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BABELIA

LOS DIEZ LIBROS DE 2009


Javier Cercas
Anatomía de un instante (Mondadori)
En Anatomía de un instante, Javier Cercas se aproxima a un hecho decisivo
en la historia de España (el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de
1981) para desplegar la experiencia de la ficción basada en hechos reales.
El resultado es una obra capital de la literatura contemporánea en español y
que ha sido elegida por los críticos de Babelia como el Libro de 2009.

Por Alberto Manguel

El honor, lugar común de la gran literatura medieval, tiene hoy en día la


calidad inédita y sorprendente de algo olvidado o desaparecido. Las raras
veces en las que se lo menciona, adquiere en un contexto contemporáneo
una connotación irónica o sarcástica, contaminada por banales
convenciones retóricas cuando no mafiosas. Desde los principios del siglo
veinte hasta ahora, en el campo político, eficacidad y astucia han adquirido
mucho mayor prestigio que la conducta ética y valerosa; es por eso que
nuestros héroes estatales son, en su mayor parte, rufianes y estafadores.
En tal contexto, los precursores de Javier Cercas, para quien el honor es el
tema central de su literatura, no son los cínicos novelistas de entreguerras
(“describir el heroísmo no es tarea provechosa”, declaraba Simone de
Beauvoir en los años cincuenta) sino los irascibles filósofos e historiadores
del siglo dieciséis hacia atrás, de Tomás Moro a Séneca. Cómo nos
comportamos frente a un desafío, qué actitud elegimos, le importa más a
Cercas que por qué lo hacemos.

Como es harto sabido, el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981


fue un momento decisivo en la historia española contemporánea, a partir
del cual los españoles tomaron conciencia de una nueva responsabilidad
política posfranquista. Los golpistas que entraron en el Congreso de los
Diputados y regaron de balas el hemiciclo pensaron que esta demostración
de fuerza los convertiría en héroes nacionales y les otorgaría las riendas del
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gobierno. Sin embargo, como Javier Cercas demuestra irrefutablemente en
este libro singular, el heroísmo, el verdadero heroísmo, no lo manifestaron
ni los golpistas y sus líderes ni los políticos que resultaron victoriosos, sino
tres hombres quienes, bajo la lluvia de balas, se rehusaron a tomar parte en
la refriega. Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo
permanecieron en sus lugares mientras sus colegas se echaban al suelo
bajo sus escaños. Es en estos tres, incólumes ante la absurda violencia,
que Cercas busca esa “conducta honorable” que requería Séneca y cuyo
significado hemos perdido casi del todo, conducta que podría resumirse en
la réplica que dio un cierto doctor Henderson, a mediados del siglo
dieciocho en Oxford, según cuenta De Quincey y cita Borges. En medio de
una discusión teológica o literaria, el impávido doctor, al recibir en la cara un
vaso de vino de su adversario, respondió: “Esto, señor, es una digresión;
espero su argumento”. Los tres héroes de Cercas se quedaron sentados en
sus sillas, esperando el argumento que nunca llegó.

La experiencia de la ficción basada en hechos reales (sus merecidamente


célebres Soldados de Salamina y La velocidad de la luz entre otras) le ha
permitido a Cercas la narración de hechos reales como si fueran ficción. El
lector sabe que lo narrado ha ocurrido de veras, pero gracias a la habilidad
literaria de Cercas, percibe la verdad como fruto de la perspicacia de la
imaginación, no sólo como la contaduría de la historia. “Lo entendí. Creo
que esta vez lo entendí”, escribe Cercas en la última página de su libro. El
lector lo sabe: los hechos son incontrovertibles, basados en documentos
verificables, pero, al mismo tiempo, se abren y se amplían con la generosa
ambigüedad de un cuento de hadas que se rehúsa a convertir lo sucedido
dentro del ámbito humano en un fácil y estricto catequismo. Las cosas son
como ocurrieron, sí, pero también como pudieron ocurrir, como sus
protagonistas creyeron que ocurrían entonces, como los lectores futuros
juzgarán que hubiesen podido ocurrir en el pasado reciente. La conducta de
los hombres y de las mujeres que tomaron parte en los acontecimientos
goza (o sufre) de esta pluralidad; y sin embargo, al mismo tiempo, según
Cercas, todas las versiones de un acto responden, voluntariamente, a una
determinada ética. Llegado el momento decisivo, las diferentes opciones se
concentran en una sola, determinada y determinante, cuyas lecturas
pueden ser diversas pero cuya esencia es única. En cualquier situación,
algunos personajes se comportan como cobardes, otros como héroes. Es
por eso que en la Comedia de Dante castigos y recompensas no son
creados por un dios rencoroso o magnánimo sino por nuestras propias
acciones. La literatura de Cercas es, en última instancia, una defensa del
libre arbitrio.

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Un tema magnífico no presupone una ejecución ejemplar. En el caso de
Anatomía de un instante, el honorable y heroico tema ha dado lugar,
sencillamente, a una de las obras capitales de la literatura en lengua
castellana de nuestra época. Anatomía de un instante es ejemplar, en todos
los sentidos de la palabra. En este libro, Cercas ha logrado, con un estilo
tranquilo, fluido, preciso, iluminar un momento esencial y discreto de
España, guiando al lector a través de sus innumerables complejidades y
digresiones. Creemos leer una crónica política cuya anécdota nos
conmueve por su fuerza dramática; en realidad, como en las grandes
tragedias griegas, nos convertimos en testigos de un magnífico acto de
resistencia a la repetida infamia de la Historia.

© EDICIONES EL PAÍS, S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid (España)

Antonio Muñoz Molina


La noche los tiempos (Seix Barral)
Aunque no debería existir ninguna razón particular para decidirse a leer una
nueva novela de Antonio Muñoz Molina, confieso que me puse a leer La
noche de los tiempos debido al anuncio de que en ella también aparecían
personajes reales que tuvieron que ver con dos instituciones a las que he
dedicado como historiador algunos esfuerzos, la Junta para Ampliación de
Estudios y la Residencia de Estudiantes (el protagonista de la novela, el
arquitecto Ignacio Abel, resulta ser uno de los pensionados de aquella
Junta). Sin embargo, a la postre no he encontrado mucho que haya
satisfecho mis intereses profesionales. El mundo que construye Muñoz
Molina coincide temporalmente, sí, con el que tuvo su núcleo en los Altos
del Hipódromo, y se recurre a él en ocasiones, pero no recoge —tampoco
parece que se haya pretendido— su plural realidad, que fue más allá de los,
por otra parte no muy numerosos y bastante tópicos, personajes novelados
aquí.

En lo que se refiere a la reconstrucción del turbio universo de esperanzas,


desencuentros, dobleces, logros y fracasos que se fue configurando
durante la Segunda República y, entonces ya con desesperanzadora
brutalidad, la rebelión militar de julio de 1936, me cautivaron más, por su
espontánea naturalidad, viejas narraciones como La forja de un rebelde de
Arturo Barea, o algunas de las correspondencias recuperadas de aquel
tiempo (por ejemplo, el Epistolario de Pedro Salinas, con quien Abel
comparte ciertas situaciones).

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Dicho todo esto, ¿por qué no he vacilado en continuar leyendo un texto de
958 páginas? La principal razón es la extraordinaria habilidad de Muñoz
Molina como escritor. Sorprende su habilidad para volver, una y otra vez,
con exagerada repetitiva constancia, a los mismos temas y detalles, a las,
mil veces repetidas, obsesiones y engaños (a su familia sobre todo) de
Ignacio Abel. Sorprende y admira, aunque también puede llegar a fatigar al
lector, que con frecuencia tiene que esforzarse por no perderse siguiendo
frases demasiado largas y puntillosas. Es una novela ambiciosa a la vez
que desmedida. Una novela apasionada de amor en tiempos de guerra y de
confusión. Una novela en absoluto “doctrinal en lo político” (más bien
desesperanzadora), en la que el autor es al mismo tiempo el narrador que
está siempre ahí, esforzándose por descifrar personalidades (uno de sus
mejores logros) y por entender cómo fue aquel mundo que existió antes de
que él naciera. Una novela, en definitiva, y por muchos que sean los peros
que se la puedan, y deban, poner, admirable.

Por José Manuel Sánchez Ron

Philip Roth
Indignación (Mondadori)
Marcus Messner es un joven judío que ingresa en un colegio universitario
en su Newark natal. Es hijo de un carnicero que, a medida que su hijo
crece, se obsesiona por proteger la vida del chico convirtiéndose en un
maniático que lo agobia con toda clase de protecciones y prohibiciones.
Marcus acaba huyendo a una Universidad del Medio Oeste muy
conservadora. Su vida en la Universidad es brillante en cuanto a los
estudios, pero de difícil adaptación social, lo que le acaba llevando al
despacho del decano. El decano, un antiguo héroe deportivo y hombre de
creencias tan firmes como limitadas, trata de doblegar el carácter solitario
de Marcus con una mezcla de suavidad e incomprensión; y Marcus —que
ha pasado de la presión de su padre a la del decano— estalla en defensa
de su libertad en una escena memorable.

El asunto anejo es la muerte. La muerte la concibe el padre como la pérdida


del hijo en el que tiene puestas todas sus esperanzas. En cambio, el hijo la
teme porque desea tener tiempo de llegar a ser él mismo, de alcanzar el
destino que trata de labrarse con una dedicación casi obsesiva al estudio.
El telón de fondo es la inminencia del reclutamiento para la guerra de
Corea, donde los jóvenes caen a cientos. En las novelas de Roth siempre
emerge la indignación contra cualquier forma de manipulación del poder.
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Este libro es una muestra perfecta de ello y una soberana lección de
literatura.

Por José María Guelbenzu

Wislawa Szymborska
Aquí (Bartleby)
Bendito sea el año 1996, que puso la foto de Wislawa Szymborska en todos
los periódicos del mundo, porque acababan de darle a ella el Nobel de
Literatura y a nosotros la oportunidad de descubrirla. En los trece años que
llevamos con sus libros, publicados en España por Hiperión, Igitur, Lumen,
Columna y Bartleby, no ha dejado de crecer nuestra admiración por cada
obra suya, que unas veces se titula Gran número o Gente en el puente, y
otras Fin y principio, Instante o Aquí, pero que, en el fondo, siempre podría
llamarse igual que su libro de 1954 Preguntas planteadas a una misma,
porque eso es su escritura: meditación, búsqueda y análisis; es decir, una
defensa contra la prisa y la brutalidad de este mundo en el que “la
ignorancia tiene mucho trabajo, / todo el tiempo cuenta, compara, mide, /
saca conclusiones y raíces cuadradas”, y en el que sobrevivir consiste en
lograr un equilibrio entre lo que ya se sabe y lo que es mejor fingir que no,
para escapar del pesimismo. Esos versos pertenecen al primer poema de
su último libro, Aquí, publicado por Bartleby, pero también lo son estos otros
en los que Szymborska nos ofrece su medicina clásica contra el
abatimiento, que es la inteligencia, y un truco para fomentarla, que es
adoptar un estado de vitalidad irónica: “La vida en la tierra sale bastante
barata. / Por los sueños, por ejemplo, no se paga ni un céntimo. / Por las
ilusiones, sólo cuando se pierden. / Por poseer un cuerpo, se paga con el
cuerpo”. Se puede saber que tenemos “caras de segunda mano” o que el
único consuelo del pasado es “que pudo haber sido peor”, y ser feliz pese a
todo: ésa es su filosofía. Por fortuna, Szymborska ni deja de sonreír ni se
rinde, como explica otro verso de este extraordinario Aquí: “El tiempo
apremia. Escribo”. No pare, por favor, doña Wislawa.

Por Benjamín Prado

Giacomo Casanova
Historia de mi vida (Atalanta)
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Tal vez hay que ser un animoso hombre de acción, un cómplice de la
realidad, un gozador de sus privilegios —si se ha nacido en el siglo XVIII—,
para poder proclamar, como hizo Giacomo Casanova, el descrédito de la
ficción y el favor de la ciencia. La aseveración le cuadraría bien a aquel
libertino si su nombre sólo se asociara a la creación de la lotería nacional
francesa, o a sus facetas de agente financiero, militar, espía y jugador
empedernido. Pero fue también mago, alquimista, filósofo, violinista, un
artista de la seducción y acaso un hombre distinto en las innumerables
ciudades que visitó. Un hombre que encarnó en su época la leyenda del
vigor y la aventura y que sufrió minuciosamente la afrenta de la soledad y la
vejez. Dijo que no le gustaban las novelas y creó, con la materia de su vida,
el personaje novelesco más extraordinario de su tiempo. Lo que haya en su
autobiografía de falsedad o de invención —y no es poco, a juzgar por las
numerosas aclaraciones a pie de página, que no impugnan la verosimilitud
del relato—, no cabe achacarlo a olvido o engaño, sino a la tentación de
agradar, que en Casanova tiene el imperativo del placer, incluso cuando se
autorretrata (a nuestros ojos) de un modo reprobable, o sea, como un
canalla. Con esta edición de Historia de mi vida, , por primera vez completa
y prolijamente anotada, al lector audaz se le brinda la ocasión de
rememorar las vidas probables que se pueden vivir, o sentir la energía de la
imaginación que quien ha vivido mucho.

Por Francisco Solano

Haroldo Conti
Sudeste (Bartleby)
La lectura de Sudeste (1962), primera novela del desaparecido escritor
argentino Haroldo Conti (1925-1976), nos arrastra por una travesía tan
zigzagueante y esquiva en lo episódico como inquietante y honda en su
repliegue existencial.
Sudeste narra la vida en el Delta del Paraná y nos descubre un paisaje casi
virginal aunque tan cercano a la metrópolis, y escenarios que parecen
derruidos y podridos y vacíos pero que están repletos de vida: vegetal,
animal y humana. Y de muerte.

Vemos aquí la menuda vida cotidiana de los sedentarios que trabajan en los
juncales o el trasiego de los que comercian y el pulular de pícaros y
hampones que merodean por las orillas y los márgenes. Y sobre todo
vivimos la vida en el río, cuando el Boga decide reparar un destartalado
bote y emprender su personal navegación por esas aguas. Y acompañando
a este vagabundo romántico y robinsoniano sabremos cómo el río cambia y

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cómo cambia de distinto modo según las estaciones; notaremos la profunda
simbiosis entre hombre y río, y las sensaciones y sentimientos y certezas
que ella inspira o propicia; veremos desatarse sus fuerzas —ese viento, el
sudeste—, y conoceremos también la perturbadora extrañeza que puede
sobrevenir “porque el río teje su historia y uno es apenas un hilo que se
entrelaza con otros diez mil”. Hasta anegarnos en el fatal desenlace, porque
la maldad vive también en el alma del río y madura en el letargo del
invierno.

Hay en Sudeste epopeya, lirismo y tragedia (y también humor) tamizados


en el crisol de una maravillosa y dificilísima sencillez, esa que según Azorín
consiste en colocar una cosa detrás de otra: “Comenzaron a despuntar los
sauces. La línea de las islas se oscurecía. Sintieron en sus cuerpos esa
vaga inquietud que acompaña al cambio. Una especie de zozobra. Un
desvelo”.

Por Ana Rodríguez Fischer

Antonio Gamoneda
Un armario lleno de sombras (Galaxia
Gutenberg/Círculo de lectores)
Antonio Gamoneda (1931) escribió que “la poesía es el arte de la memoria”.
Leer Un armario lleno de sombras es una manera de vivir esa ley, aunque
la poesía no se imponga en este austero y luminoso libro desde las
exigencias del metro y el ritmo. Sí está la poesía entre las líneas de su
sustancia narrativa. Poesía y memoria a la búsqueda de la infancia perdida.
Gamoneda escribe este libro para recuperar lo que durante años olvidó.
Esa operación la lleva a cabo desde variadas incertidumbres: sombras las
llama el poeta leonés. Sombras que porfían ahora en la vejez y se hacen
relato de una infancia, pero también de una época, de un régimen, de una
miseria colectiva, de la pobreza familiar, del miedo y la arbitrariedad
ultrajante de los vencedores. Siendo poeta como es Antonio Gamoneda,
siendo el gran poeta que es, este libro se concibe bajo la cadencia de la
prosa narrativa. En un artículo el autor de Arden las pérdidas valoró la
poesía en Las palmeras salvajes de William Faulkner. La memoria de la
propia infancia qué otra cosa puede ser sino una novela sobre la infancia. O
un poema.

Compartiendo la felicidad de este libro con Jesús Marchamalo, él se


quedaba con una imagen del mismo: los zapatos de la abuela del autor que
su madre convierte en los zapatos del niño para poder ir a la escuela. Yo
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también: y agrego esta frase que se graba: “Se hizo costumbre cívica
apalear a la gente sin distinción de género ni edad”. Libro de tristezas
corporales, para decirlo con palabras del propio poeta. Leído Un armario
lleno de sombras, uno no puede dejar de recordar aquella frase de Joseph
Joubert: “Están los que recuerdan su infancia y los que recuerdan el
colegio”.

Por J. Ernesto Ayala-Dip

Emily Dickinson
Cartas (Lumen)
Un espíritu más oscuro es la expresión que Emily Dickinson (1830-1886)
utilizó en varias de sus cartas para referirse a la poesía y al amor, que
relacionaba con la brujería y que contraponía al espíritu divino del
puritanismo en el que fue educada. A ese espíritu se dedicó con una
intensidad sin parangón entre sus contemporáneos. Dickinson es la más
grande poeta norteamericana y una de las voces líricas más valiosas de
toda la literatura occidental. Su estilo singularísimo no admite
comparaciones, pues está forjado a partir de los trazos, a menudo
contradictorios, de su poderosa personalidad. Las lecturas repetidas de la
Biblia y de Shakespeare; su condición de mujer; su temperamento
apasionado; la religiosidad de su familia; su sumisión a la figura paterna y,
pese a ello, su libertad de pensamiento; la creciente conciencia de su
calidad poética, su humor fino y juguetón; su soledad buscada que le llevó a
enclaustrarse en casa, vestida de blanco y sin dejarse ver por las visitas; el
amor a la naturaleza, en el que cabían tanto las más pequeñas criaturas
como el firmamento; y su obsesiva búsqueda de una verdad trascendente
que perseguía a través de la percepción, conforman los rasgos principales
de su carácter. De su luminoso talento dan cuenta su obra poética y su
abundante epistolario, que cultivó con la misma exigencia. El extraordinario
acierto de la presente antología, primera de sus características en español,
reside tanto en la calidad de las 101 cartas reunidas como en el hecho de
que, al abarcar toda su vida, traza una íntima y exacta biografía suya.

Por Marcos Giralt Torrente

Tobias Wolff
Aquí empieza nuestra historia (Alfaguara)
En Mortales, uno de los mejores cuentos de esta colección donde hay más
de un puñado de obras maestras, uno de los atribulados hombres de Tobias
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Wolff le dice a un redactor de Necrológicas esta banalidad: “Uno puede ser
buena persona sin ser famoso. Las gentes con grandes apellidos no
siempre son grandes personas”. “Eso es verdad”, responde el redactor,
“pero es una especie de verdad para las personas sin importancia”.
En Aquí empieza nuestra historia, esa frase distraída tiene el lugar de una
poética. Como los de Chéjov, los cuentos de Wolff se fijan con intensidad
insoportable en las pequeñas vidas de la gente pequeña, y al final
encuentran en ellas una revelación inmensa que lo sacude todo. El gran
arte de Wolff es su habilidad para escoger el momento neurálgico en que
sus personajes se ven —o más bien se chocan— frente a frente con las
consecuencias de sus actos: en eso, por lo menos, son cuentos morales,
con toda la carga de la condenada palabrita. Son cuentos, también, sobre el
engaño: en todos ellos hay una gran mentira, ya sea que el personaje se la
diga a los otros, ya sea que se la diga a sí mismo. Pero lo que separa a
Wolff de otros grandes de su generación —léase Carver, léase Richard
Ford— es su variedad de registros. Dentro de la forma ascética del cuento
realista, este autor es un virtuoso. Aquí empieza nuestra historia puede
leerse (también) así: como un catálogo de su virtuosismo.

Por Juan Gabriel Vásquez

Pierre Michon
Mitologías de invierno / El emperador de Occidente
(Alfabia)
Una tarde hermosa. Un viaje en tren. Una librera magnífica y una
recomendación. El descubrimiento. Así, hace unos años de regreso a mi
ciudad y con el paisaje rojo del atardecer que enfebrecía el vagón, me
encontré con Pierre Michon conjurando palabras que emanaban de un libro
esplendoroso, Historias minúsculas. Allí estaba yo, presa en regocijo,
atendiendo noticias de Cards, el lugar donde el escritor había nacido. En la
memoria una imagen de mujer con niño en brazos. Detrás de ella, André
Dufourneau. En aquel libro, Michon narraba sobre vidas mínimas que
dibujaban el mapa de un territorio ignoto y cuya escritura me deslumbraba.
Este año, y también en otra tarde de tren, me alcanzó de nuevo Michon con
Mitologías de invierno. El emperador de Occidente, y el vagón se convirtió
en ese lugar del libro donde confluyen las ventajas del abismo y del
desierto, “mazmorra universal y cima del mundo”. Y hasta allí se fueron
acercando en prodigiosa peregrinación las tres hijas del rey de Leinster.
Patricio, el galo apátrida, asomando su rostro entre la vegetación para
contemplar los cuerpos desnudos de las muchachas. Vino Enimia, la nieta
de Fredegunda y llegó Hilarius, el obispo que deja báculo y mitra. Y un
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monje anónimo que escribe sobre pergamino de ternero. Leyendas. Irlanda,
el causse de Sauveterre. La guillotina. Vidas de santas. Mitologías de
invierno. Páginas más tarde, El emperador de Occidente. Dos que hablan,
el anciano Prisco Atalo, músico, emperador exiliado, y el joven Aecio. Y
estuvo el mar y sus travesías largas donde se teme recordar. Batallas.
Roma. Hunos, alanos. Mano incompleta que ya no tañerá la lira. Alarico, su
gran espalda, la pelliza. Placidia. El pasado. Ahora Aecio en el barco
agitando el manto sobre su cabeza para señalar la despedida. Y sobre
aquel embriagador despliegue, la mirada perpleja, asombrada de esta
lectora ganada desde hace tiempo para la causa de Michon. Nombrar
Mitologías de Invierno. El emperador de occidente es invocar al genio,
peregrinar el enigma y el prodigio. Tengo la impresión de estar de nuevo
aprendiendo a leer. También digo de mi impaciencia, pues espero el
conjuro de más tardes hermosas y rojas.

Por María José Obiol

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