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de Mariquita
Guadalupe Dueas
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Pas el tiempo, crecimos todas. Mis padres ya no estaban entre nosotras; pero seguamos cambindonos de
casa, y empez a agravarse el problema de la situacin
de Mariquita.
Alquilamos un seorial casern en ruinas. Las
grietas anunciaban la demolicin. Para tapar las
bocas que hacan gestos en los cuartos distribuimos
pinturas y cuadros sin interesarnos las conveniencias
estticas. Cuando la rajadura era larga como un tnel
la cubramos con algn gobelino en donde las garzas,
que nadaban en punto de cruz ail, hubieran podido
excursionar por el hondo agujero. Si la grieta era como
una cueva, le sobreponamos un plato fino, un listn o
dibujos de flores. Hubo problema con el socavn inferior de la sala; no decidamos si cubrirlo con un jarrn
ming o decorarlo como oportuno nicho o plantarle un
pirograbado japons.
Un mustio corredor que se meta a los cuartos
encuadraba la fuente de nuestro palacio. Con justo
delirio de grandeza dimos una mano de polvo mrmol
al desahuciado cemento de la pila, que no qued ni de
prfido ni de jaspe, sino de ruin y altisonante barro. En
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