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“BREVE REPASO DE LA LOCURA

A LO LARGO DE LA HISTORIA”

"El que lucha con monstruos, debe tener cuidado de no convertirse a su


vez en monstruo. Si miras durante mucho tiempo al fondo del abismo, el
abismo terminará por entrar en tí"
(Nietzsche).

"Sólo enfermando al vecino, es como uno se convence de su propia


salud".
(Dostoievsky)

ESTEFANÍA LUIS MARTÍN


- SOCIOLOGÍA-

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1. INTRODUCCIÓN.

Desde los tiempos más remotos se han atribuido causas sobrenaturales a las
enfermedades mentales. Su estudio científico no comenzó hasta muy recientemente. Y
con ello el alivio de los "locos".

Una piedra en la cabeza, una condena del alma, una posesión diabólica, un
encantamiento, un delito, una conducta antisocial, un vicio... todas estas cosas han
definido a la locura a lo largo de la historia y, sorprendentemente, algunos de estos
calificativos han perdurado hasta hace bien poco. De hecho su consideración como
enfermedad o deterioro es relativamente novedoso, durante la mayor parte de la historia
de la humanidad y en la mayoría de las civilizaciones, a los trastornos psíquicos se les
ha considerado una condena; a los enfermos, culpables; y a los encargados de su
atención, inquisidores, cuya misión era librar a la sociedad del mal.

2. DESDE LA PREHISTORIA HASTA LA ETAPA CLÁSICA (GRECIA Y


ROMA).

Precisamente, el origen del estudio de la locura está íntimamente ligado a la religión. Ya


el hombre primitivo atribuyó una causa sobrenatural a la enfermedad mental, lo cual no
le privó de abordar cierto enfoque terapéutico. Se han encontrado cráneos trepanados de
hace más de 10.000 años pertenecientes al neolítico europeo que demuestran que ya
entonces la curiosidad humana identificaba la cabeza como la caja que albergaba los
secretos de la conducta trastornada. Este tipo de evidencias se han encontrado con
especial profusión en las Islas Canarias, el Norte de África y Rusia.
También se han hallado restos de prácticas similares en Perú y en Bolivia que
demuestran un alto conocimiento médico y una gran osadía a la hora de afrontar los
comportamientos patológicos. En muchos casos, el cráneo mostraba evidentes huellas
de haber sobrevivido a una confrontación física, por lo que los paleontólogos opinan
que la operación tenía como objetivo liberar al paciente de alguna presión traumática
que afectaba a su conducta.
"Es muy posible que entre los pueblos precolombinos de Perú y Bolivia las
trepanaciones se practicaran con la idea de que un espíritu maligno había poseído al
paciente, lo que causaba su demencia. Por ello, se abría un agujero en el cráneo para
permitir la salida del agente dañino". Lo más sorprendente es que en muchos casos el
resultado de la operación era satisfactorio. En gran número de cráneos se han hallado
huellas de cicatrización y de curación de la herida infligida, lo que demuestra que el
paciente sobrevivió.
La intención de exorcizar al demente no es, ni mucho menos, exclusiva de aquellas
culturas. En las antiguas civilizaciones como la hebrea, griega, china y egipcia también
hallamos testimonios de prácticas para combatir los espíritus de ciertas personas cuyo
comportamiento no se correspondía con el de la mayoría de la población. La única
forma de afrontar la locura era expulsando a los demonios del cuerpo.

3. ETAPA CLÁSICA: GRECIA Y ROMA.

Tanto desde el punto de vista popular como desde la práctica médica, la concepción de
la locura como un fenómeno extranatural se mantiene hasta Hipócrates (460-377 a.C.).
El gran pionero griego de la fisiología señaló por primera vez un posible origen natural
de los trastornos mentales basándose en la idea de que toda enfermedad tiene su origen
en el desequilibrio entre los cuatro humores corporales: sangre, bilis negra, bilis

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amarilla y flema. Hipócrates es, además, autor de la primera clasificación psicológica de
los temperamentos (colérico, sanguíneo, melancólico o flemático) e incluso llegó a
diferenciar tres categorías de trastorno mental: manía, melancolía y frenitis, ideas que
perduraron casi inalteradas hasta el final de la civilización grecorromana.
La principal aportación hipocrática al conocimiento de la locura consistió en vincular
directamente el mal mental a las enfermedades del cuerpo. Sin embargo, en la Grecia
clásica ya empiezan a describirse trastornos cuya dimensión es claramente psicológica.
Estos problemas relacionados con el comportamiento recibían un tratamiento emocional
específico que se centraba, en gran medida, en la relación entre el enfermo y la persona
que lo atendía.
El teatro desempeñaba un papel fundamental en estas terapias, ya que se le atribuía una
función purificadora o catártica en cuanto que servía de representación de las pasiones
del público. Los sofistas llegaron más lejos y propusieron el diálogo y la lectura como
"medicinas del alma" e incluso desarrollaron un "arte de aliviar la melancolía" relatando
los propios sueños a un interlocutor autorizado.

La cultura romana recogió gran parte de los postulados griegos sobre la mente, aunque
con algunos matices reseñables. Asclepíades, un pensador nacido en el 124 a.C., se
muestra contrario a la teoría humoral de Hipócrates y sugiere por primera vez la
influencia del ambiente en el comportamiento patológico. Además, alza su voz contra el
tratamiento inhumano que se le daba a los enfermos mentales y contra su
encarcelamiento. Él fue el primero que distinguió entre alucinaciones, ilusiones y
delirios, y propuso una división entre males mentales crónicos y agudos.
Pero sin duda, la mayor aportación de la época la realiza Galeno (130-200 d.C.), quien
sintetizó todos los conocimientos de sus antecesores y realizó una nueva clasificación de
los trastornos de la psique. Según su opinión, las causas de la locura podían ser
orgánicas (lesiones, exceso de alcohol, cambios menstruales...) o mentales (miedos,
desengaños, angustias...). Además, sostiene que la salud anímica depende del equilibrio
entre las partes racional, irracional y sensual del alma. Este médico romano realizó el
último gran esfuerzo por comprender racionalmente la locura y su tratamiento, antes de
que en el mundo occidental se diera paso a una larga etapa de oscurantismo e ignorancia
que se prolongaría durante toda la Edad Media.
El legado de griegos y romanos sí que sería continuado, sin embargo, por otras culturas
no europeas. En Alejandría se desarrolló la medicina con gran eficacia y se atendieron
con especial dedicación los problemas psiquiátricos. A los enfermos mentales se les
cuidaba en sanatorios donde el ejercicio, las fiestas, la relajación, la hidroterapia, los
paseos y la música formaban parte fundamental del tratamiento. Y en Bagdad se
construyó en el año 792 el primer hospital psiquiátrico de la historia.

4. EDAD MEDIA Y ERA RENACENTISTA.

Eran, pues, relativamente afortunados los que caían enfermos fuera de Europa, ya que
en el Viejo Continente los afectados de trastornos psíquicos corrieron mucha peor
suerte. Durante toda la Edad Media, gran parte del Renacimiento y, en algunos lugares,
incluso hasta el siglo XVIII, la locura fue terriblemente incomprendida. El tratamiento
de los enfermos lo realizaban principalmente los clérigos en los monasterios. En un
primer periodo, el cuidado exigía un trato humanitario y respetuoso, aunque el estudio
de las causas del mal se abandonó en manos de la superstición y las creencias en la
posesión demoníaca. Pero, con el transcurso del tiempo, la visión caritativa del

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tratamiento mental se fue endureciendo hasta convertirse en habituales de los
exorcismos, las torturas y los encierros en calabozos.

En la Edad Media también llamada Edad de la Locura, se empezó a utilizar esta palabra
para englobar a personas que no se sabía como tratar desde un punto de vista social. Y
dentro de este período oscuro me referiré, fundamentalmente, a la brujería. Había dos
formas de concebirla: como algo natural o como algo vinculado a la herejía.
El poder en la Edad Media se repartía entre los señores feudales y la Iglesia que,
también, tenía una organización feudal. En esa estructura económica no encajaban
ciertas actitudes que empezaban a ser subversivas, en cuanto que iban en contra de lo
establecido. Quien intentaba ir en contra de estas normas regidas por la Iglesia en el
modus vivendi cotidiano, era un hereje y un brujo/a. Los locos estaban endemoniados y
los médicos dictaminaban que esa persona era una bruja ó estaba endemoniada,
pasando inmediatamente este tema a ser trabajo de la Inquisición.
La Inquisición fue un órgano específicamente creado para tratar esta problemática.
Conforme fueron pasando los años el índice de "endemoniados", "poseídos", "brujos"
iba in crescendo de una manera inversamente proporcional (existen unas estadísticas
increíbles del aumento de personas etiquetadas bajo este concepto).
Se puede analizar esta situación pensando que realmente había más número de brujas,
poseídos etc que personas normales o que realmente había algo que no funcionaba, que
se estaba haciendo un uso, desde los estamentos de poder, de una etiqueta para
combatir una serie de personas que iban en contra de un estado de cosas "oficial",
aceptado por la burocracia, la Iglesia y los señores feudales. La subversión iba siendo
cada vez mayor (en cuanto al número de personas) y más amplia a nivel sexual,
cotidiano, en las relaciones humanas y toda esta forma de vida se veía impedida por la
visión de la normalidad que establecían, principalmente, las jerarquías eclesiásticas
bajo el nombre de Dios. Por ello fueron quemadas millares de "brujas" que
desarrollaban una forma de vida distinta. Eran sobre todo mujeres, que mostraban
síntomas histéricos o manifestaciones naturales de tipo sexual. Por ejemplo, el hecho de
que se juntaran un hombre y una mujer sin casarse podían ser denunciados a la
Inquisición por cualquier causa (celos, vanidades...). La etiqueta de bruja (sinónimo de
locura) era utilizada para denunciar personas y llevarlas hasta la hoguera. Este terrible
drama humano fue donde más claramente se reflejó el uso de poder a la hora de
cosificar determinados conceptos y usar estructuras represivas que de forma legal
reprimían y llegaban a matar personas, solamente por llevar ciertas formas de vida.
T. Szasz, psiquiatra americano de origen húngaro, analiza en los años 70, describe de
manera estricta, la correlación que existió entre la brujería y la enfermedad mental.
Szasz escribe. "Los paralelos básicos entre los criterios de la brujería y la enfermedad
mental pueden resumirse del siguiente modo: En la Edad de la brujería la enfermedad
era considerada natural o bien diabólica. Puesto que la existencia de las brujas como
analogía de signo contrario a los santos no podía ser puesto en duda (a menos de ser
acusado de hereje), tampoco debía dudarse de la existencia de enfermedades debidas al
maleficio de ellas. Por ello, los médicos se vieron envueltos en la Inquisición como
expertos en el Diagnóstico Diferencial entre ambos tipos de enfermedades.

Al ser considerado el loco simultáneamente malhechor (como cualquier criminal) y


víctima (enfermo) como cualquier paciente, el enfermo mental contribuye a borrar
las diferencias existentes entre criminal y no criminal, ente inocente y culpable. El
médico medieval debía distinguir entre individuos afectados de enfermedad natural

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e individuos afectados de enfermedad diabólica. El médico actual entre personas
que sufren enfermedades corporales y aquellos que sufren enfermedades mentales.
En cualquier caso el poder es de las autoridades médicas que pasan a juzgar.
Uno de los rasgos más terribles de la creencia general en la brujería, era el hecho de
que nadie sabía con certeza quién era bruja.

Había ciertas excepciones. Así, San Agustín acepta que la razón puede modificar los
trastornos del ánimo mejor que la fuerza, y Santo Tomás de Aquino reconoce que el
alma no puede enfermar y, por lo tanto, la locura debe ser un mal relacionado con el
cuerpo, susceptible de tratamiento.

Ya en el Renacimiento, el español José Luis Vives (1492-1540) negará rotundamente el


origen sobrenatural del mal psíquico, y sus contemporáneos Frenel y Paracelso
establecerán estrechas relaciones entre el cuerpo y la mente. Sus voces, sin embargo, no
tuvieron fuerza suficiente para evitar que al loco se le siguiese tratando como a un
endemoniado y a la loca como a una bruja.

5. SIGLO XIX

ESQUIROL en 1.882 escribía que el onanismo es un síntoma grave de perturbación


mental y que si no se detenía o era imposible de superar, podía llevar a situaciones
extremas como el suicidio. La disminución gradual de las sanciones a la masturbación
desde el azufre y el fuego del infierno, pasando por operaciones quirúrgicas mutilatorias
del pene, hasta los diagnósticos psicoanalíticos iniciales y las lobotomías posteriores,
denotan que sólo ha cambiado la severidad del tratamiento pero no la actitud.
Esto, de nuevo, implicaba una actitud maniqueísta, en el sentido de que algo que es del
orden de la libertad individual pero, difícil de controlar y que su práctica va en contra de
lo establecido, algunas estructuras de poder se inventaban una etiqueta para tener una
justificación legal y reprimir o perseguir a personas que llevaban un funcionamiento que
no correspondía a lo establecido. Esta idea del onanismo ha venido acompañada, hasta
hace muy poco tiempo, de un perjuicio enorme. El que realizaba prácticas
masturbatorias era un perverso o alguien que no tenía control sobre las pulsiones y por
lo tanto, sobre sí mismo. Por aquel entonces el psiquiatra salvaba al "paciente" de la
masturbación aunque éste no deseara tal salvación.
Otra etiqueta que el poder ha utilizado para castigar y reprimir a las personas ha sido el
término de "Homosexual", tanto en el sentido difamatorio (lo cual conlleva ya una
escala de valores definidas y sexistas) como por la manifestación de esta elección de
género sexual. La homosexualidad era una manifestación de placer puro, pues en la
relación hombre-hombre, mujer-mujer es palpable que dos personas buscan el placer
por el placer y eso era intolerable. , mientras que cuando un hombre y una mujer
copulan siempre pueden justificarse esta acción vinculándola con la procreación, como
fin divino, siendo divino, por tanto, el coito y la relación sexual. Dentro de la esfera del
poder social hasta hace muy poco la represión hacia este tipo de manifestación sexual ha
sido constante. Algunos psiquiatras han contribuido a esta represión en cuanto que ellos
han puesto la etiqueta de pervertido y enfermo. Hasta hace aproximadamente siete años,
el Manual de Diagnostico americano de los Trastornos Mentales (DSM) consideraba la
homosexualidad como enfermedad mental de tipo social, manifestación patológica,
socialmente hablando, por el número de personas que la practicaban. La
homosexualidad se ha visto combatida y reprimida.

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Cabe decir que ya en este siglo aparecen aportaciones científicas que se muestran en
contraposición con esta concepción de la locura. El francés Philipe Pinel (1745-1826),
En plena Revolución Francesa, se reconoce como insigne médico y fue nombrado por la
Comuna director del Hospital de La Bicètre y luego del de La Salpêtrière. Realizó los
gestos simbólicos de liberar a todos los enfermos mentales de ambas instituciones y de
sustituir el término loco por el de alienado. Pero su mayor aportación fue la de conferir
rango científico al tratamiento de la psique enferma. Elaboró una completa clasificación
de los trastornos mentales -que podían tener la categoría de melancolía, manía,
demencia o idiocia-, y sentó las bases de un tratamiento moral de la mente que debía
seguir los mismos protocolos que los tratamientos físicos para el cuerpo. Además,
sugirió la creación de cuerpos médicos especializados e instituciones exclusivas para el
cuidado y curación de los enfermos psíquicos, que son el precedente de los hospitales
psiquiátricos de hoy. Por todo ello, a Pinel se le considera uno de los padres de la
psiquiatría moderna.

6. S XX

A partir de este pistoletazo de salida, el estudio científico de la locura no alcanza su


culminación hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Figuras como Emil
Kraepelin (1856-1926), que acometió una mapa metódico de la psicopatología que aún
se utiliza; Sigmund Freud (1856-1939), creador de la teoría psicoanalítica, iluminador
del inconsciente y adalid de una nueva forma de psicoterapia dinámica que llega hasta
nuestros días; y Karl Jaspers (1883-1969), fundador de la psicopatología moderna, dan
forma al actual acercamiento de la enfermedad mental desde el punto de vista de las
ciencias positivas y de la razón.

7. S XXI

Por desgracia, la comprensión de la locura todavía está lejos de ser completa. En las
cercanías del siglo XXI, el tratamiento de los trastornos mentales sigue siendo un
problema mundial con demasiados flecos por resolver. Durante los últimos cincuenta
años, las condiciones de vida y de salud de gran parte de los ciudadanos del mundo han
mejorado espectacularmente, pero este notable progreso del bienestar físico ha ido
acompañado de un progresivo deterioro de la salud mental. El proceso se inició en los
años cincuenta en el mundo desarrollado y ahora cobra fuerza en los países en vías de
desarrollo. En el año 2000, por ejemplo, el número de esquizofrénicos en los países
pobres será de unos 24 millones, un 45% más que los contabilizados en 1985.
Según un informe de Arthur Kleinman y Alex Cohen, del departamento de medicina
social de la Facultad de Harvard, los cambios sociales propios de la urbanización y el
desarrollo económico favorecen al crecimiento de las tasas de violencia, el abuso de
alcohol y otras drogas y, en definitiva, la quiebra de la estabilidad emocional del
individuo. Probablemente ése sea el gran reto de la psiquiatría del próximo siglo:
deshacerse de ideas obsoletas basadas en la realidad del mundo industrializado y
comprender que el trastorno mental ofrece caras muy distintas en las diferentes culturas
del planeta. El conocimiento científico actual de la locura se ha creado con la
recopilación de datos exclusivamente norteamericanos y europeos. Pero el 80% de la
población mundial y, por lo tanto, la mayor parte de los enfermos mentales, viven en
Asia, África y Sudamérica. Por otro lado, no se debe olvidar que en los países en
desarrollo, debido a la precariedad de sus recursos económicos y a sus carencias
infraestructurales, existen prioridades anteriores a la preocupación por conseguir una
salud mental aceptable, como combatir el hambre, el sida, la diarrea o el paludismo.

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A pesar del creciente conocimiento de las causas biológicas de los trastornos mentales,
la psiquiatría no debería olvidar las peculiaridades ambientales que afectan a millones
de personas. Sólo así se habrá garantizado la erradicación de prácticas alienantes y
vejatorias contra el enfermo que todavía se pueden contemplar en la mayor parte de los
países del Tercer Mundo.

Las etiquetas de enfermedad mental que se han empleado para reprimir manifestaciones
humanas que atentaban contra el orden establecido han contribuido a crear prejuicios
muy grandes y a que el sufrimiento psíquico se oculte, se tergiverse o se utilice como
amenaza. Las etiquetas, repito, vinculadas a la enfermedad mental marcan y
condicionan las actitudes subjetivas y personales del individuo, con lo cual, se está
violando la intimidad y rompiendo su libertad personal.

En las dictaduras se ha empleado la etiqueta de enfermedad mental para reprimir y


encerrar a inocentes o militantes revolucionarios. En la dictadura rusa, los campos de
trabajo han estado llenos de personas catalogadas de locas por motivos puramente
políticos. Aquí en España, el famoso psiquiatra J. A. Vallejo Nájera se dedicó a
investigar el "gen" que tenían los "rojos", pues este gen determinaba de manera innata
esta tendencia política. Vallejo Nájera fue una de las cabezas visibles durante la
dictadura franquista en el tema de la represión más fuerte que ha existido sobre los
llamados enfermos mentales. Y esto se ha olvidado. Uno de los mayores errores del ser
humano es el olvido.
Todo esto pesa y continúa pesando. Cuanto más poder social hay, más uso se hace de
los conceptos vinculados a la locura y de las etiquetas vinculadas a la enfermedad
mental como forma de represión. Este tema ha de interesar tanto al profesional como al
ciudadano; hemos de tomar conciencia de él y asumir nuestra responsabilidad.

**MENCIÓN ESPECIAL: MICHEL FOUCAULT. (HISTORIA DE LA


LOCURA.)**

Su interés reside quizás en ser una muestra de la inmensa tarea que se proponía Foucault
allá por los primeros años sesenta. Su trabajo de arqueólogo era poco menos que
titánico: había que leerlo todo, absolutamente todo, acerca de la locura. Los discursos se
amontonaban en la trastienda para ser reciclados en la mesa de trabajo del filósofo
enmascarado. Y a partir de ellos, y con ellos, desenmascarar los trazos de esa expulsión
de la locura al exterior de nuestras ciudades y de nuestras conciencias.
Es una historia de la locura, no de la psiquiatría. Es la historia de un silencio, de una
exclusión que apunta directamente a una de las zonas de sombra de la sociedad y la
cultura occidentales: su mecanismo de rechazo frente a la locura y la enfermedad.
Foucault intenta señalar a qué precio surge y se mantiene un sistema político, social,
médico e institucional de marginación. Una de las claves de interpretación de la Historia
de la locura será el desterrar su consideración como un hecho natural, como algo ya
dado previamente, para destacar su conformación cultural, histórica, social. La locura
siempre ha sido lo otro, lo diferente, y ha sido explicada en cada época de distintas
formas. Pero todas ellas han coincidido en su marginación: la palabra del loco se
silencia, pasa a ser la palabra de la insensatez. La locura siempre ha sido, incluso en el
lenguaje más cotidiano, el nombre con el que se identifica lo otro, lo ajeno, lo que se
escapa del orden y la disciplina de las cosas. La locura es “ausencia de obra”, un estar
allí sin estar, un murmullo que inevitablemente acompaña a “la gran obra de la historia
del mundo”. El loco no actúa. Está en otra parte. Es lo exterior, lo que está más allá de
la fortaleza. La locura es económicamente improductiva, y debe por tanto ser recluida.
Pero también la locura es improductiva para el intelecto, es una lacra en el esfuerzo de

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la razón para construir el edificio del conocimiento. Y debe ser desterrada al limbo de lo
irrisorio, de lo mentiroso, de lo grotesco.
Nos hablará en su libro de la nave de los locos, “extraño barco ebrio” que se creía
inspirado en el viejo ciclo de los argonautas, y que recorría los canales de Flandes y la
zona de Renania, como uno de los primeros mecanismos de deportación o exclusión,
plasmada en cuadros de El Bosco, Brueghel o Durero. O de la peregrinación de los
locos al monasterio de Gheel, en el Rhin. O de las fiestas y carnavales de locos
celebrados en Bramante (Bélgica) o Basilea (Suiza). En todos ellos se revela una verdad
demencial, como si con ella se señalara la otra mitad del hombre. Se trataba al loco
como poseedor de un saber, de una verdad visionaria, cósmica, reveladora, fascinante,
inspiradora de miedo. Si el hombre razonable era capaz de ver un fragmento de realidad,
el loco se asomaba al otro lado, rayando el saber prohibido. También la literatura se
ocupará de ella. Irrumpirá en cuentos, fábulas, relatos de cordel, cuadros de costumbres.
Foucault huye de las identidades impuestas, de las uniformidades producidas, de los
roles dibujados desde el discurso homogeneizante del poder, donde todos y cada uno de
nosotros cumplimos un papel y desarrollamos una función. Reivindica la contradicción,
y con ella se reivindica como crisol de identidades. Frente al sujeto unívoco
(sujetar=cerrar=constreñir), reclamará perder el rostro, desdoblarse en un territorio sin
balizas, sin límites, sin barreras
Pascal: "Los hombres están tan necesariamente locos que sería estar loco, por otro giro
de la locura, no estar loco". Y este otro texto, de Dostoyevski, en el Diario de un
escritor dice: "Sólo enfermando al vecino, es como uno se convence de su propia
salud".
En medio del apacible mundo de la enfermedad mental, el hombre moderno ya no se
comunica con el loco: está, por una parte, el hombre cuerdo que delega al médico la
locura, no autorizando así más relación que la que se da a través de la universalidad
abstracta de la enfermedad; y está, por otra parte, el hombre loco que no se comunica
con el otro a no ser por medio de una razón tan abstracta, que es orden, constricción
física y moral, presión anónima del grupo, exigencia de conformidad.
El hombre europeo desde el fondo de la Edad Media mantiene una relación con algo
que llama confusamente: Locura, Demencia, Sinrazón.
En el centro de estas experiencias-límite del mundo occidental resplandece, claro está,
la de lo trágico mismo —Nietzsche mostró que la estructura trágica a partir de la que se
hace la historia del mundo occidental no es otra que el rechazo, el olvido y las
consecuencias silenciosas de la tragedia. En torno a ella, que es central porque anuda lo
trágico con la dialéctica de la historia en el rechazo mismo de la tragedia por la historia,
gravitan otras experiencias. Cada una, en las fronteras de nuestra cultura, traza un límite
que significa, al mismo tiempo, una división originaria.
En la universalidad de la ratio occidental, existe esa separación que es Oriente: Oriente,
pensado como origen, soñado como el punto vertiginoso del que nacen las nostalgias y
las promesas de retorno, Oriente ofrecido a la razón colonizadora de Occidente, pero
indefinidamente inaccesible, pues permanece siempre en el límite: noche del comienzo,
en el que se formó Occidente, pero en el que trazó una línea divisoria, Oriente es para él
todo lo que él no es, aunque deba buscar ahí su verdad primitiva. Habrá que hacer una
historia de esa gran división, a lo largo de todo el devenir occidental, seguirla en su
continuidad y en sus cambios, pero dejarla aparecer también en su hieratismo trágico.
Habrá también que contar otras escisiones: en la unidad luminosa de la apariencia, lo
otro absoluto del sueño, contar que el hombre no puede dejar de interrogarse sobre su
propia verdad —sea la de su destino o la de su corazón—, pero no pregunta más allá de
un esencial rechazo que le constituye y le empuja a la burla del onirismo. Habrá que
hacer también la historia, y no sólo en términos de etnología, de las prohibiciones
sexuales: en nuestra cultura misma, habrá que hablar de formas de represión obstinadas

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y en continuo movimiento, y no para hacer la crónica de la moralidad o de la tolerancia,
sino para actualizar, como límite del mundo occidental y origen de su moral, la división
trágica del feliz mundo del deseo. Y en fin, habrá que hablar, en primer lugar, de la
experiencia de la locura.
Desde su formulación original, el tiempo histórico impone silencio a algo que sólo
podemos aprehender siguiendo el rastro del vacío, de lo vano y de la nada. La historia
sólo es posible sobre el fondo de una ausencia de historia, en medio de ese gran espacio
de murmullos, que el silencio acecha, como su vocación y su verdad.
Esto no es todavía la locura, sino la primera cesura a partir de la cual la separación de la
locura ya es posible. Esta partición es la reanudación, la repetición, la organización en la
unidad precisa del presente; la percepción que el hombre occidental tiene de su tiempo y
de su espacio deja aparecer una estructura de rechazo, a partir de la cual se denuncia una
palabra como no siendo lenguaje, un gesto como no siendo obra, una figura como no
teniendo derecho a tener sitio en la historia. Esta estructura es constitutiva de lo que
tiene sentido y lo que no, o más bien de esta reciprocidad por la cual están unidos lo uno
y lo otro; sólo ella puede dar cuenta del hecho general de que no puede haber en nuestra
cultura razón sin locura, cuando incluso el conocimiento racional que se tiene de la
locura la reduce y la desarma, prestándole el débil estatuto de accidente patológico
En nuestra época, la experiencia de la locura se hace en la calma de un saber que, de
conocerla demasiado, la olvida.

8. ACTITUD DE LOS AFECTADOS EN NUESTRA SOCIEDAD.

Una persona puede estar afectada por un duelo que ha vivido y encontrarse en situación
de baja laboral por un estado de tristeza, melancolía; automáticamente en el puesto de
trabajo esa persona puede ser marcada por la etiqueta de depresivo con todas las
consecuencias que ello implica.
Desde un punto de vista más sociológico, la locura en el sentido más amplio de la
palabra sería un constructor imaginario que usa el poder para reprimir formas de vida
cotidianas que pueden ir contra lo establecido. El otro plano, que también es real, es el
del sufrimiento individual. Es evidente que el sufrimiento existe y tiene manifestaciones
distintas en función de tres variables:

- persona específica que sufre.


- ecosistema en el que se sufre.
- respuesta del ecosistema ante la demanda del que sufre.

Todo ello vendría determinado por los acontecimientos vividos a lo largo de la propia
historia individual, fundamentalmente por el período acontecido hasta los 16 años. No
sufrimos por casualidad, hay una serie de variables que se oponen a las dinámicas
naturales y específicas del animal humano. Del mismo modo que sufre un animal que es
sacado de su medio y metido en un zoológico. El animal está viviendo un sufrimiento
que le lleva progresivamente a desarrollar comportamientos distintos de las respuestas
que tendría en su medio natural.
Así también podemos hacer referencia a la persona que es sometida a un intenso estrés
con efectos biológicos en el organismo. (Ver las teorías actuales de Selye y Laborit). El
problema está en la etiqueta que se adjudique a este tipo de comportamientos,
sensaciones y sentimiento. Y ese estrés ya lo sufre un bebé al salir de un espacio
acuático a 37 grados aproximadamente a un medio inhóspito, frío y ser separado
inmediatamente de aquello que le da calor, que es el cuerpo de la madre; aunque no

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tenga psiquismo ese organismo está sufriendo. Ese sufrimiento puede tener también
unas consecuencias. Vemos, pues, que el proceso histórico de la persona va creando una
dinámica de sufrimiento en función de como están establecidas las cosas en esta
sociedad. Empieza ya en la vida intrauterina y continúa en el parto y en la forma en
cómo se viven las relaciones afectivas y sexuales a lo largo de la infancia y la
adolescencia de la persona. Esto es lo que condiciona básicamente el mayor o menor
nivel de sufrimiento psíquico y por tanto la mayor o menor tendencia a buscar
mecanismos compensatorios, limitar procesos perceptivos, e incluso crear cuadros
patológicos donde la persona sufre sin poder evitarlo (fobias, estados depresivos,
angustia, ansiedad, crisis delirantes....). Y todo esto existe, pero el riesgo es colocar
etiquetas que estén asociados a valores cuestionados por lo social y por lo tanto dañando
indirectamente a la persona. Por otra parte el sufrimiento en cada persona toma matices
distintos y responde a lógicas distintas.
El sufrimiento que se va gestando a lo largo de la historia individual de cada persona,
toma forma, se fortalece y tiene repuestas muchos más potentes cuando coincide dicho
sufrimiento con el sufrimiento que vivimos en el momento actual. Es decir, se junta lo
histórico y lo actual en cada uno de nosotros; cuando esto último, lo actual, pasa a ser
estresante, torturante o desesperante nuestro organismo responde como puede, en
función de lo que su estructura (consecuencia de ese crecimiento progresivo desde
nuestra vida intrauterina) le posibilita.
El psiquiatra británico R.D.Laing afirma que contemplar y oír a un paciente y ver
señales de esquizofrenia (en cuanto enfermedad), y contemplarlo y oírlo simplemente
en cuanto a ser humano, es verlo y oírlo de manera radicalmente diferente: "El
terapeuta debe poseer la plasticidad necesaria para trasponerse a sí mismo a otra
extraña y aún lejana concepción del mundo. En este acto hecha mano de sus propias
posibilidades psicóticas, sin renunciar a su cordura. Sólo de esta manera puede llegar
a comprender la posición existencial del paciente".
Podríamos decir que el afectado nunca se ha sentido en unión permanente con su cuerpo
y por tanto, pueden hablar de sí mismas como si carecieran de cuerpo.
"En esta posición, el individuo experimenta su yo como si estuviese más o menos
divorciado o separado de su cuerpo. Se siente el cuerpo más como un objeto entre
objetos, en el mundo, que como la médula del propio ser del individuo. En vez de
médula de su verdadero yo, se siente el cuerpo como si fuese la médula de un falso yo,
a la que un yo interior, verdadero, separado, no encarnado contempla con ternura,
diversión u odio, según los casos" Tal divorcio
del yo y el cuerpo priva al yo no encarnado de la participación directa en cualquier
aspecto de la vida del mundo, que es exclusivamente realizada por intermedio de las
percepciones, sentimientos y movimientos del cuerpo (expresiones, gestos, palabras,
acciones, etc...). El yo no encarnado, como contemplador de todo lo que hace el cuerpo,
no se compromete en nada directamente. Sus funciones son las de observación, control
y crítica de lo que el cuerpo está experimentando y haciendo, y de esas operaciones que
por lo común se consideran puramente mentales.
Cuando mínimamente intuimos que la pérdida de control, que el impulso a cuestionar lo
establecido, lo cotidiano, lo seguro aparece es cuando entra el pavor. Es cuando se
introduce en nosotros lo que llamamos el miedo a la locura. En todos y cada uno de
nosotros existe el miedo a entrar en el plano en el que no sirven los referentes
cotidianos, en el que ya no sirve el espacio -tiempo habitual
Este miedo a la locura lo podemos identificar como miedo a perder el control, miedo al
abandono, y no es ni más ni menos que el miedo a cruzar la frontera entre el plano de lo
existencial-palpable, creado y creído, y entrar en el plano de lo esencial. Toda aquélla
persona que ha entrado en un estado de conciencia alterada a través de psicotrópicos, de
la ingesta de diferentes sustancias, de la meditación o través de una propia psicosis, sabe

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perfectamente lo que todo esto significa.
La persona que tiene dinámicas psicóticas, es la persona que no se adapta, el inadaptado
que no tiene la posibilidad de llevar una dinámica cotidiana, una rutina. Sin embargo, sí
dispone de la capacidad de entrar en contacto con aquello que es más del orden de lo
esencial, de contactar con nuestra dinámicas existenciales específicas como animal
humano, con lo vinculado a la trascendencia, a la capacidad de amar y a la capacidad de
sentirnos en contacto con lo absoluto o lo que está mas allá de nuestra piel; y esa
persona entra en ese plano cuando se abandona a la locura y pierde el miedo a dejar los
referentes cotidianos, cuando deja de asustarse por el empezar a no acordarse de qué
cargo ocupa en la universidad, cómo se llama su mujer o cuántos hijos tiene. De
repente, eso pasa a ser algo nimio, lo importante pasa a ser sencillamente la sensación
de corriente, de fluido, la sensación de existir.
W. Reich escribe: "Es como si las percepciones estuviesen ubicadas a cierta distancia,
fuera de la superficie epidérmica del organismo. Esta perturbación interior es la
separación entre la autopercepción y el proceso biofísico objetivo que debe ser
percibido. En el organismo sano, ambas cosas se unen en una sola experiencia. En el
individuo neurótico acorazado, las sensaciones biofísicas de los órganos no se
desarrollan de manera alguna; las corrientes plasmáticas están muy disminuidas y en
consecuencia por debajo del umbral de la autopercepción ("insensibilidad"). En el
esquizofrénico, en cambio, las corrientes plasmáticas siguen siendo intensas y no están
obstruidas, pero la percepción subjetiva de esas corrientes está obstaculizada y
escindida; la función de percepción no está reprimida, mas tampoco unida a la corriente.
(Así como un niño desarrolla con facilidad una contracción en la garganta cuando siente
el impulso de ahogar a la madre o al padre, en la misma forma el asesino esquizoide
degüella a alguna persona cuando su propia sensación de ahogo se hace insoportable)".

La diferencia básica estará en que mientras en una crisis psicótica, no hay control,
no hay ritmo, sino que se vive el infierno, el caos y la sensación de ser arrastrado,
en una situación existencial y energética equilibrada podemos aproximarnos a estas
experiencias desde el corazón, pero con nuestro ritmo, sintiéndonos sujetos y
dueños de nuestras sensaciones, identificando nuestro yo con ese estrado de
conciencia, con la capacidad de estar en el plano de lo concreto y al mismo tiempo
sentir el plano de lo absoluto, de lo "eterno". Pero para ello, curiosamente tenemos
que oír, que escuchar, que sentir al "loco", es decir a aquél que se mueve en ese
plano, que siente la realidad sólo de esa manera. Y ha habido, desde esta
perspectiva, locos quemados, locos ignorados en hospicios y locos santificados.
Y es por ello que se debe comprehender el discurso del "loco", y para ello ha debido
oír antes el suyo. Esta es la única forma de poder abordar adecuadamente esas
situaciones, y evitar que se reproduzcan esas situaciones típicas en donde aquellas
personas que entran en crisis involuntarias, automáticamente entran en conflicto con
lo que hay fuera, y de ese conflicto surge la idea de "estoy loco", "a mi me están
pasando cosas que no le pasan a los demás"... La familia reprocha ese
comportamiento ("Nos matas a disgustos; en lugar de ocuparte de tu trabajo te
dedicas a hablar con Dios"). Esta persona va al psiquiatra el cual le diagnostica una
esquizofrenia y le receta una gran cantidad de pastillas, él se lo cree y lo acepta
porque se lo ha dicho el "gran dios", el cual además añade que no se preocupe, que
no se va a curar, pero que con la medicación estará tranquilo. Y a la familia se le
dice que mantenga la calma, que su hijo no seguirá trabajando pero que tampoco
matará a nadie. Y así se suceden las historias, historias que voy a describir:

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Una niña de 8 años que de repente un buen día su cabeza empieza a oír a alguien
que le dice cosas (y que no son ni su padre ni su madre); al principio mira a su
alrededor para constatar si hay alguien, pero no hay nadie. La voz aparece también
de noche, fundamentalmente cuando está sola. Llega un momento en el que
comienza a asustarse pues las voces le impiden escuchar lo que le dicen sus padres.
Un día decide contar lo que le pasa, y cuando llega esa ocasión fruto de un proceso
que lleva su tiempo, sus padres no la toman en serio, le restan importancia
("duermes mal" "estas floja"). La llevan al médico y este confirma la explicación de
los padres y recurre a una analítica general. El tiempo sigue pasando y la niña
continúa oyendo las voces y comienza a vivir el exterior como pesado e inquisitivo,
se siente observada, vive contra-natura algo que en principio le ha salido de dentro,
se siente "rara"; entonces aparece el miedo que la hace callarse y retraerse. Los
padres se dan cuenta de que su hija no habla y duerme mal. Deciden llevarla al
psiquiatra buscando una solución pues su hija tiene comportamientos muy extraños.
El psiquiatra les dice que la niña no se va a curar tiene esquizofrenia; le receta una
gran cantidad de medicación y ante la pregunta de los padres de la posibilidad de
llevarla al psicólogo para una psicoterapia, el psiquiatra les dice que puede irle bien
para que la niña acepte su problemática y aprenda a vivir con ella. Esta
conversación se lleva a cabo con la presencia de la niña, la cual no se sentido nada
bien ante aquel hombre. No quiere volver al psiquiatra. La niña únicamente recibe
el tratamiento farmacológico administrado por el psiquiatra y esas pastillas van
mermando progresivamente sus respuestas cognitiva. Cuando esta niña llega al
psicoterapeuta, el cual la escucha, le dice que no tenga miedo y empieza a compartir
con ella la situación. Y los padres dudan ante la afirmación del terapeuta de que el
problema de su hija se pueda remediar y acabar con esa situación de sufrimiento...

Otra historia es la del jardinero de un pueblo, padre de familia con un


comportamiento normal y que de repente un día va en el coche con un amigo y
piensa decirle que cambie de marcha, pero en lugar de decírselo siente el impulso
de tocarle la pierna; instantáneamente un "clic" se rompe y esta persona empieza a
pensar que es homosexual pues ha tenido impulsos de tocar a su amigo. Cuando
está en casa piensa en abandonar a su familia, le gustaría desaparecer. Este hombre
se va adentrando en una situación de enajenación mental obsesiva y permanente de
cosas absurdas, que no puede quitarse de la cabeza ("soy homosexual mi familia me
lo va a notar y se van a dar cuenta de que me quiero ir de casa").Sin que se entere su
familia visita al psiquiatra diciéndole que tiene depresión que se lo han dicho sus
compañeros que lo ven muy callado y no tiene ganas de ir a trabajar. El psiquiatra le
receta la medicación durante 4 meses y le concede la baja laboral durante 2
semanas...

Otro caso que podemos comentar es el de la pareja que llevan quince años juntos y
tienen dos hijas. La relación de pareja está muy deteriorada por la vida que lleva su
marido, por sus continuas salidas y relaciones con otras mujeres.La mujer se siente
incapaz de plantear la separación, pues en las ocasiones que lo ha hecho su marido
ha acabado por convencerla de que continúen juntos. El le promete que va a
cambiar, que dejará a sus amantes y por lo tanto el matrimonio se mantiene. Pasa el
tiempo, ella ve que todo sigue igual, se va repitiendo la misma historia y continua
siendo incapaz de dejar la relación. Llega un momento cuando este hombre
encuentra a otra pareja con la que puede vivir, le plantea a su mujer que ahora está

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de acuerdo con la idea de la separación que va a hacerlo por ella. Esa mujer acepta
la decisión del marido y renuncia a sus hijas, pues se siente incapaz de ser buena
madre y esposa y comienza a reprocharse el que no ha podido aguantar lo
suficiente. La pareja se separa y la mujer se ve sola, alejada de lo que fue su familia
que ahora vive con otra persona. Se da cuenta que ha sido engañada de que todo ha
sido una mentira, ha sido vapuleada y manipulada por su marido. En ese momento
comienza a tener impulsos que no puede controlar, va al psicoterapeuta y le
comunica que tiene miedo a la locura, tiene miedo de los impulsos de matarse y de
matar a su familia...

9. VALORACIÓN FINAL.

Hay muchas historias como estas, con variaciones sobre un mismo tema. Todos
estos casos nos llevan a plantear junto a la idea de la locura como etiqueta
manipulada por los poderes sociales, la idea de la locura como algo que existe
vinculado al miedo a perder el control y junto a este miedo la presencia del
sufrimiento psíquico como algo real consecuencia de un ecosistema.
Por otra parte qué es lo que ocurre cuando alguien se plantea la posibilidad de
romper los parámetros de los referentes cotidianos. La pregunta es: ¿Por qué
tenemos tanto miedo de perder los referentes? Cuando no existen referentes ¿qué
sucede? ¿desaparecemos acaso? Quizás podamos decir que si, tal vez lo que suceda
es que entremos en otro plano de existencia y sentimos lo que está más allá de esa
estructura entrando en contacto con lo esencial, aunque lo que experimentan los
individuos ante la idea de perder la “cordura” rozaría el miedo y el horror, pues
sabemos que hay una realidad a la que no podremos volver por que ya no seremos
bienvenidos. Este planteamiento asusta por lo que decidimos seguir adaptados,
incluso cuando algo nos dice que todo lo que estamos viviendo es mentira, es una
ilusión. Tal vez como dicen los indios de algunas tribus brasileñas, la autentica
realidad sea aquella que vivimos en los sueños y no la realidad tangible, pues en los
sueños estamos más cerca de escuchar el lenguaje de los dioses. Y ¿quienes son los
dioses? cada persona puede ponerle el nombre que quiera; esos dioses tienen que
ver con ese parte "esencial" nuestra que nos vincula a lo que está más allá de
nosotros mismos y que nosotros hemos desvinculado

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