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4 - ~ Pan yeep: a, ee A el ane a ee pa 4 ‘ ve eae Se LO GUC eMC MITT ITIL intelectual Carlos Paris ANTHROPOS EDITORIAL DEL HOMBRE AMBITOS LITERARIOS Dirigida por Luis Alberto de Cuenca La eee literaria como otra palabra del hom- bre, de cada uno y de todos, habla no sélo de lo que éstos hacen y viven, sino, sobre todo, de quiénes son los que hablan y viven. Esta peaees que habla asi, esta continuamente ha- ciéndose, es tiempo; es palabra que permanece, que hunde sus raices y su eco mas alld de cada mo- mento, y desde alli va diciendo cada instante, hasta irse alumbrando como palabra sin origen y sin fin ajeno a si misma. La expresion literaria, poética o narrativa, es sim- bolo y testimonio. Es también recreacién de la vida y del lenguaje: libertad, como acto fundamental de encuentro con la realidad y su devenir. En este recorrido se adentra la presente coleccién. AMBITOS LITERARIOS integra aquellos textos de creacién literaria (narrativa, poesia y ensayo) que por su contenido permanente y elevado rigor en el uso de las lenguas hispanas suponen un enri- quecimiento de su bagaje lingitistico y cultural. ga, que, ademas, llegé a hacerse fisicamente presente hasta su muerte, en 1955, en la Espafia de la época. Ciertamente eran realidades mucho menos inquietantes. Hoy dia sorprende la extremada, paranoica, sensibilidad que percibfa tan feroces pe- ligros en el cristianismo heterodoxo de Unamuno, en el intento orteguiano de situar a nuestra burguesia a la altura de los tiempos, en los suefios poéticos y las fantasias del noventa y ocho. Sélo el complejo de inferioridad de una terca y cerrada derecha conservadora explica tales torpezas. Asi, las primeras polémicas intelectuales de la posguerra se refirieron cabalmen- te a este parcial legado del pasado, mantenido por el sector no clerical del régimen, normalmente adscrito a la Falange, frente a las condenaciones inquisitoriales y los intentos liquidadores del sector integrista, que precisamente se habia aduefiado de las secciones de filosofia en la universidad. Aquellas por que tuvimos que pasar los aspirantes a filésofos en la época pos- bélica. Este libro encuentra su razon de ser decisiva, al margen del tiempo y la evocacién, en la pasion que desde mi juventud el mundo unamuniano me habia inspirado y me incitaba a re- crearlo y discutirlo desde mi propia sensibilidad, unas veces simpatética, otras divergente. Pero fue alimentado también por la rebeldia contra la sustraccién de nuestro pasado. Por la conviccién de que no podemos crear y entendernos a nosotros mismos sin clarificar la herencia que gravita sobre nuestras espaldas, sin comprender el lugar a que nos ha arrojado el torrente del tiempo histérico. Y de aqui broté —aun habiendo sido mi ocupacién central el desarrollo de mi propia filosofia— toda una linea de trabajo que me ha llevado, junto a la dedica- cién a Unamuno, también a estudiar, comentar y discutir auto- res tales como Ortega y Amor Ruibal, Juan Luis Vives, Giner de los Rios, a analizar el papel de los intelectuales en la Espafia contempor4nea, a dibujar también el panorama del pensamien- to surgido en Espajfia en las ultimas décadas. Empefio en el cual la figura y la obra de Unamuno ciertamente ha represen- tado mi esfuerzo principal. ¢Qué pueblo puede vivir sin conciencia de su historia? La discontinuidad parece haber sido nuestro sino, las catastrofes arrasadoras sobre las cuales hay que reiniciar una existencia adanica. Parecemos materializar la vision que Cuvier desarro- ll6, a contrapunto del evolucionismo, sobre el curso de la vida a través de catastrofes y creaciones sucesivas. La historia de la Espafia contemporanea ha sido hondamente tragica. Quiza por alcanzar en algunos momentos mas profundidad y compromi- so, mds audacia y también mas desapercibimiento que otros pueblos. Momentos que ciertamente no serian los actuales, sino aquellos del «levantarse antes del alba» en la lucha contra el fascismo, segun el bello titulo de Arthur London. Quiza, en otros términos, por el desfasamiento de nuestro discurrir, par- ticularmente respecto a la revolucién burguesa. En todo caso la tragedia apremia honda meditacién de sus raices. A propésito de su novela Abel Sanchez hablaba Unamuno de «ciertos sétanos y escondrijos del corazén, ciertas catacumbas del alma, a donde no gustan de descender los mas de los mor- tales. Creen que en estas catacumbas hay muertos a los que mejor es no visitar, y esos muertos, sin embargo, nos gobier- nan». Es una invitacién al psicoanlisis colectivo; pero la ver- dad es que aun no se ha llegado a la catarsis, a la purificacién y autocomprensi6n que supone la lucida conciencia y el enfren- tamiento, sdlo se ha conseguido el irenismo, la reconciliacién facil, el olvido que quiere convertir en mera pesadilla el recuer- do de la tragedia cierta. No parece, en efecto, que la necesaria capacidad de asumir critica y clarividentemente el pasado haya avanzado excesiva- mente en estos tiempos democraticos. Hoy dia la conciencia colectiva de la Historia —independientemente de la que pueda desarrollarse en los circulos de especialistas— esta marcada simultaneamente por el ritual conmemorativo, la hinchazén petulante del presente y el temor por desenterrar tragedias y radicalidades que cuarteen las vigentes componendas. El frenesi de aniversarios que nos invade, y entre los cuales se yergue, imponente y acongojante, el V Centenario del Descu- brimiento, pareceria indicar una aguda sensibilidad histérica. Nada mis lejos, a mi modo de ver, de la realidad. Porque de lo que se trata es de organizar, sobre las azarosas coincidencias de las ultimas cifras que marcan los afos en nuestro sistema cronométrico decimal, no ya la fiesta sino la picaresca del pre- sente, de un presente mezquino, grandiosamente transfigurado, sin embargo, por la luz de lo remoto. De tal modo se anuncian las cosas que se pensaria que Colén, siempre tan desconcertado sobre el alcance de su hazafia, no se enter6 de lo que habia descubierto, y que no eran las Indias orientales, ni occidenta- les, sino algo mucho mas importante: el V Centenario. . No hay contradiccién mas pasmosa que la que resulta de tal frenesi conmemorativo confrontado a una magnificacién tan desmesurada del presente que lleva a afirmar —segun hoy 10 dia es un tépico— que nuestro pafs nunca conocié tiempos como los actuales. Por una parte se homenajea a Lorca, a Va- lle-Inclan, a Unamuno, a Ortega, se recuerda la Guerra Civil en que la tierra espafiola fue epicentro de una enorme conmocién internacional, y por otra, se habla ilimitada y enfaticamente de un «aislamiento secular», de un «tercermundismo» del cual acabamos de salir gracias a nuestra incorporacién a la CEE y a la OTAN, de una cultura y una universidad jamas conocidas por su desarrollo. Se pretende que Madrid, capital de la pos- modernidad, constituye el hogar cultural de nuestros dias. Ver- dadera esquizofrenia. Me he referido a los rituales conmemorativos y al pretencio- so narcisismo del presente. De los temores actuales por encarar el pasado result6 muy expresivo el cincuentenario de la Guerra Civil. «Algo que no puede volver a repetirse.» Tal era la consig- na obsesiva, el mensaje dominante, demasiado facil sin duda. Porque, al inundar la mirada retrospectiva con la mera imagen del horror y la equivocacién como algo compartido, cual si lo que sobre Espafia se hubiera abatido fuese una catastrofe natu- ral y no una violencia desencadenada por muy concretos res- ponsables, se cegaba la necesaria visién y juicio del sentido hist6rico insito en aquella contienda. Con lo cual, y a la postre, la victoria histérica de los sublevados quedaria tacitamente consagrada, al aparecer cual resultado de una locura colectiva, de una rifia feroz entre energtimenos. Se puede hablar cierta- mente de tragedia en relacién con nuestra guerra civil, mas no s6lo en funcién de la enormidad del sufrimiento padecido por nuestros pueblos, sino muy precisamente, en el sentido mas exacto de lo tragico, por lo que la sublevacién y victoria final contra la Republica supuso como interrupcién y represién del avance histérico colectivo. La verdad es que en nuestro actual clima de medrosidad y componendas no resulta facil afrontar un pasado del cual lle- gan claros mensajes, tales como la Republica en cuanto reali- zacién adecuada de la democracia, la lucha de clases como motor de la historia, y el recurso de la derecha a la violencia mas brutal cuando sus intereses peligran. Pero la mala concien- cia se reviste facilmente de pretenciosidad. ¢Para qué mirar al pasado, hacia aquella Espafia rural, apasionada y fanatica, cuando estamos instalados en un espléndido presente? ¢No he- mos entrado ya en el reino de la racionalidad, de la moderni- zacion, de las nuevas tecnologias? Olvidemos los fantasmas, las pesadillas del pasado y miremos hacia el futuro. 11 Hace unos cuatro afios, en un curso de humanidades dedi- cado al analisis de la mitologia arcaica y actual, volvi sobre el mito de Cain en Unamuno, sobre la exploracién y fustigamien- to de la sociedad espafola coetanea que el pensador vasco realiza en tantos momentos de su obra. Podria pensarse, aun sin suscribir el anteriormente mentado discurso ideolégico glo- rificador del presente y ocultador del pasado, que hechos tan evidentes como la urbanizacion y la industrializacién de nues- tra sociedad convertirian en mera arqueologia el testimonio unamuniano. No sin sorpresa, al comentar y discutir las hirien- tes denuncias unamunianas, tanto los alumnos asistentes como yo mismo, comprobabamos de qué manera resultaban enorme- mente actuales. La envidia devoradora que establece la inter- fagia como relacién con el otro, la cerraz6n del crustaceo, la dificultad de alcanzar comportamientos solidarios, inspirados no ya en la ética sino simplemente en el mas elemental prag- matismo, siguen marcando nuestra sociedad. Ciertamente se trata de lacras genéricamente humanas, mas presentes aqui con acentos y sesgos peculiarmente intensos, con singular cris- pacién. La exploracién del pasado, guiada por la curiosidad de descubrir lo otro, nos devolvia asombrosamente, como un espe- jo, la imagen del presente. En todo caso, y como ya he sefalado, el impulso de que broté este libro provenia fundamentalmente del mismo mundo unamuniano, de su meditacién y su vivencia crecientemente renovadas. Una afinidad compartida por compafieros de gene- racién, aquellos que nos sentiamos mds unamunianos que or- teguianos dentro de la dualidad tépicamente establecida en los tiempos posbélicos, y que en aquellos afios juveniles —como recuerdo ya en el prélogo a la primera edicién— nos llevaba a andanzas y suefios guiados por la épica de rescatar el sepulcro de Don Quijote. Pero que encontraba su lugar mas riguroso en el desvelamiento tragico y pasional de lo humano que los ensa- yos de Unamuno gritaban, encarnaban sus personajes, vibraba en los poemas. Y en el desafio que suponia aquel modo de hacer filosofia, de pensar, revelando la realidad a través del dramiatico discurrir imaginativo de personajes-ideas, convir- tiendo la novela y el teatro en «laboratorios antropolégicos». También la rebeldia, especialmente atrayente para los que ha- biamos estudiado la filosoffa cristalizada en tesis escolasticas, 12 a aceptar las faciles soluciones, manteniendo abiertas las con- tradicciones, encarando incansablemente el reto del enigma. Mi propia actividad filoséfica se orient6, sin embargo, ape- nas iniciada, hacia la filosofia de la ciencia, a la que dediqué mis dos primeros libros; después hacia los problemas de la técnica en su relacién con lo humano. Era un esfuerzo por filosofar —como en repetidas ocasiones he expresado— desde una tierra firme, desde una racionalidad tan necesaria como dificil en medio de discursos sellados por el disparate. La si- multanea habitacién del mundo unamuniano —que especial- mente desde su visién mas tépica significaria la negacién de tal racionalidad— podria parecer contradictoria con tales orienta- ciones, esquizofrénica. Para mi fue muy enriquecedora, como lo son dialécticamente las contradicciones. Me hizo, por demas, vivir la amplia variedad y complejidad del filosofar, su interna necesidad recreadora de su forma misma, no ya en el intento de huida como Proteo, sino en la ambicién por captar la com- plejidad de lo real. Mi vision de la actividad filoséfica, en efec- to, es la de un ensayo incansable, de un conjunto de aventuras y experiencias inagotables, en la linea que la misma etimologia de nuestro hacer sugiere. Lo cual —digamos de pasada— mas revela un pensar esforzado que un «pensamiento débil». Y en modo alguno impide que los resultados del pensamiento crista- licen en filosofemas, en tesis —precisamente en estos momen- tos me encuentro elaborando un «Tractatus antropolégico» re- dactado en tal linea—, siempre que seamos conscientes de la provisionalidad y limites de tales formulaciones, caracteristicas propias segun el movimiento dialéctico del mismo pensamien- to cientifico. Me he referido a contradicciones creativas. Pero éstas se establecen sobre un fondo comin. Y la obra de Unamuno, ade- mas, no es en modo alguno ajena a los problemas de la cosmo- vision cientifica. Muy por el contrario, representa ésta una de sus decisivas claves hermenéuticas. Es la ciencia algo presente en la obra de Unamuno, no ya en términos de dialogo —voca- blo tan apaciguador y abusado en estos tiempos conformistas—, sino de lucha, de confrontacién y, a veces, cual en la filosofia unamuniana de la evolucién ocurre, objeto de un intento de asimilacién. Son estas perspectivas que ya sefalé en mis prime- ros trabajos sobre Unamuno, en los afios cincuenta. La investi- gacion ulterior ha podido documentar en el joven Unamuno, cientificista y marxista después, el punto de partida vital de tal presencia. 13 te, en su Juventud del 98, dentro de la interesante e inquietante peripecia evolutiva de toda una generacién. El momento final de la vida de Unamuno ha sido documentado y glosado por Gonzalez Egido, suscitando una interesante polémica con Elias Dfaz. Diferentes libros y articulos han analizado la obra y la personalidad de don Miguel en aspectos muy concretos, desde lo que supuso la realidad simbélica de Salamanca hasta la presencia del mar en el mundo unamuniano, o las dimensiones del Unamuno educador. Ahora bien, en cuanto este libro no pretendia ser una intro- duccién erudita a Unamuno y la unamunologia desarrollada sobre su obra, sino una reconstruccién del mundo unamuniano que permitiera situar mds adecuadamente su riqueza en la historia del pensamiento y la literatura, asi como una visién personal de dicho mundo, no me ha parecido preciso proceder sino a algunos retoques. Se refieren al Diario que, atin inédito, consulté en el manuscrito gracias a la amabilidad de Felisa Unamuno, habiéndose deslizado ocasionalmente alguna peque- fia inexactitud en mis notas. Y, en un orden mas importante e¢ ideoldgico, al tema de la mujer en la narrativa de Unamuno, cuyo comentario, en la primera edicién, a través de categorias acufadas por Marie Bonaparte y prolongadoras del patriarca- lismo freudiano, me parece hoy necesario enmarcar en una critica de tales ideas que presente su inspiracién reaccionaria ante el dinamismo de la liberacion femenina. En modo alguno pretendo que los hallazgos de la erudicién no sean imprescindibles para la correcta visi6n y reconstruc- cién de un pensador o creador literario. Lo que ocurre, en este caso, es que las grandes claves que afectan a dicha reconstruc- cién desde la investigacién mas detallada —como pudieron ser los trabajos de Sanchez Barbudo o de Zubizarreta—, haciendo luz sobre aspectos decisivos en la gestacién y posicién de la obra unamuniana, no han sido modificadas. Claro es que el desarrollo de mi propio pensamiento podria aportar rechazos 0 abrir nuevas perspectivas. En este sentido si querria referirme a algo que he desarrollado en el articulo «Unamuno: tiempo y modernidad», publicado en el numero que la revista Cuadernos Hispanoamericanos dedicé al cincuentenario de la muerte de don Miguel. Se trata del marco histérico y social que da a la obra unamuniana su sentido mas preciso. Hay, en efecto, pensadores en quienes la conciencia del tiem- po hist6rico que viven es tan intensa como explicita y preten- den ajustar a la saz6n de los tiempos, al kairés, su mensaje. 16 Entre nosotros Ortega seria un ejemplo paradigmatico con su voluntad de estar «a la altura de los tiempos». En otros, esta conciencia se configura polémicamente; son criticos acerbos de la época —también paradigmaticamente Heidegger— en que viven, y que fustigan al modo de los profetas biblicos para cantar el pasado o el futuro. Mas cabe, también, el pensador que se siente ajeno al Ambito de lo temporal, que cree erguirse en la universalidad de una problematica no mordida por el tiempo. Es la ilusion del racionalismo, también de la obra de Kant y su vision del conocimiento cientifico, de su desarrollo y posicién del ego trascendental. La preocupacién, la congoja que anima toda la obra unamuniana ante la finitud, ante la muerte como expresién la mas dramatica, tragica e insalvable de dicha finitud, parece remontarse sobre cualquier concreta configuracién epocal, trascender toda precisa circunstanciali- dad histérica. ¢Qué puede haber més universal que el morir? Por muy diversos que sean los modos de vida humano en sus realizaciones y posibilidades, todos se hermanan en su aboca- miento a la muerte, universal destino. En este sentido sefalaba en el prologo a la primera edicién de este libro, como podra observar el lector, que Unamuno con su ultimismo se situaba mas alla de las modas, en la entrafia, en el tuétano de lo humano, en un destierro de todos los paisa- jes histéricos en que resultaba ajeno a sus configuraciones pro- pias, como un profeta que viene de otros mundos. Son afirma- ciones que ahora querria matizar. En efecto, si el morir es un destino comin, lo es en su sentido mas primario, biolégico. El ser humano es una realidad en la cual la biologia desemboca, a través de precisos procesos evolutivos —que personalmente he estudiado en recientes tra- bajos—, en la cultura y es reinformada por ésta. Entonces el morir humano no es sdlo un acontecimiento biolégico; la muer- te, en su interpretacién y su forma de afrontarla, en su presen- cia en la vida misma, resulta modelada con sentidos muy dis- tintos por el contexto cultural en el cual el perecer humano se produce. Dentro de nuestra misma tradicién occidental, sin necesidad de desbordarla hacia culturas distantes 0 remotas, ha sabido detallarlo, por poner un ejemplo de tal investigacién, Philippe Ariés. Este pluralismo, aludido respecto a la muerte, se extiende evidentemente a la realizacién y experiencia del ego, al desarro- llo y vivencia interior de la conciencia humana, troqueladas en cada cultura de un modo muy radical por las practicas infor- 17 mativas —desde la transmisién oral en mundos miticos al ac- tual universo informatico— y econémicas, por la ecotecnologia a través de la cual cada cultura asienta la relacién del ser humano con la naturaleza. Son conformadas, también, por la organizacién politica y familiar y encuadradas por el desarro- Ilo ideolégico que brota de tales situaciones estructurales e interactua con ellas. Existe una historia de la conciencia. Y dentro de ella se sitia el preguntar unamuniano por el sentido de la misma. Justamente en el ciclo de esplendor que la bur- guesia recorre desde el ultimo tercio del pasado siglo, desde la derrota de la Comuna hasta la emergencia de la civilizacion de masas domesticadas, tras la guerra mundial, y su actual crisis. El mundo del libro, el liberalismo econémico con el sentido de la propiedad, el trabajo ejercido en el marco de las profesio- nes liberales, el patriarcalismo, la configuracién del hogar y la ciudad, han desarrollado de una forma particularmente inten- sa en un sector de la humanidad —el de los varones pequefo- burgueses occidentales que se consideraban a si mismos la expresion de lo humano— el individualismo y la visién de la propia vida como proyecto personal y realizador. En mi Critica de la civilizacion nuclear, al discutir el «humanismo> y su vision de la sociedad neocapitalista, me he referido a este fondo his- torico, ahora sucintamente glosado. La aventura, la peripecia histérica de nuestra burguesia intelectual desde la Institucién Libre de Ensefanza —o desde el krausismo originario— hasta la generacién orteguiana es profundamente interesante. Recorta su perfil sobre una socie- dad que pretende, por via ética y pedagdégica, hacer despertar, sin entender, no obstante, los profundos mecanismos de la cri- sis circundante, y la lucha de clases que hallara su dpice en la Guerra Civil. Sin conseguir siquiera, hasta la II Republica, liderar a la misma pequefa burguesia. La rebeldia individualista, al tiempo testimonial, valerosa y desencajada, la predicacién de la angustia existencial como mensaje, son rasgos llamativos del Unamuno publico que dejo atras el socialismo juvenil. Como actitudes exteriores guardan estrecha relacién con algo que querria subrayar: una experien- cia viva de la conciencia cuya agudizacién paroxistica del ego solitario hace brotar inquietante el fantasma de la nihilidad, en un complejo de experiencias siempre repetidas y sobre las cua- les se levantara todo un mundo creativo. Los rasgos individua- les, caracteroldgicos, la biografia en que luchan el Unamuno 18 nifio y el joven en el interior de una experiencia nunca cerrada, son aspectos personales que inciden y elaboran peculiarmente el momento histérico y social que la evolucién de la conciencia atraviesa. Para la empresa de elaborar una historia de la con- ciencia humana, Unamuno y el universo por él creado consti- tuye un hito imprescindible. 19 PROLOGO A LA PRIMERA EDICION Cuando hemos remontado el centenario de su nacimiento y han transcurrido treinta afios largos desde su muerte, Miguel de Unamuno sigue presente entre nosotros. Aun es un tema y una inquietud lIlenos de vida. Quiza estas afirmaciones sean tachadas de exageradas por més de uno. Y es que ciertamente tal presencia la de don Miguel— puede parecer contradictoria con los grandes rasgos vitales e ideolégicos de nuestro mundo. Las ultimas décadas han sido tremendamente eficaces en la imposicién de una civi- lizacion técnica, cientifica, colectivista. Al impulso de tales fuer- zas histéricas dominan en el ambito del pensamiento los temas y estilos del marxismo, del positivismo légico, del nuevo racio- nalismo cientifico —como el del movimiento dialéctico—, de las diferentes filosofias de la evolucién. Cruzadas, sin duda, todas estas direcciones por una descarga antidogmatica, acu- sando un espiritu abierto, en fecundo didlogo interno; mas ha- ciendo batirse en retirada, en todo caso, a corrientes que en la primera mitad de nuestro siglo alimentaban su inspiracién en el ocaso de los ideales modernos, y presentando su crisis como la ultima palabra de los tiempos, buscaban instalarse en zonas opuestas a la imagen cientffica de la naturaleza. En esta dialéctica pareceria natural, entonces, un arrumba- miento de Unamuno al cuarto de los trastos viejos. O bien su consideracién como una mera curiosidad polvorienta. ¢No es 21 pientes invisibles parece bostezar y que se rinde al sueno: [...] Y yo siento las serpientes que me agarrotan y estrujan, pero si no las hago visibles para los dems creeran que bostezo y se encogerén de hombros», dice un personaje de drama unamu- niano.' Y de su creador afirmariamos que sin la visién de sus tensiones puede parecer, si no ciertamente un perezoso, si un histrién y un energumeno. Hemos sefialado la imagen de Unamuno como «antitesis» de la modernidad. Pero esta misma expresién ya es reveladora de un falseamiento radical. Porque presentar la obra de don Miguel como una antitesis esquematica seria convertirla en tesis, en una tesis negativa. Y lo caracteristico justamente de Unamuno es su dialéctica de antitesis mantenidas hasta el fi- nal, sin sintesis culminante. Antftesis en cuyo juego se situa el mundo de los ideales modernos. Su aparente contradiccion a ellos no es en efecto una mera repulsa, sino, en una importante medida, una asuncién y un replanteamiento en el seno de la contradiccién misma. Don Miguel se hizo cargo de todas las excelencias de los ideales que en ciertos momentos parecfa combatir, y a los cua- les se habia sumado en otras etapas de su vida. Escribié que crefa en el progreso espiritual y material, en el desarrollo de la moralidad, de la paz, de la justicia social. Yo, sefior mio, creo en el progreso general humano [...]. Creo que la vida media humana se alarga y se hace mas sana L..}. Creo que [...] legara el dia de la justicia y en que el ensuefio de socialistas, comunistas y anarquistas sera algo mas que un ensuefio. [...] Creo que acabara por desaparecer la guerra, quedando sélo un simulacro de ella para deporte y para com- prensién de las hermosuras de arte que han inspirado. Creo en el advenimiento de la paz universal y del arbitraje justiciero. [Son afirmaciones entresacadas de su «Credo optimista».]* Lo que Unamuno —aun el Unamuno mas clasico y agonis- ta— plantea a todos estos ideales modernos no es su discusién dentro de la historia humana, sino su sentido ultimo. ¢Qué quedara en definitiva de esta formidable empresa a cuyo empe- fio él se suma con la parte histérica de su ser? El dia en que «la tierra convertida en un globo frio y muerto semejante a la luna, circule en la mds profunda oscuridad», como escribe Engels, leyendo en nuestro cadavérico satélite la imagen de nuestro destino, en el mismo vislumbre que anima el poema unamunia- no, La luna al telescopio.* Cuando esta conciencia trabajosamen- 23 te conquistada por la evolucién sea «exterminada sin piedad», en los términos del maestro del marxismo. Conciencia que se ha ido levantando entre tanteos y fracasos, cual el que patéti- camente contempla Unamuno en la figura de su hijo Raimundo. En las postrimerias del pasado siglo, en su crisis de 1897 y justamente desde la experiencia de una ideologia cientificista, entusiasta del progreso, socialista, se plantea Unamuno esta angustia. No es sélo la inmortalidad, es el sentido mismo de la conciencia, de la evolucién y del Universo. La aventura de la conciencia y su desarrollo creciente desde las grandes reli- giones de la personalidad, galopantemente desarrollada en el mundo moderno, alcanza su paroxismo critico en el escritor vasco, Tanto la conciencia de la persona individual, como la consideracién de la conciencia colectiva tan importante en Una- muno segtin tendremos ocasién de ver repetidamente. Y no podemos hurtarnos al apremio de esta inquietud. Aunque fuera para afirmar que entramos en una nueva época tribal o cosmo- légica, en que hemos de sentirnos como células de la totalidad histérica o natural. En todo caso, hay que definirse y respon- der. Este cenit paroxistico de la conciencia sigue intimando su sentido y su destino como conquista de una larga marcha. ¢Es que hay que borrarla como una gran desgracia en la solucién de un nirvana, o en las formas degradadas, trivializadoras, de evasion propias de nuestro mundo? ¢Es que nuestro supremo gesto debe ser el de la desesperacién heroica frente al absurdo? ¢€O podemos pensar que en esta realidad de la conciencia se alcanza una conquista irreversible, el descubrimiento de una grandiosa esperanza? Con su ultimismo Unamuno se situa mas alla de las modas, no solo en la desnudez, sino en la entrafia, en el tuétano de lo humano. Se ha invocado a veces esta situacién para justificar una pervivencia de Unamuno. Critico de todas las épocas y de toda la historia, absoluto desterrado de todos los paisajes his- téricos, no tiene que ver con sus configuraciones propias, en todas ellas resulta el profeta que viene de otros mundos. Pero que ademas el panorama desde el cual emerge, bajo la vi- gencia del positivismo, el materialismo, el evolucionismo, el entusiasmo por los ideales modernos en la transici6n entre el pasado siglo y el actual no es tan heterogéneo como el nuestro. Solamente en la medida en que una época se cierra para la consideracién de lo ultimo, en que sumerge al hombre en lo inmediato, resulta Unamuno una voz que clama en el desierto. Tal situacién convertiria el interés de Unamuno en el de un 24 rival de nuestra jornada histérica. Pero no creo que sea este cierre trivializador el sentido profundo de nuestra época, mas alla de sus imperativos exteriores. Cuando se levantan las vo- ces contra la deshumanizacién del neocapitalismo, en su cultu- ra de la produccién y el consumo, enajenantes del hombre, de una parte. Y de otra, se revisan las formulaciones y actuaciones dogmiaticas, la misma denuncia de los niveles superiores de la existencia como alienacién. Cuando se busca una plenificacion del hombre desde nuestras mismas conquistas. En esta situa- cién Unamuno, no sélo por sus vislumbres aislados, sino por el planteamiento fundamental de su tematica, de su rebeldia ulti- ma y de su aceptacién, nos sigue incitando con su palabra a todos los que por el hombre y su salvacién realizadora se preocupen. Este libro, que partiendo del intento de estudiar la antropo- logia de Unamuno ha ido experimentando un ensanchamiento creciente, aspira finalmente a un planteamiento total de Una- muno en cuanto pensador. Mas tal intento nos retrotrae inme- diatamente sobre incégnitas de alcance fundamental. ¢Qué es lo que significa el mundo no sélo del pensamiento, sino de la creacion literaria para un hombre que lo que quiere es vivir y hacer vivir a sus lectores? ¢Una salvacién de nuestra mezquina realidad o una nueva enajenacién? ¢Qué valor tienen las cate- gorias usuales aplicadas a este mundo de tan genuina per- sonalidad? Son los primeros temas que tendremos que abordar. Plan- tear el universo representado por la obra de Unamuno en una consideracién fundamentalmente formal. El problema de la palabra y la creacién literaria, el significado de los géneros en que convencionalmente se estructura la cultura, desde las in- tenciones expresivas de don Miguel. Después se tratara no de organizar una arquitecténica de tesis, sino de buscar las intui- ciones centrales, la situacién conflictiva de la cual brota este universo. Y recorrer los grandes horizontes de su inquietud, el hombre ante la naturaleza y su problematico sentido, ante el ser y la acechanza de la nada, frente a la sociedad histérica y la pluralidad que en el interior de nuestro yo habita. Mi libro es resultado de una larga compenetracién con Una- muno. Desde la primaria simpatia inspirada por el comun na- cimiento en las bilbainas orillas del Nervién, hasta el sentir apasionado de lo espafiol. De un entusiasmo en los afios estu- diantiles en que compafieros de andanzas sobre nuestra tierra unamunizdbamos juvenilmente tratando de recuperar el yelmo 25 de Mambrino, viejos amigos a quienes ahora me complazco en recordar. Después, de una incesante lectura y meditacion simul- taneadas con la dedicacién a mis propios temas, y que han recogido en cierta medida algunos trabajos mfos sobre Unamu- no y numerosos cursos y conferencias. Creo que el actual pen- sador espanol, sea cualquiera su signo, en esta segunda mitad de nuestro siglo no debe olvidar la mas reciente tradicién filo- s6fica que ya poseemos. Entre la beateria y el olvido es preciso caminar con la conciencia de nuestra historia. En este sentido querria expresar mi compenetracién con todos los que se han venido aproximando con voluntad sincera de estudio y discu- sién al gran pensador. Mas alla de las directas referencias que broten ocasionalmente, no puedo dejar de deber mucho al in- menso movimiento de la critica unamuniana, que ha acumula- do una bibliografia ingente pero tantas veces imprescindible. Que en su interna polémica ha seguido dando vida a don Mi- guel y testimoniando la riqueza de su personalidad. Finalmen- te, me complazco en expresar mi gratitud a dofa Felisa Una- muno por la amabilidad con que me ha facilitado el manejo de los inéditos de nuestro gran escritor. NOTAS 1. Soledad, O.C., XI, p. 592. 2. Unamuno: 0.C., IX, pp. 764-768. 3, Engels: Dialectics of Nature, Foreign Languages Publishing Hou- se, Moscit, 1954, p, 49. 4. Unamuno: 0.C., XV, p. 793. 26 EL UNIVERSO DE LA PALABRA Y LA OBRA DE MIGUEL DE UNAMUNO éQué es el universo, representado por la obra de Unamuno, cuyo estudio intentamos? Lo primero que se podria decir, con apariencia perogrullesca, seria que se trata de un universo de palabras. Pero, con toda la obviedad de esta respuesta, se nos viene encima inmediatamente un enjambre de problemas, t{pi- camente unamunianos. Don Miguel, en efecto, vivid como una de sus preocupaciones centrales —aquella que aparece en pri- mer plano cuando habla como profesor— la de la lengua. Y sintié como pocos, estremecedoramente, toda la grandeza y limitacién, toda la vitalidad y herrumbre de la palabra, en especial de aquella cuyo vuelo queda preso en el papel. Porque habria que afiadir que se trata de un universo de palabras escritas, de «letras», de «libros». Términos todos que alcanzan resonancias muy propias de la obra unamuniana. La palabra puede ser considerada desde multiples puntos de vista, y poseemos ya las técnicas y conceptos necesarios para abordar una investigacién lingiiistica y semidtica sobre un universo de este tipo. Sin embargo, en nuestra reflexion no vamos a seguir un tratamiento rigido a través de categorias dadas por las vigentes teorias del lenguaje o por la semiética. Trataremos de abordar las perspectivas que pueden resaltar mas el genio propiamente unamuniano. Aquellas que esponta- neamente este mundo nos sugiere, al plantearse su realidad de palabra. Ya que en el caso de don Miguel es cuestién no sélo de 29 un escritor muy personal, sino consciente y explicito de sus problemas como tal. Asi, junto a la consideracién de los temas que este universo como sistema de signos suscita —que rozaré sélo en la medida necesaria para fijar su alcance e intenciones fundamentales— introduciré otras perspectivas muy genuinas en el mismo. Su vision cual creacién de don Miguel, su condicién de criatura unamuniana. No se trata de una consideracién elaborativa, impuesta desde fuera a los problemas manifiestos, patentes, del mundo unamuniano, sino de algo que este mismo intima. Pues en todo momento se esta Ilamando a si mismo criatura de Miguel de Unamuno y Jugo, y esta reflexionando sobre su con- dicién filial o creada. Y también, constantemente, el autor apa- rece erguido en medio de su creacién. Para que nuevamente se establezca aqui el polemismo, el agonismo, que sazona ineludi- blemente todo lo unamuniano. Pero, ademas, este mundo se pregunta angustiado —de tal palo tal astilla— por su ser de verdad o de apariencia. Urge asi su consideracion como enigma metafisico. Se nos plantea cual realidad sin mas, como existencia desnuda y problematica en su condicién existencial. Se yergue en calidad de emisario y testigo del ultimo y radical problema de nuestra inteligencia, el de lo real, intimado aqui de una manera especialmente inci- tante por la misteriosidad del ser dado en la palabra. El universo unamuniano como sistema de signos lingiitsti- cos, como creacion de Miguel de Unamuno, como enigma meta- fisico y portavoz del problema del ser: estas son las tres grandes direcciones, segtin las cuales vamos a afrontar el amplio cuerpo de la obra unamuniana. El universo unamuniano como sistema de signos lingiisticos. La palabra poética Desde el primer punto de vista, nos preguntamos por la intencionalidad intrinseca a la palabra unamuniana. ¢Qué tipos de objetos y relaciones anuncia? {Qué expresividad contiene? ¢Qué apelaciones, qué llamamientos, estan insertos en él? Son las tres dimensiones en el conocido esquema de Bihler. La respuesta no puede ser absolutamente unitaria. La palabra una- muniana a veces es poética, otras nivolesca o teatral, otras trata de servir de una manera més aséptica, quintaesenciada a los intereses del pensamiento. El emplazamiento en estos dife- 30 rentes campos modula la ultima intencionalidad comun del vocablo unamuniano. Poéticamente, la palabra unamuniana refleja y expresa los «sentires» del alma vibrante de don Miguel, para darles perma- nencia y objetividad. Convertirlos en «canto» que pueda él contemplar desde lejos, flotando en su vida auténoma. Se ha «extrafiado>» lo «entrafiable». Y este extrafiamiento implica ya un sacrificio del autor, al convertir la vivencia en criatura. Criatura que, después, podra incluso ser gozada por otros, a medida que el autor se aleja en el tiempo de la situacién en que la alumbré. Es precisamente el motivo de uno de los poemas de don Miguel, en que esta sensacién del extrafiamiento objetiva- dor se expresa de la manera mas dramatica.' Por otra parte, el intento de convertir en forma la intima vivencia puede parecer tantdlico, pero es la empresa de «esculpir la niebla» en que pone su fe don Miguel. Mas ahora no nos interesa tanto subrayar estos problemas y angustias de la creacién poética, como tipificar su significado mas propio. Hemos dicho globalmente que se trataba de «sen- tires», segtin la misma terminologia de don Miguel. Es decir, la palabra fundamentalmente es expresién, y los problemas antes mentados resultan de la paradoja implicada en el empefio de objetivar lo expresivo. Pero ¢de qué tipos de sentires es cues- tion? Se trata, en general, de profundas vivencias que tienen un sentido metafisico. Por algo «la filosofia y la poesia son herma- nas gemelas». Mas, aunque en ultima intencién se trate siem- pre de realizar su maridaje, «sentir el pensamiento», «pensar el sentimiento», la poesia sigue la primera de estas direcciones. En la palabra poética se expresa el sentir puro, la vivencia antes de todo esfuerzo de clarificacién. Son, pues, los valores expresivos, sintomatoldgicos, a que antes aludiamos, los que dominan. Es la palabra como grito, aullido, segin ha dicho don Miguel, siguiendo a Kierkegaard en momentos. «Por eso, nos has puesto a un lado del camino con el unico oficio de gritar asombrados», como dice José Maria Valverde en uno de sus poemas juveniles. Pero grito hecho perfeccién formal. También es ciertamente apelacién, porque el que grita siem- pre llama, apelacién al préjimo, constante de Unamuno, para removerle y hacerle comulgar en las mismas vivencias, estable- ciendo unificaciones resonadoras y potenciadoras de ésta. Y es llamada a Dios —oculto o atin inexistente— en la poesia-ora- cién unamuniana. Este esfuerzo se levanta desde el silencio y la soledad para entablar la comunién. En la medida en que don 31 Miguel sufria terrible vivencia intima del silencio y la soledad —a veces como plenitud, pero frecuentemente también como fantasma de la nada—, grita cada vez mas alto para encontrar respuesta. Y es esta congoja intima la que da hondura y sentido al energumenismo exterior de don Miguel. Asi, este grito se convierte en testimonio de nuestro ser en sus mas hondos problemas, en protesta ante la posiblidad de aniquilacién, de sinsentido, en llamada liberadora. Son todas ellas vivencias tipicas de esta palabra poética. Y en las mismas esta ya presente el nucleo de toda la obra unamuniana, pero encarnado en el grito expresivo, antes de toda elucidacién pensante. El Unamuno pensador. Dialéctica, situaci6n, la vitalizacién del pensamiento El Unamuno pensador, en cambio, trata de hacer lucidos estos sentires primordiales, pensar el sentimiento. Todo el mun- do de ensayos grandes y pequefios brota de la pluma de este Unamuno. Mas no es su finalidad la constitucién de un cuerpo trabado de tesis objetivas, de un sistema. Y ello, no por una frustracién, por un quedarse a medio camino en la empresa, sino porque la constitucién de su pensamiento aboca a la nega- cién de esta posiblidad. Ni siquiera pretende comunicar «ideas» al lector (como gritaba a los estudiantes parisinos, «no tengdis ideas para poder pensar»), sino poner en marcha las posibilida- des pensantes de éste, que desbordan por completo lo puramen- te intelectual. Y, de cara a si mismo, reflejar sobre el papel el dinamismo dialéctico de su pensamiento. Formalmente, podemos observar cémo los momentos culmi- nantes del pensamiento unamuniano residen en la creacién de situaciones. En llevar al lector de la mano a estados espiritua- les cargados de intensidad vital. No es un magisterio légico, sino socratico. No una palabra transmisora de un contenido objetivo, sino conductora, guia hacia los descubrimientos que deben producirse, conseguidas estas situaciones, en la interio- ridad del lector. Apertura de patencias, fundamentalmente la de la fragilidad de nuestro existir, de revelaciones evadidas en la cotidianeidad; y vivencializacion honda de las mismas. La mayor parte de las veces se trata de descubrir un con- flicto. Asf, el de la cabeza y el corazén, en uno de sus momentos mas tipicos y comentados, «en el fondo del abismo», en Del 32 sentimiento tragico de la vida. Pero, mas genéricamente, el con- flicto basico del ser y la nada que le circunda. O en dominios mas parciales, el conflicto del hombre y la naturaleza, o en el terreno personal, el del yo y el otro o del hombre publico y el intimo. Esta insistencia en lo conflictivo responde a la misma vo- luntad vitalizadora de lo espiritual, a través de la intuicién unamuniana que une vida y lucha, segun la cual se enciende la vida en la rivalidad, el polemismo, la hostilidad. Esto se pro- yecta también en la insistencia, en la duda como la situacién noética mas auténtica. En este estado, en efecto, hay una carga vital de sufrimiento. Sufrimiento que para don Miguel es con- ciencializacién, revelacién de nuestro ser y vida. Y hay también una lucha, una tensién entre las alternativas que circundan al dubitante. Cuando ésta se adhiere a una de ellas, en cambio, se sucede el reposo, la intranquilidad que facilmente degenera en anquilosamiento, en muerte. En tal orden, no es que don Miguel no establezca ciertas tesis, ciertas formulas proposicionales; sin ellas no podria ha- ber pensamiento estrictamente tal. Asi, son tesis suyas, formal- mente mantenidas y consideradas como probadas —al menos en algunos momentos de su obra— la de la indemostrabilidad de la existencia de Dios y del alma; mas aun, nuestra radical desaparicién allende la muerte en el contexto estrictamente racional. Pero las tesis no son en definitiva sino peldafios que ascienden hacia el montaje de un conflicto. Un conflicto, por otra parte, irresoluble. En este sentido, se trata claramente de un pensamiento dialéctico; en el cual, sin embargo, la contradiccién de tesis y antitesis no desemboca en una sintesis superadora y reconstruc- tora a un nivel mas alto, sino en la produccién de un estado pstquico cargado de intensidad vital. Estado que don Miguel considera auténtico y creador. De él brota la accién o la activi- dad poético-imaginativa. En ésta —suefios de ultimidades mu- chas veces— si puede aparecer una superacién de los conflic- tos, pero realizada en un universo heterogéneo al nuestro, el de la apocatastasis, o el regreso al vientre materno, o al paraiso de la infancia. Los mitos se levantan desde aqui, y aunque, cual en Platén, ya no se puede creer literalmente en ellos, son capaces de orientar no sélo el conocimiento, sino la totalidad de la existencia humana. Es interesante observar cémo las tesis unamunianas, funda- mentalmente se dirigen a destruir la universalidad resolutoria 33 jes-idea. La palabra unamuniana les llama desde los oscuros, poblados, entresijos animicos de don Miguel, a la luz. Entre las ideas acurrucadas, dormitantes, medrosas, en su palido ser que el mismo Unamuno percibe en su intimidad,? una de ellas consigue rotundidad de vida encarnada. Cumple asi la intima vocacién inserta en toda idea, tantas veces frustrada. Como dice nuestro autor: [...] hay ideas que manifestandose en unas y otras almas no encuentran, sin embargo, sus almas propias, las que la revela- rian en toda su perfeccién.* A través del personaje de ficcién, pues, hemos dado escape a la angustia desencarnada de una idea o una constelacién ideal. Sigamos tras la aventura de nuestra idea personalizada; después de haber soplado sobre el barro, el creador retrocede a la mera condicién de testigo, y su pluma se contentara notarial- mente con dar cuenta del libre y espontaneo hacer de la nueva criatura. Expectante, eso si, de que nos entregue su mensaje. Ese mensaje oculto en el hombre de carne y hueso bajo su cotidianeidad, que se revele el dia mas impensado en un gesto, «en un grito, en un acto, en una frase»,> cuando el préjimo se desnuda de su exoesqueleto y se autentifica. Y que ahora en estos personajes constituye su substancia y su vivir entero. Por ello son tan reales o mas que los de carne y hueso. Porque son nuestras mismas profundidades despojadas de trivialidad; y por ello son tan escuetos, tan aceradamente esquematicos. No por deficiencia, sino por exuberancia de realidad. Verifican experimentalmente algunas de las variables que integran el complejisimo fendémeno humano, en el laboratorio antropoldgi- co que la novelistica unamuniana representa. Y por ello mar- chan urgentes, sin concesiones ni holguras, a la entrega de su mensaje, saltando intrépidamente toda exigencia crasa de rit- mo histérico o de verosimilitud cotidiana. Para que el experi- mento ideal llegue a su fin. Ciertas criticas a la novelistica —o al teatro unamuniano— nos recuerdan las que a Galileo, cuando creaba los conceptos basicos de la fisica, hacian sus contempordneos peripatéticos. Esquematizacion, empobrecimiento de la realidad, idealiza- cién. Pero la unica forma de doblegar la multiforme realidad dada, reside en la creacién de un nuevo orden real artificial, ideal y empirico, de laboratorio y de experimentum mentis. Una ontotecnia, podriamos decir, radicalizando la «fenomenotec- 36 nia» de Gaston Bachelard. Y la novelistica unamuniana esta guiada fundamentalmente por una vocacién de conocimiento, de descubrimiento del hombre, de revelacién antropoldgica. Pero la creacién no sélo forja, sino que es también vehiculo de conocimiento. Regresamos al biblico equivoco de conocer y engendrar. Aun la mas aparentemente pasiva recepcién de una idea o aceptacion de una tesis ajena, si se cumple auténticamen- te, supone una recreacién en nuestra inteligencia de aquello que aceptamos. Para conocer este enorme misterio que es el hombre no tenemos mas remedio que crearlo, darle vida, y contemplarlo en las situaciones mas distintas para asistir, qui- z4, a reacciones totalmente imprevisibles, porque no sabemos nunca aquello de que somos capaces. Unamuno ha insistido en esta autoextrafieza. Sélo el héroe puede decir: «yo sé quién soy», porque en él su ser esta al nivel de su voluntad. Asi nos conocemos y conocemos a los demas resultativamente, por sus frutos. «Existir es obrar.» Y la obra representa la via de acceso al conocimiento de la intimidad en si misma recatada. La constitucién de la ciencia de la naturaleza en el albor de la época moderna hallése unida no sélo a la aparicién de los laboratorios, al afinamiento de nuestra capacidad para leer el «libro de la naturaleza», sino también al desarrollo del experi- mentum rationis, a la idea de una «experiencia de la razon» contrapuesta a la «experiencia de los ojos». La maduracién creciente de las ciencias antropoldégicas encuentra hoy analoga- mente su campo de experiencia ideal en la novelistica antropo- légica de nuestro siglo. No es cuestién ya del saber sobre el hombre que la novela o el teatro vienen significando clasica- mente, sino de convertir la novelistica en terreno de experimen- tacién humana. En conducir los personajes hacia situaciones en que se vean obligados a entregar su mensaje propio, porque el autor sabe sobradamente que no es duefo de ellos. O, en términos menos reverentes a la literalidad de este género, en conseguir vivencias situacionales, convocadas por el autor, pero en las cuales se le va a abrir una penetracién en zonas de la conciencia hasta el momento incégnitas. Por ello se ha podido llegar no sélo a vindicar el valor esencial de la novela para la filosofia, sino incluso a mantener que en el futuro toda la filosofia deberia centrarse en la nov listica, declarando sin sentido los problemas no novelables. Asi dice Colin Wilson: 37 Si alguien me pidiese que prescribiese una regla que todos los filésofos futuros tuviesen que obedecer, seria la siguiente: que no ha de expresarse idea alguna que no pueda ser formula- da en términos de seres humanos en una novela, y seres huma- nos perfectos, no caricaturas en forma de pavo real. Si una idea no puede ser expresada en términos de personas, ello es un indicio seguro de que est4 fuera de lugar respecto a los verda- deros problemas de la vida.® En el caso de la novelistica unamuniana, es evidente que su interés filoséfico no se reduce a la antropologia. Aun aparte de las perspectivas que nos ofrece el novelar como categoria me- tafisica, que pretende desvelar el complejo problema de lo real, hay algo mas. En esta peculiar —y a primera vista un tanto desconcertante— union de la idea y el ser personal se nos reve- la, por de pronto, la manera caracteristica de entender don Miguel la relaci6n entre lo ideal y lo real, en especial en las primeras etapas de su pensamiento. Es la inmanentizacién de la idea, «la condenacién de la idea al tiempo y al espacio, al cuerpo»;” la cual se sitta dentro de la tentativa general por descubrir lo absoluto en la entraha de lo mundano, la «eterni- dad viva» en los senos de lo temporal, la «tradicién eterna» bajo el oleaje de lo efimero, en esa «intrahistoria» en cuyas capas profundas va sedimentando lo pasajero, la paz en el interior de la guerra inacabable. El fondo hegeliano de su pensamiento, que don Miguel re- conocié ocasionalmente, se hace patente, al menos como plata- forma de despegue para su aventura intelectiva. Pero se trata de un hegelismo recreado en una atmésfera de intuiciones bio- légico-personalistas, las del «hombre de carne y hueso». Enton- ces la encarnacién de las ideas en los personajes representa la réplica unamuniana a la concepcién platénica de los dos mun- dos. Una mitologia de voluntad encarnadora y un enérgico sentido de la tierra reemplaza a los mitos platénicos de la caida. Y al conocimiento como anamnesis, como ascesis libera- dora, un antitético afincamiento en la carnalizaci6n. Como buen dialéctico, entiende don Miguel que «el desarro- lo es la unica comprensi6n verdadera y viva».® Pero este de- sarrollo no sera ya dialéctica légica, sino literalmente biogra- fia. Nuevamente tocamos la traslacién de Hegel a términos de biologia personalista. Para entender un concepto tenemos que realizar su experiencia ideal, encarnandolo y persiguiéndolo en su trayectoria, la cual nos entregara su ley funcional. Por ello, para Unamuno la voluntad de expresién, de apuramiento de 38 las posibilidades conceptuales haciéndolas galopar hasta sus confines, elimina el sistema y permite una dispersién de resul- tados. Y por ello también en nuestro pensador, con mas propie- dad atin que en Whitehead, se puede hablar de «aventuras de las ideas». No es cuestién sélo, como en el pensador anglosa- j6n, del ingreso de los objetos eternos en el mundo, sino en la carne misma de lo personal. El universo unamuniano como creacién personal. El compromiso existencial La consideraci6n iniciada en este primer nivel, como vemos, nos esta llevado de la mano hacia el corazén de los problemas que centraron la existencia de don Miguel y definieron sus tendencias, su vocacién, su estilo genuino. No podia ser de otro modo, ya que la fuerte personalidad de Unamuno se proyecta sobre todos sus gestos. Cualquier fragmento de este mundo nos aparece ya reflejando su sentido general. Asi, vamos resbalan- do desde un andlisis formal hacia una penetracién de conteni- dos. Hecho perfectamente natural, ya que esta distincién de fondo y forma no tiene sino un sentido fundamentalmente me- todoldgico, pero ahora es necesario tratar de frenar este insen- sible deslizamiento, para apurar atin otras de las dimensiones formales que habiamos apuntado. En efecto, ademas de un reino de significaciones objetivas, una obra literaria es la creacién de una personalidad que se proyecta y se realiza en ella. Se da un ligamen entre el autor y la obra siempre, aunque mas o menos explicitado segun los casos. En el nuestro, esta situacién y sus valores consonantes se acusan de una manera casi escandalosa, vocinglera. La perso- nalidad de don Miguel inunda y penetra hasta los entresijos la totalidad de su produccién. Y ello de un modo manifiesto, on- deante, no como mera impregnacién latente. (El yo obsesionan- te de don Miguel aparece cabalgando sobre todas sus lineas.) (Repetidamente habla en primera persona y en primera perso- na intima, con voluntad de confesién, desnudando su alma.) Como también cita desafiante al lector y a los pensadores que desfilan, en su condicién de seres de carne y hueso. Hay una voluntad de comunicacién en el cogollo de lo animico, podria- mos decir en repetida metdfora unamuniana. Los personajes novelisticos y teatrales —como siempre se ha complacido en proclamar el pensador vasco— no son sino desgajamientos de 39 su alma nacidos a la luz exterior. Y cuando Jugo de la Raza aparece, en Cémo se hace una novela, esta proyeccién identifi- cadora alcanza plenitud formal, entrecruzdndose los planos de la vida y la lectura, el personaje real y el ficticio, en juego muy revelador de la actitud unamuniana ante lo literario, con su peculiar compromiso intimo.® Nuevamente —perdonese la insistencia en este constante llamar la atencién sobre el despegue de problemas— se levan- tan aqui cuestiones que son capitales para el juicio de un autor y su obra escrita, aunque la critica olvide muchas veces la posicion de estas incégnitas radicales, deteniéndose, en cambio, en asuntos ulteriores de detalle, menos decisivamente significa- tivos. Hemos de preguntarnos: {Qué necesidades conscientes e inconscientes empujan a un hombre cuando se lanza a la aven- tura de escribir? El estructuralismo genético y el psicoandlisis se han esforzado por encontrar respuesta cientifica y actual a esta pregunta. Pero la magnitud de la incognita es mucho mas amplia: ¢Cémo entiende un autor, dentro de la totalidad de su vida, este fragmento que representa su entrega a la labor de escritor? Y después, cuando el esfuerzo se ha sedimentado en una teoria de palabras, de paginas, de libros, ¢cémo se siente frente a su criatura ya objetivada? En un sentido, ¢con un temple satisfecho, liberado, gozosamente narcisista 0, por el contrario, inquieto, dolorido, mutilado? Y en otro orden, ¢qué significa, dentro de la metafisica mds 0 menos consciente que todos cobijamos, esta extrafa realidad que el autor ha pro- ducido? En don Miguel hay una perfecta lucidez, una toma de con- ciencia expresa ante este horizonte problematico, aunque la tendencia dialéctica permita también sefialar ahora antitesis en sus respuestas, antitesis en el centro de cuyo polemismo se encuentran sus intuiciones. En primer lugar, nos aparece el pensador vasco como prototipo de autor «comprometido» en su obra. Hablamos, claro es, de un compromiso vital entre la vida y la pluma, que en este caso se orienta desde las inquietu- des personalistas metafisicas y escatologicas, que definieron el don Miguel fundamental. Pero comprometido, ademas, no sdlo en su creacién propia, sino en el universo general de la escritu- ra. Se caracteriz6 a si mismo como «hombre de libros». Lector y escritor incansable, y, sobre todo, que busca no ya el goce estético o la fruicién intelectiva, sino la «salvacién» en sus angustias. Mas para ello hay que hacer de la escritura, de la palabra, substancia viva. Hay que «comerse los libros», como 40 Seria sugestivo perseguir, todo a lo largo de la obra unamu- niana, este interesante juego ante la ambigiiedad de la palabra y las profundas resonancias que en cada momento suscita.'> Pero a nuestros efectos lo interesante no es detenerse en la pormenorizacion de tales tensiones, sino subrayar el nucleo de intereses desde el cual se produce este enfoque general. Como es palmario, resulta determinado por la contraposicién muer- te-vida, aparente siempre en cualquier planteamiento, aunque su version pueda resultar modulada tan variadamente. Este es el punto neurdlgico y revelador de la sensibilidad unamuniana ante el lenguaje. Otros pensadores y escritores habran podido sufrir, a consecuencia de otras tensiones lingiiisticas, otras ple- nitudes y deficiencias en la complejidad de la palabra: su cla- ridad y oscuridad, su precisién y vaguedad, su objetividad y su subjetivismo. Aqui, empero, se trata del combate, muerte y vida, y tal dilema nos entrega los ultimos problemas del Una- muno escritor. ¢Por qué entre los multiples gestos que a una vida humana son posibles, ha escogido don Miguel, precisamen- te, el de empufiar la pluma? La creacién literaria como conato salvador Naturalmente no tiene sentido una explicacién absoluta- mente univoca. Opera una constelacién de impulsos al mover la figura de don Miguel hacia el ademan de escritor. Dejando aparte motivaciones mas triviales —como la econémica, en cuya autoirénica confesién no se recataba nuestro escritor—, hay una manifiesta voluntad de magisterio, un afan iluminador de la conciencia nacional en sus perplejidades criticas del mo- mento, que aparecen decisivas en el Unamuno mas joven, antes de su crisis. Como en todo escritor acttia una intima exigencia de catarsis, de liberacién respecto a las propias inquietudes, al objetivarlas y clarificarlas sobre el papel, hay un anhelo de comunicacion, que ya hemos tocado, en que se trata de desper- tar al dormido, de avivar la conciencia en una gran empresa de salvacién colectiva, que es una afirmacién de Dios, conciencia del universo. Opera la voluntad de testimonio, en el sentido més radical, de protesta humana ante la injusticia de la reali- dad y el encogimiento de nuestro destino. Pero, decisivamente, integrado y fundamentado estos varia- dos impulsos, dandoles también su sentido mas t{ipico, escribe don Miguel empujado por el afan radical de su existencia: sobre- 43 vivir. Sobrevivir, en primer lugar, frente a la muerte, en el mas directo y usual alcance del término «pervivencia». Cuando yo ya no sea, serds tt, canto mio! [...] mi canto sobreviveme.'® Asi clama don Miguel. Asi se describe a si mismo, en el momento de empufar la pluma en este desesperado empefio: Héteme aqui ante estas blancas paginas —blancas como el negro porvenir: jterrible blancura!— buscando retener el tiem- po que pasa, fijar el huidero hoy, eternizarme e inmortalizarme en fin, bien que eternidad e inmortalidad no sean una sola y misma cosa. Héteme aqui ante esas paginas blancas, mi porve- nir, tratando de derramar mi vida a fin de continuar viviendo, de darme la vida, de arrancarme a la muerte de cada instante.'” Y asi se confiesa en publico en un discurso: Lo que vais a ofr es una confesién dolorosa, dolorosisima, pero quiero desnudaros el alma de uno de esos a quienes se llama intelectuales... El fin, confesado o no, de todo publicista que no trabaje para comer tan sélo es conquistar renombre y gloria, es salvar su nombre del anegamiento del olvido, ya que no tenga siempre confianza en salvar su espiritu del suefo ultimo e inacabable, del suefo sin ensuefos ni despertar, mar sin fondo, sin cielo y sin orillas. A medida que se amengua o apaga la fe en la inmortalidad sustancial del alma, enciéndese un furioso anhelo de salvar siquiera una sombra de ella. La sed de sobrevivir se empuja, resuelve, acalora y consume a los hom- bres de hoy, no bien logran sacudirse el apremio de tener que ganar el pan de cada dia." Y sobrevivirse, también —en un sentido menos comun del vocablo, pero tipicamente unamuniano, y que debe ser vindica- do—, como emergencia de la vida sobre si misma. En la dialéc- tica de la vida humana entre facticidad y trascendencia en que vivir humanamente es sobrevivirse, estar mas alla de lo dado. En que existencia es ex-sistencia (ex-ststere). En que la vida es sobrevida, levantamiento sobre nuestra confinacién, nuestra finitud, nuestro insularismo, tragicos para un ser cuya raz6n e imaginacién se dilatan sobre la propia individualidad. En este sentido escribe el profesor de Salamanca con volun- tad expansiva y plenificadora. Sublevandose contra los «mu- 44 ros» —de que hablaba Dostoievski— y aspirando a desbordarse en el alma de los otros, sus lectores, y en la realidad enigmatica de sus criaturas y su verbo. Tratando de romper las cadenas del espacio, del tiempo y la légica, «los grandes tiranos», para vivir en el mundo iluminado de la fantasia. Los judios, al salir de Egipto, ansiaban la tierra de promi- sién, y, una vez en ella, suspiraban por Egipto. Y es que que- rian las dos tierras a la vez, y el hombre quiere todas las tierras y todos los siglos, y vivir en todo el espacio y en el tiempo todo en lo infinito y en la eternidad.'? Hay, pues, una voluntad creadora en el sentido mas estric- to, arrancar fragmentos del ser a las oscuridades de la nada. Y de aqui que el ligamen entre don Miguel y su universo sea rigurosamente existencial. Que asistamos a una simbiosis 6nti- ca. Porque, ademas, esta réplica de la creacién divina no brota ya como en la metafisica cristiana, de la magnificencia de Dios, o de un desbordamiento incontenible cual en el emanantismo panteista, sino de una intima penuria. Es un ensayo desespera- do de prolongacién en quien se siente mera sombra, en quien per- cibié intimamente la nada en su corazon —«como un gusano», segtin la conocida metdfora sartriana, convertida en tragica vivencia. Es un gesto de naufrago que busca la tabla salvadora. Es, pues, una conexién existencial y soteriolégica, desde una vivencia angustiada de ser implorante de salvacién, la que se establece entre Miguel de Unamuno y el universo de su palabra escrita. Se unen ambos por un cord6n umbilical que pretende anudar sus vidas, comunicando en el mas radical estrato conceptual, el del ser. No se trata, pues, de la mera voluntad expresiva, por el dinamismo implicito en todo contenido de nuestra conciencia, o de exigencias autoclarificadoras. Tales intenciones aparecen como puro juego frente a un afan ahora tan estremecedoramen- te primario de vinculacién. Aquel que se da en el amor cuando tratamos de establecer tantdlicamente sobre nuestra soledad ontologica limitante una nueva realidad asumidora en un plu- ral unitario. Y de aqui que Unamuno tenga que dialogar tan insistentemente con su mundo. Medirse con su realidad. Asi, don Miguel se siente en el universo de su creacién siempre como en su carne propia. Cuando el escritor ha termi- nado, en lugar de retirarse, de recluirse en la ausencia, renace rebelde a toda aniquilacién, y se reencarna, como el Verbo, en 45 su propia creacién. Su proyeccién es explicita y constante; los personajes, fracciones de su alma polémica y multiforme; los cantos, sus hijos. El universo de la palabra como enigma metafisico Por tanto, el pensador vasco se ve abocado a plantear el problema entrafiado en la realidad enigmdtica de la palabra y la ficcion literaria; se ve forzado a una vision del universo del discurso en tercer grado de abstraccién, como enigma existen- cial. Si este mundo ha brotado de una experiencia de inseguri- dad y vaciedad ontolégicas cual instancia salvadora, el anhelo de plenitud metafisica se proyectara hacia él. Y habra que poner a prueba la consistencia de ese Ambito de realidades. Don Quijote y Sancho, gno son mas reales que Cervantes? ¢No fue lo primero la palabra, el logos, de donde todo ha naci- do? ¢No flotan los personajes de ficcién, como las ideas platé- nicas, por encima de la muerte? ¢No viven en la inocencia del «pecado original que ha sido la condenacién de lo ideal al tiempo»? Frente al sentido comun que entiende palabra y fic- cién como realidades adjetivas, gno seran lo verdaderamente real, y este mundo, desde el cual parece que se levantan, sola- mente su sombra? Entonces, gno tendré razén Platon, un Pla- tén nivolizado? La comparecencia de Augusto Pérez ante don Miguel era un momento inevitable en la experiencia metafisica que Unamuno ha iniciado al sentarse ante su mesa de escritor. Y la consiguien- te lucha de ambas realidades. Como era necesario también que el pensador vasco terminara plantedndose el problema de si realmente se vive en el mundo de la lectura y la escritura, si éste nos da vida o nos asesina, como ocurre en Cémo se hace una novela. Pero el tragico final de Niebla se anunciaba fatalmente. Es demasiado acusado en Miguel de Unamuno el sentido de la tierra, el amor al hombre de carne y hueso y el universo sensi- ble. Es sobradamente insobornable su «avidez ontolégica» —en la expresion de Meyer—, su hambre de realidades auténticas, para dar paso a una solucién de evasién. No servira de conten- to la metafisica esteticista del engafio a lo Wilde. Augusto Pérez regresard aplastado por el descubrimiento de su nihilidad para hundirse en ella sin que le quepa ya engafarse, buscando obje- tivos a su vida. Y los cantos moriran. 46 ¢Donde irds a pudrirte, canto mto? En qué rincén oculto dards tu ultimo aliento? iTG también morirds; morird todo, y el silencio infinito dormiré para siempre la esperanza!”° Buscando ansiosamente el palpo de lo real, no hemos toca- do sino la sombra de una sombra. No hemos encontrado la luz y la solidez al huir de la caverna platénica; por el contrario, hemos entrado en un tartaro mds penumbroso atin. Lo que parecfa una tabla salvadora se ha disuelto en la fantasmagoria. Y atin més se convierte en un ser rival enemigo que pretende ahogarnos, para salvarse él. El mundo creado, en efecto, resul- ta ambivalente para nuestros intereses; representa, si, una di- latacién de nuestro ser, pero también una enajenacién. La obra literaria como enajenacién Y es que en la medida en que vamos conquistando la reali- dad que nos rodea nos vamos perdiendo también en ella; ésta empieza a sublevarse y a dominarnos. Es la dialéctica hegelia- na del sefior y del esclavo, sin liberacion superadora; el prime- Tro se va poco a poco perdiendo en lo que crefa su dominio hasta invertirse los términos. Al transvasarnos y reencarnarnos en el universo que hemos forjado nos perdemos en nuestro ser personal. La alienacién nos acecha en cuanto empezamos a dilatarnos en la conciencia de los otros y en la figura de nues- tro mundo literario. En estas dos dimensiones se desarrolla, en efecto, el proceso enajenador de la creacion literaria. En la reali- dad misma de la palabra con su carga mortifera, en primer lugar. Y en el paso a la conciencia de los otros, los lectores, contempladores y recreadores de nuestro ser desde su perspec- tiva exterior. En el primer orden, la produccién literaria es intrinseca- mente consunci6n, anquilosamiento. Eso que se llama en literatura produccién es un consumo, o, mas preciso, una consuncién. El que pone por escrito sus pensamientos, sus ensuefios, sus sentimientos, los va consumien- do, los va matando. En cuanto un pensamiento nuestro queda fijado por la escritura, expresado, cristalizado, queda ya muer- 47 que lo sea por don Miguel, el regreso de las aguas a su fuente, el redrotiempo, la vida remontando su curso irreversible; y Unamuno, atado a la rueda del tiempo, no parece capaz de recuperar la nifiez perdida, de resucitar el nifio que la letra mat. En los momentos inmediatamente posteriores a sus cri- sis, en esta de Paris, como en la inicial de 1897, se produce el ensuefio regresivo. Ya entonces quiso identificarse con Nicode- mo y aprender de labios del Sefor la posibilidad de un segundo nacimiento. Sin embargo, después afirmara por boca de Joa- quin Monegro, cuando en didlogo con Abel Sanchez aparece entre ambos la imagen de la nifiez lejana, la imposibilidad de retornar a ella.”° Confesion que expresa la actitud triunfante de don Miguel. Asume su compromiso con el tiempo, el saber y el dolor, y seguira escribiendo, no ya para redimirse, sino para dejar al menos constancia de la injusticia radical del destino. El héroe prometeico sustituye al santo esperanzado. El agonismo general de Unamuno, su sentido dialéctico —dialéctica polémica en que el abrazo fusionante es el de los luchadores— se nos ha manifestado, pues, en el orden mas general concebible, en su dimensién mas amplia, la vinculaci6n del autor con la totalidad formal de su obra, aun antes de entrar en cualquier andlisis de contenidos. Pero hay atin aspec- tos muy importantes, desde el punto de vista metafisico, que no hemos tocado. En la experiencia que hemos hecho se nos ha revelado la consistencia peculiar del ser y, ademas, la relacién «criatura literaria-autor» nos ha entregado un modelo de la relacién metafisica «criatura-Creador». Es preciso indicar las perspectivas que desde aqui podemos ganar en la consideracién de Unamuno. La vivencializacién del ser en la obra literaria En el primer orden las categorias de ficcién, suefio, imagi- naci6n, teatro, aquellas en que nos hemos movido, nos han permitido desvelar y palpar la indole mds propia de lo real. Constantemente el profesor salmantino juega con las posiblida- des iluminativas para el entendimiento del ser que su juego literario le arroja, que en él se descubren. Después de haberlas poseido en el laboratorio de su creacién, las arranca de él y las proyecta sobre la metafisica. Asi en Niebla. Es un suefio de su autor, una novela, pero ¢no extiende su mundo y sus personajes ante nosotros el espectacu- 50 lo de lo que en realidad somos, un suefio, la pura imaginacién onirica de un autor sublimado, de Dios? Asi en El hermano Juan o La vida es teatro: la farsa, la accién sobre las tablas, no s6lo se denuncia a si misma en su teatralidad —constituyendo lo que podriamos llamar un teatro de conciencia refleja—,?” sino que, a través de su propio ser, transparenta lo que es la vida que se cree real. Puro teatro también. Mas al llegar aqui evitemos un equivoco, que encogeria singularmente el interés de estas ideas unamunianas. No se trata meramente de un entusiasmo en la vivencia de lo estéti- co, el cual arrastra a nuestro pensador hacia la absolutizacion de las categorfas en que se mueve como autor literario. Algo andlogo a la tendencia del fisico clasico hacia la construccién de una metafisica mecanicista, o en general la tendencia del especialista hacia la consagracién de sus conceptos usuales como claves de una imagen general de la realidad. Porque el pensamiento unamuniano, en sus supuestos filésoficos mas pro- pios, determina esta salida ante el problema del ser. No podemos, en efecto, resolver el «enigma de la Esfinge», la pregunta por el sentido de lo real, por el significado de la conciencia ante el mundo. La razén nos ensefia el puro absurdo contra el cual el corazén se revela. Y en la imposibilidad de una solucién integradora de las potencias totales del hombre, no cabe sino sonar, existir creadoramente, avivando nuestra fragil vida inmediata. Ante el problematismo que queda peren- nemente abierto, la imaginacién creadora es un grito de socorro y un esfuerzo desesperado de consolidacién. También el unico reposo que nos cabe, el de la belleza que gozandose en la pura forma detiene la angustia y el fluir.?® Todo ello respecto a nuestra situacién cognoscitiva, pero la fundamentacién ontoldgica es atin mas interesante. Al no arri- bar a tierra firme, tan patéticamente buscada en la «avidez ontolégica» de Unamuno, el ser se queda en pura evanescencia, como la palabra justamente, como la creacién de la fantasia literaria, como la realidad fugaz y equivoca del personaje sobre las tablas. Somos meras sombras, epidermis de una ultima nihilidad; la ficcién es nuestro mundo. Don Miguel ha partido de una intensisima vivencia de la creaturidad, mas en lo que ésta tiene de efimero, no de religa- cién fundamentada. Sintiéndose contingente, grita su nombre, Miguel, «Quién como Dios», y se lanza a la persecucién de lo definitivo. No llega, empero, como término sino a una nueva dialéctica, agénica, a un mutuo buscarse y luchar entre Dios y 51 el hombre. No consigue su esfuerzo a tocar la firmeza de lo divino. ¢Pura Idea? ¢Conciencia Universal? ¢Gran Silencioso? Querria don Miguel sentir reales por una parte a sus criaturas, por otra a Dios, mas la inseguridad radical se mantiene. Lo unico seguro es la fenomenalidad inmediata, el suefo, la forma cambiante cual la niebla, la realidad que en lo literario preci- samente asimos. Por ello, como ya antes veiamos, la novela unamuniana no es sélo un instrumento para el conocimiento del hombre, sino un 6rgano para la comprensi6n y vivencializacion de la meta- fisica. Constituye la posesién del ser en su formalidad mas reveladora. La entrada en el mundo de la literatura significa para Unamuno la vivencia de la metafisica como comprensién de lo real en cuanto tal. Péiesis y conocimiento Las Ultimas consideraciones nos han hecho asomarnos ya a los problemas que se plantean desde la relacién «criatura lite- raria-autor», entendida cual modelo de la relacion metafisica «ser contingente-Ser Creador». Pero el modelo unamuniano nos ofrece atin algunas perspectivas muy propias comparativamen- te con la relacién clasica, y merece la pena que nos detengamos algunos momentos. En la concepcién tomista, el universo de las criaturas nos servia por via de analogia para conocer las perfecciones del Creador. En una primera situacién de parale- lismo, el universo de la literatura nos da un vehiculo para el conocimiento de nuestra propia realidad. Pero la coincidencia entre ambos miembros de la analogia se queda ahi, dando lugar ahora a una cierta oposicién de planteamientos noéticos. En la metafisica clasica partiamos de lo dado como inmediato y claro —aunque no en si, naturalmente, sino quoad nos— ha- cia lo trascendente, enigmatico e invidenciable para la raz6n. Por el contrario, ahora arrancamos de la vivencia de lo inme- diato en cuanto borroso y problemdtico, de la enigmaticidad de nuestra persona y nuestra existencia, en términos que llegan mucho mas lejos que la pura afirmacién de la contingencia, que se afincan en una duda radical; y desde esta insatisfaccion nos lanzamos hacia el mundo de la artificialidad estética. Sobre el universo de nuestras patencias inmediatas, sobre nuestra morada sensible y cotidiana se ha extendido el miste- rio. Es un proceder clave dentro de la época moderna, que 52 facilmente suscita el recuerdo de la duda cartesiana, pero que se refiere también de un modo mas operante al impulso gene- ral de la ciencia moderna, que convierte el dato inmediato en una realidad a reconstruir desde otro universo mas profundo. La dialéctica de lo fenoménico y de lo nouménico se hace pre- sente aqui, aunque en Unamuno se desenvuelve en el dominio antropoldégico fundamentalmente, no en el del cosmos. El hom- bre cotidiano, patente, resulta una realidad secundaria, crepus- cular, fenoménica, que debe ser trascendida para descubrir lo auténtico. Pero no solamente hemos enigmatizado, enriqueciendo con ello poderosamente nuestra imagen de lo inmediato, lo que cotidianamente parece dado sin mas (hasta aqui habria incluso una cierta continuidad entre esta enigmaticidad y la idea cla- sica de contingencia), sino que, sobre todo, hemos inaugurado una nueva metodologia explicativa. Es el ingreso en el orden de la artificialidad como recurso. La creacién y penetracién en un mundo mas plenamente inteligible en cuanto resultado de nues- tro esfuerzo forjador. Algo que se aleja profundamente de la reverencialidad ante la naturaleza y las limitaciones de la tech- ne aristotélica. Asi ha utilizado el hombre moderno los concep- tos de la matematica y la realidad del laboratorio; después de vivirlos en un trato inmediato creador, los proyectamos como categorias explicativas. En don Miguel se trata del problema del hombre y, desde él, la metafisica en general. Se trata de patentizar, de desvelar la verdadera realidad, la intima, lo nouménico, rompiendo la cotidianidad. Para ello tratamos de hacer del misterio interior carne externa, extrafando lo entrafiable en estos personajes de ficcién que llevan las entrafias en la epidermis. Al crearlos sacamos a luz lo verdaderamente real, y desde este mundo dominado por nuestra manipulacién nos levantamos a una ex- plicacién y comprensién auténticas. La pdiesis, la tecnicidad estética nos permiten la inteleccion del mundo desde las pers- pectivas del creador. Literatura y vida En la obra de don Miguel se nos plantean, pues, con toda intensidad los ultimos y mas acuciantes problemas de la crea- cion literaria. ¢Qué tiene que ver la literatura con la vida? El haber Ilegado a esta pregunta resulta de un substrato biografi- 53 co muy preciso. Concretamente, el bloqueo del intimo proble- ma de Miguel de Unamuno, el de la fe, después de su crisis de 1897, partiendo desde su irresolucién hacia el mundo de la literatura. En los momentos inmediatamente posteriores a su noche de crisis —asi lo refleja en su Diario—, Unamuno, que ha roto con todo, con su preocupacién de escritor y de fama, con el qué diraén, con sus empresas temporales, muestra una gran angus- tia, que no puede ser ms sincera y noble, ante la tentacién de hacer literatura de su problema intimo. «Debo de tener cuida- do con no caer en la comedia de mi conversién.»* Llega a pensar con verdadera nausea en la posibilidad de convertir toda su crisis en una experiencia literaria. Y, por otra parte, muestra horror ante la idea de que pueda mantenerse su situa- cion de duda indefinidamente. ¢Estaré condenado a perpetua duda? ¢Caeré en un vida estupida y vegetativa? Tengo que humillarme atin mas, rezar y rezar sin descanso, hasta arrancar de nuevo a Dios mi fe o abotargarme y perder conciencia. O imbécil o creyente, no quie- ro que sea mi mente mi tormento y que envenene mi vida la certeza de mi fin, y la obsesién de la nada.*° Asi, se encuentra decidido a suspender su vida entera hasta conseguir la luz decisiva. Pero ésta no Ileg6 —o don Miguel no llegé a ella, seguin se quiera— y la vida se fue imponiendo. En mayo de 1898, un afio después, escribe: «Ahora que he entrado en relativa calma es cuando creo que voy rehaciéndome interiormente».*! Concreta- mente, los «cuidados de orden temporal y familiar», la preocu- pacién de sacar adelante su numerosa familia, a que tantas veces aludié el profesor de Salamanca, de llenar sus deberes académicos y continuar su vocacién de urgencias humanas en suma, son los apremios que no le permiten encerrarse en la celda de su problematica religiosa. Y asi la tensién queda la- tente bajo el quehacer cotidiano, que le distrae y le alivia de ella. [...] temo que si los cuidados de orden temporal y familiar se me alivian, resurjan mas potentes mis hondas preocupacio- nes, las de orden inmaterial y eterno. Ni un momento dejo de sentir en el hondo de mi espiritu el rumor de esas aguas.>? Mas, naturalmente, en el coraz6n de estas preocupaciones y tareas aparece la continuaci6n de su obra escrita. Sobre ella se 54 la pluma. Y aunque la literatura de los tibios, la del conformis- mo 0 evasi6n, no llegue siquiera a merecer examen, compare- ceran aquellas que hablaban de verdades ultimas, que querian ser antropologia y sociologia vivas, las del desconsuelo y deses- peranza, de la protesta, del compromiso, de la autodenuncia burguesa, del amor, de la revolucién, del cristianismo verdade- ro. Se les preguntara si fueron algo mas que puro juego retéri- co, snobismo, negocio de una sociedad que, como un lujo mas, se permite habitar durante unas horas un mundo de rebeldias o de exigencias insinceras. Si hicieron con su vida entera algo mas que rizar el rizo del esteticismo. Y cuando Miguel de Una- muno comparezca, por lo menos exhibira el mérito de haberse puesto en tela de juicio a si mismo, de haberse denunciado en la mas terrible y destructiva duda sobre su condicion, de ser el primero en convocar al tribunal y pedir su procesamiento. NOTAS . «Cuando yo sea viejo», O.C., XIII, pp. 203-205. La regeneracion del teatro espanol, O.C., Ill, p. 351. Sobre la europeizacién, O.C., III, p. 1.116. |. El secreto de la vida, O.C., III, p. 1.037. . Prélogo a Tres novelas ejemplares, O.C., IX, p. 420. . Colin Wilson: «Mas alla del Outsider», en Manifiesto de los jove- nes iracundos. Trad. F. Lépez Cruz. Dédalo, Buenos Aires, 1960, p. 69. 7. TC, O.C., Ul, p. 177. 8. Ibid., p. 225. 9, Véase el detenido estudio de Zubizarreta sobre la organizacién de estos distintos planos en Armando F. Zubizarreta: Unamuno en su ntvola, Madrid, Taurus, 1960. 10. Los naturales y los espirituales, O.C., Ii, pp. 834 y 835. 11. Intelectualidad y espiritualidad, O.C., I, p. 706. 12. AC, O.C., XVI, p. 480. 13. Niebla, O.C., IL. p. 996. 14. Por dentro, O.C., XIII, p. 323. 15. Véase el interesante estudio de C. Blanco Aguinaga: Unamuno, tedrico del lenguaje, El Colegio de México, Fondo de Cultura Econémica, 1954, 16. Para después de mi muerte, O.C., XIII, pp. 207 y 208. 17. CSHN, O.C., X, p. 858. 18. Discurso pronunciado en el acto de entrega de premios del concurso pedagégico celebrado en Orense en junio de 1903. 0.C., VII, p. 529. En adelante citaremos: Discurso... Orense. QUbwWN 57 Los testimonios de esta idea son numerosisimos, afiadiremos dos mas: «E] que os diga que escribe, pinta, esculpe o canta para propio recreo, si da al publico lo que hace, miente; miente si firma su escrito, pintura, estatua o canto. Quiere, cuando menos, dejar una sombra de su espiritu, algo que le sobreviva» (STV, O.C., XVI, p. 179). «Pero la pobre mujer de letras buscaba lo que busco, lo que busca todo escritor, todo historiador, todo novelista, todo politico, todo poe- ta: vivir en la duradera y permanente historia, no morir» (CSHN, O.C., X, p. 883). 19. El secreto de la vida, O.C., Ul, p. 1.041. 20. Para después de mi muerte, O.C., XIII, p. 208. 21. «Prélogo, CSHN>», O.C., X, p. 829. 22. Intelectualidad y “spiritualidad, O.C., III, p. 703. 23. Ibid., id. 24. «Cuando yo sea viejo», O.C., XIII, p. 205. 25. Rimas de dentro, O.C., XIII, p. 887. 26. «No te habia visto Iorar desde que fuimos nifios, Joaquin.» «No volveremos a serlo, Abel.» «Si, y es lo peor.» (Abel Sanchez, 0.C., II, p. 1.098.) 27. Véase C. Paris: «La inseguridad ontolégica, clave del mundo unamuniano» en Revista de la Universidad de Madrid, nums. 49-50 (Es- tudios sobre Unamuno), vol. XIII, 1964, pp. 93-123. 28, Véase «Hermosura», 0.C., XIII, pp. 233-235. 29. Miguel de Unamuno, Diario intimo, Prologo-estudio del P. Félix Garcia, Madrid, Escelicer, 1970, p. 24. La misma idea en p. 37. 30. Ibtd., pp. 235, 236. Puede observarse en esta edicién del Diario una insignificante errata, ya que en el texto de imprenta al pie de la pagina sobra un «me» antepuesto a «envenene mi vida» que no figura en el original fotocopiado y al cual naturalmente se ajusta mi cita. 31. Carta II a Jiménez Ilundain, en Hernan Benitez: El drama reli- gioso de Unamuno y Cartas a J. Itundain, p. 268, Universidad de Buenos Aires, Instituto de Publicaciones, 1949. Citaremos esta obra con la sigla DRU. 32. Carta III a Jiménez Ilundain, DRU, p. 275. 33. Diario, p. 25. 34. Ibtd., pp. 155, 156. 35. Ibid., p. 164. 36. Véase Colin Wilson: El poder de sonar. Version espafiola J. Ro- driguez Puértola y Carmen Criado. Luis de Caralt, Barcelona, 1965. 37. Albert Camus: Le mythe de Sisyphe, p. 15, 2.* ed., Gallimard, Paris, 1942. 58 II LAS INTENCIONES ESTETICA, RELIGIOSA, POLITICA, FILOSOFICA Y CIENTIFICA DE LA OBRA UNAMUNIANA ¢Qué es Unamuno en su obra? Clasificacién y descripcién. Pseudo-problema y problema Miguel de Unamuno es un escritor, el universo representa- do por su obra, un mundo de letras, de palabras, de libros. Son las afirmaciones elementales, obvias hasta la simplicidad, de que hemos partido en el anterior capitulo. Pero, al avanzar desde ellas, veiamos abrirse decisivos problemas y empezaba- mos a comunicar ya con los estremecimientos mas peculiares de la creacion unamuniana. Ahora vamos a arrancar, en esta circunvalacién de nuestro mundo a un nivel puramente formal, de una serie de pregun- tas, también de apariencia trivial, que incluso podrian ser de- nunciadas como psedocuestiones respecto a la vigorosa perso- nalidad de la obra unamuniana. Pero que tercamente vienen surgiendo en la critica, que tras su ingenuidad oculta un signi- ficativo sentido, y que de hecho nos llevan de la mano hacia nuevas precisiones. Si Miguel de Unamuno es un escritor, ¢a qué especie perte- nece dentro de este amplio género? Si estamos oteando un universo literario, ¢qué posibilidades realiza dentro de las usua- les clasificaciones en el mundo de la literatura? ¢Es filosofia? ¢Literatura de intenci6n estrictamente estética? ¢Mensaje poli- 59 tico nacional? Y si retine todas estas cosas, ¢que es en realidad esta singular obra? Mas de una vez la critica unamuniana se ha dejado condu- cir por estos derroteros. Especialmente sobre la pregunta: «¢Es Unamuno un filésofo?», se ha vertido bastante tinta. Quiza, podra observar alguien irénicamente, por la peculiar debilidad de los filésofos para dejarse atrapar por las pseudocuestiones, por su condicién inerme al asalto raptor de éstas. Pero es que también desde los otros campos surgen pregun- tas simétricas reveladoras de la misma perplejidad. ¢Es en realidad don Miguel un novelista, un poeta, un autor teatral? éNo encubre en realidad bajo estas rotulaciones —con las que, por otra parte, se complace en jugar— contenidos bien distin- tos de los usuales? Ya hemos rozado esta tematica en el ante- rior capitulo. ¢Y en el campo de la politica? Si ya no en el del activismo, incluso como pensador politico, :no resulta excesi- vamente original, extraho, dedicado a «su» tema de Espafia, «su madre loca», como algo propio, patrimonial, que se arran- ca a lo que para los demas este mundo representa? Y en el campo religioso evidentemente brotan consideraciones andlo- gas. La misma rebeldia a las comunes categorias del en- tendimiento. Sin duda, apenas aparecido en el horizonte este repertorio de cuestiones, inspiradas en el espiritu de clasificacién y con- vencionalismo, sentimos una espontanea descarga de indigna- cién. Es facil denunciar este tipo de preguntas, la trivialidad de su alcance. En primer lugar, ¢qué eficacia tienen? ¢Para resol- ver la posicién de las obras de don Miguel en un catdlogo bibliografico? ;Para determinar su inclusion en el programa y los textos de una asignatura? Que se las entienda el que se vea abocado a dichos menesteres, que a quien aspira a unirse a don Miguel en sus tremendas congojas, a habitar su dificil mundo, poco le importa saber como se puede catalogar esta aventura suya. Por otra parte, tal planteamiento —se puede afiadir— res- ponde a una ideologia cultural estereotipada, pedantesca y fal- sa. Es la vision de la cultura en compartimientos estancos. Algunas mentes dominadas por estas convencionales cuadricu- las llegan a formular acusaciones de intrusismo. Un cientifico no tiene derecho a escribir de filosofia, un filésofo a invadir la teologia. Cada 4mbito cultural debe encajarse, ademas, en cier- tos requisitos formales de exposicién que no se pueden violar sin incurrir en la célera de este tipo de pseudocultura y sus 60 esbirros. Se erige, asi, un codigo de formas rituales para cada universo cultural, olvidando la profunda unidad de la vida, cuyo empuje rebosa, hace estallar tales esclusas. Supuestos de variado tipo se conjugan en esta mentalidad, que dibujada en las anteriores lineas algo caricaturescamente no deja de detectar una realidad, que desgraciadamente se podria ilustrar incluso con concretos ejemplos. Sociolégicamen- te se respalda en la estructura de la sociedad burguesa, que ha llegado a erigir un nuevo régimen de castas. El sefior funciona- rio, el sefior doctor, el sefior general, el catedratico, el prefecto. Hay que saber en cada momento a quién se dirige uno para interpretar los rituales precisos. El] hombre queda perdido en su uniforme. Y en el universo de la produccion escrita es tras- plantado el mismo régimen, el sefior debe ser poeta o cientifi- co, novelista o pensador, ensayista si divulga o autor de sesu- das monografias situado en el clan profesoral. Y aqui viene la hybris unamuniana, la desmesura, la rebel- dia ante tales moldes, atin mas hiriente en quien fue capaz de integrar en esta actitud al perfecto padre de familia, al catedra- tico, y hasta al rector, sin necesidad de histrionismos bohemios en su protesta. Un Unamuno que desde sus primeros escritos denunciaba la divisién y especializacién del trabajo —tanto del intelectual como del mecdnico—, que después seguia clamando contra la profesionalizacién de la religién y el patriotismo en el sacerdote y en el militar.’ Que vefa en la profesion un enemigo de nuestra mismidad.” Y concretamente respecto a su condicion de profesor de griego se esforzaba en ser lo mas «antiprofesor» y «anti-helénico» que le cabia.? Pero con esta infraestructura socioldégica se alia la légica esencialista y predicativa. Aquella que se moldea sobre la fér- mula del juicio «S es P»;* decisiva en toda la filosofia aristoté- lica. Y segun la cual el conocimiento propiamente consiste en la atribucién de la esencia general al individuo, en la inclusion de éste dentro del esquema de los conceptos universales, inmu- tables y dados, cuya inteligibilidad ilumina el mundo real. La pregunta clave entonces resulta de la investigacién del qué. Y también aqui tropezamos con la radical sublevacion unamunia- na. Ahora contra la ideocracia, frente a toda alienacién «esque- mocratica», Miguel de Unamuno, que se proclama especie t ca, como su arcangélico patron en la concepcién tomista. En el fondo, definitivamente, a través del ritualismo y del esencialismo se pretende evadir el terror primario ante el con- tacto directo con lo real. Ese terror y ese asombro césmico en 61 el mensaje de las cosas exentas, brutales, insoslayables en su individualidad, su realidad hiriente, su misterio. Se trata de eludir al hombre, buscando al especialista, amparado por la cobertura maternal de la sociedad. De esquivar la acometida, bronca, taurina, de la vida en su fuerza primigenia y oscura, tras el burladero de las formas preestablecidas. De conseguir el conjuro y la evasién magicas con la utilizacion de las etiquetas que clavan las abruptas individualidades en el museo de las clasificaciones. Pero Miguel de Unamuno lo que busca es precisamente el hombre de carne y hueso. La reinstalacién en una experiencia primaria ante la naturaleza desnuda, la nada, la falsedad de nuestra sociedad. De la cual precisamente brota la lucha entre el hombre que quiere afirmarse con su péiesis mitolégica y antropomorfizante y la realidad brutal, prosaica, inhumana. Entonces, en esta sublevaci6n contra los géneros, los arque- tipos, las ideas muertas, en este esfuerzo por instalarse en lo radical, ¢qué posibilidades de respuesta nos quedan a la pre- gunta «¢Qué es el escritor Unamuno?»? Habria que responder tautolégicamente: Unamuno es Unamuno. El mundo por él creado, un universo culturalmente propio, genuino, inetique- table. Tales afirmaciones, por muy irrebatibles que se muestren, no parecen, ciertamente, arrojar mucha luz. Sin embargo, no carecen de eficacia ilustrativa. Primero por lo que nos ensefian de repulsa, de voluntad realizadora de un proyecto propio, no convencional. Después, mas positivamente, porque en realidad lo que indican es que hay que pasar de una légica de la inclu- sién a una ldégica de la descripcién. Nos situa en la necesidad de hablar sobre esta fisonomia propia, y sabemos que se puede hablar del individuo, a pesar del aforismo clasico que establece la inefabilidad de lo individual. En esta descripcién pueden ingresar las categorias que se estrellaban planteadas como pre- guntas clasificadoras. Por otra parte, es evidente que el caso Unamuno no resulta tan especial; lo que ocurre es que algo en definitiva comun se proclama aqui de una manera més consciente y llamativa. Cada uno es filésofo, meditador de lo politico, esteta o religioso a su manera. Bajo los mismos rétulos se sittian tantas veces conte- nidos e intenciones distintos, o por lo menos modalizados pe- culiarmente. Don Miguel denuncia esta equivocidad de las de- signaciones comunes al nivel de los universales: 62 765 15! 88 81 era omen eat okt re PtP Tf, ani Rae T Ste LTT tnt ent Cm Terre Aes experimentando un ensanchamiento c art - SOUGen etn err cee serie ret Cent rf to total de Unamuno en cuanto fp r hanza de la nad Pa bts Mas tal intento retrotrae inmediatamente __térica y la pluralidad a sobre incégnitas de alcance fundament mer ate) éQué es lo que significa el mundo no sdlc ABT Some eo erat tet come eee y del pensamiento, sino de la cr Cary netraci autor con Unamur of Penn sce Tear tt Temi UP teeta ete Rare tet vir y hacer vivir a sus lectore salva- _ simultaneadas con la ded Sent Ce Seti meetin) ina ae Pann ues Ease lt. Cn categorias usuales aplicadas a este f OPT COM RPS Mar eee rales Cee cone tenner) Penton itera a critica socia CeCe re cere Tas y politica es bien conocida, a través de CPO ME arc md mn hocee a catay Kak tales como Fisica y File | t a obra de Unamuno en una cor ir oe ee a ee 7 OEE core mo estes , ura de su mundo intelectual, Elrapto de la cu Fle Rar ecru n che monster Tm Oca eT eat rer teerae ee metas Sea tar algunos titulos de su am Perttettem men tie me tr Scan TITLE Peart eshte T ran expresivas de don Miguel. D. e tr eee Oe ate eter no de organizar una arquitectura de tesis a. Vision crit cy: R.D.C.C node a teeta eet tat elas

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