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LAS BODAS

DE

LUISA JOSEFINA HERNÁNDEZ


LAS BODAS

ESTRENADA en el Foro de Sor Juana Inés de la Cruz, Centro Cultural


Universitario, el 3 de agosto de I992. Director: Ricardo Ramírez Camero.
Actuaciones de Ángeles Marín y Luis Cárdenas. Con apoyo escénico de
Ernesto de Villa. Escenografía y Luces: Arturo Nava. Música original e
interpretación: Gustavo Martín

ESTA OBRA debe representarse siempre con un


solo actor y una sola actriz: para ello está planeada. Gran parte del interés escénico es ver
desarrollarse todo el contenido a cargo de una sola pareja. Además, esta peculiaridad es su
complemento temático porque deja ver en forma plástica la idea de una constante en la
selección de las parejas humanas, todas de acuerdo con un ideal ancestral pero algunas más
cerca que las otras.

También es necesario que el público se entere por algún medio de comunicación explícito
de los tiempos en que ocurren las siete escenas: puede ser un altavoz, un letrero, etc. No
conviene que el público ignore que existen dos escenas localizadas en un PASADO, otras
dos en un FUTURO Y las otras en un PRESENTE numerado I, I, III.

La época de esta obra podría situarse en los setentas y el lugar se menciona al principio
de cada cuadro. Este tipo de obra requiere de actuación minuciosa, porque se refiere a
sentimientos tan delicados como intensos; su apoyo es la actuación, la comicidad es leve, el
mensaje jamás podrá llamarse alegre. La verdad interior no es alegre.

Cuernavaca, enero de 1991.


PRESENTE I

ES EL SITIO de una excavación arqueológica,


puede haber pedazos de ruina o pirámide en los telones de fondo, o diapositivas, según las
necesidades del espacio y el presupuesto. Pero el ambiente NO es turístico, sino de trabajo,
debe recordar fuertemente que cada piedra, cada joya, cada vasija ha sido rescatada del
olvido de siglos, en ocasiones reconstruidas pacientemente por un equipo de especialistas:
hombres y mujeres con gran espíritu de sacrificio que a veces pasan años viviendo en
instalaciones primitivas, soportando climas insalubres, expuestos a microbios exóticos,
alimentándose y vistiendo sin mayor cuidado. Para las tres escenas que han de desarrollarse
aquí se necesita un fragmento de habitación en donde hay una mesa con pedazos de
cerámica dispuestos para restauración, cepillos, brochitas, pegamento, etc., sillas y bancos
como de cocina. Si es posible, la entrada a una excavación debe verse o sentirse muy cerca.

Teresa Quintana está sentada frente a la mesa, muy concentrada en su trabajo de


reconstrucción que viene a ser como hallarle la solución a un rompecabezas. Tiene unos
35 años, indudable eficiencia, vestida como para enfrentar temperaturas tropicales y
ambiente -de selva. Aquí sería locura maquillarse, peinarse en forma complicada o
vestirse con ropa no estrictamente práctica. Pero esta sencillez obligada saca a luz el Ser
femenino sin disfraces y en Teresa, a pesar del profesionalismo, hay una condición vul-
nerable muy evidente. Entra en escena Jean Marie Renaud. Cuarenta años, mucho
atractivo y no necesariamente belleza, atuendo adecuado como si acabara de salir de una
tienda europea especializada en ropa para exploradores, pero sin dar la impresión de
inutilidad. Tiene el sello del periodista europeo, lleva una cámara de cine modernísima,
una mochila con el material complementario y que se adivina pesada. Está muy acalorado,
lo cual no le impide mirar a Teresa con ojo de hombre experimentado, como para tomarle
la medida. Su modo de ver es francamente frío, ha contemplado demasiados seres
humanos, hombres y mujeres, su evaluación de ellos tiende a ser baja. Habla un español
perfecto, a veces busca demasiado las palabras, la cortesía laboriosa y algo irónica.
Empieza a llover suavemente y eso lo decide a interrumpir a Teresa.

JEAN MARIE: Buenas tardes.

TERESA: (Se pone de pie sobresaltada). No esperaba visitas. Pase usted. (Le tiende la
mano con amabilidad natural). Siéntese. (Él lo hace después que ella, agradeciendo con la
cabeza). No tengo nada que ofrecerle; el té y el café están en otro... lugar de éstos.

JEAN MARIE: (Aceptando disculpa con un ademán). Me llamo Jean Marie Renaud, a sus
órdenes. Vengo como enviado del manual arqueológico y geográfico Los Dos Mundos,
para hacer un reportaje largo. Desde hace dos meses se anunció mi visita, lo arreglos se
hicieron con el doctor Mallén.

TERESA: (Riendo). Con razón nadie ha dicho nada. La esposa del doctor contesta la
correspondencia y a los dos se les olvida todo. Apuesto a que lo recibieron muy
sorprendidos.

JEAN MARIE: Así es. Usted se llama Teresa...

TERESA: Teresa Quintero, sí.

JEAN MARIE: ¿Doctora graduada en la Sorbona?

TERESA: (Previendo la ironía). No en el doctorado para extranjeros, en el normal.

JEAN MARIE: Felicitaciones. Pero es mexicana.

TERESA: Sí.

JEAN MARIE: ¿De primera generación?

TERESA: (A la defensiva). ¿Qué clase de pregunta es ésa?


JEAN MARIE: Significa sencillamente que su aspecto es criollo. (Se ríe).

TERESA: (Con ánimo, pero sin agresividad). ¿Qué tiene de malo? ¿Quiénes pensaba que
eran los mexicanos? Y usted, ¿de dónde es?

JEAN MARIE: (Empezó a escuchar divertido, ahora no lo está). Yo... me nacionalicé


canadiense.

TERESA: ¿Dónde nació?

JEAN MARIE: En Bélgica; en Brujas.

TERESA: Y ahora trabaja para una publicación francesa. ¿Por qué abandonó su
nacionalidad?

JEAN MARIE: ¿Qué importancia puede tener todo eso?

TERESA: Absolutamente ninguna, pero usted empezó... (Se miran como si se enfrentaran,
ella cede. Gana su cortesía). Mi padre es español y mi madre fue francesa, ambos llegaron
a México como refugiados de la guerra civil española, recién casados. Yo nací aquí, lo cual
me hace una mexicana como otra cualquiera.

JEAN MARIE: Con la diferencia de que su primer idioma fue sin duda el francés.

TERESA: Igual que el suyo. ¿Y qué?

JEAN MARIE: (Tranquilo). No, nada. ¿Cuántos idiomas habla?

TERESA: (A punto de decírselo, recuerda lo pedante que se oye). No me acuerdo.

JEAN MARIE: (Suelta la carcajada). Hábleme de su trabajo.

TERESA: (Con un esfuerzo de profesionalismo). Me han asignado la mayor parte de los


trabajos de la Tumba Quince porque... la descubrí. En realidad no trabajamos así, hay espe-
cialistas para todo, o sea que en cada tumba han estado tres o cuatro personas: un
restaurador, un antropólogo, un laboratorista... (Jean Marie saca una grabadora de su
mochila y la echa a andar)... y el arqueólogo propiamente hablando. Ahora resulta que
estamos cortos de personal por la época de lluvias, pero no Podemos abandonar la tumba
así mida más... Digo, el agua podría dañar los frescos, también hay animales y hay...

JEAN MARIE.: Seres humanos.

TERESA: (Asiente). Seres humanos dañinos. Ladrones y gente que gusta de destruir.

JEAN MARIE: (No del todo serio). En Cambio usted gusta de preservar, reconstruir,
rescatar civilizaciones perdidas.

TERESA: (Mirando la grabadora). Bueno, ésa es mi profesión.

JEAN MARIE: Hábleme de la Tumba Quince, todos los periódicos europeos la han
mencionado.

TERESA: (Sonríe, este asunto la apasiona). Pues... es una excepción por ser doble.
Usualmente encontramos tumbas individuales en esta región y en algunos casos tumbas
sobre impuestas cuando se trata de dinastías o de sucesiones de poder. Éste es un caso...
distinto. (Jean Marie empieza a divertirse por los rodeos de Teresa). Son dos personas de
diferente... sexo. Una especie de matrimonio... (Se limpia la cara y el cuello con un
paliacate que saca de su bolsillo), o... algo así.

JEAN MARIE: (Apaga la grabadora). ¿Dónde puedo adquirir un pañuelo así?

TERESA: (Quien todavía se debate con los detalles de la tumba). ¿Dónde...? Ah (Sacando
otro paliacate limpio y doblado del bolsillo trasero de su pantalón). Aquí tiene, los
compramos por docena, es lo único que aguanta, por algo existen... (Jean Marie lo toma, lo
extiende); luego le doy más si necesita.

JEAN MARIE: Gracias. (No lo usa, lo mira sosteniéndolo en el aire).


TERESA: No hay de qué. Son... como la comida, necesarios. (Juan Marie lo dobla
transversalmente y se lo pone al cuello, con un gestecillo de hombre guapo). (Teresa se
ríe). Son para secarse el sudor. (Jean Marie la mira de frente otra vez). Claro, puede usarlo
como quiera.

Ella no resiste la tensión, se levanta y vuelve a frotarse la cara con su


paliacate arrugado como para demostrar lo que ha dicho; la verdad es que
está dejando ver su cuerpo sin una intención consciente de hacerla; Jean
Marie la revisa rápida y conscientemente, prende la grabadora de nuevo.

JEAN MARIE: (Drástico) La tumba de unos amantes, decía usted.

TERESA: No estamos seguros... Podrían ser... hermanos. La historia de ellos no ha


surgido claramente en los frescos. El doctor Mallén habla de unos gemelos celestiales.

JEAN MARIE: ¿De origen celeste?

TERESA: De una especie de... paraíso. No posterior a la muerte sino anterior a la


existencia. Y en ese caso esta tumba sería el... Regreso al paraíso.

JEAN MARIE: ¿Ese concepto de la eternidad amorosa es afín a la cultura indígena de esta
región?

TERESA: Pues no. Eso es lo especial de la Tumba Quince: los huesos y las ropas dejan ver
una especie de... abrazo, (Teresa no sabe qué le pasa, pero frente a este hombre, lo
referente a la hipótesis amorosa le resulta difícil de describir). Son hipótesis, ¿sabe usted?
Será claro cuando acabemos de interpretar los... (Va a decir "frescos", se le hace
repetitivo)... También hay descripciones ideográficas, están surgiendo apenas, el espacio es
bastante grande.

JEAN MARIE: ¿Podrían ser personajes reales?

TERESA: Sí, claro. Pero no hemos hallado símbolos de realeza o de autoridad... Sólo
una... imagen celeste, como le decía (Se limpia de nuevo can el pañuelo), jubilosa. Esto, el
júbilo, también la distingue; hasta ahora se han identificado en las paredes formas de flores,
animales ornamentados, hojas, algún incensario; todo forma una maraña, como si fueran los
objetos elegidos y revueltos para expresar una felicidad activa, indestructible.

JEAN MARIE: (Seco). ¿Usted identifica la euforia con el amor?

Teresa mira la grabadora; él no la apaga; ella aprieta los labios con


determinación para obligarlo a hacerlo, insiste con los ojos. Él la apaga.

TERESA: (De buena fe). No es mi punto de vista personal, señor Renaud. Para todos
nosotros, se trata de un trabajo interpretativo en el cual obligatoriamente deben existir
hipótesis basadas en datos objetivos.

JEAN MARIE: Entiendo. (Ahora muy tranquilo). Y desde su punto de vista personal,
¿identifica la euforia con el amor?

TERESA: (Trata de ser dueña de sí misma). No resulta realmente importante. En


arqueología interesa sobre todo la... digamos el sentido común, la claridad. Hasta la
originalidad intelectual puede llevar al error aunque por supuesto, sea en sí una virtud. ¿Se
imagina lo que ocurriría si los arqueólogos proyectaran sus experiencias personales?

JEAN MARIE: Yo jamás hablé de experiencias. (Teresa se mortifica, su rostro toma una
seriedad digna, como si hubiera renunciado a comunicarse con Jean Marie; éste lo capta).
Era una pregunta formulada con la intención de conocer su actitud con respecto a la tumba
(Amable, un poquito suplicante). Me ha contestado usted, por supuesto. (Teresa no levanta
los ojos. Está luchando con su emotividad, molesta por haber dado evidencias de ella).
Merci.

La palabra francesa hace su efecto. Ha sido pronunciada con infinita


cortesía. Teresa levanta los ojos y sonríe abiertamente por primera vez.
Esta sonrisa, para Jean Marie, es como una pedrada o un flechazo, se pone
en pie inmediatamente; guarda su grabadora en la mochila, toma su saco.
Ella, un poco alarmada, se queda frente a él sin saber qué esperar. Está a
punto de establecerse una tensión intolerable, provocada por él; ella
empieza a apretarse las manos. Él le mira las manos, comprende y vuelve a
la naturalidad con una suavidad inesperada.

JEAN MARIE: Doctora Quintero, ha sido un placer. Tendremos oportunidad de hablar de


nuevo sobre todo esto. Mi estancia está prevista para un mes o mes y medio, sobra tiempo.
Si a usted no le molesta le pediré que me muestre la tumba y me la explique. Cuento con su
bondad, espero no abusar de ella.

TERESA: (Aliviada). No, señor Renaud, encantada de serle útil. En realidad... (Mira al
cielo, ya no llueve)… en época de lluvias...

JEAN MARIE: (La examina atentamente, con emotividad). Me recuerda usted a alguien, a
quien conocí muy bien.

Este comentario es clave para Teresa. Lo mismo le sucede a ella y hasta


ahora cae en la cuenta.

TERESA: (Con una repentina amargura). Usted también me recuerda a alguien.

JEAN MARIE: ¿A quien conocí muy bien?

TERESA: No. Justamente. No. Buenas tardes, señor Renaud; ojalá disfrute su estancia
entre nosotros.

JEAN MARIE: (Levemente como un sacerdote que da su bendición). Que así sea.

Sale y la deja mirándolo, sin hablar.

Oscuro.
PASADO I

Deben desaparecer todos los objetos característicos de la instalación arqueológica. Queda


una banca en el primer término y es una de tantas que hay en el paseo del Prado, en
Madrid.

Teresa debe hacer unos pequeños cambios de indumentaria que la convierten en una
turista experimentada. Jean Marie, unos cambios más drásticos, porque ahora es un
mexicano de viaje por Europa: no ha ido antes, está inseguro de su comportamiento y
también de otras cosas. Ahora se llama David Pedroza.

Teresa y él vienen en gran agitación, ésa que preside los grandes pleitos. Toma a Teresa
de un brazo y prácticamente la obliga a sentarse. Él pone un pie sobre la banca.

DAVID: Mira Teresa, es absolutamente ridículo hacer de este viaje que hemos estado
planeando durante un año, un verdadero infierno. (Ella calla, muy obstinada). Nos
casamos, hemos sido felices pero ambos tuvimos compromisos de trabajo que nos im-
pidieron salir de luna de miel en su momento. Lo hacemos ahora... y mira. (Ella calla).
¿Qué rayos te pasa? Nadie se pelea en su luna de miel. Tú tenías la excavación, yo
preparaba mis dibujos para exponerlos. Trabajo cumplido. ¿Y ahora de qué se trata?

TERESA: Probablemente, sucede que la gente no pelea en su luna de miel porque las
novedades de la convivencia sexual las compensa de la convivencia en general.

DAVID: En suma, estás frustrada porque hemos hecho un viaje sin novedades.

TERESA: No se trata de eso. En París estuvimos bien.


DAVID: No, no estuvimos bien. Estás tan acostumbrada a usar el trabajo como una droga
que el irte de vacaciones te enloquece, no podías estar quieta, querías ver y ver cosas que ya
conocías bajo el pretexto de mostrármelas.

TERESA: Eso siempre sale mal, cada quien debe hacer sus propios descubrimientos. Nadie
disfruta que le enseñen nada, particularmente si se trata de su pareja. Todo el mundo
resiente esa situación.

DAVID: Yo no soy un resentido.

TERESA: (Harta). ¿No?

DAVID: No. Y además, si así lo pensabas, ¿por qué actuar como una guía de turistas?

TERESA: Pensé que querías conocer museos, lugares históricos, monumentos.

DAVID: Pero no así. Si quisiera eso, hubiera venido en una excursión.

TERESA: Y te hubieras perdido de mucho; además hubieras tenido que soportar a los
compañeritos de viaje. Pero dime una cosa: al principio parecías muy contento y también
después. Sólo ahora te parece insoportable. ¿A qué se debe exactamente? (David no sabe si
decírselo; cambia de actitud, termina por sentarse junto a ella). ¿Qué fue lo que te molestó
en especial?

DAVID: (Después de pensarlo). El hecho de haber descubierto tu frasco de Valium.

TERESA: ¿Qué importancia puede tener eso?

DAVID: Tú no lo tomas normalmente... Que yo sepa.

TERESA: Lo tomo de vez en cuando.

DAVID: Un día me lo dijiste, hace como seis meses... Y no se me olvidó. Lo tomas cuando
tienes que enfrentar de buen grado situaciones que te resultan inaguantables. Y tú has
estado tomando por lo menos dos pastillas diarias.
TERESA: (Enojada). ¿Has estado contándolas?

DAVID: (Enojado también). Sí. (Teresa se echa a andar como si fuera a dejarlo sólo en la
banca. Él la alcanza y la regresa casi a la fuerza). ¿Adónde ibas?

TERESA: A la agencia de viajes; vuelvo a México.

DAVID: (Más enojado que irónico). ¿Sola?

TERESA: ¿Por qué no? Te dejo aquí con suficiente dinero para que conozcas Madrid a tu
gusto.

DAVID: ¿Por qué mencionas el dinero?

TERESA: Porque no vas a vivir del aire.

Teresa saca de su morral una libreta de cheques del viajero y empieza a


firmarlos. Está muy violenta.

DAVID: No es por eso.

TERESA: (Firmando). ¿No?

DAVID: Es para darte el gusto de hacerme notar que este viaje se ha hecho con dinero
tuyo.

TERESA: No puedo hacerte notar cosas evidentes. Y si hay algo evidente en el mundo,
son las chequeras y las firmas.

DAVID: A mí no me interesa tu dinero.

TERESA: (Fría dispuesta a perderlo todo, firmando). No el mío en especial, es cierto,


Mira, David, jamás te he visto acercarte a una mujer pobre en todos los años que llevo de
conocerte.

DAVID: (Furioso y frío, eso es cierto). No es verdad.


TERESA: Sí es verdad. Hay personas como tú. Consideran que los demás deben sentirse
favorecidos con su presencia, su predilección o su amor, y por lo tanto les resulta natural
que se les pague por esos privilegios que, a la larga, como es natural, dan resultados cada
vez más dudosos.

DAVID: No sé de qué me hablas. Estás diciendo necedades. Si quieres pele arte conmigo,
estoy de acuerdo, pero no inventes.

TERESA: (Busca un sobre para meter los cheques). No estoy inventando.

DAVID, en un repentino arranque histriónico, se arrodilla a su lado,


tratando de rodearla con sus brazos.

DAVID: No seas cruel conmigo, Teresa. (Quizá con alguna verosimilitud). Haz de mí lo
que quieras.

TERESA: (Entre dientes). Están mirándote. Siéntate por favor.

DAVID: (Se sienta). ¿Estás arrepentida de haber venido?

TERESA: Estoy avergonzada de haber venido, que es peor. Es como haber comprado un
artículo de calidad... mediocre y que además no era necesario.

DAVID: (Lívido de ira). ¿Sabes qué? Me la vas a pagar.

TERESA: (Rompe a reír). Ya me cansé de pagar. Y de que resientas todo lo que digo. Si
fueras congruente, me escucharías aunque no te interese lo que hablo; porque, ¿sabes?, no
te interesas de verdad. Un dibujante de cierto prestigio debería conocer pintura y tú no
quieres. ¿Sabes por qué? (David calla). Porque todos los cuadros que ves te dan envidia. Y
eso es grotesco. Tú no puedes pasearte por el Museo del Prado carcomido de envidia por
los cuadros de Velázquez... de Goya, que se te antoja más. ¿Te das cuenta?

DAVID: (Se da cuenta). Cállate antes de que te rompa la boca.

TERESA: Trata de controlarte. Es la última vez que hablas conmigo.


DAVID: (No lo cree). Estás loca.

TERESA: Estoy llegando al máximo de cordura. (Arregla algo en su morral, luego lo


cierra). Voy a la agencia de viajes, luego al hotel y después al aeropuerto.

DAVID: Empiezas por ofenderme y ahora me dejas botado.

TERESA: ¿Te da miedo? No sé por qué. Aquí se habla español.

DAVID: Estás diciendo cosas imperdonables.

TERESA: Claro, por eso no pienso volverte a ver. Y para terminar de una buena vez te voy
a decir otra. Observo que no has dicho que pagarás tus gastos de viaje con dinero de tus
dibujos ya vendidos y que todavía te deben. (David calla. Claro que no lo ha dicho y en el
fondo, es lo que verdaderamente teme. Teresa suelta la carcajada). Toma los cheques, tu
pasaje y tu pasaporte. Con eso puedes vivir un mes si gastas con discreción. (Los pone en el
banco junto a él).

DAVID: (En voz baja). Estúpida.

Teresa se echa el morral al hombro sin mirarlo, empieza a caminar. Esta


desoladísima, avergonzadísima, mucho más de lo que David estará nunca.
Él cuando considera que ella no lo ve, recoge los papeles y se los pone en la
bolsa interior del saco, el cual abrocha luego cuidadosamente.

Oscuro.
PASADO II

Estamos en un hotel campestre en Montreal, Canadá. Hay un asiento rústico, o sea la


banca de siempre. Hace frío pero no tanto como para no tener un encuentro al aire libre.
Los actores deben añadir en su vestuario prendas de invierno: chamarras, bufandas, quizá
guantes. Charlotte está esperando desde hace rato: se para, se sienta, son claras su
angustia y su impaciencia; es una mujer, sin embargo, que confía en su autodominio, su
desenfado, su buena apariencia. Jean Marie es el que conocimos en la escena 1, pocos
años más joven. Llega por fin y se queda viéndola, sin hablarle mientras ella trata de
hacerse dueña de la situación. Charlotte debe hablar con un poco de acento americano,
pero la abundancia de ademanes y la pedantería son enteramente los usuales en una mujer
profesional de ese país.

CHARLOTTE: (Besándolo). Querido. (Jean Marie no corresponde, ella no se da por


aludida). Te agradezco tanto que hayas venido. Es maravilloso poder disfrutar de un fin de
semana completo... Solos tú y yo. (El rostro de Jean Marie se endurece. Ella lo besa de
nuevo. Él la mira de frente, como le gusta hacerlo y ella vuelve la cara). Siéntate. ¿Cuándo
fue la última vez? ¿Hace seis semanas? (Jean Marie no contesta, la mira con atención. Ella
está poniéndose nerviosa a pesar de sus resoluciones). ¿Qué? ¿Tengo algo de extraño?
(Ensaya una sonrisa bella y que sin duda ha recibido muchas alabanzas. Él tuerce la boca
y la mira con mayor frialdad, si fuera posible. Ella se ríe). Jean Marie, si has venido,
podríamos sacar mejor partido de esta estancia, ¿no te parece?

JEAN MARIE: (Duro pero no enojado). No he venido a quedarme, sabes perfectamente


bien que viajo a Nueva York esta misma noche.

CHARLOTTE: (Sin poder contenerse). ¿Solo?

JEAN MARIE: No. Eso también lo sabes. Voy con una amiga mutua, la señora...
CHARLOTTE: (Sin poder evitarlo). Fremont.

JEAN MARIE: (Sonríe, ella cayó en la trampa) ¿Ves qué bien lo sabías?

Charlotte camina un poco, trata todavía de tomar una actitud que ella y
otras muchas personas llamarían civilizada. En realidad caerá en un estilo
de ser que a Jean Marie le desagrada especialmente.

CHARLOTTE: Lo sé. Pero no me parece importante. Puedes ir a Nueva York, diviértete


un poco si así lo deseas... Y regresar. (Ríe). Pensé sólo que disfrutarías más de este fin de
semana conmigo aquí que con la señora Fremont en Nueva York.

JEAN MARIE: A estas alturas deberías haber comprendido que no es así. (Irónico). No
hay comparación entre Nueva York y un hotelito campestre cerca de Montreal. Además,
pienso hacer un reportaje sobre las últimas adquisiciones del Museo de Arte Moderno.

CHARLOTTE: (Irónica a su vez). Ah, es un viaje de trabajo.

JEAN MARIE: De trabajo y placer combinados.

CHARLOTTE: Seguramente la señora Fremont tiene ya hechas reservaciones para llegar,


al Hotel Plaza.

JEAN MARIE: Estás perfectamente informada.

CHARLOTTE: No estoy informada. Ésa es su costumbre cuando sale del país con alguno
de sus jóvenes acompañantes.

JEAN MARIE: (Sonriendo). Es su modo de hacer bien las cosas.

CHARLOTTE: (Mostrando casi su furia, no del todo). ¡Pero tú no eres uno de sus jóvenes
acompañantes!

JEAN MARIE: Esto tengo que decidirlo yo, ¿no te parece? (Pierde la paciencia a su vez).
¿Por qué no puedo ser uno de ellos? ¿Cuál sería la diferencia?
Charlotte lo mira, baja los ojos. Trata de recomponer su rostro.

CHARLOTTE: (Suave). Tú y yo nos amamos. (Jean Marie calla como si la frase tuviera
ecos. Pausa). Yo, a ti, no te haría algo parecido. (Más emotiva). No es posible que te guste
ir a Nueva York con una mujer mayor y representando el papel de protegido. La señora
Fremont es millonaria, cincuentona y alcohólica.

JEAN MARIE: La señora Fremont es una mujer encantadora. En cambio tú no eres


millonaria ni cincuentona ni alcohólica. (Muy cruel ahora, aceptando de lleno el papel de
gigoló). ¿Cuáles son tus ventajas?

Charlotte se le acerca como si fuera a abofetearlo, para lo cual él está bien


dispuesto. Ella cae en la cuenta a tiempo y puede controlarse; sonríe.

CHARLOTTE: Bueno, perdona haberte hecho venir, no pensé que te importara tanto ese
viaje. Quizás el próximo fin de semana...

JEAN MARIE: (Sentándose, muy relajado en apariencia). Me dejaste un recado diciendo


que necesitabas hablar conmigo urgentemente. Habla.

CHARLOTTE: Puedo esperar una semana.

JEAN MARIE: Ya manejé hasta aquí. Y luego haré dos horas de regreso. Habla de una
vez, el tiempo tiene un valor.

CHARLOTTE: No... Hoy no es la ocasión propicia. La semana entrante podríamos venir


juntos, manejaría yo.

JEAN MARIE: Charlotte, hay una cosa que me intriga especialmente. ¿Podría
preguntártela?

CHARLOTTE: Claro.

JEAN MARIE: ¿Por qué crees que humillarte hasta ese grado te enaltece ante mis ojos?
CHARLOTTE: ¿Lo creo?

JEAN MARIE: Evidentemente. Fíjate quién eres y cómo te portas.

CHARLOTTE: ¿Quién soy?

JEAN MARIE: Una mujer de éxito. Ganas más dinero del que necesitas escribiendo para
la televisión, tienes un departamento espléndido, cambias coche cada año, tu vestuario no
tiene límites. Y lo que es peor, eres joven, atractiva y sin duda inteligente. Cualquier
hombre se sentiría muy favorecido por la suerte si le permitieras llevarte a bailar una noche,
no digamos a un hotel. En cambio, insistes en buscarme y en pagar mis gastos.

CHARLOTTE: Soy igual que la señora Fremont, ¿no es así?

JEAN MARIE: Igual, no. La señora Fremont no le da a los hombres una importancia
indebida; es una mujer de mundo y no pienso que jamás se haya dejado humillar.

CHARLOTTE: ¿Más abajo que la señora Fremont, entonces?

JEAN MARIE: Mucho más abajo, porque te has permitido asistir a una de sus fiestas,
sabiendo perfectamente bien que es mi amante, sólo para demostrarme que eso es algo que
no te afecta. Y ¿sabes qué?, debiera afectarte.

CHARLOTTE: ¿Esperabas escenas de celos?

JEAN MARIE: Esperaba una indiferencia total y permanente.

Charlotte no encuentra respuesta. Más bien va desechando las que se le


ocurren. Pausa.

CHARLOTTE: Aún ahora, podría complacerte.

JEAN MARIE: (Furioso de pronto). ¡No hagas nada por complacerme! ¡No deseo ser
complacido! Esas actitudes se toman por honor, por, dignidad, por simple sentido común,
no por complacer a la persona que nos ofende intencionadamente.
CHARLOTTE: (De pronto temblorosa). ¿Quieres decir que das por terminadas nuestras
relaciones?

JEAN MARIE: Nuestras relaciones se terminaron por sí mismas hace más de un mes.
(Más enojado). ¿No te habías dado cuenta? ¿No entiendes o no oyes, Charlotte? ¿No te
entra en el cerebro que tu formulación es más absurda? ¿Cómo puedes pensar que ésta es
una relación viva y que tú la terminas ahora si yo quiero y me complace?

CHARLOTTE: (Como si en realidad fuera sorda). ¿Resientes el hecho de que yo gane


más dinero que tú?

JEAN MARIE: Sencillamente me rehúso a compartir tu dinero. ¿Te extraña?

CHARLOTTE: (Agresiva de pronto, se arrepentirá). No pensé que tuvieras esos


escrúpulos.

JEAN MARIE: No con la señora Fremont, contigo sí.

CHARLOTTE: (Igual). ¿Porque te doy una importancia indebida y tú quieres pasar


inadvertido?

JEAN MARIE: Sí, así es. Es una forma de decirlo. ¿Cuál era la urgencia?

CHARLOTTE: (Pausa). Nada.

JEAN MARIE: ¿Era solamente para hacerme venir?

CHARLOTTE: No. Estoy embarazada.

Jean Marie se lo esperaba y sin embargo siente por primera vez que un hijo
es una presencia, un ser humano tangible y completo, aparte de ellos dos,
pero no está dispuesto a ceder porque piensa que ningún niño se merece un
padre conseguido a fuerza de mañas y contra su voluntad.

JEAN MARIE: (Por fin). No me sorprende.


CHARLOTTE: No tienes otros hijos, ¿verdad?

JEAN MARIE: No.

CHARLOTTE: No te interesan.

MARIE: A ninguna mujer le ha interesado engendrar conmigo y además he tenido


relaciones sólo con mujeres se embarazan cuando así lo desean, incluyéndote. (Se pone
pie). No tengo ningún comentario que hacer.

CHARLOTTE: ¿Nos veremos la semana entrante?

JEANMARIE: La semana entrante estaré en Centroamérica, haciendo un documental.

CHARLOTTE: ¿Lo decidiste ahora?

JEAN MARIE: No. Hace más de un mes. (Le da la espalda, está a punto de irse. Se
vuelve, muy cruel). Te concedo una cosa, no haces escenas de llanto. No gritas. Eso está
bien. Adiós, Charlotte.

Sale caminando despacio, muy tenso.

CHARLOTTE: (Cuando él ya no la oye). Tampoco digo cuánto te amo.

Entonces siente náuseas y mientras viene el Oscuro, podemos escuchar el


sonido del vómito revuelto con sollozos iracundos y palabras apenas
comprensibles: Maldita sea, maldita sea yo, maldito sea todo, etc.
PRESENTE II

Instalación arqueológica. Teresa como en el cuadro primero, sentada frente a la mesa que
tiene los fragmentos de cerámica, casi ha reconstruido una vasija. Tiene el rostro plácido,
atento. Su persona destila la pureza de quienes se entregan profesionalmente. (Aguacero
tropical cae con gran insistencia). Aparece Jean Marie silenciosamente. También ahora la
contempla antes de hablar: la conoce. Ella empieza a tararear una canción. Él sonríe.
Jean Marie se quita un impermeable de hule estilo marinero con ligeros ruidos como si
acabara de llegar. Ella levanta los ojos; en ese movimiento pueden leerse variados
sentimientos, pero uno predominante, la reserva; por debajo de ella, quizás una atracción
que va más allá de lo confesable, pero la tónica general es de una cortesía mutua mucho
más emotiva que convencional.

JEAN MARIE: Buenas tardes, doctora.

TERESA: ¿Cómo le va con toda esta lluvia? Cuelgue la capa para que se escurra; se secará
en un momento.

JEAN MARIE: (Riendo). ¡Nada se seca! No recuerdo haber vivido en un ambiente tan
húmedo por años, es como una vaporera (Teresa asiente y sigue trabajando). Anoche
terminamos de limpiar los frescos y de poner el protector, ¿es eso lo que la tiene tan
contenta?

TERESA: Sí. Le agradezco tanto su ayuda. Sabe reaccionar en una emergencia; por su
profesión... Me imagino.

JEAN MARIE: (Se deprime visiblemente). Mi profesión... Claro (Se deja caer en la banca
buscando la mayor comodidad). En realidad lo más atractivo de mi profesión son los viajes.
Supuestamente vivo en Montreal, pero nunca he estado allí más de dos meses seguidos.
TERESA: Es nómada, ¿no? Yo soy sedentaria... realmente mi domicilio oficial es la
ciudad de México... más o menos, claro; he estado fuera más de dos años. (Sigue atenta a
su trabajo. Jean Marie se acomoda como para poder verla a su gusto). Claro, mi verdadero
domicilio es el apartado postal, como el suyo ha de ser la lista de correos.

JEAN MARIE: (Sonriente). En Montreal me ocurrió literalmente; durante dos veranos


dormí en mi coche... con visitas frecuentes a los baños públicos. Por falta de dinero y
también por falta de entusiasmo.

TERESA: ¿Qué clase de entusiasmo?

JEAN MARIE: General. También... estaba evitando la insistencia de una mujer. (Pausa.
Teresa sigue trabajando). No sé por qué siempre termino hablando de ella, nunca la quise.
(Teresa sigue igual). Mi querida doctora, esa maldita cerámica es un excelente recurso para
no mirar a las personas mientras ellas le hacen confidencias. Si estuviéramos en un bar con
una copa en la mano, yo no le hubiera contado tantas cosas.

TERESA: (Aparentemente tranquila). Es la lluvia también. En la temporada de lluvias


todos hablamos mucho.

JEAN MARIE: Menos usted.

TERESA: (Un poco sorprendida). Yo también hablo, ¿no le he contado a usted toda mi
vida? Mi infancia, mis padres...

JEAN MARIE: ¿Por qué no habla usted de hombres, cuando yo hablo de mujeres? Usted
pone cara de monja. ¿Es usted monja por casualidad?

TERESA: (Ingenua) ¿Yo? (Jean Marie Suelta la risa). Estuve casada un poco más de un
año.

JEAN MARIE: Esto me hace comprender, a base de conjeturas.


TERESA: (Seria, con cierto disgusto). Era como un espejismo, ¿sabe? una alucinación.
Haber creído que algo valioso y entrañable se me revela en una persona y luego al tocarla
se desvaneciera en el aire…

JEAN MARIE: (Casi aterrorizado; ésa es su experiencia). No diga usted esas cosas.

TERESA: Creía que estaba preguntándomelas.

JEAN MARIE: Es que... se trata exactamente de eso, un espejismo. ¿Y cómo?, ¿cómo


saber cuándo?

TERESA: ¿Cuándo qué?

JEAN MARIE: (Cuidadosamente, quedo). ¿Cuándo es el objeto auténtico? ¿Sólo hasta


que se toca?

TERESA: Como la cerámica.

JEAN MARIE: Con una diferencia. La cerámica auténtica evidentemente existe.

TERESA: (Rápida) Aunque haya que reconstruirla, aunque a veces lleve meses rehacer
una vasija perdida en un montón de tierra y hecha pedazos, aunque...

JEAN MARIE: Eso que dice me confunde horriblemente; si alguien me hiciera eso...

TERESA: ¿Qué?

JEAN MARIE: Reconstruirme, limpiar y pegar mis pedazos para poder al fin darme un
certificado de autenticidad...

TERESA: (Suelta la carcajada) ¿Qué está diciendo?

JEAN MARIE: Yo tendría mucho miedo. Miedo de que después de haberme completado
descubriera que soy el mismo espejismo de siempre, la alucinación...; con la desventaja de
haber causado más molestias que si se me hubiera podido diagnosticar inmediatamente
(pausa). No creo que el tiempo deba perderse, tengo una gran prisa.

TERESA: (Mirándolo esta vez) ¿Prisa de qué?

JEAN MARIE: (También mirándola) De... no sé ¿No se angustia usted cuando piensa que
está sujeta a un veredicto final?

TERESA: (Sencilla) ¿Yo? ¿De quién?

JEAN MARIE: Por el momento mío. (Teresa deja de trabajar, quita las manos de sobre
la mesa, baja los ojos). Quiero saber si es usted aquella que... debe ser porque siempre, para
los seres humanos, hay alguien que debe ser. Y según parece hay dos tragedias, una pasarse
la vida sin hallar la persona, la otra... (Se pone en pie, da unos pasos como si la acosara.
Ella se frota las manos debajo-de la mesa) cuando se da el encuentro. Y eso es como la
muerte.

TERESA: (Tratando de ser dueña de sí misma). ¿Quién dice?

JEAN MARIE: Los antropólogos y los psicólogos, entre otras gentes.

TERESA: (Tristemente) Las Bodas del Paraíso, ¿verdad? El matrimonio ancestral, el


génesis, el monstruo amorfo con dos cuerpos.

JEAN MARIE: Eso último, no. La armonía misma lograda entre dos cuerpos dotados de
espíritu, quizá. ¿Ya qué viene la tristeza?

TERESA: Dice usted que eso es como la muerte y yo podría añadir que el haberse
equivocado es también así; con ello muere una parte de nosotros, como un hijo abortado.

JEAN MARIE: (Enojado) Bueno. ¡Pues hay que morirse! Nadie perdura. Y no me hable
de hijos, yo tengo un hijo y ni siquiera lo conozco porque... (Se golpea muy aprisa) su
madre resultó ser un objeto hábilmente falsificado, conscientemente falso. ¿Ve usted? Y
por eso yo no me sentí obligado a casarme con ella. (Dura y dolorosamente). Tengo pues
un hijo que rio verá a su padre, sino a su madre fraudulenta, toda su vida (la mira) ¿No me
dice nada?

TERESA: No. Nada. Yo no tengo hijos.

JEAN MARIE: (Tratando de recobrar un tono razonable). Tiene libertad y es usted dueña
de sí misma sin haber pagado un precio.

TERESA: (Interrumpiendo) Ah, pero sí pagué un precio, la soledad, la tristeza, el ridículo,


el estar obsesionada por un hombre y verme obligada a esperar con dolor que el tiempo
desgastara su imagen.

JEAN MARIE: (Se acerca como si fuera a tocarla y ella se pone en pie, no en forma
defensiva sino para marcar su terreno). Se borró la imagen, espero.

TERESA: Sí. Se borró la imagen.

Ahora los dos tienen conciencia de estar enfrentándose, en una


contemplación mutua equivalente a un análisis, no a un acto de arrebato.
Parece un trozo de película o una fotografía.

JEAN MARIE: (Rompe el congelamiento). Usted sabe que me voy dentro de quince días.

TERESA: Sí.

JEAN MARIE: ¿Ha notado que no me acerco a usted y que no he hecho el menor intento
de seducida?

TERESA: Físicamente, no. Pero desde que llegó no hace sino tratar de seducirme.

JEAN MARIE: ¿Por qué? ¿Cómo se atreve a ser tan sincera? Ese tipo de sinceridad es una
falta de respeto.

Teresa va hacia donde él dejó la capa de hule y se la pone; se vuelve a él


sonriente, pero no burlona.
TERESA: (Haciendo una caravana cómica). Evidentemente.

Sale. Jean Marie se deja caer en la banca. Está muy serio, casi ofendido;
luego suelta una carcajada corta y sale a caminar bajo la lluvia con los
hombros encogidos, todavía riendo.

Oscuro
FUTURO I

Cuatro años después el mismo lugar, un poco cambiado; la mesa se ha convertido en el


escritorio del doctor Samuel Ferrer, arqueólogo colombiano, de 45 años. Las diferencias
entre él y Jean Marie, apenas en edad y detalles al gusto del director. Hay mucha luz, un
calor de 35 a 38 grados. Aparece Teresa más adelante, un poco tensa aunque sigue siendo
atractiva. Adivinamos en ella un tipo de desgaste emotivo y una reserva que le merman
vitalidad. Está vestida con ropa muy ligera, pero de ciudad.

TERESA; Samuel. Buenos días. (Él se levanta para saludarla). Siéntate por favor. (Él lo
hace; la presencia de Teresa lo ha puesto nervioso). Vengo a despedirme. Ya está listo
todo. (Samuel baja los ojos, es un momento temido por ambos y evitado por ella). Cuando
regrese ya no te veré, ¿no es así?

SAMUEL: Así es, Teresa. A menos de que... (Pausa, se decide) me alcances en Bogotá o
en Inglaterra, como tú quieras.

TERESA: Pienso estar aquí un año más. (Ríe como para cambiar de conversación). Llevo
seis años diciendo lo mismo. Después de tres tumbas, un recinto y la exposición de vasijas,
podría darme por satisfecha. Y…

SAMUEL: Y dos libros de éxito y un tercero en la imprenta. Y la fama que te dio la


Tumba Quince. Pero sólo tú puedes decidir si estás satisfecha o no. Además, no estoy
haciéndote una oferta de trabajo... Estoy pidiéndote que te cases conmigo.

Teresa se lo temía, pero está dispuesta a poner en claro el asunto de una vez
por todas.

TERESA: Una oferta vitalicia de trabajo, en otras palabras.


SAMUEL: (Ofendido). Yo estoy enamorado de ti. (Razonable). Por lo demás, no creo que
tengas vocación de ama de casa ni de madre de familia.

TERESA: No puedo tener hijos, a lo que parece.

SAMUEL: (De mala fe). ¿Lo intentas?

TERESA: Estuve casada un tiempo suficiente... Hace un siglo.

SAMUEL: Y... ¿El señor que te escribe de lugares extraños? (Teresa está a punto de
contestar agresivamente, pero calla). ¿Sabes de quién hablo?

TERESA: (Tajante). Las cartas no fecundan.

SAMUEL: (Resentido). Te equivocas, las cartas fecundan. Cuando recibes una, te cubres
de fosforescencias como sucede con los árboles cuando el viento los moja con el aire
salitroso del mar. No pareces una mujer sino un fantasma. (Ella calla). Luego la mirada: te
cambian los ojos y la sonrisa... Hasta la manera de andar. Eres otra. Teresa se muere y
vuelve a nacer cuando llega otra carta. Y ni siquiera son frecuentes. Y luego, el ritual de la
respuesta. (Está atormentándola y lo sabe, pero no puede callarse). Te he visto mandar
unas cartas, apenas caben en el sobre y también a veces, retirarlas antes de que vengan a
buscar el correo y substituirlas por otras más delgadas, releerlas, y romperlas...

TERESA: (Seria). Muy bien. Y si has notado todo eso, ¿para qué me propones
matrimonio?

SAMUEL: ¿Cuánto tiempo hace que no ves a tu corresponsal?

TERESA: Cuatro años.

SAMUEL: Ah. Pues por eso, por eso te propongo matrimonio. El hombre que desaparece
cuatro años, no vuelve.

TERESA: No, no vuelve. No se trataba de eso.


SAMUEL: Si yo fuera un hombre discreto me hubiera conformado con leer tu manuscrito
sobre la Tumba Quince. Las Bodas del Paraíso, ¿no? (Burlón y resentido). Cuando
nacieron, ya se habían pertenecido, ya llevaban un sello que les permitiría reconocerse en
este mundo y deambular algún día por el otro. Quizá, con buena suerte, podrían aún
compartir una tumba que será descubierta a su vez por la otra pareja.

TERESA: Basta. ¿No te parece? Me pregunto si tus proposiciones matrimoniales son


siempre así.

SAMUEL: (Todavía alterado). No. Estuve casado, cuando acababa de graduarme, con...
Una mujer rica. Tenía ideas muy románticas sobre la arqueología y quería que entre los dos
hiciéramos un mundo de trabajo y excavaciones. Esto mismo hemos tenido tú y yo. Ella me
propuso matrimonio... y me llevó a Egipto.

TERESA: Y tú sigues creyendo que es romántico, ¿no es así?

SAMUEL: Con ella no lo fue. Parecíamos personajes de película inglesa con nuestro
disfraz para safari. No puedo recordarlo sin sentir vergüenza.

TERESA: Eso me pasa a mí con algunas cosas. Cuando uno siente vergüenza, hay que
divorciarse.

SAMUEL: y cuando uno siente que podría vivir con una persona sin avergonzarse jamás,
¿no hay que casarse? (Teresa no contesta. Pausa). Yo estoy seguro de no serte indiferente,
¿por qué me tienes desconfianza?

TERESA: No es eso. ¿Desconfianza, dices?

SAMUEL: (Todavía irónico). Desconfianza. No me conoces desde el origen. Nada más


desde hace dos años, cuando estabas desfalleciendo de pura soledad y con el cerebro
retocado de basura antropológica y fantasías sobre la antigüedad de tu... pasión por ese
belga de mierda. (Teresa va hablar, renuncia a hacerlo). Ni siquiera tienes fuerza para
defenderlo.
TERESA: Lástima, porque al parecer, necesita ser defendido. Pero no, no tengo fuerza.

SAMUEL: Y, ¿cuánto tiempo piensas vivir así, alimentándote de cartas? Me encantaría


leer aunque fuera una.

TERESA: (Sencilla). Ni lo sueñes.

SAMUEL: (Suave ahora). Sólo para enterarme de las cosas que se te dicen con intención
de conquistarte. (Tranquilo de pronto). Todo porque a veces me parece que estoy usando
un lenguaje equivocado. Eso es. No me comunico porque mis palabras no te llegan.

TERESA: Me llegan, no te preocupes. De otro modo; no hubiera temido tanto esta ...
entrevista.

SAMUEL: Estabas preparándote para ser maltratada, ¿no es cierto? (Teresa asiente).
Bueno querida, pues ya cumplí tus más altas aspiraciones, ya te maltraté y ni siquiera te has
negado explícitamente a casarte conmigo. Es tu turno.

TERESA: (Resuelta a aprovechar la oportunidad). Tú ya sabías que no iba a aceptar. Me


haces esta proposición por cumplir con la idea que tienes de ti mismo; porque tú, Samuel,
sabes de sobra también otra cosa: si yo aceptara, ambos seriamos muy infelices. ¿Sabes por
qué? Porque no se frecuentan las tumbas en vano y no estoy refiriéndome a esas Bodas del
Paraíso que te provocan tanta agresión y tanta burla, sino a la fama que las tumbas llevan
consigo, a las invitaciones, a las publicaciones, a los viajes y... al dinero. Dentro de cuatro
años te referirás a mí como una mujer rica que conociste en una zona arqueológica, la
segunda en tu vida. ¿Crees que te será fácil ser el segundo en importancia? Si por lo menos
tuvieras otra profesión.

SAMUEL: (Pensativo). ¿En qué idioma se escriben?

TERESA: (Queda). En francés.

SAMUEL: (Celoso otra vez). Tengo razón entonces. Y dime, cuando lo sueñas, ¿también
hablan francés?
TERESA: (A punto de salir, casi maternal). Samuel, que tengas mucha suerte, hasta luego.

SAMUEL: (Acercándose a ella). ¿Serias capaz de darme un beso?

Teresa de pronto llorosa, luego sollozante, le da la espalda.

TERESA: No, Samuel. Muchas gracias. No puedo darte un beso.

SAMUEL: No llores así. No te sientas así. (La abraza castamente). No, Teresa, nunca
quise molestarte tanto, son los celos. Es tan difícil... Aceptar esas cosas.

TERESA: Son mis cosas. Yo ya las acepté.

SAMUEL: Que la felicidad sea sólo profesional.

TERESA: (Separándose). Que sea profesional. Y como dices, siempre quedan las tumbas
para dos.

SAMUEL: ¿Y yo?

TERESA: ¿Tú? Tú vas a encontrar muy pronto alguna otra mujer rica y romántica, ese es
tu sello.

SAMUEL: ¿Siempre repetimos los errores?

TERESA: Hasta que un acierto impide la repetición.

SAMUEL: ¿Qué es para ti un acierto?

TERESA: Un encuentro con el producto auténtico: para ti, la mujer rica y romántica
perfecta.

SAMUEL: ¿Y esa es la felicidad?

TERESA: No. Hasta luego, Samuel Ferrer, se me está haciendo tarde.


SAMUEL: Buen viaje.

Oscuro. Muy rápido.


FUTURO II

Follaje. Es un lugar de la India en época de calor. Si se pudiera usar una silla cómoda,
con parasol y una mesa, sería lo ideal para sentar a María Josefa Espejel, la millonaria
sudamericana que viaja con Jean Marie Renaud. Está maquilladísima, vestida con un
atuendo muy caro y bebe algo que forzosamente debe ser whisky de acuerdo con las
costumbres de su país; siempre tendrá menos de cuarenta años. Entra Jean Marie, también
con buena ropa, agobiado por el peso de la cámara de cine y la mochila; deja todo sobre
el banco y luego se sienta muy agotado.

MARÍA JOSEFA: ¿Y qué? ¿Nada? ¿Ni un beso? (Jean Marie no le presta atención).
Entra a bañaste para que te refresques y luego te tomas un wisquesito aquí conmigo. ¿No,
mi amor? (Jean Marie se pone en pie y la examina, dando vueltas a su alrededor). ¿Qué?
¿Tengo monos en la cara?

JEAN MARIE: No, quédate quieta. Deja de chupar alcohol. Ese movimiento echa a perder
el efecto. (Ella pone el vaso sobre la mesa). Pon las manos juntas sobre la mesa, como si
fueras a tomar el cenicero. Ahora míralo. Eso, ha te muevas.

MARÍA JOSEFA: Oye, ¿por qué no me tomas una película?

JEAN MARIE: No se trata de eso. No hables.

MARÍA JOSEFA: (Con voz de niña mimada). Tú no me vas a decir si yo hablo o no.

JEAN MARIE: Lo de la película no es mala idea, una película muda, claro.

MARÍA JOSEFA: (Precoz). Yo sé que tú quieres ofenderme, pero no vas a salirte con la
tuya porque yo sé muy bien una cosa: para pleitos se necesitan d6S y no quiero pelear.
Se sopla con un abanico de encaje comprado sin duda en España. Jean
Marie, sin poderlo evitar, se ríe.

JEAN MARIE: Eres simpática. No cabe duda. (Se vuelve a echar en el banco).

MARÍA JOSEFA: (Animada por la risa). Claro que soy simpática y la gracia es toda mía,
no de tu imaginación. Nunca me dices que te haga reír, por ejemplo.

JEAN MARIE: Eh... No. Me da risa a pesar mío.

MARÍA JOSEFA: Dame un beso.

JEAN MARIE: Cuando me bañe.

MARÍA JOSEFA: ¿Por qué siempre te haces del rogar, Jean Marie? (Ha pronunciado Yan
Magui).

JEAN MARIE: No digas así mi nombre. Si tienes que decirlo, apréndelo. (Pronuncia
lentamente, a la francesa). Jean Marie Renaud.

MARÍA JOSEFA: (Lo dice rápidamente con acento español). Ya Magui Guenó.

JEAN MARIE: No. En todo caso prefiero "mi amor", aunque sea del peor gusto.

MARÍA JOSEFA: ¿A quién quieres que me parezca y a quién quieres que no me parezca?

JEAN MARIE: (Tomando del vaso de ella, sin agresividad). Quiero que te parezcas a
quien no eres y que no te parezcas a ti misma.

MARÍA JOSEFA: Ay, mi amor, pero qué pesado eres tú. ¿Sabes una cosa? (Pregunta
retórica que no exige atención). Tú estás buscando un imposible. (Solemne ante esta
verdad profunda). Lo que soy ya lo soy, y lo que no, no tiene remedio. (Queda muy
satisfecha de su esfuerzo).

JEAN MARIE: Por supuesto, sólo que si cambiaras de peinado, por ejemplo...
MARÍA JOSEFA: Eso sí que no. Ya me has hecho cambiar de peinado tres veces y aquí
no hay peinadora.

JEAN MARIE: ¿María Josefa, tú crees en la identidad a través del compuesto racial?

MARÍA JOSEFA: ¿Qué quieres decir con eso? ¿Es porque estamos rodeados de negritos?

JEAN MARIE: (Más indulgente que paciente). Son hindúes, los negritos son otros.

MARÍA JOSEFA: Pues yo los veo bien negros. Mi papá, que en paz descanse, decía que
la identidad la dan los dólares. Y yo lo creo. Porque adonde yo voy, con la chequera en la
mano soy alguien. Si no llevara ni un centavo, no sería nadie. Y así en todos los países. En
los hoteles, en las tiendas, en las peluquerías...

JEAN MARIE: (Igual, más bien divertido). Así pues yo no soy nadie. No tengo chequera.

MARÍA JOSEFA: (Alarmada). ¿Quieres una, mi amor? Puedo sacarte una cuentecita en
Suiza, para que tengas tu chequera.

JEAN MARIE: ¡No! (Suelta la risa). ¡Qué mujer más extraña eres!

MARÍA JOSEFA: (Catarata de palabras). Al contrario, ya me lo había dicho mi madrina:


"María Josefa, tú te vas a enamorar un día de estos y hasta te vas a largar de este país sin
decir adonde y le vas a sacar al suertudo ése su cuenta en el banco". (Pausa corta,
rememorativa. Luego, práctica). Pero de verdad, de verdad, tú no la necesitas, porque yo
soy la encargada de pagar las cuentas. Así estuvimos de acuerdo, porque a ti este reportaje
te lo pagan cuando lo entregues, ¿no es así? Y cuando salimos de New York estabas bien
limpio, ni UN quinto que yo sepa.

JEAN MARIE: Describes mi situación crudamente, pero con fuerza verbal.

MARÍA JOSEFA: (Por puro amor a la exactitud). Bueno, tenías un poco y lo gastaste en
un regalito que le ibas a mandar a una amiga tuya. Una de esas cosas que venden en el piso
bajo del Museo Metropolitan.
JEAN MARIE: Metropolitan Museum of Art.

MARÍA JQSEFA: No seas malo conmigo. Ya tú sabes que el inglés no se me pega. (Otra
vez rememorativa). ¿Te acuerdas? y se lo diste a un viejo, al doctor no sé quién.

JEAN MARIE: Doctor Mallén.

MARÍA JOSEFA: Eso es. (Con interés, más bien amable). ¿Qué fue lo que compraste?

JEAN MARIE: Una réplica.

MARÍA JOSEFA: ¿Qué es eso, chico? No se llamaba así. Eran dos figuritas juntas,
hombre y mujer, unos siameses de ésos pegados por... algún lugar, parados en una estrella
como si eso se pudiera.

JEAN MARIE: ¡Qué don de observación!

MARÍA JOSEFA: Yo así soy. Pero bueno, ¿qué es una réplica? (Jean Marie no le
contesta, se ha puesto tan triste que parece haber cambiado de color. Ella lo nota). Mira, si
tú no quieres, no tienes que decírmelo, yo me conformo con no saberlo.

JEAN MARIE: (Suave). Eso está bien. Confórmate con no saberlo. (Pero la tristeza no se
va. Pausa). ¿Sabes lo que se necesita para ser el gigoló perfecto?

MARÍA JOSEFA: (Virtuosa). Eso no puede ser perfecto, porque es una cosa muy mala.

JEAN MARIE: Una gran industriosidad, una gran paciencia, Un profesionalismo


largamente practicado. Hay personas que piensan en el atractivo personal, en el buen
carácter o hasta en el sentido del humor. Y no es cierto. Sólo la paciencia nacida de la
indiferencia profesional.

MARÍA JOSEFA: (Vagamente angustiada). Yo no sé porqué me hablas de eso. Nunca he


visto uno de esos hombres. Lo que pasa es que no tienen moral, ¿no es verdad?

JEAN MARIE: Es verdad. No tienen moral.


MARÍA JOSEFA: Claro, no tienen buenos sentimientos.

JEAN MARIE: No los tienen...

MARÍA JOSEFA: Ni religión.

JEAN MARIE: No.

MARÍA JOSEFA: Bueno, ¿Y qué tienen, pues?

JEAN MARIE: Ya te lo dije. Paciencia, práctica y hambre, con alguna frecuencia.

MARÍA JOSEFA: (Está diciendo una antigua verdad familiar). Porque no se administran
bien; cuando la gente se administra bien siempre tienen dinero.

JEAN MAREE: Eso es muy sabio, voy a bañarme, (María Josefa se pone en pie, se trata
ahora de un proyecto brillante. ¿No quieres que te quite la ropa Y te enjabone la espalda?

María Josefa pone manos a la obra y empieza a vaciarle los bolsillos y a


poner las cosas sobre la mesa: corta-plumas, cerillos, lápices, objetos que
no identificamos, finalmente un paliacate azul, muy bien doblado. Lo
desdobla agarrándolo de una punta.

MARÍA JOSEFA: ¿Y qué es este trapo tan raro?

JEAN MARIE: (Quitándose lo con un movimiento rápido). Es algo que nadie en este
mundo puede tocar. (Empieza a doblarlo). Es un pañuelo milagroso que me cuida y me
acompaña. MARÍA JOSEFA: (Con mirada de comerciante). No vale nada.

JEAN MARIE: Para ti, no. Para los otros, tampoco. Para mí. (Se lo guarda en su mochila,
se acerca a ella). Sigue desvistiéndome querida.

MARÍA JOSEFA: (Suelta la risa). Vamos adentro.


JEAN MARIE: (Indiferente y sin humillarse). Nunca ha sido mala idea. Parte de mi
administración, además.

Él sale y ella detrás de él. Bebiendo el vaso de whisky, muy animada.

Oscuro
PRESENTE III

La excavación. No llueve, pero el cielo está casi negro. Teresa " está terminando de
limpiar la mesa, que en este momento está desocupada. Luego le pone una tela negra o
roja y encima, una vasija reconstruida, esplendorosa, única, con la belleza total que suelen
presentar las vasijas precolombinas. La contempla, luego va hacia la entrada de la
instalación.

TERESA: Jean Marie. Ya. Venga. (Él entra, como en el cuadro IV). Mire, mi trabajo de
dos meses.

Jean Marie mira la vasija con fascinación y empieza a tocarla con


delicadeza y lentitud, de tal forma que Teresa podría sentir que en realidad
la toca a ella. De pronto se escucha un trueno terrible, que rompe la
absorción y lo lleva a ella, como en un acto protector; pero sucede que se
besan largamente en los labios. Éste es un acto de reconocimiento final, el
certificado de autenticidad.

JEAN MARIE: (Muy alterado). Si esto es un beso... (Le toca la cara, los hombros, el
pecho, como si en verdad estuviera reconociéndola). Mírame. (Ella lo hace. Así se mira el
sol, sin poder verlo; ahora es ella quien reconoce con las manos, como quien ejerce un
derecho).

Estamos viendo una escena que va por encima del sexo hacia el encuentro
ancestral. Se ve un relámpago seguido de un rayo muy cercano, es de tal
manera fuerte que los separa y les devuelve el dominio de sí mismos. Se
sientan en el banco, la lluvia se desploma).

TERESA: (Le toca el pecho). Cómo te late el corazón.


El tono de esta conversación es el de una gran falta de cordura, insania,
pues.

JEAN MARIE: (Muy humilde). No sé qué decirte. No debiera tino poder hablar. Mi vida,
desde este momento, no significa nada. Esto es... un acto de anulación general.

TERESA: Es la absolución general. Sólo que después de estas cosas no es posible vivir,
como tampoco se ha vivido antes.

Jean Marie se acerca de nuevo a la vasija, con fascinación.

JEAN MARIE: Yo no querré vivir.

TERESA: Estás llorando.

JEAN MARIE: Estoy llorando de terror porque jamás he llegado tan lejos, en la
perfección y no habrá...

TERESA: ¿Qué?

JEAN MARIE: Regreso. (Sigue explorando la vasija).

TERESA: No.

JEAN MARIE: Teresa, ¿sabes lo que hacemos?

TERESA: Creo que sí. Estás diciéndome que no es posible vivir algo... como esto y luego
volver a lo que se vive todos los días; que nunca podremos volver a ser triviales y sólo es
posible matarse o separarse, porque ya viene a ser lo mismo.

JEAN MARIE: Tú y yo... No, no podríamos volver a ser triviales.

TERESA: ¿Todavía tienes miedo?

JEAN MARIE: Tengo mucho miedo... pero ningún impedimento ¿Tú?


TERESA: Igual, tampoco.

Otro relámpago que sacude la instalación, seguido de un trueno terrible.


Luego, un estruendo de algo que se desgaja. Los dos corren hacia la puerta.

JEAN MARIE: (Mirando hacia fuera). Es un deslave, un árbol cayó frente a la tumba. La
ira de Zeus. Rayos. Algún impedimento decía yo.

TERESA: Ninguno, salvo los de la naturaleza.

JEAN MARIE: (Más sereno, más dueño de sí mismo y de sus nervios). ¿Sabes lo que estás
diciendo?

TERESA: Sí: Lo he pensado muchas veces en estos días.

JEAN MARIE: ¿Sabes que me iré, no por ser un cobarde como siempre lo he sido, sino
por la razón contraria?

TERESA: Claro, los que se conocen sin antecedentes pueden entender la vida diaria. Para
nosotros, no sería soportable. Y se necesita... fuerza, para no caer en el error de intentado.
Tú y yo no podemos insultamos en un hotel campestre cerca de Montreal, ni humillamos en
el paseo del Prado. Eso ya lo hemos hecho.

JEAN MARIE: Tú y yo no podemos inventar una tromba, porque siempre hemos vivido
en ella. Yo siempre supe que no estaba solo y aquella mañana, cuando te vi frente a esa
mesa, entendí que eras mi acompañante, pero no pensé en admitirlo. '

TERESA: (Con sufrimiento y gozo, la tónica de esta escena). ¿No? Yo tampoco. El ser
humano se rehúsa a la experiencia. La ignorancia es su protección, su campo de acción...

JEAN MARIE: No el nuestro. Está probado.

TERESA: La mente humana no puede soportar este tipo de comprobaciones por mucho
tiempo, se quiebra. Jean Marie, la tumba es de dos suicidas, no me atreví a decírtelo. Dos
suicidas que fueron tratados como seres excepcionales, porque sin motivo, sin
impedimento, como tú dices, pasaron de un Paraíso a otro. Eso se comprendió como un
tránsito milagroso y perdurable. El triunfo del amor como esencia.

JEAN MARIE: De un paraíso a otro... Tú y yo no conoceremos ese tránsito ahora, será


más bien un camino largo. Podría matarte, pero quiero que vivas. No tengo miedo más que
a tu muerte. ¿Entiendes?

TERESA: Yo tampoco podría soportar tu muerte.

JEAN MARIE: (Temblando vagamente). ¡Qué insania! ¿Cuánto tiempo más podríamos
estar hablando' así?

TERESA: (Sin pedantería). No se puede. Es un absurdo querer acomodar la magnitud de


la esencia a la pobreza de nuestra vida diaria.

JEAN MARIE: Y es bueno decirte, también, que te espera la angustia porque del Paraíso
no hay regreso. No moriremos, pero quizá tampoco estaremos enteramente vivos. Esto, a
los ojos de muchos... sería... un paso en falso.

TERESA: Para nosotros no.

JEAN MARIE: ¿Sabes que mañana me iré?

TERESA: Siempre lo he sabido.

JEAN MARIE: Y aún así...

TERESA: Aún así…

JEAN MARIE: (Como una última prueba). La extravagancia… ¿No te aterra y te repele?

TERESA: He aceptado.

JEAN MARIE: Para la... eternidad.

TERESA: Sí... Hasta donde se entiende.


Otro rayo seguido de un ruido enorme de deslave. Los dos corren a la
puerta. No llueve, de pronto un silencio enorme.

TERESA: La Tumba ha quedado cubierta de nuevo. Inundada y perdida para siempre, no


resistirá el agua ni el lodo. (Pausa, decidida). Mejor perdida que manchada.

Este comentario se aplica a lo que hubiera podido ser la convivencia entre


ellos. Ahora sí, el abrazo final, el principio de la posesión física, tan ciego
como el designio que destruyó la tumba. Un montón de luz.

Repentinamente, el oscuro.

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