‘email gmat “Yanaio™
Tio Delfin pasé a buscarme en su viejo Impala y
enrumbamos hacia e! club higico. El Chalén, donde su
hermano Carlos me habia invitado a almorzar. Hacie|
aflos que tio Carlos, cada vez que yovenia aLima, me
invitaba 3 almorzer al club, pero por una u olta razén nunca habia podido aceptar, hasta ese domingo.
ElChaldn quedata en el camino a Chosica, a unos treinta kilémetros de Lima, subiendo por la carretera centtal
Era un clud bastante exclusiva, fundado por algunos ricachones persuadides que la posesién de caballos y la
practica de la equitacion les cabe a su fortuna un timbre aristocratico. Sitio Cartos nabia legado asersoao no
fra por su fortuna ni por sus blasones, pues no tenia ni lo uno ni lo otro, sino por su calidad de coronel enretio y
Porque de teniente habia ganado varios trofeos en concurses hipices. Pero también y sobre todo oracias al savoir
faire de su esposa, mujer muy despisrta, sociable y ambicicsa, dotada ademas de un verdadero custo artistic,
‘al punto que el club le habia encargado la nueva decoracién de los salones y piezas de aparato.
{Un club para blanquitos! rié tio Delfin, al mismo tiempo que frenaba y detenia el auto al borde de la carretera. Miré
‘a mi alrededor buscando el cub, pero era obvio que ain no habiamos llegado, pues sélo se veiaun campo de
irasoles, carsomido en parte por una fabrica en construccién.
Falta un poco de gasolina suspiré tio Detfin, incinandose para rebuscar bajo su asiento. Cuando yo esperaba
‘que iba a sacar una galonera lo que aparecié fue una botella de whisky.
Un trago?
Rehusé y Delfi, luego de echarse un sorbo del gollete, met Is botella de Chivas en la guantera y proseguimos
lamarcha
Tio Delfin era también coronel en retiro pero, a dferencia de su hermano mayor,no se habia casado, ni tenido
hijos, nl abrigado nunca ambiciones sociales 0 mundanas. Lievabe con orgulle y nast intiansigencia su
‘condicién de hombre de clase medis imefia. Cuando dejé la carretera se compré con su indeminzacién un
ranchito en Chorrilos y se dedicé a matar el tiempo en lo que siempre le habia gustado: tomarse sus tragas,
Jugar a las cartas con viejos compafieros de armas y dar largos paseos en automévil por la Costa Verde ylos
aarenales del sur. Adorabe los perros, dormia la siesta con ei televisor encendido y hacia afios que se moria,
inexorable peto lenta y flematcamenie de una cirrosis al higado,
Enfin,ya estamos cerca dijo, y tomando un puentecto de madera cruzamos el Rimacy entramos a un parque en
medio del cual se distinguia la fachada de un amplio edificio blanco, imitacién de una antigua casa-hacienda
colonial
Tia Cerlos y eu esposa Adela estaban esperdndonos en el pértico del edificio, como si se tratese de pudientes
propietarios en la puerta de su residencia. Elos habian venido mas temprano, pues tio Carlos era comisario de
tumo del cub y debiatomar las d'sposiciones para que se atendiera bien alos socios que cayeran ese domingopor alli, Rara eventualidad pues, como era verano, los socios preferian irse a las playas que venir a sancocharse
montando caballo en el picadero de esa calurosa quebrada.
iEstamos solos! exclamé tia Adela. ;Qué suerte! Tenemos todo el club a nuestra disposicién.
Y de inmediato me cagié del brazo para mostrarme el interior del local. El salén era enorme y estaba arreglado
con sobriedad y gusto: cémodos sillones forrados con telas inspiradas en la iconograffa Chancay, piso de
cerdmica encerada con una que otra alfombra de alpaca; cuadros coloniales y mucha artesania, como retablos
de madera, toros de arcilla, estribos de plata repujada y arneses de cuero de hebras tan finamente trenzadas y
flexibles que parecian de seda.
Entusiasmada por mis elogios, Adela me paseé por el comedor, la biblioteca, un par de pequefios salones mas y
hasta por los bafios, donde me invité a jalar la palanca de un excusado, para demostrarme que todos los,
‘semvicios funcionaban a la perfeccién.
Las caballerizas te las ensefiard Carlos més tarde dijo Adela. Y a tiempo, pues ya ese recorrido me aburriay me
moria de ganas de tomarme un aperitivo con mis tios.
Cuando regresamos al salén, Delfin y Carlos estaban arrellanados en un sofa, terminando su primer trago. Adela
yyo nos sentamos frente a ellos y de inmediato nos nivelamos con sendos gin con gin. Un diligente mozo
indigena pasaba sin descanso para ofrecernos miniisculas bolas de causa y choros ala criolla, aparte de
aceitunas, queso y almendras. El servicio era en realidad excelente, tanto como la decoracién del local, y asi se lo
repeti a mitia, que no cabia en si de contenta con mis elogios,
Ti sabes me dijo muy seriamente. Aqui viene en inviemno la mejor gente de Lima. Vienen los Albomos, los Ayulo,
los Montero.
Y los Pataplin y los Pataplan la interrumpis tio Delfin. iY si hablamos de cosas més serias?... Yo me tomaria otro
gin.
Vino una segunda ronda que secamos de prisa, pues ya el mozo siguiendo sin duda instrucciones precisas de
tio Carlos nos invitaba a pasar ala terraza, donde habian puesto mantel y cubiertos en una de las tantas mesitas
redondas protegidas por sombrillas. La terraza daba a una extensa planicie cubierta de césped, al fondo de la
cual se distinguia una piscina.
Note parece lindo el lugar? me pregunté Adela. jAh, si yo tuviera una casa asi! No tuve tiempo de responderle,
ues tio Carlos me alcanzaba el menti
Hay sélo lo que esta marcado con una cruz, pues en esa época no viene practicamente nadie. Pero todo es de
primera calidad. Yo mismo me ocupo del aprovisionamiento.
Encargamos cebiche de corvina y de segundo un lomo saltado, aparte de vino tinto chileno y nos entregamos a
los placeres de la comida criolla y la convers acién intrascendente. Tio Carlos contaba que algunos socios lehhabian propuesto un trabajo muy bien pagado, organizando el servicio de seguridad de una cadena de
‘supermercados. Adela no se oponia a que aceptara, pero eso si, para después del viaje que tenian planeado a
Paris en una four econémica pagada a plazos.
Yo no quiero morirme sin conocer la Ciudad Luz
afiadi6. Nunca es tarde para culturizarse.
Ciudad Luz, Ciudad Luz rezongé tio Delfin.
Yo no viajara a Paris ni a palos. ;Qué diablos hacer alli si uno no habla ni papa de francés! {Ti siempre con tus
ideas! le reproché Adela y volviéndose hacia mi: Pero a propésito de Paris, no nos has contado nada de tu vida
Por alld.
Aproveché para desempacar tres 0 cuatro viejas historias, siempre las mismas, contadas ya cien veces en
similares circunstancias y que parecfan tener la virlud de ser divertidas, hasta que noté que la atencién de Carlos
yAdela se dispersaba. Yo habia visto algo asi como una sombra pasar furtivamente por un extremo del salén,
casi a mis espaldas y al poco rato, cuando el mozo retiraba el segundo plato, distingui un joven fomido, alto, en
traje de bafio, que salia de una caseta disimulada en el jardin y se dirigia hacia la piscina con una toalla en la
mano.
Es Juanito Albornoz me interrumpié Adela. El hermano del presidente del club... Pero, bueno, sigue
contandonos.
Prosegui mi titima historia, sin mayor conviccién, pues notaba que algo habia cambiado en el ambiente. Adela y
Carlos me escuchaban sonrientes, sin dejar de mirarme, pero con una mirada sin vida, como si su espiritu se
hubiera ausentado de la mesa.
Pedro, un gin con gin! La vozlegé desde el fondo del jardin y se dirigia al mozo indigena que en ese momento
nos llenaba Ia copa de vino y nos preguntaba qué queriamos de poste. Mientras revisabamos el mend nos lleg6
‘nuevamente la voz: jBien heladito, Pedro, y con su raja de limén! El mozo torné nota de nuestro pedido y se
precipité hacia Ia cocina para servinos. Habiamos encargado helados, pero todos de sabor diferente, lo que
‘etardaba su trabajo. La voz resoné desde la piscina: Y ese gin, gviene ono viene?
Pedro aparecié con Ia fuente de helados pero en su premura habia olvidado traer cucharitas y retorné corriendo a
la cocina, Esta vez no fue un grito, sino un verdadero bramido.
Mle vas a senvir o no, cholo de mierda?
jo Delfin dio un respingo y se enderezé sobre su silla para mirar hacia el fondo del jardin.
2Qué diablos le pasa a ese imbécil?
aha estar aie ce muere de sad intarvina fa Arata sCan aste calor! ne In aniiantel :Nave ane nns actinMle vas a seni ono, cholo de mierda?
Tio Delfin dio un respingo y se enderezé sobre su silla para mirar hacia el fondo del jardin.
2Qué diablos le pasa a ese imbécil?
Debe estar que se muere de sed intervino tia Adela. Con este calor! Que lo aguante! No ve que nos estan
siviendo?
Calma, calma dijo tio Carlos. Pedro, ociipate del sefior Albornaz Pedro desaparecié para preparar el trago del
‘socio, pero ya el joven habia salido de la piscina y se acercaba corriendo hacia la terraza, despidiendo al avanzar
miriadas de gotas de agua que brillaban al sol. Pronto estuvo a nuestro lado.
iOiga usted, coronel Zapatal (Se dirigia a tio Carlos.) Hace diez minutos que estoy pegando de gritos y nadie me
atiendel gEsa es la manera de tratar alos socios?
Tio Delfin levanté la vista hacia el joven, mientras sus manos crispadas buscaban un punto de apoyo sobre la,
mesa.
iPonga un poce de orden en el servicio! Para algo es usted el comisario de ture.
Pierda culdado, sefior Albornoztio Carlos hablaba con calma, pero estaba palido. Ya ordené que lo sirvan,
iA buena horal Y de paso que me traigan el ment
Girando sobre sus talones, el joven regresé coriendo hacia la piscina, dejando en las baldosas de Ia terraza las
huellas hlimedas de sus pies. Tio Delfin habia bajado la cabeza y silbaba débilmente, barriendo con los dedos
las migajas que habia sobre el mantel
iMis helados estan deliciosos! exclamé tia Adela rompiendo el silencio. 2Quieres probarlos, Delfin? ;Pero ni
‘siquiera has probado los tuyos! Mis helados? repitié tio Delfin, sobresaltado, mirando su copa. La aparto con la
mano. La verdad es que no tengo ganas. para el calor no hay nada mejor que un whisky.
‘Completamente de acuerdo dijo tio Carlos.
Pero antes me tomaria un cafecito. gPasamos al salén?
Nos arrellanamos en los sofés,un poco ahitos y cansados, pero basté que sorbiéramos nuestro café y que mis
tios se echaran su primer whisky para que el ambiente se reanimara. Les dio entonces por evocar su vida militar
ysse entablé un duelo de anécdotas, cada cual mas cémica 0 exravagante, al punto que nuestra reunién se fue
cconvirtiendo en un concierto de carcajadas. Tio Delfin era el més locuaz y su estilo narrativo mas teatral, pues lo
‘eforzaba con mimicas, imitaciones y desplazamientos, mientras que tio Carlos , mas sobrio, sélo se valia del
empleo virtuoso de Ia palabra. El contrapunto se fue prolongando, mas de lo necesario y de lo soportable,nuestra risa se vohié conmulsivay cuando tio Delfin en su euforia eché por tierra un cenicero lieno de colilas, tia
Adela juzg6 oportuno intervenir.
‘Bueno, cy sidamos una welta por las caballerizas? Ya debe haber bajaco el calor.
‘AN, no! protesté tio Carlos. Para eso no cuenten conmigo. Yo me voy a echar una siesta.
‘Lo mismo yo susprfé tio Delfin. Pero en mi casa.
Fue la orden de partida. Tio Dettin secd el corcho de su whisky y se encaminé nacia Ia puertatrastabillande un
Poco, escoltado por Carlos y Adela. En al trayecto le vino a la ments otra historia no se privé de contarla y para
confitmar el cardcter interminable de las despedidas limefias la empalmé con otra que sélo concluyé cuando
estaba sentado ante el volante de su auto, con Ia portezuel abierta y el motor encendio.
Alfin emprendimos el retorno en el viejo Impala. La locuacidad de tio Dein lejos de disminuir se fue acentuando
conforme nes alejabamos del club. Agotadas sus historias cuartelarias, pasé atemas més confidenciales y
‘domésticos y es asi que, al llegar al pueblo de Vitarte, me hablabe de su perro Ulises que haaia muerto
aplastado por un camién hacia un afio. Me narré sus hazafias, sus pruebas de fidelidad y de inteligencia, cada
‘vez mds eufirica y emotivamente, hasta que de pronto quedé callado. Untrecho més allé trend de golpe, el carro
Patiné, estuvo a punto de salirse de Ia pista, pero logré controlarlo y detenerlo sobre el borde de tierra. Apagando
el motor se reclino sobre al volante y quedd con la c2beza apoyada sobre los brazos, respirando sofocadamente,
‘Qué pena, qué pena lo escuché quejarse.
‘Qué pena, Dios mio, qué pena.
Cref por un momento que se referia a la muerte de su perro.
iQué vergiienzal ;Dajar que un mequetrefe nos levante Ia voz! jDe un solo golpe io hubiera mandado rodar hasta
los potreros! 2Qué afrenta para los Zapatal En ese instante levanté la cabeza y vi que tenia los ojos enrojecidos
lagrimas le bajaban por las majilas, contorneaban su bigote y cafan sobre su camisa desde el ment6n enérgico.
No sé cdmo me he podido aguantar! Los pufios me quemaban. S6lo por Carlos, claro, sélo por él, para no
fregarle su vida en el cluby ese trabajo que le han oftecido.. ;Guardién de supermercadol... Y porque les gusta
codearse con la cremita, a 10s dos, con los nifitos gag, los sefforones, con tocos esos mlerdas que los trataran
siempre como a sus empleados... ;Pobres Zapata, pobres! Qué humillacién! Se recliné nuevamente sobre el
volanie, lorando esta vez sin continencia, ruidasa e impidicamente, mientras con una mano tanteaba su
Pantalén, el asiento, buscando algo, tal vez un pafiuelo. Yo, oor mi parte, buscaba algo qué decirle pero no se me
‘ocurria nada apropiado. Hubiera sido iniitl adamde, pues tio Delfin levanté do pronto la cabeza y volié hacia mi
‘su cara htimeda, Tenia los ojos iritados, pero sonreia y habia en sus rasgos una expresién radiante, sosegada,
iQué pensards tii? jEl machote to Delfin lorando como ung mujercital No se lo vayas a contar a nadie. O cuéntalo
‘si quieres, pero cuando me muera, que ya no falta mucho... Bueno, ya es hora de seguir camino. Aunque,