A proposito de T.
Conflieto, poder y accion cole
EDIGION A CARGO DE
Maria Jests FUNEShistoriapolitica.com
11. Pufios, patadas y codazos en la regulacién
de la pobreza neoliberal !
Javier Auyero
Universidad de Texas Austin
INTRODUCCION
Tres décadas de politica econémica neoliberal en Argentina han generado
masiva desintegracién y sufrimiento colectivo, Esta «gran transformacion>
ha generado diversos comportamientos disruptivos entre los pobres urbanos
(en forma de protesta callejera, usurpaci6n de propiedades y formas diversas
de delincuencia) que, a su vez, han sido enfrentados por las feroces acciones
del aparato estatal. Como consecuencia de ello, el puiio de hierro del Estado
argentino ha estado bastante ocupado durante las Gltimas dos décadas, repri-
miendo abiertamente la protesta organizada por los nuevos desempleados,
criminalizando persistentemente la accién colectiva beligerante, incremen-
tando dramaticamente el ntimero de reclusos, incurtiendo en altos niveles de
violencia policial contra la juventud pobre, desplegando fuerzas de corte mi-
Jitar como le Gendarmeria Nacional para proporcionar «seguridad» (pero ea
la realidad para ocupar y contener) a los destituidos que residen en ciertas
areas urbanas destituidas (y sumamente estigmatizadas), y aumentando brus-
camente el nimero de desalojos Ilevados a cabo por agentes del Estado en
propiedades privadas y de dominio piblico (CEILS, 2003, 2009; Brinks,
2008a, 2008b),
Pero el puiio visible no ha actuado solo. Las patadas clandestinas y los co-
dazos invisibles también han participado en la tentativa del Estado por con-
trolar las acciones de los pobres. En un intento preliminar para comprender
la rutina de produccién politica de la subordinacién de los desposeidos, la
primera parte de este trabajo examina los putios y las patadas como encatna-
ciones de la violencia colectiva generada desde el Estado. Los que Charles
Tilly (2003a) denomina como «especialistas de la violencia» —esto es, acto-
res especializados en «infligir daio fisico, como la policia, soldados, guar-
dias, matones, y pandillas»— juegan un rol trascendental, aunque a veces no
tan discernible, en los origenes y en el curso de la violencia colectiva desple-
| Agradecimientos: El autor agradece a Matthew Desmond, Rodrigo Hobert y Loic Wacquant
sus comentarios a versiones previas de este trabzjo. La inyestigaciént ha sido financiada con fondes de
la National Science Foundation (Award SES-0739217).
‘Tradueriéa del inglés a cargo de Jorge Derpie, edici6n del autor.
231Javier Auyero
gada por el Estado para lograr el dominio sobre los pobres. La segunda parte
de este trabajo extiende y adapta una nocién menos conocida de Tilly (1991)
—los «codos invisibles»— para describir otra manera en la que el Estado
procura lograr la sumisién fn de los pobres. En su mayoria desprovistos de vio-
lencia lisica, los codazos son aplicados por burécratas de segundo orden del
Estado que generalmente trabajan para agencias de asistencia social con esca-
so financiamiento.
A continuacién describo el funcionamiento de puitos visibles, patadas
clandestinas y codazos invisibles como formas de regular la creciente pobre-
za generada por tres décadas de neoliberalisnto econdmico. Asfumento yde-
muestro que para una mejor comprensién de la relacién entre la dominacién
de los més destituidos y la politica de violencia colectiva, deberiamos prestar
simultanea atenci6n a la operacion de estas tres fuerzas en Ja vida cotidiana
popular. Esto nos permite: a) integrar mejor a la violencia en el estudio de la
Pe ties | popular, algo que, como ‘Tilly sostiene, la mayoria de los andlisis po-
iticos deja de lado (Tilly, 2003a5 véanse también Wilkinson, 2004; Auyero,
2007), y b) iuminar Ja naturaleza productiva, y no meramente represiva, del
poder estatal (Foucault, 1979; Wacquant, 2009).
Este trabajo, basado en fuentes primarias y secundarias (trabajo de campo
pasado y presente, investigaciones periodisticas y reportes de derechos hu-
manos), describe los diversos encuentros de la gente pobre con el Estado *.
Colectivamente, estas historias particulares “ft complejos habitacionales
sitiados por la Gendarmeria Nacional, de ocupantes desalojados por la poli-
cfa y por fuerzas paramilitares, de clientes en interminables esperas en la ofi-
cina del bienestar social del Estado— dan como resultado un paisaje general.
Este paisaje ilustra un encuentro modal entre el desposeido i, el Estado ca-
racterizado por ¢l truncamiento rytinario o la negacién completa de la forma
més elemental de ciudadania.
Para vislambrar los principales puntos de este trabajo, comienzo con la
historia de un individue —una composicién creada a partir de varias histo-
tias recogidas en el trabajo de campo-— que condensa algunos de las modali-
dades del poder que los pobres experimentan en sus encuentros diarios con
el Estado. La historia también sirve como hoja de ruta para la exposicién que
contintia: se mueve de una descripeidn de formas abiertas de coercién del Es-
tado a la diseminacién de una forma de dominacién mas sutil pero igualmen-
te relevante. En forma sintética, este trabajo argumenta que el poder esta-
tal—violencia encubierta y abierta y otras formas de poder mds suaves— no
solo uk a los pobres, sinc que también intenta disciplinarlos mediante la
2 Durante 2608 (agosto-diciembre) y 2009 (septiembre-diciernbre} —y junto a tres asistences de
investigacién (Shila Vilker, Nadia Finck y Agustin Burbano de Lara)—condujimos trabajo de campo
en Ta sala de espera de la oficina de bienewar socal de la cndad de Buenos Aires yen lacs de expe
ra formadas fuera del RENAPER (Registro Nacional de las Personas, donde la gente solicita.carnés
de identidad naciouales).
232Puios, patadas y codazos ea la regulacién de la pobreza neoliberal
Jessica tiene diecinueve afios, nacié y crecié en Argentina. La conocimos en la oficina
del Ministerio de Bienestar Social de la ciudad de Bucnos Aires. Vino a renovar el
subsidio habitacional —un subsidio que otorga el Estado para gente que esté en si-
tuacién de , ubicada en un asentamiento (ocupacién ilegal de tierras). Todavia
recuerda el dia del desalojo como una experiencia alt tamente traumatica —«ahi esta-
ban estos tipos, tirando todas nuestras cosas en los camiones de basta».
Jessica ctee que el beneficio social ¢s una ayuda porque cen Jo que junto en la calle
(Jessica es “cartonera”, junta y vende carton, plistico y vidrio), no puedo pagar un
cuarto, Actualmente, cuesta por lo menos cuatrocientos cincuenta pesos por mes (al-
rededor de ciento diez délares) y con lo que junto en la calle reiino pata el cotidiano,
no puedo pagar el alquiler». Si tiene suerte, el subsidio cubrird seis meses de alquiler
en un hotel de bajo nivel en la ciudad. Después de esos seis meses, se quedaré sin ho-
gar; el subsidio no puede ser renovado.
Repitiendo lo que escuchamios en varias ocasiones, Jessica dice que obtener el benefi-
cio toma «un largo tiempo... nunca se sabe cudndo pagar4n». Y como muchos otros,
concibe el tiempo de espera como un indicador de la perseverancia de los clientes y,
por lo tanto, de su «necesidad real». Si «realmente necesita», ella y otras personas asi
lo creen, «esperaran durante mucho tiempo», continuardn «viniendo» y mostrarin a
los agentes del Estado que son dignos receptores de la ayuda. Como ella lo pone:
«Uno tiene que esperar, esperar, y esperar... No te lo dan hasta que vengas tres, cua-
tro, cinco, diez veces, al control, a hablar, a pedir, con este o con el otro..
Como mucha gente con la que hablamos, Jessica compara esta larga e incierta espera
con la del-hospital piblico, En una afirmacién que muestra de manera prominente la
forma en la que la gente pobre se relaciona con el Estado, aiade: (el énfasis es mio). (Registro
del trabajo de campo.)
La historia de Jessica encapsula la secuencia narrativa de este trabajo: exa~
mina fos puiios visibles (el desalojo fozzado), luego describe las patadse clan-
destinas (la accién de «los tipos», que, como veremos mds adelante, son
matones que trabajan para el Estado), y finaliza con un bosquejo del funcio-
namiento de los codazos invisibles (coténtese y espere»), La historia también
jlustra el poder diferente de estas manifestaciones de fuerza (no hace falta
aclarar que no es lo mismo lograr el acatamiento de los pobres durante largos
petiodos de espera que echarlos de sus hogares por medio de la violencia).
A efectos expositivos, este trabajo separa los puiios, las patadas y los coda-
zos. No debemos olvidar, sin embargo, que estas fuerzas estén profunda-
233Javier Auyero
mente entrelazadas en los encuentros diarios de los pobres urbanos con el
Estado. Una comprensién abarcadora de estas interacciones tiene que inte-
grar estas tres formas de regulacién en un Gnico marco analitico.
PUNOS VISIBLES
Antes de describir los componentes principales del puiio visible hago dos
jaclaraciones, Primero, el endurecimiento del poder de! Estado contra fh en-
¢ pobre —bajo formas de violencia, encarcelamiento, desalojos y contro! te-
ritorial— no obedece a un plan deliberado disefiado por las autoridades,
sino a una «convergencia objetiva de un conjuato de politicas puiblicas dispa-
es» (Wacquant, 2009: 29). En este sentido, la imagen de un pufio puede ser
ngariosa. No hay ni un plan deliberado ni un agente solo, monolitico, que
esté dirigiendo el pufio hacia los pobres; mas bien, se trata de una serie de
procesos que confluyen alrededor del intento por controlar su conducta. En
segundo lugar, al tratar con el subalterno, los agentes del Estado no siempre
realizan sus negocios a plena luz del dia. Como veremos en el caso de Mos
desalojos emprendidos en la ciudad de Buenos Aares, la dimensién publica
dei Estado demoeratico a veces desaparece al interactuar con las poblaciones
marginales; en efecto, se asemeja a las tareas secretas de un Estado dictatorial
ue tiene aterrorizantes resonancias en la historia argentina. Es decir, cuando
se encuentra en los margenes del orden social, el Estado opera de forma simi-
lar a los regimenes autoritarios (O’Donnell, 1993; Brinks, 2008a, 2008b). La
imagen de las patadas clandestinas intenta captar esta otra forma de accionar
del Estado, ,
SS
PROTESTA, REPRESION Y ‘CRIMINALIZACION
Desde el retorno de la democracia en 1983, la represién del Estado hacia
los movimientos sociales de la gente pobre ha fluctuado. Durante la segunda
mitad de los aftos noventa y principios de los dos mil, la violencia del Estado
alcanz6 su forma mas extrema y brutal, con la represidn, de protestas organi-
zadas por desempleados (conocides como piqueteros) y de manifestaciones
callejeras en diciembre de 2001 (Giarracea, 2001; Svampa y Pereyra, 2003;
Girandy, 2007), Los cuerpos de seguridad hicieron uso rutinario ¢ informal
de fuerzas letales en el contexto de protestas masivas, que significaron la im-
plicacién del Estado argentino en serias violaciones a los derechos humanos:
entre diciembre de 1999 y junio de 2002, las fuerzas del Estado mataron a
veintidés personas y centenares fucron seriamente heridas en protestas pu-
blicas (CELS, 2003). Aunque la violencia del Estado contra los Piqueteros ha
disminuido desde 2003, la criminalizacién judicial de [a protesta persiste
(CELS, 2009), En la década pasada, miles de manifestantes han sido procesa-
dos por el Estado. El «enorme poder coercitiva desplegado contra esos acu-
sados en un proceso penal» ha sido utilizado «por la administracién de justi-
cia como una herramienta auténtica para subyugar activistass (CELS, 2003:
24; véase también CELS, 2009).
234Puiios, patadas y codazos en la regulacién de la pobreza neoliberal
Violencia policial
Veinticinco aiios de democracia, eseribe el politélogo Daniel Brinks
2008a: 12), han tenido «un impacto democratizante perceptible en las leyes
12), J acto der € percep y
¥ constituciones escritas de América latina». Y contimia:
Si las leyes describieran la préctica, América Latina se estar{a acercando a una utopia
democrética igualitaria, pero en Ja practica, el mundo deyiolaciones y discriminacién
de los derechos continia rezagado respecto al mundo de jure de la igualdad de dere-
chos para todos. La violencia de da policia es uno de los lugares en los que la realidad
ne cumple con la promesa de la democracia. Muchos pafses, incluso o especialmente
aquellos con una herencia de represién autoritaria, se han convertido en democrati-
60s, pero contintian violando los derechos individuales. Esos pafses no tienen més
como blanco a opositores politicos, pero su policia continta torturando y matando a
gran escala para mantener el orden social (Brinks, 2008a: 12; énfasis mio).
Entre esos paises destaca Argentina (junto a Brasil). Las fuerzas de segu-
ridad del pais utilizan habitualmente la violencia letal como medio de con-
trolar el crimen (Daraqui e¢ al, 2009), El reporte de derechos humanos pu-
blicado anualmente por el Centro de Estudios Sociales y Legales describe la
situacién de esta manera: «Los niveles de violencia [...] el uso abusivo de la
fuerza, las ejecuciones extrajudiciales de aquellos sospechosos de un crimen,
las detenciones arbitrarias, la tortura y los abusos fisicos, la fabricacién de
causas penales y las falsas imputaciones, siguen siendo fenémenos extendi-
dos en la Argentina» (CELS, 2009: 11). Entre 1995 y 2000, Buenos Aires
«tuvo un promedio per capita del indice de homicidios de la policia feasi dos
por cien mil) [...] tan alto como el de Sao Paulo {ciudad perceptiblemente
violental>. Constante (y generalmente impune [Brinks, 20084; CELS, 2009;
Daroqui et al., 2009)), la violencia de la policfa no es, estd de mas decirlo, de-
mocratica. Encuentra sus blancos privilegiados entre los pobres urhanos y,
entre ellos, la juventud que vive en villas, complejos habitacionales y asenta-
mientos ilegales (CELS, 2009).
Crecimiento de las carceles
Otra cara del puiio visible del Estado dirigido en. contra de los desposef-
dos es el crecimiento de la poblacidn en las carceles. Argeatina comparte una
tendencia con las sociedades avanzadas, a saber, ina «hinchazén espectacular
de la poblacién tras las rejas» (Wacquant, 2009: xiii). Aunque hay una dife-
rencia notable en los indices de encarcelamiento entre Argentina y Estados
Unidos (183,5 convictos por cien mil residentes en 2007, una figura que pali-
dece en compatacién con los actuales setecientos sesenta por cien mil en los
Estados Unidos), ambos paises han visto un crecimiento explosive durante
las dos décadas pasadas. En los Estados Unidos, Ja tasa de encarcelamiento
crecié de 138 convictos por cada cien mil residentes en 1980 a 478 por cien
mil en 2000 (Wacquant, 2009: 117). Desde el retorno de la democracia, Ar-
gentina ha sutrido un incremento casi cuddruple (el 398 per ciento) de la po-
235Javier Auyero
blacién encarcelada en prisiones federales. En 1997, para citar el caso de la
provincia de Buenos Aires, habia 14 292 personas en carceles y prisiones del
Estado; una década més tarde, la poblacién encarcelada casi se habia duplica-
do (27 614) (CELS, 2009).
El Centro de Estudios Legales y Sociales se ha puesto a Ja vanguardia de-
nunciando piiblicamente las espantosas condiciones de vida dentro de das so-
brepobladas prisiones de Argentina y la violacién gistematica de los derechos
de los internos. Una comparacién entre el encarcelamiento en el norte avan-
zado y en el sur subdesarrollado esta mas alla del alcance de este trabajo. Sin
embargo, debe destacarse una convergencia funcional. En ambos casos, los
«indices del encatcelamiento sirven para neutralizar y almacenar fisicamente
a las fracciones supernumerarias de la clase obrera [y debo afadiz, siguiendo
a Nun (2001), “de la masa marginal”] y, particularmente, a los miembros des-
poseidos de los grupos estigmatizades [...]» (Wacquant, 2009: xvi), O, como
reporta la CELS, la prisién es utilizada como una «respuesta generalizada del
Estado a las demandas y conflictas sociales» (2009: 279).
Ocupacién militar
Otra manera particularmente ilustrativa en la que el Estado ha controlado
el comportamiento de los pobres urbanos mediante el uso de la fuerza ha
sido la ocupacién de barrios enteros por la Gendarmeria Nacional en lo que
representan verdaderos sitios territoriales, La Gendarmerfa Nacional es una
fuerza de seguridad de origen militar, dependiente del Ministerio de Justicia,
Seguridad y Derechos Humanos de la nacién argentina, En la actualidad, los
gendarmes hacen cumplir la ley y el orden dentro de los infames barrios de
La Cava y Carlos Gardel, en Buenos Aires. Pero es en el barrio Ejércite de
Jos Andes donde los gendarmes han alcanzado notoriedad nacional. Aproxi-
madamente 35 000 personas viven en los 3777 apartamentos situados en el
barrio Ejército de los Andes, conocido cominmente como Fuerte Apache. El
barrio esta situado en Ciudadela, a algunas cuadras de la General Paz, la
autopista que divide ¢l Gran Buenos Aires, o los suburbios —la zona metro-
politana que abarca treinta distritos municipales— de la capital de Buenos
Aires. Los tortugas ninja, como se conoce localmente a los soldados de la
Gendarmeria, han ocupado este barrio (con la misién indicada de «mejorar la
seguridad») desde el 14 de noviembre de 2003.
Lo que sigue son los extractos de una crénica eserita por el periodista
Cristian Alarcén, en ocasién del asesinato de un gendarme en el barrio. La
historia completa revela que el asesinato fue motivado por venganza y, al
mismo tiempo, expone el cardcter relacional y honorifico de una violencia
que los medios y las autoridades retratan como aparentemente sin sentido.
Los pasajes seleccionados ilustran vividamente algunos aspectos clave de las
experiencias en la vida de la gente pobre con Ia violencia diaria ejercida por
los agentes del Estado:
236Puiios, patadas y codazos en la regulacidn de la pobreza neoliberal
—Yo me iba a estudiar, hace como dos semanas. Estabamos comiendo pan casero
—cuenta P,, veinte afios, desocupado desde que lo echaron como repartidor de Las
Marias—. Entonces vinieron cinco o seis gendarmes, nunca entran de a menos, con
los palos para pegar. Andan con los cascos, con las armaduras esas que parecen las
Tortugas Ninjas. Te dicen: «No me mirés. Mira para abaje. Tirate al piso. Ni mirés
pendejo de tal por cual», y después te sacan todo lo que tenés en los bolsillos. Si hay
plata, por abi, segtin el gendarme, se la queda. Si no, te quitan la droga y lo demas te
Jo dan. a
El relato de P, se repite en la ronda, Y se repetird en otros testimonios, de las formas
més variadas. Lo que se reitera es la orden de no mirar, y los borcegos [botas mili-
tares].
C.F
En cada [entrada] hay un puesto de gendarmerfa, En cada puesto, entre tres y cinco
uniformados. Los que custodian no Incen como los que caminan el barrio, visten la
ropa de fajina y tiene armas largas. Después de las diez de la noche, dicen, salen los
del Cuerpo Especial, o «cascudos», como los bautizaron [...] La tensién con los gen-
darmes se siente en la oscuridad dela noche del viernes. Entre las paredes sucias de
uno de los monoblocks, una luz de linterna se mueve como buscando algo. Parece
uno de esas focos gigantes que se encienden en las cérceles cuando alguien se ha esca-
pado. Se distinguen las siluetas de las Tortugas Ninjas, que forman una tropa de seis
[...] Los gendarmes avanzan con armas largas en las manos y sin abrir la boca. Asi,
con sefias, sin emitir palabra, les indican a los pibes que encuentran que se pongan
contra la pared. Los hacen poner las manos arriba, abrir las piernas y proceden a re-
gistrarlos.
De Cristian Alarcén, «El Barrio Fuerte», Revista C, noviembre 2008; traduccién
mfa.
Desalojos
Los desalojos de residencias ilegalmente ocupadas y de espacios ptiblicos
por mandato del Estado se han elevado subitamente desde cl principio de la
década —especialmente en la ciudad de Buenos Aires—, debido al rapido au-
mento de los precios en propiedades inmobiliarias desde 2001, al proceso de
«gentrificacién> ? cada vez més intenso en reas selectas de la ciudad, y a
cambios en la judicatura que acortan el proceso judicial civil. Cuando el ac-
tual alcalde de Buenos Aires se hizo cargo del gobierno, habia ocupantes que
vivian en aproximadamente ciento sesenta espacios pttblicos (sobre todo en
parques y plazas); en menos de un afio, el gobierno «limpid» (palabra usada
por los funcionarios) casi cien (Perfil, 16 de noviembre de 2008), Los desalo-
jos de edificios privados y de propiedad del gobierno también se incrementa-
rona-ritmo acelerado. En 2006 desalojaron a 34 personas por dia; un afio mas
tarde, la figura se habia duplicado: 76 personas al dia eran expulsadas de Jos
lugares donde vivian (Clarim, junio de 2004, 2007). Para finales de 2007 ha-
3 Genwificacién se refiere al proceso por el cval una Zona urbana cuyos residentes son mayorita-
riamente de clases populares o pobres pasa a ser habitada por los sectores de ingresos medios y
medio-altos.
237Javier Auycro
bfan desalojade a 6700 familias en la ciudad de Buenos Aires (Clarin, 7 de
septiembre de 2007). (Segtin el gobierno municipal, hubo un incremento del
300 por ciento en los desalojos durante 2007 [CELS, 2009: 322].) Durante
2008, los desalojos ocurrieron a un paso incluso més répido: un desaloje or-
denado por el poder judicial por dia. Negando su velocidad pero reconocien-
do su ocurrencia, el jefe de gabinete del gobierno municipal lo expuso de esta
manera: «Los desalojos se estdn realizando Jenta, y silenctosamente» (Pagi-
nal2, 4 mayo 2009; énfasis mio). &
Naturalmente, el mimero de gente que vivia en las calles se duphicé en
menos de un afio (de aproximadamente mil a des mil personas que duermen
en las calles cada noche) (Pagina12, 4 mayo 2009). Mientras el gobierno mu-
nicipal extiende su brazo punitivo incrementando rapidamente los desalojos,
retrae al mismo tiempo su brazo de bienestar social: l presupuesto del Insti-
tuto de Vivienda de la ciudad (la agencia responsable de financiar la vivienda
desde el Estado) disminuyé cuatro veces —de quinientos millones de pesos a
ciento veinte millones de pesos.
Patadas clandestinas
—jDale, arriba, vamos! --fueron Jos primeros gritos que despertaron a Maria esa
madrugada. Tres hombres de buzo aegro com capucha, rompian a palazos su rancho
debajo de la autopista.
—Dale, :qué te pasa? jArriba! ;O querés que te traiga a los de fa barta? —Maria se
arrastré por el piso de rodillas, con la panza de ocho meses colgando y sin levantar la
cabeza, Solo veia los pantalones estilo militar y las zapatillas que lo pateaban todo.
A unos metros, un camién de basura camuflado esperaba con ¢] motor prendido la
seal de avance. El chiflide fue agudo. Adentro del camidn los hombres tiraroa los
colchones, las frazadas, la ropa y las tres bolsas de lienzo blanco con botellas de plas-
tice y cartones.
Se escuchd un forcejeo. De uno de los changuitos, estaba prendido el hijo de cinco.
Las manos se aferraban como garras a los metales,
—Soltalo, pendejo de mierda —repitié el hombre de capucha negra; tironeé més
fuerte y se lo arrancé en un empujén. Marfa corrié desesperada y llegé justo para co-
merse el palazo, El galpe le costé varias hemorragias y una internacion.
La patota se subid entonces al auto sin patente donde otros dos hacfan el aguante por
sila cosa se ponia pesada, Ella, tirada en el piso, Heg6 a leer las letras de una de las go-
rras negras: UCEP (Unidad de Control del Espacio Publica).
De Lucta Alvarez, «Desalojadas».
bttp://aguilashemanas.blogspot.cont/2009/09/desalojados-Lecia-alvarez tml
Los desalojos son determinados por orden del Estado y generalmente son
realizadas con ayuda de la policia. Pero durante las dos administraciones
municipales anteriores y la actual, el gobierno también ha desplegado una
fuerza especial cuya tarea es intimidar, y después expulsar violentamente, 2
los «intrusos» (arrendatarios ilegales) de parques, plazas, calles, loves debajo
238Pufios, patadas y-codazos en la regulacién de la pobreza neoliberal
de autopistas y edificios de la ciudad. En 2009, un grupo de veinte a treinta
hombres corpulentos y de pinta hestil» (Perfil, 16 noviembre 2008) fue ofi-
cialmente nombrado la Unidad de Control del Espacio Péblico (UCEP). To-
dos Jos miembros de la UCEP son empleadas del Estado. Antes de la actual
administracion, bajo gobiernos «progresistas» y autodenominados como de
centro-izquierda, el grupo era conocido informalmente como «los tiburo-
nes». La prensa ha documentado docenas de casas en los cuales estos agentes
estuvieron implicados en desalojos viclentos, la mayor parte del tiempo du-
rante la noche, usando métodos que se asemejan tristemente a aquellos utili-
zados por autoridades militares durante la dictadura pasada para «limpiar* la
ciudad de los habitantes de las villas (Oszlak, 1991; Perfil, 16 noviembre
2008; Péginal2, 4 mayo 2009; Paginal2, 12 abril 2009; Nowe, 3 agosto 2069),
Cuando fueron consultados sobre sus procedimientos de «limpteza», los
miembros de la UCEP aseguraron a los periodistas «que son pacificos pero
que, a veces, tienen que mostrar sus dientes»: «Un dia un intruso no quiso
irse y tuvimos que poner un camidn de basura delante suyo y le dijimos que
ibamos a tirar todas sus cosas ahi. Entendid» (Perfil, 16 noviembre 2008).
Los funcionarios del gobierno y los propios «tiburones» dicen que todo
lo que hacen es «hacer cumplir [con Ja ley] a la gente [intrusos]»; buscan
(1997c: 39). Colectivamente, los errores y las rectifi-
caciones, el aprendizaje y la prdctica, producen «una estructura social siste-
matica y durables (1997c: 38) incluso ante la ausencia de una intencion unifi-
cada y consciente.
Con fines ilustrativos, volvamos a una escena tipica de desalojo. Alli, jun-
to al personal de la policia, a funeionarios judiciales y/o agentes del orden de
Ja UCEP (la mano derecha y represiva del Estado), encontraremos agentes
jue pertenecen a la mano izquierda del Estado (Bourdieu, 1999), es decir, los
finconaries del Ministerio de Desarrollo Social, ¢Qué hacen ahi? En les
muchos casos revisados (a partir de entrevistas informales com oficiales del
Estado, trabajo de campo en dicho Ministerio, y de cobertura periodistica) se
revelé una légica basica, Esencialmente, los agentes de bienestar social —ge-
neralmente menos perceptibles que las fuerzas fepresivas— se hacen presen-
tes durante la mayoria de los desalojos para animar a los recienternente ex-
ulsados a solicitar un «subsidio de vivienda» disponible en la agencia de
Piemestar del Estado. El monto efectivo de este subsidio varia de acucrde al
niimero de miembros del hogar, pero normalmente no cubre mas de seis me-
ses de renta en alguno de los apartamentos mas descuidados de Ja ciudad.
240Pufios, patadas y codazos en Js regulacién de la pobreza neoliberal
En ocasiones, el subsidio se utiliza como soborno para tentar a los intru-
sos a dejar la propiedad ilegalmente ocupada; cuando el soborno, por alguna
raz6n, no funciona, los guardianes de la UCEP comienzan su trabajo. El lec-
tor debe observar la ironfa: en una forma que se asemeja al trabajo de un
chantajista, el Estado produce un peligro (con el desalojo produce una po-
blacidn sin hogar) y entonces, a cierto costo, ofrece un escudo (precario y li-
mitado) comtra él (Tilly, 1985). El precio a pagar es la frecuentemente silen-
ciosa sumision de los pobres a los mandatos del Estado.
En el periodo inmediatamente posterior a un desalojo, la ahora poblacién
sin hogar comienza una nueva dura experiencia —una que es compartida por
otros que, por varias razones, terminan en la oficina de bienestar social y por
aquellos que se encuentran en los peldaiios ms bajos del espacio social y
cultural, quienes tienen que interactuar con una agencia estatal—. Durante
esta dura experiencia, la violencia fisica del pufio visible ocupa el asiento tra-
sero y una forma menos evidente de dominacién comienza a actuar. Codazos
que la gente pobre no ve, producen resultados que nadie pretende explicita-
mente: una forma sutil de dominacién que logra la sumision de la gente po-
bre no a través de la fuerza y del control de cuerpos y espacios, sino a través
de la manipulacién del tiempo de aquellos en situacién de necesidad.
De una forma que se asemeja de cerca a los juicios y a las tribulaciones ex-
perimentadas por Joseph K. en El proceso, de Kafka, cada vez que los despo-
sefdos buscan una solucién a sus acuciantes problemas (de vivienda y comi-
da, a las respuestas a los peligros medioambientales que les afectan [Auyero y
Swistun, 2009]) en una agencia estatal (una oficina de bienestar social, una
corte, etc.), seran progresivamente enmarafiados en una red de poder del Es-
tado —una integrada por salas de espera, pasillos y papeleo—. Aqui, con pa-
labras y acciones, los Purderatas del Estado piden (y generalmente obtienen)
la sumisién sin quejas de los desposeidos haciéndolos esperar usualmente
por largos periodos de tiempo. El encuentro con el Estado es vivido por los
pobres como un espacio y tempo de codazos invisibles que les hacen saber
que, si han de obtener una solucién a sus urgentes necesidades, tienen que
«volver mafiana... y seguir esperando». Estas acciones y palabras no tienen
ni la visibilidad ni la fuerza de los puiios y las patadas descritos arriba, Nin-
gtin soldado, policia, guardia o agente del orden controla las acciones de los
codazos del poder del Estado. Estos codazos, sin embargo, terminan creando
una forma muy eficaz de dominacién ~-una que fabrica pacientes del Estado
que, como nos comentara Jessica al comienzo de este trabajo, «se sientan y
esperan» y «regresan y siguen esperando».
La espera, escribe Pierre Bourdieu en Meditaciones pascalianas, es una de
las formas privilegiadas de experimentar los efectos del poder. Segiin Bour-
dieu, , una
especie de Penélope de La Odisea de la oficina del Ministerio que caracteriza
las muchas facetas de las experiencias compartidas de la espera.
El juicio de Milagros
En la parte posterior de la sala de espera de la oficina de bienestar social, Milagros de
veintisiete afios, juega con dos nifios pequefios; uno de ellos es Joaquin, su hijo de
dos afios. Milagros es peruana y ha estado «en esto» (la manera en la cual se tefiere al
ttdmite en la oficina del Ministerio) por un aio y medio, Es beneficiaria de dos pro-
gramas (un programa de transferencia de efectivo conocido como Nuestras Familias
y el subsidio habitacional). El subsidio esté «atrasado» nos dice, «porque no hay dia
de pago programado para los extranjeros».
A menudo camina hacia la oficina del Ministerio —es una caminata de tres kiléme-
ttos pero le permite ahorrar su muy necesario efectivo—. Desde que dio a huz no
puede llevar mucho peso, asi que los dias en los que la abuela de Joaquin no puede
cuidarlo, Milagros tiene que tomar el autobtis con él. El costoso precio del autobiis
no es la tnica raz6n por la que ella evita venir con él. Esperar, dice, es «aburtido y
cansador» para ella y su hijo. Esperar, afiade, es «costoso» —refiriéndose a los gastos
en que inctirre cade ver. que su hijo demanda «algo de beber o comer» del kiosco si-
suado en la parte posterior de la sala de espera del Ministerio—. En su ajusteda vida,
un viaje de treinta centavos en autobiis y una golosina de cincuenta centavos de dé-
Jar, son un lujo que no puede permitirse. De esta manera, y en muchos otros aspec-
tos, la historia de Milagros no es aneedética. Durante una de nuestras primeras ob-
servaciones, una madre regaiié a su pequefia hija: «Ustedes me estan haciendo gastar
una fortuna. No mis. Les compraré un chocolate caliente por la tarde» —y docenas
de entrevistados nos contaron historias de caracteristicas similares.
Milagros tuvo conocimiento de los beneficios sociales gracias a un asistente social en
al hospital donde dio a hiz. Cuando intents postular por primera vez, vino a la ofici-
na de bienestar social al amanecer. «A las cuatro AM, daban treinta cupos, y era el
niimero 32. Pensé que iban a atender{me], pero no lo hicieron. El dia siguiente, vino
«més temprano... alas once PM (de la noche anterior). Esperé afuera durante toda la
aoche pero habia un problema y no abrieron la oficina ese dia. Fueuna larga espera».
Entonces esperé tres meses més, Un dia, volvié al mediodia y le dijeron que venga
ms temprano en la maiiana. Hizo el tramite y recibié el subsidio de vivienda por un
mes. Como el duefio del apartamento que alquilaba «no tenia todo en orden» su sub-
sidio fue suspendido precipitadamente. Tuyo que recomenzar el papeleo para recibir
dos cuotas més —después de lo cual dejo de ser elegible.
Milagros gana nueve délares americanos por dia, cuidando a una pareja de adultos
mayores y no puede permitirse faltar al trabajo ni un dia, Cuando viene a la oficina
de bienestar social, se encuentra con amigos, con los que habla de cémo los emplea-
dos del Ministerio (Bourdieu, 1999: 85) que apunta —y en gran medida lo
consigue— a forzar al indigente a ajustarse a los mandatos del Estado.
FORMAS DE DOMINACION
La compleja relaci6n entre grupos subordinados y el Estado ha sido un
tema de mucho escrutinio en la investigacion historica y etnografica (véanse,
por ejemplo, Roy, 1994; Bayat, 1997; Wedeen, 1999; Chatterjee, 2006; Gold-
berg, 2007). En general, ha atraido la atencidn de la investigacién empirica
cuando la relacién se ha quebrado —es decir, cuando episodios de conten-
cién de masas o insurgencia explosiva entran en erupcidn (para una formula
cién clasica sobre el tema, véase Joseph y Nugent, 1994) y/o cuando ocasio-
nan el despliegue del puiio visible del Estado.
Sin embargo, hay mucho por explicar y entender sobre las otras formas
de relacién entre el Estado y toe grupos subalternos, en este caso los pobres
urbanos —ocultas, encarnadas en la perniciosa operacién de patadas clandes-
tinas, rutinarias y corrientes, ilustradas por el funcionamiento de codazos in-
visibles que obligan a los usuarios del Ministerio de Bienestar Social a sopor-
tar largas e inciertas esperas.
Durante la década pasada, los periodistas de investigacion y los cientificos
sociales han documentado las maneras en las cuales los detentores del poder
244Puiios, patadas y codazos en la regulicién de la pobreza neoliberal
en Argentina han confiado en sus vinculos ilicitos con miembros del partido
‘fu otros tipos de activistas populares para llevar a cabo el «trabajo sucio» de
bt politica. Este trabajo es variado; va de la intimidacidn o el escarnio ptiblico
de los oponentes electorales a la incitacién de la violencia a gran escala. Los
saqueos de supermercados de diciembre de 2001 —donde las acciones e inac-
ciones de agentes politicos ligados al partido peronista y de la policfa contri-
buyen en gran medida a explicar mucha de la destruccién ocurrida (Auyero,
2007}— son un ejemplo de lo tiltime. En este trabajo extendi este universo
empirico examinando otras maneras en las cuales los actores del Estado con-
fian clandestinamente en especialistas de la violencia para encargarse de los
grupos subordinados: el uso de tropas de choque para desalojar ocupantes.
La mayoria de los analistas politicos —enfocados como estan en el lado «res-
petable», «civilizado» (en el sentido que Elias le atribuye al término, es decir,
faltos de violencia) y facilmente visible de la politica, que tiene lugar en las
casas de gobierno, en los parlamentos y en su difusién a través de los medios
de comunicacién— tienden a desatender lo que denominé como la zona gris
de la politica, es decir, la zona de lazos (in)visibles y de actos (in)visibles y
clandestinos. Ven su existencia como una prueba de la sordidez general de la
politica y de la influencia corruptora del poder, 0 como una muestra del
«attaso» de regimenes menos que democraticos. Aunque la zona gris de la
politica pueda carecer del prestigio de un objeto legitimo de andlisis politico,
creo que constituye una dimension crucial de la politica que debe ser diseca-
da empiricamente y teorizada criticamente para entender mejor la actividad
politica ratinaria, Es decir, como analistas politicos, debemos hacer un mejor
trabajo integrando las acciones y relaciones de la «zona gris» (y en particular
las acciones de quienes Charles Tilly [2003a] denomina «especialistas en vio-
lencia») en el estudio de la politica «normal».
La desatencion a estas conexiones clandestinas tiene efectos andlogos a la
falta’de atencién de las «instituciones informales» observada por los polité-
logos Gretchen Helmke y Steven Levitsky, En ambos casos, el anilisis politi-
co «arriesga perder mucho de lo que conduce el comportamiento politico y
puede obstaculizar los esfuerzos para explicar fenédmenos politicos impor-
tantes» (Helmke y Levitsky, 2004: 725). Mas que desechar tales actos como
fendédmenos aberrantes o denunciarlos bajo argumentos moralizadores, el
desaffo para un anilisis cientifico social apropiado es incorporar tales actos
en nuestros modelos estandar de la acci6n politica.
La espera de Ja gente pobre en la oficina de bienestar social ilustra otra ma-
nera en la cual el Estado se relaciona con el desposefdo urbano. Ser un benefi-
ciario real o potencial del bienestar social si a estar subordinado a la ac-
cién de codazos invisibles. Esta subordinacién se crea y se reconstruye en
innumerables actos de espera (el anverso es igualmente cierto: la dominacién se
genera de nuevo haciendo esperar'a los otros). En esos encuentros recurrentes
con los agentes del Estado, la gente pobre aprende a través de retrasos sin fin, y
de cambios al azar, que tiene que cumplir con los requisitos de agentes imipre-
visibles. En pocas palabras, los pobres aprenden a ser pacientes del Estado.
245Javier Auyero
Los agentes del Estado no ponen demasiado énfasis en las «costumbres,
habitos, ‘ocmas de actuacién y pensamiento» (Foucault, 2000: 209) de aque-
llos en situacién de necesidad. Durante el curso del trabajo de campo, no
até atencién a —ni el intento de controlar— los més minucioses aspectos
del comportamiento de Ja gente pobre; de gobernar sus cuerpos ¥ sus almas;
de moldear sus