Angeles Mastretta
Mujeres
de ojos grandesa 1a vista perdida en el patio, un dia de Iluvia como tantos otros,
Ja tfa Fernanda dio por fin con la causa exacta de su extravio: era
la cadencia. Eso era, porque todo lo demés lo tenfa del lado donde
debfa tenerlo. Pero fue la maldita cadencia lo que la sacé de quicio.
Lacadencia, esa indescifrable nimiedad que hace que alguien camine
de cierto modo, hable en cierto tono, mire con cierta pausa, acaricie
con cierta exactitud.
Si hubiera tenido un cinco de cerebro para intuir ese Ifo, no
hubiera entrado en él. Pero quién sabfa en dénde habia puesto la
cabeza aquella vez, ni de dénde habfa sacado su papa aquello de que.
por encima de todo el hombre es un ser racional. O serfa que al decir
hombre, no queria decir mujer.
Vivia alterada porque nuncaespers tal disturbio. Alguna vez habia
ensofiado con cosas que no eran Ia paz de sus treinta paredes y su
cama de plumas, pero nunca se dio tiempo para seguir tan horrorosas
ideas. Tenfa mucho quehacer y cuando no Ib tenfa, se lo inventaba.
33‘Tenfa que enseiiar catecismo a los nifios pobres y costura asus pobres
mamés, tenia que organizar la colecta de la Cruz Roja y bailar en los
bailes de caridad, tenfa que bordar servilletas para cuando sus hijas
crecieran ys¢ casaran y mientras se casaban, tenfa que hacerles los
disfraces de fantasfa con los que asistir a las fiestas del colegio. Tenia
que llevar al nifio a buscar ajolotes en las tardes, hacer la tarca de
aritmética y saberse reprobada cuando hacian la de inglés. Ademés,
otras. Por sifuera poco, hacia el postre de todas las comidas y cuidaba
que la sopa no le faltara vino blanco, la carne no se dorara dema-
siado, el arrozse esponjara sin pegarse, las salsas no picaran ni mucho
ni poco y los quesos fucran servidos junto a las uvas. Por ese tiempo,
Jos maridos comfan en sus hogates y luego dorméan la sicsta para que
Ta cternidad del dfa no les pesara a media tarde. Por ese tiempo, en
Jas casas habfa desayunos sin prisa y delicias nocturnas como el pan
dulce y el zafé con leche.
Lograr que todas esas cosas sucedieran sin confusidn, y ser de paso
una mujer hienhumorada, era algo que cualquier marido tenfa dere-
cho a esperar de su sefiora. Asf que la tia Fernanda ni siquiera pen-
saba en sentirse heroica. Tenia con ella la proteccién, la risa y los
placeres suficientes. Con frecuencia, viendo dormir a sus hijos y leer
asu marido, hasta le parecié que le sobraban bendiciones.
iCémo iba a querer algo mas que esc tranquilo bienestar! De
ninguna manera. A ella, la cadencia le habfa cafdo del cielo, £0 del
infierno? Se preguntaba furiosa con aquel desorden.
Pasaba toda la misa de nueve discutiendo con Dios aquel desastre.
No era justo. Tanta prima solterona y ella con un desbarajuste en
todo el cuerpo. Nunca pedia perdén. {Qué culpa tenia ella de que a
la Divina Providencia se le hubiera ocurrido exagerar su infinita
misericordia? No necesitaba otro castigo. No tenia miedo de nada,
Joque le estaba pasando era ya su penitenciaysu otro mundo, Estaba
segura de que al morirse no tendrfa fucrzas para ningtin tipo de vida,
‘menos Ja eterna.
‘Sus encuentros con Ia cadencia la dejaban extenuada, Era tan
complicado quererse en los s6tanos y las azotezs, dar con lugares
‘oscutos y recovecos solitarios en esa ciudad tan Ilena de oscuridades
y recovecos qe nunca eran casuales. iCémo saber si eran seguras
las escaleras de una iglesia o el piso de una cava cuando ahi a
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cualquier hora era posible que alguien tuviera el antojo de emborra-
charse o lamar a un rosario?
Estaban siempre en peligro, siempre perdiéndose. Primero de los
demés, luego de ellos. Cuando se despedian, ella respiraba segura de
que no querria volver a verlo, de que se le habia gastado toda la
necesidad, de que nada era mejor que regresar a su casa dispuesta a
querer a los demas con toda la vehemencia que la ocura aquella le
dejaba por dentro. Y volvia a su casa tolerante, incapaz de educar @
cuentos y canciones hasta que entraran en la paz del angel de la
guarda, Volvfa a su casa iluminada, iluminada se metia en la cama, y
todo, hasta el deseo de su marido, se iluminzba con ella.
—Es que el carifio no se gasta —pensaba—. Quién habré inven
tado que se gasta el carifio?
‘Nunca fue tan generosa como en ese tiempo. En ese tiempo se
quedé con Ios dos nifios que le dejé su cosinera para irse tras sv
propia cadencia, en ese tiemposu amiga Carmen enfermé de tristeze
yfue a dar a un manicomio del que ella la sacé para cuidarla primerc
ycurarla después. En ese tiempo fue cuandosu prima Julieta tuvo le
peregrina y aterradora idea de salvar a la patria, guerteando en las
montafias. También de los hijos de la prima Julieta se hizo cargo lz
{fa Fernanda,
—Estamos dividiéndonos el trabajo —deefa, cuando alguien in
tentaba criticar a Julieta, la clandestina.
Le daba tiempo de todo. Hasta de oir a su marido planear otrc
negocio y hacer el dictamen cotidiano del devastador estado en que
se encontraba el irresponsable, abusivo y corrupto gobierno de |:
repiiblica
—Primer error: ser repiblica —decfa él—. En lugar de habe
agradecido la sabiduria del emperador Iturbide y guardarse par:
siempre como un imperio floreciente.
—Si, mi vida —sabia contestar la tfa con voz de angel. No iba :
discutir ella de politica cuando la vida la tenfa ocupada en asunto
mucho més importantes.
Poco a poco se habfa acostumbrado al desbarajuste, Resumi6 I
misa diaria en la de los domingos, liberé a los nifios del catecismo
ledej6 asuhermana la responsabilidad de laclase de costura. Dedic:
las tardes a los nueve hijos que habia juntado su delirio y las demé
35obligaciones, inclufda la de encontrar buen vino y escalar azoteas, le
cupieron perfecto en cada jornada.
‘Quién fo dirfa: ella que tanto le temié al desorden, le estaba
‘agradecida como al sol. Hasta en el cuerpo se le notaba la generosi-
dad del caos en que vivia.
—ZQué te echas en la cara? —le pregunt6 su hermana, cuando se
encontraron en casa de su padr
—No siempre dependen de mi —respondi6, abrazindolo.
Y de veras no dependian de ella. Cuando el duefio de la cadencia
tuvo a bien desaparecer, la sobredosis de confusi6n estuvo a punto
de matarla. Un buen dia, el sefior entr6 en la curva del desapego y
asd como vértigo de la adiccién al desencanto, de la necesidad al
abandono, de conocerla como la palma de su mano a olvidarla como
ala palma de su mano. Entonces aquel desorden perdié su l6gica, y
lavida de la pobre tfa Feinanda eay6 cn cl espantoso eaos de los dias
sin buella. Uno tras otro se amontonaban sobre el catarro més largo
que haya padecido mujer alguna. Pasaba horas con la cabeza bajo la
almohada, llorando como si tosiera, sondindose y maldiciendo como
un borracho. Gracias al cielo, a su marido le dio entonces por fundar
un partido democratico para oponerse al insolente PNR, un partido
digno de gente como él y sus atribulados y decentisimos amigos. No
se le ocurrié, por lo tanto, investigar demasiado en los males de su
sefiora, a la que de cualquier modo hacfa rato que vefa enloquecer
‘como a un mapache. El comprobaba asf la teoria que su padre y su
abuelo, ardientes lectores de Schopenhauer, habjan encontrado en
€lcon toda claridad, las causas y certidumbres filoséficas de la falta
de cerebro en las mujeres.
‘Todo esto lo pensaba mientras su casa, regida todavia por la
inercia de los tiempos en que la tfa Fernanda vivia encendida y febril,
caminaba sin tropiezos. Siempre habia toallas en los toalleros y
botones en sus camisas, café de Veracruz en su desayuno y puros
cubanos en el cajn de su eseritorio. Los nifios tenfan uniformes
nuevos y libros recién forrados. La cocinera, la recamarera, la nana,
el mozo, el chofer y el jardinero, tenfan recién limadas todas las
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asperezas que hace crecer la convivencia, y hasta Felipita, la vieja
encorvada que segufa sintiéndose nana de ia tia, estaba entretenida
con la dulzura de las confidencias que ella Ie iba haciendo.
Pas6 as{ mas de un mes. Su cuarto olfa a encierro y a belladona,
ella asaly cebo. Los ojos le habfan crecido como sapos y en la frente
Je habfan salido cuatro arrugas. Los nifios empezaron a estar hartos
de hacer lo que se les pegaba la gana, la cocinera se pele6 a muerte
lamé para pedir auxilio econémico, su hermana queria dejar um
tiempo las clases de costura y como si no bastara su papé le mandé
decir que los enfermos de cfncer terminan por morirse, y que luego
lo extrafiarfa més que a cualquiera. Todo esto puso a la tia Fernanda
a llorar con la misma fiereza que el primer dia. Doce horas seguidas
ppas6 entre mocos y lagrimas. Como a las siete de la noche, Fel
le preparé un té de azar, tila y valeriana con dosis para casos extre~
mes, y la puso a dormir hasta que la Divina Providencia le tuvo
piedad.
‘Una mafiona, latfa Fernanda abrié los ojos y la sorprendié el av
Habfa dormido noches sin apretar los dientes, sin sofiar peces muer-
tos, sin ahogarse. Tenfa los ojos secos y ganas de hacer pipf, correc-
tamente, por primera vez en mucho tiempo. Estuvo media hora
bafiandose y al salir con el pelo mojado y la piel lustrosa vio su cara
en el espejo y se hizo un guifio. Después, bajé a desayunar con su
familia que del gusto tuvo abien perdonarle que el pansupiera rancio
porque el chofer habfa cambiado de panaderfa con tal de no ir ala
que le orden6 la cocinera, que quién era para mandarlo..
‘Alterminar el trajin mafanero, la tia Fernanda sc fue a misa como
enlos buenos tiempos.
—Me vas a deber vida eterna —le dijo a la Santisima Trinidad.
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