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COLLECTION DE LA CASA DE VELAZQUEZ Volume n’ 75 Identidad y representaci6n de la frontera en la Espafia medieval (siglos x1-xIv) Seminario celebrado en la Casa de Veldzquez y la Universidad Autonoma de Madrid (14-15 de diciembre de 1998) Actas reunidasy presentadas por Carlos de Ayala Martine, Pascal Buvesi y Philippe Fosserand Casa de Velazquez Universidad Autonoma de Madrid Madrid + 2001 Una frontera caliente La guerra en las fronteras c: (siglos x1-x111) tellano-musulmanas Francisco Garcia Fitz Universidad de Extremadura a frontera de Espanna es de natura caltente e las cosas que nascen en ella son mas ernessase demas fuerte complision que las dela tierra vieja>. Val era el parecer de los juristas alfonsies de la segunda mitad del siglo x111 en relacion con los caracteres de las fronteras hispnicas’. Sin duda, el concepto de frontera caliente tiene una evidente acepcién de indole climatica, puesto que no en balde en referencia a ella se aconseja que los peones reclutados por adalides y almocadenes fueran hombres «féchos, e acostumbrados e guisados al ayrey a los trabajos de la tierra», ya que si no fuesen tales, se aiiade, «on podrian Inengo tempo binir, maguer fuessen ardides evalientes». Fstd claro que, en una primera lectura, la anterior considera- cidn no es sino una llamada de atencidn acerca de la necesaria adecuacién de los: hombres de guerra al medio en el que debian de desarrollar sus actividades: ade mas de las virtudes 0 condiciones que, razonablemente, podrian esperarse de todo aquél que se dedicase a la guerra, como la astucia 0 el valor, también parece requerirse de ellos una includible adaptacién al calorya la sequedad!, Ahora bien, si la anterior expresion se inserta en el contexto general de la ley en que aparece, cabria entender que la citada calificacién —la de caliente * La presente ponencia se inserta en el proyecto de investigacién PBg6-t531 de la Direccién General de Ensefianza Superior sobre «Guerra y Frontera en la Edad Media Peninsular. T ALvonso X, Las Siete Partidas, Salamanca, 1535, Segunda Partida, tit. XX, ley VII (citado Segunda Partidd). Vin ta guerra peninsular, el un sufrimiento afadido a las dific con- diciones que cualquier guerrero tenia que soportaren un conflict. Desde luego, los cronistas no dejaron pasarla ocasién para poner de manifiesto esta circunstancia, como se ilustra, por ejemplo, en la narracién del cerco de Sevilla, donde se resalta, entre otros padecimientos, los males causa dos por el insufrible verano de aquellas latitudes: «Ca Jas calenturas evan tan fuertes et de tan grant engendimiento et tan destenpradas, que se morien los omnes de grant destenpramiento corronpido del ayre aque semeiana lamas de fuego; et corrie aturadamiente sienpre'on viento tan excalfado, commo sy de los infiernos saliese; et todos las omnes andauan todo ef dia corriendo agua, de la grant sudor que ficzie, tan- bien estando por las sonbras commo por fuera, o pore guier que andauan, commo sy en banno estodiesenn, Primera Cronica General de Espatia, ed. Ramén MeNtN vez Prvar, Madrid, 1977, cap. 1126, p. 768 (citado Primera Crinica General Cade Avata, P. Bunesi yPh. Jossen ann (eds.), Identidaiy representacion dela frontera en la medieval (clos x1-xiVv}, Collection de la Casa de Velizquez. (75), Madrid, 2001, pp. 159-179. spana 160 FRANCISCO GARCIA FITZ aplicada al sustantivo frontera transciende aquella primera significacién para definir toda una forma de entender la realidad fronteriza, una forma esencial- mente marcada por la crudeza, gravedad y continuidad de la actividad bélica. A este respecto, cabria insistiren que dicha ley se refiere especificamente al reclu- tamiento de peones por parte de los almocadenes y adalides, exigiéndoseles a los primeros que fueran gente experimentada —««: ssados de. guerra y dispuesta para el sufrimiento —?, Por si quedara alguna duda en torno a la adecuada interpretacién del adjetivo «caliente», podria traerse a colacidn su empleo por parte de Don Juan Manuel, esta vez aplicado al sustantivo «guerra» y cn contraposicin con el concepto de «guerra [reid», para constatar que se aplica a la hora de definir la dureza de los enfrentamientos, la ferocidad de los comportamientos, la intencién de acabar con el contrario de forma contundente, la voluntad de dirimir un conflicto sin concesiones al adversario. En palabras de este autor, que escribia apenas medio siglo después que los juristas alfonsies, La cosa que mas le cunplira [a quien se viera envuelto en una guerra] para sallirbien della es que faga la guerra muy bien [et] cuerda mente et con grant esfucrgo et con muy grant crueza ademas; ca Ia guerra muy 2 Resulta inevitable detectar en el texto certa resonancia del tGpico aristorélico, El autor griego habia sostenido que los hombres de las provincias eslidas eran mis valientes que los procedentes de regiones frias. Parece que los juristas alfonsinos sc hubieran limitado a trasladar el mismo pri cpio, inicialmente aplicado sélo a los hombres, para caracterizar un émbito geopolitico, como es el de frontera, Esta adecuaci6n de la idea aristotélica a la realidad de las fronteras hispanicas puede que no sea una simple referencia cult vacia de contenido, sino una elecci6n conscientemente rea- lizada. De hecho, los citados juristas tenian a su diposicién otros modelos que mantenian int pretaciones distintas acerca de la influencia del clima sobre cl valor y la audacia de los hombres. ‘Asi, el ratadista tardorromano Vegccio, bien conocido porlos autores de las Partidas, habia defen- dido, al contrario que Aristoreles, que los hombres de regiones cilidas tenian en general més ingenio, pero menos constancia y confianza en la lucha cuerpo a cuerpo que los puchlos septen- trionales, més irreflexivos, pero pletéricos de sangre v mss dispuestos para la guerra. En conse cuencia, Vegecio aconsejaba seleccionar a los reclutas en zonas de clima templado, puesto que éstos presentaban una adecuada mezcla de prudencia v valor. La reflexiones de Vegecio serian retomadas, en la segunda mitad del siglo x11, por un autor castellano, Gil de Zamora, que igual- mente aleccionaba sobre las virtudes de los hombres procedentes de zonas templadas. Véase Fla- vio VeGrcio, Epitoma Rei Militaris,en Maria’ Veresa Catteras BeRoones, Ediciin critica y tra- ducciin del ¥-pitoma Rei Militaris de Vegetins, libros Ly Ua la lez de los manuscritos espaitolesy de los ads antiguos testimonios europens, Madrid, 1982, lib. I, vit. 11, pp. 14-16s fray Juan Gi de ZaMoRa, De Praeconiis Hispaniae Liber, ed. Manucl de Castro y Castro, Madrid, 193s, lib. XI, tt pp-347-348 sobre la influencia de Vegecio en las Pertidasy cn la obra de Gil de Zamora, véase Francisco Garcia Fitz, «La didéctica militar en ka literatura castellana (segunda mitad del sigloxin y primera del xiv)», Anwarin de Estudios Medievales, 1, 1989. pp. 271-283 LA GUERRA EN LAS FRONTERAS CASTELLANO-MUSULMANAS — 161 fuerte et muy caliente, aquella se acaba ayna, o por muerte o por pazs mas Ih guerra tivia nin trae paz, nin da onra al que la faze, nin da a entender que ha en el vondat nin esfuergo, asi commo cunplia’. Esta representacién de la frontera en la que se destaca tanto su considera- ién de escenario fundamentalmente bélico como el alto grado de violencia en las actitudes vitales— mostrada por los autores de las Partidas y corroborada por don Juan Manuel, parece contradecira toda una corriente historiogrifica que en las ltimas décadas ha procurado destacar otra vertiente del hecho fronterizo, aquella en la que se resaltan las conductas tolerantes, los actos y gestos de con- vivencia, la comunidad de intereses, costumbres e incluso creencias, entre las sociedades que desarrollaban su existencia en aquellos contextos fronterizos. Desde luego, esta imagen de frontera caliente resulta, al menos a priori, dift- cilmente compatible con la idea, por otra parte bien documentada y mejorargu- mentada recientemente por especialistas como Rodriguez Molina, de una frontera caracterizada no por una actividad guerrera predominante, sino por la preponderancia de paces y treguas que facilitarian y fomentarian las relaciones pacificas entre comunidades vecinas#. A tenor de lo expresado por dichos auto- res, en estas fronteras la conflictividad bélica nunca habria revestido los alar- mantes caracteres de intensidad, generalizacién y exclusividad con que se le suele presentar en la historiografia al uso, sencillamente porque «el tiempo de la guerra» s6lo abarcaria —los calculos se han hecho para la frontera castellano- granadina de los siglos bajomedievales— el 15% de las relaciones entre cristia~ nos y musulmanes, mientras que el «tiempo de la convivencia» representarfa el 85% restante, siendo éste «el mis acostumbrado y, desafortunadamente, el peor o nulamente descrito»’. Han sido consideraciones como éstas u otras andlogas, como las expuestas por Angus Mackay, las que han Ievado a algtin estudioso a la inevitable conclusin de que «los lugares de la frontera penin- sular frente al Islam venian a ser centros de convivencia entre moros y cristia~ nos», fuera claro esté de los perfodos de guerra que, por otra parte y segtin los recuentos particulares de estos autores, eran excepcionales®. 3 Juan Manvel, Libro de los Estados, en Obras Completas, ed. José Manuel Buecua, Madrid, 1982, CAP. LXXTX, p. 357 4 José RopriGurz Mouina, «La frontera de Granada, siglos x11 en Francisco Toro: Cenattos yJosé Ropricurz Mouina (cds.), Estudios de Frontera. Aleald la Real'y el Arcipreste de Hita, Jaen, 1996, p. 513 5 José RopricueZ Mota, «Libre determinacién religiosa en la frontera de Granada», en Francisco ‘Toro Creatios y José Ropricurz Motta (eds), LI Estudios de Frontera. Activi- dad y vida en la frontera, Alcali la Real, 1998, p. 698. 6 Carlos Barxos, «La frontera medieval entre Galicia y Portugal», Medievalisma, 4, 1994, P.34s siguiendo a Angus Mackay, La Fspaita de la Edad Media. Desde la frontera hasta el Imperio (1000- 1500), Madrid, 1980, pp. 214-222. No es éste el lugar de hacer un anilisis ce estos postulados | toriognificos, que de forma clara y sintética ha sido realizado recientemente, tomando como de reflexidn la frontera castellano-nazarf de la Baja Edad Media, por el profesor Manuel Rojas ‘Gapaint,a cuyas paginas nos remitimos, véase «La frontera castellano-granadina. Entre el t6pico historiognifico y las nuevas perspectivas de anilisis~, cn Manuel Garcia FERNANDEZ (€ a 162 FRANCISCO GARCIA FITZ Sin embargo, y dejando de lado otras consideraciones’, hay que reconocer que esta Ultima percepcidn del hecho fronterizo excluye o minimiza algunas facetas importantes de las actividades bélicas desarrolladas en las fronteras y que, cuanto menos, dichas apreciaciones difieren substancialmente de las opi- niones aportadas por muchos contemporineos respecto al cariz. general de la vida de frontera. Puesto que de lo que no cabe duda es de que la imagen de una frontera caliente transmitida por los juristas de tiempos de Alfonso X es amplia- mente compartida por otros muchos contemporéneos, ya fueran poetas, mora listas, cronistas 0 redactores de cddigos de derecho local. Bastaria, por ejemplo, con repasar el articulado de los fueros municipales de las localidades de fron- tera para constatar cl enorme impacto de la guerra sobre los modos de organi- zaciOn institucional, social y econdémica de estos nticleos, sobre su manera de concebir el acercamiento a sus vecinos musulmanes 0 de imaginar el caracter de las fronteras frente al Islam’. Desde luego, son muchos los factores que debieron incidir en la formacién. de esta representacion de la realidad tan condicionada por las actitudes violen- tas, pero uno de ellos, el que nos gustarfa resaltar en estos momentos, creemos que fue la forma en que habitualmente se desarrollaban los conflictos. En las fronteras castellano-musulmanas que fueron conformandose y suce- diéndose durante los siglos centrales de la Edad Media, como en otros muchos contextos geopoliticos contemporineos, la guerra fue concebida fundamen- TEncuentro de Historia Medieval de Andalucia, Sevilla, 1999, pp. 97-106 (citado M. Rosas Gapaten, «La frontera castellano-granadina~).. 7 Cabria recordar, por ejemplo, que las fronteras de los reinos cristianos hispinicos frente al Islam se presentan, a partir de la segunda mitad del siglo x1, como una «frontera de Reconquista», esto cs, como un espacio provisional que tiende a desplazarse hacia el sur, como un territorio. apto a ser conquistado y organizado», André Bazzan, «El concepto de frontera en el Medite- rmineo occidental cn la Edad Media, en Pedro SeGurs ART ERO (coord,), La frontera oriental nazaré como sujeto historico (s, xru1-xv 1). Actas del Congreso, Slmerfa, 1997, p. 40. Ya). A. Maravall lo habia expresado con toda claridad: «La frontera meridional que en cada momento limita nuestros principados cristianos postula su proyeccién hacia adelante. En ella de permanente no hay més que Ja exigencia de correrse hacia adelante» (JA. Maravact, El conceptn de Espaita en la Edad Media, Madrid, 1981, pp. 272-273). Sobre «la frontera como idea de provisionalidad», véase Emilio Mrrre Fern Anpe7, «La Cristiandad medieval ylas formulaciones fronterizas»,cn Emilio Mitre Fer- NANDEZ ef alit, Fronteras y fronterizas en la historia, Valladolid, 1997, pp. 12-18 ¥ 23-27. Igualmente ¢ ha contrapuesto el inmovilismo implicito en la concepeién de frontera desarrollada en al~Anda lus con la concepcisn de frontera eshozada en los reinos cristianos hispanicos, definida como «una frontera en marcha» y en permanente avance: véase André Bazzana, Pierre Guicu arp y Phi- lippe SENac, «La frontigre dans I Espagne médiévale, en Jean-Michel Poisson (ed.), Castrim 4. Frontitre et peuplement dans le monde méditerranéen au Moyen Age. Actes du collague d'Evice-Trapani (8-25 septembre 1988), Rome-Madrid, Collection de ks Casa de Velézquez. (38) - Collection de PE- cole frangaise de Rome (105), 1992, pp. 35-59, csp. p. 55 (citado J.-M. Porssow [ed.], Castrum 4) 8 Ta historiografia hispsnica ha puesto de relieve en muchas ocasiones la influencia de la gue~ ray de la frontera sobre la vida urbana. Una amplia nota bibliogrifica al respecto seria ociosa, que baste con resaltar las dos perspectivas diferentes aportadas por James F, PowrRs, 4 Society Organized for War. The Iberian Municipal Militias in the Central Middle Ages (1000-1284), Berkeley - Los Angeles - Londres, 1988, y por Luis Miguel Vitiar Garcia, La Extremadura castellano Leonesa. Guerreros, clérigas y campesinos (711-1252), Valladolid, 1986. LA GUERRA EN LAS FRONTERAS CASTELLANO-MUSULMANAS — 163 talmente como un enfrentamiento por el control del espacio’. “Lanto en el Ambito cristiano como en el musulmén se desarrollaron durante los siglos ple- nomedievales proyectos politicos y militares tendentes a la ampliacion del esp: cio dominado a costa de sus vecinos 0 a la recuperaci6n de parcelas territoria- les perdidas. Asi, dejando de lado las polémicas que normalmente suscita el concepto de Reconguista, e independientemente de que se quiera interpretar como una recuperacién 0 como una conquista, parece indiscutible que buena parte de la actuacién militar de la monarquia castellano-leonesa, al menos desde los tiempos de Alfonso V 1, estuvo dirigida a la anexién de tierras, fortalezas ciudades dominadas por los musulmanes, y no sdlo a la consecucién de botin, Aste respeto, podria recordarse la extraordinaria claridad con que Sisnando Davidiz le expuso al rey ziri de Granada las intenciones ultimas del monarca castellano mencionado con anterioridad: Al-Andalus —me dijo de viva voz— era en principio de los cristianos, hasta que los arabes los vencieron y los arrinconaron en Galicia, que es la region menos favorecida por la naturaleza, Por eso, ahora que pueden, desean recobrar lo que les fue arrebatado, cosa que no logranin sino debilivindoos y con el transcurso del tiempo, pues, cuando no tengdis dinero ni soldados, nos apodcraremos del pais sin ningiin esfuerzo!®, De la misma forma, el anilisis de los comportamientos bélicos de los inva- sores norteafricanos, especialmente almorivides y almohades, pone de mani- ficsto una clara voluntad de recuperar el territorio perdido por el Islam penin- sular a partir de la segunda mitad del siglo. Esté claro, por ejemplo, que el objetivo militar fundamental de los primeros fue restaurar el dominio iskimico ° Asi, por ejemplo, parece demostrarse en Ambitos tan diversos como ‘Tierra Santa durante los tres siglos de asentamiento latin (R. C. Saati, Crusading Warfare [1097-1193], Cambridg 1995, pp. 22-25 y Christopher Masta, Warfare m the Latin Bast [1192-291], Cam= p.210), la Francia de Felipe Augusto a finales del siglo x11 y primeros aitos del x111 (J. F.FINo, «Quelques aspects de Vart militaire sous Philippe Auguste», Gladius, 6, 1967, pp. 21- 2), €l principado de Lieja y el condado de Looz entre los siglos x y xv (Claude Gairn, rt et organisation militaires dans le principauté de Lidge et dans le comté de Looz. an Mayen Age, Bruselas, 1968, p. fronteras ar 8 del siglo x11 (Matthew SrRicKLAND, «Securing the North: Invasion and the Strategy of Defense in Twelfth-Century Anglo-Scottish Warfare», en Matthew SrrickLanp [ed.], Anglo-Norman Warfare. Studies in Late Anglo-Saxon and Anglo-Nor- man military orguntzation and warfare, Woodbridge, 1992, pp. 208-229), ¢l conjunto del mundo mediterrineo durante la misma centuria (R. Rocrrs, Latin Siege Warfare in the Twelfth Century, Oxford, 1992, p.1), Livonia y Prusia durante la época de las cruzadas alemanas (Nicholas Hoort y Matthew Bennet, The Cambridge Ulustrated Atlas of Warfare: The Middle Ages [768-1487], Cambridge, 1996, pp. 60-61), las tierras de influencia inglesa entre los siglos x1 y xv (Michael Prestwicn, Armies and Warfare in the Middle Ages. The English Experience, New Haven - Lon- dres, 1996, p. 281) o la Europa occidental medieval en su conjunto (Jim Brapnury, The Medieval Woodbridge, 1992, p. cry Bernard S, Bacacn, «Medieval Military Historiography», en Michael Ben TLry [ed.], Companion to Historiography, Londtes - Nueva York, 1997, p. 212)- 10'Agp ALLAH, Memorias,en El Siglo x1 en F persona. Las situada en la orilla izquierda del’ Tajo". Un siglo més tarde, las grandes expediciones almohades emprendidas por el califa al-Mansir por el valle del Tajo no parece que tuvieran un objetivo diferente, al menos a tenor del testi: monio recogido por Ibn ‘Idari quien afirmaba con rotundidad, antes de ini el relato de la gran campafia de 1196, que Cuando acabé al-Mansir sus trabajos y reunié a sus soldados y revisté a sus hombres, deliberé con los que se debia de la gente de conoci- miento en las guerras, por donde seria la entrada hasta el fondo de las entrafias del pais del infiel Alfonso, para desarraigar lo que quedaba de sus bienes adquiridos y heredados, y recayd el acuerdo de dirigirse a la 11 Podria recordarse, sin dnimo de exhaustividad, que sélo en los territorios comprendidos entre cl valle del ‘Tajo y Sierra Morena, volvieron a manos musulmanas localidades como Lis- boa (1095), Consuegrs (1099), Cuenca, Amasatrigo, Huete, Uelés y Ocafia (1108), Talavera (110 Santarem ¥ Cintra (11m), Oreja, Zorita, Coria y Mbalat (entre 1113 ¥ 1119), €s decir, la prictica tota~ lidad de las conquistas realizadas por Alfonso VI en las décadas anteriores, con exclusién, claro esti, de la ciudad de’Loledo, Sobre todo ello pueden consultarse las mis recientes sintesis apor- tadas por Maris Jestis Viguera y por Miguel Angel Ladero Quesada, en los volimenes VIII** IX, respectivamente, de la Historia de Espaita ditigida por R. Menéndez Pidal, Kin cuanto a las fuentes, los testimonios incluidos en las diversas crdnicas cristianas y musulmanas son muy expresivos acerca del proceso de desmantelamiento del poder castellano sobre aquellas tierras, vease Anales Toledanos I, en Enrique FLoRez.(ed.), Expaia Sagrada, t. XXMUL, 1767, pp. 385 citado Anales Yoledanos Dy Anales Toledanos II, ibid, pp. 403-404 (citado Anales Toledanos IT); Tex ‘Inari AL-Mareausi, éBayan al-mugrib, Nuevos fragmentes almordides y almohader, ed. Ambrosio Huict Miran, Valencia, 1963, pp. 122-124 y 133-134 (citado A/-Bayan, Nuewos fragmentos); Rodrigo WMENEZ DF. Rava, Historia de Rebus [Tispanie sive Historia Gothica, ed. Juan ERNANDEZ VaLveRDE, Turmhout, 1987, lib. VI, cap. xxi (citado R. Jiménez pe Rapa, Hi toria de Rebus Hispanie); Wwx Av-Karvsecs, Historia de al-Andalus (Kitab al-lktifa), ed. Velipe Maito SarGapo, Madrid, 1993, pp. 133-137 (citado Kitdb al-Lktifa); TN Avi Zan’, Rawd al- girtas, ed. Ambrosio Hci Min axpa, Valencia, 1964, pp. 31-319 (citado Rexed al-girtas). Sobre el concepto de «linea de frente aplicado a la frontera castellano-musuimana del curso medio del ajo, véase Jean-Pierre MoLEN ar, «Les diverses notions de “frontire” dans la région de Castilla ~ La Mancha au temps des Almoravides et des Almohades», en Ricardo IzQuirrno Benrro y Francisco Ruiz Gomez (eds), Alarcos 1195. Actas del Congreso Internacional Conme- morativo del VII Centenario dela Batalla de Alarcos, Ciudad Real, 1996, pp. 112-115, donde se so tiene que los almorivides desarrollaron una nocién de «linea de frente» que separaba los ter torios que ellos ocupaban de forma permanente, de aquellos otros que no controlaban y en los que se limitaban a realizar incursiones devastadoras. Fsta «linea de frente» se situaria, porlo que al curso medio del Tajo se refiere, al sur del rio, ¥ ello seria asi ante la imposibilidad de domi- nar posiciones estables al norte del cauce en tanto que la propia ciudad de Toledo no fuera reconquistada LA GUERRA EN LAS FRONTERAS C 165 STELLANO-MUSULMANAS. regidn norte con la esperanza de recobrarlo que el maldito habia ganado en ella del pais musulman'2, Parece claro, pues, que en los dos lados de la frontera los esfuerzos milita- res mas importantes se aplicaron en un conflicto que aspiraba, esencialmente, a dirimir el dominio sobre un espacio concreto, y que desde una perspectiva ofensiva la guerra se planted en términos netamente expansivos. Igualmente, en el marco de esta contienda por el control del espacio, en ambos campos el reverso de los proyectos agresivos y expansionistas fue la defensa del territorio tomando como base de actuacién los lugares fortificados. El argumento esencial de las politicas militares defensivas en un dmbito y otro fue el mismo: salvaguardar, por encima de cualquier otra consideracién, los puntos fuertes especialmente las ciudades fortificadas—, aunque ello signifi- cara dejar temporalmente abandonado a su suerte el entorno inmediato. Dos testimonios recogidos en la Chronica Adefinsi Imperatoris, referidos res~ pectivamente a las actitudes militares de los cristianos del valle del ‘Tajo y a las de los musulmanes del valle del Guadalquivir a comienzos del siglo x11, pue- den ser suficientes para ilustrar este tipo de comportamiento. El primero se inserta en el relato de la campafia almordvide de 1109, cuando los norteafrica- nos algarearon las comarcas de Talavera, Toledo, Madrid, Olmos y Canales e intentaron expugnar algunas villas ycastillos. Ante los intentos de conquista, la reaccidn de las poblaciones castellanas, segtin el citado cronista, se centré en el mantenimiento a toda costa de los lugares mejor fortificados y en el abandono de campos y villas. Sus palabras no dejan lugar a dudas: Ex uenit [el ejército del emir‘Ali ibn Yasut] in omnibus cinitatibus et castellis, que sunt trans Serram, et expugnanit ea, Sed, peccatir exigentibns, Jregit muras de Magerit et de 'Talauera et de Olmos et de Canales ede aliis ‘multis, Fecit atstem magnam captinationem et cedem et predam. Sed fartissime turres, que lingua nostra dicuntur alcaceres, predictarum cititatinum non sunt capte et thi remanserunt multe religuie Christianorum. Sed Goadalfairam et dlie cinitates et castellaillesa remanserunt et muri earum non sunt rapti', EI segundo se refiere al comportamiento defensivo de los pobladores del valle del Guadalquivir con motivo de una de las mayores cabalgadas emprendi- das por aquellas tierras por Alfonso VII, la que realizd en 1133: Excecidit timor illius super omnes habitantes in terra Moabitarum et Age- renorum, sed et ipso Moabites et Agureni preoccupati timare magno relin- querunt ciuitates et castella minora et miserunt se in castellis fortissimis et in Ginitatibus munitis; et in speluncis montium et canernis petratrum et in insi= lis maris absconderunt se. 12 [ux Ipari At-Marraxusi, Al-Bayan al-mugrih fi jitivar ajbar mudak al-Andalus wa al- Magrib, t.l,ed, Ambrosio Hurct Mit anpa, Tetuiin, 1953, p. 193 13 Chronica Adefonsi Imperatoris, ed. Antonio Maya SANCHEZ, Lurnhout, 1990, lib. IL, 7, p-198 (citado Chronica Adefonsi bnperatoris).. 14 Tide lib. 1,35, p. 167. 166 PRANCISCO GARCIA FITZ Asi pues, tanto desde una Optica ofensiva como desde una perspectiva defen- a, el control del territorio constituy6 el eje central de las actividades militares en las distintas fronteras castellano-musulmanas. Aunque no sea éste el lugar para exponerlo con detalle, cabe siquiera recordar que en el mundo medieval el castillo en general, pero sobre todo Ja ciudad amurallada, era el centro de una tupida red de relaciones institucionales, fiscales, econdmicas, politicas y milita~ res de diverso tipo respecto a su entorno geogrifico mds o menos inmediato, de tal forma que cuando hablamos de control del territorio nos estamos refiriendo sencillamente al dominio de estos centros neurlgicos!’. De esta manera, como se ha repetido en diversas ocasiones y para contextos comparables al aqui tra- tado, la guerra porel control del espacio acabé girando en torno ala posesién de los puntos fuertes'®, lo que ha permitido a algunos historiadores afirmar, de forma contundente, que las operaciones de asedio se convirtieron en el aspecto mds frecuente de la guerra durante aquellos siglos!” No obstante, creemos que seria una simplificacion considerar que el enfren- tamiento entre dos fuerzas por el dominio de un espacio y, debe insistirse en ello, por el control de sus fortalezas, se resume en una guerra de cercos, enten- diendo por tal el conjunto de operaciones practicadas por un contingent sitia~ dor que rodea las murallas de una ciudad © castillo. En realidad, teniendo en cuenta el nivel tecnolégico de la época, las dificul- tades para concentrar durante el tiempo necesario a un contingente heterogé- neo, cuyos integrantes habitualmente sélo tenfan obligaciones militares de caricter temporal, y las limitaciones financieras, organizativas y de intendencia de los ejércitos medievales, la conquista de los puntos fuertes mediante asedio resultaba normalmente una operacidn larga, compleja y peligrosa que por lo general escapaba a las posibilidades de actuacién de los dirigentes politicos'*. Por ello, cualquier intento de anexidn requeria, de forma casi ineludible, una fase previa, a veces muy prolongada, de destruccién de las bases materiales, 18 De ahi que Philippe Con tamine no dudara en afirmar que «la importancia de las ciu- dades en Ia estrategia de la €poca no se explica tanto por rizones militares como por el hecho de que los centros urbanos y no los castillos constituian en los siglos x11 y x11t los verdaderos puntos clave del espacio» (/.a guerra en la Edad Media, Barcelona, 1984, p. 128). Sobre la diver- sidad de funciones desarrolladas por el castillo y la extensiGn de su influencia sobre un imbito territorial mas 0 menos amplio, véase R. C. Smast, «Crusaders’ Castles of the Twelfth Cen- tury, Cambridge Historical Journal, 10, 1951, pp. 133-149 y Carlos de AvaLa Marvinez, «Las fortalezas castellanas de la Orden de Calatrava en el siglo x1», Ex Ja Exparta Medieval, 16,1993, PP. 9-35: 16 Por slo citar un par de ejemplos, baste recordar la opinidn de un especialista al enjuiciar la forma de la guerra en el Occidente medieval: (R. ALLEN Brown, English Castles, Londres, 1976, p. 199)- 17 fim Braeury, op. city p.735 Bernard §. BACHRACH, art. cit, p. 212. 8 Une: sintesis de estos problenus, aplicads'a tm caso concteta, pucde verse ea Prancieco Gaxcia Fitz, «El cerco de Sevilla: Reflexiones sobre la guerra de asedio en la Edad Media», en LA GUERRA ED LAS PRONTERAS CASTELLANO-MUSULMANAS — 167 politicas y psicolégicas del adversario, durante la cual se procedfa a erosionar, mediante la realizacién de continuas cabalgadas ¢ incursiones predatorias, los fundamentos que soportaban el peso de sus estructuras defensivas, de tal forma que, cuando finalmente se estableciera el cerco, la resistencia de los asediados fuera la mds débil posible. La destruccidn sistematica de los campos que rode- aban a un determinado punto fuerte antes de someterlo a un cerco, con el objetivo de desgastar sus posibilidades de resistencia o de intimidara la guarni- cidn para que se sometiera antes incluso de que se iniciaran las operaciones de sitio, constituye un gar comin en los comportamientos de los ejércitos de esta época que aparece, de forma recurrente, en los dmbitos mas diversos, desde la Inglaterra normanda de tiempos de Guillermo T, hasta las ultimas posesiones latinas en Tierra Santa durante el siglo x111!%, En las fronteras de los reinos cristianos hispinicos frente al Islam peninsu- lar, y en las castellano-leonesas en particular, las pricticas bélicas no difieren en absoluto?°, Mas atin, en estos territorios la virtualidad de tales comportamien- tos llegé a convertirse en mixima repetida por los tratadistas. Asi, por ejemplo, los autores del Expécu/o no dudaban en subrayar que la ventaja de correr la tie- rra de los enemigos y de hacer en ella no radicaba tinica~ mente en el enriquecimiento, por la via del botin, de quien practicaba esta forma de incursién en territorios ajenos, sino también en el empobrecimiento que causaba en el otro, lo cual se consideraba carrera para estroyrios e para conquerir dellas més qyna las villas ¢ los cas tiellos ¢ lo que ouseren (_..] 0 para vengerlos més ayna después que ffuesen enpobrecidas ssi les quissiessen dar batalla ca por esto pueden sser peor guissa~ dos de armas e de caualtos ‘Teniendo en cuenta lo dicho, no es de extraiiar que, en el contexto de una guerra por el dominio del espacio, las operaciones militares que mas frecuen- temente se desplegaban no fueran aquéllas directamente relacionadas con el asedio —esto es, las practicadas frente o contra los muros de un punto fuerte—, sino las pequefias incursiones 0 cabalgadas que actuaban como punzamientos sobre los recursos econémicos del adversario, Debe tenerse en cuenta que un cerco podia durar varios meses, durante los cuales los habitantes del castillo 0 Manuel Gonzax.ez Jimenez (coord.), Congreso Internacional conmemorativo del 750 anrversario de la conquista de Sevilla por Fernando LIT (Sevilla, 23 al 27 de noviembre de 1998), Sevilla, 2000, Pp.15-154, 19 Sobre el comportamiento de Guillermo | en situaciones como las deseritas, véase John ILLINGHAN, «William the Bastard at War, en Matthew Srarckianp (ed), Anglo-Norman Marfare, Studies in late Anglo-Saxon and Anglo-Norman military organization and warfare, Wood- bridge. 1992, p. 150. Para este tipo de pricticas en el mundo normando en general véase Stephen Moritto, Warfare under the Anglo-Norman Kings (1066-1133), Woodbridge, 1994, 266-268. Para el Este latino, Christopher MaRstiaLt, op. city pp. 204-205. 20 Francisco Garcia Frvz, Castilla y Leon frente al Intam. Es tares (ciglos x1-X1U1), Sevilla, 1998, pp. 119-126. Jo, ed. Gonzalo Maxrixez Diez, Avila, 1985, lib. ILL, tit. V, ley V, p. 198. rutegias de expansiin y tdeticas mili- 168 FRANCISCO GARCIA FITZ de la villa sitiada sufrian de forma intensa los padecimientos de la guerra, pero la fase preparatoria, destructiva e incordiante de la que estamos hablando podia llegar a extenderse durante aiios, a veces incluso a lo largo de décadas. A nue: tro juicio, eran estas actividades las que realmente definian el perfil de la gue- rra y las que, en definitiva, contributan de forma decisiva a Ja formacion de esa imagen inquietante y violenta de las fronteras. Algunos casos pueden servir para ilustrar lo que hemos indicado. Por ejem- plo, la historiografia tradicional se ha mostrado convencida de la existencia de un cerco de siete afios sobre Toledo, al cabo de los cuales la ciudad habria caido en manos de Alfonso V1. Menéndez Pidal, sin ir mas lejos, clamaba contra los autores que sostenian un punto de vista bastante mas escéptico en torno a la naturaleza militar de las operaciones que concluyeron con la capitulacién de los toledanos preguntaba: ECémo vamos a dudar de este cerco de siete afios afirmado por el diploma en que el conquistador dota Ia iglesia toledana y afitmado igual- mente porben Alstsis, por Nowairi por Historia Roderic porel Tudense y por tantos otros; este cerco de seis afios continuos (sin contar con el ini Gal), devastando cada uno las cosechas, que dice la Crénica Najerens éCémo vamos a admitir que la toma definitiva de Toledo fuese pacifca, si h Cron VI, nos dice que és apoderé de la ciudad con violencia, ?2? En realidad, la idea de un asedio en regla que durase todo ese tiempo resulta hoy dia inaceptable y las fuentes no confirman en absoluto la existencia de actuaciones directamente destinadas a la expugnacion de Toledo con anterio- ridad a 1084. Hay que recordar, por ejemplo, que todas las operaciones rez das en cl reino de Toledo por las tropas de Alfonso VI desde 1079 hasta, al menos, 1082, estuvieron destinadas a mantener en el poder a al-Qadir y no a conquistar la cudad2'. Es cierto, no obstante, que son muchos los testimonios que informan de actividades militares en torno a’ Toledo desde el afio 1079, es decir durante siete afios, pero la descripcidn de tales hechos hace mucho mas hincapié en mostrar el efecto de las incursiones destructivas y de saqueo que en destacar las opera- ciones de asedio, de las que pricticamente no sabemos nada. EI propio Alfonso VI, en el expositivo de la dote fundacional de la Iglesia toledana, describe como afligié a los habitantes de la ciudad durante siete aiios mediante muchas y frecuentes guerras, unas veces tendiendo trampas ocultas, otras devastando la tierra mediante incursiones: 22 Ramon Meneéxvez Prva, «Adefonsus Imperator Toletanus, Magnificus Triumphator», en Historia y Fpopeya, Madrid, 1934, pp. 249-250. 23 Debe reconocerse, no obstante, que la cronologia de estos acontecimientos sigue siendo bastante confusa. Sobre la conquista de Toledo wéase José Minanpa Catvo, La Reconguista de Toledo por Alfonso V1, Toledo, 19803 Ricardo Izquiervo Bextro, A/fonso VTy la toma de Toledo, Toledo, 19863 Bernard F. Rettey, EV reino de Leon y Castilla bajo el rey Alfonso VI (1065-1109), Toledo, 1989. LA GUERRA EN LAS FRONTERAS CASTELLANO-MUSULMANAS — 169 Quam obrem amore christiane religionis dubio me periculo submitiens ume magnis et frecuentibus preliis, nunc ocultis msidiarim circumuentioni= bus, nunc vero apertis incursionum deuastationibus septem annorum renolu- cone gladio et fame simu et captinitate non solum uins ciuttatis sed et tocius sins patrie abttatores affixi™ .. Lucas de Tuy, al referir el destierro del monarea en la corte de al-Ma’man, narra la anécdota en la que el rey de Toledo es informado por un consejero de que la ciudad podria ser tomada por un enemigo si llegaban a darse ciertas con- diciones Si, inguit, per sepiem annos huic ciuttati continue auferantu tus, & in octano hostium obsidione valletur, poterit haec ciuitas capi, Segtin cl mismo autor, éste seria precisamente el modelo de actuacidn que, cuando tuvo ocasién, puso en prictica Alfonso VI: Post obitum vero Almenonis Rex Adefonsus coepit expugnare cinitatem Toletum, & per septem continuos annos abstulitipsi ciuitati fructus & fruges, Anano ante actauo cam ditino adiutorio cepit ipsam ciuitatem toletanam, ae olim fuerat mater gloria regni Gotthorum?, En el caso del obispo de Tuy, parece claro que fue el posterior traductor e interpolador de su obra quien convirtis los siete aftos de saqueo de los que se habla en el original, en siete afios de asedio? El arzobispo Jiménez de Rada indica que el campamento castellano estuvo sobre las murallas de la ciudad durante los citados siete afios, bloqueando las entradas, si bien inmediatamente antes habia hablado de la destruccién de la cosechas y de los vinedos de todo el reino durante varios afios consecutivos, sefialando que fue la carencia de viveres tras tantos aitos de castigo la causa de la rendicion de la ciudad?s, versi6n muy similar a la que posteriormente ofre- cerian los compiladores alfonsinos: Et ayunto Inego muy grand hueste de todas las partes de su regno et fesse pora Toledo; et assi como llego, ollinles todos los panes et las uinnas et las otras ‘frutas por todas las tierras a derredor. Et esto frza a Toledo eta sus aderredo- res este rey don Alffonsso bien por quatro annos uno empos otro. Et maguer que Toledo era mas complida et mas abondada que todas las otras villas sus nezinas, non pudo seer que non oniesse mingua de uiandas aniendolas asst todas tollidas cada anno |...) en este anno que dezimos destas cnentas de annos, 44 José Antonio Garcia Luan, Privilegios Reales de la catedral de Toledo (1086-1462). Forma- ction del Patrimonio de la SICP a través de las domaciones reales (2 vols.), Voledo, 1982, tH, doc. 1, p.17- 25 Chronicon Mundi ab origine mundi csque ad Bram MCCLXXIV, en Hispaniae Mlustratae, ed. Andreas ScHo1'r, Francfurt, 1608, t. LV, p. 98. 26 hid. p. 100. Véase Lucas pr Tuy, Crinica de Espaia, ed, Julio Puyou, Madrid, 1926, lib. LV, cap. LXx, Patt 28 R iweez ne Raa, Historia de Rebus Hispania, lib. V1, cap. xx11 170 PRANCISCO GARCIA FITZ saco este rey don Alffonsso su hueste miey grand et muy mayor aun que las otras wezes, et neno sobre Toledo como solie, et cercola?®, El autor de la Créiica latina de los reyes de Castilla sostiene que Dios inspiré a Alfonso VI para que asediase Toledo —obsidere, es el verbo utilizado— si bien al referir las operaciones coneretas se limita a indicar que multis igitur annis eam tmpugnauit prudenter singulis annis setetes uastando et fructus omnes destruendo*®, con lo cual se alinea plenamente con la descripcién de los hechos ofrecida por el compositor de la Crénica Najerense, quien aunque también habla de un cerco que habria durado desde 1079 hasta 1085, no duda en identificar las labores de asedio con la destruccién de las cosechas!. Por tiltimo, cabria recordar que incluso una fuente no castellana confirma el tipo de actuaciones emprendido por Alfonso VI contra Toledo: In eva TCXXILL accepit Alfonsus rex Toletum, t per Ve annis abstalit) ges eins ab utrique parte, et in sexto anno XI kalendas innias ingressus est in ‘urben fortissiman®?, Como ya hemos indicado més arriba, resulta dificil aceptar que estos siete aiios de guerra formen parte de una misma campaiia destinada a conquistar I Giudad de ‘Toledo, por la simple razén de que hasta 1084 las actuaciones de Alfonso V1 estuvieron encaminadas a mantener en el poder a al-Qadir frente a los descontentos internos. No obstante, cualquiera que fucra la motivaci6n concreta del monarca castellano-leonés en cada momento, los efectos de |: continuas incursiones habrian debilitado las posibilidades de resistencia de | toledanos en tal grado que, cuando se establecié el cerco definitivo sobre la ciu- dad, su capacidad defensiva habria de encontrarse casi neutralizada. Asi pues, el caso de Toledo pucde servir para ilustrar cémo a disputa por el control de un espacio determinado —miés alli del dominio sobre la ciudad, en este conflicto se dirimfa, en buena medida, el destino de las tierras compren- didas entre el Tajo y Sierra Morena-, se articulaba mediante operaciones pro- pias de la guerra de desgaste, las cuales, aunque generasen una violencia de baja intensidad, resultaban a medio o largo plazo ampliamente destructivas de los recursos materiales del enemigo y desmoralizantes para la poblacién. Teniendo en cuenta lo dicho, no seria gratuito imaginar que la representacién de la fron- tera que pudieran tener los toledanos que capitularon en 1085, fucra la de un 29 Primera Crinica General, caps. 866-867, pp. 537-538. 30 Chronique latine des rois de Castillejuigu'en 1236, ed. Georges Caxor, Burdeos, 1920, 2, p.21 (citado Chronique latine). 31 Sub era MOXVU ad partes Toletanas accedens usgue ad VL annos continuos smoguogque anno panem sarracenis auferens et ab obsidioni nom recedens, cepit Toletum, era MCXX'U, cit. por José Minna Catvo, op. city Pe 730. 32 Jnitium Regnum Pampilonam,en Jo: de Aragin, t. 1, 1945, p. 260. Maria Lacarra, Estudios dela Edud Media dela Corona LA GUERRA EN LAS FRONTERAS CASTELLANO-MUSULMANAS ITI ambito marcadamente violento, y cllo no tanto por los meses que duré el ase- dio contra sus murallas —posiblemente no fueron mis de 8 6 9 meses, puesto que el campamento castellano no se levanté frente a Toledo hasta el otofo de 1084 y la capitulaci6n se firmé en mayo de 1085—, cuanto por los siete afios de continua asolacién que habian conocido previamente. Unas circunstancias similares pueden apreciarse cuando observamos el tipo de presién bélica aplicada por los musulmanes cuando intentaban anexionarse un punto fuerte castellano. Veamos un caso que, aunque no alcanzé el objetivo ultimo, esto es, la toma de la ciudad clegida, sf esta suficientemente documen- tado. Ya indicamos paginas arriba que los almorivides, una vez que acabaron con los reinos de taifa, dirigieron sus mejores esfuerzos a recuperar la ciudad. de Toledo. Entre 1097, fecha en que se constata la primera campafia norteafri- cana por su entorno, hasta los primeros afios de la década de los treinta del siglo x11, cuando se pone en marcha la contraofensiva castellano-leonesa de la mano de Alfonso VI, las posesiones cristianas situadas en torno al ‘Lajo vivie- ron una situacidn de inquietud y violencia permanente provocada por la agre- ‘a politica militar almoravide (ver mapa 1). No obstante, aquel propdsito de recobrar la ciudad apenas si se tradujo en la realizacién de grandes, complejas y largas operaciones de asedio —en realidad, s6lo puede constatarse un intento por expugnar las murallas de ‘Toledo, hacia 1109, que por otra parte apenas si duré mas de una semana*3—, cuanto en el des- pliegue de ataques devastadores de sus contornos Ilevados a cabo, con una cadencia casi anual, por contingentes comandados por los gobernadores de las principales ciudades musulmanas, 0 mds frecuentemente y de forma mis es perante, por las guarniciones de los castillos controlados por los almoravides en las inmediaciones de Toledo, como Oreja, Mora o Calatrava. Ciertamente, no puede negarse que las campajfias anuales organizadas por los emires almoravides que pasaban el Estrecho para practicarla guerra santa en la Peninsula o por los gobernadores norteafricanos de Granada, Cordoba o Sevilla, ruvieron cn ocasiones importantes consecuencias militares y territo- les, pero salvo alguna referencia aislada y demasiado genérica a la organiza- cidn de un cerco sobre ‘Toledo, no parece que se tratara de operaciones direc- tamente proyectadas para la conquista de esta ciudad: en 1097, el ejército de Alfonso VI fue derrotado en Consuegra por tropas almoravides y andalusies, Alvar Hiiiez en las cercanfas de Cuenca y un destacamento del ejército cidiano en Alcira3+; en 1099, otra hueste almoravide que, bajo el mando de algunos familiares del emir, habia pasado a la Peninsula a hacer la guerra santa, estuvo durante algtin tiempo ante los muros de Toledo algareando por sus alrededo- resy,a su vuelta, tomé el castillo de Consuegra%’; en 1100, un ejército que habia salido de Cérdoba derroté en Malagn a un contingent castellano dirigido Anales Toledanos 1, AL-Bayan. Nuevos figgmentos, pp. 12 dalegirtas, pp. 3% 387; Chronica Adefonst Imperatoris, ib. 11, 1-7, pp. 195-199. 34 Kitab al-Letifa’, pp. 133-1343 Primera Cronica General, cap. 866, p. $385 Anales Toledanos ly. ¥ 33 Anales Toledanos 1, p. 3853 Kitab al-Tktifa’ p.135. 172 FRANCISCO GARCIA FITZ timanca / A. = 1095-1099. Aleks mutitg\® - (peor, Fcalong Olmos ( ere © Canisteg!?' o. Oa 4 anales f Santa Ollls D rcagh Among] e nn 7 falavera ke} fo oO u Sh MO S| Hout O Mors Mag Bi foe Consuegra > Ney . Fl autor de estos relatos pone un especial interés en subrayar la cotidianeidad de estos ataques, de forma que, al referir especificamente los emprendidos por la guarnicién de Oreja, insiste en la misma idea:

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