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Deseo comenzar agradeciendo al Señor por la oportunidad de servirle

de esta forma. Agradezco también a vosotros por este caminar juntos en el


Señor, y especialmente a mi amada esposa, que tanto me ha apoyado.
Comenzamos hoy con la introducción de un estudio sobre las
bienaventuranzas. El propósito de estos escritos no es hacer un estudio
exhaustivo de las mismas, sino el de meditar en algunos pensamientos al
respecto.
En primer lugar, lo que debemos saber en cuanto a las
bienaventuranzas, es que ellas, en su conjunto, son una descripción fiel del
verdadero cristiano. No debemos ver cada bienaventuranza como siendo una
característica que puede pertenecer a una persona en particular, sino como
una descripción de la condición de espíritu de aquel que ha nacido de nuevo.
Estoy de acuerdo en que algunas pueden resaltar más que otras en nuestras
vidas, pero la razón por la que esto sucede no es la súper - evidencia de
estas, sino la carencia de las otras. Una razón clara para que esto sea así, es
que todas las bienaventuranzas están relacionadas entre si. En otras
palabras, es imposible ser humilde (pobre) de espíritu, y no ser manso.
Tampoco es posible ser limpio de corazón sin ser misericordioso o pacificador.
Todas las bienaventuranzas caminan íntimamente juntas. Ahora bien, siendo
las bienaventuranzas una descripción de aquellos que verdaderamente han
nacido de Dios, debemos concluir que las tales no son naturales a los
hombres. Ninguna de las características espirituales reflejadas en las
bienaventuranzas es oriunda de la personalidad humana. En verdad, es
imposible que el hombre produzca en si mismo un espíritu humilde o un
corazón misericordioso. Aquí nos deparamos con un corazón transformado
por el Espíritu Santo de Dios. Es bello tener delante de nosotros una
descripción de lo que es esencialmente ser un cristiano, más en días en los
que existe mucha confusión al respecto.
En segundo lugar, en las bienaventuranzas encontramos a un hombre
feliz. Aquí están, bíblicamente, las características de un hombre que sabe lo
que significa ser feliz. Ser bienaventurado es ser más que feliz, es un gozo
profundo, una alegría que no depende de las circunstancias de la vida. Es un
gozo que perdura en medio al dolor, pues como hemos dicho nace del
corazón y no de las circunstancias. Este es un verdadero milagro que sólo el
evangelio es capaz de producir en la vida del hombre. No estoy diciendo que,
como muchos piensan, el evangelio produce personas ajenas a la realidad. El
cristiano es una persona muy sobria en cuanto a lo que le rodea. Es un
profundo pesimista, y un gran optimista al mismo tiempo. Es pesimista en
cuanto al pecado y su cierto castigo, pero es un optimista en cuanto al amor
de Dios, y a su perdón. Ahora bien, veremos que las características de una
persona más que feliz, reflejadas en las enseñanzas del Señor Jesucristo, son
diametralmente opuestas a las que harían parte de esta persona según el
pensamiento de nuestra sociedad. Si leemos detenidamente estas
bienaventuranzas, pensando que esto es verdaderamente ser feliz, debería
chocarnos la diferencia entre lo que es ser feliz según Dios, y según el
hombre.
Esquema: Las bienaventuranzas, características del verdadero cristiano.
Las bienaventuranzas, características de una persona feliz.
Para profundizar: leer detenidamente las bienaventuranzas, y
escribir en un papel aquellos pensamientos que el Señor ponga en tu
corazón al respecto.
“Bienaventurados los humildes en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos”
Si alguna característica de espíritu distingue a aquellos que han tenido un
verdadero encuentro con Dios, esta es la humildad. Además, no existe
verdadera humildad que no haya nacido de un encuentro con Dios. La Biblia
enseña que el hombre es por naturaleza, orgulloso, y esta es la esencia del
pecado. Pero ¿A qué nos referimos al hablar de orgullo? Además, ¿por qué la
Biblia enseña que esta es una condición terrible en la que la humanidad se
encuentra? Empecemos por decir que el orgullo es una ficción del espíritu
humano. El orgullo es una dependencia en nosotros mismos y en nuestras
fuerzas en todo lo que concierne a nuestras propias vidas. Confiamos en
nuestras fuerzas físicas, emocionales e intelectuales para alcanzar todo
aquello que nos proponemos. Junto a esto, todo lo que hacemos tiene como
fin la auto-preservación y nuestro pleno bien estar. Aunque nuestra actitud
sea la mencionada, vez tras vez volvemos a caer en cuenta de que esta no es
la realidad, que las circunstancias de nuestra vida y de nuestro alrededor no
están en nuestro control. Pero en esos momentos, ese mismo orgullo que nos
lleva a confiar en nosotros mismos, también nos impide reconocer esta
verdad y entender que es Dios el que verdaderamente tiene el control y es
digno de que le busquemos. En esos momentos tratamos de esconder
nuestros más profundos miedos y temores bajo una actitud de superficialidad
burlona, o con la ayuda de todo tipo de medicamentos que nos impidan
enfrentar la realidad. ¿A caso controlamos el latir de nuestro corazón?
¿Podemos evitar la aparición de un determinado cáncer? ¿Y un accidente?
¿Controlamos las lluvias o la perfección de las leyes físicas que rigen nuestro
planeta? ¿Y qué de nuestros seres queridos? En toda la creación Dios ha
dejado patente delante del hombre que es Él el que tiene el control de todas
las cosas. Si hoy podemos respirar y llevar alimento a nuestras bocas, es
porque su favor es para con nosotros. Por lo tanto, el orgullo no pasa de una
fantasía sarcástica que le impide al hombre reconocer su condición y pedir
ayuda al único que es capaz de suplir las necesidades más profundas de su
corazón.
Continuando nuestro pensamiento, meditemos un poco en el significado
de la humildad. Si el orgullo es una falsa percepción de nuestra condición de
dependencia, la humildad es el sencillo reconocimiento de nuestro estado y
necesidad. Es por eso que cuando Jesús utiliza un ejemplo para hablar de la
humildad, se refiere a un niño. Los niños no tienen ninguna dificultad para
aceptar su condición de dependencia e incapacidad. Su seguridad nace en
saber que sus padres cuidan de ellos. Así también sólo aquel que reconoce
tal dependencia e incapacidad, abrirá su corazón para aprender y recibir de
Aquel que es poderoso para suplir al hombre de todo lo que necesita. La
humildad es la aceptación de aquello que es real en cuanto a nosotros
mismos, y el tomar el lugar en el que somos vulnerables para aprender y
recibir. Debemos concluir diciendo que la única manera por la que el hombre
es capaz de tener una idea real en cuanto a si mismo, y por ende, alcanzar
humildad, es tendiendo un encuentro con Dios. Cuando empezamos a
conocer quién es Dios, empezamos a conocer quiénes somos nosotros
mismos.

Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; y nadie viene al Padre si
no por mi”
Juan 14:6
Ver: Job e Isaías cap. 6.
“Bienaventurados los que lloran, porque
serán consolados”

Muchos son lo que pasan rápidamente por las páginas de las Escrituras
sin verdaderamente percibir aquello que ellas están diciendo. Para aquellos
que han aceptado el evangelio, estas palabras no son difíciles de entender,
pero ¿acaso no nos deparamos con una frase muy difícil de aceptar para el
mundo en el que vivimos? No titubeo en afirmar que lo que Jesús dice aquí es
ridículo para nuestra sociedad. Si algo las personas evitan con todas sus
fuerzas, eso es llorar. Toda la máquina social formada por el hombre tiene
como fin evitar todas aquellas cosas que finalmente le hacen llorar. El
sufrimiento y el dolor que conllevan el llanto, son despreciables para el
hombre, y este los repudia con todas sus fuerzas. Pero la pregunta que
debemos hacer es ¿a qué llanto se refiere Jesús aquí? Empecemos por aclarar
que aquí no estamos hablando de cualquier llanto. El llorar al que refiere
Jesús aquí, es a un llorar espiritual, un llorar del alma. Ya hemos dicho
anteriormente que las bienaventuranzas son las características espirituales
del cristiano, y aquí el llorar al que Jesús se refiere también tiene esta
connotación. Por lo tanto, aquí Jesús se está refiriendo a un dolor que reside
en el interior de hombre, el cual le lleva a llorar. Y es este dolor, él que el
hombre actual evita con todas sus fuerzas. La vanidad abrumadora existente
en nuestra sociedad es una manifestación de esta lucha en contra de este
dolor del alma. La sonrisa frívola tan característica de la raza humana
manifiesta esta verdad.

Infelizmente no podemos sólo referirnos al mundo cuando hablamos de


esta frivolidad. Gran parte de la iglesia actual también tiene como su objetivo
el evitar este sufrimiento a toda costa. Muchos que se dicen cristianos,
buscan a Dios con el principal propósito de quitar de sus vidas todo y
cualquier tipo de sufrimiento. La llamada doctrina de la prosperidad
ejemplifica esta actitud que ha infectado a la iglesia de Cristo. Junto al
escapismo actual frente al sufrimiento, reside una felicidad superficial que
nos impide experimentar la verdadera alegría. La importante verdad que
debemos entender es que el gozo genuino nace de este llanto espiritual. En
el texto leemos: “Bienaventurados (felices) los que lloran, porque serán
consolados”. Podemos decir que sólo los que lloran serán consolados, y de
este consuelo nace la verdadera alegría. Por eso escapar de este llanto, y
vestirse de esta falsa jovialidad, es la mejor manera de evitar la verdadera
alegría. Si queremos el gozo que viene de Dios, aquel que reside en el
corazón y permanece en cualquier circunstancia, debemos aprender a llorar.

Siguiendo nuestro pensamiento debemos preguntarnos: ¿a qué se


debe este llanto del alma? En primer lugar debemos decir que este llorar
espiritual es la consecuencia natural de la humildad de espíritu, de la cual
hemos hablado anteriormente. Cuando tenemos un encuentro con Dios en su
santidad, pasamos a ser concientes de nuestra condición de pecado y
entonces, por primera vez, aprendemos lo que significa llorar en nuestro
interior. Lloramos a causa de nuestro pecado, de nuestra maldad. Lloramos
por nuestra completa incapacidad al respecto, y porque sabemos que
merecemos la condenación eterna delante de Dios. Pero también lloramos
porque entendemos que esta no sólo es nuestra condición, sino que es la
condición de todos los que nos rodean. Nos duele ver al hombre, en su
terrible orgullo, vivir en pecado y aún sonreír frívolamente.
Ahora bien, si crees que pensar en estas cosas es algo mórbido, aún no
haz aprendido tu propia condición, y lo que significa llorar. Pero debo decirte
que la verdadera alegría nace del llanto de aquel que reconoce su pecado;
pues es a este, a quién la Cruz de Cristo le es revelada, y de este consuelo
nace la verdadera alegría. Termino diciendo que el decorrer de la vida
cristiana es marcado por este llanto y consuelo.

Preguntas para profundizar:


• ¿Cuál es la reacción de tu corazón al escuchar hablar del pecado?
• Leer Isaías capitulo 6.
“Bienaventurados los mansos, porque ellos
recibirán la tierra por heredad”
Hablar de la mansedumbre en una sociedad como la nuestra es casi
utopía. Mucho más si citamos a los mansos como aquellos que han de
heredar la tierra, esto es, ser señores de ella. ¿Acaso no es este un
pensamiento completamente opuesto a la naturaleza humana? Si el hombre
fuese a dar una descripción de aquellos que conquistarían finalmente la
tierra, estos serían de espíritu dominador y opresor. Talvez hemos aprendido
a ser algo democráticos en nuestros tratos los unos con los otros, pero por
detrás de esta cierta educación aún existe la ambición de imponernos sobre
nuestro prójimo, de sacar ventaja de una u otra forma. Si alguna generación
ha visto la mansedumbre como enemiga del hombre, esta es la nuestra.
Igualamos la mansedumbre a aquella omisión que caracteriza a los hombres
de naturaleza cobarde y entonces, con razón damos descrédito a la misma.
La predicación dirigida a nuestra generación es que debemos ser fuertes. Si
queremos llegar a ser alguien en la vida debemos aprender a mostrar que
somos afortunados y capaces en cualquier área. No muestres tus errores,
cree que eres un vencedor. Pensamos que este es el camino por el que
alcanzaremos una verdadera felicidad, y finalmente llegaremos a ser alguien
importante en esta vida. Pero vemos que, en las palabras de Jesús, aquellos
que alcanzan todo lo que la tierra tiene para ofrecerles, son aquellos que han
aprendido la mansedumbre de espíritu.
Debemos entonces meditar en lo qué verdaderamente significa ser
mansos de espíritu. Comencemos respondiendo a la pregunta
negativamente. Como vimos anteriormente, la mansedumbre no es esa
tendencia a la pasividad e indolencia que caracteriza a ciertos hombres. En
verdad, esta no es en absoluto una característica natural del ser humano. En
segundo lugar, tampoco es fruto del temor y de la fragilidad de espíritu de la
que muchos padecen. La mansedumbre, no tiene nada que ver con la figura
del niño tímido en la esquina del salón. Antes bien, es una respuesta
bondadosa frente a la agresión justificada, o injustificada de nuestro prójimo
en contra de nosotros. En otras palabras, es responder con amor a aquellos
que nos hacen daño, sabiendo que Dios ha de juzgar la tierra. Es fácil cuando
nosotros mismos analizamos nuestros errores, pero ¡cuán difícil es cuando
otros nos lo muestran! Nos enfadamos y devolvemos la agresión frente a la
primera muestra de enfrentamiento. ¿Acaso no es esto evidente cuando
conducimos el coche? Respondedlo vosotros mismos. Aquel que es tonto no
percibe la agresión, pero aquel que es manso, sufre la injusticia devolviendo
con amor. En esta altura muchos dirán que esto es imposible, y están con
toda la razón. En artículos anteriores hemos visto que estas características
son parte de aquellos que han nacido de nuevo por el evangelio.
En vista de lo que hemos dicho, habréis visto que la mansedumbre de
espíritu es un bien que pertenece al corazón grande y noble. La persona
mansa es aquella que ha aprendido a tener una conciencia correcta en
cuanto a si mismo, y en cuanto a los demás. Sabe la verdadera condición de
su corazón, y su terrible necesidad de la gracia y el perdón de Dios. Por otro
lado, ha entendido la condición de su prójimo y de su idéntica necesidad.
Aquel que es manso es heredero de la tierra, pues ha aprendido a responder
con gozo y paz a cualquier circunstancia de la vida.

Para profundizar:
• ¿Cuál es nuestra actitud cuando otros nos maltratan?
• Leer I Samuel 24 y 26. Leer Isaías 53.

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