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320.42. BY200 AGES Versién espaitola de ee Rafael Tusdn Calatayud Fernand Braudel La dinamica del capitalismo_ Alianza Editorial 56993 Tilo original Le dynamique du coptisme © Les Edisone Anhaud, Pars, 1985 © EA. cart: Allanes Editorial, 8A, Madsid, 1985 Calle Milla, 38, 28045 Maid tele, 2000045, ISBN: Re20695211 Depésto lea ML. 358361985 Compuesto ea Ferdnder Ciudad, 8.L. Impreso en Lavel. Lon lana, nave 6, Himanes (Maid) Printed in Spain Este breve volumen reproduce el texto de tres conferencias que di en la Universidad de Johns Hopkins, Estados Unidos, en 1977. El texto ha sido traducido al inglés con el tftulo de After- thoughts on Material Civilization and Capitalism, y més tarde al italiano como La Dinamica del Ca- Ditalismo. La presente edicién no afiade ninguna correccién al texto inicial que, debo advertitlo al lector, es anterior a la publicacién del libro Civi- lizacion material, economia y capitalismo, publi- cado en 1979 por la Editorial Armand Colin. Al encontrarse esta obra casi completamente escrita por aquel entonces, se me pidié que la presentara en sus lineas generales. 1 REFLEXIONANDO ACERCA DE LA VIDA MATERIAL Y LA VIDA ECONOMICA tlie Comencé a pensar en Civilizacién material, eco- noma y capitalismo, obra larga y atmbiciosa, hace ya muchos afios, en 1950. El tema me habia sido propuesto entonces o, mejor dicho, amistosamen- te impuesto, por Lucien Febvre, que acababa de sentar las bases de una coleccién de historia ge- neral, «Destins du Monde», de la cual tuve que asumir la dificil continuacién tras Ja muerte de su director, en 1956. Lucien Febvre se proponia escribir, por su parte, Pensées et croyances d’Oc- cident, du XV° au XVIII sites, libro que debia acompafiar y completar el mfo, formando pareja con él, y que desgraciadamente no se publicard uw Fernand Braudel ‘nunca. Mi obra se ha visto definitivamente pri- vada de este acompatiamiento. Sin embargo, pese limitarse en general al ‘campo de la economia, esta obra me ha planteado rnumerosos problemas, debido a la enorme canti- dad de documentos que he tenido que manejar, a las controversias que suscita el tema tratado —la economia, en sf, es evidente que no existe— y a las incesantes dificultades que suscita una his- ‘oriografia en constante evolucién, ya que incor ora necesariamente, aunque con bastante len tud, de buen o mal grado, las demés ciencias hu- ‘manas. A esta historiogtafia en estado de perpe- tuo alumbramiento, que nunca es 1a misma de un aio para o:to, sélo podemos seguitla corriendo y ‘tastornando nuestros trabajos habituales, adap- ‘indonos mejor o peor a exigencias y ruegos siem- pre distintos. Yo, por mi parte, siento siempre tun gran placer cuando escucho este canto de site- nas. Y los afios van pasando, Desesperamos en- tonces de atribar a puerto. Habré consagrado veinticinco afios de mi vida a la historia del Me- diterrineo, y casi veinte a la Civilizacién mate- rial. Sin duda es mucho, demasiado, 12 La llamada historia econémica, que se encuen- tra todavia en proceso de construccién, tropieza con una serie de prejuicios: no es la historia no- ble. La historia noble es el navio que construfa Lucien Febvre: no se trataba de Jacob Fugger, sino de Martin Lutero 0 de Frangois Rabelais. Sea 0 no sea noble, o menos noble que otra, la historia econémica no deja por ello de plantear todos los problemas inherentes a nuestro oficio: cs Ia historia integra de los hombres, contemplada desde cierto punto de vista. Es a la vez la historia de los que son considerados como sus grandes ac- tores, por ejemplo: Jacques Coeur o John Lay la historia de los grandes acontecimientos, la hi 13 Fernand Braudel toria de la coyuntura y de las crisis y, finalmente, la historia masiva y estructural que evoluciona Tentamente a Io largo de amplios periodos/Y en esto reside precisamente la dificultad, ya qe, tr tuindose de cuatro siglos y del conjunto del mun- do, ¢cémo podiamos organizar semejante eiimulo de hechos y explicaciones? Habfa que escoger. En =o que a mf respecta, he elegido los equilibrios y desequilibrios profundos que se producen a largo plazo. Lo que me parece primordial en la econo- fa preindustrial es, en efecto, la coexistencia de las tigideces, inercias y torpezas de una economia avin elemental con los movimientos limitados y minoritatios, aunque vives y poderosos, de un crecimiento moderno. Por un lado, estén los cam- pesinos en sus pueblos, que viven de forma casi auténoma, précticamente autérquica; por otro, tuna economfa de mercado y un capitalismo en expansién que se extienden como una mancha de aceite, se van forjando poco a poco y prefiguran ya este mismo mundo en el que vivimos. Hay, por lo tanto, al menos dos universos, dos géneros de vida que son ajenos uno al otro, y cuyas masas respectivas encuentran su explicacién, sin embai 0, una gracias a la otra, Quise empezar por las inercias, a primera vista tuna historia oscura y fuera de Ia’ conciencia clara de los hombres, que en este juego son bastante mis pasivos que activos. Es lo que trato de expli- car mejor o peor en el primer volumen de mi obra, que yo haba pensado titular en 1967, con oca sién de su primera edicién, Lo Posible y lo Impo- 4 La dinémica del capi sible: los hombres frente a su vida cotidiana, tk tulo que cambié poco después por el de Las es- tructuras de lo cotidiano, {Pero qué més da el th tulo! El objeto de la investigacin esté tan claro como el agua, si bien esta busqueda resulta alea- toria, plagada de lagunas, trampas y posibles erro- res, En efecto, todos los términos resaltados —in- consciente, cotidiancidad, estructuras, profundi dad— resultan oscuros por sf mismos. Y no pue- de tratarse, en este caso, del inconsciente del psi- coandlisis, pese a que éste también entra en juego, ese a que quizés haya que descubrir un incons- iente colectivo, cuya realidad tanto atormenté a Carl Gustav Jung. Pero es poco corriente que este tema tan amplio sea abordado, a no ser en sus as- pectos laterales. Atin est esperando a su histo- riador. Me he cefiido, por mi parte, a unos criterios concretos. He partido de lo cotidiano, de aquello que, en Ia vida, se hace cargo de nosotros sin que ni siquiera nos demos cuenta de ello: la costum- ‘bre —mejor dicho, la rutina—, mil ademanes que prosperan y se rematan por s{ mismos y con res- pecto a los cuales a nadie le es preciso tomar una decisién, que suceden sin que seamos plenamente conscientes de ellos, Creo que Ja humanidad se halla algo més que semisumergida en lo cotidiano. Innumerables gestos heredados, acumulados con- fusamente, repetidos de manera infinita hasta nuestros dias, nos ayudan a vivir, nos encierran y deciden por nosotros durante toda nuestra exis- tencia, Son incitaciones, pulsiones, modelos, for- 15 Fernand Braudel La dindmica del capitalism mas u obligaciones de actuar que se remontan a veces, y més a menudo de lo que suponemos, a Ja noche de los tiempos. Un pesado multisecular, muy antiguo y muy vivo, desemboca en el tiempo presente al igual que el Amazonas vierte en ell Atléntico la enorme masa de sus turbias aguas. Todo esto es lo que he tratado de englobar con el cémodo nombre —aungue inexacto como todos los términos de significado demasiado am- plio— de vida material. No se trata, claro esté, més que de una parte de la vida activa de los hombres, tan congénitamente inventores como rutinarios. Pero al principio, repito, no me preo- cupé de precisar los limites 0 Ia naturaleza de esta vida més bien soportada que protagonizada, He querido ver y mostrar este conjunto de histo- ria. —generalmente mal apreciado— vivido de forma mediocte, y sumergitme en él, familiar- zarme con él. Después de esto, y s6lo entonces, hebré llegado el momento de salir del mismo. La impresién pro- funda, inmediata, que se obtiene tras esta pesca submarina, es la de que nos encontramos en unas aguas muy antiguas, en medio de una historia que, en cierto modo, no tiene edad, que podria ‘mos encontrar tal cual dos, tres o diez siglos antes, y que, en ocasiones, podemos percibir durante un momento ain hoy en dia, con nuestros propios ojos. Esta vida material, tal como yo la entiendo, es lo que la humanidad ha incorporado profunda. mente a su propia vida a lo largo de su historia anterior, como si formara parte de las mismas en- 16 trafias de los hombres, para quienes estas intoxi- caciones y experiencias de antafio se han conver- tido en necesidades cotidianas, en banalidades. Y nadie parece prestarles atencién 7 Tal es el hilo conductor de mi primer volumen; su objetivo: una exploracién. Sus capitulos se pre sentan por s{ mismos, con tan sélo enunciar sus tfeulos, que coinciden con la enumeracién de las fuerzas oscuris que trabajan e impulsan hacia ade- Tante al conjunto de la vida material y, mas allé de Ja misma o por encima de ella, a Ia historia entera de los hombres. Primer capitulo: «El niimero de hombres». Es Ja potencia biolégica por excelencia Ia que em- puja al hombre, como a todos los seres vivos, a reproducirse; el «tropismo de primavera», como Jo llamaba Georges Lefebvre. Pero existen otros ‘tropismos, otros determinismos. Esta materia hu- 19 1a dindmica del capitalismo mana en perpetuo movimiento rige, sin que los individuos sean conscientes de ello, buena parte de los destinos de los distintos grupos de seres vivos. Alterativamente, étos, segtin sean las Crehaicnes generals, son. demasiado numerosos 6 demasiado escasos; cl juego demogrifico tiende al equilibrio, pero éste se alcanza en contadas ocasiones. A’ partir de 1450, en Europa, el n- mero de hombres aumenta con rapidez, porque tentonces resulta necesario y posible compensar Jas enormes pérdidas del siglo antetior, después de la Peste Negra. Se produce una recuperacién (qué dia hasta el siguiente reflujo. Sucesivos y ‘como si estuvieran previstos de antemano, en opi- nién de los historiadores, flujo y reflujo dibujan yrrevelan una serie de tendencias generales, de reglas a largo plazo que seguirdn presentes hasta al siglo xvist, Y sélo en el siglo xvint se produ cir una ruptura de las fronteras de lo imposible, Ja superacién de un techo hasta entonces infran- queable. A partir de entonces, 1 niimeto de hom- bres no ha cesado de aumentar, no ha habido ya frenazo ni inversién del movimiento. ¢Podria quizds producirse tal inversién el dia de mafiana? En cualquier caso, hasta el siglo xvi el sis tema de vida se encuentra encerrado dentro de tun circulo casi intangible. En cuanto se alcanza Ja circunferencia, se produce casi inmediatamente tuna retraccién, un retroceso. No faltan las ma- eras y ocasiones de restablecer el equilibrio: pe- rnurias, escaseces, carestias, duras condiciones de Ja vida diaria, guerras y,'finalmente, una larga 20 Fernand Braudel sucesién de enfermedades. Actualmente ain estén ptesentes; ayer eran auténticas plagas apocalip- ticas: la peste con sus epidemias regulares, que no abandonaré Europa hasta el siglo xvitt; el tifus que, con la legada del invierno, bloquearé a Napoleén con su ejército en pleno corazén de Rusia; la fiebre tifoidea y la viruela, enfermeda- des endémicas; Ia tuberculosis, que pronto hard acto de presencia en el campo y que, en el si- glo xrx, inunda las ciudades y se convierte en el mal roméntico por excelencia; y, finalmente, las enfermedades venéreas, la sifilis que renace 0, mejor dicho, que se propaga debido a la combi- nacién de diferentes especies mictobianas tras el descubrimiento de América. Las deficiencias de Ua higene y ls mala calidad del agua potable ha- rin el resto, eCémo podia el hombre, desde el momento de su frégil nacimiento, escapar a todas estas agre- siones? La mortalidad infantil es enorme, al igual que en ciettos palses subdesarrollados de ayer y de hoy, y la situacién sanitaria general precaria Contamos con cientos de informes sobre autop- sias a partir del siglo xvi. Son alucinantes: la descripcién de las deformaciones, del deterioro de los cuerpos y de la piel, Ia anormal poblacién de parésitos alojados en los pulmones y en las entrafias asombraria a un médico actual. Hasta época reciente, por lo tanto, una realidad biol gica malsana domina implacablemente la historia de los hombres. Debemos tenerlo en cuenta cuan- ai La dinémica del capitalismo do nos preguntamos: ¢Cémo son?, ¢de qué mal sufren?, gpueden acaso conjurar sus males? Otras preguntas planteadas en los siguientes capitulos: ¢Qué es lo que comen?, equé beben?, goémo visten?, edénde se alojan? Preguntas in- Congruentes, que exigen casi una expedicién de descubridores porque, como es sabido, en los libros de historia tradicional, el hombre ni come ni bebe. Se dijo hace tiempo, no obstante, que «Der Mensch ist was er isst» («el hombre es lo que come»), pero quizés fuera tan sélo por el gusto de hacer juegos de palabras que la lengua alemana permite. No creo, sin embargo, “que debamos relegar al terreno de lo anecdético la aparicién de tantos productos alimenticios, del azticar, del café, del té al alcohol. Constituyen de hecho, en cada ocasi6n, interminables ¢ im- portantes flujos bistéricos..No insistiremos nunca Jo bastante en la importancia de los cereales, plantas dominantes en la alimentacién antigua. EL trigo, el arroz y el maiz son el resultado de selecciones antiquisimas y de innumerables y su- ccesivas experiencias qué, dekido al efecto de ‘ Final- mente, y gracias a la masa de los capitales, pueden los capitalistas preservar sus privilegios y reser varse los grandes negocios internacionales de su tiempo. De una parte, porque en esta época de lentisimos transportes, el gran comercio impone largos plazos a la circulacién de capitales: son ne- cesatios meses, y a veces afios, para que retornen. las sumas invertidas, engrosadas por sus benefi- cios. De otra parte, porque generalmente el gran metcader no utiliza slo capitales: recurre al cré- dito, al dinero de los demés. Por tltimo, los capi- tales se desplazan. Desde finales del siglo x1v, los archivos de Francesco di Marco Datini, mercader de Prato, cerca de Florencia, nos sefialan las idas y venidas de las letras de cambio entre las ciuda des italianas y los puntos lgidos del capitalismo europeo: Barcelona, Montpellier, Avignon, Pa- ris, Londres, Brujas... Pero se trata aqui de jue- 05 tan ajenos al comtin de los mortales, como son 70 La dindmica del capitalismo las actuales deliberaciones ultrasecretas del Ban- co de Pagos Internacionales, en Basilea. As pues, el mundo de la mercanefa o del inter. cambio se encuentra estrictamente jerarquizado, desde los més humildes oficios —mozos de cuer- da, descargadores, buhoneros, carreteros, marine- ros— hasta los cajeros, tenderos, agentes de nom: bres diversos, usuteros y, finalmente, hasta los negociantes. Lo que a primera vista resulta sor- prendente es que la especializacidn, Ia divisién del trabajo, que no hace més que acentuarse répi- damente al compés de los progresos de Ia econo- mia de mercado, afecta a toda esta sociedad mer cantil salvo a su cima, la de los negociantes capi talistas. Asf este proceso de parcelacién de fun: cioties, esta modernizacién, se manifesté ante todo y solamente en la base: Ios oficios, los ten- deros, incluso los buhoneros, se especializan. No ocurte lo mismo en lo alto de la pirimide, ya que, hasta el siglo x1x, el mercader de altos vue- Jos no se limita, por asi decir, a una sola acti dad: es comerciante, claro esté, pero nunca de un solo ramo, sino que, segin las ocasiones, es a la vez. armador, asegurador, prestamista, prestatario, financiero, banqueto ¢ incluso empresario indus- trial o explotador agricola. En Barcelona, en el siglo xvnt, el tendero detallista, el botiguer, esté siempre especializado: vende telas, o patios, 0 es pecias... Si agin dia se enriquece lo suficiente como para convertirse en negociante, pasa auto méticamente de le especializacién a la no-especi lizacién. A partir de ese momento, cualquier buen 7 Fernand Braudel negocio que se encuentze a su alcance pasaré @ ser de su competencia. Esta anomalia ha sido a menudo sefalada, pero la explicacién que suele dérsele no nos puede satisfacer: el mereader, nos dicen, divide sus acti- vidades entre diversos sectores para limitar sus tiesgos: perderd con la cochinilla, pero ganeré con las especias; fracasaré en una transaccién co mercial, pero ganaré al jugar con los cambios 0 al prestarle dinero a un campesino para que pueda constituirse una renta... Para resumir, seguiria el consejo de un proverbio francés que recomien- da «ne pas mettre tous ses oeufs dans le méme panier» («no jugérselo todo a una sola carta»). De hecho, yo pienso: — Que el mercader no se especializa porque rninguno de los ramos que se encuentran a su alcance esté lo suficientemente desarrollado como para absorber toda su actividad. Se cree con de- masiada frecuencia que el capitalismo de antaio ‘era menor, debido a la falta de capitales, que le fue preciso ir acumulando durante mucho tiempo para expandirse. Sin embargo, la correspondencia mercantil 0 Jas memorias de las cmaras de co- ‘mercio nos muestran bastante a menudo el caso de capitales que buscan intitilmente una forma de inversién. Entonces, el capitalista se sentiré tentado por la adquisicién de tierras, por su valor refugio y su valor social, pero también a veces de tierras que pueden explotarse de forma mo- derna y ser fuente de beneficios sustanciosos, como sucede, por ejemplo, en Inglaterra, en Ve" 72 La dindmica del capitalismo rnecia y ottos lugares. O bien se dejard seducir por lis especulaciones inmobiliarias urbanas; 0 también por las incursiones, prudentes pero fre- cuentes, en el campo de la industria, asf como por las especulaciones mineras (siglos xv y xv1). Pero resulta significativo que, salvo en casos ex- cepcionales, no se interese por el sistema de pro- duccién y se contente, mediante el sistema de tra- bajo a domicilio o putting out, con controlar Ia produccién artesanal para asegurarse mejor su comercializacién. Frente al artesano y al sistema del putting out, las manufacturas no representa- rn, hasta el siglo xrx, més que una pequefia parte de la produccién. — Que si el gran comerciante cambia tan a menudo de actividad, es porque los grandes be- neficios cambian sin cesar de sector. El capita- lismo es de naturaleza coyuntural. Incluso hoy en dia, uno de sus grandes valores es su facilidad de adaptacién y de reconversién. — Que una tinica especializacién ha mostrado, en ocasiones, tendencia a manifestarse dentro de la vida mercantil: el comercio del dinero. Pero su éxito nunca ha sido de larga duracién, como si el edificio econdmico no pudiese nutrir suficiente- mente esta punta culminante de la economfa. La banca florentina, algtin tiempo floreciente, se de- rumba con los Bardi y los Perucci en el siglo xiv; y mds tarde con los Médicis, en el siglo xv. A par- tir de 1579, las ferias genovesas de Piacenza se convierten en el clearing de casi todos los pagos europeos, pero la extraordinaria aventura de los 23 Fernand Braudel banqueros genoveses durard menos de medio si- slo, hasta 1621. En el siglo xvi, Amsterdam do- minaré a su vez de forma brillante los circuitos del crédito europeo, y la experiencia se saldard también esta vez con un fracaso en el siglo si- guiente. El capitalismo financiero no triunfaré hasta el siglo x1x, mas alld de los afios 1830- 1860, cuando Ia Banca lo acapare todo, industria y mercancia, y cuando la economia, en general, haya adquitido el suficiente vigor como para sos. tenet definitivamente esta construccién. Resumiendo, hay dos tipos de intercambio: uno, elemental y competitive, ya que es transpa- rente; el otto, superior, sofisticado y dominante. No son ni los mismos mecanismos ni los mismos agentes los que rigen a estos dos tipos de activi dad, y no es en el primero, sino en el segundo, donde se sitia la esfera del capitalismo. No niego que pueda haber un capitalismo rural y disfra- zado, astuto y cruel. Lenin, segdin me dijo el pro- fesor Dalin de !Moscd, sostenia incluso que, en un pais socialista, si se le devolvia la libertad a un mercado de pueblo, éste podrfa reconstruir el Arbol entero del capitalismo. No niego tampoco que pueda existir un microcapitalismo de los ten- deros, Gerschenkron piensa que el verdadero cal pitalismo surgié de ahi. La relacién de fuerzis} gue se halla en la base del capitalismo puede esbo:' zarse y encontrarse en todos los estratos de la vida social. Pero en definitiva, es en Io alto de la sociedad donde se despliega el primer capita. lismo, donde afirma su fuerza y se nos revela. Y fr La dindmica del capitalismo sa la altura de los Bardi, de los Jacques Coeur, de los Jacob Fugger, de los John Law y de Necker donde debemos ir a buscarlo y donde més probubilidades tenemos de descubritlo. Si de ordinario no se hace una distincidn entre capitalismo y economia de mercado es porque am- bos han progresado a la vez, desde la Edad Media hasta nuestros dias, y porque se ha presentado menudo al capitalismo como el motor y la ple- nitud del desarrollo econémico. En realidad, todo se sostiene sobre los anchos hombros de la vida material: si ésta erece, todo va hacia adelante; la economia de mercado crece también a su costa y amplia sus relaciones. Ahora bien, el que se fbeneficia siempre de esta expansién es el capita lismo, No creo que Josef Schumpeter tenga raz6n io hace del empresario el deus ex machina. Cteo con firmeza que es el movimiento de con- junto el due resulta determinante, y que todo ca- Pitalismo esté hecho a Ia medida, en primer lugar, de las economfas que le son subyacentes. 3 Como privilegio de una minorfa, el capitalismo es impensable sin la complicidad activa de la so- cigdad. Constituye forzosamente una realidad de orden social, una realidad de orden politico e in- cluso una realidad de civilizacién, Porque hace falta, en cierto modo, que la sociedad enteta acep- te, mds 0 menos conscientemente, sus valores. Pero no siempre es éste el caso. Toda sociedad densa se descompone en varios conjuntos»: el econémico, el politico, el cultural y el jerdrquico-social. El econémico sélo podré comprenderse en unién de los demés «conjun- tos», disolviéndose en ellos, pero también abrien- do sus puertas a los préximos a él. Hay accién 7 La dindmica del capitalismo € interaccién, Esta forma particular y parcial de la economia que es el capitalismo no se explicard plenamente sino a la luz de estas proximidades ¢ invasiones; acabaré adquiriendo gracias a ella su. auténtico rostro. De ahi que el Estado moderno, que no ha creado el capitalismo pero sf lo ha heredado, tan pronto lo favorezca como lo desfavorezca; a veces lo deja expandirse y otras le corta sus competen: cias. El capitalismo sélo triunfa cuando se iden- tifica con el Estado, cuando es el Estado. En su primera gran fase, la de las ciudadesestado de Talia, en Venecia, en Génova y en Florencia, la dlite del dinero es la que ejerce el poder. E: Holanda, en el siglo xvir, la aristocracia de los Regentes gobierna siguiendo cl interés e incluso las directrices de los hombres de negocios, nego: ciantes 0 proveedores de fondos. En Inglaterra, con la revolucién de 1688, se lega asimismo « un compromiso semejante al holandés. Francia mantiene un retraso de mas de un siglo: séio con 1a revolucidn de julio, en 1830, se instalaré por fin eémodamente la burguesia de los negocios en el gobierno. Asf pues, el Estado se muestra favorable u hos- til al mundo del dinero segiin fo imponga su pro: pio equilibrio y su propia capacidad de resisten cia, Lo mismo ocurre con la cultura y con la reli- gin. En un principio, la religién —fuerza de tipo tradicional— dice no a las novedades del ‘mundo, del dinero, de la especulacién y de la uusura, Peto existen acomodos con la Iglesia. Aun- 78 Fernand Braudel que ésta no cesa de decir #0, acabard por decir sf a las imperiosas exigencias del siglo. Para decitlo brevemente, aceptard un aggiornaniento, un mo- dernismo como hubiéramos dicho antafio. Agus- tin Renaudet recordaba que santo Tomés de Aqui- no (1225-1274) formulé el primer modernismo Mamado a tener éxito, Pero si la religién y, por lo tanto, la cultura, barrié bastante pronto sus bstéculos, mantuvo una fuerte oposicién de prin- cipio, especialmente en lo que se refiere al prés- tamo con interés, condenado como usura. Se ha llegado incluso a sostenet, un poco precipitada- mente, es verdad, que estos escripulos sdlo des- aparecieron con la Reforma y que ésta es la razén profunda de la ascensién del capitalismo en los paises del norte de Europa. Para Max Weber, el capitalismo, en el sentido moderno de la palabra, no habria sido ni mds ni menos que una creacién del protestantismo 0, mejor an, del puritanismo. Todos los historiadores se oponen a esta tesis sutil, aunque no logran desembarazarse de ella de und vez por todas: vuelve a resurgir ante ellos sin cesar. Y, sin embargo, es manifiestamente falsa. Los pafses del Norte no han hecho mas que tomar el lugar ocupado durante largo tiempo y con brillantez por los viejos centros capi- talistas del Mediterrineo. No inventaron nada, ni en el campo de la técnica ni en el del manejo de los negocios. Amsterdam copia a Venecia, al igual que Londres copiard a Amsterdam, y Nueva York a Londres. Lo que entra en juego en cada ‘ocasién es el desplazamiento del centro de grave- 79 La dinémica del capitalismo dad de la economfa mundial, por razones eco- némicas, y esto no afecta a la naturaleza propia del capitalismo. Este deslizamiento definitivo des- de el Mediterténeo a los mares del Norte, que se produce muy a finales del siglo xv1, supone el triunfo de un pafs nuevo sobre otro viejo. Y su- pone también un amplio cambio de nivel. Gra- cias a la nueva ascensién del Atléntico, se pro duce una expansién de la economfa en’ general, de los intercambios, del stock monetario y, nue- vamente, el vivo progreso de la economfa de mer- cado es el que, fiel a la cita de Amsterdam, le vard sobre sus espaldas las construcciones amplia- das del capitalismo. Finalmente, me parece que el error de Max Weber deriva esencialmente, en su punto de partida, de una exageracién del papel desempefiado por el capitalismo como promotor del mundo modemno. Peto éste no es el problema esencial. El ver- dadero destino del capitalismo se jugs, en efecto, de cara a las jerarquias sociales Toda sociedad evolucionada admite varias je- rarqufas, digamos varios escalones, que le permi- ten sli de la planta baja donde vegeta a massF lel pueblo que est en Ia base —el Grundvolk de Werner Sombart—: jerarquia religiosa, jerar- guia politica, jerarquia militar y jerarquias diver sas del dinero. Entre unas y otras, segtin los dis tintos siglos o lugares, existen oposiciones, com: promisos o alianzas; a veces, hay incluso confu: ién. En la Roma del siglo xm, la jerarquia pol ica y la religiosa se confunden pero, alrededos ® Fernand Braudel de la ciudad, la tierra y el ganado crean una clase de grandes sefiotes peligrosos, mientras que lon banquetos de la Curia —sieneses— ascienden ya muy alto, En Florencia, a finales del siglo x1v,| Ja antigua nobleza feudal y la nueva gtan bu sguesfa mercantil forman ya un mismo cuerpo den| tro de una élite del dinero, la cual se bign, légicamente, con el poder politicd/ En otros contextos sociales, por el contratio, una jerarquia politica puede aplastar a las demés: es el caso de la China de los Ming y de los Manchtes. Es tam- bin el caso, aunque de forma menos nitida y con- tinva, de la Francia monérquica del Antiguo Ré- gimen, que durante mucho tiempo no deja a los mercaderes, ni siquiera a los ricos, més que un papel carente de prestigio, y coloca en primera linea a la decisiva jerarquia de la noblezaEn Francia de Luis XIII, el camino del poder pasa por acercarse al rey ya la Corte. El primer paso de Ia verdadera carrera de Richelieu, titular del insignificante obispado de Lugon, fue convertirse en capellén de la reina madre, Marfa de Médicis, y poder acceder asf a la Corte para introducirse en el estrecho citculo de los gobernantes. Hay tantos caminos para la ambicién de Tos individuos como sociedades. Y tantos tipos de éxito. En Occidente, aunque no escaseen los éxi- tos de individuos aislados, la historia repite ince- santemente la misma leccién, a saber, que los Gxitos individuales deben insctibirse casi siempre en el activo de las familias vigilantes, atentas y consagradas a incrementar poco a poco su for O La dinémjgn del capitalismo tuna y su inth oak ambicién aparece surtida de paciencia, se desarrolla a largo plazo. Enton- ces, ges preciso cantar. las glorias y suéritos de las’ clargas» familias, de los linajesif Supondria poner en primer plano, en el caso de Occidente, aquello que lamamos, en lineas generales y con uun término que se ha impuesto tardfamente, la historia de la burguesfa, sustentadora del proceso capitalist, creadora o utilizadora de la sélida je- rarquia que se convertiré en la espina dorsal del capitalismo. Este tiltimo, en efecto, para asentar su fortuna y su poder, se apoya sucesiva o simul- tdneamente en el comercio, en Ja usura, en comercio a Targa distancia, en el «cargo» adm nistrativo y en la tierra, valor seguro y que, por afadidura, y mucho més de lo que se piensa, confjere un evidente prestigio de cara a la misma sci atendemos a estas largas cadenas fa- miliaret-¥ a la lenta acumulacién de patrimonios yy honores, el paso, en Europa, del régimen feu: dal al régimen capitalista se hace casi comprensi- ble. El régimen feudal constituye, en beneficio de las familias sefioriales, una forma duradera del reparto de la riqueza territorial, riqueza de base por lo tanto un.orden estable en su textura [let churgucsian, a Jo largo, de los silos, wiv como un parisito dentro de esta clase privile giada, cerca de ella, contra ella y aprovechéndose de sus errores, de su Iujo, de su ociosidad y de su falta de previsién, para acabar apoderéndose de sus bienes —con frecuencia a través de la usura— y para infilerarse finalmente en sus filas é Fernand Braudel y perderse en ellas, Pero hay otros burgueses para reanudar el asalto, para reemprender la misma lucha. Parasitismo, en suma, de larga duracién: la burguesia no cesa de destruir a la clase domi- ante para nutrirse de ella. Pero su ascensién fue lenta, paciente, traspasindose sin cesar la ambi- cin a hijos y nictos/Y ast sucesivamente. Una sociedad a este tipo, derivada de Ia so- ‘ciedad feudal y que todavia sigue siendo feudal ‘a medias, es una sociedad en la cual la propiedad yy los privilegios sociales se encuentran relativa- mente a salvo, en la cual las familias pueden dis- frutar de aquéllos con relativa tranquilidad, al set Ia propiedad sacrosanta y desear ellos que ast sea, y en fa cual permanecen, por lo general, en su sitio, Ahora bien, es preciso que estas aguas sociales estén tranquilas o relativamente tranqui- Jas para que se produzea la acumulacién y se man- tengan los linajes, y para que, si la economia mo- netaria colabora, emerja por fin el capitalism. Este destruve, con este proceso, ciertos bastiones de Ja alta ~ cic 'ad, pero reconstruye, en cambio y para beneticio propio, otros tan sélidos y dura- Jeros como aquellos. Estas largas gestaciones de fortunas familiares, que desembocan un buen dia en un éxito espec: tacular, nos resultan tan familiares, tanto en el pasado ‘como en el presente, que nos cuesta dar- nos cuenta de que estamos aqui, de hecho, ante una caracteristica esencial de las sociedades de ‘Occidente. No reparamos en ella, en realidad sino distancidndonos y observando el espectéculo di- 83 La dindmica del capitalismo ferente que nos ofrecen las sociedades extraeu- ropeas. En estas sociedades, Io que lamamos 0 podemos lamar capitalismo tropieza en general on obstéculos sociales nada féciles o imposibles de franquear. Son estos obstéculos los que nos sitéan, por contraste, en el camino de una expli cacién general Dejemos a un lado la sociedad japonesa, en donde el proceso es el mismo, en lineas genera les, que en Europa: una sociedad feudal se dete- riora lentamente y una sociedad capitalista acaba liberdndose de ella; Japén es el pais en el que Jas dinastias mercantiles han durado més tiempo: algunas, nacidas en el siglo xvi, prosperan toda- via hoy en dia, Pero la occidental y la japonesa son los tinicos ejemplos que nos puede recordar la historia comparativa de sociedades que pasan ‘casi por si mismas del orden feudal al orden del dinero. En otras zonas, las posiciones respectivas del Estado, del privilegio del rango y del privi- legio del dinero son muy distintas, y es de estas diferencias de donde trataremos de extraer una ensefianza. ‘Veamos el caso de Ja China y del Islam. En China, las imperfectas estadisticas que se nos ofre- cen parecen indicar que Ja movilidad social en nea vertical es mayor que en Europa. No por- que el niimero de privilegiados sea relativamente mayor, sino porque la sociedad es mucho menos estable. La puerta abierta, la jerarquia abierta, es la de los concursos de mandarines. Aunque estos concursos no siempre se Ilevaron a cabo dentro 84 Fernand Braudel de un contexto de honestidad absoluta, resulta- ban, en principio, asequibles a todos los medios sociales, infinitamente més asequibles en todo caso que las grandes universidades occidentales del siglo 20x. Los exémenes que posibilitaban el acceso a las altas funciones del mandarinato eran, de hecho, redistribuciones de las cartas del juego social, como un constante New Deal. Pero los que Togran de esta forma ascender a la cima no per- manecen all{ més que de modo precario, con carécter vitalicio si se quiere. Y Ias fortunas ama- sadas a menudo en estas ocasiones no sirven ape- ras para fundar lo que llamarfamos en Europa una gran familia. Por otra parte, las familias exce- sivamente ricas y poderosas resultan, por regla general, sospechosas al Estado, que es el tinico en poseey el derecho sobre la tierra y el tinico habili- tado para recolectar los impuestos que paga el ‘campesino, el cual vigila muy de cerca las empresas mineras, industriales y mercantiles. El Estado chino, pese a las complicidades locales de merca- deres y mandarines corrompidos, siempre fue hos- til al florecimiento de un capitalismo que, cada vez que prospera a favor de las circunstancias, se ve finalmente frenado por un Estado en cierto modo totalitario (si despojamos a esta palabra de su sentido peyorativo actual). Sélo encontramos un auténtico cepitalismo chino fuera de China —en Insulindia, por ejemplo, donde el mercader chino acta y reina con entera libertad. En los vastos pafses del Islam, sobre todo an- tes del siglo xvit, la posesién de tierras es pro- 85 La dindmica del capitalismo visional, ya que, también alli, pertenece por de- recho al principe. Los histoviadores dian, si guiendo el lenguaje de la Europa del Antiguo Ré- Bimen, que existen beneficios (es decir, bienes cedidos con carécter vitalicio) y no feudos fami- liares. Para decirlo con otros términos, los sefio- rfos, es decir, las tierras, los pueblos y las rentas tettitoriales, son distribuidos por el Estado, al igual que antafio lo hacfa el Estado carolingio, y se encuentran de nuevo disponibles cada vez que muere su beneficiario. Esto constituye para ell principe una forma de pagar los servicios de sol- dados y caballeros. Cuando muere el sefior, su sefiorfo y todos sus bienes vuelven al Sulkin de Estambul o al Gran Mogol de Delhi, Digamos que estos grandes principes, mientras dura su at toridad, pueden cambiar de sociedad dominanie, de élite, igual que de camisa, y no se privan de ello. La cima de la sociedad se renueva, por lo tanto, may a menudo y las familias no tienen ia posibilidad de incrustarse en ella. Un reciente estudio sobre el Cairo en el siglo xvitt nos sefiala gue los grandes comerciantes no consiguen man: tenerse en su puesto mds allé de una sola gene. tacidn. La sociedad politiea los devora. Si en la India la vida mercantil es més sélida, es porque se desarrolla al margen de la sociedad inestable de la cima, dentro de los marcos protectores cons- tituidos por las castas de mereaderes y banqueros. Una vez sefialado esto, podrin ustedes com ptendet mejor la tesis que sostengo, bastante sencilla y verosimil: existen unas condiciones so: 86 Fernand Braudel ciales en Ia base del avance y del triunfo del capi- talismo. Este exige cierta tranquilidad del orden social, asi como cierta neutralidad, debilidad y complacencia del Estado. E incluso en Occidente, encontramos diversos grados de esta complacen- cia: a razones claramente sociales © incrustadas en su pasado se debe que Francia haya sido siem- pre un pafs menos favorable al capitalismo que, por cjemplo, Inglaterra. Creo que’este punto de vista no suscitaté ob- jeciones serias. En cambio, un nuevo problema se plantea, El capitalismo requiere una jerarquia, Perp, equé es exactamente una jerarquia para un historiador que ve desfilar ante sf cientos y cien- tos de spciedades que poseen todas ellas sus je- rarquias y que ‘aparecen todas ellas rematadas en la cima con un puiiado de privilegiados y de res- ponsables? Verdad de ayer para la Venecia del siglo xi11, para la Europa del Antiguo Régimen y pata la Francia de Monsieur Thiers 0 la de 1936, en la que los esléganes populares denun- ciaban el poder de las y comedor de carne, usa zapa- tos; el francés Jacques Bonhomme, enclenque y comedor de pan, macilento y envejecido antes de tiempo, anda con zuecos. 104 La dinémica del capitalismo Pero, iqué lejos estamos de Francia cuando abordamos las regiones marginales! Hacia 1650, para tomar un punto de refereacia, el centro del mundo es la mintiscula Holanda 0, mejor dicho, Amsterdam. Las zones intermedias, secundarias, son el resto de la Europa muy activa, es deci, los paises del Béltico, del mar del Norte, Inglaterra, Alemania del Rhin y del Elba, Francia, Portugal, Espafia e Italia al norte de Roma. Las regiones ‘marginales son, al norte, Escocia, Inlanda y Es- candinavia, toda la Europa situada al este de la Iinea Hamburgo-Venecia, y también la parte de Inalia al sur de Roma (Napoles y Sicilia); final- mente, al otro lado del Atlintico, Ia Amética cu- ropeizada, zona marginal por excelencia. $i excep- tuamos Canadé y las colonias inglesas de América del Norte en sus principios, el Nuevo Mundo se halla, en su totalidad, bajo el signo de la escla vitud, Del mismo modo, los mérgenes de la Eu- ropa central, hasta Polonia y més alld,-constitu- yen la zona de la segunda servidumbre, es decir, de una servidumbre que, tras haber desaparecido casi por completo, al igual que en Occidente, fue restablecida en el siglo xv1 En resumen(Ta economiamundo europea, en. 1650, supone TA yuxtaposicidn y la coexistencia de sociedades que van desde ia ya capitalista, como la holandesa, hasta las sociedades serviles y esclavistas que ocupan los peldafios mis bajos de la escala. Esta simultaneidad, este sincronismo, replantean todos los problemas a la vez. De he- cho, el capitalismo vive de este escalonamiento o) Fernand Braudel regular: las zonas externas nutren a las zpnas in- termedias y, sobre todo, a las cele qué es el centro sino la punta culminante, Id superes- Zructura capitalista del conjunto de la edificaci6n? Como hay reciprocidad de perspectivas, si el cen- two depende de los suministros de la periferia, Gta depende a su vez de las necesidades del cen” tro que le dicta su ley. Fue, pese a todo, la Eu- ropa occidental la que transfirié y volvié a inven- tar la esclavitud a la antigua dentro del marco del Nuevo Mundo y la que, debido a exigencias de su econom{a, «indujo» a la segunda servidum- bre en la Europa del este. De ahf el peso de la afirmacin de Immanuel Wallenstein: el capita- lismo es una éreacién de la desigualdad del mun- do; necesita, para desarrollarse, 1a complicidad de la economia internacional. Es hijo de la orga- nizacién autoritaria de un espacio evidentemente desmesurado, No hubjera crecido con semejante fuerza en un espacio econ6mico limitado. Y qui- 4s no hubiese crecido en absoluto de no haber recurrido al trabajo ancilar de otros, Esta tesis supone una explicacién distinta del habitual modelo sucesivo: esclavitud, servidum- bre, capitalismo. Sienta una simultaneidad, sincronismo demasiado singular gomo para no se una teoria de largo alcance. Pero no lo explica todo, no puede explicarlo todo. Aunque sélo sea acerca de un punto que me parece esencial en los crfgenes del capitalismo moderno, me refiero a Jo que ocurre més allé de las fronteras de la eco nomfa-mundo europea. 106 La dindmica del capitalismo En efecto, hasta finales del siglo xvur, con la aparicién de una auténtica economia mundial, Asia conocié por su parte unas econom{as-mundo sélidamente organizadas y explotadas: pienso en la China, en el Japén, en el bloque Insulindia-In- dia y en el Islam. Siempre se dice y es exacto, por To demés, afirmarlo, que las relaciones entre estas economfas y las europeas son superficiales, que ‘no implican més que a algunas mercancias de lujo —pimienta, especias y seda, fundamentalmente— intercambiadas. pot otras especies monetarias, y gue todo ello cuenta poco en vista de las masas ‘econdmicas presentes. Sin duda, pero estos inter- cambios estrechos, supuestamente superficiales, son los que se reserva, de una y otra parte, el ‘gran capital; y esto tampoco es —no puede ser- Jo— una casualidad. Llego incluso a pensar que toda economia-mundo se manipula a menudo desde fuera. La larga historia de Europa lo repite con insistencia, y nadie piensa que se equivoca al destacar la llegada de Vasco de Gama a Calicut en 1498, Ia escala de Cornelius Houtman en Ban- tam, la gran ciudad de Java, en 1595, la victoria de Robert Clive en Plassey en 1757, que entrega Bengala a Inglaterra, El destino tiene botas de siete Ieguas. Golpea desde lejos. 107 He hablado ya, para el caso de Europa, de una sucesién de economias-mundo a propésito de los centtos que las han creado y animado alternati- vamente. Es preciso sefalar que, hasta 1750 apro- ximadamente, estos centros dominadores fueron siempre ciudades o ciudades-estado. Porque bien podemos decir de Amsterdam, que domina el mundo de la economfa atin a 'mediados del si- glo xvin, que fue la iima de las ciudades-estado, de las poleis de la historia. Las Provincias Unidas, por detrds de ella, no ejercen més que una som: bra de gobierno, Amsterdam reina sola, como un faro luminoso que contempla el mundo entero, desde el mar de las Antillas hasta las costas del 109 La dindmica del capitalismo Japén. Por el contratio, hacia mediados del Siglo ide las Luces, comienza una era diferente. Lon- dres, nueva soberana, ya no es una ciudad-estado, sino la capital de las Islas Briténicas, que le apor- tan la fuerza irresistible de un mercado nacional. Hay, por lo tanto, dos fases: la de creaciones y dominaciones urbanas, y la de creaciones y do: ‘minaciones «nacionales», Todo esto vamos a verlo niuy rpidamente, no slo porque estén ustedes al corriente de estos hechos tan conocidos, no s6lo porque les he hablado ya de ellos, sino tam- bién porque s6lo cuenta, a mi entender, el con- junto de estos hechos conocidos, ya que, a la vista de este conjunto, es cuando se plantea y se aclara de una forma bastante nueva el problema del ca pitalismo, Europa giré sucesivamente, hasta 1750, alrede- dor de ciudades esenciales, transformadas por su mismo papel en monstruos sagrados: Venecia, ‘Amberes, Génova y Amsterdam, Sin embargo, ninguna ciudad de esta categoria domina todavia la vida cconémica en el siglo x11. Y no porque Europa no constituya todavia una economfa-mun- do estructurada y organizada, El Mediterréneo, conquistado durante una época por el Islam, vol- vvié a abrirse a la Cristiandad, y el comercio de Levante proporcioné a Occidente esa antena larga restigiosa sin la cual no existe seguramente inguin cconomiamando digna de te nombre. Dos regiones-piloto se individualizaron claramen: te: Italia al sur, y los Paises Bajos al norte. Y el centro de gravedad del conjunto se esttbilizé en- 1 110 Fernand Braudel tre estas dos zonas, a mitad de camino, en las ferias de Champagne y de Brie, ferias étas que son ciudades artificiales afiadidas a una casi gra ciudad —Troyes— y a tres ciudades secundaria Provins, Barsur-Aube y Lagny. Serfa demasiado afirmar que este centro de gra- vedad se sittia en el vacfo, tanto més cuanto que no se halla demasiado alejado de Paris, por aquel entonces una gran plaza mercantil en pleno apo- geo de Ip monarquia de San Luis y del excepcio- nal florécimiento de su Universided. Giuseppe Toffanin, historiador del humanismo, no se equi vood en su libro, cuyo titulo es caracteristico: I! Secolo senza Roma, entendiendo por él el si- glo x11, durante el cual Roma perdi6, en bene- ficio de Parfs, su primacia cultural. Pero es evi- dente que el esplendor de Paris, en aquella épo- a, tiene algo que ver con las ruidosas y activas fetias de Champagne, lugar de eunién interna ional casi continuo, Los pafios y telas del Norte, de los Paises Bajos en el sentido amplio —vasta nebulosa de talleres familiares que trabajan la lana, el céfiamo y el lino, desde las riberas del Marne hasta el Zuyderzee— se intercambian con la pimienta, las especias y el dinero de los mer- caderes y prestamistas italianos. Estos intercam- bios restringidos de productos de Iujo bastan, sin embargo, para poner en movimiento un enorme aparato de comercios, industrias, transportes y crédito, y para hacer de estas ferias el centro eco némico de la Europa de su tiempo. i La dindmica del capitalismo El declive de las ferias de Champagne se acen- tia, hacia finales del siglo xin, por razones di versas: el establecimiento de una conexién marl- tima directa entre el Mediterréneo y Brujas # par- tir de 1297 —el mar vence a la tierra—; Ia reva- lorizacién de la via norte-sur de las ciudades ale- ‘manas, por el Simplon y el Saint-Gothard, y la industrializacién, finalmente, de las ciudades ita- lianas: éstas se ‘contentaban hasta entonces con tefiir los pafios de color crudo del Norte y, a par- tir de ese momento, los fabrican, desarrolléndose en Florencia el Avte della lana. Pero, sobre todo, la grave crisis econdmica que acompafiaré pronto a la tragedia de la Peste Negra, en el siglo x1v, desempefard su acostumbrado ‘papel: Italia, el socio més poderoso de los intercambios de Cham- pagne, saldré triunfante de la prueba. Se conver- tir, 0 volver a convertirse, en el innegable cen- tro de la vida europea. Se hard cargo de todos los intercambios entre el Norte y el Sur, ademés de que las mercanefas que le legan de Extremo Oriente por el Golfo Pétsico, el Mar Rojo y las caravanas de Levante le abren a priori todos los mereados de Europa. En realidad, la primacia italiana se dividiré du- rante mucho tiempo entre cuatro poderosas ciu- dades: Venecia, Milén, Florencia y Génova. Has- ta la derrota de Génova en 1381, no comienza el reinado, largo peto no siempre tranquilo, de Venecia. Duraré, sin embargo, més de un siglo, lenis Venecy rine sobre ls plz de vante, y sea el pfincipal distribuidor, para Euro 112 Fernand Braudel centera, que acude a ella, de los codiciados produe- tos de’ Oriente Medio. En el siglo xvi, Amberes suplanta a la ciudad de San Marcos, al conver- tirse en almacén de la pimienta que Portugal im- porta en grandes cantidades por la via AtaRRCa; y, en consecuencia, el puerto del Escaut se trans Forma en un enorme centro, duefio de los tréficos del Atléntico y de la Europa del Norte. Después, diversas razones politicas que serfa demasiads latgo enumerar aqui, y que van unidas a la gue- ta de los espaiioles en los Paises Bajos, darn cl puesto dominante a Génova. En cuanto a lt fortuna de la ciudad de San Jorge, no se funda- ‘menta en el comercio del Levante, sino en el del Nuevo Mundo, en el de Sevilla y en los raudales de plata de las minas americanas, en cuyo tedis- tribuidor europeo se convierte. Finalmente, Ams- terdam pone a todos de acuerdo: su larga pre- ponderancia —mis de siglo y medio—, ejercida desde el Baltico hasta el Levante y las Molucas, depende en lo esencial de su dominio incontes- table sobre las mercancfas del Norte por un lado ¥, pot otro, sobre las especias finas: canela, cla Vo, etc., cuyas fuentes en Extremo Oriente aca pparé con bastante rapidez en su totalidad. Estos casi-monopolios le permiten actuar a su antojo prdcticamente en todas partes. Pero dejemos estas ciudades-imperio para cen- trarnos rpidamente en el problema de los merca- dos y economias nacionales Una economia nacional es un espacio politico transformado por el Estado, en razén de las nece- 1B La dindmica del capitalismo sidades e innovaciones de la vida material, en un espacio econdmico coberente, unificado y cuyas actividades pueden dirigirse juntas en una misma direccién, Solo Inglaterra pudo realizar temprana- mente esta proeza. Se habla con respecto a ella de revoluciones: agricola, politica, financiera, in- dustrial. Hay que afiadir a esta lista, asignéndole el nombre que se quiera, la revolucién que creé su mercado nacional. Otto Hintze, criticando a Sombart, fue uno de los primetos en sefalar la importancia de esta transformacién, que se debi6 a la relativa abundancia, dentro de un territorio bastante exiguo, de medios de transporte, sumén- dose 1a navegacién de cabotaje a la apretada red de rios y canales y a los numerosos carros y bes- tias de carga. Por mediacién de Londres, las pro vincias inglesas intercambian los productos y los exportan, ademas de que el espacio inglés se beré muy pronto de aduanas y peajes interiores. Finalmente, Inglaterra se unis con Escocia en 1707, y con Irlanda en 1801. Esta proeza, pensardn ustedes, ya fue realizada por las Provincias Unidas, pero su tertitorio era mintsculo ¢ incapez incluso de alimentar a su poblacién. Este mercado interior no tenfa gran importancia para los capitalistas holandeses, ente- ramente volcados hacia el mercado exterior. En cuanto a Francia, encontré demasiados obstécu- Tos: su retraso econémico, su relativa inmensidad, su renta per cépita demasiado baja, sus dificiles ‘comunicaciones interiores y, finalmente, su cen- tramiento imperfecto. Un pais demasiado amplio, 114 Fernand Braudel por lo tanto, en relacién con los transportes de la época, demasiado diverso y demasiado orga- nizado. A Edward Fox, en un libro que ha tenido mucha repercusién, no le fue dificil demostrar que existfan al menos dos Francias: una de ellas maritima, viva y gil, inmersa de leno en el des- atrollo del siglo xvitt, pero poco conectada con el interior del pais, al estar sus miradas vueltas hacia el mundo exterior; y Ia otra continental, rural, conservadora y acostumbrada a los horizon: tes locales, que desconocia las ventajas econémi- cas del capitalismo internacional. Y esta segunda Francia es la que mantuvo con regularidad en sus ‘manos el poder politico. Ademés de que el cen- tro gubernamental del pais, Paris, situado en el interior de sus tierras, no es ni siquiera 1a capital econdmica de Francia; este papel fue desempe- fiado durante mucho tiempo por Lyon, desde el establecimiento de sus ferias en 1461. Se inicié un deslizamiento a finales del siglo xvt a favor de Paris, peto no hubo continuidad. Hasta 1705, con la «bancarrota» de Samuel Bernard, Paris no se convierte en el centro econémico del mercado francés, y hasta 1724, tras la reorganizacién de la Bolsa de Parfs, no comenzaré a desempeiiar su papel. Pero ya es tarde, y el motor, aunque se acelera en, tiempos de Luis XVI, no llegar nia aoimae a « subyugar al conjunto del espacio francés, Inglaterra tuvo un destino mucho més senci- lo. No hubo més que un centro econémico y politico, Londres, a partir del siglo xv, y éste, al us La dindmica del capitalismo desarrollarse con rapidez, modela al mismo tiem- po el mercado inglés a su conveniencia, es decir, segiin conviene a los granides mercaderes de pro- ductos agricola. Por otra parte, su insularidad ayudé @ Ingla- terra a separarse de los demés paises y a liberarse de la injerencia del capitalismo extranjero. Esto se consiguié fécilmente frente a Amberes gracias a Thomas Gresham, con la creacién del Stock Exchange en 1558. Se consiguid también frente a los Hanseaticos en 1597, con ocasién del cierre del Stalhof y de la supresién de los privilegios de sus antiguos huéspedes. También fue fécil con respecto a Amsterdam, a partir de la primera Acta de Navegacién, en 1651. Por esta época, Amster- dam domina lo esencial del comercio ‘europeo.. Pero Inglaterra contaba frente a ella con un me- dio de. presién: los veleros holandeses, debido al régimen de vientos, necesitaban hacer escala cons- tantemente en los puertos ingleses. Es, sin duda, esto lo que explica que Holanda haya aceptado de Inglaterra medidas proteccionistas que no, acepté de nadie més. En todo caso, Inglaterra supo proteger su mercado nacional y sti naciente indus- tria mejor que ningéin otro pafs de Europa. La victoria inglesa sobre Francia, lenta en afirmarse pero precoz en iniciarse (en mi opinién, desde el tratado de Utrecht de 1713), se manifiesta clara- mente a partir de 1786 (Tratado de Eden) y se hace triunfal en 1815. Con el advenimiento de Londres se pasé una hoja de la historia econémica de Europa y del 116 Fernand Braudel mundo, ya que el montaje de la preponderancia econémica de Inglaterra, preponderancia que se extendié también al leadership politico, marca el final de una era multisecular, Ia de las econo- mias con ditecci6n urbana, y también la de aque- las economias-mundo que, pese al desarrollo y la codicia de Europa, habfan sido incapaces de domi- nar desde el interior al resto del universo. Lo que consigue Inglaterra a costa de Amsterdam no es sélo Ia continuacién de sus pasadas hazafias, sino su superacién. Esta conquista del universo fue dificil y entre- cortada de accidentes y dramas, pero la prepon- derancia inglesa se mantuvo y super6 todos los obstéculos. Por primera vez, la economfa mundial europea, arrollando a las demés, pretenders do- minar la economfa mundial ¢ identificarse con ella a través de un universo en el cual se borrars todo obstdculo, ante el inglés primero y ante el europeo después. Y todo esto hasta 1914, André Siegfried, nacido en 1875 y que tenia, por tanto, veinticinco afios a principios de siglo, recordard con deleite, mucho més tarde, que heba dado por entonces la vuelta aun mundo sembrado de fronteras, jcon tan sélo una tarjeta de visita como carnet de identidad! Milagro de la pax britannica por la cual, evidentemente, cierto mimero de hombres pagaba un alto precio. 117 La Revolucién industrial inglesa, de la que atin tenemos que hablar, fue, para la preponde- rancia de la isla, un bafio de juventud, un nuevo contrato con el poder. Pero no teman, no voy a meterme de leno en este enorme problema his- t6rico que, en realidad, llega hasta nosotros y nos asedia, La industria sigue a nuestro alrededor, siempre revolucionaria y amenazadora. Tranqui Tense: no voy a exponerles mds que los comien- zos de este enorme movimiento y evitaré sumirme cen las brillantes controversias en las que caen los historiadores anglosajones, ellos los primeros y también los demas, Ademés, el problema que se me plantea es més bien limitado: quiero sefialar 119 Fernand Braudel en qué medida la industrializacién inglesa sigue Jos esquemas y modelos que yo he dibujado y en ‘qué medida se integra en-la historia general del capitalismo, tan rica ya en lances imprevistos Precisemos bien que el término revolucién se emplea aqui, como siempre, en sentido contra- rio. Una revolucién, segin su etimologia, es el movimiento de una rueda, de un astto que gira, y es un movimiento répido: desde el momento fen que se inicia sabemos que esté destinado a acabar muy pronto. Ahora bien, la Revolucién industrial fue, por excelencia, un movimiento Tento y poco discernible en sus comienzos. El propio Adam Smith vivi6 rodeado de las sefales precursoras de esta Revolucién sin darse cuenta de ello. El que la Revolucién fuese muy lenta y, por lo tanto, dificil y compleja, gno nos lo explica acaso el ejemplo que vemos en el tiempo presen- te? Ante nuestros ojos, una parte del Tercer Mun- do se industrializa, pero a través de un inusitado esfuerzo y tras innumerables fracasos y rettasos que nos parecen, 4 priori, anormales. Unas veces es el sector agricola el que no ha legado a mo- dernizarse; otras, falta mano de obra cualificad © bien [a demanda del mercado se revela insu ciente; en otras ocasiones, los capitalistas ag colas han preferido las inversiones exteriores a las locales; o bien el Estado resulta ser dilapida- dor o prevaricador; 0 la técnica importada es inadecuada, 0 se paga demasiado cara, lo que en- carece los precios de coste} o las necesarias impor- 120 La dindmica del capitalismo taciones no se compensan con las exportaciones: el mercado internacional, por tal 0 cual motivo, ha resultado hostil, y dicha hostilidad se ha salido con Ja suya. Ahora bien, todos estos avatares se producen cuando ya no’es necesario inventar la Revolucién, cuando ya los modelos se encuentran 1 disposicién de todo el mundo. Todo deberia, por lo tanto, ser fécil a priori. Pero nada funcio- na fécilmente. De hecho, la situacién de todos estos paises, no nos recuerda més bien a lo que sucedié antes, de la experiencia inglesa, es decir, el fracaso de tantas revoluciones antiguas virtualmente posibles, en el plano técnico? EI Egipto ptolemaico cono- ié la fuerza del vapor de agua, pero sélo Ja uti- lizé para divertirse. EI mundo romano dispone de una gran herencia técnica y tecnoldgica que, en més de una ocasién, atravesarfa, sin que nos digramos cuenta de ello, Ios siglos de la Alta Edad Media, para revivir en los siglos xr y xm, Du- ante estos siglos de renacimiento, Europa au- menta de forma fantéstica sus fuentes de energia al multiplicar los molings de agua, que Roma ya habia conocido, y los de viento: esto ya supone tuna Revolucién industrial. Parece ser que China descubrié en el siglo x1v Ia fundicién con carbén de coque, pero esta virtual revolucién no tuvo ninguna continuidad. En el siglo xvi, todo un sistema de extraccién y achicamiento de agua se instala en las profundas minas, pero estas prime- ras fébricas modernas, industrias antes de tiem- po, tras haber seducido al capital, serén répida- 121 Fernand Braudel mente victimas de la ley de rendimientos decre- cientes. En el siglo xvi, el empleo del carbon mineral se extiende por Inglaterra, y John U. Nef tenfa razén cuando hablaba, a propésito de esto, de una primera Revolucién inglesa, pero incapaz de extenderse y de traer consigo amplias trans- formaciones. En cuanto a Francia, las sefiales que anuneian un progreso industrial son ya muy cla- ras en el siglo xvitt: los inventos técnicos se su- ceden y la ciencia fundamental es allf tan brillante al menos como al otro lado del Canal de la Man- cha, Pero sin embargo, es en Inglaterra donde se ddan los pasos decisivos. Parece como si todo se hubiera desarrollado por si mismo, de forma na- tural, y éte es el problema apasionante que nos plantea la primera Revolucién industrial del mun- do, la mayor ruptura de la historia moderna. Pero, gpor qué Inglaterra? . Los historiadores ingleses han estudiado tanto estos problemas que el historiador extranjero se pierde facilmente en medio de disputas que com: prende cuando las analiza una por una, pero cuya suma no simplifica la explicacién. Lo tnieo segu 10 €s que las explicaciones faciles y tradicionales hhan sido desechadas. La tendencia general es, cada vez. més, la de considerar la Revolucién in dustrial como un fendmeno de conjunto, y un fendmeno lento, que implica en consecuencia unos origenes lejanos y profundos. Si lo comparamos con los crecimientos difici- les y ca6ticos de los que hablaba hace un instante, en las zonas poco desarrolladas del mundo actual, 122 La dindmica del capitalismo no es extrafio que el boon de la Revolucién ma Guinista inglesa, de Ia. primera produccién ma- siva, haya podido desarrollarse a finales del si- glo xv y a comienzos del siglo xrx como un fantéstico crecimiento nacional sin que, en nin- gung parte, el motor se agarrote, sin que, en nin- min sitio, se produzcan estrangulamientos? Los campos ingleses se vaciaron de hombres al mismo tiempo que mantenian su capacidad de produc- cidn; los nuevos industriales encontraron Ia mano de obra, cualificada y no cualificada, que necesi- taban; el mercado interior continué incrementén- dose pese a la subida de los precios; la técnica continué proponiendo con regularidad sus servi cios cuando eran necesarios; los mezcados riores se abricron en cadena, uno tras otro. E in- cluso las ganancias decrecientes, la fuerte caida, por ejemplo, de los beneficios de la industria del algodén tras el primer boom, no provocaron cti- sis alguna: los enormes capitales acumulados se invirtieron en otras partes, y los ferrocarriles su- cedieron al algodén. En definitiva, todos los sectores de la econo- mia inglesa respondieron a las exigencias de esta repentina aceleracién de la produccién: no hubo bloqueos ni averias, Entonces, gno habria que considerar a toda Ia econom{a nacional? Ademés, cen Inglaterra 1a Revolucién del algodén surgis del suelo, de la vida ordinaria, Los descubrimien- tos fueron hechos, normalmente, por artesanos. Los industriales son, con bastante frecuencia, de origen humilde. Los capitales invertidos, cuyo 123 Fernand Braudel préstamo era facil de obtener, fueron al principio de pequefio volumen. No fue la riqueza adquirida, no fue Londres ni su capitalismo mercantil y financiero lo que provocs Ja sorprendente muta- cin. Londres no asumiré el control de la indus- tria hasta después de 1830. Observamos asi perfectamente, con un amplio ejemplo, cémo la fuerza, Ia vida de la economia de mercado ¢ incluso de Ia economia de base, de la pequefia industria innovadora y, en no menor grado, del funcionamiento global de la produccién y de los intercambios, son las que soportan sobre sus es- paldas lo que pronto se llamaré capitalismo indus. trial. Este no pudo crecer, tomar forma y fuerza sino al compés de la economia subyacente. No obstante, Ja, Revolucién industrial inglesa seguramente no hubiera sido lo que fue sin las circunstancias que hicieron entonces de Inglate- rra, précticamente, la duefia incontestada del vas- to mundo. La Revolucién francesa y las guerras rapoleénicas, como ya sabemos, contribuyeron ampliamente’@ ello. ¥ si el boom del algodén se fue desarrollando de forma intensa y duradera, fue porque el motor fue relanzado sin cesar gra: cias a la apertura de nuevos mercados: la América portuguesa y espaiiola, el Imperio turco, las In- dias, ete. El mundo fue, sin quererlo, el cémplice cficaz de 1a Revolucién inglesa De forma que la polémica tan exacerbada entre los que no aceptan més que una explicacién interna del capitalismo y de la Revolucién indus- 124 La dinémica del capitalismo trial, debida a una transformacién de las estruc- turas socioecondmicas, y los que no quieren ver mds que una explicacién externa (la explotaciéa imperialista del mundo, concretamente), me pa rece superflua. Al mundo no lo explota cualquie- ra, Es necesaria una potencia previa lentamente madurada. Pero seguro que esta potencia, si bien se forma mediante un lento trabajo sobre sf mis- ma, se refuerza con la explotacién del préjimo y, a lo largo de este doble proceso, la distancia que Ia separa de las deinds aumenta. Las dos explica- ciones (interna y externa) van, pues, inextticable- ‘mente unidas. Ha Ilegado ya el momento de concluir. No es toy seguro, hasta aqui, de haberles convencido. Pero dudo todavia més de poder convencerles ahora, al confiarles, para finalizar mis explicacio- nes, Jo que opino del mundo y del capitalismo de hoy, a la luz del mando y del capitalismo de ayer, tales como yo los veo y tales como he tratado de describirlos. Pero, cno es necesario acaso que la explicacién histérica egue hasta los tiempos pre- sentes y se justifique a través de este encuentro? Cierto es que el capitalismo actual ha cambiado de talla y de proporciones de una forma fantés- tica, Se ha puesto a la altura de los intercambios bisicos y de los medios actuales, también ellos fantésticamente agrandados. Pero, mutatis mu- tandis, dudo que la naturaleza del capitalismo haya cambiado de artiba abajo. Tres pruebas me sirven de apoyo: 125 Fetnand Braudel — El capitalismo sigue basado en la explota- ién de los recursos y_posibilidades internacio- tales 0, dicho de o1te forma, exinte deez de los limites del mundo, o al menos tiende a abar- car al mundo entero. Su gran proyecto actual es el de reconstruir este universalismo. — Sigue apoyndose, obstinadamente, en mo- nopolios de hecho y de derecho, pese a las violen- cias desencadenadas a este respecto en contra suya, La organizacién, como decimos hoy, conti- miia sorteando el mercado. Pero es erréneo con- siderar que esto constituya un hecho verdadera- mente nuevo — Més atin, pese a lo que se afirma normal- mente, el capitalismo no engloba a toda la eco- nomfa, a toda la sociedad que trabaja; nunca las encietra a ambas dentro de un sistema, el suyo, que seria entonces perfecto: Ia triparticién dela que he hablado —vida material, economia de mercado, economia capitalista (esta iiltima con ‘enormes’afiadidos)— conserva un sorprendente valor actual de discriminacién y de explicaci6n. Basta, para gonvencerse de ello, conocer por den- to algunas Actividades presentes caracterfsticas, siruadas a niveles distintos. En el nivel inferior, incluso en Europa, donde atin existen tantos auto: consumos, tantos servicios que la contabilidad nacional no integra, tantos puestos artesanales. En el nivel medio, veamos el ejemplo de un fabri- cante de ropa hecha: se encuentra sometido, tanto 126 La dinémica del capitalismo fen su produccién como en la venta de su pro- duccién, a Ja estricca ¢ incluso feroz ley de la competencia; un momento de descuido o de debi- lidad por su parte, y le supone la ruina, Pero yo podria citarles pata el tiltimo nivel, entre otras, a dos enormes firmas comerciales que conozco, supuestamente competidoras —y tiicas compe- tidoras en el mercado europeo, una de ellas fran- cesa y la otta alemana. Ahora bien, les es perfec- tamente indiferente que los encargos vayan a una 1 otra, ya que bay una fusién de sus interescs, cualquiera que sea Ia via adoptada con este fin. Me reafirmo, por consiguiente, en mi opiniéa, a la cual me he ido adhiriendo personalmente poco a poco: a saber, que el capitalismo deriva por antonomasia de las actividades econémicas realizadas en la cumbre o que tienden hacia la cumbte, En consecuencia, este capitelismo de al- tos vuelos flota sobre 1a doble capa subyacente de Ja vida material y de la economia coherente de mercado, representa la zona de las grandes ga hnancias. He hecho, pues, de él, un superlativo. Pueden ustedes. reprochdrmelo, peto no soy el ‘inico que mantiene esta opinidn. En su folleto escrito en 1917, «El Imperialismo, fase superior del capitalismo», Lenin afirma en dos ocasiones: ‘E] capitalismo es la produccién mercantil en su nds alto nivel de desarrollo: decenas de miles de grandes empresas lo son todo, y millones de pe- {uefias empresas no son nada.» Pero esta verdad, evidente en 1917, es una vieja, une viejfsima verdad, 127 Fernand Braudel El defecto de los ensayos de periodistas, eco- rnomistas y socidlogos, suele consistir en no tener en cuenta las dimensiones y perspectivas hist6- ricas. 2No hacen acaso muchos historiadores lo mismo, como si el perfodo que estén estudiando cxistiera de por sf, como si fuera un principio y un fin? Lenin, que tenia una mente perspicaz, escribe lo siguiente en el mismo folleto de 1917: «Lo que caracterizaba al antiguo capitalismo, en cl que reinaba la libre competencia, era la expor- tacién de mercancfas. Lo que caracteriza al capi talismo actual, en el que reinan los monopolios, es Ia exportacién de capitales.» Estas afirmacio- nes son més que discutibles: el capitalismo ha sido siempre monopolista, y mercancias y capita- Tes no han cesado nunca de viajar simulténea: mente, al haber sido siempre os capitales y el crédito el medio més seguro de lograr y forzar tun mercado exterior. Mucho antes del siglo xx, la exportacién de capitales fue una realidad coti- diana; en Florencia desde el siglo x11 y en Augs- burgo, Amberes y Génova en el xvt. En el si glo xvitt los capitales recorren Europa y el mun- do. ¢Es necesario decin que no todos los medios, procedimientos y astucias ‘del dinero nacen en 1900 0 en 1914? El capitalismo los conoce todos y, tanto ayer como hoy, su caracteristica princi pal y su fuerza consisten en poder pasar de un ardid a otro, de una manera de actuar a otra, en recargar diez veces sus baterias segtin las circuns- tancias coyunturales y en seguir permaneciendo al 128 La dindmica del capitalismo mismo tiempo suficientemente fiel y semejante a si mismo. ‘Lo que, por mi parte, siento, no como historia- dor sino como hombre de mi tiempo, es que tanto en el mundo capitalista como en el mundo socia- lista no se quicra distinguir capitalismo de econo- mia de mercado. A aquellos que, en Occidente, ctitican los defectos del capitalismo, los politicos y economistas responden que ¢s un mal menor, el reverso inevitable de la libre empresa y de la economia de mercado, No lo creo en absoluto. A Jos que, por el contrario, signiendo una tendencia sensible incluso en Ia URSS, les preocupa la pesa- dez de la economia socialista y quisieran facil tarle un poco mis de «espontaneidad> (yo tradu- cirfa: un poco més de libertad), se les tesponde que es éste un mal menor, el reverso obligatotio de la destruccién del azote capitalista, Tampoco lo creo. Pero, cacaso es posible la sociedad que yo considero ideal? ;En cualquier caso, no creo que cuente con muchos partidarios ‘en este mundo! ‘Me gustarfa concluir mis explicaciones con esta afirmacién general si no tuviera una tltima con- fidencia de historiador que hacerles. a historia es el cuento de nunca acabar, siem- pre estd haciéndose, superdndose. Su destino no es otto que el de todas las ciencias humanas. No creo, por Io tanto, que los libros de historia que escribimos sean validos durante decenios y dece- nios. No hay ningsin libro escrito de una vez por todas, como ya sabemos. 129 Fernand Braudel Mi interptetacién del capitalismo y de la eco- nomfa se basa en muchas horas pasadas en archi- vos y en numerosas lectuias, pero, finalmente, en unas cifras que no son suficientemente numero- sas ni estén bastante ligadas unas con otras; se basa en lo cualitativo més que en lo cuantitativo. Las monografias que nos oftecen curvas de pro- dluccidn, tasas de beneficios y tasas de ahorro, que elaboran serios balances de empresas, aunque nada més sea una estimacién aproximada del des- gaste del capital fifo, son escasisimas. He buscado fen vano, acudiendo a colegas y amigos, informa- ciones més precisas para estos distintos campos. Pero he cosechado muy pocos éxitos. Ahora bien, siguiendo esta direccién es como ppodemos, desde mi punto de vista, encontrar una via de salida fuera de las explicaciones a las que me he ceftido a falta de otra cosa mejor. Dividir para comprender mejor, dividir en tes planos o en tres etapas, supone mutilar y forzar la realidad econémica y social, mucho mas compleja. En rea lidad, es el conjunto lo que habré que tomar para comprendet a un mismo tiempo las razones del cambio de las tasas de crecimient® que se pro- duce a la vez que el maquinismo, Una historia totalizadora, globalizadora seria posible si logré- semos incorporar al campo de la economia del pasado los métodos modernos de cierta contabili- dad nacional, de cierta macroeconomia. Seguir la evolucién de Ia renta nacional y de la renta na- ional per cépita, reconsiderar una obra hist6rica pionera como es la de René Bachrel sobre la Pro- 130 La dindmica de! capitalismo venza de los sighos xvit y xvit, tratar de estable- cer correlaciones entre «presupuesto y renta na- ional», tratar de medir Ia distancia —diferente segiin las épocas— entre producto bruto y pto- ducto neto siguiendo los consejos de Simon Kuz- nets, cuyas hipétesis al respecto me parecen fun- damentales para comprender el desarrollo moder- no —tales son las tareas que quisiera proponer a los j6venes historiadores. En mis libros he abier- to de cuando en cuando una ventana a esos pano- amas que tinicamente se adivinan; pero una ven- tana no es suficiente. Seria indispensable realizar tuna investigaci6n, si no colectiva, al menos coot- dinada. Lo cual no quiere decir, claro est, que esta historia de mafiana vaya a ser la historia econémi- ca ne varietur. La contabilidad es, como mucho, tun estudio del flujo, de las variaciones de la renta nacional, y no la medicién de la masa de los pa- trimonios y de las fortunas nacionales. Ahora bien, esa masa, también asequible, debe ser estu- diada. Siempre quedaré, para los historiadores, para todas las demés ciencias humanas y para todas las ciencias objetivas, una América que des- cubrir. 131 pt 1 Reflesionando acerca de la vida mate- rial y la vida econdmica .. 9 Los juegos del intercambio v1. ++. 47 EI tiempo del mundo 89 135

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