas de las cosechas no puede precisarlo, en cuanto a las siembras en marzo mas 0 me- nos. Que como no ha habido avenidas estos uiltimos afios no ha habido siembras” (f. 14v) Debemos acordarnos que en la época habia 39 EXTENSION PRE- 962 DE TIERRAS TEMPORACES TIERRAS CALIDAS DE LOS PUEBLOS PRE-CORDILLERANOS EN LA CABEZERA DE LOS VALLES DE ATAPA ESC 1 500000 apy y una sequia que duré varios afios, como dijo don Juan Chovan cuando se le pregunté “si en los tiltimos dos afios ha visto trabajos efec- tuados en Ios terrenos que estan ubicados en Chitita hacia Ia cordillera”: “no he visto por motivo que no ha bajado el rfo hace cinco ailos y no he visto gente trabajando” (f, Ir). Se ay ° 5 a socios INDIVIDUALES FIG. 2° JERARQUIA DE GRUPOS DE TRABAJO COLECTIVO claramente ia funcionalidad del sistema je- sarquico de los grupos sociales, La misma auto- nomia relativa de los grupos inferiores les permite manejar sus lazos verticales en forma independiente. “La agrupacién es una; no hay mencién de los sectores en el convenio”, me dijo el mismo socio que minutos antes habia estado explicando las rivalidades internas del sector Camifia, Y en ambos casos tenia razén, porque esta tensidn fructifera entre afiliacion de vecindad local y afiliacién vertical parece ser inherente en los archipiélagos andinos (comparese Platt, M S.). ConcLusionrs. Las deficiencias agronémicas de este trabajo son demasiado obvias para requerir mayor comentario: lo maximo que aqui se puede esperar es que se reconozca la urgencia de una colaboracién entre etndlogos y agréno- mos para la descripcién y anilisis de los sis- temas especificos de organizacién agroganadera en cada zona y subzona del Norte Grande chi- leno*®, Estas especificaciones deben buscarse, "Un modelo de este tipo de estudio para Ia zona central de Chile, se encontraré en Baraona, Aranda y Santana, 1961; compérese Sabogal MS sobre la costa norte del Pert. 56 no sélo en base de diferencias ecolégicas lo- cales, sino también en funcién de la perte- nencia de cada vecindad a un sistema de re- laciones verticales, que vinculan a cada nit cho productive con otros complementario: en tal sistema Ja “comunidad” deviene un concepto inadecuado debido a sus connota- ciones etnocéntricas de una sedentariedad lo- cal, y su consecuente incapacidad de tomar en cuenta la movilidad vertical constante de los campesinos andinos entre los diversos ni- chos que, en conjunto, definen su “base de mitiltiples recursos”. Hemos mostrado cémo Ja racionalidad de este sistema de asentamien- to se encuentra en su fun: ro contra riesgos en diversos planos —climé- n como uN segu- ticos, econdmicos, sociales— que pueden afec- tar un elemento local, pero dificilmente ani- quilarin los recursos en todos los nichos multineamente, De alli sera necesario repe- tir lo sefialado por Ortiz, en base de su tra- bajo. con campesinos colombianos: “Antes de intentar cualquier reestructuracién de la agri cultura campesina, sera necesario establece a) cual es la manera institucional de enfren- tar el riesgo, y b) cémo se afectaria por la re- estructuracién bajo consideracién” (Ortiz, 1967: 225). Ademas, es probable que, en la medida que se cortan los lazos verticales de os nuevos asentados, se contribuira a reducir Jas actividades agropecuarias en las alturas, fomentindose el traslado de la poblacién ch Jena hacia las tierras bajas. En el caso de la “Agrupas ‘ampesina a", nuestra tarea es atipica en el sentido que aqui presenciamos la creacién de ese mismo sistema como resultado del proceso de adaptacién al medio ecolégico y socioeco- némico, Para una “comunidad” de colonos andinos recién en vias de formarse, tampoco se puede hablar de su historia especifica: lo que si se puede hacer, y lo que aqui hemos intentado, es documentar los antecedentes del mismo flujo poblacional que subyace en la creacién de la aca. Desde esta perspectiva, vemos que el interés de las poblaciones se nas en las cabeceras de los valles costeros no es nada nuevo. La Aca no ha sido creado por fiat administrativo: més bien, los organismos del agro han podido aprovechar de ciertos mecanismos andinos de diversificacién micro: climatica que siguen manifestindose en forma creativa dentro del nuevo contexto socioeco- némico precipitado por el crecimiento de Arica. Para los estudiosos andinos, Ia aca tiene otro interés especial, porque nos permite vincu- lar los andlisis de la organizacién social dz los pueblos andinos, en el plano sincrénico, con los trabajos de los arquedlogos interesa- dos en mostrar cémo se crearon las mismas bases de la produccién agricola en el Norte Grande de Chile al principio de nuestra era, Podemos ver las formas de cooperacién y Ia estructura social como relacionadas estrecha- mente con Ia creacién de las bases de susten- to del grupo, En los primeros intentos a ha- bilitar los terrenos del desierto (Nuiiez, 1974), los riesgos de la empresa deben haber sido enfrentados en base de ciertos recursos pre- existentes 0 “con técnicas de almacenaje” (Nui- fiez, op. cit, 147). La acumulacién_prelimi- nar de recursos en los miicleos de origen de- ben haber sido lo suficiente para enfrentar el proceso de asentamiento experimental; en- tre estos recursos los camélidos tenian ciertas ventajas, sefialadas arriba, entre las cuales de- be destacarse la economia de tiempo, permi- tiéndose asi una mayor dedicacién a los tra. bajos en los valles y las quebradas. El modelo propuesto por Pollard y Drew (1975), en base de excavaciones en la regién del rio Loa, también sugiere que 1a domesticacién de la Hama en esa zona precede a la agricultura desértica en base del maiz. Pero todo el proyecto depende, en pri- mer lugar, en Ia realizacién previa de los tr bajos “hidréulicos” necesarios para el cultivo sin Huvias en el desierto. En el caso de la Aca vemos cémo los sistemas de cooperacién desa- rrollados en cada pueblo serrano se han pro- yectado hacia el contexto desértico, La jerar- quia de los grupos cooperatives permite, co- mo hemos visto, la mayor autonomia de los grupos familiares y de los grupos superiores, alvo cuando se exige su subordinacién den- tro de una estructura mas amplia®®, Es. asi que se resuelven las relaciones entre las dis- tintas “islas” del archipiélago: pertenecen si- multineamente a dos entidades sociales, una vertical y la otra “horizontal” o local. Es posible ver, también, cémo estas fun- ciones, necesarias para Ia sobrevivencia del grupo en un ambiente hostil, toman formas institucionales que pueden reconocerse como derivaciones altiplinicas. La division “dual”, en términos de Ia orilla del rio, aunque sélo vestigial en la aca, refleja sin embargo las necesidades particulares del grupo que habi- ta cada lado; Murra (1967: 897-8) ha sefiala- do para ‘Huanuco su importancia como base, en esa zona, del dualismo social que tuvo tan- ta importancia al nivel simbélico-ritual en los, pueblos andinos, Otro dualismo que hemos comentado, el que se encuentra entre las po- Dlaciones exclusivamente costeras y los “co- Jonos” serranos en las cabeceras del valle, también puede reconocerse en la doble orien- tacién de los socios de la aca, en parte hacia los mercados de Arica —actitud consonante con los intereses dle ese centro expresados en las actividades de los organismos del agro— “Puede formularse este sistema, consistente en una homologia ideal entre las estructuras en sucesives ni- veles de organizacién, ast: (A: B) = (B:Q) Ver Figura 2 (2D): Oh s 37 y en parte hacia sus nticleos de origen®, De alli el cardcter de “espacio de encuentro” co- mentado en la introduccién de este articulo, La organizacién “rotativa” de la asamblea en los momentos iniciales del asentamiento también sigue los padrones altiplinicos (Al- bd, 1972); igualmente la decisién de ubicar el centro agrupacional en un punto tedrica- mente equidistante de cada sector, sin perju- dicar la formacién paralela de las “estancias” sectoriales que se proyectan, representa una aproximacién funcional a la relacién entre la marka tradicional y las estancias circunva- lentes conocida en el altiplano (Wachtel, 1974; Martinez, 1974) . En las preferencias de cada sector para las variedades de cultivo co- nocidos en sus pueblos de origen, podemos ver una estructura implicita que coincide con la correlacién, entre las variedades del maiz y las afiliaciones étnicas, detectada por Bird (1966) en Hudnuco, Finalmente, la organiza- cién religiosa por sectores, y en relacién di- recta con los cultos de los micleos serranos correspondientes, ha venido posteriormente para consolidar en el plano ideolégico las re- laciones socioeconémicas establecidas entre los miembros del archipiélago y sus pueblos de origen. En el curso de este articulo, hemos enfo- cado los nuevos asentamientos en Azapa co- mo una respuesta andina, dentro de una tra- dicién regional, frente al aumento cualita- tivo en los recursos disponibles de agua, En 1 sistema anterior de temporadas, vimos que Ja ocupacién humana de las cabeceras del va- Ile era transitoria: en este sentido se presenta como una limitacién del modelo vertical de Murra, en la medida que ese modelo presu- pone la ocupacién permanente de cada nicho dentro del sistema total (Murra, 1973: 8). Esta limitacién se agrava en cuanto se acerca al despoblado de Atacama con el aumento correspondiente de aridez ambiental. Pero en Azapa, el canal del Lauca recién ha creado las precondiciones necesarias para la forma- cién del archipiélago total, Por lo tanto, las cabeceras de! valle sélo después de 1962 po- dian integrarse plenamente al modelo. Compirese Hidalgo, 1972 para este tipo de dua- lismo en el Norte Chico en tiempos protohistéricos. 58 Por iiltimo, hay que enfatizar que la con- tinuidad andina que hemos subrayado no de- be confundirse con una “inmovilidad” estruc- tural. De hecho, hemos mostrado Ja variedad de formas institucionales que pueden ser em- pleadas en épocas sucesivas para lograr el ac- ceso a los recursos lejanos, En un momento cuando la antropologia y la historia andina se estan acercando entre si (Wachtel, 1973), la tarea de ambas disciplinas deviene en el anilisis, desde la perspectiva campesina, de los sucesivos cambios estructurales que se han producido en la sociedad indigena por su in- corporacién en un sistema socioeconémico mayor. Sin embargo, en el grado que este pro- ceso no produce la plena desintegracién del sistema andino, los cambios ocurren dentro de una “tradicién” cuyos rasgos caracteristi- cos se dan dentro del proceso acumulativo de adaptaciones regionales a las presiones di- ferenciales del sistema colonial y republicano mayor. Es esta capacidad de lograr reorde- namientos locales que ha permitido, en cir- cunstancias especificas, la creacién contempo- ranea de un “archipiélago vertical” en las cabeceras de Azapa, no como una repeticién idéntica del sistema prehispanico, sino con caracteristicas propias del contexto social e histérico de hoy. La investigacién etnolégica de esta “tradicién” dindmica —que debera ser realizada con la colaboracién de diversos especialistas— es imprescindible si esperamos comprender la estructura y las potencialidades del campesinado andino del Norte Grande chileno®*, Arica, junio de 1975%. ‘Una parte de este trabajo fue Ieido en el Con- greso Peruano del Hombre y la Cultura Ani Tizado en Trujillo en noviembre de 1974. Para su preparacién, quisiera agradecer a Ios funcionarios de cons (especialmente a Eugenio Dusolain y a Nancy Alanoca), 2 Alfonso Gajardo de Bienes Nacionales, ‘a mis colegas del Departamento de Agricultura (cic) de Ia Universidad del Norte, y a los del Departa- mento de Antropologia de Ia misma Universidad, por Ja ayuda prestada en numerosas ocasiones. También aprovecho esta nota para dar las gracias a Flavio za, quién dibujé los grificos, y a Luis Valdivia, Atoenri, Gioncio y Maver, ENRIQUE (comp, . 1974. Reciprocidad ¢ Intercambio en los Andes peruanos. 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Lozano Macituco, Juan, 1965. (1581). Carta al Virrey del Peri en donde se describe la provincia de Los Lipes. Publicada en las Relaciones Geogrificas de Indias-Perti Vol. quien prepard las fotografias. Finalmente, mis pro- fundos agradecimientos van a todos los agricultores andinos quienes me han recibido y han compartido conmigo una pequefia parte de su experiencia. Entre todos quisiera mencionar particularmente a Félix Carrasco_y Francisco Carrasco, familia Socoromeiia, ahora radicada en Putre y Lluta; a Sail Santos y Romulo Pérez, de Belén; a Jorge Quispe, Fidel Quispe y Francisco Ovando, de Tignamar; a Joselino Castro, Mario Castro, Emeterio Gémez y Roberto Gémez de Suriri; a Tomas Caceres de Livilear; a Guillermo Copa, Pedro Mamani y Santos Quispe de Camitia. Sin em. argo, las interpretaciones aqui expuestas a la luz de las investigaciones andinas son de mi exclusiva responsabilidad. "La mayoria de los datos etnogriificos se recogieron antes de noviembre de 1974. Pero la situacién de la ACA cambia semanalmente y por eso este articulo se refiere mayormente a un proceso ya del pasado. Un estudio mis profundo de los movimientos poblacio- nales dentro del Departamento de Arica esti en pre: paracién por nuestra colega Brigitte de Gonneville 59 (ed. Jiménez de 1a Espada) . Biblio: teca de Autores Espafioles, Madrid Luatunenas, Luts, 1974. “Los reinos Posttiwanaku en el area altiplinica”. En: Reuista del Museo Nacional Tomo xt, Lima: Peri, ‘MAsant, Mauricio, 1974. “Indicadores Naturales, Rituales y Simbélicos en la Agricultura An- dina”. Trabajo leido en el Segundo Congreso Peruano del Hombre y Ja Cultura Andina, Trujillo-Perd. Manrinez, Ganeirt, 1974, Humor y Sacralidad en el Mundo Autéctono Andino. Universidad de Chile, Iquique-Chite. —— 175. Introduccién a Istuga, Universidad de Chile, Iquique-Chile. Maver, Enrique, 1970, “Un carnero por un saco de papas: aspectos del trueque en Ia zona de Chaupiwaranga”. 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