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Introduccion. Un itinerario y algunas apuestas Pablo Alabarces gQué valdria el encarnizamiento del saber si sélo hubiera de asegurar la adquisicién de conocimientos y no, en cierto modo y hasta donde se puede, el extravio del que conoce? Hay momentos en la vida en los que la cuestion de saber si se puede pensar distinto de como se piensa y percibir distinto de como se ve es indispensable para seguir contemplando o reflexionando. MICHEL FOUCAULT, Historia de la sexualidad, 2 Publicamos para dejar de corregir, no para dejar de extraviarnos. el comienzo, una coherencia (a reivindicar) y i silencio (a develar)' ne i popular, una vez mds: contra la vulgata que nos eti- mo futbolizados, como sumergidos en los vericuetos Wacona y la violencia, o en los arcanos secretos de las tri- | rolisticas; en realidad, es hora de asegurar que nunca i ¢ tra cosa que pensar, con mas o menos desvios, sobre as obsesiones. gDénde estd lo popular? ;Dénde leerlo? ? 4 Qué significa preguntarse por esas cuestiones en la cul- la vez epistemolégicas y metodoldgicas, y también iiamente politicas, atravesadas por el insidioso dictum mera parte de este texto recoge, con bastantes modificacio- aciones hechas en mis “Nueve proposiciones en torno a lo leyenda contintia”, articulo publicado en Tram(p)as de la ) la cultura, 1, 23, La Plata, Facultad de Periodismo y Social, en marzo de 2004, y que fuera originalmente escri- | Pegado a la crisis de ese afio. No estin las proposiciones, que orado en el curso del debate. 15 consecuencias violentas de la actitud académica, interroga sin mis a lo silenciado? (De Certeau, 1999). Una coherencia: en unas Jornadas de investigadores en Olavarria (mas de una década atras, estremecedoramente jéve- nes), discuti sobre la calidad de popularidad del fitbol. Lo plan- teé como excusa: el fiitbol me permite discutir todo esto, afir- maba, porque es el territorio de lo que no se discute, de lo con- sabido. Por mi parte, por el contrario, venia de revisar todo lo aprendido decerteausianamente si las lecturas de Michel de Certeau® habjan habilitado variados giros neopopulistas, a mi me habjan generado todas las dudas, y la necesidad de radica- lizar nuestros enunciados. Hablar de desvios y escamoteos, en plena Argentina menemista, parecia un optimismo digno de mejor mérito. Los carnavales futbolisticos, que toda una biblio- teca queria sefialar como fantasticas puestas en escena de la corporalidad bajtiniana, resistente e impugnadora, alternativa y contrahegeménica,’ se me aparecfan como fragmentos previ- sibles de un gui6n televisivo. El desvio estaba escrito en el argu- mento de lo hegem6nico, y preguntarse por lo popular signifi- ca, persistentemente, preguntarse por lo subalterno: esa con- | tradiccién era, entonces, insoluble. Una cita de Tony Bennett* me disparaba una afirmaci6n concluyente: en los carnavales fut- bolisticos, el mundo permanecia tercamente sobre sus pies, y las inversiones bajtinianas, las irreverencias y las contestaciones brillaban por su ausencia —més tarde, la lectura del impecable analisis que Eagleton hace de Bajtin y de la risa en la teoria marxista reforzaba mis nuevas convicciones (Eagleton, 1998). Entre esos desvios, esos fragmentos, esas fisuras y esas contra- dicciones transita el sentido, sostuve en ese momento. En 1999, en otras Jornadas equivalentes, mis afirmaciones se separaron del futbol casi por completo. Alli traté de sinteti- =< 2. Especialmente, L’invention du quotidianne luego traducido como La invencién de lo cotidiano, 1. Artes de hacer, México, Universidad Iberoamericana, 1996. 3. Remito, obviamente, al clisico La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (1987). 4, Bennett, Tony (1983): “A thousand and one troubles: blackpool pleasure beach”, en Formations of Pleasure, Londres, Routledge and Kegan Paul. Esta referencia, asi como algunas de estas reflexiones (no todas, porque ella no ¢s culpable de mis desvios), se la debo a Beatriz Sarlo. ‘1 sus infinitos y generosos cuestionamientos. zar por donde iban mis biisquedas, que lejos de toda certeza, actualizaban la necesidad de radicalizar nuestro andlisis, nues- tras categorias y nuestros sujetos. Tres necesidades: una, la de recuperar la categoria de clase, aunque informada por Thompson y la historia social y Tos primitivos estudios cultura- les, a cuyo énfasis irreverente y cuestionador debiamos volver; la segunda, la necesidad de separarnos obsesivamente de cualquier ién populista, porque era mAs lo que blo- queaba que lo que, treinta afios atras, habia abierto; la terce- ra, la de insistir en que el trabajo de anilisi es prima- riamente politico. Ademas, una reivindicacién: que nuestras preocupaciones~etnograficas -mala conciencia de aquellos que vivimos encerrados entre textos y discursividades— no podian hacernos olvidar los textos como lugares cruciales del analisis. Yfinalmente, una afirmaci6n: que los sujetos que me preocupaban “se caracterizan por la desigualdad, y no por la acumulaci6n indigesta de diferencias que cualquier produc- tor televisivo medianamente avispado admite como multicul- turalismo. Nombrar -volver a nombrar- la dominaci6n, es un paso timido: en contextos neoconservadores, parece radical”, decia en esa oportunidad. Estas insistencias pretendian ademas recuperar un margen, ya que no la centralidad. En 1983, una reunion organizada por CLACSO en Buenos Aires podia Ilamarse pomposamente Seminario sobre Comunicacién y Cultwras Populares. Sin ser muy obsesivo, podria asegurar que fue la Ultima vez que se usé ese nombre. En las transiciones democraticas, como explican Grimson y Varela (1999), Ja preocupacién por lo popular habia _o¢upado un centro de la agenda porque enfocaba los nuevos jetos de la ciudadania reconquistada. En 1987 Martin-Barbero ia De los medios a las mediaciones con una larga explicacién his- rica de la constitucién del sujeto Hamado pueblo, de sus deva- eos y deconstrucciones, para luego organizar toda la argumen- in en torno de esa categoria (Martin-Barbero, 1987). lalgrado su exégesis, el texto de Barbero no queria mas que guntarse por la supervivencia de lo popular, por su continui- expropiada y despolitizada, pero persistentemente alterna- no habia democracia sin lo popular, porque la pregunta del is cultural era por la hegemonia, y eso suponia una condi- n de dominaci6n y de subalternidad, y no precisamente su wacién, sino su impugnacién. 17 La recepcion del libro de Barbero fue penosa: rapidamen- te aligerada del impetu critico de los sesenta y setenta, nuestra academia latinoamericana parecié privilegiar una lectura mas obvia, que estaba en los margenes de Barbero y con mala voluntad: lo popular estaba en lo masivo... y alli estaba bien guardado. Cuando el hibridismo cancliniano reconcilié todos los fragmentos de nuestra posmodernidad neoconservadora, los noventa se volvieron decididamente neopopulistas, en una celebracién paraddjica: los noventa fueron -pudieron ser— neopopulistas porque cl pueblo ya no existia. “Lo popular no existe, mi amor”, se sentencid alborozadamente: “hoy existe la gente, y control remoto y fotocopiadora mediante se sacudira de encima el yugo de la dominacién”. O no se sacudira nada, en tanto la dominacién también podia dejar de ser nombrada. Tranquilos: un zapping y ya volvemos, desterritorializados, des- coleccionados y despopularizados. Y decididamente despoliti- zados. (. Si esta operacion se volvia politica en los regimenes neo- conservadores, se volvia hegeménica en los regimenes perio- disticos, porque los aliviaba de una competencia: los analistas dejaban de ocupar el dudoso y molesto lugar de la distancia y de la critica para desplazarse al de la celebracién: “celebrado- res acriticos de la cultura popular”, analistas sin distancia con su objeto, dicen Frith y Savage (1997: 7); como senala Frow, “sustituyen la voz de los usuarios de la cultura popular por la yoz de un intelectual de clase media” (1995: 37). Suprimida la distancia, medios e intelectuales podian regocijarse en una gente cuya principal preocupacién fuera ciudadanizarse en el consumo massmediatico, armados, vale la pena repetirlo, de los gadgets descoleccionadores, los aparatos de la resistencia cultural: videocasetteras, controles remotos, fotocopiadoras, computadoras (internet, cuantas tonterias se han dicho en tu nombre...), 0 desplazamientos en los no lugares de la posmo- dernidad, donde los sujetos devenian flanéurs anacrénicos que transformaban el shopping mas cercano en los pasajes parisinos del siglo XIX. Manifestacion académica, y confesién de parte: desde prin- cipios de los noventa me habia dedicado al fatbol como obje- to de anilisis, como gigantesca y deportiva excusa para seguir hablando de lo popular como. preocupacién central. Al buce- ar en los congresos (obligado, ademas, por las nuevas condi« 18 ine a ann ciones de producci6n del trabajo intelectual que nos volvia deudores de un régimen de incentivos y del peregrinaje por los simposios mAs absurdos para acumular horas de vuelo), me encontré con una doble condicién: mi objeto no existia en las agendas, y habia que simular desplazamientos para poder narrarlo en publico. Pero ademas, lo popular habia dejado de existir. Muerto de mala muerte, muerto de silencio. Si lo popu- lar habia debido ser violentado académicamente para ser transformado en objeto de saber —ésa era la principal ensefian- za de Michel de Certeau-, la academia volvia sobre si misma y decretaba, en su expulsién del mapa de lo nombrable, una muerte peor: la del significante. Entonces, pertinaces y tercos, volvimos por un margen. Era previsible: la centralidad que lo popular ocupé en las preocu- aciones de los ochenta debié augurarnos -no supimos leer- lo= su desaparicién. No queremos repetir esa historia: lo popu- es'el margen, porque es el limite de lo decible en la cultu- gemédnica y en los medios. Y por ese margen navegamos. al séptimo dia, hablé (de) la gauchesca Una experiencia de investigacién futbolizada, en el origen. » también una experiencia de docencia. Desde 2000 estoy go de una catedra misteriosamente titulada Seminario de a Popular y Cultura Masiva. La infatigable complicidad dora de mis alumnos la Ilam6 indistintamente Cultura Cultura, Popular y Masiva, o Alabarces a secas, lo que sin 5 una dificultad mayor con el objeto. Llamarla ular, en cambio, aliviaba costos epistemoldégicos, de preguntarse sobre dos objetos donde habia uno, le habia dos. Su fundacion, en 1987, se debié al tra- , ilegitimos que eran los productos de los era de la semidtica veroniana —que se le habia telenovela~ porque la expandia.’ Pero la clave 40n los que recupero en “Un destino sudamericano”, Volumen, 19 setentista, que leia la cultura popular con un énfasis contra- hegeménico de la mano del peronismo de izquierda, era irrecuperable en los ochenta y noventa. Por un lado, porque ya no habja ilegitimidad cuando una catedra nombraba como obligatorios los objetos veinte afios atras silenciados por una cultura y una academia vigorosamente legitimista, practicante de un etnocentrismo de clase de la peor especie. Y porque no habia contrahegemonia, cuando el estudio de Ja telenovela 0 el tango o la poesia popular o el radioteatro o el cuarteto o el rock eran conocimientos autorizados por un poder autorizante, que solo permitia la lectura de un pasado arcadico o de un presente pasteurizado. Cuando quedé a cargo de la catedra, todo lo narrado aqui sc disparé en una propuesta distinta de trabajo. Debiamos repen- sarlo todo, Los titubeos teéricos debian resolverse en la relectu- rayla discusién obsesiva de todo lo escrito: revisar los clasicos, entonces, fue la primera tarea, que acometimos frente a estu- diantes desorientados que todavia estan preguntandose si hay algo que pueda ser llamado popular, luego de tantas volteretas. Por mi parte, hice otra propuesta: dediqué varios anos del curso a hacer una suerte de historia de la cultura argentina lefda desde el problema de lo popular. En el principio fue el silencio, luego se hizo la luz y hablé un gau- cho, Eso narra la génesis de nuestra cultura, y € fue el princi- pio de nuestra serie. Lo popular no habla por si mismo, sino bo intérpretes letrados; pero la cultura argen- ¢ fundaba en la ficcién maravillosa de un letrado hablan- do por la boca de un campesino —de un campesino hablando por la escritura de un Jetrado-. Desde alli propuse un recorri- “do que interrogara diacrénicamente la cultura argentina para preguntar, en ciertos textos privilegiados, sobre la voz del otro, sobre la representacion del otro, sobre Ja manera en que lo popular se introducia en los pliegues intersticios de las voces legitimas. En Ja literatura, en el cine, en Ja plastica, y también. en la misica y en la television. Lo popular como discurso refe- rido, como dimensién polémica del texto, como una instancia de la polifonia o de su mascara, la falacia polifénica de los tex- tos fatalmente monoldgicos —pero a la vez, fatalmente plura- les, hasta en sus silencios y escamoteos-. Gramscianamente, sigo pensando lo popular como un término diferencial que i s6lo puede leerse en relacién con lo no popular. Pero eso exige soslayar toda tentaci6n aislacionista: No podemos pensar en estudiar las culturas populares en su espe- cificidad si no nos desembarazamos primero de la idea domino- céntrica de la alteridad radical de esas culturas, que conduce siempre a considerarlas como no-culturas, como “culturas-natura- lezas”: prueba esto el modo con que el miserabilismo apela infa- liblemente al populismo. De igual manera, no podemos plantear asi nomas la cuestion de la heterogeneidad del espacio social y del espacio simbélico si no nos damos primero los medios (que valen lo quevalen) para establecer la continuidad del espacio social y del espacio simbélico; no podemos pensar en reintroducir en el an- lisis cientifico de las culturas dominadas el punto de vista y la experiencia de los dominados si antes no pudimos reintegrar e incluir las clases dominadas en la esfera de la cultura (Grignon y Passeron, 1991: 113). Narrar lo popular, o mejor: interrogarse sobre las de Ja narracién de lo popular reintroduce la pregunta Pp or lo dominado en el campo de lo dominante, Dice Piglia que la ficcién nace en la Argentina como una forma de narrar al otro (gaucho, indio, inmigrante, obrero): que la burguesia _ Se narra a si misma en la autobiografia, pero que para narrar _al dominado precisa de la ficcién (Piglia, 1993: 5). Desde alli, entonces, interrogar la gauchesca, Echeverria, Sarmiento, Discépolo y el grotesco criollo, Lugones, Borges solo 0 con Bioy, Cortazar, Puig, Rozenmacher, Lamborghini, Walsh, fue ‘wn intento de reconstruir simulténeamente el diferencial (aquello que habla de lo que no es lo mismo, de lo que mpe con el entramado de las voces legitimas, del susurro ¢ afirma que lo popular existe en el margen de la lengua jegemonica) y la continuidad: la de una cultura y la de una historia de esa cultura. Diacrénicamente, porque ademas oda sociologia de la cultura, como dice Raymond Williams, necesariamente una sociologia histérica que nos habla de mergencias y de residuos (Williams, 1982: 31). Sincréni- mente, porque si lo popular es diferencia o afirmacion de ha distincién conflictiva, debia reconstruir en cada momen- ‘| mapa de ese conflicto: una lectura que oblitere este 9 es una lectura anacrénica, o mas drasticamente, una lec- 21 Pero a la vez: en todo ese intento aleteaba la observacién de Ludmer respecto de la literatura latinoamericana sobre el otro —el gaucho, el indio, el esclavo-: “Esto nos hace pensar que la literatura cuando trabaja dos voces, las politiza de un _ modo inmediato. Funde lo politico y lo cultural, porque funde los Jenguajes con relaciones sociales de poder; y porque no hay relacién entre culturas sin politica porque entre ellas no hay sino guerra o alianza” (1997: 11). Exasperando la homolo- gia, nos preguntabamos por la relaci6n entre dos lenguajes: el del letrado y el del iletrado, como dijimos, pero también por el de los medios y el de sus pablicos; quisimos —en eso estamos y estaremos- indagar la relacion entre el aparato avasallante_ de la cultura de masas y esas lenguas otras, condenadas a jugar sus margenes o a ser apropiadas y convocadas cuando el rating asi lo disponga. Y los modos de esa captura se resisten, __€omo todos los textos de este libro intentan demostrar, a ser explicados con la simplificacion de la hibridacién, y tampoco con la de la manipulacion. 3. Mediaciones y resistencias En todo este entramado, a medida que nuestros interro- gantes tomaban forma y que el equipo de trabajo adquiria soli- dez y expertise, entendimos que podiamos proponer respuestas a algunos de estos interrogantes.° Que esas respuestas debian venir de la apuesta por el debate continuo que relato, del repensarlo todo que seguiremos practicando hasta el hartazgo hasta con nosotros mismos-. Pero también de la proposicion de investigaci6n sistematica, de la produccién de nueva empi- 6. Aqui puedo volver al plural: porque ésta fue una tarea colectiva que hicimos con Maria Graciela Rodriguez, Miriam Goldstein, Fabiola Ferro, Libertad Borda, Mariana Conde, Marién Motta, Valeria Anon, Cecilia Vazquez, Daniel Salerno, Christian Dodaro, José Garriga Zucal, Marfa Veronica Moreira, Javier Palma, Carolina Spataro, Malvina Silba, Mauro Vazquez, Mariana Galvani, Carlos Juarez Aladazabal, Mercedes Moglia, Ana Scanapiecco, Sabrina Camino, Lucrecia Gringauz, hasta hoy; Analia Martinez, Santiago Marino, Nora Palladino, Vanina Rodriguez, Paula Morello, Andrea Lobos, Gabriela Binello, en aliri mpi, todos ellos/as denodados/as compafieros/as a los que mi desorientacion y titubeos no los Henaron de panico. 22 ria, de volver a construir la cultura popular como objeto de estudio, aunque deconstruida _en_todos los fragmentos que fuera necesario. Nuestras investigaciones, las colectivas y las individuales, han venido reedificando un campo de estudios: en papers y en tesis, modo de produccién académico que no vamos a esquivar, pero también en la intervencién publica, en el debate periodistico o ampliamente social. : Lo que sigue es un momento, un recorte posible de esta investigacién: un estado de la cuestién que nos permite -como podra verse en el trabajo final de Maria Graciela Rodriguez— la proposicién de una serie de respuestas provisorias a tantas preguntas. Sus partes quieren agrupar las areas en las que nos hemos focalizado: la misica popular, el fiitbol, la politica (0 los modos de expandir lo que entendemos como politica, clave que cruza casi todos los trabajos), los textos audiovisua- les (televisivos o cinematograficos), el campo artistico, el ana- lisis te6rico. Cuando comenzamos a planear esta compilacién, propusi- mos que las categorias que marian los trabajc almente la de mediacion y la de resistencia, porque nos situa- en un campo epistemolégico y a la vez en una clave poli- yeinte afios, en 1987, en el libro que ya citamos; desde De dios a las mediaciones para aca, parece imposible encarar adios latinoamericanos sobre cultura popular y cultura de ja8 prescindiendo de esa referencia. Sin embargo, la no ha perdido nada de su vaguedad original, y mas e verse, por ejemplo, el tomo homenaje titulado Mapas noc- logos con la obra de Martin-Barbero. El conteo de las definiciones intenta definir las relaciones entre estructura y superestructu: Ta esquivando a los Escila y Caribdis de la determinacion en vilti- fla la tentacion reflejisia. En esa serie nos Sentimos comodos: no nos interpela la acusacion de mecanicis- tas. Pero no es Martin-Barbero, con todo, el que nos permite sortear definitivamente sus peligros. Lo que la categoria de mediacién nos permite, en nuestros enfoques, es situar insistentemente los estudios sobre cultura popular en la relaci6n con los medios: aunque deudores de la antropologia -y mas explicitamente, Moreira y Garriga Zucal son antropélogos de pleno derecho-, nuestros trabajos afir- man que la trama de lo popular y lo masivo debe leerse preci- samente alli, en el cruce, en la tensién, en la intersecci6n: en la cépula, en esa perturbadora y que une el titulo de nuestra asignatura (recordemos: “cultura popular y cultura masiva”). @u ‘mediacién se recubre, entonces, de nuevos juegos: como mediacion, donde el rol de los medios no puede escamotearse, y como nexo, la cépula que pone en contacto aquello que cuesta separar, siquiera esquematicamente. Pero ademas, lo disciplinar: porque incorporamos la etnografia -como diji- mos, a través de nuestros antropdlogos de cabecera-; porque jugamos en los limites de la sociologia de la cultura —Silba es socidloga de veras, yo mismo me siento cémodo en ese rotu- lo-; porque coqueteamos con la literatura —el lugar de Afion y mi procedencia— y los estudios culturales, especialmente con su animo irreverente, desclasificador y critico. Pero también reivindicamos que todo esto puede inventarse y reinventarse, continuamente, porque también venimos de una carrera de Comunicacién, el orgulloso origen de Rodriguez, Borda, Conde, Dodaro, Moglia, Palma, Salerno, Spataro, ambos Vazquez. @ Por su parte, la nocion de resistencia nos permite ubicar un foco, un cierto estrabismo que define lo que buscamos en los textos y practicas analizados, y a la vez un posicionamiento * politico-cultural. Hace rato que _sabemos que las culturas populares no estan condenadas a resistir, esa exasperaclon de la herencia gramsciana que alcanzaba su climax en la obra de Lombardi-Satriani; hace rato que la bibliografia demostr6 que I Ia cuesti6n_pasaba_mas por las negociaciones y los intercam- bias; y también hace rato que la realidad politico-cultural lati- noamericana demuestra la fenomenal capacidad de nuestras 24 clases populares para arrojarse felizmente en las garras de sus explotadores, sin atisbos visibles de insurreccién o contesta- cién. Y sin embargo, como nuestros textos intentan analizar, la resistencia permanece en un pliegue, en el principio de escision del que hablaba Gramsci: esa pertinaz posicién diferencial de los subalternos que les permite pensarse, aun en las situacio- nes de hegemonia mas impenetrables, como distantes y dife- rentes de las clases dominantes. Quisimos, entonces, buscar esas fisuras y esos intersticios, los lugares donde la cultura popular deja ver una oposicion y se deja ver como subalterna, donde afirma precisamente su subalternidad, el rasgo que define su posicién jerarquica de cultura dominada. 4, Apuestas arse hoy por lo popular exige una nueva lectura, un anilisis radical que interrogue con dureza la nueva econo- mia de lo simbélico heredada de las dictaduras y el neoconser- Vadurismo. Una interrogacién que no sélo registre el mapa intolerable —zes necesario recordar que es una condicién que ofende nuestro presunto progresismo?— de la miseria material de nuestras clases populares, sino también el mapa -que biera ser igualmente intolerable- de la aguda desigualdad mbélica. Una desigualdad harto compleja porque no desig-- diciones de produccién de cualquier discurso: basicamen- | derecho a la voz. Y que de un modo no menos importan- esigna el derecho a la visibilidad y a los modos de adminis- esa visibilidad. Lo popular nombra en la América Latina mporanea, y de manera radical, aquello que est fuera ible, de lo decible y de lo enunciable. O que, cuando «¢ representacion —como analizamos en estos trabajos-, de administrar los modos en que se lo enuncia; la inclu- movimiento, en mas de lo mismo. ez, estamos en un estado inédito de la cuestién: por- nismo tiempo esa exclusi6n radical se inviste de plebe- mo retorica dominante, lo que supone la exhibicion 25 de un democratismo falaz que esconde —exitosamente- la radi- calidad de la exclusién material y simbélica a la que se ven sometidas las clases populares. El plebeyismo, como argumen- tamos en algunos de los textos de este libro, es una enuncia- cién populista pero conservadora, desprovista de la condicién ~al menos ritualmente- irreverente del populismo latinoame- ricano; una enunciacién que celebra un igualitarismo falso, donde todo -pretendidamente- puede ser dicho, visto y ofdo. Una enunciacién que describe, paradéjicamente, que lo popu- lar se ha vuelto hegem6nico —contrariando un siglo de teoria politica y cultural-. Un escenario donde las practicas popula- res se vuelven presuntamente hegeménicas porque se desvis- ten de toda irreverencia y transgresién. Un escenario donde incluso los lenguajes se achatan, pierden espesor y riqueza, se limitan a retoricas plebeyas sin irreverencia, porque han per- dido su condicién distintiva. Es decir, el peor escenario: el de una desigualdad radicalizada que escamotea su condicion de tal para afirmar su ficticia condicién democratica. Un anilisis cultural democratico como el que postulamos debe, entonces y en primer lugar, desmontar la simulacién de la hiperrepresentaci6n; y debe proponer, politica y eficazmen- te, el derecho imprescriptible al simbolismo de todos los gru- pos y clases sociales. Es decir, debe deconstruir ese poliglotis- mo falaz, la falacia de una polifonia inverificable que se vuel- ve, a duras penas, cacofonia: un concierto de ruidos donde lo hegeménico permanece duramente inalterado. Esto es, sin duda, una apuesta politica. Pero es que fuera de lo politico, de la dimension conflictiva de la desigualdad material y simbdli- ca, nuestro trabajo seria puro gesto estetizante, seria apenas el ejercicio de un derecho de pernada simbélico que seleccione, usando nuestro poder intelectual —nuestra posici6n privilegia- da de sector dominado, pero de la clase dominante, como decia Bourdieu-, los repertorios en los que solazarnos y a los que distinguir con nuestra atenci6n. Lejos estamos en este libro —lejos queremos estar— de esa posicion. Por el contrario: en “Cinco dificultades para descri- bir la verdad”,* Bertolt Brecht define por analogia algunos de los problemas que queremos discutir aqui: “Hay que tener ~decia Brecht- el valor de escribirla, la perspicacia de descu- 8. Citado en Piglia, 2001. 26 brirla, el arte de hacerla manejable, la inteligencia de saber elegir a los destinatarios y sobre todo la astucia de saber difun- dirla”. De eso trata esta investigaci6n sobre la cultura popular: del valor de recuperar un significante, la perspicacia para des- cubrir sus pliegues y sus escondites, el arte de leerlo sin obtu- rarlo ni sobreponer nuestra voz, la inteligencia para colocarlo nuevamente en nuestro debate -académico pero necesaria- mente politico- y la astucia para defender su derecho a la voz. Sélo este juego puede suspender —pero siempre sometido a una exasperada vigilancia— la funcion originalmente represiva de nuestros saberes, para recuperar la dimension ética de nuestro trabajo intelectual. 27

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