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Por tanto, hay que conocer a fondo el lenguaje si queremos llegar a conocer la realidad, porque es el lenguaje el que nos la ilumina en cuanto que —por decirlo con Aristételes— cada palabra de él es una voz significante provista de significado aunque por convencion [Arist. Jnt. 16b26] que nos acerca de algtin modo el mundo que nos rodea. Y también debemos conocer el lenguaje si queremos admi- nistrar los asuntos ptiblicos, porque para ello se requiere pre- viamente poner en marcha “esa corriente de aire que desde el alma traspasa la boca acompafiada de ruido” [Pl. Soph. 263e], para seguidamente, valiéndonos de ella, “hacer ver a los conciudadanos lo beneticioso y lo nocivo y, por ende, tam- bién lo justo y lo injusto” (Arist. Pol. 1253a14]. Asimismo, es imprescindible el conocimiento de] lenguaje si queremos ser cultos y estar impuestos en cualquier tipo de ciencia, porque la diferencia que existe entre el experto y el sabio impuesto en una ciencia es que el primero no sabe ex- plicar lo que sabe, mientras que el segundo si. El sabio sabe dar cuenta 0 razén (légos) de lo que hace a través de un “dis- curso racional” (égos) [ Arist. Meta. 981b ]. La palabra griega epistéme, “cjencia”, esta relacionada con el verbo jénico epistamai, que quiere decir “estar impuesto”. Asi pues, los griegos vieron en el lenguaje el acceso a todo conocimiento y actividad humana, por lo que la acufnacién por Isécrates de la frase “nada inteligente se hace sin pala- bras” [III, 9; XIII, 257] les parecia todo un acierto. FIccION, PERSUASION Y MAGIA 43. El lenguaje en contraposicién a la verdad Sin embargo, no tardaron en anunciarse las desconfianzas ha- cia el “lenguaje-pensamiento” en cuanto indagador y transmi- sor de la realidad o portador de verdades. 65 Las dudas acerca de esta capacidad se presentaron en for- ma de un discurso que glosaba las cnormes posibilidades que ofrece el lenguaje para la ficcién, para la reproduccién de lo que no ¢s real, 0 sea, lo que hoy dia se llama la “ficcionali- dad” del lenguaje, es decir, el cardcter ficcional o la dimen- sion contrafactica del lenguaje.? La ficcionalidad del lenguaje, la enorme capacidad y vocacién del lenguaje para representar lo no real procurando con ello una placentera “seduccién engafiosa” o apdte, es también una reflexion que se hicieron Jos antiguos griegos. Las hesi6dicas Musas del Helicén confesaron que sabian decir muchas mentiras a cosas verdaderas parecidas aunque también sa- bian proclamar verdades si les venfa en gana [Hes. Th. 27]. Y Ate- nea no puede dejar de reir al contemplar cémo Odiseo, para conseguir el cumplimiento de sus planes, recurre constantemen- te a engafios, falsedades y mentiras [Hom. Od, XII, 287]. De este modo, desde muy pronto iba resultando claro en la an- tigua Grecia, ya en la muy remota época de la oralidad, por un lado, que con el “lenguaje-pensamiento” o la “palabra-taz6n” (16 gos) se podia reflejar la realidad de manera mas 0 menos perfecta (en Ia lengua de los dioses, con mayor exactitud que en la de los hombres), y, por otro, en cambio, se caia asimismo en la cuenta de que con la palabra fingida y embustera se conseguian efectos persuasivos sobre los oyentes merced a las estrategias ejemplifica- doras, emocionales y estéticas a las que se la podia someter. 44. El mito come instrumento de persuasion No resultard, asf, extraio que los mitos se introduzcan en la poesia de Ia épica homérica a modo de discursos persuasivos, pues una hermosa y emotiva historia mitica, independiente- mente de que se la considere real 0 mera ficcién (eso es ya lo *J. M. Pozuelo Yvancos, Poética de la Ficcién, Sintesis, Madrid, 1993: 12. 66 de menos), puede ser empleada como argumento para per- suadir por su ejemplaridad, por el placer cognitivo que deri- va del paralelismo con la situacién a la que se pretende apli- car el ejemplo, asf como por la emocién que la historia narrada provoca y Ja encantadora belleza que deslumbra a sus oyentes. Las bellas y emotivas historias ejemplarizantes, los mitos se- leccionados por los antiguos griegos como modelos y pautas de conducta humana, nos arrastran, en efecto, con el débil argu- mento del ejemplo (parddeigma), con la emocién que produce la narracién y con todo el esplendor de su belleza. En el Canto 24 de la Iliada Aquiles trata de inducir al viejo Priamo a que coma, a pesar del dolor que siente por la muer- te de su hijo Héctor, contandole el mito de Niobe, que sufrid también mucho pero, pese a ello, no se olvidé de su impres- cindible alimentacién [vwv. 599-620]. Y Fénix, para convencer a Aquiles, le cuenta el mito de Me- leagro, cuya moraleja se la podria aplicar el propio héroe de los pies ligeros: un héroe no debe dejar jamas de cumplir con su deber Ilevado por su personal enojo, porque al final cede- ra a los ruegos de su gente, pero, en tal caso, fatalmente lo hara ya cuando sea demasiado tarde para recibir honores, re- galos, honras y parabienes [JZ IX, 529-99]. 45. El magico poder de la palabra La existencia misma de los mitos que se transmiten de genera- ci6n en generacién, asi como la existencia y el frecuente uso de la plegaria a los dioses, de los ensalmos, los embrujos, los conjuros, los maleficios, las evocaciones de las almas de los muertos, las maldiciones, los encantamientos y las hechicerias presuponen la creencia en el hecho de que la palabra, inde- pendientemente del porcentaje de verdad que encierre, sirve para realizar acciones importantes en la vida politico-social 67 del ser humano porque es ejemplarizante, beneficiosa y ade- més activa por rebosar poder sobrenatural y virtud magica. Estaba bien arraigada desde antiguo, en Grecia, la creencia en cl magico poder de la palabra, tanto en prosa como en ver- sO, 0, si se prefiere, la creencia en la eficacia infalible de las for- mulas magicas, de los encantamientos plagados de estrategias poéticas, estilisticas y prosédicas y de recurrencias propias de la poesia, pero también de la primitiva prosa, como la repeticién, la rima, la andfora y las reiteraciones semanticas que, en la mentlidad primitiva de la época de la oralidad, dotaban al lenguaje de sobrenatural fuerza operativa. Las raices religiosas y magicas de la poesia griega resultan evidentes cuando leemos que el poeta de la iliada reconoce humildemente que sin la ayuda de las Musas del Olimpo, las hijas de Zeus Portaégida, no podria dar cuenta de quiénes fueron los guerreros que se llegaron a Ilion, aunque poseyera diez lenguas y diez bocas y voz inquebrantable y aunque den- tro de su pecho su coraz6n fuese de bronce [Ul II, 484-94]. Yen la Odisea el infeliz porquerizo Eumeo, en esa época de la oralidad en la que prosa y verso no se diferencian tanto come mis tarde al llegar la escritura, toma a Odiseo, que ha acudido disfra- zado a su cabaria, por un aedo o cantor-poeta épico de los que aprenden de los dioses las atractivas palabras que Ilenan de afioran- za y mueven a deseo a quienes las escuchan [Od XVII, 518). Y, segtin Hesiodo, el don de la palabra con el que las Musas obsequian a los poetas es el mismo que regalan, nada mds na- cer, a los reyes alimentados por los dioses [ Th. 80, y 94]. Nunca el status social del poeta alcanz6 tan gran altura. 46. Elocuencia y poesia divinas Tanto la elocuencia como Ja poesfa, son en la misma medida dones de los dioses, consideradas no muy diferentes entre si, como no podia ser de otra manera en una época en la que la 68 oralidad es la imperante forma de comunicacién muy por en- cima de la escritura y en la que precisamente por ello la expresién marcada depende por igual de la memoria que acopia afanosamente refranes, frases hechas y expresiones acufiadas a base de epitetos constantes. “Los diases” —le dice en tono de reprimenda Odiseo al fea- cio Eurialo— “no reparten de ese modo / sus agradables dones / entre los hombres, ni la hermosa talla / nicl talento ni la elo- cuencia” [Hom. Od. VII, 167-8]. El orador y el poeta son seres humanos especial y sefialadamente amados por los dioses. A quien posee el don de la elocuencia —explica Odiseo— las gentes le miran como a un dios cuando se pasea por el pueblo [Hom. Od. VII, 173], al igual que todos los humanos que hue- lan la tierra reverencian, honran y estiman al aedo porque Je enseiié la Musa, que amé con especial afecto a la tibu de los poetas-cantores [ Od. VIIL, 479-81]. El don de ja elocuencia y el de la poesia —afiade Hesio- do— son regalos muy préximos entre si que Apolo y las Mu- sas otorgan, respectivamente, a los reyes que proceden de Zeus y a los aedos 0 poetas cantores y a los citaristas que mo- ran sobre la faz de la tierra [ Th. 94-6]. Y para Pindaro lo mejor siempre es todo lo que es por na- turaleza, y por tanto por donacién divina, de donde se dedu- ce que las palabras de aquellos que saben por ensenanzas aprendidas sin el concurso de los dioses es mejor que se queden sin pronunciar [O. IX, 100]. Las poéticas palabras suyas, en cambio, que proceden de las Musas, son, en virtud de su divino origen, magicas y en consecuencia van a sobre- vivir a la fama de los gloriosos hechos que las provocaron (NW. IV, 1). Y es precisamente el mismo poeta Pindaro —poeta de la ora- lidad— quien en la Olimpica IX pide a las Musas [0. IX, 79-81] Je concedan la “elocuencia poética” concebida como capacidad . para encontrar o saber elegir hermosas poéticas palabras (“jojald fuera yo descubridor de poéticas palabras!”). 69 Si las diosas se lo conceden —nos explica—, convertido en el heurisiepés (“descubridor de poéticas palabras”) que la ocasién necesita (“jojal4 fuera yo descubridor de poéticas palabras!”), podra dignamente abordar el carro de las diosas de la poesia. Con estas hermosas palabras el poeta tebano pone de ma- nifiesto, como no podia ser de otra manera en una €poca de predominio del discurso oral, que la elocuencia prerretérica, Ja elocuencia de Jas “melifluas palabras” (meilikha épea [Hes. Th. 84]) que se entreveran con la connatural dulzura de la pa- labra poética, esta muy proxima a la poesia. La voz heurisiepés (“descubridor de poéticas palabras”) que acabamos de encontrar en Pindaro, la hallamos también en Las Nubes de Aristéfanes [v. 447] empleada para designar uno de los atributos que para si desea el picaro Estrepsiades dis- puesto a ser un orador inmoral. ¥ esta voz es el adjetivo que corresponde, en Ia época de la oralidad, de la prerretérica y la creencia en el magico poder de la palabra, al que més tarde, en los tiempos en los que la teoria retorica estd ya plenamente desarroilada, sera heuresilogos (“in- ventor de palabras para el discurso”[Phld. Rh. I, 207 S]). En los comienzos de la poesia y la elocuencia prerretérica griegas aflora, por tanto, la concepcidn de la palabra como entidad sagrada y divina y lena de sabiduria y magicas y so- brenaturales potencialidades. PSICACOGIA Y FACULTADES CURATIVAS DEL LENGUAJE 47. El nacimiento de la Retérica: Empédocles Pues bien, asimismo en los origenes de la Retorica propiamen- te dicha, que en principio —como suele suceder en toda época en la que prima la oralidad— opera con un lenguaje muy préximo al de la poesia, nos encontramos con la creencia en el magico poder de Ia palabra, una creencia con frecuencia aso- 70

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