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CIENCIAS SOCIALES, VIOLENCIA EPISTEMICA Y EL PROBLEMA DELA “INVENCION DEL OTRO” Santiago Castro-Gémez Durante las tiltimas dos décadas del siglo xx, la filosofia posmoderna y los estudios culturales se constituyeron en importantes corrientes tedri- cas que, dentro y fuera de los recintos académicos, impulsaron una fuer- te critica a las patologfas de la occidentalizacién. A pesar de todas sus di- ferencias, las dos corrientes coinciden en sefialar que tales patologias se deben al cardcter dualista y excluyente que asumen las relaciones moder- nas de poder. La modernidad es una mAquina generadora de alteridades que, en nombre de la razén y el humanismo, excluye de su imaginario la hibridez, la multiplicidad, la ambigiiedad y la contingencia de las formas de vida concretas. La crisis actual de la modernidad es vista por la filoso- fia posmoderna y los estudios culturales como fa gran oportunidad his- térica para la emergencia de esas diferencias largamente reprimidas. ‘A continuacién mostraré que el anunciado “fin” de la modernidad, implica ciertamente la crisis de un dispositivo de poder que construia al “otro” mediante una légica binaria que reprimfa las diferencias. Con to- do, quisiera, defender la tesis de que esta crisis no conlleva el debilita- miento de la estructura mundial en el interior de la cual operaba tal dis- positivo. Lo que aqui denominaré el “fin de la modernidad” es tan sélo la crisis de sma configuracién histérica del poder en el marco del sistema- mundo capitalista que, sin embargo, ha tomado otras formas en tiempos de globalizacién, sin que ello implique la desaparicién de ese mismo sis- tema-mundo. Argumentaré que la actual reorganizacidn global de la eco- nomfa capitalista se sustenta sobre la produccién de las diferencias y que, por tanto, la afirmacién celebratoria de éstas, lejos de subvertir ed sistema, podria estar contribuyendo a consolidarlo. Defenderé la tesis de que el desaffo actual para una teoria critica de la sociedad es, precisamen- te, mostrar en qué consiste la crisis del proyecto moderno y cuales son las [285] 286 SANTIAGO CASTRO-GOMEZ nuevas configuraciones del poder global en lo que Lyotard ha denomina- do la “condicién posmoderna”. Mi estrategia consistiré primero en cuestionar el significado de lo que Habermas ha llamado el “proyecto de la modernidad”, buscando mostrar la génesis de dos fenémenos sociales estrechamente relacionados: la for- macién de los estados nacionales y la consolidacién del colonialismo. Aqui pondré el acento en el papel desempefiado por el conocimiento cien- tifico-técnicoy en particular por el conocimiento brindado por las ciencias sociales, en la consolidacién de estos fendmenos. Posteriormente mostra- ré que el “fin de la modernidad” no puede ser entendido como el resulta- do de la explosién de los marcos normativos en los cuales este proyecto jugaba taxonémicamente, sino como una nueva configuracién de las re- laciones mundiales de poder, esta vez ya no basada en Ia represin sino en la produccién de las diferencias. Finalizaré con una breve reflexién sobre el papel de una teoria critica de la sociedad en tiempos de globalizacién. EL PROYECTO DE LA GUBERNAMENTABILIDAD @Qué queremos decir cuando hablamos del “proyecto de la moderni- dad”? En primer lugar, y de manera general, nos referimos al intento faustico de someter la vida entera al control absoluto del hombre bajo la guia segura del conocimiento. El filésofo aleman Hans Blumemberg ha mostrado que este proyecto demandaba, conceptualmente, elevar al hombre al rango de principio ordenador de todas las cosas.! Ya no es la voluntad inescrutable de Dios la que decide sobre los acontecimientos de la vida individual y social, sino que es el hombre mismo quien, sirvién- dose de la razén, es capaz de descifrar las leyes inherentes a la naturaleza para colocarlas a su servicio. Esta tehabilitacién del hombre viene de la mano con la idea del dominio sobre la naturaleza mediante la ciencia y la técnica, cuyo verdadero profeta fue Bacon. De hecho, la naturaleza es presentada por Bacon como el gran “adversario” del hombre, como el enemigo al que hay que vencer para domesticar las contingencias de la vida y establecer el regnum hominis sobre la Tierra.? ¥ la mejor tactica pa~ ra ganar esta guerra es conocer el interior del enemigo, descifrar sus se- ‘Cf Blumemberg, 1997, parte tt. ? Cf. Bacon, 1984, ntim. 1-33; 129. EL PROBLEMA DE LA “INVENCION DELOFRO" 287 cretos més intimos, para luego, con sus propias armas, someterlo a la vo- luntad humana. El papel de la razén cientifico-técnica es precisamente acceder a los secretos mas ocultos y remotos de la naturaleza con el fin de obligarla a obedecer nuestros imperativos de control, La inseguridad on- toldgica sélo podra ser eliminada en la medida en que se aumenten los mecanismés de control sobre las fuerzas magicas o misteriosas de la na- turaleza y sobre todo aquello que no podemos reducir a la posibilidad de calcular, Max Weber hablé en este sentido de Ia racionalizacién de Oc- cidente como un proceso de “desencantamiento” del mundo. Quisiera mostrar que cuando hablamos de la modernidad como “pro- yecto” nos:estamos refiriendo también, y principalmente, a la existencia de una instancia central a partir de la cual son dispensados y coordinados los mecanismos de control sobre el mundo natural y social. Esa instancia cen- tral es el Estado, garante de la organizacién racional de la vida humana. “Organizacién racional” significa, en este contexto, que los procesos de de- sencantamiento y desmagicalizacién del mundo a los que se refieren We- ber y Blumemberg empiezan a quedar reglamentados por la accién direc- triz del Estado. El Estado es entendido como la esfera en la cual todos los intereses encontrados de la sociedad pueden llegar a una “sintesis”, esto es, como el locus capaz de formular metas colectivas, validas para todos. Para ello se requiere la aplicacién estricta de “criterios racionales” que permitan al Estado canalizar los deseos, los intereses y las emociones de los ciudada- nos hacia fas metas definidas por él mismo. Esto significa que el Estado moderno no sdlo adquiere el monopolio de la violencia, sino que hace uso de ella pata “dirigir” racionalmente las actividades de los ciudadanos, de acuerdo con criterios establecidos cientificamente de antemano. El filésofo social norteamericano Immanuel Wallerstein ha mostra- do cémo las ciencias sociales se convirtieron en una pieza fundamental para este proyecto de organizacién y control de la vida humana.? El na- cimiento de las ciencias sociales no es un fenédmeno aditivo a los marcos de organizacién politica definidos por el Estado-nacién, sino constituti- vo de los mismos. Era necesario crear una plataforma de observacién cientifica sobre el mundo social que se queria gobernar.‘ Sin el concurso ‘CF. Wallerstein. 1991. “Las ciencias sociales son, como bien lo muestra Giddens, “sistemas rellexivos”, pues su funcién es observar el mundo social desde el que ellas mismas son producidas. Cf. Giddens, 1999, pp. 23ss. 288 SANTIAGO CASTRO-GOMEZ, de las ciencias sociales, el Estado moderno no se hallarfa en la capacidad de ejercer control sobre la vida de las personas, definir metas colectivas a largo y a corto plazos, ni de construir y asignar a los ciudadanos una “identidad” cultural.’ No sdlo Ja reestructuracién de la economia de acuerdo con las nuevas exigencias del capitalismo internacional, sino tambien la redefinicién de la legitimidad politica, e incluso la identifica- cidn del cardcter y los valores peculiares de cada nacién, demandaban re- presentacién cientificamente avalada sobre el modo en que “funcionaba” la realidad social. Sélo sobre la base de esta informacién era posible rea- lizar y ejecutar programas gubernamentales. Las taxonomi{as elaboradas por las ciencias sociales no se limitaban, entonces, a la elaboracién de un sistema abstracto de reglas llamado “cien- cia” —como ideolégicamente pensaban los padres fundadores de la so- ciologia—, sino que tenfan consecuencias practicas en la medida en que eran capaces de legitimar las politicas regulativas del Estado. La matriz practica que dard origen al surgimiento de las ciencias sociales es la ne- cesidad de “ajustar” la vida de los hombres al aparato de produccién, To- das las politicas y las instituciones estatales (la escuela, las constituciones, el derecho, los hospitales, las cérceles, etc.) vendran definidas por el im- perativo juridico de la “modernizacién’, es decir, por la necesidad de dis- ciplinar las pasiones y orientarlas hacia el beneficio de la colectividad por medio del trabajo. De lo que se trataba era de ligar a todos los ‘ciudada- nos al proceso de produccién mediante el sometimiento de su tiempo y de su cuerpo a una serie de normas que venian definidas y legitimadas por el conocimiento. Las ciencias sociales ensefian cudles son las “leyes” que gobiernan la economia, la sociedad, la politica y la historia. El Esta- do, por su parte, define sus politicas gubernamentales a partir de esta normatividad cientificamente legitimada. Ahora bien, este intento por crear perfiles de subjetividad estatal- mente coordinados conlleva el fendmeno que aqui denominamos “fa in- vencién del otro”. Al hablar de “invencidn” no nos referimos sélo al mo- do en que un cierto grupo de personas se representa mentalmente a otras, sino que apuntamos, mds bien, hacia los dispositivos de saber/po- der a partir de los cuales esas representaciones son construidas. Antes que * Sobre este problema de la identidad cultural como un constructo estatal me he ocupado en el articulo “Ein de la moderidad nacional y transformaciones de fa cultura en tiempos de globalizacién”, 1999, pp. 78-102. EL PROBLEMA DE LA“INVENCION DEL OTRO” 289 como el “ocultamiento” de una identidad cultural preexistente, el pro- blema del “otro” debe ser tedricamente abordado desde la perspectiva del proceso de produccién material y simbélica en el que se vieron involucra- das las sociedades occidentales a partir del siglo Xv1.6 Quisiera ilustrar es- te punto acudiendo a los andlisis de la pensadora venezolana Beatriz Gonzales Stephan, quien ha estudiado los dispositivos disciplinarios de poder en el contexto latinoamericano del siglo 0x y el modo en que, a partir de estos dispositivos, se hizo posible la “invencién del otro”. Gonzalez Stephan identifica tres practicas disciplinarias que contri- buyeron a forjar los ciudadanos latinoamericanos del siglo xIx: las cons- tituciones, los manuales de urbanidad y las gramdticas de la lengua, Si- guiendo al teérico uruguayo Angel Rama, Beatriz Gonzalez constata que estas tecnologias de subjetivacién poseen un denominador comtn: su legitimidad descansa en la escritura, Escribir era un ejetcicio que, en el si- glo xIx, respondia a la necesidad de ordenar e instaurar la légica de la “civilizacién’” y que anticipaba el suefio modernizador de las élites crio- llas. La palabra escrita construye leyes ¢ identidades nacionales, disefia programas modernizadores, organiza la comprensién del mundo en tér- minos de inclusiones y exclusiones. Por eso el proyecto fundacional de la nacién se lleva a cabo mediante instituciones legitimadas por la letra (es- cuelas, hospicios, talleres, cdrceles) y discursos hegeménicos (mapas, gra- maticas, constituciones, manuales, tratados de higiene) que reglamentan la conducta de los actores sociales, establecen fronteras entre unos y otros y les transmiten la certeza de existir dentro o fuera de los limites defini- dos por esa legalidad escrituraria.” La formacién del ciudadano como “sujeto de derecho” sdlo es posi- ble dentro del marco de la escritura disciplinaria y, en este caso, dentro del espacio de legalidad definido por la constitucién. La funcién juridico-po- litica de las constituciones es, precisamente, inventar la ciudadanta, es de- cir, crear un campo de identidades homogeéneas que hicieran viable el pro- yecto moderno de la gubernamentabilidad. La constitucién venezolana de 1839 estipula, por ejemplo, que sélo pueden ser ciudadanos los varo- nes casados, mayores de 25 aitos, que sepan leer y escribir, que sean due- fios de propiedad raiz y que practiquen una profesién que genere rentas Por eso preferimos usar la categoria “invencién” en lugar de “encubrimiento”, co- mo hace el filésofo argentino Enrique Dussel. CF. Dussel, 1992, 7 Gonzalez Stephan, 1996. 290 — SANTIAGO CASTRO-GOMEZ anuales no inferiores a 400 pesos.* La adquisicién de la ciudadania es, en- tonces, un tamiz por el que sélo pasaran aquellas personas cuyo perfil se ajuste al tipo de sujeto requerido por el proyecto de la modernidad: varén, blanco, padre de familia, catélico, propietario, letrado y heterosexual. Los individuos que no cumplen estos requisitos (mujeres, sirvientes, locos, analfabetos, negros, herejes, esclavos, indios, homosexuales, disidentes) quedaran fuera de la “ciudad letrada”, recluidos en el Ambito de la ilega- lidad, sometidos al castigo y la terapia de la misma ley que los excluye. Pero si la constitucién define formalmente un tipo deseable de sub- jetividad moderna, la pedagogfa es el gran artifice de su materializacién. La escuela se convierte en un espacio de internamiento donde se forma ese tipo de sujeto que los “ideales regulativos” de la constitucién estaban reclamando. Lo que se busca es introyectar una disciplina sobre la mente y el cuerpo que capacite a la persona para ser “util a la patria’. El compor- tamiento del nifto deberd ser reglamentado y vigilado, sometido a la ad- quisicién de conocimientos, capacidades, habitos, valores, modelos cul- turales y estilos de vida que le permitan asumir un rol “productivo” en la sociedad. Pero no es hacia la escuela como “institucién de secuestro” que Beatriz Gonzalez dirige sus reflexiones, sino hacia la funcién disciplina- ria de ciertas tecnologias pedagdgicas como {os manuales de urbanidad, y en particular el muy famoso de Carrefio publicado en 1854. El manual funciona dentro del campo de autoridad desplegado por el libro, con su intento de reglamentar la sujecién de los instintos, el control sobre los movimientos del cuerpo, la domesticacién de todo tipo de sensibilidad considerada como “barbara”.? No se escribieron manuales para ser buen campesino, buen indio, buen negro o buen gaucho, ya que todos estos ti- pos humanos eran vistos como pertenecientes al ambito de la barbarie. Los manuales se escribieron para ser “buen ciudadano”; para formar par- te de la civitas, del espacio legal donde habitan los sujetos epistemolégi- cos, morales y estéticos que necesita la modernidad. Por eso, el manual de Carrefio advierte que “sin la observacia de estas reglas, mas 0 menos per- fectas, segtin el grado de civilizacién de cada pais... no habra medio de cultivar la sociabilidad, que es el principio de la conservacién y el progre- so de los pueblos y la existencia de toda sociedad bien ordenada”.!° * Bid. p. 31. ° Gonaiilez Stephan, 1995. "Ibid. p. 436. EL PROBLEMA DE LA “INVENCION DELOTRO” 291 Los manuales de urbanidad se convierten en la nueva biblia que in- dicara al ciudadano cudl debe ser su comportamiento en las mas diver- sas situaciones de la vida, pues de la obediencia fiel a tales normas de- pendera su mayor o menor éxito en la civitas terrena, en el reino material de Ja civilizacién. La “entrada” en el banquete de la modernidad deman- daba el cumplimiento de un recetario normativo que servia para distin- guir a los miembros de la nueva clase urbana que empezaba a emerge en toda Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo xix. Ese “noso- tros” al que hace referencia el manual es, entonces, el ciudadano bur- gués, el mismo al que se dirigen las constituciones republicanas; el que sabe como hablar, comer, utilizar los cubiertos, sonarse las narices, tra- tara los sirvientes, conducirse en sociedad. Es el sujeto que conoce per- fectamente “el teatro de la etiqueta, la rigidez de la apariencia, la masca- ra de Ja contencidn”."' En este sentido, las observaciones de Gonzalez Stephan. coinciden con las de Max Weber y Norbert Elias, para quienes la constitucién del sujeto moderno viene de la mano con la exigencia del autocontrol y la represién de los instintos, con el fin de hacer mas visi- ble la diferencia social. El “proceso de la civilizacién” arrastra consigo un imiento del umbral de la vergiienza, porque se hacia necesario dis- tinguirse claramente de todos aquellos estamentos sociales que no pet- tenecian al ambito de la c/vitas que intelectuales latinoamericanos como Sarmiento venian identificando como paradigma de la modernidad. La “urbanidad” y la “educacién civica” jugaron, entonces, como taxono- mfas pedagégicas que separaban el frac de la ruana, la pulcritud de Ja su- ciedad, Ja capital de las provincias, la reptblica de la colonia, la civiliza- cién dea barbaric. En éste proceso taxonémico desempefiaron también un papel fun- damental las gramaticas de la lengua. Gonzalez Stephan menciona en particular la Gramdtica de la lengua castellana destinada al uso de los ame- ricanos, publicada por Andrés Bello en 1847. El proyecto de construc- cién de la nacién requeria la estabilizacién lingiifstica para una adecua- da implementacién de las leyes y para facilitar, ademas, las transacciones comerciales. Existe, pues, una relacidn directa entre lengua y ciudadania, entre las gramaticas y los manuales de urbanidad: en todos estos casos, de lo que se trata es de crear al homo economicus, al sujeto patriarcal encar- gado de.impulsar y llevar a cabo la modernizacién de la reptiblica. Des- "Ibid. p. 439. 292 SANTIAGO CASTRO-GOMEZ de la normatividad de la letra, las gramaticas buscan generar una cultu- ra del “buen decir” con el fin de evitar “las practicas viciosas del habla popular” y los barbarismos groseros de la plebe.'? Estamos, pues, frente a.una prdctica disciplinaria en la que se reflejan las contradicciones que ° terminarian por desgarrar el proyecto de la modernidad: establecer las condiciones para la “libertad” y el “orden” implicaba el sometimiento de los instincos, la supresién de la espontaneidad, el control sobre las diferen- cias. Para ser civilizados, para entrar a formar parte de la modernidad, pa- ra ser ciudadanos colombianos, brasilefios o venezolanos, los individuos no sélo debian comportarse correctamente y saber leer y escribir, sino también adecuar su lenguaje a una serie de normas. El sometimiento al orden y a la norma conduce al individuo a sustituir el flujo heterogéneo y espontdneo de lo vital por la adopcidén de un continuum arbitrariamen- te constituido desde la letra. Resulta claro, entonces, que los dos procesos sefialados por Gonza- lez Stephan, la invencién de la ciudadania y la invencién del otro, se ha- llan genéticamente relacionados. Crear la identidad del ciudadano moder- no en América Latina implicaba generar un contraluza partir del cual esa identidad pudiera medirse y afirmarse como tal. La construccién del imaginario de la “civilizacién” exigfa necesariamente la produccién de su contraparte: el imaginario de la “barbarie”. Se trata en ambos casos de al- go més que representaciones mentales. Son imaginarios que poseen una materialidad concreta, en el sentido de que se hallan anclados en sistemas abstractos de cardcter disciplinario como la escuela, la ley, el Estado, las cArceles, los hospitales y las ciencias sociales. Es precisamente este vincu- lo entre conocimiento y disciplina el que nos permite hablar, siguiendo a Gayatri Spivak, del proyecto de la modernidad como el ejercicio de una “violencia epistémica”. Ahora bien, aunque Beatriz Gonzdlez ha indicado que todos estos mecanismos disciplinarios buscaban crear el perfil del homo economicus en América Latina, su andlisis genealdgico, inspirado en la microfisica del poder de Michel Foucault, no permite entender el modo en que estos procesos quedan vinculados a la dinamica de la constitucién del capita- lismo como sistema-mundo. Para conceptualizar este problema se hace necesario realizar un giro metodoldgico: la gencalogia del saber/poder, tal como es realizada por Foucault, debe ser ampliada hacia el Ambito de ma- ? Gonzalez Stephan, 1995, p. 29. EL PROBLEMA DE LA “INVENCION DEL OTRO” 293 croestructuras de larga duracién (Braudel/ Wallerstein), de tal manera que permita visualizar el problema de la “invencién del otro” desde una pers- pectiva’ geopolitica. Para este propésito resultara muy Util examinar el modo cémo las teorfas poscoloniales han abordado este problema. LA COLONIALIDAD DEL PODER O LA “OTRA CARA” DEL PROYECTO DE LA MODERNIDAD Una de las contribuciones mds importantes de las teorfas poscoloniales a la actual reestructuracién de las ciencias sociales es haber sefialado que el surgimiento de los estados nacionales en Europa y América durante los siglos xvi al XIX no es un proceso auténomo, sino que posee una contraparte estructural: la consolidacién del colonialismo europeo en ulcramar. La persistente negacidn de este vinculo entre modernidad y colonialismo por fas ciencias sociales ha sido, en realidad, uno de los sig- nos mds claros de su fimitacién conceptual. Impregnadas desde sus ori- genes por un imaginario eurocéntrico, las ciencias sociales proyectaron la idea de una Europa aséptica y autogenerada, formada histéricamente sin contacto alguno con otras culturas.'? La racionalizaci6n —en senti- do weberiano— habria sido el resultado de un despliegue de cualidades inherentes a las sociedades occidentales (el “transito” de la tradicién a la modertidad), y no de la interaccién colonial de Europa con América, Asia y Africa a partir de 1492."4 Desde este punto de vista, la experien- cia del Colonialismo resultaria completamente irtelevante para entender el fendémeno de fa modernidad y el surgimiento de las ciencias sociales. Lo cual significa que para los africanos, asidticos y latinoamericanos el colonialismo no significé primariamente destruccién y expoliacidn sino, ante todo, el comienzo del tortuoso pero inevitable camino hacia el de- satrollo y la modernizacién. Este es el imaginario colonial que ha sido reproducido tradicionalmente por fas ciencias sociales y la filosofia en ambos lados del Atlantico. "CE Blaut, 1993. ™ Recordar la pregunta que se hace Max Weber al comienzo de La ética protestante y que guiard toda su teorfa de fa racionalizaci6n: “Qué serie de circunstancias han deter minado que precisamente slo en Occidente hayan nacido ciertos fendmenos culturales que, al menos como solemos representérnoslos, parecen marcar una direccién evolutiva de universal alcance y validez?”. Cf. Weber, 1984, p. 23. 294 — SANTIAGO CASTRO-GOMEZ Las teorfas poscoloniales han mostrado, sin embargo, que cualquier recuento de la modernidad que no tenga en cuenta el impacto de la ex- periencia colonial en la formacién de las relaciones propiamente moder- nas de poder resulta no sdlo incompleto sino también ideoldgico. Pues fue precisamente a partir del colonialismo que se generé ese tipo de po- der disciplinario que, segun Foucault, caracteriza a las sociedades y a las instituciones modernas. Si como hemos visto en el apartado anterior, el Estado-nacién opera como una maquinaria generadora de otredades que deben ser disciplinadas, esto se debe a que el surgimiento de los estados modernos se da en el marco de lo que Walter Mignolo ha llamado el “sis- tema-mundo moderno/colonial”.'° De acuerdo con teéricos como Mig- nolo, Dussel y Wallerstein, el Estado moderno no debe ser mirado como una unidad abstracta, separada del sistema de relaciones mundiales que se configuran a partir de 1492, sino como una funcién en el interior de ese sistema internacional de poder. Surge entonces la pregunta: ;cudl es el dispositivo de poder que ge- nera el sistema-mundo moderno/colonial que es reproducido estructu- ralmente hacia adentro por cada uno de los estados nacionales? Una po- sible respuesta la encontramos en el concepto de la “colonialidad del poder” sugerido por el socidlogo peruano Anibal Quijano.'® En opinién de Quijano, la expoliacién colonial es legitimada por un imaginario que establece diferencias inconmensurables entre el colonizador y el coloniza- do. Las nociones de “raza” y de “cultura” operan aqui como un disposi- tivo taxondémico que genera identidades opuestas. El colonizado apatece asi como lo “otro de la razén”, lo cual justifica el ejercicio del poder dis- ciplinario por el colonizador. La maldad, la barbarie y la incontinencia son marcas “identitarias” del colonizado, mientras que la bondad, la ci- vilizacién y la racionalidad son propias del colonizador. Ambas identida- des se encuentran en relacién de extetioridad y se excluyen mutuamen- te. La comunicacién entre ellas no puede darse en el Ambito de la cultura —pues sus cédigos son inconmensurables— sino en el ambito de la Realpolitik dictada por el poder colonial. Una politica “justa” seré aque- lla que, por medio de la implementacién de mecanismos jurfdicos y dis- ciplinarios, intente civilizar al colonizado mediante su completa occiden- talizacién. 'S CE Migpolo, 2000, pp, 355. 'S CE Quijano, 1999, pp. 99-109. EL. PROBLEMA DE LA“INVENCION DELOTRO” 295, El conéepto de la “colonialidad del poder” amplia y cortige el con- cepto foucaultiano de “poder disciplinario”, al mostrar que los dispositi- vos panépticos erigidos por el Estado moderno se inscriben en una es- tructura mas amplia, de cardcter mundial, configurada por la relacién colonial entre centros y periferias a raiz de la expansién europea. Desde este punto-de vista podemos decir lo siguiente: la modernidad es un “proyecto” én la medida en que sus dispositivos disciplinarios quedan an- clados en una doble gubernamentabilidad jutfdica. De un lado, la ejerci- da hacia adentro por los estados nacionales, en su intento por crear iden- tidades homogéneas mediante politicas de subjetivacién; de otro lado, la gubernamentabilidad ejercida hacia afwera por las potencias hegeméni- cas del sistema-mundo moderno/colonial, en su intento de asegurar el flujo de materias primas desde la periferia hacia el centro. Ambos proce- sos forman parte de una sola dindmica estructural. Nuestra tesis es que las ciencias sociales se constituyen en este espa- cio de pode moderno/colonial y en los saberes ideolégicos generados por él. Desde este punto de vista, las ciencias sociales no efectuaron jams una “ruptura epistemoldgica” —en el sentido althusseriano— frente ala ideo- logia, sino que el imaginario colonial impregné desde sus origenes todo su sistema conceptual.'” Asi, la mayoria de los tedricos sociales de los si- glos xvii y xvii (Hobbes, Bossuet, ‘Turgot, Condorcet) coincidian en que la “especie humana” sale poco a poco de la ignorancia y va atravesan- do diferentes “estadios” de perfeccionamiento hasta, finalmente, obtener Ja “mayorfa de edad” a la que han Ilegado las sociedades modernas euro- peas.'* El referente empirico utilizado por este modelo heuristico para de- finir cudl es el primer “estadio”, el mas bajo en la escala del desarrollo hu- mano, es el de las sociedades indigenas americanas tal como éstas eran desctitas por viajeros, cronistas y navegantes curopeos. La caracteristica de este primer estadio ¢s el salvajismo, la barbarie, la ausencia completa de arte, ciencia y escritura. “Al comienzo todo era América”, es decir, to- do era supersticién, primitivismo, lucha de todos contra todos, “estado de nacuraleza”. El tiltimo estadio del progreso humano, el alcanzado ya Una genealogfa de las ciencias sociales deberia mostrar que el imaginario ideol6- gico que luego impregnaria las ciencias sociales tuvo su origen en la primera fase de con- solidacién del sistema: mundo moderno/colonial, es decis, en la época de la hegemonia es- npinbaw. CF Meck, 1981, 296 — SANTIAGO CASTRO-GOMEZ por las sociedades europeas, es construido, en cambio, como “lo otto” ab- soluto del primero y desde su contraluz. Alt reina la civilidad, el Estado de derecho, el cultivo de la ciencia y de fas artes, El hombre ha fle do allia un estado de “ilustracién” en el que, al decir de Kant, puede autole islar- sey hacer uso auténomo de su razén. Europa ha marcado el camino ci vilizatorio por el que deberdn transitar todas las naciones del planeta. __ No resulta dificil ver cémo el aparato conceptual con el que nacen las Ciencias sociales en los siglos xvii y xvul se halla sostenido por un imagi- nario colonial de cardcter ideoldgico. Conceptos binarios como barbarie civilizacién, tradicién y modernidad, comunidad y sociedad, mito tien. cia, infancia y madurez, solidaridad orgdnica y solidaridad mectinica o- breza y desarrollo, entre otros muchos, han permeado por com eto I modelos analiticos de las ciencias sociales. El imaginario del progtese we. gunel cual todas las sociedades evolucionan en el tiempo segtin Ie es uni- versales inherentes a la naturaleza o al espiritu humano, aparece asl como un producto ideoldgico construido desde el dispositivo de poder moder- no/colonial, Las ciencias sociales funcionan estructuralmente como un aparato ideolégico” que, de puertas adentro, legitimaba la exclusin y el disciplinamiento de aquellas personas que no se ajustaban a los periles de subjetividad que necesitaba el Estado para implementar sus politicas de modernizaciéns; de puertas afuera, en cambio, las ciencias sociales legitima- ban la divisién internacional del trabajo y la desigualdad de los términos de intercambio y comercio entre el centro y la periferia, es decir, los gran- des beneficios sociales y econémicos que las potencias euro cas estaban obteniendo del dominio sobre sus colonias. La produccién deka alteridad hacia dentro y Ja produccién de la alteridad hacia fuera formaban parte de un mismo dispositive de poder. La colonialidad del poder y \a colonialidad del saber se encontraban emplazadas en una misma matriz genética, DEL PODER DISCIPLINAR AL PODER LIBIDINAL Quisiera finalizar este ensayo pregunténdome por las transformaciones sufridas por el capitalismo, una vez consolidado el final del proyecto de la modernidad, y por las consecuencias que tales transformaciones pue- den tener para las ciencias sociales y para la teoria critica de la sociedad / Hemos conceptualizado la modernidad como una serie de précticas orientadas hacia el control racional de la vida humana, entre las cuales fi- EL PROBLEMA DE LA “INVENCION DEL OTRO” 297 guran la institucionalizacién de las ciencias sociales, la organizacién ca- pitalista de la econom(a, la expansidn colonial de Europa y, por encima de todo, la configuracién juridico-territorial de los estados nacionales. También “imos que la modernidad es un “proyecto” porque ese control racional sobre la vida humana es ejercido hacia dentro y hacia fuera des- de una instancia central, que es el Estado-nacién. En este orden de ideas viene entonces la pregunta: 3a qué nos referimos cuando hablamos del f- nal del proyecto de la modernidad? Podriamos empezar a responder de la siguiente forma: la modernidad deja de ser operativa como “proyecto” en la medida en que lo social empieza a ser configurado por instancias que escapan al control del Estado nacional. O dicho de otra forma: el proyecto'de la modernidad Slega a su “fin” cuando el Estado nacional pierde la capacidad de organizar la vida social y material de las personas. Es entonces cuando podemos hablar propiamente de la globalizacién, En efecto, aunque el proyecto de la modernidad tuvo siempre una tendencia hacia la mundializacién de la accién humana, creemos que lo que hoy se llama “globalizacién’” es un fenémeno sti generis, pues conlle- va un cambio cualitativo de los dispositivos mundiales de poder. Quisie- ta ilustrar esta diferencia entre modernidad y globalizacién utilizando las categorias de “anclaje” y “desanclaje” desarrolladas por Anthony Giddens: mientras'que la modernidad desancla las relaciones sociales de sus contex- tos tradicionales y las reancla en Ambitos postradicionales de accién coor- dinados por el Estado, la globalizacién desancla las relaciones sociales de sus contextos nacionales y Jos reancla en Ambitos posmodernos de accién que ya no son coordinados por ninguna instancia en particular. Desile este punto de vista, sostengo la tesis de que la globalizacién no es un. “proyecto”, porque la gubernamentabilidad no necesita ya de un “punto arquimédico”, es decir, de una instancia central que regule los mecanismos de control social.” Podrfamos hablar incluso de una guber- 1” Larmaterialidad de la globalizacién ya no esté constituida por las instituciones disci- plinarias del Estado nacional, sino por corporaciones que to conocen territorios ni fronteras. Esto implica la configuracidn cle un nuevo marco de legalidad, es decir, de una nueva forma de cjercicio del poder y la atitoridad, asi como de la produccién de nuevos mecanismos pu- nitivos —tina policia global— que garanticen la acumulaci6n de capital y la resolucién de los conflictos: Las puctras del Golfo Pétsico y de Kosovo son un buen ejemplo del “nuevo orden mundial” que emerge después de la guerra fria y como consecuencia del “fin” del proyecto dela modernidad, CF Castro-Gémez y Mendieta, “La translocalizacién discursiva de Lati- noamérica en tiempos de la globalizacién”, en Castro-Gémez y Mendieta, 1998, pp. 5-30. 298 SANTIAGO CASTRO-GOMEZ namentabilidad sin gobierno para indicar el cardcter espectral y nebuloso, a veces imperceptible, pero por ello mismo eficaz, que toma el poder en tiempos de globalizacién. La sujecién al sistema-mundo ya no se asegu- ta mediante el control sobre el tiempo y sobre el cuerpo ejercido por ins- tituciones como la fabrica 0 el colegio, sino por la produccién de bienes simbélicos y por la seduccién irresistible que éstos ejercen sobre el ima- ginario del consumidor. El poder /ibidinal de la posmodernidad preten- de modelar la totalidad de la psicologfa de los individuos, de tal manera que cada cual pueda construir reflexivamente su propia subjetividad sin necesidad de oponerse al sistema. Por el contrario, son los recursos ofre- cidos por el sistema mismo los que permiten la construccién diferencial del “Selést”. Para cualquier estilo de vida que uno elija, para cualquier proyecto de autoinvencién, para cualquier ejercicio de escribir la propia biografia, siempre hay una oferta en el mercado y un “sistema experto” que garantiza su confiabilidad.” Antes que reprimir las diferencias, co- mo hacia el poder disciplinar de la modernidad, el poder libidinal de la posmedernidad Las estimula y las produce. Habtamos dicho también que en el marco del proyecto moderno, las ciencias sociales desempefiaron basicamente un papel de mecanis- mos productores de alteridades. Esto debido a que la acumulacién de capital tenfa como requisito la generacién de un perfil de “sujeto” que se adaptara facilmente a las exigencias de la produccién: blanco, varén, casado, heterosexual, disciplinado, trabajador, duefio de sf mismo. Tal como lo ha mostrado Foucault, las ciencias humanas contribuyeron a crear este perfil en la medida en que formaron su objeto de conoci- miento a partit de practicas institucionales de reclusién y secuestro. Carceles, hospitales, manicomios, escuelas, fabricas y sociedades colo- niales fueron los laboratorios donde las ciencias sociales obtuvieron a contraluzaquella imagen de “hombre” que debfa impulsar y sostener los procesos de acumulacién de capital. Esta imagen del “hombre racio- nal”, decfamos, se obtuvo contraficticamente mediante el estudio del “otro de Ja razén”: el loco, el indio, el negro, el desadaptado, el preso, el homosexual, el indigente. La construccién del perfil de subjetividad que requeria el proyecto moderno exigia entonces la supresion de todas estas diferencias. * El concepto de la confianza (trust) depositada en sistemas expertos lo como ditec- tamente de Giddens, 1999, pp. 84ss. EL PROBLEMA DE LA “INVENCION DELOTRO” 299 Sin:embargo, y en caso de ser plausible lo que he vendo argumentan- do hasta ahora, en el momento en que la acumulacién de capital ya no demanda la supresién sino la produccién de diferencias, también debe cambiar el vinculo estructural entre las ciencias sociales y los nuevos dis- positivos de poder. Las ciencias sociales y las humanidades se ven obli- gadas a realizar un “cambio de paradigma” que les permita ajustarse a las exigencias sistémicas del capital global. El caso de Lyotard me parece sin- tomatico. Afirma con lucidez que el metarrelato de la humanizacién de la humanidad ha entrado en crisis, pero declara, al mismo tiempo, el naci- miento de un nuevo relato legitimador: la coexistencia de diferentes “jue- gos de lenguaje”. Cada juego de lenguaje define sus propias reglas, que ya no necesitan ser legitimadas por un tribunal superior de la razén. Ni el hé- roe epistemoldgico de Descartes ni el héroe moral de Kant funcionan ya como instancias transcendentales desde donde se definen las reglas univer- sales que deberdn jugar zodos los jugadores, independientemente de ha di- versidadide juegos en los cuales participen. Para Lyotard, en la “condicién posmoderna” son los jugadores mismos quienes construyen las reglas del juego que desean jugar. No existen reglas definidas de antemano. El problema con Lyotard no es que haya declarado el final de un proyecto que, en opinién de Habermas, todavia se encuentra “inconclu- so”. El problema radica, mds bien, en el nuevo relato que Propone. Pues afirmar que ya no existen reglas definidas de antemano equivale a invisibilizar —es decir, enmascarat— el sistema-mundo que produce las diferencias sobre la base de reglas definidas para todos los jugadores del planeta. Entenddmonos: la muerte de los metarrelatos de legitimacién del sistema-mundo no equivale a la muerte del sistema-mundo. Equiva- le, masibien, a un cambio de las relaciones de poder en el interior del sis- tema-mundo, lo cual genera nuevos relatos de legitimacién como el pro- puesto por Lyotard. Sdlo que la estrategia de legitimacién es diferente: ya no se trata de metarrelatos que muestran el sistema, proyectandolo ideo- légicamente en un macrosujeto epistemoldgico, histérico y moral, sino de microrrelatos que lo dejan’ fuera de la representactén, es decir, que lo invisibilizan, Algo similar ocurre con los Ilamados estudios culturales uno de los paradigmas mds innovadores de las humanidades y las ciencias sociales CE Lyotard, 1990, 2 CE Habermas, 1990, pp. 32-54. 300 SANTIAGO CASTRO-GOMEZ hacia fines del siglo xx.23 Ciectamente, los estudios culturales han con- truibuido a flexibilizar las rigidas fronteras disciplinarias que hicieron de nuestros departamentos de sociales y humanidades un pufiado de “feudos epistemolégicos” inconmensurables. La vocacién transdiscipli- naria de los estudios culturales ha sido altamente saludable para unas instituciones académicas que, por lo menos en Latinoamérica, se ha- bian acostumbrado a ‘vigilar y administrar” el canon de cada una de las disciplinas.” Es en este sentido que el informe de la comisién Gulben- kian sefiala cémo los estudios culturales han empezado a tender puen- tes entre los tres grandes islotes en que la modernidad habla repartido el conocimiento cientifico.25 Sin embargo, el problema no est4 tanto en la inscripcién de los es- tudios culturales en el Ambito universitario, y ni siquiera en el tipo de Preguntas tedricas que abren o en las metodologfas que utilizan, como én el uso que hacen de estas metodologias y en las respuestas que dan a esas Preguntas. Es evidente, por ejemplo, que la planetarizacién de la indus- tria cultural ha puesto en entredicho la separacién entre alta cultura y cultura popular, a la que todavia se aferraban pensadores de tradicién “critica” como Horkheimer y Adorno, para no hablar de nuestros gran- des “letrados” latinoamericanos con su tradicién conservadora y elitista. Pero en este intercambio “massmedidtico” entre lo culto y lo popular, en esa negociacién planetaria de bienes simbélicos, los estudios culturales parecieran ver nada mds que una explosién liberadora de las diferencias. La cultura urbana de masas y las nuevas formas de percepcién social ge- neradas por las tecnologyas de la informacién son vistas como espacios de emancipacién democratica, ¢ incluso como un locus de hibridacién y re- sistencia frente a los imperativos del mercado. Ante este diagnéstico, sur- ® Para una introduccién a los estudios culturales anglosajones, véase Agger, Cilte- ral Studies as Critical Theory, 1992. Para el caso de los estudios culcurales en América La. tina, la mejor introduccidn sigue siendo el libro de Rowe y Schelling, Memoria y moder- nidad. Cultura popular en América Latina, 1993, Es preciso establecer aquf una diferencia en el significado politico que han tenido los estuclias culsurales en las universidades norteamericana y latinoamericana tespectiva- mente. Mientras que en Estados Unidos los estudios culturales se han convertido en un vehiculo idéneo para el rdpido “carrerismo” académico en un dmbito estructuralmente fle- xible, en América Latina han servido pata combati la desesperance osificacién y el parto- quialismo de las estructuras universitarias, * CE Wallerstein, 1996, pp. 64-66, EL PROBLEMA DE LA “INVENCION DEL OTRO" 301 ge la saspecha de si los escudios culturales no habrin hipotecado su po- tencial.critico a la mercantilizacién fetichizante de los bienes simbdlicos. Al igual que en el caso de Lyotard, el sistema-mundo permanece co- mo ese gran objeto ausente de la representacién que nos ofrecen los estu- dios culturales. Pareciera como si nombrar la “totalidad” se hubiese con- vertido én un tabui para las ciencias sociales y la filosofta contemporaneas, del mismo modo que para la religién judia constituye un pecado nom- brar 0 répresentar a Dios. Los temas “permitidos” —y que ahora gozan de prestigio académico— son la fragmentacién del sujeto, la hibridacién de Jas formas de vida, la articulacién de las diferencias, el desencanto frente a los metarrelatos. Si alguien utiliza categorias como “clase”, “pe- riferia” o “sistema-mundo”, que pretenden abarcar heuristicamente una multiplicidad de situaciones particulares de género, etnia, raza, proce- dencia u orientacién sexual, es calificado de “esencialista”, de actuar de forma “politicamente incortecta” 0, por lo menos, de haber cafdo en la tentacién de los metarrelatos. Tales reproches no dejan de ser justificados en muchos casos, pero quizds exista una alternativa. Considero que el gran desaffo para las ciencias sociales consiste en aprender a nombrar la totalidad sin caer en el esencialismo y el univer- salismode los metarrelatos. Esto conlleva la dificil tarea de repensar la tradicién de la teorta critica (aquella de Lukacs, Bloch, Horkheimer, Adorno, Marcuse, Sartre y Althusser) a la luz de Ja teorizacién posmo- derna, pero, al mismo tiempo, de repensar ésta a la luz de aquélla. No se trata, pues, de comprar nuevos odres y desechar los viejos, ni de echar el vino nuevo en odtes viejos; se trata, mds bien, de reconstruir los viejos odres para que puedan contener el nuevo vino. Este “trabajo tedrico”, co- mo lo denominé Althusser, ha sido comenzado ya en ambos lados del Adlntico desde diferentes perspectivas. Me refiero a los trabajos de An- tonio Negri, Michael Hardt, Fredric Jameson, Slavoj Zizek, Walter Mig- nolo, Etirique Dussel, Edward Said, Gayatri Spivak, Ulrich Beck, Boa- ventura de Souza Santos y Arturo Escobar, entre otros muchos. La tarea de una teorfa critica de la sociedad es, entonces, hacer visi- bles los nuevos mecanismos de produccién de las diferencias en tiempos de globalizacién. Para el caso latinoamericano, el desafio mayor radica en una “descolonizacién” de las ciencias sociales y la filosoffa. Y aunque és- te no es un programa nuevo entre nosotros, de lo que se trata ahora es de desmarcarse de toda una serie de categorias binarias con las que trabaja- ron en el pasado las teorfas de la dependencia y las filosofias de la libera- 302 SANTIAGO CASTRO-GOMEZ cién (colonizador versus colonizado, centro versus periferia, Europa versus América Latina, desatrollo versus subdesarrollo, opresor versus oprimido, etc.), entendiendo que ya no es posible conceptualizar las nuevas confi- guraciones del poder con ayuda de ese instrumental tebrico2% Desde es- te punto de vista, las nuevas agendas de los estudios poscoloniales podrian contribuir a revitalizar la tradicién de la teorfa critica en nuestro medio.” BIBLIOGRAFIA Agger, Ben, 1992, Cultural Studies as Critical Theory, Londres-Nueva York, The Falmer Press. Bacon, Francis, 1984 [1620], Novum organum, Madrid, Sarpe. Blaut, J.M., 1993, The Colonizers Model of the World. 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