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a ALFRED W. CROSBY IMPERIALISMO ECOLOGICO La expansion bioldgica de Europa, 900-1900 UNIVERSIDAD DE MURCIA NM 72, UNIVESSIBAD met Facultad de Letras BIBLIOTECA Departamento HSE] EDITORIAL CRITICA Grupo editorial Grijalbo BARCELONA. 7. LAS MALAS HIERBAS Nos encontramos con Ja aparente anomalia de que Australia conviene més a ciertas plantas ingle- sas que la propia Inglaterra, y de que algunas plan- tas inglesas convienen més a Australia que aquellas plantas australianas alli existentes antes de la in- tromisin de los ingleses. Joserit DatTon Hooker, 1853 eran . Se defendieron mejor en los tr6- Picos del Nuevo Mundo, pero se quedaron muy lejos de fundar mon- tones de sociedades neoeuropeas bajo el resplandeciente sol america- no. De hecho, en algunas zonas ni siquiera Jo intentaron, sino que se limitaron a crear colonias de plantacién proveidas con peones no euro- eos, exclavos y trabajadores contratados. Lo que resulta sorpren. a Dita mace 8 1 ciclo y como las arenas de las orillas del mar». 0 que los imper i Silranas segiin Jos pardmetros del Viejo Mundo). Actualmente, Que. bec puede parecerse a Cherburgo, pero sin duda en 1700 no se le Parecia, Puede que actualmente San Francisco, Montevideo y Sydney ‘Sean europeas, pero hace unas cuantas generaciones —realmente muy Pocas— no tenfan casas de obra ni calles, y estaban habitadas por ame- Tindios y aborigenes celosos de sus tierras y de sus derechos. ¢Qué fue lo que permitié a los intrusos blancos que estos puertos y estos Titorales se convirtieran en ciudades neoeuropeas? | LAS MALAS HIERBAS 163 Cualquier teoria que se precie y que j ‘explicar_el_ avance demogréfico popes EI primero es la desmoralizacién ya menude Io aniquilacion ic Jas-poblaciones indigenas de las Nuevas Fi ropas. La detrota arra, \, sedora_de_estas_poblaci implemente _consecuencia 2 Supericrided tecnolégica europea. Los europeos que se cat lecieron en el rica templada meridional Sozaron aparentemente de las mis- mas ventajas que los que se establecieron en Vissiai § ginia_y en Nueva Gales del Sur, y sin embargo sus historias han side sensiblemente di- americanos, australianos y neozelandeses por el hecho de poser hanes de hietro, pero gacaso es mucho més inferior a un mosmuete © eon rifle una lanza con punta de piedra que una lanza con punta de beence Ta causa de que los banties prosperasen demosrdficamente no reside en su niimero en época del primer contacto con los blancos: probable. mente eran menos por kilémetro cuadrado que, por ejemplo, los ara indios al este del Mississippi.(Los banties prosperaron més bien por} due sobrevivieron a Ia conquista militar, evitaron a los conquistadores © se convirtieron en sus sirvientes indispensables; y, a largo plazo, Porque se reprodujeron en mayor niimero que los blancos.} Por. el contrario, gpor qué sobrevivieron tan pocos nativos de Jas Nuevas Europas? explicar el in de Ta frontera agricola europea en Ja faiza siberiana © en el sertZo brasilefio o en el veldt sudafricano contrasta brusca- | mente con su avance ffcil y casi fluido en Norteamérica, por ejemplo. Desde lueno, Ios pioneros de los Estados Unidos y del Canadé nunca hubieran definido su avance como fécil; su vida estuvo Tlena de peli gtos, privaciones y trabajos incesantes. Pero, como prune, siempre consiguicron domesticar cualquier porcidn de la Norteamérica temnlada que se propusieron en el Japso de unas cuantas décadas, y generalmen- te en mucho menos tiempo. Muchos casos particulares fracasaron —enloquecieron por las ventiscas y las tormentas de arena, vieron sus cosechas arruinadas por Ia Iangosta y sus rebafios destrozados por Jos pumas y los lobos, perdieron sus cabelleras a manos de unos ametindios comprensiblemente hostiles— pero, como grupo, siempre 166 IMPERIALISMO ECOLOGICO tuvieron éxito, y, en términos de generaciones humanas, con mucha rapidez. Esj ¢_tal que dirfanse de carécter rehumi i rt yerzas que chocan contra los asun- | yuMANos, constantes la-yoluntad humana: fuerzas que son a la voluntad lo que el persis- ee eeeteatie xpvice de un glacier es al impulso de una avalan- cha. Analicemos las migraciones humanas entre Europa y las Nuevas Enropas. Decenas de mil es abandonaron sus hogares eet Nesevts Gorones, donde oo ceumicass solontoce enetrantes que ‘tampoco resulta muy esclarecedor. ropeos con- ciones a ultramar, y Europa necesitaba exportar, no ciones de otras especies entre Europa y las Nuevas Europas. No pode- Ser ag an cao les Le ee Se a por otra parte, Ja dispersién en ultramar de cultivos del Viejo Mundo tales como el trigo 0 los nabos, por ejemplo, no es sino el hecho concomi- tante, obvio y carente de informacién de la dispersién de los agricul- tores europeos. Anali i i i menudo atravesaron las simas de Pangea, lug definir el termine iT ‘con mayor precisién que Ja que hemos empleado hasta ahora. No to- eget dens Estados Unidos, Argentina, Ausiaia des. a @ gran niimero de euro; ‘or ejemplo, hay pocos blancos Es ef Ghat Dever ae Arcot Seal rena austr is, y si toda Australia hubiera igualmente frida, este continente no estarfa més cerca de ser una Boag Europa que Groenlandia, Si existen partes mAs calurosas, més eaters mas secas, més himedas y, en general, mas inhéspitas de las LAS MALAS HIERBAS 167 Nuevas Europas que actualmente tienen poblacién blanca, ello se debe @ que gran ntimero de inmigrantes blancos se vieron atraidos por las regiones més hospitalarias, dispersindose desde. allat: Estas SoSH fueron los ruedos en los que tuvieron Jugar las nine més significativas entre especies ajenas, en la época posterior a Colén y a Cook, y en las cuales Jos resultados hicieron posible la europeiza- cidn de todo el territorio. Debemos ccntrar nuestra atencién en dichos ruedos. El ‘SS caisntal de Jos Estados Unidos y Conadé, doncle to- davia vive la mitad de la poblacién, a pesar de haber transcurrido més de tres siglos y medio desde la fundacién de Jamestown y de Quebec; es el semillero neoeuropeo de Norteamérica, El equivalente australiano_es la esquina sudoriental, delimitada por los mares y por una linea que irfa de Brisbane a Adelaida, més Tasmania. La total de.Nueva Zelanda, excepto las comarcas altas y frias y la costa oeste de la Isla del Sur, pertenece a esta atractiva categoria. El corazén neoeuropeo de la Sudamérica meridional son los pastizales himedos en cuyo centro se encuentra Buenos Aires. Se trata de un enorme territorio, en su mayor parte Iano como la palma de la mano, que se extiende dentro de un semicirculo trazado desde Bahia Blanca, en el sur, hasta Cérdoba, al oeste de Pérto Alegre en la costa brasilefia. Esta franja de mas de un millén de kilémetros cuadrados incluye una quinta parte de Argentina, todo Uruguay y Rio Grande do Sul, en Brasil. Alli viven dos tercios de los argentinos, toda la poblaciém uru- guaya y la de Rio Grande do Sul constituyendo la mayor concentra- cién demografica del mundo al sur del Trdpico de Capricornio.' Habiendo ya descrito los escenarios, introduzcamos en ellos a «las fulanas de nuestra flora», en expresin de Sir Joseph Dalton Hooker: Ins malas hicrbas? qMbiDSi@ibaBURo es un tézmino cientfico de espe- cie, género o familia, sino que su definicién popular es prosaica; por tanto, debemos detenernos en su definicién. En_el_uso boténico mo- término se ue se dispersa con rapidez Las estadisticas para esta breve exposicién provienen de The New Rand McNally ‘College World Atlas, Rand McNally, Chicago, 1983, The Wott ae inac and Book of Facts, Newspaper Enterprise Association, Nueva York, 5 The Americana Encyclopedia, Grolier, Danbury, 1983, vol. ‘XI, y T. Lynn Smith, Brazil, People and Institutions, Lousiana ‘University Press, Baton Rouge, 1972, 7D, Hooker, «Note on the Replacement of Species in the Colonies ais Elsewhcren, The Natural History Review, 1864, p. 125, 4 / ; . 168 IMPERIALISMO ECOL6GICO | en_competencia con otras en la tierra removida. Antes del adveni- _ miento de Ja agricultura, eran relativamente pocas las plantas de este tipo que representasen alguna especie en concreto; fueron las «pione- ras de descendientes o colonizadoras secundarias», especializadas en la ‘ocupacidn de suelos despojados de vegetacién por causa de cottimien- tos, inundaciones, incendios y demés> Las malas hierbas no son siempre antipsticas. En su dia, tanto el centeno como Ja avena fueron malas hierbas; actualmente son plantas | de cultivo- ¢Es posible que una planta de cultivo cambie en sentido contrario y se convierta en una mala hierba? Si. El amaranto y la digitaria fueron cultivos prehistéricos en América y en Europa res- pectivamente, apreciados ambos por sus nutritivas semillas, mientras que actualmente ambos han sido degradados a la categoria de mala hierba. (El amaranto podrfa estar volviendo a la respetabilidad de Ja categoria de plantas de cultivo.)* ¢Son las malas hierbas, mientras per- manecen en dicha categorfa, siempre una plaga y un tormento para todo el mundo? En realidad, no. La grama, una de las malas hierbas tropicales mds incontrolables, era ensalzada hace siglo y medio como estabilizante de los diques a lo largo del curso inferior del Mississippi, al mismo tiempo que los agricultores, no lejos de allf, Ia lamaban Entre los cultivos forrajeros importados, figuraba como campedn el trébol blanco (probablemente el campedn de las plantas coloniza. doras en Peri), junto a la planta euroasidtica que los norteamericanos lamaron arrogantemente «kentucky bluegrass» (grama). La mezcla de ambos recibié el nombre de chierba inglesa». Eran bastante ingle- sas en su preferencia pot los climas frios y hiimedos; si los meloco- tones preferfan las gradas meridionales de las colonias europeas en Norteamérica, la «hierba inglesa» preferia las septentrionales* Al me- nos se sembraba intencionadamente trébol o hierba, 0 ambos a la vez, en Norteamérica, ya en 1685, momento en que William Penn in- tenté plantarlos en su finca. Al ser apreciados como forraje y poseet tuna naturaleza agresiva, se difundieron ampliamente en las trece co- lonias y en Canadé a lo largo del rfo San Lorenzo. Cuando os explo- radores ingleses superaron los Apalaches y avanzaron hacia Kentucky en las diltimas décadas del siglo xvist, encontraron, esperndoles, tré- bol blanco y grama. O bien las plantas se habfan’arrastrado por las montafias agarrdndose al pelo de los caballos y mulas de los comer- ciantes desde Carolina, o bien, més probablemente, habfan penctrado con los franceses a finales del siglo xvir o en el xvitt.” : El trébol blanco y Ia «kentucky bluegrass» continuaron hacia el ceste, hasta el punto donde se disipan las Huvias mas allé del Mississip- pi, abriéndose paso a codazos, manteniéndose siempre al ritmo de la 25, Kalm, Travels, pp. 174, 264; Catl O, Sauer, «The Settlement of the Humid East, Climate and, Men, Yeerbook of Agrcultre, United States Dee artment of Agriculture, Washington, D.C., 1941, pp. 159-160. rez6. Schery, «Migration of « Plants, Natural Hlstory, 74 (dilembre do 1963), pp. 41-44. j 27. Lyman Carrier y Katherine S. Bort, «The History of Kentucky Blue grass and White Clover in the United States», Journal of the American Society of Agronomy, 8, 1916, pp. 256-266. ie 178 INPERIALISMO RCOL.GGICO frontera de Jos nuevos Estados Unidos, e incluso av cuenta and por su Aliinois, 1818: Alli donde han acampado pequefias caravanas al atravesar Ias pradetas, y han dado a sus reses heno compuesto por estas hierbas perennes, queda para siempre una mancha de césped verde para instruir y alentar a fututos aprendices.™ A partir de estas manchas verdes, se diseminaron por todo el Me- io Oeste vastas ondulaciones de nuttitivo forraje y de malas hierbas ~ casi inextixpables, el tiempo justo para set transportadas a través de ‘as lanuras semidtidas para renovar su salvaje jarana expansiva en las oS frias y po Ae Lejano Oeste.” j agtacejo figuraba inmediatamente después del trébol blanc la ekentucky bluegrass» en Ia lista de las m&s agresivas importacio. “nes vegetales, junto con la hierba de San Juan, el cafiamo comin, le _ Steguilla y el bromo, ademis de todas las de la lista de Jossclyn y ‘muchas mds. En enero de 1832, Lewis D. de Schweinitz revelé al Lyceum of Natural History de Nueva York, tras una larga inve eign, que Jas plantas mas agresivas en los ‘estados del norte de i - Estados Unidos eran las malas hierbas fordneas Baa: Con toda probabilidad, la situaci ___ Parecié que tas malas hierbas, cuya i presencia registraron Jossel y los dems al este del Mississippi, perdian agresividad a malin ie #¢ acereaban al centro de Norteamérica, La «buffalo geass» y todas las gramas, asf como el resto de la i ; vegetacisn autéctona de las Hanu- 4 fueron eapaces de restr efceamente a lot invasoien, eaceny ss. los de las que facilitd ién en el sur debis los mijos de Manitoba y Dakota veremos sobre la cuestién de por 28. Sche al 1963), pp. ato. 29. 1, Campbell, «Exotic Vegetation of the Paci Saal the Hit Pate Same cone, Canada, 1998, Pate once 30. Lewis D-de tz, «Rernaria onthe Pit of a ere on the Plants of Bus Which Have of Nataral History of New York, (832), op. Lasse Anna aration of @ Plants, Natural History, 74 (diciembre de LAS MALAS. FINEIAS 179 qué Ja vegetacién de lay Grandes Llanuras fue tan resistente a Ia invasidn Por el momento, pongamos nuestra atencidn en otra historia exi- tosa, esta vex desarrollada a unos 80" de latitud hacia el sur-sudes te, Alli se extiende aggre. una Hanura cuyas partes bien aby tecidas de agua sucumbieron a los invasores det Viejo Mundo tan completamente como las zonas equivalentes del Valle de San Joaquin en California, La pampa es una inmensa zona plana, bien abastecida de agua por el este, y cada vez menos a medida que se avanza clescle el Atlintico y y entre ellos pastaban y deambulaban ex péjaros gigantes no voladores."" isoteo de ezufias, el aplas ia pentose malar tbs los mismos, alte- Esta altera- hasta el siglo xvirt, Un visitante, Félix de Azar cada de 1780 que Ia gran cantidad de ganado y I-costumbre de que ‘nualmente las hierbas muertas estaban acabando con las plantas Aelicedas-¥ Tas Kierbas-mdi-altas, y que el vacio resultante no estaba siendo repuesto, All{ donde montaba su. pequefia europeo o mestizo, brotaban malvas, eardos y dem: tiera ninguna otra’ planta semejante en treinta leguas, Y bastaba que los colonizadores frecuentasen un camino, aunque sélo fuera a solas con su caballo, para que aparecieran estas plantas en sus bordes. El pionero de la pampa era una especie de rey Midas de Ia botinica, que cambiaba Ia vegetacién al tocarla.” Jt, Gonzalo Ferndndes de Oviedo y Valdés, Historia General y Natural de tas Indias, Ediciones Adas, Madrid, 1959, vol, IL, p. 336. : 32. Pélix de Azara, Deseripeidn e Historta del Paraguay y del Rio de ta Plata, Imprenta de Sanchiz, Madkid, 1847, vol, T, pp. 56-38. 180 ANPERIALISNO BCOLOGICO ‘La historia de la vegetacién de la pampa, al menos en sus aspectos ands Hamativos, se esclarece en el siglo x1x. La algachofa silvestre, el «cardo de Castilla», corriente en Buenos Aires en 1749, siguié pro: pagéndose, y cuando Charles Darwin visité esta parte del mundo ‘ochenta afios después, Ia encontré en Argentina y en Chile, y tan exuberante era en Uruguay que hacia impenetrables cientos de millas cuadradas tanto para el hombre como para los caballos, «Dado —es- cribiS— que se haya registrado un caso de invasién a tan gran escala de una planta sobre las autéctonas.»™ Cuando W, H. Hudson era niiio, a mediados del siglo x1x, vio en Argentina matorrales de alcachofas silvestres, de un verde entre azu- Jado y griséceo, que se extendian tan lejos como alcanzaba la vista; pero lo que mis le impresioné fue la importacién del cardo gigante, una variedad bienal mediterranea que crecia a la altura de un hombre a caballo, En los «afios del cardo» crecian por todas partes, y existia gran peligro de incendio cuando se secaban: En tales ocasiones, el hombre que viera humo en Ia lejanfa mon- taria en su caballo y volaria hasta el lugar del peligro donde se in- tentaria interrumpir el fuego abriendo una amplia senda en los car dos a unas cincuenta yardas por delante de él, Una forma de hacer esta senda era coger con el lazo y matar unas cuantas ovejas del re- ‘bafio mas cercano y atrastrarlas arriba y abajo al galope a través de Jos densos cardos, hasta que se abria un espacio ancho donde se podrian sofocar y mantear las lamas con las gualdrapas del caballo.™ Los datos de que disponemos sobre los cambios de la vegetacién ‘en los pastizales de la regién del Rio de la Plata son anecdéticos, irre- ‘gulares y muy alejados de lo cientifico, pero la enorme propagacién 33, ,Chatles Darwin, The Voyage of the Beagle, Doubleday, Garden City, | NY, 1962, pp. 119.120; Oscar Schinieder, Aneto te ‘Argentine Pampa __ in the Colonial Periods, en Geography, vol. II, n° 10 (27 de septiembre de 1927), University of California Publications, p. 310; Mariano B. Berro, La Agri. altura Colonial, Coleccién de Clésicos Uruguayos, Montevideo, v. 148, 1975, 34, W. H. Hudson, Far Away and Long », A Hist of My Barty » _ Dason, Noes York, 193, pp. Gt 8, Tra aes Ue drake ear te want's Edible Plants of the ‘orld, Dover, Nueva York, 1973, p, 535; Alexander Martin, Weeds, Golden Press, Nueva York, sf, p.'148; Berio, Apiealiny Race lelapie rises LAS MALAS HOERBAS de ‘estas clos malas ietbas en el siglo xnx puede servienos como prucba fehaciente de que el ecosistema de Ia pampa habla silo tone matizado por los blancos y sus animales. Los rebafios provocaron. transformaciones casi por doquier entre la linea de las nieves andinay y las de la Patagonia, pero en ningtin lugar fueron tan profundas come en el corazén de los pastizales: Ia fértil regién, de mas de 300 kilé. metros de anchura, bien abastecida de agua y, con todo, bastante europea, en cuyo meollo se encuentra Ia ciudad de Buenos Altes, Cuando en 1833 Darwin se adentré hasta allf desde el exterior, note tun cambio entre una shierba bastaw y «una alfombea de verde vene- tacién», Atribuyé 1a transformacién a algin cambio en el terreno, pero «los habitantes me aseguraron. y el apacentamiento del ganado». En 1877, Carlos Berg publicé una lista de unas 153 plantas euro- peas que habja encontrado en la provincia de Buenos Aires y en Pata- gonia, contando, entre las mds abundantes, especies tan familiares a los europeos como el trébol blanco, el zurrén de pastor, la pamplilla, — Ja pata de gallo, 1a aladierna de hoja estrecha y Ia lengua de vaca, Tam bién inclufa el Hantén, plantain para los ingleses o «pie de inglés» para los algonquinos de Norteamérica. Seguin los botinicos de campo, sélo una cuarta parte de las plantas que crecfan en estado silvestre en la pampa en la década de 1920 eran nativas.” W. H. Hudson lamen: taba Ia situacién de los europeos de la pampa, rodeados por estas ma- las hierbas «que brotaban en sus campos bajo todos los cielos, rodedin- doles con las monétonas formas del Viejo Mundo y manteniendo ‘5.33 indeseada unién con tanta tenacidad como las ratas y las cucarachas que todo se debfa al estiéreal ry Across the Pampas and Among the 35. Francis Bond Head, Jourmeys rey ie, 1987 on 3 74 Galfonin Benton: 310 ie ett Muon, The Natealy fw La Pate, Dut, pe 182 INWPERIALISMO RCOLOGICO Si fuera cierto que el grado de diferenciacin entre las formas de ‘vida europeas y las formas de vida autéetonas de una colonia son co rrelativas « Ia vulnerabilidad de estas iltimas frente a la invasién de Jas primeras, entonces Australia —con sus caracterfsticas hierbas y hiierbas de césped, bosques de incomparables cucaliptus, cisnes negros, aves no voladoras y martupiales— tendrin que ser actualmente otra Europa, Sin duda, no se ha convertido en tal porque la salvé su zona interior ciflida, frida y totalmente distinta de Europa, y el estrecho ‘vinculo que existe entre los organismos y el medio en el que viven ¥ que los conforma, Pero se han producido cambios, considerables cambios, Los europeos y su biota mixta alteraron irreversiblemente el medio ambiente australiano, ‘Los briténicos que legaron a Nueva Gales del Sur en 1788 para fundar una colonia, trajeron consigo intencionadamente diversos tipos de vegetales —en marzo de 1803 eran mis de cien— Y, Por supuesto, _ptt0s involuntariamente, Algunos de los que habfan sido traidos a pro. POsito tomaron el camino de las malas hierbas —una de ellas, ln ver, lolaya— de tal modo que su éxito fue indicativo de Ia vulnerabllidecl de In vegetacién australiana frente a la invasién del Viejo Mundo.” __ E4 trébol blanco apenas arraigé en los lugares casi secov de Syelne donde se establecié originariamente, pero avanss bale aso » pero avanzé. répidamente bajo la humedad del clima de Melbourne, «destruyendo menudo ot ‘Venetaciones».* La cerraja parece que prosperd por d 4 __tlrededores de esta tltima ciudad; ceecia ae -_fentedoret de esta time ciudad; erecia incluso por los ten, Tam GL gts malas lesb se propagaronrdpidamente en Victory I fot ney eedern enue otra y enadcaton de wns paso Saban Be Jot colonieadores, b, ‘malas hicrbas eran capaces de avanzar hy i acia el c “Melocidad pasos, seltando en ccasiones més ali des ene % M, Cumtcwmtes of 7 Australia, Historical Records of A Governors Dispatches 4a and Bron natn "The ree cat, el I, "40. ‘Parliament 25, vol. IV, pp, 234-241, I Hooker, The Bot of the Anta oa ek Cia, a the Year 1930-1005, Lace te “es vd Ric of Aus, ete 1, vl %, p. 367, LAS MALAS HOLEKMAS ves poblamiento, Mads o menos en la misma época en que Trémont eneone wd iernas a lo largo del Rio de los Americanos en las estribactones de las Sierras de California, Plenry W, Playgarth eneontrd avena ail: vestre, mala hierba comin’ en Europa desde la temprana Edad det Hierro, a lo largo del Rio Snowy, que fluye desde los Alpes Austra: Nanos: A ton cabullos ler gusta excesivamente esta planta, tanto qu Ja primera época de 1a primavera, al brotar antes que otra ve cién, no vacilarfan en nadar remontando el rio para ie en su bus Lax aguas en esta época estén Lo bastante erecidas como para im pedir el paxo @ cualquiera, de manera que el pastor, trax perder Ia pista de sus caballos enjaezados al borde del rfo, tiene el disgusto de verlos paciendo tranquilamente en la otra orilla”® En las décadas centralen del siglo x1x, segiin un cuidadoro censo § de las plantas aclimatadas alrededor de Melbourne y unos euantos ¢ informes dispersos de otros lugares, crecian en estado silvestre en ‘Australia 139 plantas fordneas, casi ‘en su toralidad de origen euro> peo* En el estado de Australia del Sur, habltado més tarde que Victoria o Nueva Gales del Sur, el clima es mds seco que en los alre- dedores cde Melbourne, y las malas hierbas mediterréneas disfratan de una situacién ventajosa como en California, Hacia 1937, el estado contaba con 381 eapecies de plantas aclimatadas, La inmensa mayorta de ellas eran especies procedentes del Viejo Mundo, y 151 eran espe> cies mediterrénens!* Una de las més extendidas era 1a aladicrna de hoja estrecha que Frémont encontré en el Valle del Rio de los Ame- ricanos ‘Actualmente, la mayoria de Ins malas hlerbas del tereio meridional de Australia, donde vive la mayor parte de la poblacién del continent es de origen europeo, El clima es alli may semejante sl europeo, 42, Venty W. Haygutth, Recollections of Bush Life in Austratia, John Mur ray, Lond 1848; p. 151; véase también Historical Records of Australia, wer le TL; vol, X, p, 367, 43, Hooker, Botany of Antarctic Voyage, vol. 1, pt. 3, pp. CVECIX, 44, A, Grenfell Price, The Western Invasions of the Pacific and Ty Cone tinents, Clarendon Press, Oxford, 1963, p, 194. 45, Alex, G, Hamilton, «On the Hffect Which Settlement in Australia Hay Produced upon Ii is Vegetation», Jowrnal and Proceedings of the Society of New South Wales, 26, 1892, p, 294. P F ! 184 IMPERIALISMO ECOLGGICO y el impacto de los animales importados, la oveja en particular, ha sido mayor. Las hierbas autéctonas —chierba de los canguros» o avena loca por ejemplo— suelen resultar sabrosas y nutritivas para el ganado, pero no toleran el apacentamiento intensivo ni la insolacién directa que las abrasa al roturarse los bosques. La hierba de los can- guros que, segtin las primeras descripciones, en algunos lugares llega- ba hasta «los mismos faldones de Ia silla de montar», estaba ya en retroceso en 1810, y en muchos lugares sobrevive actuaimente sélo en Ios terraplenes del ferrocarril, en los cementerios y en otros refugios protegidos. Al desaparecer las plantas autéctonas australianas y al sobrecargar los colonos, arrogantes ¢ ignorantes de las sequias peri dicas australianas, sus pastizales con un ntimero excesivo de animales, los ecosistemas se desgastaron y quedé el paso abierto a la erosién que brind6 atin mfs terreno a las plantas oportunistas. En 1930, el botdnico A. J. Ewart afirmaba que en los dos afios precedentes se habjan establecido especies fordneas en Victoria a un ritmo de dos mes. Segiin nuestra definicién, no todas las malas hierbas son nocivas, pero las que atormentan al agricultor son a las que se ha prestado mis atencién cientifica, por lo que nuestras estadisticas sobre ellas son completas y fiables. Volvamos por un momento a la definicién clisica de mala hierba en honor de estas estadisticas, a partir de las cuales ,podremos generalizar sobre el éxito de las malas hierbas en las Nuevas Europas segiin una definicién més amplia. El 60 por 100 de las malas hierbas més importantes en las tierras de cultivo canadienses son euro- peas." De las 500 equivalentes en los Estados Unidos, 258 proceden del Viejo Mundo, 177 especificamente de Europa. El niimero total de plantas aclimatadas en Australia asciende a unas 800 y, a pesar de las contribuciones americanas, asidticas y africanas, la mayoria proce- 46. Hamilton, «Effect Which Settlement in Australia Has Produced», Jour- nal and Proceedings of the Royal Society of New South Wales, 26, 1892, pp. 185, 209-214; Thomas Perry, Australia’s First Frontier, the Spread of Settlement in New South Wales, 1788-1829, Melbourne University Press, 1963, pp. 13. 27; R. M. Moore, «Effects of the Sheep Industry on Australian Vegetation», The Simsple Fleece: Studies in the Australian Wool Industry, Alan Barnard, ed., Mel. bourne University Press y Australian National University, 1962, pp. 170-171, 174, 182; Joscph M. Powell, Environmental Management in Australia, 1788. 1914, Oxford University Press, 1976, pp. 17-18, 31-32. 47. Edward Salisbury, Weeds and Aliens, Collins, Londres, 1961, p. 87. 48, Walter C. Muenscher, Weeds, Macmillan, Nueva York, 1955, p. 23. LAS MALAS HIERBAS de de Europa.” La situacién respecto a las it in Ja regién del Rio de la Plata es sroximedanese Ie een CRE una de estas fulanas triunfantes, hay al menos otra que florece en las Nuevas Europas y que es estimada, no odiada, y ale que por tame no se incluye en estas estadisticas. Las vegetaciones aclimatadas de las Nuevas Europas se su nen en buena medida. De las 139 plantas europeas ele ta bel Rae tariado como aclimatadas en Australia a mediados del siglo sem al menos 83 ya habian alcanzado dicho status en Norteamériea”” De las 154 plantas europeas inventariadas en la Provincia de Buenos Aires y en la Patagonia en 1877, no menos de 71, y probablemente mis, tam- bién se habfan asilvestrado en Norteamérica® El violento ataque europeo preocupé a los naturalistas americanos, aunque en su mayorfa procedtan de los mismos origenes que las plan, tas en cuestién. Charles Darwin no Perdié la oportunidad de tomar el pelo a sus colegas norteamericanos sobre el asuinto. «/No lesiong aa orgullo yanqui —preguntaba en una carta al boténico Asa Gray que les demos una paliza tan desconcertante? Estoy seguro de que «Is sefiora Gray le crispan sus propias malas hierbas. Pregintele si no son unas malas hierbas més honestas y rotundamente mejores.» Com, testé aquélla gentilmente, respondiendo que Ins malas hierbae ame. ricanas eran «modestas, silvestres y t{midas; y no estén preparades contra los forasteros intrusos, pretenciosos y presuntuosos».® Ast de. mostré ser tan patriota como buena boténica. El asunto era algo més que una broma. Las investigaciones sobre 49. «Weeds», Australian Encyclopedia, vol. IV, pp. 275-276. 30. Angel Lulio Cabrera, Manual de la flora de los alrededores de Bucnos Aires, Editorial Acme, Buenos Aires, 1953, passin; Arturo E. Ragonese, Vege- facion y Ganaderia en la Republica Argentina, Coleccién Cientifica del IN.T.A., Buenos Aires, 1967, pp. 28, 30. 31. Hooker, Botany of ‘Antarctic Voyage, vol. I, pt. 3, pp. CVILCIX. 32. Carlos Berg, «Enumeracién de las Plantas Europeas», Amales de la Sociedad Cientifica Argentina, 3 (abril de 1877), pp. 184-204; Thomas Nuttall, The Genera of North American Plants, Hafner, Nueva York, 1971, facsimil de la edici6n de 1818, 2 vols., passim; John Torrey y Asa Gray, A Flora of North America, Hafner, Nueva York, 1969, facsimil de Ja edicién de 18381843, 2 vols., . Francis Darwin, ed. The Life and Letters of Charles Darwin, John Mutray, Londres, 1887, vol. II, p. 391; Jane Gray, ed., Letters of Asa Gray, Houghton Mifflin, Boston, 1894, vol. IT, p. 492. IMPERIALISM ECOLOGICO mente conocidas rifia—_estaban_alejando cada vez més xia y conduciéndoles hacia Ta teorfa evolutiva. Esta cuestién de igraci fenédmeno bi is i -enten- dian.* El mayor botanico britdnico de la era victoriana, Joseph Dalton Hooker, que atestigué el avance de las malas hierbas europeas en ‘Australia y en Nueva Zelanda alrededor de 1840, opinaba que «mu. cchos de los pequefios géneros locales de Australia, Nueva Zelanda y Sudéfrica desaparecerén finalmente, debido a las tendencias usurpa- doras de las plantas migratorias del hemisferio norte, alentadas enés- gicamente por las ayudas artificiales que es dispensan las razas huma- nas del norte». Pero también en Norteamérica las malas hierbas euro. peas estaban dando buenos resultados; por ello haba de decirse que a interpretacién del misterio era parcialmente errénea. Lo que esperaban los cientificos decimonénicos era algo irecido 4 un intercambio equitativo de malas ‘hhierbas entre Ta rn a ee estat se age proprio hr ene y sus ‘a Ta magnitud de sus ‘vegeiaciones—-En realidad, es lo que nosotros esperariamos: cl ga. sranchuelo del Viejo Mundo a cambio de la ambrosfa americana, por | cjemplo. Pero el intercambi idireccional_ «i - seres humanos. Cientos de malas hierbas del Viej St Sess aa halon donde prosper i aran culdados eapeciales 9° ‘mos en lugares tales como los Kew Gardens para plantas exdvices, Unas cuantas plantas amcricanas arraigaron en Europa por si solas. La planta acuética canadiense, que por primera ver llamé la ‘tencién en las vias fluviales britdnicas en la década de 1840, las ha. Dia tenido casi atascadas durante una década, y la hierba de pantanos Sanadiense, con Ia hierba cana anual, habfa ganado posiciones en hacia el tiltimo tercio del siglo x1x. Pero la mayorfa de las malas hierbas que en Norteamérica se consideraban mas feroces (ame 34. Sobre los an véase Janet Browne, The Secular Ark, Studies ‘in the History of Biogeography, Yale University Press, New Haven, 1983, vehes Wf Se: Tuttll, Pioneer Plane Geography. The Phylogcourepbical Re. searches of Sir Joseph Dalton Hooker, Nijhoff, La Haya, 1953, p. 183, LAS MALAS HIERDAS 187 brosfa, vara de san José, algodoncillo, ete. ) ni siquiera pudieron pren- der en: Europa. Y hacia mediados del siglo x1x, no se habfa aclima. tado en Gran Bretafa ni una sola planta susttaienn 6 rate asi tampoco, por lo que sabemos, en cualquier otro lugar de Europa.* Desde entonces, el gucaliptus, el més faross de ta iains- Hios de Australia, se expandié por todo el Mediterrince pose en la gian excepcion a la negle de gus Iae oe ‘lances proceaenter Ge fag levas Europas fo Consiguieron. adapiatie en Europa. 2 Algonos ‘naturalists protestaban solapadamente, por la. mayor «plstcidad de ls plantas del Viejo Mundo. cQué sigafcatar ain tabilidad? Otzos dijeron que la flora europea debla se vernon over Je americana a su mayor antigiiedad, mientras que ain otros le ane buyeron a su mayor juventud.® Tod In cuestion estabe earns por el misterio: «Se dirfa —escribié el profesor E, W, Claypole del Antioch College de Ohio— que existe una barrerainvisblores ft pide el paso hacia el este, pero Jo permite hacia el oesten Las explicaciones simples no son consistentes. Es cierto que Euro: a exportaba a las colonias cantidad de semillas de productos eal vables y por tanto (e involuntariamente) semillas de melee helen pero los barcos que las transportaban regresaban a Europa con pac y bartiles de tabaco, indigo, arto, algodén, lana, madera, picks g, cada ver més, enormes cantidades de trigo y otros cererieat o wae este cargamento ers, por dentro y por fuera, un vehoulo de tarspocte de semillas desde Its Nuevas Europas. Las pacas de picles sin ante que se embarcaban en Buenos Aires en direceién a CAdiz por millo- nes debieron de ser portadoras de innumerables semillas american, pero ningtin equivalente americano a la leachofa silvestre asold la fegién de Granada. Una mata de pelusa enganchada cn une asglie de un tronco embarcado en Portsmouth, Nueva Inglaterra, hente 36. E. W. Claypole, «On the Migration of Plants from Europe to America, with an Attempt to Explain Certain Phenomena Connected Thetewith», Mont. real Horticultural Society and Fruit Growers" Association, Annual Report, n° 3, 1877-1878, pp. 79-81; Hooker, Botany of Antarctic Voyage, vol. I, pt. 3, p. CV, 37. Arthur R. Penfold y J. L, Willis, The Eucelypes, Leonard Hill, Londres, 1961, pp. 98-128, 58. Asa Gray, «The Pertinacity and Predominance of Weedie, Seienifle Papers of Asa Gray, Houghton Mifflin, Boston, 1889, pp. 237-238. "9h: Clapgain abe she Migration of Plants», Montreal Horticultural Socle- 49, a2 3, 1877-1878, p. 79. EcoL6c1co 188 IMPERTALISMO LAS MALAS THIERDAS Portsmouth, Gran Bretafia, podia haber provocado una epidemia de sakes ; algodoncillo en el sur de Inglaterra, pero tal cota nunca ocurtié. ¥ los | le meno Vie on ieee Producen semillas tan ligetay marineros, ain con barro y broza de Sydney en Ias hendiduras de sus miento de aire, Algunas, como Ia cerraju de fea ay ence mov mejores botas podfan pisotear Ia pasarela por la que descendfan a los leén, dotan a sus semillas de uncs filamentos ¢ nen de gate se muelles de Liverpool, pero siempre fueron semillas europeas, nunca facilitar el transporte por el viento” Oren australianas, las que brotaron entre las pilas de mercancias. Parecia semillas pegajosas, 0 con ganchos para ayant contrario a la ley natural que Jas plantas australianas no pudieran ni les 0 a Ia topn y ser contlucidas # ote, lumen ae oe anime siquiera asentarse en Gran Bretafia, mientras las plantas briténicas producen sus semillas en vainas que, al secatse,estallan'g hoe acon brotaban en estado silvestre en Australia, Aquellos cientificos que es- lejos y en todas direcciones. Muchas tienen hejes pte yt? taban desarrollando la teorfa segtin la cual han de transcutrir cientos ademas de semillas que resisten fécilmente a ly digceta et de generaciones para que Ins especies se adapten a su medio, no en- modo son depositadas, con fettilizante y todo, en'lomen, tient conttaban explicacién para tal contraste. Joseph Dalton Hooker se a semilla del trébol blanco deambula de eampo en tango a anes asombraba de «esta total falta de reciprocidad en Ia migracién».® ds toda Norteamésioa de-eiecioee ‘Analicemos por qué en general las malas hierbas prenden tan bien, | ‘asi como dénde y cudndo. Se reproducen rdpidamente y en cantidad. En Australia, los colonos se die- ron cuenta muy pronto de que el principal distribuidor de estas plane tas eran las ovejas que conducfan ante ellos hacia el eee El espino, una de las que vio John Josselyn en el siglo xvir en Nueva Las malas hierbas son ; interior Tnglaterse, produce de 15.000 a 19.000 semillas en cada generaci6n. ¥'sn-abeea pana: codeaoerenbeien een Teenie areal Otras de las que vio —el zurrén de pastor, por ejemplo— producen mediante semillas tanto como proyectando rizomas 0 estolones voles menos en cada generacién pero lo compensan produciendo varias gene- el suelo o bajo tierra, de los que brotan «nuevas» plantas,” Las plan. raciones por temporada. Son muchas las malas hierbas que no se re- tas de este tipo —las gramas de Josselyn, por ejemplo-— pueden van, producen por semillas, o no lo hacen solamente por semillas, sino zar en forma de sdlidos mantos que asfixian toda planta d istinta que mediante bulbos, trozos de raiz y demés. Si se siegan antes de que se cruza en el camino. Las hojas de las malas hierbas suelen erecer echen la semilla no sufren el minimo menoscabo. El ajo silvestre, una hotizontalmente, desplazando y suprimiendo todo el resto de la vege- plaga pata Jos cultivadores de trigo en Ia Norteamérica colonial, se tacién. El diente de le6n, radiante flor primaveral en todas las Nuevas propaga de seis formas diferentes, la mayoria de las cuales requetirfa Europas, es un usurpador tan efieaz, que un buen ejemplar es capaz més explicaciones de las que podemos dar aquf. No cabe duda de que de producir una calva de un tercio de metro en un eésped, despojan. Ins malas hierbas son dificiles de erradicar y de que pueden repro- dolo de todo cuanto no sea su presencia expansiva dlucirse en cantidades considerables. Por citar dos ejemplos extremos, Las malas hierbas son expertas en hacer lo que muchas de ella Ja aladierna de hoja ancha del Valle de San Joaquin se ha encontrado, hicieron cuando los glaciares pleistocénicos se retiraron: crecer pro- en concentraciones de 13.000 plantas jévenes por metro cuadrado, y | —_—_fusamente en miserables micromedios. Henry Clay, el perenne candi hasta un maximo de 220.000 por metro cuadrado.* ; dato whig a la presidencia norteamericana y noble agricultor de Ken- ‘Asimismo, las malas hierbas son muy eficaces en su distribucién tucky decfa de Ia «kentucky bluegrass» que no «hay mejor tiempo para y particularmente en la distribucién de sus semillas. Esto es funds mental, porque 220.000 plantas en un mismo lugar son su propio 62. Salisbury, Weeds, pp. 97, 188. | 63. Henry N. Ridley, The Dispersal of Plants Throughout the World, Lo 60. Hooker, Botany of Antarctic Voyage, vol. 1, pt. 3, p. CV. | Reeve & Co., Reino Unido, 1930, p, 364; Peter Cunningham, Two Years in G1. Salisbury, Weeds, p. 22; Hugo Iltis, «The Story of Wild Garlic», New South Wales, Henty Colburn, Londres, 1828, vol. I, p. 200. Scientific Mombly, 67 (febrero de 1949), p. 124; Talbot, Biswell y Hormay, 64. Salisbury,’ Weeds, pp. 147-148. ‘ 38 (18 de mayo de 1933), pp, tas, 2 National Museum of V 18, Hudson, Far Away, pp. 170, 172. Los cerdos de hoy d{a no presentan qpanencits Fespecto a los del pasado en su capacidad para volverse salvajes, Ten Eeeacier Gatims en, 5.000 los cerdos salvajes que deambulaban por el Centro spacial “de Cabo Kennedy en Florida, descendientes de gorrinos domésticos — arsinireatet,® fabitantes locales « los que Ia National Aeronautics and Space Jaa Siete os tertenos,en Jos aos. 60 para ampliar la es me ey ‘Treat at Florida Jails, New York Los ANIMALES 199 | 1769 Megaron ata Alta. California.” Su historia no narra un éxito unis forme en todas partes. Los bovinos espafioles tardaron varias genera- ciones en adaptarse al Brasil hdmedo y a los lanos colombianos y venezolanos; pero en las tierras més altas prorrumpieron en gran nd- mero y parieron becerros a una velocidad que los colonos consideraron ‘ 4 asombrosa. A finales del siglo xvt, es probable que los rebafios de bovinos del norte de México se duplicaran cada quince afios més o menos, y un visitante francés escribfa a su rey sobre las «grandes y lisas Hanuras, que se extienden sin fin y que estén cubiertas de un niimeto infinito de reses».” Estaban completamente aclimatados, fore maban tan intrinsecamente parte de la fauna como los venados 0 los coyotes, y prosiguieron su avance hacia el norte. Ciento setenta y @ cinco afios después, el padre Juan Agustin de Morfi, en su viaje a través de aquella parte de México Mamada Texas, vio «asombrosasy cantidades de reses bovinas salvajes.” « curs atin més asombroso, EI primer poblamiento europeo de Buenos Aires fracas6,”( pero los espafioles lo volvieron a int ir, esta vez con éxito, en 1580. Por aquel entonces, ya habfa cuadripedos europeos en gran cantidad, * —, animales que, una vez crecidos, podian enfrentarse a casi todo. Segiin el padre Mar- ) tin Dobrizhoffer, en el virreino del Rio de la Plata no se podia orde- ) iar a las vacas a menos que se les ataran las patas y estuvieran pre- ) sentes los becerros, y tanto vacas como toros se movian «con una especie de fiera arrogancia» y mantenian la cabeza alta como si fueran 23. Crosby, Columbian Exchange, p. 91; Horacio C. E. Gilberti, Histo Fconémica de la Ganaderia Argentina, Solar/Hachette, Buenos Aires, 1974, pp. 20-25; Paolo Blanco Acevedo, El Gobierno Colonial en el Uruguay y los Orige- nes de la Nacionalidad, Montevideo, 1936, vol. Il, pp. 7, 15. 24. Esteban Campal, ed., Azara y su Legado al Uruguay, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1969, p. 176; véase también Thomas Falkner, A Description of Patagonia, Armann & Armann, Chicago, 1935, p. 38. 25. Hudson, Far Awey, p, 288. LOS ANIMALES 201 venados, a los que casi igualaban en velocidad. Cu res ingleses erpesaton a trasladare 2 Tews ch ie decase de aoe comprobaron que era més dificil dar alcance a estos animales y mis peligroso dominarlos, que a los mestefios® El ganado bovind que Ileg6 a la Norteamérica francesa y britnica no era tan dgil, no estaba armado de tan temible y larga cornamenta ni se mostraba tan resabiado como el ganado ibético, pero tambien eran animales robustos. La frontera del ganado vacuno precedié a los agricultores europeos en su avance hacia el oeste desde el Atlantico, a pesar de Ia frondosidad de las selvas y la poco corriente extension de las praderas.” Hasta que los neoeuropeos no se trasladaron a los vastos pastizales del centro de Norteamérica, en el siglo xix, sus reses no fueron comparables en ntimero a los rebafios de Ia Theroamérica colonial, pero en el siglo xvr1r eran suficientes como para impresionar a aquellos europeos que nunca habfan visitado las estepas del sur. Poco después de 1700, John Lawson sefialaba que las reservas de ganado bovino de Carolina eran «increfbles, ya que un solo hombre puede poseer de mil a dos mil cabezas»* Entre las reses inglesas las habfa fieras y mansas, pero todas ellas eran robustas. Treinta afios después de Ia fundacién de Maryland, los colonos se quejaban de que el ganado «se vefa molestado por diversos rebafios de reses salvajes que frecuentaban a las mansas» Al cabo. de dos generaciones humanas, el ganado bovino de la frontera de Ca- rolina del Sur y de Georgia emigraba hacia el oeste «bajo los auspicios de vaqueros que se trasladan (como los antiguos patriarcas o los mo- dernos beduinos de Arabia) de bosque en bosque a medida que se agota la hierba 0 que se acercan los plantadores».” Por supwesto, 26. Martin Dobrizhoffer, An Account of the Abipones, an Equestrial Peo- ple, John Murray, Londres, 1822, vol. I, p. 219; Crosby, Columbian Exebange, p. 88. 27. Rouse, Criotlo, p. 92; Ray Allen Billington, Westroard Expension, a History of the’ American Frontier, Macmillan, Nueva York, 1974, pp. 4, 60. 28. John Lawson, A New Voyage to Carolina, Londres, 1708, focsimil Rea- dex Micfoprint, 1966, p. 4. 29. Lewis C. Gray, History of Agriculture in the Southern United States to 1860, Carnegie Tnstitute of Washington, Washington, D.C., 1933, vol. T, p. 141. 30. Frank L, Owsley, «The Patter Southern Frontier», Journal of Southe ‘of Migration and Settlement on the History, 11 (mayo de 1945), p. 151. 202 IMPERIALISMO ECOLOGICO, nosotros podemos adivinar qué fue lo que remplazd a las hierbas iwetonas agotadas. vs para mantener una medida de control sobre este ganado de fron tera y solve el resto de animales semidomesticados que deambulaban por los bosques desde Nueva Escocia hasta el curso bajo del Mississip- i, se obtenia facilmente el elemento necesario: la sal. Un ganadero pi, podia localizar a su rebafio escuchando el cencerro colgado del cuello del gufa del rebafio y entonces aproximarse con un bloque de sal en Su mano extendida. Mientras los animales lamfan Ja sal, les podfan pponer los arneses 0 el yugo, o seleccionar aquellos que querfa sacri- fica: Estos rebaiios de animales que sélo estaban semidomesticados, va- 4 gando por los bosques y los cafiaverales, no tenian la vida facil. El peschre leno, la cuadra caliente y el atento pastor eran desconocidos para ellos. Los mas débiles servian de alimento a pumas y lobos, mo- ian hundiéndose hasta la cruz en ciénagas, se helaban en la ventisca, " edesfallecian de hambre». Pero los supervivientes reponian las pérdi. | das con creces durante los meses célidos de exuberante forraje, » con. ‘inuaban deambulando y adentréndose en los desiertos de Norieamé- En el siglo x1x Australia se proclamé como uno de los mayores productores mundiales de lana y de corderos, pero Ia naturaleza no habia preestablecido que las ovejas dominasen en las antipodas. La ‘mecanizacién de la industria textil europea hizo que, y sin aquell: influencia, el ganado bovino pudiera haber arraigado con tanta fncens ome lo habla hecho, por ejemplo, en Texas. rimera Flota colonizadora artibd a aguas australianas e: % nh 1788 ee una cantidad Preocupante de ganado a bordo obtenido en Ciudad Si athe: 62 Suditrca. El piloto del Sirius declaré que el barco pare- Danan cstablo. Entre los animales se contaban dos toros y seis vacas, iased bot ate meses en Sydney, estos ocho animales se extra. Haron 0, segin dijeron algunos, fueron robados por un tal Edward Crtveoeus, Journey into Northern Penn niger of Michigan Press, Ann Atbor, 1964, pp. 339; 350 PoMslmann, wrdk yi, Reerend Jobe ‘Klston, & Paron. ith & Semitic Mind. His -apers, Doo : eds, 9 Virgins, Charlottesville, 1963, p. 88.” BTKley LOS ANIMALES 203 Corbett, seguramente un convicto.® Los colonos supusieron que los habjan matado los aborigenes. Cuando, siete afios més tarde, los vol- vieron a localizar, habja sesenta y una cabezas y pastaban en una zona que pronto se Hamaria Cowpastures (pastos de las vacas). El gober- nador, John Hunter, salié para verlas y tanto él como su grupo fueron zatacados con la mayor furia por un toro muy fiero, lo cual hizo ne- cesario para nuestra propia seguridad que dispardsemos contra él. Tal era su violencia y su fuerza, que se dispararon seis balas antes de que nadie osara aproximarse a él».™ El gobernador, posible conocedor de la historia del ganado salva- je de la pampa, decidié abandonar a las reses para que «puedan con- vertirse en adelante en un gran beneficio y recurso para esta colonia». Hacia 1804, los rebafios salvajes (mobs, pata usar el término propia- mente australiano) ascendian a entre 3.000 y 5.000 cabezas. Con el tiempo, los australianos se convertirfan en magnificos conductores de ganado, pero atin no lo eran, y lo mejor que podian hacer con aque- los feroces animales africanos era abatir algunos y salatlos, y captu- rar algunos becerros. El resto desconcertaba a quienes los perseguian «corriendo arriba y abajo de las montafias como cabras». Los rebafios se convertirfan en una molestia, y lo que es peor, en fuente de ali mento para los convictos fugados que vivian emboscados, los famost ¢ infames bushrangers (bandidos). Ademés, el ganado salvaje estaba ocupando, y estaba inquebrantablemente resuelto a seguir ocupando, algunas de las mejores tierras entre el mar y las Montafias Azules.” El gobierno, convencido de que los hombres, y no el ganado, habian sido Hamados a ser la especie dominante en Nueva Gales del Sur, in- virtié su politica en lo relativo al ganado salvaje y en 1824 ordend la aniquilacién de los tiltimos descendientes de los animales perdidos en 1788.¥ 33. John White, Journal of a Voyage to New South Wales, Angus & Ro- bertson, ‘Sydney, 1962, p. 142, n. 242, n, 257; Commonwealth of Australia, Historical Records of Australia, serie I, Governors’ Dispatches to and From England, The Library Committee of the Commonwealth Parliament, 1914-1925, vol. I, pp. 55, 77, 96. 34. Historical Records of Australia, serie 1, vol. 1, pp. 550-551. 35. Historical Records of Australia, serie 1, vol. I, pp. 310, 461, 603, 608; yal: I, p. 589; vol V, pp, 390392; vol. VI, p. 641; vol. VIII, pp, 130-151; vol +B. 715. 36. Historical Records of Australia, setie 1, vol. IX, p. 349; vol. pp. 91-92, 280, 682; «Cowpastyres», Australian Encyclopedia, vol. I, p. 204 IMPERIALISM ECOLOGICO En Ja segunda década del nuevo siglo, los australianos encontraron una senda para atravesar las Montafias Azules hacia los pastizales de Ja otra vertiente, y pasaron junto con sus ganados; allf, segtin todas las apariencias, el ganado vacuno se incrementé més répidamente, en proporcién a su mimero original, que ovejas y caballos.” La mayor parte de este ganado tenfa ascendientes europeos y no sudafricanos, Jo cual no significaba que fueran animales déciles. Los becerros eran tan salvajes como ciervos y casi tan veloces, y muchos de ellos —«kan- quros, como los Hamamos nosotros»— eran capaces de saltar vallas Ge dos metros de altura.* Hacia 1820, el ganado bovino de los reba- fos domados de Nueva Gales del Sur ascendia a 54.103 cabezas; diez aiios después, a 371.699 cabezas. Una generacién humana més allé, ‘Australia tendria millones de cabezas.” Nadie supo la cantidad de reses salvajes, algunas de as cuales precedieron a los hombres y mujeres de la frontera, y algunas incluso a los exploradores. En 1836, Thomas L. Mitchell, en su largo y azaroso viaje a través de los de- siertos cercanos al rfo Murrumbidgee, se topé con rastros de ga- nado vacuno alrededor de las pozas de agua, y eran tan anchos y pisoteados que parecian carreteras, «y a distancia, la agradable vista de las propias reses deleité nuestra ansiosa mirada, por no decir nuestros estémagos». Los animales estaban tan poco acostumbrados a la gente, que «pronto estuvimos rodeados por un rebafio de al menos 800 cabezas de animales salvajes que nos mitaban fijamente>.” Incluso el llamado ganado manso de Ja frontera vefa a tan pocos seres humanos —la mayoria de los puestos de ganado consistian en no més de dos o tres ganaderos y un but-keeper (alguien que guardaba Ja cabafia)— que uno se pregunta hasta qué punto se daban cuenta Jos animales de que los hombres eran sus amos. Los toros eran espe- cialmente impetuosos. Permanecian con el rebafio la mayor parte del tiempo, pero se alejaban para pasar solos el invierno y regresaban en primavera para pelear por las hembras. Una de las memorables can- ciones de Ia frontera australiana era el mugido amenavador del toro «que regresaba, «primero, hosco y grave, luego clevéndose a un chi- 37. Haygarth, Recollections, p. 55. 38. Peter Cunningham, Two Years in New South Wales, Henry Colburn, Londres, 1828, vol. 1, p. 272. 39. «Cattle Industry», Australian Encyclopedia, vol. T, p. 483. 40._T.L. Mitchell, Three Expeditions into the Interior of Eastern Australia, T. & W. Boone, Londres, 1838, vol. II, p. 306. LOS ANIMALES 205 ido estridente, nftido como un clarin ... despertando los ecos en millas a la redonda a través de las profundas cafiadas y de las soleda- des sin hollar».*! Los caballos desaparecieron de las Américas hace unos 8.000 0 10.000 afios, y regresaron de nuevo solamente cuando Colén Ilevé algunos ejemplares a la Espafiola en 1493, Los ibéricos, al principio una minorfa alli adonde fueran en el Nuevo Mundo, comprobaron que los caballos eran eficaces, en realidad absolutamente necesarios, para luchar contra los amerindios, y por ello Ievaron consigo los ani- males a todas partes.” Los caballos se extendieron répidamente en Ja mayorfa de las colonias: tal vez no en el salvaje abandono de los cerdos, pero sf répidamente.* Incluso en el litoral brasilefio, donde el clima demasiado caliente no es el ideal de los caballos, habfa canti- dad de ellos hacia finales del siglo xvr, y los colonos los embarcaban hacia Angola.* En semejantes condiciones de latitud y clima, los ca- ballos morian en Africa y crecfan en América. En el México septentrional, prosperaron cantidad de caballos y se hicieron salvajes. En 1777, el padre Morff encontré incontables mes- tefios salvajes —palabra mexicana que designa a los caballos de las Wanuras del norte, que los norteamericanos deformarian dando la pa- labra mustang— cerca de El Paso, en Texas. Los caballos, salvajes por supuesto, eran tan abundantes que la-llanira estaba entrecruzada. de sus rastros en tal cantidad, que aquella tierra vacfa parecfa «el pais més poblado del mundo». Habjan comido y agotado la hierba de vas- tas zonas, y hacia ellas avanzaban plantas inmigradas para ocuparlas. Alrededor de la poza de agua de San Lorenzo, encontré gran cantidad de Ja planta lamada en Espafia uva de gato y en Inglaterra stomecrop, ‘aque alegraba el paisaje con su verdorr. Podfa tratarse de una, o di- versas, de las especies europeas del género Sedum, muy valorada ac- tualmente como cubierta del terreno, que se ha difundido profusamen- te desde que los marinheiros aprendieron a leer los vientos oceénicos.* 41. Haygarth, Recollections, pp. 59-61, 65-66. 42, Pedro Mirtir de Anglerfa, De Orbo Novo, vol. I, p. 113; Robert M. Denhardt, The Horse of the Americas, University of Oklahoma Press, Norman, 1975, pp. 27-84; Crosby, Columbian Exchange, pp. 79-85. 43. Patifio, Plantas, vol. V, pp. 137-138. , ; 44, Samuel Purchas, ed, Haluytus Posthumus, or Purchas His Pilgrimer, — James MacLehose & Sons, Glasgow, 1905-1907, vol. XIV, p. 500. 45. Morfl, Visje, p. 334; Frances Perry, ed., Complete Guide to Plants and IMPERIALISMO ECOLOGICO ‘La historia del mestefio en Norteamérica, de su expansin hacia ‘porte a través de las Grandes Llanuras hasta Canadé antes de que izara el siglo xvitt, es bien conocida, y no vamos a repetirla ‘Esta migracin fue obra principalmente de los invasores y de los tes amerindios, pero fueron los espafioles quienes conduje Jos primeros caballos a Ia Alta California en la década de 1770. vez alli, los animales tomaron los caminos de sus antiguos ante. dos de las estepas del Asia central. Cuando comenzé la fiebre del ‘en 1849, habfa tantos caballos salvajes comiendo tal cantidad de ba, que los ganaderos vieron el negocio que suponia el que otro — pastase Ia misma hierba y despefiaron miles de caballos en sacantilados de Santa Bérbara.”” Algunos de los ancestros de los caballos de las colonias del lito "tal atlintico eran de origen mexicano y habfan sido Ievados al este [Por comerciantes desde los pastizales del centro del continente," pero ta mayotia procedia directamente de Gran Bretafia y de Franc _ Babia legado a Virginia en fechas tan tempranas como 1620; a M: - Sus propietarios dejaban a la mayoria que r de los bosques su propia comida du- tante el invierno, aunque dicha préctica, segiin decia, hacia que los ‘animales fueran «muy bajos en carne hasta la primavera, y las ctines ‘es caian de tal manera que nunca volvian a crecer». Procedia de Europa, donde los caballos eran muy caros, y valia la pena cuidar, fos bien. En Norteamérica eran relativamente baratos y_ vagaban and the Horse, University of Oklahoma Véase también William Bartram, Travels of Dover, Nueva York, 1955, pp. 187-188; dere Goeth Carolina), 1750-1788, Old LOS ANIMALES: quedaran enganchados en Jas cercas al intentar saltarlas para entear en los campos. Dicho sea de paso, a los cerdos se les colocaba tun collar en forma de yugo triangular para que no pudieran pasar emp jando a través de las cercas.” Las cercas no eran para mantener al ga- nado encertado en su interior, sino para mantenerlo fuera. Disponer de monturas robustas sélo por el esfuerzo que costaba cazarlas era una bendicién para los hombres de la frontera, pero habla tantas en ciertos lugares que en realidad se convertian en una moles: tia, ({Cudn inimaginables resultaban ambas cosas en Gran Bretafial) A finales del siglo xvit, los caballos salvajes eran una plaga en Vir~ ginia y en Maryland. Los sementales enclenques causaban tantos per- juicios al dejar prefiadas a valiosas yeguas, que se dictaron normas re- quiriendo que fuesen encerrados 0 castrados. En Pennsylvania, cual quiera que encontrase en libertad un semental con una altura inferior a los trece palmos, tenia el derecho legal de castrarlo allf mismo.? | Todavia nos quedan miles de caballos salvajes en las zonas occi- dentales de Norteamérica, donde todavia hay gran cantidad de campo abierto. A pesar de las sequias y la ventisca, las epizootias, la gloto- nerfa de la industria de alimentos para animales domésticos, y las cap- turas periédicas por parte de hombres en busca de montura gratis, en 1959 todavia deambulaban mestefios por mds 0 menos una docena de estados occidentales y en dos provincias canadienses.** Tal como se mencionaba anteriormente en referencia al ganado bovino, los primeros poblamientos europeos de la pampa no tuvieron éxito, pero, cuando los espaiioles regresaron a Buenos Aires en 1580, habia grandes rebafios de caballos salvajes pastando en aquella regién. Se estaban incrementando a velocidades que tal vez careciesen de precedentes entre los rebaiios de gran tamafio y, cuando dio inicio el nuevo siglo, habfa caballos salvajes en Tucuman «en tal cantidad, que 49. Peter Kalm, Travels into North America, The Imprint Society, Barre, ‘Mass., 1972, pp. 115, 226, 255, 366; Denhardt, Horse, p, 92; John Josselyn, An Account of Two Voyages to New England Made During the Years 1638, 1663, William Veazie, Boston, 1865, p. 146, 50. Adolph B. Benson, ed., The America of 1750, Peter Kalm’s Travels in North America, Wilson-Erickson, Nueva York, 1937, vol. I, p. 737; Rev. Joba — Clayton, p. 105; Gray, History of Agriculture, vol. 1, p. 140; Beverley, History. and Present State of Pepin Bs ae 31. Tom L, McKnight, « ‘Horse in Anglo-America», Review, 49 (octubre de 1939), pp. 506, 521; véase también Hope Ryden, rrica’s Last Wild Horses, Dutton, Nueva York, 1978, z 208 IMPERIALISMO. ECOLGGICO ‘cubren la faz de Ia tierra y cuando atraviesan Ia carretera es necesario que los viajeros esperen y les dejen pasar, durante todo un dia o més, a fin de impedir que se leven con ellos ganado manso», Los pastizales de los alrededores de Buenos Aires rebosaban de «yeguas escapadas y de caballos en tal cantidad que cuando van a cualquier parte desde lejos parecen bosques». Tales testimonios suscitan el escepticismo, iblemente sean exactos. La_pampa, este yoeste del Rio ae Pine fuc paraiso para los caballos;.incluso en el siglo xix, @aando ya se habfan disipado muchas de las ventajas de que gozaban Jos animales, las manadas reservadas como fuente de montura para Ja caballeria y protegidos de la depredacién humana experimentaban un crecimiento de una tercera parte por afio."* El jesuita Thomas Falkner calificS el_mimero_de_caballos de la pampa en el siglo xviii de-«prodigioso», y cl precio vigente de un potro de dos o tres afios era de medio délar. En ocasiones, escribid, Ja pampa estaba vacia, los caballos salvajes en el horizonte, y otras veces estaban por todas partes. — Van de un lado a otro, contra la direceién de los vientos; y en una expedicién tierra adentro que realicé en 1744 en la que per- manec{ en aquellas Hanuras por espacio de tres semanas, habla tal cantidad de ellos que, durante una quincena, me rodearon constan- temente. A veces pasaban junto a mf, en espesas manadas, a toda velocidad, durante dos o tres horas; durante este tiempo, con gtan dificultad conseguiamos yo y los cuatro indios que me acompafiaron ‘en aguella ocasién protegernos de ser arrollados y pisoteados hasta ser descuartizados por ellos. En ningiin otro lugar de la tierra existia tal profusién de caballos, domados o salvajes. Esta abundancia conformé las sociedades de la pampa con més determinacién y continuidad que si se hubiera descu- bierto oro, El metal no hubiera durado mucho, Los enormes rebafios 52. Crosby, Columbian Exchange, pp. 84.85; Antonio Vazquer. de Espinosa, Compendium and Description of she West Indies, txad, inglesa de Charles Upson Clark, Smithsonian Institution, Washington, D.C., 1942, pp. 675, 694; Blanco Acevedo, Gobierno Colonial en el Uruguay, pp. 7, 15. 53, William MacCann, Two Thousand Mite Ride through the Argentine Pro- vinces, Smith, Elder & Co., Londres, 1852, vol. I, p. 23. 54, Falkner, Description of Patagonia, p, 39. LOS ANIMALES: de caballos salvajes, elemento indispensable de la cultura gaucha, due raron dos siglos y medio. . in 1788, Ilegaron a Australia siete caballos con Ja Primera Flot, EL gobernador informaba al invierno siguiente que alos caballos s¢ adaptan muy bien», pero no era cierto, 0 no lo fue por lo menos durante mucho tiempo.” Solamente dos de ellos sobrevivieron a low primetos afios, y hasta que no Hegaron buenas yeguas sudafticanas en 1795, el ntimero de caballos no empez6 a crecer realmente, En 1810, habia 1.134 y una década después cuatro veces mas, de manera que os colonos habfan empezado incluso a exportar algunos.** Fabia toda- via muchos vagando en libertad. En Australia se les conocta no con el nombre de mestefios (mustangs), sino como brumbies. Esta palabra podria derivar del término aborigen baroomby, que signifien salvaje, © de Baramba, nombre de un riachuelo de Queensland, o del nombre de James Brumby, que Hegé a Nueva Gales del Sur alrededor de 1794, donde se establecié en privado en un terteno de cien acres en el que apacenté ganado, y partié después hacia una expedicién a Tas: mania en 1804, Antes de marcharse, segtin dice Ia historia, reunié a sus animales (los acorrald), pero olvidé algunos caballos que erraron formando dinastlas de brumbies.” Hubo un tiempo en que cientos de miles de brumbies galopaban por el interior de Australia, y en 1960 atin quedaban entre 8.000 y 10.000 en Ia parte occidental, «incorruptos de espuela y brida». No soni bellos animales; hace 150 afios, eran tan estrechos de pecho y de hombros, que las sillas a ellos destinadas debfan fabricarse mds estre- chas que las de los caballos europeos, y en 1972 un experto en brum- bies declaraba que «tienen una condenada eabeza como un cubo». Pero eran asombrosamente resistentes y no precisaban mas comida que la que podian encontrar por ellos mismos, en verano o en invierno. Eran excelentes caballos para trabajar con el ganado, inteligentes y capaces de «aguantar con una hoja de col».* 55. Historical Records of Australia, serie I, vol. 1, p. 56, «Horses», Australian Encyclopedia, vol. IIL, p. 329. 37, «Brumbye, Australian Encyctopedia, vol. 1, ps 409; Ac G. Le Shaw '. M. HL Clark, eds., Ausératian Dictionary of Biography, Cambridge Univer~ 1966, vol. T, p. 171; Rolls, They All Ran Wild, p. 349, . Haygarth, Recollections, pp. R 38 (septiembre de 1972), pp. 4-7; Anthony Trollope, Australi y R. B, Joyce, eds,, University of Queensland Press, St, Lucia, 35. y sity Pe Fi min», Walkabout, 14, = enone 210 IMPERIALISMO ECOLGGICO Como en todas partes, los caballos prosperaron con tanta fortuna ‘en Australia, que los neoeuropeos olvidaron el milagro que suponia | disponer de monturas por casi nada, y empezaron a maldecir los exce- sos de su propia buena suerte. Los brumbies se convirtieron en una plaga, gue se llevaba a los caballos domados en pasadas répidas, «y dejaba a los propietarios rumiando el bolo de la mortificacién», Lo peor de todo era que comian y bebian la hierba y el agua necesarias para animales de provecho: ovejas, bovinos y caballos déciles.” Entre las décadas de 1860 y 1890, los érumbies fueron un fastidio de primer orden en Nueva Gales del Sur y en Victoria, «una verdadera mala hierba entre los animales». Se maté a muchos por su piel, tantos que en 1869 una piel de caballo sdlo reportaba cuatro chelines en Sydney. Algunos sustralianos simplemente vallaron las pozas de agua en las temporadas secas y de este modo se libraban de los animales. Otros colonos, sin querer esperar a la sed para actuar, inventaron métodos para apufalar o disparar a los brumbies de manera que corrieran un buen trecho antes de morir, evitando asi las acumulaciones molestas de caballos muertos en un solo punto. En la década de 1930, cuando se ofzecian primas por orejas de caballo, dos hombres abatieron a tiros 2 4.000 en un affo en Innamincka. Algo después, un hombre abatié a 400 caballos en una sola noche. Esto es todo respecto a los cuadriépedos domesticados convertidos en salvajes. No aportaria nada extenderse sobre el hecho de que se adaptaron maravillosamente bien a las Nuevas Europas y viceversa. Podriamos seguir hablando de cabras, perros, gatos, incluso de came. los, hasta seftalar que las aves domésticas —las gallinas, por ejem- plo Prosperaron en las Nuevas Europas, pero todo revierte sobre E #€ comportaron sorprendentemente mejor en las Nue- esturopas que ¢n sus tierras de origen: una paradoja, mos Ta ds Segee aus padiers describirse como el: S 7 ions, pp. 77, 81; Trollope, Australia, p. 212. Wild, pp. 349-351. Rs a} 4 LOS ANIMALES alrededor del mundo, pero el nico insecto que combina wna alta proe duccidn de miel con Ia caracterfstica de poderse someter a la manipue lacién humana es Ia abeja doméstica, originaria del Mediter del Oriente Medio. En aquellos lugares, los hombres miel (y cera, més importante para muchos pueblos que el ; edulcorante) mucho antes de que se iniciara la historia esct alli donde Sansén creé una de las imagenes més sorprendentes Viejo Testamento cuando encontré «abejas y miel en el cadaver de un leén»* P En los siglos xv y xv1, los navegantes de la Europa occidental se convirtieron en marinbeiros, con muchos y muy diversos resultados, § entre los que se cuenta una enorme expansién del alcance y el niimero de las abejas. Puede que ya hubiera abejas en las islas del Arlintico ¢ mediterréneo antes de la Iegada de los europeos pero, si fue asf, no debié haberlas en todas las islas. Si las hubiera habido en las Canatias 4 antes de que Megara Nuestra Sefiora de la Candelaria, gpor qué se { habria visto obligada a producir cera para las velas mediante un mila gro? Al parecer Ilegaron tardiamente a Latinoamérica, y en muchos } casos procedian de Norteamérica y no de Europa. En la América tro- | pical, los indigenas ya recolectaban miel mucho antes de Cortés y | continuaron haciéndolo; y durante mucho tiempo después de Corts, } el azticar fue barato y abundante en Latinoamérica. Ambos factores desalentaron la importacién de abejas. Actualmente, Argentina es uno | | de los mayores productores de miel del mundo, pero se trata de una | evolucién relativamente reciente. Por el contrario, la miel fue un , | eduleorante esencial en Norteamérica, adonde la abeja Ileg6 antes. Las primeras abejas Ievadas a Notteamérica llegaron a comienzos | de la década de 1620 a Virginia, donde 1a miel se convirtié en un ¢ 61. Jueces, 14: 8; Rémy Chauvin, Treité de Biologie de U'Abeille, Masson § et Cie., Parfs, 1968, vol. I, pp. 38-39, 62. John B. Free, Bees and Mankind, Allen & Unwin, Londres, 1982, p. 115; Elizabeth B. Pryor, Honey, Maple Sugar and Osher Farm Produced Sweet- 4 ners in the Colonial Chesapeake, The Accokeek Foundation, Accokeek, Md., r 1983, passim; Patifio, Plantas, vol. V, pp. 23-25; Obras de Bernabé Cobo, Edi- ciones Atlas, Madrid, 1956, vol. 1, pp. 332-336; Nils E. Nordenskiold, «Modi- f fications on Indian Culture through Inventions and Loans», Comparative Ethno- sraphic Studies, n° 8, 1930, pp. 196-210; Ricardo Piccirilli, Francisco L. Romay y Leoncio Gianello, eds., Diccionario Histérico Argentino, Ediciones Histéricas & Argentinas, Buenos Aires, s.f. vol. 1, p. 4; Eva Crane, ed., Honey, @ Comspre~ hensive Survey, Crane, Russak & Co., Nueva York, 1975, pp. 126127, 477. ’ , ) 212 } ir iente en el siglo xvit. En Massachusetts, las abejas de- er como -sotcinge Ja década de 1640, y hacia 1663 esta- ban prosperando «extraordinariamente» segiin John Josselyn. Los in- } sectos emigrados se comportaban tan bien o mejor que los propios | insectos curopeos en la América britdnica del siglo xvrt.© En cierto modo, su avance se debi a la intervencién humana, de seres humanos con colmenas en sus balsas y en sus carromatos trasladindose hacia tetritorio indio, pero en Ia mayorfa de los casos la vanguardia de estos insectos del Viejo Mundo se desplaz6 hacia el oeste independientemen- te. Se aclimataron en las colonias litorales en el siglo xvir, y desde allf se extendieron hacia el 1800, pero los Apalaches representaban ver- daderamente una barrera para ellas. Algunas fueron transportadas al ‘otro lado por la gente, y a algunas, segtin se dice, las Ievé un hura- cn. El caso es que cruzaron la cuenca del Mississippi y al parecer se difundieron més de prisa allf que al este de los Apalaches. En Ia campafia que culminé con Ia batalla de Tippecanoe, en 1811, al avan- zar las fuerzas de los Estados Unidos encontraron muchas colmenas cen los huecos de los atboles de los bosques de Indiana, y un hombre declaré que él y sus amigos habian encontrado en una hora tres ér- oles con abejas.“ Se supone que las primeras abejas que hubo al ‘este del Mississippi se establecieron en el jardin de Mme. Chouteau, en St. Louis, en 1792. Una de las distracciones favoritas de los norteamericanos rurales era buscar colmenas de abejas salvajes para robar la miel. Aparecié todo un sistema de técnicas: emo encontrar obreras en busca de forraje, cémo seguir a la abeja de vuelta al arbol partiéndose las espinillas y eayéndose en los riachuclos, y emo humectar a las abejas y talar el 4rbol —todo ello sin ser picado més que lo absolutamente necesatio—. Después venia la recompensa, como atestiguaba Wash ington Irving en la frontera de Oklahoma en la década de 1830. Se INPERIALISMO ECOLOGICO G3. Crane, Honey, p. 475; Everett Octtel, Bicentennial Bees, Early Records of Honey Bees in the Eastern United States», American Bee Journal, 116 (fe- ‘brero de 1976), pp. 70. (marzo de 1976), pp. 114, 128, ‘64. Grane, Honey, p. 476 65. Crane, Honey, p. 476; Ocrtel, «Bicentennial Bees», American Bee Jour: tol 6 (mee 1976. 213; (ono de 1970), p. 260 _,, 06: Washington Irving, A Tour om the Prairie, John F, McDermott, ed, _ University of Oklahoma Press, Norman, 1956, n. 50. LOS ANIMALES colocaban los panales intactos en cestas para levatlos de vuelta campamento o al poblado, y paces —e aquellos que se habfan hecho aficos al caer eran devorados alli miss mo. Todo resuelto cazador de abejas tenia que ser visto con un buen pedazo en sus manos, chorreindale pot los dedos, y «lesapare. © lo tan riépido como una tarta de crema ante el apetito de esco- lares en vacaciones.” La miel fue una bendicién para los indigenas norteamericanos que antes slo contaban con el azticar de arce como edulcorante fuerte, pero la «mosca inglesa» era para ellos un sombrio presagio de la apro- ximacién de la frontera de los blancos. St. Jean de Crévecoeur escribidé que «cuando descubren las abejas, la noticia de tal suceso, pasando de boca en boca, difunde la tristeza y Ia consternacién en todos los pensa- mientos». Australia tenfa unas pequefias abejas sin aguijén, que los aborige- nes apreciaban porque Ja sustancia que producfan era muy dulce, pero estaba tan virgen para las abejas domésticas como América. Estas Ile- garon a Sydney el 9 de marzo de 1822 en el barco Isabella, junto a 200 convictos.® Una vez asentadas en Nueva Gales del Sur, las abejas se propagaron y enjambraron con el mismo vigor que en América. Fueron introducidas en Tasmania en 1832 0 poco antes, y la priméta colmena que allf hubo enjambré doce o dieciséis veces durante el primer verano que pasé en tierra, segiin el recuento que se dé por vélido.” Al parecer, diversos cucaliptus autéctonos australianos figtt= 67. Irving, Tour, pp. 52-53. 68. Paul Dudley, «An Account of a Method Lately Found in New England for Discovering where the Bees Hive in the Woods, in onder to get their Honey», Phylosophical Transactions of the Royal Society of London, 31, 1720-1721, p. 150; Crévecoeur, Journey, p. 166; véase también The Portable Thowas Jefferson, Mertil Peterson, ed., Viking Press, Nueva York, 1975, p. 111; Irving, Town, Ds 50, 3 69. Crane, Honey, p. 4; «Beekeeping», Australian Encyclopedia, vol. fy P. 275; «Bees», Australian Encyclopedia, vol. I, p. 297; Historical Records of — Australia, serie I, vol. XT, p. 386. 1843, p, 23; Henry W. Parker, Van Dienan’s Land, Its Rise, Progress Present State, with Advice to Emigrants, J. Cross, Londres, 184, p. 193. 214 INPERIALISMO ECOL6cICO ran entve Jas mejores fuentes de miel del mundo.” Cuando Anthony Trollope visité Australia a principios de la década de 1870, encontré que Ia abeja fordnea era mas abundante que Ia autéctona, y que la miel era «un manjar exquisito corriente entre todos los colonos».”. Cien afios después, Australia es uno de los mayores productores y exportadores de miel del mundo.” criaturas que aqui hemos expucsto, por tanto, Iegaron_a que Tos colonos quisieron, pero otras cruzaron las simas de Pangea sin invitacion. Estos bichos suponen para nosotros un muy feteresnote grap ae animales pores; mtonene pa puede afizmarse que los organismos ac corral triunfaron en ultramar gracias a que los euro- oe jaron para que tuvieran éxito (cosa no exactamente cierta, 1e. fare! a, ie_plantearia Jas ratas, por ejemplo, tuvieran éxito porque los colonos desearan feperlss coms Yeciaay My a oaraaG Po eee Facraos tremendos para exterminatlas, 6 tremendos para exterminarlas. Si prosperaron en las Nuevas {Europas, hay ue Seponer ane las fusinne que alentazon-el Zia = las criaturas’ Viejo Mundo fueron verdaderamente poderosas. Br ceded lavata coma = ttopes son doer eee y ioe parda, Ja primera més pequefia y mejor trepadora, y més grande, fiera y mejor excavadora la segunda. La rata mencionada en las fuentes co. Joniales probablemente sea la primera (a menudo lamada rata de arco) en la mayoria de las ocasiones, pero las crénicas sélo hablan "de cratas». Cualquiera de los animales, o ambos, servirin a nuestro Propésito, de manera que utilizaremos simplemente una palabra para denominarlos. Para complicar més Ias cosas, el espafiol colonial colia utilizar la misma palabra para designar a ratas y ratones foesui® {atas embarcaron como polizones con los ibéricos alli adonde fueran en América, pero Jos informes de los conquistadores omiten toda referencia a ellas. Sin embargo, algo sabemos sobre sus primeres ahes en Ia costa del Pacifico de Sudamérica, gracias (como en el caso Syetege er ‘varias especies autéctonas de roedotes en Peri y en Chile, it r » pero nin- oe capacidad de Ja rata emigrada para adaptarse a las for- civilizaci6n europea. Fue sin duda esta ultima la que prota- 72 Trollope, Auséralia, p. 211, Crane, Honey, pp. 116-139. LOS ANIMALES 215 gonizé las tres plagas de ratas (y de ratones también) que asolaron Per entre la Megada de Pizarro y 1572. «... ctiéndose innumerables dellos —decfa Garcilaso de la Vega—, corrian mucha tierra, y destru- yan los campos, assf las sementeras como las eredades con todos los frboles frutales, que desde el suelo hasta los pimpollos se rayan las | cortezas.» Después quedaron tantas en Ia costa «que ningtin gato ¢ osaba mirarles a la cara».”* Ratas y/o ratones (posiblemente autécto- nos, probablemente importados) asolaron Buenos Aires casi desde sus | mismos comienzos como lugar viable de asentamiento, pululando en- tre los vifiedos y los trigales. Los colonos invocaron a san Simén y a san Judas en busca de la intercesién divina y celebraron misas implo- rando Ja gracia. Doscientos afios més tarde, a comienzos del siglo x1x, Jas ratas eran tan numerosas que por la noche la gente tropezaba con | cllas en las calles: «En todas las casas pululan Jas rata, y los grane- ros rebosan. En realidad, el incremento de estas especies parece ha- berse mantenido al ritmo del del ganado govino en aquellas re- gioncs».5 J Las ratas inmigrantes casi acabaron con Jamestown, en Virginia. En 1609, cuando la colonia apenas contaba con dos afios de existen- cia, los habitantes se encontraron con que sus reservas de alimentos habfan sido consumidas por «los muchos miles de ratasm de los bar- cos ingleses. Los colonos se vieron forzados a depender, por una parte, de sus propias menguadas habilidades como cazadores, pescadores agricultores para obtener comida, y, por otra, de Ia generosidad de Jos amerindios.* Aproximadamente por la misma época, los franceses de Port Royal, en Nueva Escocia, estaban manteniendo una batalla 74. Obras de Bernabé Cobo, vol. I, pp. 350-352; Garcilaso de Ia Vega, Royal Commentaries of the Incas and General History of Peru, trad. inglesa de Harold V, Livermore, University of Texas Press, Austin, 1966, vol, I, pp. 589.590. (Versién original castellana: Comentarios reales, primera patte, Pedro Crasbeek, Lisboa, 1609, p. 247.) 75. Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, serie I, Talleres Gréficos de la Penitenciatia Nacional, Buenos Aires, 1907-1934, vol. 1, p. 96; vol. II, p, 406; vol. IIT, p. 374; vol. IV, pp. 76-77; Alexander Gillespie, Glean- ings and Remarks Collected During Many Months of Residence in Buenos Aires, B. Dewirst, Leeds, 1818, p. 120, : 3 76. John Smith, A’ Map of Virginia with a Description of the Country, Joseph Banks, Oxford, 1612, pp. 8687. Para una historia de las pobres Bermu- das y las ratas, véase Travels and Works of Captain John Smith, Edward Arber, ed., Burt Franklin, Nueva York, s, f,, vol. II, pp. 638-659, 216 IMPERIALISMO ECOLOGIGO con multitud de ratas que también ellos debieron haber introducido fon imutidamente. Los amerindios de las cercanias fueron igualmente Mfctinas, pues se vieron acosados por este tipo completamente nuevo Ue bicho de cuatro patas que iba a «comer 0 a succionar sus aceites ec aes cuartos de Jo mismo en Jos primeros tiempos de Sydney En 1790, las ratas (podria suponerse que fueran marsupiales autéc- tonos, pero casi con toda seguridad fueron roedores que los colonos Tlevaron consigo) invadieron los almacenes de comida y también los uertos, El pobernador estimé que fueron Ja causa de la pérdida de amis de 12.000 weight» de harina y de arroz.” Y las ratas segufan Ilegando. A principios del siglo x1x, un periddico tasmano anunciaba Tigubremente que «el mimero de ratas que abandonan el barco de Jos convictos fondeado en Ja bahia debe verse para creerse».' Actual- ‘mente, las ratas del Viejo Mundo infestan los puertos y las vias de agua australianos ¢ incluso han abandonado Ja compafia humana para hacerse salvajes en los matorrales, volviendo a un modo de vida que habfan ido practicando con escaseces durante miles de afios.” Tos neoeuropeos no introdujeron Jas ratas a propésito, y han gas- tado millones y millones de libras, délares, pesos y otras monedas para interrumpir su expansién; generalmente en vano. Lo mismo es ierto para otros diversos bichos de las Nuevas Europas, los cone- jos, por ejemplo, Esto parece indicar que los seres humanos fueron raramente duefios de los cambios bioldgicos que desencadenaron en las Nuevas Europas. Se beneficiaron de la gran mayorfa de estos cam- bios, pero se beneficiasen o no, su papel fue a menudo no tanto cues- tidn de arbitrio y de eleccién como de dejarse arrastrar rio abajo por Ia corriente que desencadena un dique reventado. ¢Hubo animales de las Nuevas Europas que pulularan por Europa y el Viejo Mundo? ¢Fue el intercambio de algtin modo equitativo? La respuesta, que el lector ya debe estar esperando a estas alturas, es ‘no. El pavo americano si que llegé al Viejo Mundo, pero no se hizo salvaje y no pululé como las langostas sobre la faz de Africa y Eura- 77. Mate Lescarbot, The History of New France, Champlain Society, Toron- to, 1914, vol. IIT, pp. 226-227. 78. Historical Records of Australia, serie 1, vol. T, pp. 143-144 79. Rolls, They All Ron Wild, p. 330. 80. «Mammals, Introduced», Australian Encyclopedia, vol. IV, p. 111 LOS ANIMALES 207 sia. En gran parte de Gran Bretafa, las relativamente grandes y agre- sivas ardillas grises norteamericanas han sustituido a la ardilla colon tada del Viejo Mundo, diezmada a principios de este siglo por una cpidemia desconocida. Y el ratén almizclero americano, liberaclo por primera vez en Bohemia en 1905, se ha difundido ampliamente desde entonces, ayudado por otras introducciones nocivas. Hacia 1960, su zona de dominio se extendia desde Finlandia y Alemania h las cabeceras de diversos afluentes del so Ob, a gran distancia hacia el este."" A pesar de todo, no ha ocurride nada en el Vicjo Mundo que se parczca al diluvio de animales domésticos del Vicjo Mundo que se hicieron fieros en las Nuevas Europas. El intercambio.de_animales, mansos, ficros 0 salvajes, entre_elViejo-y-el-Nueva- Mundo fue tan Unidireccional como el intercambio.. icrbas, y Australia no parece haber hecho contribucién alguna de importancia a Europa en este sentido, Como en el caso de las malas hierbas, las razones seran expuestas en el capitulo 11, En una cancién folklérica norteamericana de la frontera, una tal Sweet Betsy, de Pike Country, Missouri, atraviesa las montafias, pro- bablemente Jas Rocosas o las Sierras, «con stt amante, Ike, con dos yuntas de bueyes, un gran perro amarillo, un gran gallo cochinchino y un cerdo moteado»." Betsy era heredera de una tradicién muy anti- gua de agricultura mixta, y, aunque podria argiiirse que sus bueyes estaban castrados y el resto de los animales no tenfan pareja, no fue el grupo de Betsy el nico en cruzar Ins montafias; vagones de tren Ievaron toros y vacas, ademas de gallinas, perros y cerdos de géneros opuestos a los animales de la chica. (La propia Betsy tuvo la previsién de Ilevarse a Ike.) La pauta, en el lado més lejano de las montafias, serfa la rpida propagacién de las especies de colonizacién. Betsy no se fue como una emigrante aislada, sino formando parte de una ava- Jancha que gruffa, mugia, relinchaba, cacareaba, gorjeaba, refunfu- faba, zumbaba, se autorreproducia y alteraba el mundo, 81. Paul L. Errington, M 1963, pp. 475-481; véase tam Pacey, Hamburgo, 1975, 82. Albert B. Friedman, ed. The Penguin Book of Polke Walluds of the English-speaking World, Penguin Books, Harmondsworth, 1976, pp. 432-434. iskrat Population, Yowa University Press, Ames, Tans Kampmann, Der Wasebbur, Verlaxe Paul 9, LAS ENFERMEDADES . La colonia de una nacidn civilizada que toma pose- sin ya sea de un vasto tertitorio, o de uno con tan escasa poblacién que los nativos dejen fécilmen- te lugar a los nuevos pobladores, avanza més de- prisa hacin Ja riqueza y Ja grandeza que cualquier ‘otra sociedad humana. ApAM Smairn, Investigacién sobre la naturaleza y causas de la riqueza (1776) Los gérmenes del Viejo Mundo eran entes con un tamaiio, un “peso y una masa iguales a Sweet Betsy, su Ike y sus animales; los LAS ENPERMEDADES 219 lov plimenesy,y et st mtyor patte eseyeson-qpe ia eather amnn démicas tenfan un origen sobrenatural, algo que debia sobrellevarse | piadosamente, pero sobre lo que raramente se hacfa una crénica detae ¢ Hada, Por tanto, 1a historia epidemioldgica de las colonias europeas del otro lado de las simas de Pangea es como un rompecabezas de ( 10.000 piezas del cual sdlo tuviéramos Ia mitad: suficiente para ha- cernos una idea del tamafio del original y de sus caracterfsticas prin= cipales, pero no lo bastante como para una recomposicién clara, Lax mentamos la dispersién de nuestra informacién; pero es tal su cantidad y tan claro el paralelo que puede establecerse respecto a las experien- cias modernas de lo que ocurre a los pueblos aislados cuando se ven forzados a integrarse en la comunidad mundial, que no podemos dudar de su validez general. Antes de atender a la historia de los agentes | patdgenos en las Américas y en Australia, echaremos una ojeada a unos cuantos ejemplos recientes de lo que Ia ciencia llama sepidemias en terreno virgen» (rdpida dispersién de agentes patégenos entre tes que nunca habfan estado infectadas anteriormente). 3 liarizarémos con Tas potencialidades de una catdstrofe spidemicléaie a. Cuando en 1943 el avance de la autopista de Alaska expuso a los amerindios del lago Teslin a un mayor contacto con el mundo exte- rior, experimentaron en un afio epidemias de sarampidn, rubéola, di- senterfa, ictericia, tos ferina, paperas, amigdalitis y meningitis me- ningocdcica, Cuando en 1952 los esquimales y los amerindios de la Buhfa de Ungava, al norte de Quebec, padecieron una epidemia de sarampién, el 99 por 100 enfermé, y alrededor del 7 por 100 mutié a pesar de que algunos disfrutaron de los beneficios de Ia medicina moderna, En 1954, broté una epidemia de la misma infeccién «me- nor» entre los pueblos del lejano Parque Nacional de Xingu, en Brasil. El indice de mortalidad fue del 9,6 por 100 entre los afectados que recibieron tratamiento médico moderno, y del 26,8 por 100 entre Jos que no lo recibieron. En 1968, cuando los yanomamos de la fron- tera de Brasil con Venezuela se vieron afectados por el sarampién, murié del 8 al 9 por 100 a pesar de la disponibilidad de algunas me- dicinas y tratamientos modernos. Los kreen-akorores de Ia cuenca amazdnica, que tomaron contacto con Ia civilizacién por primera vee algunos afios después, perdieron al menos al 15 por 100 de sus gen- tes en un solo brote de gripe comin.’ Es evidente que cuando cesa 1, Alfred W, Crosby, «Virgin Soil Epidemics as a Factor in the 20 IMPERIALISMO ECOLOGICO to, empieza Ia diezma; de aht la razonable creencia de los que «los hombres blancos provocan la enfermedad; tampoco hubiera existido 1 a anomamos de ‘si los blancos no hubieran existido nunc Ia enfermedad»? a aislamiento de los indigenas de las Américas y de Australia respecto a los gérmenes del Viejo Mundo fue absoluto antes de las hiltimas centurias. No solamente muy poca gente de cualquier origen Hhabia atravesado los océanos, sino que aquellos que lo hicieron © Jestaban sanos 6 morfan en el camino, levando consigo sus agentes pirate genos. Por su i fs - fecci Por lo menos, los amerindios contaban con la pinta, la fram- Mbesia, la sifilis venétea, la hepatitis, In encefalitis, la polio, algunas wwaricdades de tuberculosis (no las relacionadas gencralmente con las jafecciones pulmonares), y pardsitos intestinales, pero al parecer no a ales como Ja viruela, el sarampidn, la difteria, el tracoma, la tos ‘ina, la varicela, la peste bubénica, la malaria, las ficbres tifoideas, cl célera, la fiebte amarilla, el dengue, la escarlatina, 1a disenter ‘amébica, la gripe y una serie de infestaciones helminticas’ Los abo- ‘rigenes australianos ten{an sus propias infecciones —entre ellas cl tracoma—, pero de todos modos la lista de infecciones del Viejo Mundo con las que no estaban familiarizados antes de Cook proba- blemente fuera similar a la lista de depredadores de amerindios. Vale ‘Ia pena sefialar que en épocas tan tard{as como la década de 1950, -resultaba dificil obtener un cultivo de estafilococos entre los aborige- Depopulation in America», William and Mary Quarterly, 3 seric, 33 (abril de 1976), pp. 293-294, 3 2. Donald Joralemon, «New World Depopulation and the Case of Disease», Journal of Anthropological Research, 38 (primavera de 1982), p. 118. ‘ 3. Es, por supuesto, una cuestién ambigua y controvertida, Véase Calvin ‘Martin, Keepers of the Game. Indian-Animal Relationships and the Fur Trade, University of California Press, Berkeley, 1978, p. 48; William Denevan, «Intro- duction», The Native Population of the Americas in 1492, William Denevan, cd., ‘University of Wisconsin Press, Madison, 1976, p. 5; Marshall T. Newman, «Abo- tiginal New World Epidemiology and Medical Care, and the Impact of Old World Disense Imports», American Journal of Physical Anthropology, 43 (no- yiombre de 1976), 1p. 671; Henry F, Dobyns, Their Number Beconre Thinned, Nutive American Poputation Dynamics in Eastern North America, University of | Tennessee Press, Knoxville, 1983, p. 34, LAS ENPERMEDADES 221 nes que vivfan en ambientes est Aparecen indicios de | australianos a las infecci ériles del desierto australiano centrale! 1 vulnerabilidad de armerindios y aborigenes jones del Viejo Mundo casi inmed después de la intromisién de los lesa ae 1492 ‘ce cierto numero de nativos de Jas Indias Occidentales para formarlon como traductores y para mosteatlos al rey Fernando ya la reine Te bel. Algunos murieron, al parecer, a lo largo de la tempestuosa tra- vesfa hacia Europa, con lo que a Colén sélo le quedaron siete para exhibir en Espatia, junto a algunos dijes de oro, galas de los arta ¥ unos cuantos loros. Cuando menos de un afio después reyreso a aguas americanas, solamente dos de aquellos siete estaban atin con vida’ En 1495, Colén, en busca de un articulo de las Indias Occi- dentales que pudiera venderse en Europa, envié al otro lado del At. léntico a 550 amerindios, de entre doce y treinta y cinco aos de edad aproximadamente. Doscientos murieron en el azaroso viaje; 350 so- brevivieron para ser puestos a trabajar en Espafia, La mayorfa de ellos murié pronto «porque la tierra no les conyenfa» 4 Los briténicos no embarcaron nunca grandes cantidades de abo- rigenes australianos hacia Europa como esclavos, sirvientes o cualquier otra cosa, pero en 1792 navegaron hasta Inglaterra dos aborfgenes, Bennilong y Yemmerrawanyea, con todos los honores de dos animales domésticos. A pesar de lo que podemos suponer que fue un buen. 4. Ronald M, Berndt y Catherine H. Berndt, The World of the First Aus. wratians, Angus & Robertson, Londres, 1964, p, 18; Peter M. Moodie, Aboriginal Health, Australian National University Press, Camberra, 1973, p. 29; A. A. Abbic, «Physical Changes in Australian Aborigines Consequent Upon European Contact», Oceania, 31 (diciembre de 1960), p. 140, 5. Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, Agustin Millares Carlo, sd. Fondo de Cultura Econémica, México, 1951, vol. 1, p. 332; Journals and Other Documents of the Life and Voyages of Christopher Columbus, tad. in- glesa de Samuel Eliot Morison, Heritage Press, Nueva York, 1963, pp. 68, 93: ‘The Four Voyages of Christopher Columbus, trad. inglesa de J. M. Cohen, Penguin Books, Baltimore, 1969, p. 151. (Versién original castellana: Los evatro viajes del Almirante y su testamento, EspasaCalpe, Madrid, 1977.) Pava cifras sensiblemente distintas, véase Pedro Mirtit de Anglerfa, De Orbo Novo, trad. inglesa de F. A. MacNutt, Putnam, Nueva York, 1912, vol. I, p. 66; Andués Bernéldez, Historia de los Reyes Catélicos Don Fernando y Dofia Isabel, en Crd- nicas de los Reyes de Castilla desde Don Alfonso el Sabio, hasta los Catdlieos Don Fernando y Dofa Isabel, M. Rivadeneyta, Madrid, 1878, vol. 111, p. 660. 6. Bernéldez, Historia de los Reyes Catdlicos, vol. IT, p. 668; Journals and Other Documents of Columbus, pp. 226-227. = LAS ENFERMEDADES > IMPERIALISMO ECOLOGICO a a espectacular, el virus de la virucla, La yituelapinfeccién : fea, 10 reaccionaron mejor que los primeros, amerindios on, spa. mente se transmitfa de victima en victima mediante el aliento, fae Peennilong desfallecié y se extinguid con indicios una de las més contagiosas de todas las enfermedades y una de las eee cars seni Fate 5 Sralcee, ay exter mas mortiferas.” Era una infeccién humana ya antigua en el Vielo Ts misma . Eero socembis a la mi cole a Mundo, pero raramente legé a revestir una crucial importancia en duds ex la Europa occidental a finales del siglo xvint)y fve enterrado Europa hasta que se declars en el siglo xv1. Durante los 250 0 300 ips ee Meek ree Tenaba

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