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UNIVERSIDAD BOLIVARIANA DE VENEZUELA

Caracas, 11 de Mayo de 2010

FUNDAMENTOS CATEGORIALES DE
UNA TEORÍA CURRICULAR
(Documento entregado a la UBV como aporte a los debates)

Presentación

Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y


propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo
pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el
orden social existente. Las clases dominantes pueden
temblar ante una Revolución Comunista. Los proletarios no
tienen con ella nada que perder más que sus cadenas.
Tienen, en cambio, un mundo que ganar.
¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS!
(Marx & Engels, El manifiesto Comunista)

Inmerso en el movimiento de la historia se hace perceptible un hecho no único, a


pesar de lo inédito de desarrollos relativamente recientes: las diversas sociedades, no
sólo en la contemporánea vecindad de las formaciones sociales capitalistas, mucho
antes, destacándose, tanto los ecos lejanos –y cercanos- de las grandes civilizaciones de
la América pre-colonial, como las formas propias de la temprana Europa, han tenido
que abordar el problema del conocimiento, su uso, su conservación, su producción y,
también, su organización y compromiso social con estamentos y sectores privilegiados.
La organización de las estructuras sociales responsables del conocimiento, a lo largo de
la historia, podría decirse, es una constante, y también, en cada especificidad, una
diversidad.
Entender a la universidad como una forma “natural” y continua de toda sociedad
podría hacernos caer en falsas certezas. Sólo la comprensión de la misma en el seno de
su conexión con momentos históricos específicos, su vinculación con formas y
contenidos sobre las que se proyecta dando sentido a su funcionalidad, su
intencionalidad, sus compromisos, nos permitirá darle su real sentido dinámico,
pudiendo lanzar más allá la piedra, y así, poder concebir su lugar, lugar no neutral, y las
vías de concretarla en la coyuntura que nos obliga: en una revolución socialista.
El comienzo no es desde cero, la práctica desarrollada por nuestros profesores y
estudiantes, la existencia de documentos, reglamentos, entre otros, a pesar de la casi
total ausente sistematización y de la difícil implementación –además de los debates
pospuestos por una visión de mucho arraigo que sacrifica el debate al acuerdo-, no nos
pone en la acera esperando la luz de paso. Estamos cruzando la calle, y esta analogía,
debe poder sostenerse un momento para poder entender más que la simple figura:
necesitamos cruzar la calle, porque la universidad que necesitamos no es la universidad
que conocemos.
El proceso no es simple ni sencillo, involucra el acto de crear, la posibilidad de
seguir creando y la responsabilidad de garantizar futuros procesos creadores. Hace
necesario el discutir y nos obliga a garantizar las futuras discusiones. Tal proceso no
sólo depende del logro “documental”, de la concreción de formas y normas por las
normas mismas, hay que romper con ese lastre ideal. La garantía de la concreción de
una universidad depende de factores concretos: todos ellos vinculados con una
comprensión de la realidad en la que estamos y los sujetos que la pretenden cambiar, la
universidad no es un espacio de conservación, por lo menos no la que necesita nuestro
proceso, debe ser un factor sumado a la trasformación de la realidad y a la producción
del conocimiento que lo garantice.
Un aspecto fundamental desde donde accionar, considerando a la universidad
como un producto histórico y con claridad en sus determinaciones, es el currículum.
Muchos son los factores que, organizados históricamente, nos permiten entender el
proceso de consolidación de la universidad como concreto. A simple vista, sólo
accedemos a la unidad indiferenciada y sólida de “la universidad” o a la fragmentación
disjunta de sus partes aisladas: el aula, la evaluación, la investigación, el currículum,
entre otros. Sin embargo, lo que no se muestra a la vista, es el desarrollo histórico de
todos esos elementos en lucha dialéctica. La universidad se nos muestra desde dos
ficciones: como objeto acabado –y encerrado en sí mismo- y como objeto naturalizado.
Estas ficciones no son casuales, son la manifestación de un fenómeno de mayor
alcance. La sociedad misma se nos ofrece bajo estas ficciones, y desde allí, todas las
“cosas sociales” nunca fueron de otra manera. No dudamos en pensar que siempre hubo
explotación, siempre hubo propiedad privada, siempre ha habido universidades,
currículo, profesores, Estado, y así, esta ficción, en el ámbito de lo que Marx denominó
“ideología”, funciona como un obstáculo a los cambios, como el fiscal mental –con un
alcance profundo de lo material- que nos detiene a cambiar las cosas, termina así un
gran sector de la sociedad convertido en “pastores de estatuas”, cuidando a la realidad
del agresivo cambio, olvidando que el cambio mismo es una determinación de la
realidad.
En la Universidad Bolivariana de Venezuela, a través de la Dirección General de
Currículo, se abre el espacio para avanzar en este sentido. Estamos responsabilizados en
construir tan sólo un primer momento, debemos poner en manos de otros grupos de
trabajo la propuesta de los Fundamentos Filosóficos del currículum. Asumimos una
tarea desde la claridad de dos principios: 1) el documento presentado no debe ser una
construcción ecléctica, debe ser una síntesis problemática que no pretenda evadir ni
tonos polémicos ni espacios de debate; 2) tiene, en relación al principio anterior, dos
formas de atender a los documentos que lo anteceden y enmarcan: uno, relación de
continuidad, en función de la valoración de la diferencia y la crítica, valores centrales de
nuestro momento histórico sobre el que se soportan las luchas revolucionarias de años;
dos, relación de ruptura, señalando la necesidad de actualizar y poner a tono con los
momentos actuales las construcciones documentales, normativas y rectoras que forman
parte de nuestra historia. Somos responsables de un primer avance, que no debe dormir
el sueño de la indiferencia y su forma más inmoral: la aceptación acrítica; más bien,
debe estar siempre atento a la batalla de la crítica y de la objeción seria.
Siempre claros en los alcances de nuestras acciones, sabemos que no somos,
como universidad, los demiurgos del Socialismo. Somos un factor más que debe
sumarse a quienes están dando la lucha diaria contra la explotación capitalista
organizados en clase, somos un sector pequeño, que, como han mostrado hechos
pasados, corremos el siempre presente peligro de dejar pasar el momento histórico, y
quedarnos, como peatones de la historia, a medio camino, o peor, retomando la acera
inicial, situación que no debemos permitirnos.
Introducción

El problema de si al pensamiento humano se le


puede atribuir una verdad objetiva, no es un
problema teórico, sino un problema práctico. Es en
la práctica donde el hombre tiene que demostrar la
verdad, es decir, la realidad y el poderío, la
terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la
realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla
de la práctica, es un problema puramente escolástico.
Marx, Segunda Tesis sobre Feuerbach. 1845

La construcción de un documento que ponga los cimientos filosóficos del


currículum de la UBV pone en el escenario ciertos problemas básicos en torno a las
experiencias recientes. Por una parte, está el cómo se concibe la forma de exponer tales
fundamentos. El “cómo” no sólo se refiere a preguntarse si el abordaje es desde valores,
procesos, entre otros, también se plantea el problema del comienzo, el cual, no debe
confundirse con el problema del “principio”.
En otras palabras, la forma de organizar la exposición debe poder combinar una
respuesta a dos preguntas: 1) ¿Cómo presentar los elementos fundamentales? Y 2)
¿Cuál es el comienzo? La diferencia con “comenzar desde el principio” se plasma en la
existencia de elementos ya dados, concreciones de nuestro proceso, no sólo local,
también mundial, desde donde construir. Por ejemplo, la claridad sobre el enfoque
anticapitalista nos da razón sobre el carácter de la acción de nuestra universidad,
clarificar desde qué concepto de sociedad se habla, nos pondrá en la dirección de
entender su cambio y el lugar de una universidad para una revolución, de allí el
compromiso con los sectores sociales explotados, el agotamiento e insuficiencia de
cualquier iniciativa “sin distingos de clase”. Con esto nos referimos a la necesidad de
“ajustar” nuestra universidad, desde todos los aspectos, en especial su currículo, a las
características fundamentales de nuestro proceso de cambios.
La opción planteada es la del abordaje categorial de los fundamentos. Al
respecto es necesario mencionar que tales categorías, no pretenden tener carácter
ahistórico ni metafísico, cabe aquí la diferencia entre comienzo y principio. Las
categorías tienen su origen, son tomadas, de una realidad que tiene prioridad, deben
reflejar relaciones existentes, y de las cuales dependen. La categoría es una forma de
mediación con la realidad, en ellas se concentra y se deriva lo epistemológico. Podemos
entenderlas como conceptos de amplio alcance, con los cuales, como decía Aristóteles
(Aristóteles, 1986), el “Ser” es dicho, mencionado, señalado.
Aquí llamamos la atención sobre unas cosas: primero, las categorías no son
formas que pretenden “encerrar” la realidad, son abstracciones, productos de la
mediación humana en contacto con la realidad, en tal sentido, son problemáticas;
segundo, tienen caducidad histórica, no sólo dependen de la subsistencia de relaciones
concretas, son además dependientes de nuevos desarrollos históricos de las mismas;
tercero, soportan el marco epistemológico que no se desarrolla independiente de la
realidad, sino, en una relación más específica: son la mediación, el vehículo humano
para comprender la realidad.
En dar respuesta a la primera cuestión problemática, estamos asumiendo también
respuesta a la segunda: el comienzo debe poder establecer los grandes conceptos desde
donde organizamos nuestro discurso de la realidad, el comienzo es el escenario histórico
que pretendemos cambiar, no es el conocimiento en sí, no es la investigación en sí, no
es la ciencia en sí, fuera de allí, no es la sociedad como realidad naturalizada, no es el
capitalismo como sistema definitivo, no es la opresión, la exclusión, la pobreza,
pensadas desde la cabeza de filántropos, del “hambre” como fotografía. El comienzo,
cuando hablamos de Socialismo, tiene especificidades, dicha palabra tiene una carga de
responsabilidad, que sólo inmoralmente puede invocarse sin cambiar nada.
Antes de continuar, es necesario un “rodeo” por algunos comentarios
pertinentes. Al final serán presentados los desarrollos de las categorías discutidas.

El asunto de la totalidad histórica


Trataremos de poner en escenario claro una idea fundamental, a partir de unas
palabras de Marx:

El simple hecho de que cada generación posterior se encuentre con


fuerzas productivas adquiridas por la generación precedente, que le
sirven de materia prima para la nueva producción, crea en la historia
de los hombres una conexión, crea una historia de la humanidad, que
es tanto más la historia de la humanidad por cuanto las fuerzas
productivas de los hombres, y, por consiguiente, sus relaciones
sociales, han adquirido mayor desarrollo. (Marx C. , 2007, pág. 12).

Es fundamental entender el alcance de dicha conexión. El concepto de historia


contenido en el fragmento anterior debe ponerse en total oposición a las nociones de
historia como cronología, historia como naturaleza, como simple cultura, y debe,
mediante un esfuerzo, aproximarse como totalidad, la cual, en virtud del actual
desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, es
determinante de nuestras concepciones y acciones.
Esta totalidad histórica constituye y “organiza” la percepción del mundo que nos
rodea. Escribe Lukács:

El carácter fetichista de las formas económicas, la cosificación de


todas las relaciones humanas, la ampliación, siempre creciente, de una
división del trabajo que descompone de modo abstracto-racional el
proceso de producción, sin preocuparse de las posibilidades y
capacidades humanas de los productores inmediatos, etc., transforma
los fenómenos de la sociedad y, junto con ellos, su apercepción.
(Lukács, 1985, pág. 63).

Para poder aclarar esto necesitamos acercar a la discusión una noción auxiliar.
Mencionamos arriba que la historia son más que hechos, más que la organización
temporal de los mismos. La Historia debe poder aproximarse desde la noción de
posibilidad, vinculada a la de totalidad. La posibilidad debe entenderse desde la
perspectiva material, real, y la totalidad en relación a sus múltiples y complejas
conexiones; dice Marx en la Ideología Alemana:

(…) acerca de que la liberación real no es posible si no es en el mundo


real y con medios reales, que no se puede abolir la esclavitud sin la
máquina de vapor y la mule jenny, que no se puede abolir el régimen
de la servidumbre sin una agricultura mejorada, que, en general, no se
puede liberar a los hombres mientras no estén en condiciones de
asegurarse plenamente comida, bebida, vivienda, y ropa de adecuada
calidad y en suficiente cantidad. La “liberación” es un acto histórico y
no mental, (…) (Marx & Engels, 1973, pág. 23).

Dicha posibilidad como fundamento histórico es una conclusión de la totalidad,


entendida esta como el alcance de las conexiones y vínculos, la comprensión de las
consecuencias, del movimiento de la realidad y sus causas. Totalidad y posibilidad
configuran la lectura histórica. Ningún proceso se concreta sin las condiciones
necesarias, no hay un solo hecho de la historia humana que no haya tenido que acumular
condiciones, posibilidad, potencia. En dicho escenario se plantea la concepción
materialista de la historia.
Desde tal perspectiva, podemos entender a los procesos en función de dos
“movimientos”, uno histórico y otro presente, uno vinculado al escenario mundial como
sistema de la historia, y otro de contenido coyuntural y singular, ambos movimientos se
interrelacionan y conectan de forma dialéctica, son uno en sí, sólo podemos separarlos
momentáneamente por el análisis. Una representación que ayuda a “capturar” el
concepto es la visión gráfica de dos líneas, una horizontal, la de la historia pasada, y
otra vertical, la del movimiento de la coyuntura, ambas cruzándose como movimientos
antagónicos que se inter-determinan. En lo coyuntural existe el “compromiso” y la
negación de las formas pasadas que anteceden todo desarrollo actual, y en las dinámicas
pasadas hay la posibilidad de anticipar “presentes” a la par de transformarlos
radicalmente.
Ambos movimientos forman parte de lo que Ludovico Silva señala como el
concepto de sistema en la teoría marxista: “En Marx, el vocablo sistema significa algo
muy específico y concreto. Significa, ni más ni menos, teoría general de la historia”
(Silva, 1975, pág. 177). Es necesario entender que los procesos que se desarrollan en
específicas coyunturas también están determinados por las históricas dinámicas que los
antecedieron.
La historia como escenario del desarrollo de la unidad de un “complejo de
complejos”, como la concreción de múltiples determinaciones, las cuales toman
dinámica concreta en una específica relación entre fuerzas productivas desarrolladas y
relaciones sociales determinantes, debe entenderse como un proceso de profunda
influencia, presente en el más pequeño escenario del mundo, en la más simple actividad
humana. En esas particularidades está presente la organización de la realidad constituida
por el capital y todos sus fenómenos.

La universidad y el currículum como productos históricos


Es necesario llamar la atención sobre las consecuencias de la ficción que sobre la
universidad –y por lo tanto, del currículum- se manejan. Ambos tienen su origen
histórico, tienen su génesis. Y lo que hoy parece una consecuencia lógica y
conceptualización formal, tuvo, primero que nada, justificación y génesis histórica, y
por génesis histórica podemos entender, génesis material. En la actualidad, no pueden
concebirse separados de la historia como posibilidad y totalidad.
Este pequeño paréntesis pretende apuntalar una idea: la universidad y el
currículum, como productos históricos, suponen en sí mismos dos movimientos,
uno, el transcurso histórico en el que aparecen, y dos, cómo esos inicios, esa
dinámica histórica afecta el movimiento presente, nuestra actual coyuntura, ambos
movimientos unidos en dialéctica relación. En otras palabras y como pregunta ¿De
qué manera influye y determina la historia de la universidad a su actual desarrollo?
Dicha pregunta tiene un fondo amplio que hace unidad de ambos movimientos: el
surgimiento del sistema capitalista. La totalidad y la posibilidad como noción “auxiliar”
permiten un acercamiento al movimiento de la historia.
La universidad es también un fenómeno histórico cuyas causas son rastreables.
Ella es, fundamentalmente, un fenómeno burgués. Su nacimiento histórico coincide en
espacio y tiempo con el fortalecimiento de sectores mercantiles y terratenientes que, en
el siglo XI se ven favorecidos por un avance revolucionario que apuntala materialmente
a un sector que aún no tiene rasgos de clase, mucho menos de revolucionaria: la
aparición, en Bolonia, de expertos en códices del Derecho Canónico que reinterpretaban
la posesión de la tierra, entendida hasta entonces, en las formaciones sociales europeas,
como una “mayordomía” –forma de propiedad del modo de producción feudal
vinculada, más a la idea de “soberanía” vinculada al imaginario absolutista, que a la de
propietario contemporánea-, entendida también como la representación del dominio
divino en mano de seres especiales, reyes, nobles, en fin, aristócratas. Dicha
reinterpretación planteaba una evolución revolucionaria en el concepto: la propiedad de
tipo privada.
No se pretende decir que la propiedad privada nace desde la norma, no. El
proceso que llevó de una forma de propiedad a otra, como fenómeno de carácter
material y social, obedece a otros motores y causas, sin embargo, al concretarse tal
hecho, podemos decir que ya tenía tiempo “siendo antes que teniendo forma”, podemos
decir que se abrían las puertas para nuevos cambios. Las diversas familias con el poder
material necesario enviaron a sus representantes a “investigar” y aprender qué sucedía
en la región latina. Estos representantes se organizaron corporativamente –a la manera
de los gremios de oficios feudales-, se dieron nombre, reglas, y establecieron, en virtud
de su gentilicio, una forma de organización muy coherente con la naciente comuna
medieval.
La palabra “universidad” no significa “saber universal”, tampoco su función
ahistórica es “resguardar el conocimiento humano”. Su nombre significa “reunión de
todos”, y su fin, por lo menos el primero, es garantizar la transmisión de un
conocimiento específico. De hecho, las primeras organizaciones de conocimiento se
relacionan con: 1) posesión de la tierra en forma de propiedad privada, (Derecho), 2)
conocimiento del cuerpo humano, en especial, aquel conocimiento que permite dirimir
entre una muerte natural y una causada por medios no naturales –necesario para
determinar sucesiones y herencias-, (Medicina), y 3) posibilidad del control social que
tradicionalmente realizaba la iglesia a través de las escuelas patrísticas, (Teología).
Es fundamental seguir el movimiento histórico de dicha institución para poder
afirmar que la universidad, como producto concreto, es un fenómeno que ha sido
asimilado al capitalismo, y es un punto de partida fundamental para revisar nuestra
acción como universidad en el marco de este proceso de carácter revolucionario. Son
interesantes al respecto las palabras del Che en un discurso dado en octubre de 1959:

Ya se está pensando en La Habana en hacer un Instituto Técnico de


Cultura Superior que dé precisamente una serie de estas carreras,
instituto que tendrá una organización diferente a la Universidad
quizás, y que puede convertirse, si la incomprensión avanza, en un
rival de la Universidad o la Universidad en una rival de esa nueva
institución que se piensa crear en la lucha por monopolizar algo que
no se puede monopolizar porque es patrimonio del pueblo entero,
como es la cultura. (Guevara, 2004, pág. 143).

El escenario de dichas palabras nos es familiar, y de igual manera, no puede


reducirse su explicación a la mala intención de un grupo de personas. Es, desde la
misma comprensión del Che, un problema estructural de la universidad que ha sido
arrojado a nuestras “costas” por el desarrollo histórico. Quizá no encontraremos en
nuestra universidad ningún rastro del lejano siglo XI, pero hay contenidos estructurales,
incorporados, naturalizados y desarrollados en concretos procesos, en el escenario de
confluencia de dichos movimientos, a los que hay que prestar atención si pretendemos
entender a la universidad como factor asimilado al capitalismo y sumar claridad a
nuestra acción en la dirección de construir una nueva visión. Podemos identificar en la
universidad como concreción histórica tres funciones primordiales: 1) la que,
organizada por la concepción burguesa-liberal del currículum (dominante como
concepción histórica), cohesiona en unidad una mercancía específica: las carreras,
proyectos, y diversos planes de formación e investigación, entre otros “productos” a la
venta; 2) la que se origina del pacto histórico con el capitalismo, al servir de canal de
promoción social para el trabajo profesional, captando talentos de clases proletarias –sin
distingos de raza, sexo, ni religión- y conservando el vínculo de sectores dominantes
con el control político-social. 3) Por último, y consecuencia más directa de la
asimilación histórica hecha por el capital, el control del desarrollo de fuerzas
productivas a través de la propiedad y usufructo sobre objetivaciones y productos del
conocimiento que son patrimonio de la humanidad, además de la discreción y
fiscalización, por parte de sectores interesados económicamente, sobre los estudios e
investigaciones. Allí podemos identificar a los productos teóricos y prácticos,
soluciones a problemas concretos, innovaciones, aportes teóricos y técnicos que sólo
son accesibles al poder capital.
El currículo es un desarrollo posterior, en términos históricos, sin embargo,
forma hoy una unidad “naturalizada” con la universidad. Su aparición está vinculada al
progreso y adecuación del pensamiento reformista que surge en Europa en el siglo XVI,
adecuación que lo hace coherente con el desenvolvimiento del “arsenal imaginario y
material capitalista” que ganará la costa y hará concreción en la América del Norte.
Como cierre de esta parte, arriesgamos una definición histórico-política de currículum:
El currículum burgués, el currículum dominante, lo entendemos como el producto
de un desarrollo histórico que ha devenido en tres direcciones específicas: uno,
como forma concreta de organizar la mercantilización de la educación; dos, una
forma de controlar el acceso, utilización y beneficio de los acervos universales, las
objetivaciones necesarias del conocimiento humano; y tres, universalización a la
vez de una visión de mundo que se orienta, como una forma de la ideología
(Broccoli, 1975), a naturalizar y justificar las relaciones sociales de producción que
posibilitan la dominación.
La comprensión de la universidad y el currículo como productos históricos tiene,
entre otros, la intención de arrojar luz critica sobre tres problemas: el primero, entender
el lugar de la universidad en un proceso revolucionario. El movimiento histórico de la
universidad como concepto determina su función y acción dentro de una sociedad. La
universidad no hace revolución, sin embargo, dada la importancia de la teoría y las
objetivaciones humanas, el conocimiento, entre otros, el esfuerzo por conducir a una
universidad como factor de formación y organización es fundamental. Como decía el
Che en la cita mostrada, alguna institución revolucionaria debe disputar el monopolio
del conocimiento a la universidad tradicional, lucha que se concretará al cabo del logro
de la revolución socialista, nunca antes.
Segundo, el problema de las disciplinas. Es necesario entender la función social
de la universidad a través del currículum. No es posible resolver el problema de la
visión disciplinar de las ciencias trasladando el asunto a la visión disciplinar de la
formación: ambos son el mismo problema. La explicación histórica de la
organización disciplinar del conocimiento tiene su fundamento en la forma en que la
universidad se adapta a la división social del trabajo, y para eso, es necesario entender
las dinámicas y relaciones sociales vinculadas al sistema capitalista.
Tercero, en vista de las anteriores cuestiones es necesario entender el alcance del
planteamiento de un currículum que se oponga a la concepción capitalista liberal: un
currículum que avance en dos direcciones, 1) coherente no con un ethos como
imposición de “mentes” que piensan, sino más bien, con un sujeto al cual sólo las
especificidades de nuestro proceso pueden poner en el escenario, el sujeto
revolucionario, el que está a la espera del conocimiento para la acción y la
transformación del mundo, sectores organizados para la lucha, campesinos organizados,
trabajadores en fábricas ocupadas, entre otros; 2) como una fuente de nuevas
interpretaciones de los acervos teóricos y prácticos, desde una perspectiva, según las
palabras de Ludovico, contra-cultural, esto es, en contraposición con los elementos
reproductores de la ideología, entendida desde una perspectiva marxista, como forma
distorsionada de ver al mundo impuesta por las clases dominantes.

El problema de la unidad entre teoría y práctica


Dicho problema tiene un carácter dual: condiciona la reflexión sobre los
fundamentos, y es, a la vez un proceso que desarrollar curricularmente. Dicha unidad,
en clave marxista, podemos entenderla en palabras de Ludovico Silva:

Yo encuentro que se pueden distinguir dos niveles dentro del


pensamiento de Marx sobre este tema. Estos niveles son: 1° La
vinculación entre la teoría y la práctica social revolucionaria, y 2° La
vinculación entre la teoría y su propia práctica científica. (Silva,
1980, pág. 23).

La comprensión de lo escrito puede orientarse a la crítica de la unilateralidad de


la noción común de dicha unidad. No vamos a solucionar aquí este difícil problema,
sólo expondremos dos ideas fundamentales: primero, el carácter de dicha unidad es
bilateral, es decir, es un problema en dos momentos: de la práctica social
revolucionaria, “La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la
actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica
revolucionaria1”, y de la práctica teórica (Althusser, 1970).
Segundo, debe entenderse a dicha unidad como prerrequisito del planteamiento
de los fundamentos filosóficos del currículo, esto es, la relación entre las categorías
propuestas como fundamentos, y la realidad de la que partimos y pretendemos cambiar,
debe poder ser considerada desde la unidad de la teoría y la práctica en los términos
planteados. Vamos a unas críticas concretas.
Por ejemplo, retomando el planteamiento que critica a la visión disciplinaria de
la educación tradicional, deja de lado la explicación de las causas de dicho fenómeno,
cometiendo una falacia de reducción, al plantear como causa de la fragmentación de la
realidad a una “fragmentación” de la educación. En este ejemplo –mencionado
anteriormente-, se deja de lado el carácter material-histórico de la educación por
disciplinas, vinculado a las formas en que se organiza la “profesionalidad” como
consecuencia de la división social del trabajo entendido como un fenómeno relacionado
a las relaciones sociales de producción, donde la universidad juega un papel
fundamental. La moraleja es simple: todo cambio en las estructuras tradicionales de
la universidad está condicionado por los límites histórico-materiales de la sociedad
donde vivimos. Por tal razón, el proceso de revolución no se resuelve dentro de la
universidad, depende y responde a los avances materiales de la práctica revolucionaria.
Cambiar la forma disciplinaria del conocimiento involucra un cambio en las
formas sociales que toma el trabajo en nuestra sociedad.
Lo mismo podemos decir con los planteamientos que pretenden “construir” el
socialismo dejando el escenario inmóvil. La universidad es revolucionaria si establece la
prioridad del avance material de la práctica revolucionaria, no como un asunto interno,

1
Marx, fragmento de la tercera Tesis sobre Feuerbach.
sino desde concebirse como un factor de apoyo a las luchas concretas y a las clases en
proceso de lucha, si logra conciencia de su papel histórico.

Desarrollo de las categorías

En esta obra, las figuras del capitalista y del


terrateniente no aparecen pintadas, ni mucho
menos, de color de rosa. Pero adviértase que
aquí sólo nos referimos a las personas en cuanto
personificación de categorías económicas, como
representantes de determinados intereses y
relaciones de clase. Quien como yo concibe el
desarrollo de la formación económica de la
sociedad como un proceso histórico–natural, no
puede hacer al individuo responsable de la
existencia de relaciones de que él es socialmente
criatura, aunque subjetivamente se considere
muy por encima de ellas. (Marx C. , 1975 I, pág.
XV).

Las categorías tienen un fin específico: al ser las más amplias concepciones
desde donde se construirán los conceptos centrales, su objeto es el de dar
direccionalidad y coherencia a nuestra teoría curricular. Dichas categorías enmarcan
en su alcance a conceptos, comprensiones de lo teórico y lo práctico, perfiles y sujetos
concretos, líneas de acción e investigación, en fin, son el basamento del aparato
mediador para dar forma a la diversidad epistemológica desde donde abordar la
realidad.
Una forma de abordarlas es a través de sus determinaciones. Con este concepto
no debemos confundir un determinismo, es, más bien, un desarrollo de las categorías
desde el privilegio de sus “lugares” y “posiciones” históricas. Tales determinaciones, en
su unidad, concretan la amplitud conceptual de las categorías. Es necesario dejar claro
que en torno a las definiciones, como muchas veces son comprendidas las categorías,
existen actuales debates; de lo que se trata, es de señalar conceptos con la amplitud
necesaria, no sólo para construir, sino para el desarrollo de los debates propios de una
universidad.
Al cabo de las discusiones hemos llegado a un acuerdo en torno a las categorías
principales. Las cuales son desarrolladas a continuación.

La Realidad2
Dicha categoría presenta una tremenda dificultad. No sólo es la más amplia
referencia de los discursos y amplio campo de los “objetos”, “lugares”, “momentos”,
sino que, además, en ella se centran los debates sobre la ciencia, el conocimiento, lo
verdadero y, lo concreto de nuestras transformaciones, objetivaciones y avances. Varias
tensiones abarcan variadas formas de concebirla, entre ellas, la existente entre objeto y
sujetos, materia e idea; las que se consideran entre lo cambiante y lo permanente, lo
universal y lo particular.
Sin embargo, en un plano distinto al planteado por los antagonismos que
“determinan” internamente al problema de caracterizar a la realidad como categoría
principal, se destaca el desarrollo histórico del conflicto político-económico, que a

2
En esta categoría se desarrolla una postura crítica a un aporte del profesor José Romero. La referencia se
hace en la bibliografía.
través de la imposición de un concepto de realidad, se concreta en el dominio sobre “lo
real”.
Aquí pueden plantearse diferencias en torno a la manera de entender este
conflicto. Sin embargo, es necesario sumar a este pequeño sistema de “contradicciones”,
la constatable realidad de una categoría nada ingenua: el problema de la “realidad” debe
incorporarse al problema político-ideológico de la concepción de mundo, problema que
no puede desligarse de las visiones que pretender “naturalizar” un orden, banalizar
procesos de explotación y dominio, sobre los que, es necesario actuar, no sólo desde el
debate de las diversas corrientes, sino a partir de la acción de la universidad como factor
concreto.
Es necesario considerar algo, en la dirección de proponer los debates necesarios.
La comprensión de la realidad desde el conflicto materialismo-idealismo como la
exhaustiva toma de partido por la materia, o, la idea, tiene sus peligros. Desde tal
comprensión, el acto de superar tal conflicto, supone sólo dos posibilidades: 1) se
renuncia a tales conceptos como formas de entender la realidad; o 2) se incorporan
ambos en una suerte de comprensión “amplia”. La primera opción tiene dos necesarias
vías: una, se arriesga un agnosticismo casi místico, al renunciar sin opciones a dos
conceptos, que, en su más simple comprensión dan cuenta de “realidades”, o, dos, se
hace urgente una propuesta alterna. Los fracasos en este caso llevan, irremisiblemente, a
la opción anterior.
La segunda opción, a pesar de sonar “única”, tiene también dos compromisos:
dada la comprensión amplia, existe la necesidad de dar el “acento”, el “sesgo”, que no
es sino la necesidad de dar cuenta de la prioridad, o al menos de una relación de
consecuencia entre idea y materia, esto debido a que, la realidad, no sólo cambia, sino
que debe poder ser cambiada por la acción en alguno de los ámbitos. Lo referente al
fundamentalismo, es parte de los compromisos con nuestras posturas.
Algunos planteamientos que buscan romper, con los reduccionismos
materialistas e idealistas, buscan el abordaje de la realidad desde las mediaciones, esto
es, desde los signos y las representaciones (la prioridad, como sesgo, la tiene una
construcción ideal de origen empírico particular). Tales planteamientos se enmarcan en
una comprensión –en clave de tensión- entre lo óntico y lo ontológico como un
problema de perspectivas semióticas particulares. En función de tales semióticas, se
construyen criterios sobre lo real desde la comprensión de lo concreto-concretizado
como acción significativa, es decir, como el “valor” de realidad desde el valor de la
significación dada por la experiencia material/simbólica.
Una crítica a tales esfuerzos retoma el problema de la totalidad histórica y sus
alcances. Una semiótica, un sistema de signos, de representaciones, es un contenido
histórico que tiene compromisos genéticos, estructurales y coyunturales, con relaciones
sociales y desarrollos de fuerzas productivas específicas. Por ejemplo, un sistema
semiótico de amplísimo alcance es la ciencia como es concebida en la sociedad
capitalista, leemos al respecto:

Pero el carácter histórico de los “hechos” que la ciencia parece captar


en esa “pureza” se impone aún de modo mucho más cargado de
consecuencias. Pues esos hechos, como productos del desarrollo
histórico, no sólo se encuentran en constante transformación, sino que
–precisamente en la estructura de su objetividad- son producto de
una determinada época histórica: productos del capitalismo. (Lukács,
1985, pág. 64).
El problema de construir una categoría “realidad” tiene que ver,
fundamentalmente con el problema de entender la noción de totalidad concreta. Dice
Karel Kosík:

Pero, en verdad, la totalidad no significa todos los hechos. Totalidad


significa: realidad como un todo estructurado y dialéctico, en el cual
puede ser comprendido racionalmente cualquier hecho. (Kosík, 1967,
pág. 55).

Es así necesario entender que la necesidad del “rodeo”, el esfuerzo por


desentrañar la realidad en su estructura, amerita atravesar la “superficie” fenoménica
hasta la médula estructural, esencial. Allí el problema del alcance de la totalidad
histórica concreta se plasma en la penetración que sobre la estructura del objeto
operan las formas históricas. Por estructura de la realidad debemos entender la
negación de lo caótico –forma oculta en “la incertidumbre” asumida por el pensamiento
burgués postmoderno-, así, “estructura” es una forma de entender la relación entre
lo ontológico y lo gnoseológico.
La estructura no sólo se refiere a las posibilidades gnoseológicas, a la negación
de lo caótico, da cuenta además de una dinámica potente: sobre ella actúa el sistema
capitalista como “organizador” de lo real. En torno al valor como principal
relación social en el sistema capitalista, se organiza la realidad desde su estructura
misma, siendo esta relación fundamental para desentrañar el amplísimo escenario
de la objetividad, de esta forma, podemos decir, se pasa de preguntarse ¿Qué es la
realidad? A la cuestión de su proceso de génesis, de su “creación” social:

La cuestión de la concreción, o la totalidad de lo real, no concierne,


pues, primariamente, la plenitud o falta de plenitud de los hechos, o a
la variabilidad y el desplazamiento de los horizontes, sino a la
cuestión fundamental: ¿Qué es la realidad? En lo referente a la
realidad social, esta pregunta puede ser contestada si es reducida a
esta otra: ¿Cómo es creada la realidad social? Esta problemática que
tiende a indagar qué es la realidad social mediante la verificación de
cómo es creada la realidad social misma entraña una concepción
revolucionaria de la sociedad y del hombre. (Kosík, 1967, pág. 65).

Leemos la misma idea en Lukács:

Esta constante transformación de las formas de objetividad de todos


los fenómenos sociales en su ininterrumpida interacción dialéctica, el
origen de la cognoscibilidad de un objeto partiendo de su función en la
totalidad determinada en la que funciona, es lo que hace a la
consideración dialéctica de la totalidad (…) capaz de concebir la
realidad como acaecer social. Pues sólo en este momento las formas
fetichistas de objetividad que produce necesariamente el modo de
producción capitalista se disuelven en una apariencia de reconocida
necesidad, pero apariencia al fin. (Lukács, 1985, págs. 72-73).

La categoría “realidad” entendida a partir de sus determinaciones histórico-


sociales, dan cuenta de una concepción no absoluta, cambiante, pero con una génesis
específica y particular, donde entran en juego, no sólo el carácter “estructurante” del
“valor” como la principal relación y del sistema capitalista en su totalidad, sino también
su cualidad histórica, transitoria y superable. Presente durante el desarrollo de la
categoría se hace notoria su relación dialéctica con la “sociedad” como correlativa. Tal
relación es primordial como dinámica “inter-categorial”, como sistema general de la
historia, fondo en el que se proyecta nuestro esfuerzo teórico.

La Sociedad3
Feuerbach no ve, por tanto, que el
«sentimiento religioso» es también un producto
social y que el individuo abstracto que él
analiza pertenece, en realidad, a una
determinada forma de sociedad
Marx, Séptima Tesis sobre Feuerbach. 1845

Comprender esta categoría amerita, primero que nada, realizar un ejercicio


“negativo”, esto es, un deslastrarse de lo que “no es”. No nos referimos en ella a un
sector geográfico-cultural específico, o a una entidad político territorial clasificada en
estamentos A, B, o C; no hacemos referencia a una organización –caprichosa o no- del
mundo desde perspectivas aisladas de género, raza, religión, o alguna estructura
fundamentada en el poder, en valoraciones morales que atañen a proyectos históricos,
planes o conspiraciones que viajan a través de la historia.
La sociedad debe poder aproximarse a partir de la noción de historia tratada
anteriormente. Esta categoría denota una variedad de formaciones sociales que se han
consolidado a lo largo del desarrollo de la humanidad, y no de manera azarosa, sino de
acuerdo a dinámicas principalmente de carácter material y dialéctico. Es fundamental
tener dos cosas en cuenta: 1) su status de categoría en nexo dinámico con la anterior
comentada –la realidad- jugando un papel de determinante-determinada; 2) la dinámica
estructurante del sistema capitalista como totalidad histórica, la cual ponen en idéntica
instancia categorial a la realidad y la sociedad.
Es necesario poner en escena unas precisiones. El fundamento histórico-material
de toda formación social –entendida ésta como una unidad orgánica e histórica de un
modo de producción dominante y una correlativa “fachada” jurídico-política,
sucintamente, unidad estructura-superestructura4-, puede abarcarse bajo dos amplios
conceptos: uno, las fuerzas productivas, el otro, las relaciones sociales de producción.
El proceso fundamental en el que toman forma específica estos dos amplios
conceptos es la producción social de los medios de vida, la producción, conservación y
reproducción de la misma.

Cualquiera que sea la forma social del proceso de producción, éste


tiene que ser necesariamente un proceso continuo o recorrer periódica
y repetidamente las mismas fases. Ninguna sociedad puede dejar de
consumir, ni puede tampoco, por tanto, dejar de producir. Por
consiguiente, todo proceso social de producción considerado en sus
constantes vínculos y en el flujo ininterrumpido de su renovación es,
al mismo tiempo, un proceso de reproducción. (Marx C. , 1975 I, pág.
476).

El alcance de estos conceptos va más allá de lo que concierne a la interioridad de


nuestras propias fronteras. En términos más claros, dichos conceptos no se agotan en lo
interno de una nación o un país, tienen carácter mundial, y su concreción histórica no

3
En este desarrollo se toma una postura crítica respecto a dos aportes importantes, uno, de la profesora
Larissa Slibe, en torno al concepto de “Comuna” y otro, respecto a un artículo del profesor Alex Osuna,
sobre el concepto de “Institución”. Todos estos escritos están al alcance como parte de las
sistematizaciones.
4
Para la comprensión del término “superestructura” seguimos la advertencia de Ludovico Silva en (Silva,
2006, pág. 10).
sólo se percibe en la infinidad de trabajo humano que nos rodea en forma de
mercancías, sino también en el alcance que dichas relaciones y fuerzas sobre nuestras
comprensiones y concepciones. Marx señala en el tomo I de El Capital “La forma de
mercancía que adopta el producto del trabajo o la forma de valor que reviste la
mercancía es la célula económica de la sociedad burguesa” (Marx C. , 1975 I, pág.
XIII).
La cuestión relacionada a cómo esta singular actividad encausada en el tiempo
es acción que construye no sólo la realidad y sociedad de nuestro tiempo, sino que a su
vez, estructura las mediaciones y comprensiones de dicha realidad, es la dinámica de
unidad que, en el sentido de la totalidad y la posibilidad, dan cuenta de la historia como
escenario vivo:

La forma del proceso social de vida, o lo que es lo mismo, del proceso


material de producción, sólo se despojará de su halo místico cuando
ese proceso sea obra de hombres libremente socializados y puesta bajo
su mando consciente y racional. Mas, para ello, la sociedad necesitará
contar con una base material o con una serie de condiciones materiales
de existencia, que son, a su vez, fruto natural de una larga y penosa
evolución. (Marx C. , 1975 I, pág. 44).

Este capital condiciona, por tanto, el carácter capitalista de la


producción; su existencia lleva implícita la contradicción de clase
entre capitalistas y obreros asalariados. A medida que se va
apoderando de la producción social, revoluciona la técnica y la
organización social del proceso de trabajo, y con ellas el tipo
histórico–económico de sociedad. (Marx C. , 1975 II, pág. 51).

El fundamento material de la sociedad y en él, las formas específicas de


satisfacer las necesidades en torno a la producción de medios de vida, presentan
regularidades que pueden ser abarcadas desde la abstracción, resultando en los llamados
“modos de producción”. Un modo de producción, además de tener carácter abstracto, no
supone un orden histórico de sucesión. Samir Amín identifica 5:

1) el modo de producción comunitario primitivo, (…); 2) el modo de


producción tributario que yuxtapone la persistencia de la comunidad
aldeana y la e un aparato social y político de explotación de ésta bajo
la forma de cobro de tributos; este modo de producción tributario es la
forma más común y la más general que caracteriza a las formaciones
de clases precapitalistas y de éstas proponemos distinguir las que
siguen: a) las formas tempranas, y b) las formas evolucionadas como
el modo de producción feudal (…); 3) el modo de producción
esclavista que constituye una forma relativamente más rara aunque
más extendida; 4) el modo de la pequeña producción mercantil simple
que es una forma frecuente pero que no caracteriza prácticamente
nunca a una formación social en la cual ella sea el modo dominante, y
finalmente 5) el modo de producción capitalista. (Amin, 1973, págs.
13-14).

Estos modos no representan un momento histórico, tampoco han existido en


estado “puro” como concreciones históricas. La formación social, como concepto de
mayor contenido concreto y material, combinan los mencionados modos. Se organizan
en torno a un modo de producción dominante a la vez de articularse con un complejo
conjunto de modos subordinados. El problema de la caracterización de una sociedad, de
una formación social históricamente específica, es el problema de la dilucidación del
modo dominante y de la articulación con los restantes. Sin embargo, no puede reducirse
la misma a dicha estructura. Es necesario abordar desde allí la forma de organización de
los contenidos ideales, jurídicos, políticos, ideológicos y culturales:

Su organización, es decir, su vida material, impone, (…), que sean


llenadas las funciones políticas e ideológicas en relación con el modo
de producción dominante y la articulación de los modos propios a la
formación. (Amin, 1973, pág. 26).

Se pone de manifiesto la necesidad de abordar la estructura social desde la


organización misma, como asunto material e histórico, de los grupos sociales y sus
conflictos. Vamos a traer a escena, luego de aclarar que el concepto de “clase” en Marx
no es objeto de definición “propia de manual escolar” (Figueroa, 1978), los elementos
fundamentales del concepto de clase social, de acuerdo a dos autores:

1) Históricamente estable en conexión con el sistema global de


producción.
2) Que ocupa idéntico lugar en el sistema productivo: a)
Participación directa; b) Participación indirecta, y c) No
participación.
3) Identificado por las mismas relaciones con respecto a los medios
de producción: a) Propietarios; b) No propietarios, y c) Integrados
como una forma de propiedad a los medios de producción.
4) Con papel similar en la organización social del trabajo: a) Los que
dirigen, y b) los que obedecen.
5) Identificado por la naturaleza, forma y procedimientos de su
participación en la riqueza social: a) Salario; b) Beneficio; c)
Interés; d) Renta, y e) Alimentación y vestido.
6) Cuya ideología, psicología y función política se desarrollan en
conexión con los elementos estructurales de la sociedad global de
la cual forma parte. (Figueroa, 1978, págs. 25-26).

Las anteriores determinaciones son planteadas en el entorno de una


investigación sobre la estructura económico-social de la formación social colonial
venezolana. En el mismo sentido, entendiendo que en Marx el concepto de Clase no se
restringe a un capítulo ausente de El Capital, sino que es una totalidad que recorre toda
su obra, leemos de Mauro Luis Iasi:

Podemos, (…), decir que estas determinaciones pueden ser, en


una primera aproximación, resumidas en los siguientes
momentos:
1. Clase sería definida,, en un determinado sentido, por la
posición delante de la propiedad, o no propiedad, de los
medios de producción;
2. Por la posición en el interior de ciertas relaciones
sociales de producción (concepto que fue casi
generalizado como único);
3. Por la conciencia que se asocia o distancia de una
posición de clase;
4. Por la acción de esta clase en las luchas concretas al
interior de una forma social. (Iasi, 2007, págs. 130-131).

La dinámica en la que los elementos materiales de producción y las


consecuentes relaciones sociales en la medida en que son determinados por procesos
anteriores y determinan concomitantemente las formas ideológicas, simbólicas,
conceptuales, morales, entre otras, nos da cuenta de la imposibilidad de 1) establecer
marcos conceptuales lineales y reducidos, 2) soportar el peso explicativo sobre ideas,
valores, contenidos morales y normativos, acuerdos espontáneos, contratos estáticos,
naturalizaciones, entre otras formas de dar cuenta de lo real y social.
En el entramado concreto de una estructura social, una formación social,
encontramos las dinámicas de génesis de derivados órdenes de realidad, por ejemplo, lo
institucional, en relación a la hegemonía de clases ejercida a través del Estado. No
puede entenderse éste como un “acuerdo social”, un “entorno de significados
socialmente aceptados”, si bien el concepto de “institución” –en el que cabe colocar a la
universidad y al currículum- no puede reducirse a la simple concreción de una
infraestructura u organigrama, ni a formas normativas que reflejen sólo un nivel
ingenuo de “intencionalidad”, y, de alguna manera, en el marco de influencia de la
ideología como concepción dominante, sean “socialmente” aceptados como
naturalizaciones de la sociedad, es necesario dar el “rodeo” para acceder a sus causas
primeras, a los procesos y relaciones sociales que los engendran, a las dinámicas
profundas de su génesis.
El concepto de Estado es fundamental no sólo para entender lo real y social, es
prioritario para entender nuestra actividad como universidad en el marco de nuestro
proceso histórico. Sin la comprensión del Estado como producto de concretas formas de
producción y de relaciones sociales determinadas, no será posible concretar una
universidad al tono de los procesos revolucionarios, ni acertar en nuestra específica
teoría curricular como forma de acción en el marco de nuestro lugar en la historia.

Ser histórico-social5

Como creador de valores de uso, es decir como


trabajo útil, el trabajo es, por tanto, condición de vida
del hombre, y condición independiente de todas las
formas de sociedad, una necesidad perenne y natural
sin la que no se concebiría el intercambio orgánico
entre el hombre y la naturaleza ni, por consiguiente, la
vida humana. (Marx C. , 1975 I, pág. 10)

Esta categoría tiene una relación con las dos anteriores que va más allá de la
simple complementariedad. La principal determinación de su referente inmediato:
el trabajo, la hacen portadora de la principal actividad transformadora, actividad que no
sólo transforma la materia, la realidad, la sociedad misma, sino que además es factor
constante de auto-transformación. Es en la actividad del Ser histórico-social donde se
cifra la transformación constante del escenario real y de su espacio social, a la par de sí
mismo.
Dicha determinación –la principal- del Ser histórico-social plantea no sólo un
hecho común a todas las formaciones sociales, es, también un factor de movimiento de
lo real y lo social. No debe confundirse tal actividad con una “condición” de carácter
esencial, no nos referimos a una “esencia” explicable en términos de “castigo divino” –
el trabajo es un castigo divino- o a una condición genética, la cual nos pondría en el
mismo status activo que una abeja o una hormiga. El carácter específico de la
transformación de la naturaleza bajo la actividad del ser humano podemos abordarlo
desde lo que plantean José Paulo Netto y Marcelo Braz:

Lo que llamamos trabajo es algo sustantivamente distinto de esas


actividades. En la medida en que se fue estructurando y desarrollando

5
En esta categoría se hace referencia a aportes de las profesoras Begoña Anchústegui y Maritza Capote.
al cabo de un larguísimo decurso temporal, el trabajo rompe con un
patrón natural propio de aquellas actividades:
• en primer lugar, porque el trabajo no se realiza como una acción
inmediata sobre la materia natural; al contrario, se exige
instrumentos que, en su desarrollo, se van interponiendo entre los
sujetos y la materia;
• en segundo lugar, porque el trabajo no se realiza cumpliendo
determinaciones genéticas; al contrario, pasa a exigir habilidades
y conocimientos que se adquieren inicialmente por repetición y
experimentación y son transmitidos mediante la educación;
• en tercer lugar, porque el trabajo no atiende a un escenario
limitado e invariable de necesidades, ni son satisfechas bajo
formas fijas; si es cierto que existe un conjunto de necesidades
que siempre debe ser atendido (…), las formas de dicha
satisfacción varían muchísimo y, sobre todo, implican el
desarrollo, casi sin límites, de nuevas necesidades. (Netto &
Braz, 2007, págs. 30-31).

En el tomo IV de El Capital (Marx C. , 1975), donde Marx desarrolla su estudio


de las Teorías de la Plusvalía, se hace referencia a un elemento fundamental que
diferencia al trabajo humano de la actividad natural que realizan animales como la
abeja, la araña, entre otros. Dicho elemento puede denominarse “ideación”, dejando
claro el peligro de confundir este concepto con el de “idealización” arrastrando consigo
discusiones que no son pertinentes. El ser humano no sólo realiza una transformación de
la materia natural, él además plasma sobre la materia lo que es, de antemano, su
objetivo.
Otro elemento fundamental y constitutivo del trabajo es su carácter social: el
trabajo es siempre actividad colectiva. Desde esta determinación de la principal
determinación del Ser Social podemos entender el carácter no individual del mismo. El
Ser Social e Histórico, el ser humano que se concreta histórica y socialmente es la
unidad de las acciones y objetivaciones de los productos del trabajo en sociedad. Las
visiones individualistas –peores que éstas son las concepciones filantrópicas-
colectivistas, las cuales resuelven el individualismo elevando lo colectivo a “sujeto
ampliado”- son un producto histórico del pensamiento liberal-burgués. Otras versiones
más recientes atribuyen lo colectivo a una naturalización que se equipara a las
agrupaciones de animales en “sociedades”, dejando de nuevo la explicación, no ya a lo
moral como hecho ahistórico, sino a lo genético-biológico como explicación y
naturalización de “comportamientos”, yendo mucho más allá al naturalizar, por
ejemplo, la explotación de la mujer, la infidelidad, la propensión a la violencia, entre
otros fenómenos.
El decurso de cientos de miles de años ha concretado un ser que, sin dejar de
tener compromisos con su carácter de ser orgánico-natural, ha desarrollado capacidades
que suponen un salto cualitativo respecto de su génesis biológica. En ese escenario se ha
desarrollado como unidad de específicas posibilidades y habilidades: 1) realizar
actividades teleológicamente orientadas; 2) objetivarse material e idealmente; 3) uso de
leguaje articulado y de construcciones simbólicas para comunicarse; 4) operar de modo
reflexivo, consciente y autoconsciente; 5) escoger entre alternativas concretas; 6)
universalizarse y 7) sociabilizarse. (Netto & Braz, 2007).
En el marco de estas determinaciones surge un concepto fundamental: la praxis,
entendida esta de varias maneras. Mencionaremos tres de las más comunes. La primera,
establece una relación entre este concepto y la unidad entre teoría y práctica. Aquí, más
que una concepción, tenemos el planteamiento de un problema específico; el mismo fue
mencionado en la introducción según los comentarios de Ludovico Silva (Silva, 1980).
La confusión en torno a esta comprensión puede abordarse desde dos posturas falaces:
1) una de carácter analítico, la cual comprende a la teoría y la práctica como actividades
exclusivas, siendo la unidad” de ambas –es decir, la praxis- la suma de dos procesos
independientes; 2) el carácter unilateral, el cual, a pesar de parecer derivado de lo
anterior, es necesario mencionarlo como cuestión aparte. La unilateralidad como forma
falaz de comprender a la unidad de teoría y práctica puede ponerse clara con dos
ejemplos: 1) Noam Chomsky, siendo un crítico de izquierda y activista político,
desarrolla una actividad académica totalmente incorporada a tendencias innatistas e
individualistas en cuanto a la adquisición del lenguaje; 2) Carlos Marx, desarrolla
coherentemente tanto su actividad teórica, produciendo conocimiento en torno a la
dilucidación del sistema capitalista, como su actividad practico-política, participando en
diversas organizaciones de carácter proletario, llevando a cabo una síntesis de ambas
actividades.
La segunda concepción la encontramos en (Netto & Braz, 2007, pág. 43)
relacionada directamente con las objetivaciones del trabajo humano y el carácter de
“constructor” de un género humano. “En su amplitud, la categoría de praxis revela al
hombre como ser creativo y autoproductivo: sujeto de praxis, el hombre es producto y
creación de su auto-actividad, el es lo que (se) hizo y lo que (se) hace” (Netto & Braz,
2007, pág. 44).
Como tercera comprensión del concepto de praxis, tomemos lo que Marx
escribe, por ejemplo, en la Tercera Tesis sobre Feuerbach: “La coincidencia de la
modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y
entenderse racionalmente como práctica revolucionaria” (Marx & Engels, 1973, pág.
8). En el mismo texto, tesis octava, agrega líneas adelante: “La vida social es, en
esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo,
encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esta
práctica”.
Podemos dar cuenta de esta tercera comprensión desde un aporte del profesor
José Paulo Netto, en un seminario dictado en la Universidad de Pernambuco, Brasil. Lo
dicho se centra en el siguiente aspecto: el aporte teórico de Marx se fundamenta en tres
aspectos esenciales: 1) la dialéctica como método de abordaje de una realidad con
dinámica propia; 2) la teoría del valor como ley interna y tendencial del capitalismo, y
3) la perspectiva de revolución. Esta tercera dimensión, en relación necesaria con las
restantes como unidad de la teoría marxista, da elementos que permiten comprender la
referencia anterior a N. Chomsky. El elemento de perspectiva da cuenta de un concepto
de práctica –consideramos esta concepción idéntica, en cuanto al uso dado por Marx, al
de praxis- que desarrolla los contenidos de las objetivaciones del trabajo, así como el
problema de la unidad de la teoría y la práctica, en relación con el objeto último de la
transformación revolucionaria de la realidad y la sociedad de nuestra era: la destrucción
del sistema capitalista.
El Ser social-histórico no es una construcción mental, no es un concepto a la
espera de contenido, no es un perfil de un programa de formación o un plan de
formación político-ideológico, como si fuera posible una ideología revolucionaria, o el
producto de una universidad. El Ser social e histórico es una búsqueda que debe
realizarse desde nuestra actividad como universidad, y dicha búsqueda no es ciega,
“buscar” debe significar una acción previa, porque el Ser Histórico que nos interesa no
es un concepto elástico donde quepan todos, dicho sujeto, contenido de la categoría
descrita, es una concreción de las acciones que se están llevando justo ahora por
cambiar la sociedad y destruir el sistema que roba y asesina, dicho sujeto debe ser
determinado, porque con él, toma forma clara nuestro proyecto de universidad, de
ninguna manera antes.
Es justo aquí donde las categorías, no de forma a priori, sino con toda la
intencionalidad que el decurso de la historia ha mostrado, dan cuenta, con toda la
prioridad que la realidad merece, de la necesidad de la acción y producción teórica en la
dirección de destruir revolucionariamente el sistema que hegemoniza la explotación y
dominación. Aquí, en la confluencia de estas tres categorías como fondo fundamental –
hablando redundantemente- es desde donde debe construirse la teoría curricular que
ponga en el escenario los debates necesarios en el seno de la construcción de un
socialismo que no puede sino ser anti-capitalista y anti-imperialista.

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Prof. Luis Enrique Millán


proyectsucre@yahoo.es

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