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nuestro pecho siga fervoroso para ver a nuestra madre en todas las madres y
tributarles nuestra admiracin y fe de grandeza espiritual en su existencia.
Si llevamos la flor blanca en el altar de nuestro corazn, como smbolo de
orfandad, hagamos a nuestras propias madres la promesa de conservar intacta la
albura de su recuerdo, siguiendo el camino recto que ella nos gui, para honrarla
con nuestras palabras, sentimientos y obras. El dolor y la tristeza por la partida al
ms all de la autora de nuestros das no sean un desconsuelo y sombra eterna.
En su nombre y en su voz lenitiva para reconfortarnos de tanta angustia y nos
anime a superar lo que somos, por su bendita memoria.
Pero las flores, ni rojas, ni blancas, se marchiten en nuestro pecho en este
da, en este siglo o en la eternidad de la Madre. Para que ello no suceda,
meditemos en su magnificencia espiritual, sintamos la ficha de su presencia o el
desinfortunio de su ausencia. Obremos con talento y emocin frente a ella o por
ella. La maternidad se diluye en la vida para dar contenido y esencia a nuestro
destino, que el aroma, el color y el significado de las flores para las madres e hijos
siga siendo el reencuentro indestructible materno filial como ignota bendicin
celestial que se anida y se acrecienta en el corazn humano y se acrecienta en el
corazn humano, para hacernos ms humano.
Muchas Gracias..