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me ea i D o e D =) Le) EVOLUCION POLITICA PUEBLO MEXICANO PROLOGO De uN TIEMPO a esta parte se ha sentido la necesidad de rectificar los criterios historiograficos con que han sido examinadas las figuras salientes del libetalismo hispanoamericano. Por un lado es necesario quitar un exceso de signos de admiracién que es usual utilizar cada vez que hay una referencia a ellos. Por otro, tampoco es posible considerarlos como simples entreguistas de sus respectivos pafses a los grandes imperios cuya voracidad se disfrazé con la ideologia liberal, En ambos casos se trata de visiones maniquees —que no dialécticas— que oscurecen una cabal comprensién histérica, que ya urge en el caso de nuestro liberalismo. Tal imperativo es plenamente vigente referido a la figura de Don Justo Sierra (1848-1912). Y para muestra basta un botdn: en 1968 la Universidad Nacional Auténoma de México se vio envuelta en una fuerte crisis polftica que alcanzé dimensiones nacionales. Durante cila, los estudiantes solfan deliberat en el auditotio mds grande de la Ciudad Universitaria que leva el nombre del educador mexicano. Al parecer el nombre de Sierra no les decfa nada y resolvieron cambiarlo por el del Che Guevara y asf lo deno- minaron durante todo el movimiento, Tal cambio era sintomético de los tiempos y de las actitudes adimirativas de las nuevas genetaciones. Peto, obviamente, no era ef producto de un juicio histérico en ef cual 1a bondad de la gestién sierrista quedara en entredicho. Simplemente los estudiantes no sabian quién habia sido Justo Sierra; y esta ignorancia del pasado eta también sintomdtica de los tiempos y actitudes nuevas. Sintoma de una voluntad de cambio que se empefia en ignorar el pasado. Voluntad utépica, indudablemente, porque no se funda en una critica de la historia, condicién indispensable para profundizar en el conocimiento de la realidad. 1. LA SITUACION HISTORICA La personalidad de Sierra plantea mds de un enigma a los historiadores. Personalidad dominante en la dictadura finisecular de Porfirio Diaz, que se Ix extendid desde 1876 a 1911 fue, sin duda, miembro de la oligarquia que roded al Presidente, especialmente en los wltimos diez afios en que fue Sub- secretario de Educacién y luego Secretario de Instruccién Publica y Bellas Artes. Asf considerado, como miembro censpicuo del porfirismo, le toca una parte de las censuras que los histariadores de Ia Revolucién (isiciada en 1910) han enderezado contra el equipo gobernante. Por otto lado, su gestién como educador y su visién como historiador han condicionado que se le considete como precursor de la Revolucién en el nivel educativo y cultural. Asi lo consideré el propio Francisco Madeto, iniclador de la Revolucién, quien en 1912 lo nombré Ministro Extraordi- nario y Plenipotenciario en Espaiia, con cuyo catacter todavia pudo visitar a Dfaz en su destierro en Paris. Esta ambivalencia se va aclarando, sin embargo, en [a medida en que se va viendo la solucién de continuidad que hubo entre el porfirismo y le llamada Revolucién Mexicana. Esta solucién de continuidad no fue entre vista inmediatamente porque los historiadores de la Revolucién nos acos- tumbraron a considerar a este fendmeno como una torcién tadical de nues- tra historia. Como un capitulo nuevo que cancelaba definitivamente al viejo. Incluso se Hegé a hipostasiar el fendmeno considerdndolo como una transformacién de nuestra condici6n humana o como un verdadero descu- brimiento de nosotros mismos. Asi se expresa en la muy conocida opinién de Vicente Lombardo Toledano: .“la Revolucién, en cierto sentido, es un descubrimiento de México por Ios mexicanos”. Opinién que, muy signifi- cativamente, se encuentra en an articulo titulado “El sentido humanista de la Revolucién Mexicana’”. Descubrimiento de la humanidad del mexicano, de su verdadera condicién, Algo semejante afirma Octavio Paz en su libro EI laberinto de la Soledad: “por la Revolucién el pueblo mexicano se aden- tra en si mismo, en su pasado y en su sustancia, para extraer de su intimi- dad, de su entrafia, su filiacidn. De ahi su fertilidad, que contrasta con la pobreza de nuestro siglo x1x”? Ciertamente opiniones como éstas sélo son posibles dentro de un criterio sustancialista que sostiene que ciettas estructuras fundamentales mexicanas se encuentran ocultas tras Jos fendmenos, y que estos pueden poseet sufi- ciente opacidad o transparencia para ocultarlas o revelarlas. La idea, como se ve, es que la Revolucién resulté transparente en contraste con la opaci- dad del siglo xtx. Pero en ia medida en que se han abandonado los criterios sustancialistas —-porque se ha dejado de hacer una apologética de la Revo- Jucién— y en que se ha 2finado el concepto mismo de tevolucién, se ha hecho patente Ja continuidad entre ambas etapas histéricas y entonces la ambivalencia de Sierra como porfitista y precusor se hacen extensivas a muchas otras caracteristicas y personas del porfirismo. Vicente Lombardo Toledano: “El sentido humanista de la Revoluci6n Mexicana”, en Revista Universidad de México, nimero 48, diciembre de 1930, p. 102. *Octavio Paz. El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Econémica, México, 1963, p. thé. Esta visién se hace posible al abandonar el concepto de Ja Revolucién Mexicana como una revolucién svi generis. Y, y en general, al abandonat la idea de que hay muchos tipos de revoluciones. Si aceptamos, como lo propone el autor de estas Iineas, que en la época moderna sélo ha habido des revoluciones, la burguesa y la socialista, y que ambas han constituida prolongados procesos y no tinicamente stibitos estallidos, entonces Ja his- storia del México independiente, como la de Hispanoamerica independiente, tiene que ser vista a través de estas dos muy amplias categorias y no a la luz de un solo fenédmeno de diez afios, supuestamente suf generis. Pero la categoria “revolucidn burguesa” tiene que ser matizada y deta- llada para que pueda explicar algo. Sin tomar partido por ahora en atdua discusién de si hubo o no feudalismo en América Latina y procurando limi- tar nuesttas afirmaciones al caso de México, indenendientemente de que sean aplicables a otras partes, diremos que aqui la ideolog{a liberal aparecié como el proyecto histdrico de creacién de una clase burquesa con sus tipicas formas politicas, econdmicas y culturales, pero estotbada por una estructura social opuesta a sus conceptos bdsicas. Asf, por ejemplo, [a estructura estamental y cotpotativa de la sociedad colonial era opuesta al individualis- mo moderno; los hébitos econdémicas de la Iglesia Catdlica, la maxima pro- pietaria durante toda la época colonial, eran opuestos a la estructura eldstica de la. empresa moderna; Ja explotacién extensiva del latifundio era con- traria a la explotacién racional e intensiva de fa pequefia propiedad: Ios critertios escoldsticos de la educacién eran opuestos a los conceptos de la ciencia experimental, etc. Desde otro punto de vista, hay que advertir que la presencia de grandes masas indigenas integradas y no integradas a la sociedad hispdnica colonial planteaba no sdlo serios problemas econdémicos sino etnolégicos también, que desde Iuego no se encontraban previstos por los cldsicos del libeta- lismo, europeos y norteamericanos, y que no podfan ser resueltos por sim- ples criterios individualistas. Si a esto se afiade que, en el siglo xrx las srandes potencias capitalistas como Inglaterra, Estados Unidos, Francia, Holanda v Alemania, pretendie- ron Henar los vacfos de poder econémico y politico dejados por el colanso del viejo imperio espafiol, englobando en sus dreas hegemdnicas a los recién independizados pafses iberoamericanos, tendremos ya una idea de Ia variante burguesa constituida por nuestro liberalismo. Todo eflo explica los hasta cierto punto frustrados esfuerzos por establecer el federalismo y Ja demo. cracia; por expropiar los bienes de Ia Iglesia Catdélica o en su defecto des- amortizarlos; por separar la Iglesia y el Estado; por abrirse de manera irrestricta a las inversiones de capital; por establecer Ia escuela laica y cten- tifica; por rechazar lo espaiiol y aceptar Io francés y Jo anglosajén; por mar- ginar al indio y al negro y por fomentar la inmigracién blanca, etc. La historia del liberalismo mexicano esté matcada por estos esfuerzos y es el resultado de la transaccién entre una reacia realidad y una ideologta sostenida por grupos muy enérgicos, aunque minotitatios, alentadas por XI las intervenciones extranjeras. Sobre esto ultimo hay que anotar que las mismas no se realizaban sin contradicciones, porque obviamente el programa liberal inclafa la integracién de un Estado nacional acompafiado de su res- pective sentimiento nacionalista, que se vefa agredido y menoscabado por tales intervenciones. Un ejemplo muy claro le tenemos en Ja intervencién francesa en México que colocé en el trono a Maximiliano de Hapsburgo. Maximiliano fue Dlamado por el grupo conservador en derrota, pero cuando tomé las riendas del gobierno se descubrid que tanto él como su esposa Carlota de Bélgica eran liberales, y con gusto sancionaron las medidas del gobierno de Benito Judrez. Juarez, por su parte, cabeza del liberalismo mexicano, combatié a los emperadores liberales y su resistencia matca un hito en la integracién de la nacionalidad mexicana. El liberalismo de los em- peradores agradé a muchos liberales mexicanos que no colaboraron en la resistencia porque la consideraron innecesaria, poniendo asi de manifieste la identidad de intereses entre ellos y los intervencionistas franceses. Este proceso, que podetros denominat como desartollo burgués en cir cunstancias semicoloniales, llega hasta nuestros dias y es nuestra propia versién de la revolucién burguesa. En él podemos encontrar aceleraciones © estancamientos o frustraciones, pero no una multiplicidad de revolucio nes. Asi, el porfirismo y la Ilamada Revolucién Mexicana son dos etapas del mismo proceso y no estén divididas por un corte radical, por lo que no es diffcil encontrar los lazes de continuidad. En este sentido, la obra de Sierra puede ser caracterizada como uno de esos vinculos de continuidad 2. LAS CIRCUNSTANCIAS PERSONALES Justo Sierra Méndez nace el 26 de enero de 1848 en la Ciudad de Cam. peche. E! afio es uno de los mds trdgicos de la historia mexicana: los solda- dos norteamericanos habfan penetrado hasta Ja capital de la Republica después de la anexién de Texas en 1846 y de una campafia relémpago que los Hevdé a ocupar varias partes del territorio nacional inckayendo Isla del Carmen, muy cerca de Ja ciudad campechana. El conflicto terminarfa en febreto de ese aio con Ja firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo por medio del cual, ante la amenaza de una anexién total, se cedieron por quince millones de pesos, aparte de Texas, los tertitorios que hoy son de Arizona, Colorado, Nuevo México y California junto con los cien mil mexicanos que los habitaban. Se podria decir que el proceso histérico de ambos paises se desarrollaba por rumbos opuestos: Jos Estados Unidos estaban guiados por una voluntad y un plan de expansién, en tanto que México vivia una etapa de desinte- gracién. Y ello se puede probar a través de fa propia familia de Sierra. Nacia en el seno de una familia olig4rquica. Su padre, Justo Sierra O'Reilly era un abogado e intelectual de prestigio y su madre, Concepcién Méndez Echazarreta, era hija de Santiago Méndez Ibarra, durante mucho tiempo XII el polftico campechano de més prestigio. Durante ese afio de 1848 a la familia Sierra Méndez le preacupaba algo mds que ta cercana presencia sorteamericana. De hecho Ja penfnsula yucateca enfrentaba una de las més intensas rebeliones indigenas que se hayan dado en México. Iniciada en 1847 se prolongaria en diversos episodios hasta 1901, y en ese afio de 1848 pondria cerco a Mérida y Campeche. Originada en despojos de tierras, asesinatos y malos iratos, los indigenas respondieron con una guerra de exterminio de los blancos. Debido a las circunstancias que ope taban en la capital de la Repiiblica los politicos yucatecos decidieron pedir ayuda a les Estados Unidos y enviaron a Washington a Sierra O'Reilly quien ofrecié dominio y soberanfa de la Peninsula sin obtener nada. Que un politico mexicano pidiera ayuda a los Estados Unidos en el momento €n que tropas norteamericanas invadian el centro de la Reptblica sdlo se puede explicar por el proceso desintegrador a que nos referfamos arriba. Yucatdn estaba sepatado del resto de la Republica y sdlo se podia acceder a la peninsula por barco. Sus vincules con [a capital eran bastante débiles y los grupos blancos dominantes tendian casi itresistiblemente a la autonomfa. Los indigenas, por su parte, no sabfan nada de los que era México. Para ellos el gobierno no era mds que una forma de opresidn alentada por la Iglesia, segiin se desprende de varios testimonios.> Rechazados por la ayuda que envié el gobierno mexicano, 50.000 indios retrocedieron hasta Ja selva y fundaron el estado independiente de los cruzoobs, donde un régimen teo- crdtico, militar, draconiano, intenté una nueva vida y una nueva religién. Lo cual constitufa una protesta contra las formas opresivas de la sociedad occidental. La gestidn de Sietra O'Reilly no mengud su personalidad ni su impor- tancia. Mds adelante Judrez le encargarfa la redaccién de un proyecto de Cédigo Civil mexicano. Por su parte, el joven Justo estudié en el Liceo Cientifico y Comercial de Métida, A la muerte de su padre, en 1861, se ttasladé a la capital de la Repdblica donde se matriculé en el Liceo Franco- mexicano y fzego en la Escuela de Derecho de San Ildefonso. Esos afios, de 1861 a 1867 son los afios de la intervencidn francesa y del Imperio de Maximiliano, Nuevamente la familia de Sierra se encuentra en el lugar tipico de la oligatqufa: su tio Luis, con el que vivia era monarquista y miem- bro del Consejo Imperial. El joven Justo es vagamente juarista; pero mds bien se dedica a destacar en los salones literarios como pocta, a vincularse con los notables de la vida intelectual y 2 hacer un poco de periodismo. Ter- minada Ia intervencién se recibe de abogado y se avoca a la politica siendo su primer puesto una suplencia de diputado, Los afios de 1867 (fusilamiento de Maximiliano y restauracién de Ia Republica) a 1876 (inicio de la era profiriana) son el remate de casi un siglo ACf. Jean Meyer, Problemas campesinos » revueltas agratids (1821-1910) SepSetentas, México. Y la dnica biografia amplia de Justo Sierra: Agustin Yanez, “facto ierrd, Si vida, sus ideas y su obra”, en Obras completas del Maestro Justo Sierra, Universidad Na- cional Auténoma de México, Tomo I, 1948. XIIL de guerras civiles. La llamada Reforma liberal habla separado Ja Iglesia del Estado, habia derrocado definitivamente al Partido Conservador, hab{a resis- tido la intervencién francesa y habia nacionalizade los menguantes bienes de ja Iglesia. Pero, por todo elio, se habfa abierto una honda brecha entre dos sectores de poblacién, dominantes ambos aunque uno de ellos estuviera polfticamente desrotado, y habia desatado las ambiciones de Jos caudillos liberales triunfantes. Todo en el marco de una reina general y de una acu- ciosa vigilancia por parte del gobierno torteamericano, atento siempre a cuidar de sus intereses. En 1878, Sierra, junto con un grupo de sus amigos, Francisco G. Cosmes, Eduardo Garay, Telésforo Garcia y Santiago Sierra, fundan un periédico, La Libertad, en el que tedricamente se propone Ia superacién del viejo conflicto entre liberales y conservadores. El periédico mismo Heva el epi teto de “diario liberal conservador” y enfoca la cuestién nacional con las armas del positivismo comtiano y del organicismo spenceriano que habfan sido introducidos en México, sobre todo el primero, desde 1867, por el médico Gabino Barreda. Los fundadores de La Libertad consideran que Ja antinomia nacional debe ser trasladada a otro terreno para poder solucio- narla. “Nosotros, dijeron, hemos transportado la lucha a otro terreno, al terreno del método cientifico”. De acuerdo, pues, con los avances de Ia ciencia, “‘considerando a la sociedad como un organismo, pues que de érga- nos se compone, Ilamamos a su transformacién normal, ‘evolucién’, y a [a anormal, a la que la violencia intemta realizar, a la que es una enfermedad del organismo social, Ja Ilamamos ‘revolucién’”. La critica iba en contra de los supervivientes del liberalismo jacobino que, de acuerdo con la ya cldsica tesis de Comte-Barreda, no podian con- cebir el progteso sino como una sucesidn de explosiones destructivas, No se trataba, por otra parte, segiin ellos, de sostener la tesis conservadora, porque, come dijo Sierra, el método cientffico, si bien ‘vale como cincuenta contra la inetaffsica revolucionaria, vale cien contra la ultramontana”. En otro trabajo, “México social y politico”, Sierra redondearia su idea del par- tido conservador;' hubiera sido bienvenido un partido conservador con bas- tante sentido histérico como pata aceptar las ideas modernas, emancipado de las aspiraciones teocrdticas del clero, que profesando sistemdtico respeto a las tradiciones bubiera aclimatado en nuestro pais las instituciones libres. Hobiera asi encarnado la doctrina “que considera al progresa como la evo- luci6n del orden”. Y habria sido mds autorizado por Ia ciencia “que el partido de los innovadores a todo trance, que parten tedrica y practicamente de la destruccién de todo Io existente”.* La tesis politica de La Libertad, como ya ha sido sefialado en muchas ocasiones, sirvid de justificacién ideolégica a la prolongacién de Jas presi dencias de Porfirio Diaz y al grupo llamado “cientifico” que lo apoyaba. 4CE Yifiez, op. cit. pp. 66 y ss. Y de Leopoldo Zea, Fi Positivisnzo en México, Fondo de Cultura Econdémica, México, 1968, pp. 416 y ss. xIV Pero se ttataba, en efecto, de wn nuevo conservatismo. A los liberales me- xicanos, después de Ja restauracién de Ja Republica, les ocurre lo que a sus congéneres franceses, después de 1848: abdican de su actitud revolucionaria y consideran ya necesaria fa conservacién de un orden. No del orden ultra montano sino del nuevo orden en donde ocupan una posicién preeminente. En busca de este orden con progteso, en 1880, lanzaron sus cadidaturas como diputados algunos redactores de la nueva publicacién y algunos otros cer- canos como el propio Sierra, Pablo Macedo, Rosendo Pineda, Francisco Bul- nes, etc. Dfaz terminaba su primer perfodo y en los cuatro siguientes afios gobernarla su compadre Manuel Gonzdlez. La Libertad lo propuso como candidato a gobernador para el Estado de Oaxaca. Como diputado, Sietra interviene en varias ocasiones para defender pro- yectos educativos de su propia cosecha, Ya desde 1881 propone la creacién de una Universidad, puesto que la Real y Pontificia Univetsidad creada en 1551 habia sido cerrada por el emperador Maximiliano por tratarse de un bastién del conservatismo y de Ja educacidn escoldstica. Sierta, como se verd mds adelante, nunca pensd que la nueva universidad continuata a la vieja. Debfa ser un bastidn cientifico, pivote de lo que él lamarfa la revo- lucién mental, Sierra insisti6 a lo largo de varios afios sobre la educacién superior sin menoscabo. de su atencién a la ensefianza elemental. Y cuando, diez afios mds tarde, se le critics acremente esa proclividad alegando que primero habia que alfabetizar a las mayorias, Sierra respondié con el clfsico criterio de Ja ilustracién respecto al papel de, las minorias cultas: “nunca ha empezado Ja difusién sino cuando una minorfa se ha encargado de ella; nenca ha empezado Ja ilustracién sino por micleos de donde ha irradiado més o menos Ientamente. No es una amenaza para la sociedad Ja formacién de una clase ilustrada por medio de Jos trabajos de perfeccionamiento, es una necesidad con tal de que esa clase se imponga el deber de difundir ese conocimiento... No hay difusién posible sin educacién previa de una clase ilustrada, y por eso tenemos derecho de organizar estudios superiores, a pesar de que todavia millones de mexicanos sean analfabéticos’’> Estas palabras de Sierra expresan con mucha claridad el intento de los intelectuales mexicanos metidos a la politica antes y después de él. La idea de la misién de Ja minorfa intelectual como gufa de una masa todavia en las tinieblas de la ignorancia alucind la mente de muchos. Y, aunque cier- tamente este critetio funcioné para extender la educacidn, se convirtid en ocasiones en la justificacién de un aristocratismo intelectual por el esteti- zante modernismo de la época. Desde Inego, eso no ocurrid con Sierra. Sin- ceramente interesado en la educacién nacional tuvo oportunidad de evar a Ja prdéctica sus ideas cuando Diaz lo nombré en 1901 Subsecretario de Edueacién del Ministerio de Justicia e Insitruccién y luego, en 1905, Secre: tatio de Educacién Puiblica y Bellas Artes, puesto en el que duré hasta 1910, afio en que comienza la Revolucién. 'Sierta citado por Yafiez, op. cit. p. 119. xv Diputado en unas ocasiones, magistrado de la Suprema Corte, Subsecre- tario, Secretario de Educacién y luego Ministro Plenipotenciario en el pri- mer gobierno de la Revolucién; y, por otro lado, maestro prestigiado de la Preparatoria, periodista, autor de varios libros, Sierra se movid casi siem- pre en los altos estratos culturales y polfticos del porfirismo. Usufructua- tio del privilegio que ello implicaba, tuvo, sin embargo, el empefio de com- prender a fondo el significado del porfirismo y de aprovechar los aspectos positives de un régimen que con frecuencia no casaba con sus propias ideas. Recibid apoyo pleno de Diaz en su gestién y por eso, cuando el régimen cay6, no tuvo ya ni el dnimo, ni la edad ni Ja salud, para interesarse por la nueva época, 3. SIERRA EDUCADOR Los liberales habfan comprendido bien que la sociedad colonial estaba organizada segtin un sistema en el que la formacidn espiritual constituia una forma de dominio, Pocos alcanzaron a comprender con claridad que este sistema tenia grandes contradicciones y que Ia rebelién contra él era prin- cipalmente producto de las mismas. Més bien, de acuetdo con su propia metafisica Io atribuyeron a um afan de libertad innato en el hombre. Pero si consideraron, como paso indispensable para liquidarlo, desmontar los mecanismos psicoldgicos, los habitos mentales y aun la forma de las creen- cias heredados de esa tradicién colonial y ello no podia ocurrir mds que organizando un sistema educative que pudiera sustituir una mentalidad por otra. Esa es la explicacién de Ja proclividad educativa de todos los intelec- tuales del liberalismo y de su rechazo total de los criterios pedagégicos de la Iglesia Catdlica. La honda raiz de la ensefianza eclesidstica en la mentalidad no sdlo de las clases dominantes sino de la masa del pueblo, hacla imperativa justa- mente la ereccién de un sistema educativo opuesto y apoyado por el Estado. Esa es la razén, tal vez, de que al triunfo de Ios Jiberales no hayan acom- pafiado la instauracién de Ja educacién libre y espontdénea de Rousseau. Los preceptos del Evrilio tienen poco que hacer en la educacién instavrada por el liberalismo triunfante. En cambio el positivismo comtiano, si fue visto como el fundamento idéneo de una educacién estatal. EI porfirismo se catacterizé por el esfuerzo continuado de crear una edu- cacién estatal inspirada en la exaltacién de la ciencia predicada por el posi. tivismo. Leopoldo Zea, que ha estudiado admirablemente ese perfodo, sefia- la que los positivistas no sélo encontraron obstéeulos en los tradicionalistas sino también en Ios liberales radicales que vieron en la estatizacién una for- ma de limitacién a Ja libertad de ensefianza, de pensamiento y, en sintesis, a la libertad del individuo. Respecto a la religién hay que sefialar que tanto el liberalismo como el positivismo no ejerclan un techazo frontal. El liberalismo eta Laicista, es decir, respetaba la libertad de creencias, pero consideraba que la esfera de XVI las mismas debfa tener sus fronteras bien delimitadas y no debia confundirse ni con la politica, ni con Ia economia, ni con la educacién escolar. Muchos liberales —Sierra entre ellos— habian erigido en lo mds intimo de su d4nima un taberndculo a Dios. Pero la influencia de esta adoracién terminaba con Jos [fmites de sa moralidad privada y familiar y nada tenia que ver con su moralidad como hombres publicos. El laicismo implicaba también una sepa- racién de ia Iglesia y el Estado en et fuero interno. Pero algo més era el laicismo educativo de Sierra. Con frecuencia se refi- tid a la “‘religién de Ja patria’ como una religién mds plausible, mds civica, mds social que la catélica. En cierta medida se trataba de una variante na- cionalista de Ja Religién de la Humanidad acufiada por Augusto Comte. Si para ésta Ja ciencia era el catecismo y los cientificos eran los santos, para aquélla ef altar de [a Humanidad lo ocupaba Ja Patria, el catecismo era la Historia Nacional y los santos eran fos héroes. No se trataba, en verdad, de sustituir al cristianismo o a! deismo laico sino de otientar una parte de! impulso y la emotividad religiosas hacia la constitaci6n de una conciencia nacional, de un nacionalismo sin el cual no era posible la integracién del Estado nacional. Por eso, para Sierra, es impensable un sistema educativo que no gire en torno a ja historia patria y a la constitucién de una personalidad nacional. Y no se le escapaba que el pretendido industrialismo de Diaz, el “despe- gue” finaneiero y comercial, como dirfamos hoy, no resultaba mds que la consolidacién de una forma de dependencia contraria, justamente, al sen- tido de ta educacién. ¥ asi fue como concibid al sistema educativo a la manera de un corrective de una inclinacién viciosa del porfirismo. En 1907 le escribié a José Yves Limantour, Ministro de Hacienda y fectotum mayor de la politica porfirista: “los ferrocarriles, las fabricas, los empréstitos y Ja futura inmigracién, y el actual comercio, todo nos liga y subordina en gran parte al extranjero. Si anegados asf por esta sitnacién de dependencia, no buscamos el modo de conservarnos, a través de todo, nosotros misnzos. de crecer y desarrollarnos por medio del cultivo del hombre en jas generacio- nes que Hegan, Ia planta mexicana desaparecerd a la sombra de otras infi- nitamente més vigorosas. Pues esto que es urgentisimo y magnisfsimo sdlo la educacién y nada mds que ella puede hacerlo”. “Sin Ja escuela... todo cuanto se ha hecho por el progreso material y econdmico resultaria un desas- tre para la autonomia nacional. Asf veo Jas cosas; asf son”® Esta es la manera como Sierra expresa su misién como historiador y edu- cador, Tlustra bien una categorfa que Enrique Krauze ha acufado, la de “caudillo cultural’. Sierra fue un caudillo cultural en el mismo sentido en que Krauze considera que lo fueron algunas de las figuras destacadas de la revolucién. Se trata de personajes que viven una “tensién moral” que ha existido entre cultura y poder. “Conocimiento y poder, ética y poder, son temas aue se encuentran implicitos a lo largo de tas vidas de esos intelec- Sierra citado por Ydiiez, op. cit. p. 163. XVII tuales politicos que sofiaron con Aacer en México una obra de beneficio colectivo’” Sierra, como los personajes a que se refiere Krauze y que en realidad son sus descendientes, aspira a ser una eminencia gtis, un corrector de los desatinos de los caudillos politicos, en este caso de Porfirio Diaz. Y el sistema educativo es el mediador idéneo entre conocimiento y accién. Desde luego, habia razones para pensar asi. El porfirismo abundé en pedagogos de primera fila como Enrique Rébsamen, Enrique Laubscher, Carlos A. Carrillo, Gregorio Torres Quintero, Alberto Correa, Abraham Castellanos, ete., y polfticos educativos como Joaquin Baranda y el propio Sierra El segundo continud la obra del primera que habla concebido la educacién nacional como un sistema estatal. Sierra, a su vez, cred un Con- sejo Superior de Educacién Publica, constituido por intelectuales y artistas de mucho renombre que se dedicaron a la revisién de planes y programas de estudio, métedos y libros de ensefianza; reformé ja Escuela Normal para que preparara profesores de ensefianza elemental superior que era un ciclo de seis afios, en tanto que la primaria elemental sdlo era de cuatro; estable- ci6 de manera sistemética los jardines de nifios; creé6 un Museo de Historia Natural y un Museo Nacional que después fue de Arqueologfa e¢ Historia; estimuldé Ja reconstruccidén de monumentos prehispdnicos, sefaladamente la Pirdmide del Sof en Teotihuacdn; mandé becarios a Europa, entre ellos algu- nos que serfan artistas muy sefialados como Julidn Carrillo y Diego Rivera; creé el Ministerio de Instruccién Publica y Bellas Artes; fundé Ja Univer: sidad Nacional en 1910; y, en suma, estimuld la vida intelectual de México como nunca se habia hecho antes. Es en sus reflexiones sobre Ja ensefianza superior donde Sierra expresa con claridad los conceptos centrales de su filosofia educativa, Ios cuales, al mismo tiempo, Io constituyen en antecedente de las formas intelectuales inictales de la Revolucién. Asf como en su juventud habla transitado del liberalismo al positivismo, en sus dltimos afios se muestra escépiico frente a las pretensiones absolutistas del positivismo. En ese sentido es muy recor- dado su Panegirico de Barreda, discurso pronunciado en 1908 en recorda- cidn del maestro Gabino Barreda fundador de la Escuela Nacional Prepa- ratotia. La Preparatoria era la escuela de bachillerato que habia fundade el introductor del positivismo en México de acuerdo con las ideas y la clasi- ficacién del saber hecha por Augusto Comte y que todavia constitufa el puntal pecagdgico de esa filosoffa en nuestro pais. En esa ocasién neg Sierta el cardcter absoluto de [as afirmaciones cien- tificas; mostré que todas ellas eran revisables y que, en consecuencia no podian fundar la unanimidad, prédromo de la paz histdrica, segtin ef pen- sador francés y su seguidor mexicano. De hecho. lo que ocurrfa es que el cardcter relativo de las afirmaciones cientificas habia hecho posible levan- 7Enrique Krauze. Caudillos culturales de ia Revoluetin Mexicana, México, siglo xxt, 1976. p. 1 &Cf. Francisco Larroyo: Flistoria comparada de la educacién en México, México, Edi- torial Porrda, 1959. XVIIT tar sobre ellas “‘inmensos edificios de ideas”, especulaciones que adquieren el cardcter de nuevos sistemas metafisicos. Los mismos positivistas, afiadia Sierra citande a Nietzsche, “son los Ultimos idealistas del saber’, son asce- tas de la ciencia, fundan su fe en Ia ciencia, ‘en una creencia metaffsica”. A pesar de eso, para Sierra la Preparatoria positivista “es la piedra funda mental de la mentalidad mexicana” porque de esa corriente filosdfica ha sabido separar lo mejor, la tendencia hacia lo positivo. Lo positivo, que es “Io real”; pero a lo cual se accede, desde la matemética a la Idgica, por medio de una actitud metédica, Esta actitud positiva tiene al mismo tiempo un significado moral. Sierra se atiene al aforismo de Pascal: “toda la dignidad del hombre est4 en el pensamiento; trabajemos, pues, en pensar bien; es el primer principio de la morai’. No desecha a las teligiones, pero ellas son individuales, “tienen sus motivos en lo intimo de cada ser” y no pueden ser materia de ense- fianza, pues ‘materia de ensefianza para el petfodo del crecimiento mental sdlo puede set lo cientificamente comptobado”, aunque sea telativo y no absoluto. Por eso el plantel positivista debfa ser “algo asi como el cerebro nacional: Jos que alli se educaran eran los que debian influir mds de cerca en los destinos de México”? E] 22 de septiembre de 1910 Sierra inaugura la Universidad Nacional y pronuncia un discurso que es ya cldsico en fa historia de la cultura mexi- cana. En él la imagen del universitario encarna en forma quintaesenciada las ideas que habia enunciado para la educacién nacional. Probablemente consciente del cardcter elitista de la cultura nacional, niega que la Universi- dad esté destinada a formar “‘una casta de Ia ciencia, cada vez mds alejada de su funcidn terrestre” o que tenga una personalidad destinada ‘“‘a no separar los ojos del telescopio o del microscopic, aunque eh torno de ella una nacién se desorganice”. Habla de los universitarios como “obreros in- telectuales” destinados a convertir las ideas en fuerzas, a concebir Ja con- templacién en predmbulo de la accién. Este universitario, obrero debe orientar su accién a “nacionalizar la cien- cia”, a “mexicanizar el saber’, Se trata de enfocar con todos los recursos del saber las catacteristicas fisicas y morales de la pattia mexicana. Pero no se trata de particularizar: “la Universidad no podr4 olvidar, a riesgo de consumir, sin renovarlo, el aceite de su ldmpara, que le serd necesario vivir en intima conexién con el movimiento de la cultuta general”. Todas sus conclusiones tendr4én que ser probadas en la piedra de toque de la investi- gacién cientifica. Por este cardcter rigurosamente cientifico se diferencia la nueva Universidad de la Universidada colonial, la Real y Pontificia, que no es su pasado sino su antepasado. Una Universidad en la que “‘la base de la ensefianza era la escoldstica, en cuyas mallas se habfan vuelto flores de trapo las doctrinas de los grandes pensadores catdlicos”. Pero, ademés, ha- bia otra diferencia de fondo: ambas universidades constitufan Ia extensién 3Justo Sierra: Discersos, en Obras t. V, pp. 387 y ss. XIX: cultural de dos regimenes diferentes. La vieja universidad podria haber dicho a sus universitarios: “sois un grupo selecto encargado de imponet um ideal religioso y polftico resumido en estas palabras: Dios y el Rey’. Ahora se debe decir: “sois un grupo de perpetua seleccién dentro de la substancia popular, y tenéis encomendada Ja realizacién de un ideal polftico y social que se resume asi: democracia y libertad”. En la presencia del viejo dictador, Sierra no puede menos que reiterar que no hay educacién completa sin la libertad. Frente a Dfaz clama por un pueblo libre, “‘un pueblo libre no sélo por el amor a sus derechos, sino por la practica perseverante de sus deberes”. Y, por ultimo, también se ocupa de recalcar que, aunque se trata de una Universidad cientifica, no es una universidad positivista, El sistema uni- versitatio queda coronado por una Escuela de Altos Estudios, de ciencias y humanidades en donde nuevamente tiene cabida la filosoffa, esa “figura implorante” desterrada de la ensefianza positivista. Filosoffa no sélo como concepcidn del mundo, puesto que el propio positivismo lo era, sino filoso- fia como metafisica, la cual quedard “enteramente libre” sobre la base de unos cursos de historia de Ja filosoffa moderna que abarcarian desde la aparicién del positivismo hasta los sistemas de Bergson y William James.” 4. SIERRA HISTORIADOR La fundacién de Ja Universidad coronaba el sistema educativo de Sierra y, como ya dijimos, no ocultaba que para él [a ensefianza de la historia resul- taba ser la médula del mismo. Sierra escribid varios libros de historia, algu- nos para nifios, pero todos con intencién educativa. Entre las de més aliento destacan su Historia general, Judrez, su obra y sa tempo y la que ahora prologamos, Evolucién politica del pueblo mexicano. Entre los afios de 1900 y 1902 se publicéd en México {por J. Ballescd y Cia.) una obta monumental titulada: México: su evolucion social. Se tta- taba de una obra colectiva dirigida por Justo Sierra y de desiguales méritos pues patticipaban algunos importantes autores y algunos que nada més etan politicos. Sierra contribuyd con dos monograffas para esa obra, en el tomo E con el titulo de Historia polftica, y en el tomo EI con el tftulo de La era actual. Juntas fueron editadas por primera vez con el titulo de Evo- lacién politica del pueblo mexicano por la Casa de Espafia en México (hoy el Colegio de México) en 1940. En Ia Edicién de las Obras Completes del Maestro Justo Sierra de la Universidada Nacional Auténoma de México que citames en las notas de esta introduccidn, ocupa el tomo XII. Su criterio historiogréfico esté dado en el titulo mismo; Sierra era un evolucionista, para é1 la historia trata de “mostrar el organismo social some. tide como todo organismo a Ja ley universal de la evolucién, sin omitir el 10Sferra, op. cit. 448 y ss. hecho concreto que marca y vivifica la personalidad de un pueblo y resume la significacién de una época”."' Alfonso Reyes, en unas paginas admirables dedicadas a la Evolucién, matiza esta posicién de la siguiente manera: “Apli- cacién del evolucionismo en boga o mejor de aquella nocién del progreso grata al siglo xix; metamorfosis histérica de aquella teorfa fisica sobre la conservacién de la energia (el trabajo acumulado es discernible en cualquie- ra de sus instantes), todo ello, que perturbarfa las perspectivas en pluma menos avisada, parece alli decir, con hipétesis finalista, que el pasado tiene por destino crear un porvenir necesario y que en el ayer, el momento mds cercano es el que nos Ilega mds rico de Iecciones”.” Esta aclaracién de Reyes tiene una significacién interesante en el caso del libro que tratamos; en la medida en que el organismo social evolucio- na, es deciz, lucha y se adapta, en Ja medida en que progresa, cada una de las etapas histéricas parece como un peldafio necesario pata Iegar al presente. Lo cual quiere decir que Sierra desecha el concepto un tanto maniqueo de fa Llustracién que concibe el proceso histérico como un juego de luces y sombras. Concepto que, aplicado de una maneta mecdnica por los historia. dores liberales, colocaba a los conservadores automdticamente de] lado de la sombra y concebia los fendmenos como una lucha entre la libertad y el oscuro despotismo. Sierra esté mds cerca al modo como concebirfamos hoy el siglo xrx, esto es, a los conservadores y a Jos liberales més allé de una falsa dicotomia, emergiendo de un solo proceso histérico e integrandolo de manera necesaria para Hegar al presente. Esta dltima nota finalista no la suscribirfamos hoy, peto pata Sierta era esencialisima como lo veremos. Hay que aclarar que hemos traido aqu{ a colacidn a los Jiberales y a los conservadetes porque el libro de Sierra casi en sus dos terceras partes estd dedicado al siglo xIx, 0 mejor, a la Republica, que comienza a vivir en 1821 y que Sierra sigue hasta 1980. Por eso es, a nuestro modo de ver, el andlisis mas Nicido que se ha hecho de nuestro siglo x1x, pues a pesar de que la historiograffa ha avanzado mucho y puesto en claro muchos fenédmenos, no se nos ha vuelta @ presentar un panorama sintético de tal penetracién y finura. En Sierra se palpan la influencia de historfadores como Michelet, Renan y Taine. Pero no se trata de una influencia puramente ideoldgica, sino in- fluencia del estilo, de una calidad literaria que no es mero adorno de Ia prosa historiogr4fica sino que tiene una muy definida funcidén. “Justo Sie. tea, dice Reyes, descuella en la operacién de sintesis y Ja sintesis setfa impo- sible sin aquellas sus bien musculadas facultades estéticas. La sintesis his- t6rica es el mayor desaffo a Ia técnica literaria. La palabra unica sustituye al parrafo digresivo; el matiz de certidumbre —tortura constante de Re- USierra: Historia General, en Obras t. BI, p. 15. PAlfonso Reyes, Introduceién al libro de Sierra Evolucidn politica del pueblo mexicano, México, Fondo de Cultura Econémica, 1950, éj XV. Esta es la edicién que me ha servido de base ata el presente préfogo. En las Obras completas, la Evolucién constituye el tomo ndén— establece la ptobidad cientifica; el hallazgo artistico comunica por la intuicién lo que el entendimiento sélo abarcaria por latgos rodeos’. Para Reyes (y nadie mejor que él pata hacer el andlisis de un estilo literario) esta facultad sintética se constituye de dos elementos, “evocacién € interpretacidn, Ja poesia de la historia y la inteligencia de la historia’. La mente de Sierra, afiade, era reacia al hecho btuto, sin despreciar por ello la informacidn, que era caudalosa; siempre encuentra Ia motivacién “desde el estimulo purainente sentimental hasta el puramente econdémico, pasando por el religioso y el polftico. La historia no es sdlo una tragedia, no Je basta sacudir la piedad y el terror de los espectadores en una saludable catharsis. La historia es un conocimiento y una explicacién sobre Ja conducta de las grandes masas homanas’’.' Su evolucionismo, pues, y su visidn sintética y cdlida del pasado histé- rico, evitan que este volumen de Sierra se convierta en una apologética del liberalismo y aun del positivismo. Reyes acietta también cuando dice gue se trata de una historia rorntal de México, que mds que justificar a un partido trata de justificar a un pueblo. También acierta cuando dice que Ja tesis central es la de que la historia del sigho xrx presenta una paulatina depuracién del liberalismo, pero como resultado de un proceso social o de un declive humana. Y a ello hay que afiadir que tal depuracién no la pre. sehta como un proceso completo sino como algo que le estd faltando al porfirismo. En un artfculo esctito antes de la Evolucié# y que ya hemos citado antes, “México social y polftico”, Sierra habfa explicado Ia aparicién del porfirismo como una inflexién moderada del partido revolucionario, es decir, del par- tido liberal, posible sdJo cuando ésite derrota completamente al partido conservador y se convierte en nacional al encabezar la resistencia a la inter- vencién francesa. Ef porfirismo es un sepudio a lo que habia de andrquico en el programa del partido triunfante que impediria, por asi decirlo, Ja con- solidacién institucional de la victoria liberal. Sin embargo, Sierra, a pesar de haber sido une de los mas conspicuos porfiristas, no justifica el despo- tismo de Dfaz. Con una visién de Io que seria la historia del siglo xx, sos- tiene cue Io que el Estado necesita es una mayor dosis de autoridad sin que ello impligue despotismo. Sierra dice que el progreso material ha sido logrado por algunos paises como Francia, Inglaterra e Italia, cuando se han sacudido el absolutismo monarquico, Jo cual “ne significa que sea posible negar que los gobiernos tepresentativos hayan concentrado, para dar cima a tamaha empresa, una suma ptoporcional de autorided cue creciende en razén directa de las cada vez mds complejas atribuciones del Estado, suelen sobrepujar a las de} soherana en el répimen absolutista’’* BReyes, op. cle p, XT, WReyes, op. cit. p, X. UCitado por Zea, op. cit. 419. XXIT A esta conclusién también se Lega en la ultima parte de la Evolucidén; _ésta es la tendencia de los estados modethos, pero presenta el peligro de que, cediendo a ella, los pueblos deleguen sus derechos en las personas de los dictadores. Fso es lo que ha ocurrido en el caso de Porfirio Diaz: el partido del liberalismo ordenado y el caudillo se han apoyado mutuamente. Sierra no se equivoca respecto al origen social de los primeros: se trata de una burguesfa, pero que el historiador describe con categorfas oriundas de la historia nacional; en México, dice, “‘propiamente no hay clases cetradas, porque las que ast se Ilaman sélo estén separadas entre sf por los meéviles aledafios def dinero y Ja buena educacién; aqui no hay mds clase en marcha que la burguesfa”. Tal burguesia tiene unos orfgenes complejos. Est4 for- mada por elementos de las antiguas familias criollas conservadoras y_libe- tales: miembros del ejército, del clero, liberales, teformistas, socidlogos, jacobinos y aun “capitalistas y obreros’. Todos ellos incorporados al grupo en el poder por medio del presupuestoa o de la escuela. Porfirio Diaz supo ctistalizar los anhelos de este grupo heterogéneo y a la. vez él es obra de ellos. “La intnensa autoridad de este gobernante, esa autoridad de arbitto, no sdélo politico sino social, que le ha permitido desarrollar y le permitird asegurar su obra, no contra la crisis, pero si acaso contra los siniestros, ¢s obra de la burguesia mexicana”. Otro elemento que acude a Ja integracién del porfirismo es la influencia politica y econémica de los Estados Unidos que, en pleno proceso de expan- sidn industrial en el tltimo tercio del siglo x1x, no consentia la anarqufa social. También los Estados Unidos necesitaban orden eh México, pues lo consideraban con un anexo de su proceso expansivo. “La virtud politica de! Presidente Diaz consistié en comprender esta situacién y, convencido de que nuestra historia y nuestras condiciones sociales nos ponfan en el caso de dejarnos enganchar por la formidable locomotora yankee y partir rumbo al porvenit, en preferir hacerlo bajo los auspicios, la vigilancia, Ja policfa y Ia accién del gobierno mexicano, para que asf fuésemos unos aso- ciados libres obligados al orden y Ia paz y pata hacetnos respetar y man- tener nuestra nacionalidad integra y realizar el progreso”.”® Hay que agregar que esta condicién de ‘‘asociados libres’ no ocultaba sn verdadera naturaleza a la mirada de Sierra. Justamente en el afio de 1900, un primer viaje a Europa, pasando por los Estados Unidos, 2 los cuales habfa visitado por primera vez cinco afios antes, le suscita una mul- titud de reflexiones, entre ellas ésta que completa su visién de Ia historia del siglo xx- “el gran fendmeno internacional del sigho xx no va a ser una federacién entre naciones —eso serd en el siglo xxv— sino un sindicato entre las naciones fuertes para explotar a Jas que no lo son, Este érus¢ lo van a iniciar los Estados Unidos; va a set el imperio sindicado universal” \Sierra, Evolucién pp. 290-1. NiCitado por Yafiez, p. 145. XXIII De modo que en la formacién del nuevo impetio le ha correspondido al régimen de Diaz la misidn de ceder con orden para conservar la integri- dad territorial y la personalidad nacional. Para ello ha tenido que instaurar una dictadura que ha sacrificado —son palabras de Sierra— la evolucién politica a la evolucidn social. La personalidad nacional se ha fortificado al ponerse en contacto con el mundo, en vez de desaparecer o integrarse, pero se ha tenido que posponer Ia creacién de la democracia. Y en el seno de ese régimen, que presetva la personalidad nacional, es Ja educacién la que apunta a este Ultimo elemento de la madurez evolutiva. Ya hemos visto que asi considera Sierra la misién de la educacién mexicana. Por eso, las tltimas palabras de esta obra que prologamos estén dedicadas a ella. No le asuta tanto el enemigo externo como el enemigo “{ntimo”: la probabi- lidad de que el espafiol guede absorbido por el inglés, de que la supersticién resista a la accién de Ja escuela cientifica y laica, de que la “irreligiosidad civica” triunfe negando nuestra aptitud para la libertad. “Y as{ queda defi. nido el deber; educar quiere decir fortificar; la libertad, médula de leones, sdlo ha sido, individual y colectivamente, el patriotisma de los fuertes; los débiles jam4s han sido libres. Toda la evolucidn social mexicana habrd sido abortiva y frustrénea si no Mega a ese fin total: Ja Wbertad’® 5. TRASCENDENCIA DE SIERRA En 1910 estalla el movimiento que se conoce con el nombre de Revolu- cién Mexicana. Su violencia, la cantidad de sangre derramada y algunos hechos medulares como ia reforma agraria, la explotacién petrolera y la eliminacién de las dictaduras personales, suscitaron poco a poco Ia idea entre los intelectuales mexicanos de que efectivamente se trataba de una totsidn fundamental de nuestra historia. Sin embargo, al mismo tiempo resultaba diffell no ver [a gran cantidad de supervivenc as del porfirismo; el caudi- Hismo sobrevivié durante mucho tiempo y fue reemplazado por un cen tralismo estatal mds o menos coma hemos visto que lo formulé Sierra y que encontraba su mds cercano antecedente en la politica porfiriana. Al paso mismo de la reforma agratia se fue creando un neolatifundismo que todavia nos agobia. A pesar del claro indigenismo de la Revolucién todavfa, aunque disminuidas por la incorporacién, las masas indigenas son explotadas, A pesat del nacionalismo econémico de la Revolucién que se tradujo en una serie de nacionalizaciones, nuestra dependencia respecto de los Estados Uni- dos se ha acentuado, etc. Si no ha habido un estancamiento tampoca se ha darlo esa torsién funda-- mental. Hay mds bien una continuidad. tal como !o dijimos antes. Pero la hubo también en Ja idea edueativa de Sierra. Los intelectuales de la Revo- Sierra, Evolucida, p. 298. Para una mayor ampliacién de estos temas véase mi libro Posilivismo y porfirisnio, México, SepSetenta, 1972. XXIV lucié6n Mexicana también creyeron poder rectificar la obra de Jos revolu- cionarios por medio de la educacién, Un élaw educative se apoderd de Ios intelectuales del Ateneo de la Juventud; Antonio Caso, José Vasconcelos, Alfonso Reyes, creyeron que una escuela y una cultura nacionalistas podrian suplir los defectos de la construccién revolucionaria y coadyuvar con ella de una maneta definitvia, Ellos mismos reconocieron que sus esfuerzos, realizados sobre todo en las décadas de tos veintes y Ios treintas tenfan como antecedente insoslayable la obra de Sierra. Mas tarde Vicente Lombardo Toledano y Narciso Bassols propugnaton una educacidén socialista que ayu- dara a transitar a la Revolucién hacia una etapa verdaderamente radical. Y todavia hoy muchos universitarios, estudiantes y profesores, cteen que la Universidad puede ser la cabeza de una transformacién revolucionaria. La idea de crear un sistema educativo que ayude a la formacién de la personalidad nacional y Ja de formular una revisién histérica que integre una conciencia nacionalista, ha sellado durante este siglo el sistema educa- tivo. Y se trata, desde luego, de una idea plausible; el problema surge de otro enfoque: Jpuede la educacién ser contraria al sistema politico que la ha cteado gPodrfa Sierra crear una educacién para la libertad en el seno det porfirismo? Obviamente, dentro del criterio evolucionista eso resultaba muy diffei] de explicar; sdlo una conciencia histérica con una clara nocién acerca de las contradicciones histéricas puede contester semejante pregunta u otras equivalentes que hoy se plantean en otro nivel y con otros contenidos pero que implican la misma dificultad fundamental. ABELARDO VILLEGAS CRITERIO DE ESTA EDICION Para 14 Evolucidn politica del pueblo mexicano, se ha seguido el texto de la edicién se- gunda (Casa de Espafia-FCE, México, 1940) primera independiente que reunié bajo ese titule los dos largos ensayos con que Justo Sierra contribuyé al libro colective México: su evolucién social (1900-02): “Historia polftica” y “La era actual”. Se han tenido en cuenta las enmiendas introducidas en Ja edicién de la obra dentro de las Obras Completas del Maestro Justo Sierra (México, UNAM, 1948, edicién establecida y anotada por Ed- mundo O’Gorinan) que fae seguida por ia del Fondo de Cultura Eeondmica (México, 1950, con prélogo de Alfonso Reyes), Como apéndice se incluye el ensayo México social y politico (apuntes para un libra) por ser el antecedente directo de la Evolucién politica det pueblo mexicano, Publicado originariamente en la Revista Nacional de Letras y Ciencias en cinco entregas del aio 1899 (1.1, pp. 13, 170, 213, 328 y 371), fue recogido en el volumen IX de las Obras completas del Maestro Justo Sierra (Ensayos y textos elementales de bistoria, México, UNAM, 1948, pp, 125-169, edicién a cargo de Agustin Ydiiez) cuyo texto se sigue en esta edicién. BIBLIOTECA AYACUCHO LA EVOLUCION POLITICA DEL PUEBLO MEXICANO LIBRO PRIMERO LAS CIVILIZACIONES ABORIGENES Y LA CONQUISTA CAPITULO I CIVILIZACIONES ABORIGENES Los primitives. La civilizacién del sur. Mayas y quichés Los Primitivos. Todo se ha conjeturado respecto del origen de los ame: ticanos; nada cierto se sabe; nada cierto se sabe de los origenes de los pue- blos. gAmérica estuvo en contacto con los litorales atlénticos de Europa y Africa por medio de la sumergida Atldntica? Entonces precisa convenit en que el hombre americano es terciatio, porque la Atlintida pertenece al periodo terciatio, mas no existié el hombre terciario, sino su precursor, el set de donde el hombre probablemente tomé origen, nuestro ancestra z0o- Idgico; de él no existen itazas en la paleontologia americana. gAmérica se comunicd con el Asia por el estrecho de Behring, por su magnifico puente intercontinental de islas? ¢De aqui vino su poblacién, o fue aborigen en toda la fuerza del término, y el continente americano es un centro de crea- cién, como afirman quienes sostienen Ja diversidad originaria de nuestra especie? Se ve que estas hipdtesis tocan con sus extremidades al problema tds arduo de la historia natural del hombre; son irradiaciones de vacilante antorcha que penetran, sin iluminarla, en la tiniebla del génesis. ¥, puesto que est4 fuera de duda Ja existencia del hombre en América desde el periodo cuaternario, y que también es indudable su estrecho parentesco étnico con las poblaciones del Asia insular, supongamos que, antes de que el Asia y la América tuvieran la configuracién que hoy tienen, en la parte septen- trional del océano Pacifico hubo un vaste archipiélago y que en ¢l apatecid el grupo humano que a un tiempo poblé algunas comarces marftimas del Asia oriental y el norte del continente americano en vfa de formacién. Quizds son restos de estos proto-americanos Jos esquimales, acaso los fue- guinos en el otro extremo meridional del continente; es probable también que a estos primitivos se mezclatan otros grupos originarios de la parte con- tinental del Asia. Lo cierto es que Ja distinta estructura anatémica, la diver. sidad en Ia forma del créneo, muy pronunciada en antiquisimas poblaciones 3 americanas, indican la presencia de familias de diverso origen en nuestro continente. Sea lo que fuere, (la regién central de nuestro pafs estuvo poblada desde la época cuaternaria; el hombre primitivo asistid en el Valle de México a la inmensa conflagracién que determind su forma actual, y en las noches surcaba en la canoa silenciosa el lago en que se reflejaban las [amas, que sin duda juzg6 eternas, del penacho volcdnico del Ajusco). ¢De estos hom- bres gealdgicos provienen las poblaciones sedentarias y cultivadoras del suelo, por ende, que encontramos em el Andhuac las primeras migraciones nahoas? éDe ellas viene el grupo de los otomies, que llegé a otganizar considerables entidades sociales y a erigir ciudades importantes como Manhemi en las risuefias margenes del Tula? A ninguna de estas interrogaciones es dado a la ciencia responder categéricamente. En las edades cuaternarias, dos fendmenos de suprema importancia deter- minaron el destino étnico, para expresarnos asf, del continente americano: los perfodos finales del levantamiento de los Andes, que en siglos de siglos habfan ido emergiendo del seno del Pacifico, encerrado en inmensa batrera volcdnica, y que termind en la edad cuaternaria dando su fisonomfa actual a la América y disgregdndola del Asia, y, consecuencia de esto, y este es el otro hecho de transformacién total a que aludimos, el descenso de la tem- peratura en las tegiones septentrionales de los continentes unidos. El clima térride y templado que, como lo atestiguan con irrecusable testimonio los restos vegetales y animales en el borde polar encontrados, permitid la indefi- nida multiplicacién de los grupos primitivos, desaparecié gradualmente y con esto comenzé el descenso de los americans hacia el sur. La fauna y le flora se transformaban; las especies cdlidas hufan o desaparecian o se transforma. ban en endnas, perpetudndose como el esquimal y el siberiano en Ja costra de hielo de las regiones drticas. (Los grupos bajaban y se derramaban por la América entera en Ia latga noche que precedié a Ja historia, deteniéndose en los valles de les grandes rfos, en las comarcas lacustres abundantes en pesca, huyendo hacia el sur amenazados siempre por otros némadas feroces, que venian unos en pos de otros buscando sustento facil o trepando por los vericuetos de las montafias en busca de caza o de seguridad, Los que pudie- ton echar tafces en el suelo y resistir los embates del rio humano, fundaron la civilizacién). La civilizacién del sur: En los valles del Mississipi, del Missouri, del Ohio, yace quizds el seereto impenetrable de los origenes de las grandes civilizacio- nes mexicanas. (Como hubo una notable variedad de lenguas, asi hubo una bien perceptible variedad de culturas, si no todos, la mayor parte de los idio- mas que se hablaron en lo que hoy se Hama la América fstmica y comprende en su érea las repiblicas Mexicana y centroamericanas, pueden agruparse en torno de tres grandes nticleos: el maya, el nahoa y otro mucho més vago 4 y difuso que corresponde por ventura al grupo puramente aborigen, que encontraron por todas partes establecido ios pueblos inmigrantes y que unas veces se mezclé y confundid con los advenedizos y otras mantuvo, hosco y bravio, su pristina autonomia, como los otomies). Al hacer esta distribucién, demasiado genérica e incompleta, lo confe samos, de las lenguas de los tetritorios istmicos, hemos apuntado la de Jas civilizaciones. (Distinguense claramente en ellas dos tipos: el de los maya- quichés, cuyo centro de difusién pudiera localizarse en [a cuenca media del Usumacinta y que predominé en el vasto territorio de Jos actuales Estados de Yucatén, Campeche, Tabasco y Chiapas, y en Guatemala y el istmo de Tehuantepec, y, en segundo lugar, el de la civilizacién de Jos nahoas, que tuvo su centro en las regiones lacustres de 1a altiplanicie mexicana (el And- huac}, se derramé por Jos grandes valles meridionales y penetré en Ja civi- lizacién del sur, modificéndola, a veces, profundamente. La cultura de los mixteco-zapotecas, de los michoacanos, es quizds intermediaria y no genuina, y hay indubitables indicios de que las poblaciones, primitivas, representadas por los ancestros de los actuales otomfes, alcanzaron también a organizar wna civilizaci6n, puesto que fundaron grandes ciudades; Manhemi, sobre Ia gue etigieron su capital Ios toltecas, era una de eflas.) Bien sabido es: en Jas cuencas de los rfos, hoy arterias principales de la cireulacién de la riqueza en el mundo angloamericano, existen vastos mon ticulos construfdes por los habitantes de aquellas regiones en los tiempos ptehistéricos; estos monticulos, mounds, destinados a servir de fortalezas, de sepuicros o de base a los templos, tienen formas diversas. En ellos, o cerca de ellos, se han encontrado objetos de alfarerfa y vestigios de pobla- ciones considerables que denuncian la presencia, en siglos lejanisimos, de un humeroso grupo humano que se habfa encaramado hasta la civilizacién: este grupo ha sido bautizado por los arquedlogos angloamericanos con el nombre de sound-builders (constructores de monticulos). Los grupos que, en mues- tro pais principalmente, informaron 1a civilizacién del sur fueron también constructotes de monticulos, mound-builders.) Sus templos, sus palacios, sus fortalezas, lo mismo en Jas tegiones fluviales que en las secas de Ja penfnsula yutateca, se levantaron sobre colinas artificiales; ¢hay parentesco étnico entre unos y otras? ? La particulatidad de que algunos de los mounds de las comarcas del norte tengan la forma de animales que, como el mastodonte, desaparecieron desde la época cuaternaria o muy poco después; las pipas encontradas en los mon- ticulos, que tepresentan elefantes, Mamas, loros, revelacién clara de que la temperatura que hoy llamamos tropical avanzaba todavia hasta los paralelos cercanos a los citcules polares, cuando les mound-builders pululaban en los valles del Mississippi y sus tributarios; Ja sucesién de selvas seculares sobre Para conservar a este trabajo su cavicter sintético. s6lo podemos indicar fas praebas de nuestras opiniones, sin entrar en disquisiciones sobre ellas; nos bastard mantenerlas en su significacién rigurosamente hipotética. 5 Jas gigantescas contrucciones, todo prueba la antigitiedad remotisima de la civilizacién de estos pueblos, que, probablemente, vivian bajo el régimen teocrdtico o sacerdotal, unico capaz de obtener la suma espantable de tra bajo manual que se necesita para realizar las gigantescas construcciones de que estd sembrada [a América continental. Las invasiones de las tribus némadas obligaron a los mound-builders a mul- tiplicar los trabajos de defensa y a ceder lentamente los territarios que ocu- paban y devastaban los grupos que, huyendo de los frios glaciales, buscaron calor y caza en las regiones del sut. Las playas septentrionales del golfo de México vieron en aquellos obscurisimes creptisculos histéricos aglome- rrarse desde Tamaulipas a Ja Florida a los mound-builders emigrantes, Unos © perecieron o volvieron, sin duda, al estado salvaje primitive y se disclvie- ton en la oleada de Jos pueblos némades; otros continwaron su éxodo secu- lar por las orillas occidentales del mediterfneo mexicano; otros grupos quizés, los navegantes, acostumbrados a cruzar los rios y a recorrer Jas costas en sus embarcaciones ligeras y provistas de velas, como las yncatecas encontradas por Colén lo estaban, se derramaron por el grupo antillano. éPudieron pasar de Cuba a las orillas occidentales del mar Caribe y penetrar en Ia peninsula yucateca? Nunca seré posible afirmarlo, pero es cierto que el habla de los mayas y Ja de los anvillanos patecen pettenecer al mismo grupo lingiiistico, y es probable que estuvieran en comunicacién antiquisima insulares y peninsulares. La tradicidn maya mos ha transmitido el recuerdo de un primer grupo de colonos, los chanes, grupo cuyo totem era Ia serpiente? Penetraron en la peninsula, dejando el mar a sus espaldas, lo que indica suficientemente que de él venfan, Dominaton y esclavizaron, sin duda, a la poblacién terrf- gena y le impusieron su religién y su lengua; ella construyé los monifculos © cues esparcidos en [a peninsula, desde las fronteras de Honduras hasta los litorales del Caribe y del Golfo.) Esta familia de los chanes fue sefialando su paso, en la parte de aquel territorio que civilizé y nombrd Chacnovildn, con el establecimtento de poblaciones, que crecfan al amparo de soberbias cons- trucciones monticulares, destinadas a casas de los dioses, de los sacerdotes y sacerdotisas, de los jefes principales; a sepulcros, a fortalezas, a observato- tics, cuyas tuinas, que deja morir lentamente nuestra incuria, pasman y exasperan por su grandeza y su misterio. Bakhalal, primero, y después Chi- chén Itz4, fueron las capitales de esta monarqufa teocratica, organizada por un personaje o una familia hierdtica, que Ileva en la tradicién el nombre de Trzamn4. gSeria infundada la suposicién que hiciese remontar a estas épocas sin cronologia seguta, pero que los mds circunspectos hacen subir al segundo +A medida que con paso mds seguro se penetra en los origenes de las religiones, porque se recogen mas datos y se clasifican mejor, la importancia del totemismo, cepa del to de los animales, o zoolatria, se pone mas de resalto, Sabido es que el culto del abuelo, con el apodo animal o totem con que se le distinguia en la horda, se transformdé luego en la adoracién del animal mismo, La ofjolatria o culto de la serpiente es el que ha tenido mds séquito en los pueblos americanos. 6 o tercer sigio de nuestra era, la fundacién, por una rama de jos chanes, de Na-cham, que luego se Iamé Palenque, en la cuenca del Usumacinta? Lo cierto es que el parentesco estrecho de los grupos quiché y maya, por su aspecto, por su modo de construir y vivir, por su escritura, por su lengua, es indudable; las diferencias entre ellos constituyen dos variedades de una misma civilizacién.? Lo cierto es que antiguos compiladores de tradiciones mayas y quichés asignan a ambos grupos el mismo origen antillano, y que Itzamné, el gran sacerdote fundador de la civilzacién de los mayas, es igual a Votan, el de la civilizacién quiché. De esta civilizaci6n no conocemos més que las reliquias, los edificios, los monumentos, las insctipciones, y éstas permanencen mudas. Algo més sabemos de los mayas. Ya estaban fundadas algunas de las grandes capitales mayas y quichés cuando un nuevo grupo de inmigrantes penetré en la peninsula yucateca por un punto de la costa def actual Estado de Campeche (Champotén). ¢Era otra rama de los mound-builders, que en el gran éxodo de las poblaciones del valle del Mississippi habfa ido disemindndose en lentas etapas por toda la orilla del Golfo, desde la Louisiana hasta Tabasco, proyectando algunos de sus numerosos grupos en la Sierra Madre Oriental y en la altiplanicie de Anéhvac? De su entrada a Yucatén guardan memoria las tradiciones carii- nicas; la llaman: la gtan bajada de Jos tuttulxius, o para conformarnos mas con Ja pronunciacién maya, xius; esto, dicen los crondgrafos, se verificaba por el sigh v4 Los itzaes, bajo el gobierno de sus reyes-pontifices, formaban en derre- dor de Itzamal, T-oh y otros centros, una especie de federacién bajo la hegemonfa de Chichén Ttz4. Cuando los xius se sintieron bien identificados con los mayas, sus cohgéneres, tomaron parte con éstos en terribles reyertas contra Chichén, que fue destrufda y cuyo sacerdocio emigré a las costas del Golfo y se establecié en Champotén; de agui los itzaes, los hombres santos, pasados tres siglos 0 menos, volvieron a entrar en Ja peninsula, en donde Jos xius ejercian predominio y habfan construfdo civdades monticu- lares, entre las que descollaba Uxmal. La lucha fue tenaz y parece aue acabd por una transaccién: Ios itzaes reconstruyeron su santa ciudad, Chichén, y bajo sus auspicios se erigié Ie ciudad federal de Mayapén, residencia oficial de itzaes y xius confederados. En esta era central de la cultura maya, la era de Mayapdn, comienza su contacto {intima con Ja evltura nahoa, que ya se habia infiltrado en los gru- pos quichés. Un profeta y legislador, o mejor dicho, quizds, una familia sacetdotal funda en [as orillas del Usumacinta el culto nuevo de Gugumatz, 3En todo lo que en este rapido resumen se refiere a la cultura maya, seguimos al muy ilustrado y concienzudo escritor yucateco don Juan Francisco Molina Solis, en el estudio prelimings de su excelente obta, titulada: Deseubrimienta y conquista de Yucatén. M& rida, 1896. ‘Los vestigios rarisimos de Ios constructores de los mounds, por el braquicefalismo pro- nunciado de los crdneos, son nuevo indicio de su parentesco con los mayos. 7 y penetrando en Yucatén por Champotén, establece en Mayapdn los altares de Kukulcan; estos vocablos Gugumatz y Kukulkén son las transcripciones exactas del nahoa Quetzalcoatl.S Las esculturas de Palenque y las de Uxmal y de Chichén revelan la transformacién inmensa que sufrieron los mitos y los ritos con las predicaciones del grupo sacerdotal que Mevaba ef nombre de su divinidad; aunque a Kukulcdn se atribuye la organizacién de Jos sacri- ficios humanos, su misién fue de concordia y progreso. Algunas costumbres réligiosas, como el bautismo y la confesién mayas, parecen tener su origen en la ensefianza de los apéstoles del dios nahoa. Los conocimientos astrond- micos y Ja escrituta marcharon con paso mds seguro después de las predica- ciones del gran precursor nahoa, que pudieran coincidir con la decadencia del paderfo de los nahoa-toltecas en el Andhuac (siglo x1). Las crénicas yucatecas refieren que, andando los tiempos, los sefiores de Mayapan y de Chichéa, que se disputaban el corazén de una mujer, entraron en lucha abierta; que el primero acudié a los aztecas, o mexis, que habian establecido algunas colonias militares en Tabasco y Xicalanco, y con auxilio de estos feroces guerreros venci6 a sus enemigos; los cocomes triunfantes hicieron pesar terrible opresién sobre toda la tierra maya, hasta que los sefiores de Uxmal, poniéndose al frente de la rebelidn, levantaron a tedos los pueblos, expulsaron a los aztecas y destruyeron a Mayapén. Lo singular es que los vencedores tutulxius desocuparon también a Uxmal en aquella tremenda lucha; Ia gran ciudad de la sierra quedé desamparada para siem- pre; la soledad y el misterio rodean desde entonces el moribundo esplendor de sus regias ruinas. (Luego el imperio maya se dividié en buen acopio de sefiorios independientes, regidos por dinastias que entroncaban, segtin crefan, con las grandes familias histéricas. Asf divididos y en perenne y cruenta discordia, los hallaron los conquistadores espafioles.} La civilizacién del sur: Lo misme entre los mayas, en donde mejor ha podido ser estudiada, a pesar del desesperante mutismo de su escritura, que espera en vano un Champollion, que entre los quichés; lo mismo en Chichén y Uxmal que en Palenque y Copan, tiene todos los caracteres de una cultura completa, como lo fueron la egipcia y la caldea; y como ellas, y més quizd, presenta el fendédmeno singular de ser espontdnea, autdéctona, nacida de st misma; lo cual indica inmensa fuerza psiquica en aquel grupo humano. Una religién, un culto, y dependiendo de él, como suele, una ciencia, un arte, SEL nombre de Queizalcoatl es leido generalmente como un ideograma puro; en reali- dad, es un ideofonograma. Como ideograma indica serpiente con plumas de quetzal; como signo semifonético dice: las aves gemelas o los quetzales gemelos. De este modo es ef fevoglitico de Lucifer o Venus. Los naheas, que crefan que habfa dos estrellas idénticas, gemelas, la de la mafiana y la de Ia tarde, no supusieron que era la misma, y por eso la Tlamaron coate o gemcla, que expresaron por el sonido del signo de la serpiente, coatl. E] culto a Quetzalcoatl es, pues, el culto de una divinidad doble que los latinos amaban Hesperus y Vesperus. una moral y una organizacién sociales, un gobierno, tado esto encontramos en la civilizacién del sur, y no, por cierto, en estado rndimentario, sino mds bien en sorprendente desarrollo. Basdbase la teligién de los mayas en un espititismo, fluencia necesaria de la primitiva adoracién de fos caddveres, que llegé a ser Ia de los ante- pasados del grupo doméstico y étnico; generalmente estos ancestros eran designados con los nombres de los animales de sus respectivos totems, y de aqui el culto zcoldtrico; del personaje que se comunicaba con el doble o alma del muerto, nacieron el beujo, el hechicero, el profeta, el astrélogo, entendido en adivinar el destino de cada mortal en los astros, y a la postre el grupo sacerdotal; este grupo o clase recobrd las creencias, las organizé, transporté la nacién de divinidad o entidad sobrehumana a les objetos natu- rales 0 a los grandes fendmenos atmosféricos, y entonces acaso resulté un ser invisible como punto de partida del elemento divino, ser cuyo sfmbolo era el sol, padre del legislador y civilizador Itzamnd, hijo del sol (venido del oriente). También la divinidad solar habfa creado cuatro dioses principales, los bacabes, simbolos cronométricos de los cuatro puntos cardinales; bajo ellos venfa una miriada de divinidades; no habia palmo de aquella tierra misteriosa (la del agua escondida), no habia acto de [a vida que no tuviera su divinidad tutelar, y muchas de estas divinidades tenfan sus sombras, correspondian a una divinidad maléfica o diabélica. La devocién popular habia hecho en la peninsula fa seleccién de cuatro grandes santuarios: el pozo de chichén de los itzaes, el santuario de ta divinidad maritima de Cozumel y el que se habia erigido sobre magnifica pirdmide sepulcral en honor de uno de los reyes de Itzamal, deificado como solfan hacerlo los mayas. Des- pués los cultos nahoas, sobre todo el de Quetzalcoatl, Wegaron a adquirir en la tierra maya y en la quiché magna importancia. EI culto, como era natural, se componfa de ofrendas y sacrificios san- grientos; de sacrificios humanos con frecuencia, testimonio de la profunda influencia de los nahoas; de himnos, plegarias y penitencias horrendas a veces, y de fiestas de todas especies, en tan variada diversidad, que puede decirse que los pueblos maya-quichés vivian en perpetuas fiestas; se dispo- nian a ellas con ayunos, Jas comenzaban con cantos y danzas sin fin y las tetminaban con orgfas y bortacheras inevitables. La necesidad de aquellos grepos en constantes migraciones, y ansiosos de encontrar un asiento, nn hogar, un templo, dio a la clase sacerdotal inmensa importancia; sin el sacerdocio no habrfa habido civilizaciones ame- ticanas. Los sacerdotes, para distribuir sus fiestas, observaron los movi- mientos del sol y los astros, lo mismo en Chichén que en Tebas, lo mismo en Babilonia que en Palenque o Tula, y fueron cronélogos, y formaron calen- darios y tuvieron numeraciones, modos de contar que aplicaton al tiempo; idearon un procedimiento fonético de escribir, y fue el sacerdocio maya uno de los tres o cuatro que inventaron la escritura propiamente dicha en Ia homanidad. Aplicaron la experiencia a los viajes, 2 las enfermedades, al co- nocimiento de los efectos de las plantas en el organismo, a Ia historia que 9 consideraban sagrada. Levantaron en sus ciudades, compuestas de habita- ciones ligeras, cubiertas de palma, monumentos grandiosos, sobte pirdmides por regla general, destinados a Ja habitacién del rey-pontifice o del rey- guerrero, a la de sus mujeres, a la de los dioses. Estos monumentos, obta, por regla general, de diversas epocas, tienen formas y aspectos extraordina tios; su arquitectura es simple, rudimentaria, caracterizada, fuera del tipo monticular, por la forma truncangular de las bévedas, lo mismo en Palen- que que en Chichén o Uxmal; pero lo que en ella llama mds le atencién es la sobriedad de la decoracién de los interiores (en Yueatdén, en la tierra quiché, mejor distribuida y mds pobre} y la profusién y exuberancia de la ornamentacién exterior, sobre todo en los frisos. La esculturas, monolitos, estatuas, relieves; las pinturas, alin vivas algunas; las inscripciones, cuaja- ban estos admirables monumentos, que son el indice de la vida de una civi- lizacién de extraordinaria vivacidad. La falta de animales domésticos, de trabajo y de carga, fue Ia gtan rémora para el desenvolvimiento pleno de Jas culturas americanas; si los hubiese habido, probablemente el antropofagismo habria acabado por des- aparecer, aun en su forma religiosa de comunidn sagrada. Mas entre los americanos no hubo edad pastoral, y la transicién se verificé del estado del pueblo cazador y pescador al agricultor. Su agricuitura y su industria exigieron esclavos, que fueron numetosos; peto los grupos de hombres libres vivian sometidos a cédigos severisimos que les imponfan el respeto 4 la reli. gién, primero al batab o cacique y a sus agentes después; a la familia, la pro: piedad y a la vida; sin embargo, los mayas practicaban mucho el suicidio. La propiedad rural, como en toda la América precolombina, era communal; el producto se disttibufa proporcionalmente. Hijo de dios, y dios frecuentemente, el cacique era duefio de todo; su tiranfa patriareal era incontestada; disponia de ejércitos organizados; sus guerras eran incesantes. Si el americano hubiese conocido el uso del hierro (poco usaba el cobte y se adornaba con el oro y Ia plata), los espafioles no hubiesen podido quizés conquistar los imperios aguf establecidos. Sus armas ingeniosas, las defensas individuales o colectivas bien otganizadas, bastaron para hacerles ostentar sus heroismo a veces, mas no podfan darles nunca Ia victoria. No fremos adelante; tendriamos que tecorrer minuciosamente todos los aspectos de Ia actividad que conocen cuantos han fifado su atencidén en los pueblos que colonizaton las regiones fstmicas al sur de Ja altiplanicie mexi- cana: fueron autotes de una civilizacién cimentada sobre las necesidades del medio y del cardcter, pero de aspectos interesantes todos y grandiosos mu- chos, los grupos comprendides bajo la denominacién de maya-quichés; esa fue la civilizacién del sur. 10 CAPITULO If CIVILIZACIONES ABORIGENES Aborigenes en la altiplanicie, Ulmecas y xicalancas. Los naboas: tol- fecas, su historia, su cultura. Las invasiones barbaras: chichimecas. Contacto intimo de los toltecas y los maya-quichés. Los berederos de la cultura tolteca: acolchuas; axtecas. Las ctvilizaciones interme- dias: zapotecas; +michoacanas. El imperio mexica en los comienzos del siglo XVI Los asorfcENEs a quienes los nahoas inmigrantes dieron el nombre de oton- tlaca u otomies, ocupaban de tiempo inmemorial la cuenca de] Atoyac desde el Zahuapan hasta el Mexcala, los paises en que se da el met! (maguey), y probablemente las comarcas occidentales, en que también es conocida esta planta, de que sabfan extraer el jugo embriagante, y en donde recibieton el nombre de meca. En su primera acepcién, Ja palabra chichimeca, aplicada por los nahoas, a los que no consideraban de su raza, a los barbaros, signi- ficaba “la madre de los mecas” o Ja tribu de quien las otras vinieron, segtin una Tectura del eminente historiador Alfredo Chavero, No es posible precisar los contornos de ninguno de los grupos ptimitivos en Ia bruma crepuscular de nuestra vetusta historia; de la conjugacién de las crénicas, que a veces consignan tradiciones contradictorias, por los mal comprendidas quizds, y de los monumentos o de Io que en ellos puede ras- trearse, y procurando sortear el tremendo escollo de las intetpofaciones he- chas de buena fe por los frailes con objeto de demostrer la revelacién primi- tiva, se Jlega a bien modestos resultados conjeturales sobre los orfgenes de la civilizacién que se desenvolvid con majestad trdgica en la altiplanicie mexicana. Dicen fos relatos que més dignos de fe parecen, que los ulmecas y xica- lancas,! subiendo del oriente (tamoanchan) a Ia altiplanicie vencieron a los gigantes (quinamés) y dejaron su paso sembrado de construcciones monticu- lares o piramidales, desde la cuenca del Pénuco hasta las Ilanuras elevadas ‘Como ha cambiado el antiguo sonido de la x, pues hoy se lee como j, no debe emplear- il de la mesa en que erigieron las de Cholula y Teotihuacan. Estos ulmecas, como Ios bautizaron los nahoas, son mound-builders, en opinién nuestra, que viniendo de Texas fueron disemindndose por las costas del Golfo y subieron Jentamente a la altiplanicie, donde fundaron una civilizacién teocratica en la que representa andlogo papel a fos de Votan e Itzamnd, Xelhua, el cons- tructor del gigantesco homul de Cholula, que es tres veces mds bajo que le pirdmide de Khufu, pero mucho mayor en su base. Sus congéneres, los xica- lancas, como los nahoas decian, penetran y refuerzan la cultura de Ios qui- chés y se mezclan profundamenie a la de fos mayas con el nombre de tutal- xius, Lo que parece también seguro es que estos primitivos civilizadores mantuvieron su contacto con Ia civilizacién del sur, y los idolillos de Teoti- huacaén, por ejemplo, lo revelan por sus tocados y sus tipos. Los nahoas: Por una transformacién climatérica acaso o tal vez por la tala desenfrenada de los bosques en las cuencas de! Gila, del Colorado y del Bra- yo, en los tiempos prehistéricos americanos, la regidn sud-occidental de los Estados Unidos se convirtié en desierto inmenso, fue fo que es, “el pais de la sed”. Liuvias escasas, que bebe instantdneamente un insondable suelo poro- so, lechos de rfes muertos, montes peladas, rocas y gtutas por dondequieta. A medida que fa desolacién avanzé, los habitantes 0 morfan o hufan, y la comarca, densisimamente poblada, como lo demuestran innumerables ves- tigios de habitaciones y prodigpiosas cantidades de alfarerfa, se vacié sobre las tierras fluviales de los wound-builders o bajé al sur, arroll4ndolo todo a su paso. Entre estos emigrantes venian los grupos broncos y feroces que fortna- ron parte del mundo chichimeca, y los nahoas. Estos, segtin rezaban sus tra- diciones, no eran némades; vivian en un pafs risuefio y cultivado, la antigua Tlapalan (gen las mérgenes del Yaqui y del Mayo?), y de alli descendieron al sut. Los nahoas subieron por e] Jado del Pacifico a la altiplanicie, lucha- ron con los aborfgenes {al grado de que una de sus tribus, los colhuas, se apoderé de la capital de los otomies, Manhemi) y se tropezaron con los representantes de la civilizacién del sur, de Ja que fueron alumnos. Una selecta tribu nahoa, mds bien sacerdotal que guerrera, siguié la emi- gracién general y siempre arrimdndose al océano Pacifico Ilegdé a las costas meridionales del Michoacdn actual. Siguiendo la voz de sus dioses, de sus sacetdotes, subid a la Mesa Central y tras larga y trabajosa pereerinacién llegé a las riberas del Panuco; alli establecié su santuario, allf crecié y entrd en intima telacién con Ja cultura del sur en la Huasteca, colonizada antafio por los mayas (vestigio del reflujo de la civilizacién meridional hacia el se ya en transcripcién de los vecablos indigenas: por eso nosetras solemos escribir en su fugar sb. [Ne habiendo logrado fertuna la sugerencia ortoerdfica de Sierta contenida en esta nota, en esta edicién sepuimos el criterio: conferme al uso general, de conservar la graffa de Ia x en los vacablos indigenas._N. de la edicién 1950]. 12 norte). Luego, remontando Ia cuenca del Panuco, se hizo ceder por sus con- géneres fos colhuas la antigua capital de los otomies y le puso por nombre “la ciudad de las espadafias o tulares, Tollan”, Tula decimos nosotros. Los de Tollan se llamaron desde entonces toltecatl, y lvego tolteca significa artifice, ilustre, sabio. Los cronistas indigenas o espafioles han enmarafiado por tal extremo la historia y el simbolismo mistico de este grupo, interesantisimo entre los que llegaron a una cultura superior en América, que es casi imposible obtener sino una verdad fragmentaria, Su historia parece tener un periodo de expan- sién: los toltecas dominan, ademas del valle fetaz del Tula, buena parte del valle de México y del de Puebla; conquistan los santvarios piramidales de Teotihuacdn, en donde establecen su ciudad sagrada, dedicando las prin- cipales pirdmides al sol y a la luna, y el de Cholula, cuyo homul queda consagrade al culto de la estrella de Venus o Quetzalcoatl. El segundo periodo es el de Ja concentracidn: Mega entonces a su apogeo la cultura de los nahoas. Patece que en uno de los santuarios de la estrella Quetzalcoatl, en Tula la Pequefia (Tulancingo), se habia elaborado un culto moralmente superior a los cruentisimos ritas que el culto de la luna (Tetzcatlipoca) exi- gia; el sacrificio humano, resto del primitive canibalismo de Ios pueblos sometidos a largos periedos de hambre, era el sacrificio supremo; se dice que los adoradores de Quetzalcoalt lo rechazaban, y eran éstos tan renom- brados por sus conocimientos astroldgicos y por su habilidad en las indus- trias y lo acertado de sus consejos a los agricultores, como que conocfan el cielo, que en la misma Tollan tenian partidarios. La casta guetrera, de la que los nahoas-colhues formaban acaso la porcién mds activa, habia reinado hasta entonces; un dia, por una suerte de reaccién nacional, se encumbra al trono el sumo sacerdote de Quetzalcoatl en Tolantzinco. (Esto, segtin los crondgrafos, pasaba al comenzar el siglo x 0 x). El pontffice-rey tomé el nombre de su divinidad, y Ja leyenda y fa tradicidn de consuno perso- nifican en ¢l todas las excelencias de la civilizacién tolteca. Fue el putifi- cador del culto, lo limpié de sangre; sdélo empleaba sencillos sacrificios. Probablemente en aquella edad de oro de ‘la teocracia Ios sacerdocios de Tollan, de Teotihuacin y de Cholula consignaron en los monumentos y en los libros ideograficos sus estupendas concepciones sobre el origen y jerar: qufa de los dioses, sobre el origen def universo, el de Ia tierra y la huma- nidad, Dijeron cémo se habfan distribufdo los hombres en el fragmento del planeta que ellos conocian; consignaron el recuerdo de las primitivas razas, de sus cultos, de sus inmigraciones; de los grandes episodios de sus viajes y de sus conexiones con los otros pueblos. Pintaron en mitos Denos de vida la manera con que a los cultos viejos habfan sucedido los cultos nuevos, c6mo habfan muerto en Teotihuacén Jos dioses primitives y habia nacido el culto de Jas divinidades siderales de los nahoa-toltecas.? Hay que pensar en que la destruccién sistemdtica de todo cuanto podfa recordar el culto antiguo, Mevada adelante por Ios misioneros espafioles, y el silencio de muerte im- 13 Como todas las religiones que, partiendo de! culto de un muerto, suben al culto de los antepasados, que se convierte en el ilimitado de ja natura- leza; y por la tendencia a [a unidad, propia de la estructura intelectual del hombre, se encaminan al culto de un alma o wn dios tnico, y antes de un dios superior, del cual todos los demas dependen, Ia religién de los nahoas habia Ilegado a considerar al sol, Wamado de diversos modos y representado por diferentes imagenes, como la divinidad suprema, Todos los sacerdocios lo reconocfan asi, y em algunos de sus santuarios, segtin ciertos cronistas afirman, se crefa en la existencia de un ente cuyo simbolo era el sol, pero que, por su alreza, no podia ser ni representado ni adorado, el Tloque-Na- huague, ser invisible, increado y creador. Era el autor de Ja primera pareja humana. En el infinito enjambre de divinidades, cuya simbdlica historia se enlaza por una prtodigiosa corriente de leyendas y mitos, que no ha sido superada per ningtin pueblo de la tierra, descuellan, bajo Tonatiuh, el sal, y al par de la divinidad principal de cada tribu, la luna y Venus, Tetzcatlipoca y Quetzalcoatl; y asi como las pirdmides de Teotihuacdn y Cholula son las columnas fundamentales del culto, los tres astros son el vértice de Ia teo- gonia de los nahoas. Tlaloc, el dios de las aguas, a quien estaban consa- gtadas las alturas y cuyo gran fetiche era el mismo Popocateptl, y Chal, chiubtlicue, su esposa, la tietra feeunda, la de la inmensa falda azul (el Tztaccfhuatl), tenfan también un lugar privilegiado en el pantedn tolteca. Su cosmogtafia y geogonia andaban confundidas; el recuerdo de grandes fendmenos meteorolégicos y pluténicos parecta ligado a la intuicién singu- lar de transformaciones cdsmicas: creian, como creyé la ciencia hasta bien entrado el siglo actual, que con una sucesién de revoluciones totales estaban marcadas las diversas etapas de Ia formacién de Ja costra terréquea: Mama- ban a esta sucesién Ios cinco perfodos o edades, 0, como tradujeron los crondégrafos, los cinco soles: un sol, o edad de agua; la edad de los vientos, en segundo término; el tercero, Ia de las erupciones volcdnicas, la edad del fuego, y la cuarta la de la tierra, una verdadeta cuatetnaria de los naboas: al fin la edad histdtica, Ja actual, De todos estos cataclismos, segin los cédi- ces, habfa sido testigo la especie humana. (La raza autdéctona en el Andhuac, la que pudo ver el valle de México convertide en un Iago inmenso, la que vio indudablemente al Ajusco en erupcidn, la que cazd a los enormes pa- quidermos de fa ultima edad geoldgica, a los gigantes o quinamés gno comu- puesto a los sacerdotes que, en corto nimero, debian haber sobrevivide a la conquista, nos han privado de los documentos indispensables pata dar cardcter de certeza a lo que hoy no puede casi pesar del estado de conjetura. Los muy pocos documentos originales salvados del incendio del templo, es decir, de ta cultura religiosa de los antiguas nahoas y mayas, no pueden leerse, sino inierpretarse, porque son documentos de forma casi total mente idéografica, y Jas interpretaciones no mos dan la verdad sino por aproximacién. Ademés de esto, los cronistas postcortesiancs son generalmente confusos 0 difusos y suelen contradecivse 0 usar nombres distintas para connotar las mismas ideas. De aqui provienen dificultades insuperables para conocer con exactitud los elementos de las grandes civiliza- ciones americanas. 14 nicarfa sus tradiciones a los fundadores de los santuarios piramidales de Teo- tihuacdn y de Cholula? gNo serian los sacetdocios de esos santuarios quienes transmitieron a los toltecas estas nociones, que, se habian ya difundido por el drea inmensa de Ja civilizacién del sur? Tras esta geogonia, en la sucesién de las creencias, venfa el recuerdo de la renovacién del culto totémico o zooldtrico de los santuarios del Andhuac, cuyo centro fue la ciudad santa de Teotihuacdn, y Ja consagracién al sol y a la luna de las pirdmides, que desde aquel instante fueron nahoas, Mas dentro del sacerdocio nahoa se notan los vestigios de un cisma: de Ja lucha entre la divinidad de la noche, de la sombra, de la muerte, del sacti- ficio humano, y la divinidad crepuscular, que mueze y renace eternamente en Ja hoguera gigantesca del sol, de Tetzcatlipoca y Quatzaleoatl, de la luna y Venus. Este cisma, origen de discordias sangrientas tuvo pot causa, segu- raramente, la proscripcién de los ritos del antropofagismo y la reforma del calendario, La ciencia, Numeracién, Astronomia. Cronografia. Escritura: Comerciantes activisimos y constructores ingeniosos, claro es que los toltecas sabfan con- tat y tenfan una atitmética primitiva compuesta simplemente de las cuatro reglas, como Jo demnestran sus pinturas, en que por su posicién, los signos se adicionan al fundamental o lo multiplican. Su numeracién, como la de todos los primitivos, y lo indica Ia significacién propia de algunos de los nombres de esos ntimeros, se basaba en la cuenta por los dedos: sumados Jos de las manos y los pies daban una veintena, y veinte es el mimero funda- mental de las numeraciones nahoa y maya-quiché. Multiplicando Ios pro- ductos de veinte por sf mismos legaron a contar hasta 160.000, dando a cada total un nombre especial y expresivo. Seguro es que supieron hacer crecer las cantidades hasta donde sus necesidades lo exigieron. Aplicaton a maravilla su sistema numeral al cémputo del tiempo. Tuvie- ron un calendario religioso o de fiestas {tonalamatl), que eran numerosisimas: puede decirse que entre ellas se dividian el afio religioso entero; y cada fiesta tenia sus sacrificios, sus ritos y sus idolos; en ellas no estdn incluidas las domésticas. El tonal4matl era un calendario lunar, como Jos primeros de todos los pueblos de la tierra: lo componfan trece grupos o meses de veinte dias. El sacerdocio que usaba este calendario fue el de Terzcatlipoca o la una. Luego Ja base del calendario teligioso se refitié al periodo de visibi- lidad de Ja estrella gemela, Quetzalcoatl, y esta reforma produjo probable. mente la gran lucha teligiosa que marca la decadencia de la monarqufa tolteca. Ademds, en esta época, al afio religioso se afiadieron los cientos cinco dias y un cuarto gue compusieron el afio civil y lo acercaron al astronédmico; este calendario, tan parecido al Juliano, es una de las pruebas aducidas por nuestro insigne maestro Orozco y Berra, para apoyar su hipétesis sobre el 15 origen europeo del apdstol reformador Quetzalcoatl Topiltzin, el sacerdote blanco y batbado, vestido de ropas talares orladas de cruces, La correccién definitiva del calendario, hecha en los tiempos aztecas, lo acercé mds, segtin Ios peritos, al verdadero aiio astronémico, que lo que lo estd el actualmente usado en el mundo cristiano. La cuenta del tiempo indica notables conocimientos astronémicos: los tol- tecas conocian el movimiento aparente del sol entre los trépicos, y Ios puntos solsticiales eran los cuatro extremos de la cruz del nabuiollin. Habfan obser- vado los movimientos de la luna y Venus; la culminacién de las Pléyades desempejiaba un papel importante en la renovacién del fuego en el periodo maximo del tiempo, que era el ciclo de 52 arias o el doble de 104, el ahau- katén de los mayas. Las dos osas, Ja estrella polar, la via ldctea, el escor- pién, eran asterismos familiares para los sacerdotes y, puesto que etan divi+ nidades, continuaban en el ciclo el eterno drama que se representaba en la tierra. Eclipses, cometas, bédlidos, eran observados apasionada y supersti- ciosamente, como que Ja influencia de los astros sobre fos hombres era tan clata y demostrable que, puede decirse, tados los calendarios eran astro- ldgicos, exactamente como en los pueblos histéricos del viejo mundo. A la astrologfa estaban ligadas la hechicerfa y la magia, y a ésta el cono- cimiento del efecto de los jugos de ciertas plantas y sustancias sobre el orga- nismo, que era el balbuceo de la terapéutica de aquellos interesantes pueblos. La escritura, tal como las escasfsimas obras auténticas de los toltecas y sus herederos en cultura nos la revelan, apenas lo es. Es una pintura de objetos para expresar ideas, es una pictografia ya convencional y resutmida, es una ideografia; pero varios signos indudablemente son fonagramas, y esto indica a las claras que, en vispetas de la Ilegada de Cortés, el paso de Ja ideografia a la verdadera escritura se estaba verificando ya. El arte y la industria. Organizacién social: Las teliquias del arte tolteca en Tula, Teotihuacén, Cholula, etc., nos manifiestan las aptitudes prodigiosas, sin hipérbole, de este grupo indio. Sus materiales de construccién, piedra, lava, ladrillo, tierra, empleados simulténeamente, les petmitian amoldarse a todas las formas simbélicas o estéticas y utiles que su imaginacién con- cebia. Templos, palacios, tumbas, Ingares destinados a juegos (el de pelota sobre todo), de todo ello quedan la traza, los cimientos, fragmentos de muros, de columnas, de pilastras, de estelas. La decoracién escultural de sus edificios, relieves, altares, estatuas, todo muestra en estas culturas esponté- neas, facultades singulares. Sus dioses, representados con mdscaras deformes, y las primorosas cabecitas de Teotihuacén, exvotos probablemente, son Ios extremos de una cadena artfstica, no estudiada atin, pero que maravilla; los estucos, los colores, los frescos empleados en el interior de los palacios y de los timulos, y tado lo que se ha dejado destruir y se adivina; la cerdmica, de miltiples formas y decorada y pintada con una tiqueza de fantas{a extraor- 16 dinaria, son como los fragmentos del libro inmenso que se deshace a nuestra vista y que nos cuenta cémo vivia, cémo sentia, en qué pensaba aquel grupo ansioso de revelar una particula de su religién, de su historia, de su alma, de su vida, en suma, en cualquiera obra que salia de sus manos. Basta la inconcebible cantidad de objetos que, en fragmentos o en polvo, for- man como el pavimento del Andhuac y de las comarcas en que florecié la civi- lizacién del sur, para comprendet que, en derredor de los grandes nticleos tol- tecas, la poblacién era densa, como lo fue en las comarcas mayas y quichés, en que parecia no haber un palmo de tierra no explotado o cultivado; basta conocer por tradiciones o por vestigios las labores de Ja industria de éstos, que fabricaban con el algodén, con fos hilos de colores, con las plumas, con el oro y la plata, los primores que hicieron el nombre tolteca sinénimo de artifice ingenioso, para adivinar Ja organizacién social de aquellos pueblos; los hom- bres del campo, cultivando Ia tierra para los sefiores y los sacerdotes, si eran siervos; si no lo eran, cultivando el terruiio de que eran colectivamente duefios, como en él mir de los rusos, repartiéndose, bajo la inspeccién del jefe, del cacique, los productos, proporcionalmente, dejando una parte reservada al dios y otra al amo; si eran industriales, aglomerdndose en gremios, en los que las recetas de fabricacién se transmitian secretamente de maestros a discfpulos. Y esta organizacién social revela hdbitos de orden, de obediencia y regula- tidad de costumbres, que constitufan un <édigo de justicia y de moral no escrito, pero poderosamente sancionado por la creencia y por el miedo al castigo en esta vida y en la otra. Esto a su vez es indicio seguro de Ja preponderancia del sacerdocio, asi como lo es también la magnitud de los trabajos de ereccién de ciudades, de ciudadelas, de monumentos casi todos monticulares y que denuncian fa pre- sién divina, el despotismo teocratico ejercida sobre millares de seres hu- manos apenas vestidos y alimentados, es decir, de necesidades pequeiifsimas y que jamé4s variaban. Las oraciones, los sactificios, las preceptos morales, e] respeto al matrimonio civil y religioso, a la familia, a la autoridad, eran Ja base de Ja vida intima de estos nahoas, segtin los cronistas que sobre esto es- eribieron y bordaron a maravilla y segvin los restos de poemas y natraciones novelescas que de estos adulterados recuerdos pueden desentrafiarse; todo ello no hace mds que contirmar lo que del simple aspecto y variedad de ob- jetos puede inferirse. Esta civilizacién tclteca es la misma que entre los acolhuas y aztecas, sus herederos, florecia en los tiempos de la conquista; es Ja que penetrando en la civilizacién del sur, Ja transformé y dejé en ella su sello desde Mitla hasta Chichén. ;Ah! ya lo dijimos hablando de los mayas; si realmente el civili- zador Quetzalcoatl bubiese sido un europeo y hubiese traido a los toltecas una fe: “Dios es bueno, el hombre es sagrado para el hombte; la mujer re- presenta en la tierra la funcidn divina de Ja naturaleza”; si les hubiese trafdo una escritura, si les hubiese ensefiado a servirse del hierro, los toltecas ha- brian mantenido su dominacién sobre Ja altiplanicie y Cortés habria encon- trado un pueblo indominable. La conquista no habria sido wna lucha atroz, 17 sino una transaccién, uh pacto, un beneficio supremo, sin opresidn y sin satigte, Fin del imperio tolreca; Nada hay que indique formalmente que no predo- minase entre los toltecas y fos colhuas, sus congéneres, domiciliados tam- bién en Tollan, el culto que exigia los sacrificios sangrientos, los humanos; todo parece confirmar la aseveracién de los cronistas de que el rey-pontifice Topiltzin Quetzalcoatl, como ya dijimos, suspendié estos ritos y disolvid probablemente el sacerdocio de Teztcatlipoca; éstos minaron el dnimo po pular, recurrieron a los grupos nahoas y mecas en estado de barbarie atin. o ttogloditas o habitantes de kraales apenas organizados y antropdfagos to dawfa, porque crelan que la victima humana se convertfa en divinidad pro- tectota y asi fabricaban dioses; y con estos auxiliares, comprendidos bajo el nombre genérico de chichimecas, la tribu colhua y el sacerdocio deshere- dado emprendieron 1a lucha con el reformador. Durd largos aiios, y de las crénicas resulta por extremo confusa; varias veces Quetzalcoatl, vencido, fugitivo y muerto, resucita de si mismo, lo que parece indicar que el culto de Venus se sobrepuso varias veces al del fiero Tetzcatlipoca; pero las tri bus gastaban sus energias en estas guettas de religién, y sus individuos, flotando entre los cultos enemigos, abandonados los campos, que invasio- nes incesantes de los némadas mantenfan yermos y desolados, empezaton lentamente a emigtar a los valles meridionales de la altiplanicie, al de los lagos {hoy México), al de Puebla y de Oaxaca; 0 siguiendo el contorno de las costas del Golfo, penetraron en el Istmo y se diseminaton por Chiapas y Guatemala, o se fijaton en Tabasca y Yucatan. Una leyenda consignada por los cronégrafos nos ensefia que el octli o pulque, inventado por los mexi, que vagaban ya por aquellas comarcas (metl-maguey es el radical de mexica). iafluyé no poco en aquella triste decadencia; atin es asf: la bebida regional del Andhuac ha mantenido, entre otras causas, al grupo indfgena lejos de la civilizacién. No era dificil desmembrar el imperio tolteca; todo parece indicar que Tollan ejercia solamente un poder hegemdnico, en una especie de confedera- cién de sefiorfos feudales y de santuarios como Teotihuacén y Cholula; las luchas religiosas, cuya consecuencia fue la intervencién de las tribus néma- des, que de Tlapalan en Tlapalan habian perseguido a los totelcas antes de su Ilegada al Andhuac, continuaban asf su obra secular, Cuentan las erdnicas que, cuando fugitivo el rey-pontifice de su capital, se establecié en Cholula, aquella pequefia ciudad sacerdotal se convirtié en una poblacién perfectamente trazada y organizada, a donde fueron Ilegando uno en pos de otro, y seguidos de sus familias, los fieles del destronado so- berano; probablemente aun el sacedocio de Teotihuacén Ilegé a reunfrsele, y quizds de esa época data el abandono de la gran hietépolis, en donde avin se hallan sefiales de un procedimiento singular que consistfa en tapiar los 18 santuatios y en enterrar bajo pequefios monticules Jas habitaciones sacerdotales. Tal vez esto sucedié en la guerra atroz que las tribus triunfantes en Tollan hicieron a Cholula y a su huésped insigne. Asi sucedié efectivamente; la Tollan choluteca parecié a Huemac, rey- pontifice también, en quien Tetzcatlipoca habia encarnado, un desafio y un amago, y sobre todo, una isnpledad; llevd la guerra a la floreciente comarca; el profeta huyé rumbo al Golfo, en donde desaparecié, transformdndose en la estrella Venus, que los cholutecas vieron brillar sobre el wértice de cristal del Orizaba (Citlaltepetl, montafia de la estrella) como una promesa y una es- peranza. Muchos huyeron, otros permanecieron y probablemente transigte- ron con los sacrificadores de hombres. Pudiera creerse que ef sacrificio hu- mano, considerado hasta entonces como una ofrenda a los dieses, al mismo tiempo que como cteaci6n de una nueva divinidad (puesto que ese podet debian attibuir al espiritu de la hostia propiciatoria), bajo la influencia del sacerdocio de Quetzalcoat] se convirtié en una especie de comunién con la divinidad misma a quien se oftecia el sacrificio, y que tomaba parte en el banquete sagrado en unién con sus adoradares, identificdndose con ellos, y as{ esta costumbte ritual, repugnante y atroz como ninguna, estaba informada por el mismo anhelo que movia los dgapes eucatisticas de las pristinas co- muniones cristianas. Lo cierto es que este era el sentido que parecian atribuit los aztecas al sa- crificio, segiin los cronistas, y que cuando el mismo Quetzalcoatl, fugitive de Cholula, o una de las colonias teligiosas que mandé hacia aquellas regio- nes, aparecié entre los quichés y los mayas, acaudillada por Gugumatz y Ku- kuledn, no pudiendo suprimir los ritos antropofégicos, les dieron el cardcter sacramental que en Tenochtitlin tuvieron luego. Ya dijimos cudn fecundo fue el contacto del sacerdocio de Lucifer con jos grupos maya-quichés; si las inscripciones hablaran, nos revelarian claramente en qué consistié la transformacién; pero las ciencias, las artes, Ja religion, las costumbres, la organizacién politica, todo parece haber entrado en un periodo nuevo desde que los toltecas acamparon en las orillas del Usuma- cinta, junto al pozo de los itzaes (Chichén Itz4) 0 en derredor de fas lagunas artificiales de Uxmal; sdlo la transformacién ocasionada por la presencia de los espaiioles superé a ésta, verificada pot los siglos x v XI. Huemac, el vencedor de Cholula, pronto tuvo a la vez que abandonar la gran capital tolteca; el impetio quedé deshecho; algunos permanecieron ¢s- tablecidos en los seforfos del valle de México, como Chapoltepetl o Colhua- cin; otros se fundieron con los tlaxcaltecas y huejotzincas, otros emigtaron en busca de sus hermanos de Tabasco y Guatemala; parecfa que el sembra- der supremo aventaba por todos Jos dambitos mexicanos la simiente de la civilizacién precutsora. Conservan las rocas de las montafias y cafiones del sudoesie de los Es- tados Unidos, copiosas huellas de habitaciones troglociticas; aquellas yermas y desoladas comarcas estuvieron regadas antafio y pobladas de bosques, aguas « poblaciones han desaparecido, dejando ciudades casi pulverizadas en Jas 19 cuencas del Gila, del Colorado, del Bravo superior, y habitaciones en las rocas y en las cavernas, en lugares’ casi inaccesibles frecuentemente; la caza y la pesca fluvial eran la Gnica ocupacién de aquellos hoy extinguidos grupos y su tinica pteocupacién Ia defensa contra los némades, que en cortientes incesantes pasaban y repasaban, arrasando y ahuyentando todo lo viviente en su marcha premiosa hacia el sur. Estas inacabables invasiones barbaras deter- minan todo el dinamismo de la historia precortesiana. Hemos visto a los mound-builders, ayendo de los némades, poblar por emigtaciones sucesivas Is costas del Golfo y del Caribe quizds; hemos visto a los aborigenes del Andhuac y del México istmico y peninsulat, o mezclarse a los advenedizos y perder Ja personalidad o retraerse a las agrias serrantas del oriente y el occi- dente; hemos visto a las tribus venir unas en pos de otras a Ja altiplanicie, recotriendo las costas del Pacifico, abriéndose paso entre los mecas {los abo- rfgenes del occidente) y cruzando en diversos sentidos la Mesa Central. Todo es, pues, migracién en nuestra primitiva historia, todo es movimiento, que prolonga sus ondas étnicas desde el corazén de Ios Estados Unidos hasta el istmo de Panamd. La ruina del imperio tolteca se debié, a la mayor y més enétgica de estas ondas; cosa singular, después de largos afios de vagar, tro. pezdndose con las poblaciones organizadas definitivamente por los taltecas, los jefes barbaros de los chichimecas 0 una serie de caudiflos del grupo prin cipal, que llevan el mismo nombre, Xolotl, acaban por fijarse, por someter a tributo a los pueblos vencidos y por establecer un curioso imperio troglo dita, en que las ciudades, ef nicleo principal de! imperio por fo menos, se establece en una regiém cavernosa de las montafias que cercan el valle de México, y los palacios son grutas como las habitaciones de los cli/f-dwellers, cuna de las tribus chichimecas. Estos trogloditas cazadores, sin idolos, sin ms culto que sacrificios risticos a las divinidades del sol y la tierra, dicen los cronistas, fueron poco a poco saliendo de sus cavernas, agrupdndose en chozas, estableciendo pueblos, aprendiendo de los grupos toltecas el cultivo del maiz, del algodén; vistién- dose, torndndose sedentarios, dejando su bronco idioma por e] idioma culto de las tribus nahoas, adoptando los dioses de estas tribus, civilizindose. Es por extremo interesante, del laberinto de narraciones con que cada uno de los antiguos sefiorfos del Andhuac quiso establecer sus derechos territoriales des- pués de [a conguista espafiola refiriendo sus origenes, extraer la sustancia y percibir en ella el trabajo de los grupos barbaros para asimilarse una cultura extrafia y convertirse en toltecas; la intervencidén del sacetdocio tefinado de esta gran tribu (leyenda del sacerdote Tecpoyorl) en la educacidn de los prin- cipes chichimecas, la influencia de los nahoas en determinar a los bdrbaros a dedicarse al cultivo de las tierras (leyenda de la resurreccién del maiz}, el advenimiento de ttibus exdéticas, de origen nahoa como los acolhuas, que se asimilaron profundamente [a cultura tolteca y a la que se identificaron potciones selectas de los chichimecas, que dieron a su imperio el nombre de Acolhuacdn y establecieron su capital a orillas def [ago Salado, en fa vieja 20 poblacién tolteca restaurada de Texcoco, son los capftulos heroicos o tré- gicos 0 tomancescos de esta obscura historia, que se desenlaza con las epo- peyas grandiosas de Ja resistencia de una gran parte de los barbaros a civi- lizarse; a ellos tinase el recuento de luchas cruentas y la victoria definitiva de los grupos cultos, unides en la defensa de sus nuevos penates, y la segre- gacién de los refractarios al progreso, y su fusién, en los vericuetos inacce- sibles de Jas montaiias, con los otomies aborfgenes. En estos mal ligados sefiorfos del imperio feudal de los acolhuas, a otra dia de las grandes batallas por a vida de la civilizacién, surge una entidad, a orillas también del Jago, que estuvo a punto de absorber y avasallar todo el imperio: el sefiorio de los tecpanecas en Atzacapotzalco, acaudillade por caciques o teyes de feroz enetgia, llegd a sojuzgar todo el Valle, y sin la presencia de Jos mead y su unién con Jos acolhuas, Cortés habria encontrado no en un imperio azteca, sino tecpaneca en Andhuac. Los mexi: Silas analogfas y los paralelismos tuvieran, por tegla general, en la historia, otro valor que el puramente literario, se podrfa caer en la ten- tacién de mostrar, en estas regiones mexicanas, wna especie de compendio de la distribucién de Ia historia antigua de los pucblos del Viejo Mundo; se pondria en patangén la historia de los pueblos orientales con la de los maya-quichés, se hallarfa en los toltecas a los helenos de la América precor- tesiana, y a los aztecas o mexi se les reservaria, no sin poder autorizar esto con ingeniosas coincidencias, el papel de los romanos. Prescindamos de estos faciles ejercicios retéricos y resumamos la evolu- cidén vital del grupo azteca, que debié a Ja fuerza el privilegio de encarnar ante la historia el alma de otros pueblos de mayor valor intelectual y moral que él. Algunos cronistas agrupan bajo el nombre de “las siete tribus nahuatla- cas” a algunas de las poblaciones que luego florecieron en e! Valle y aun fuera de él y que hablaban el nahoa; es arbitraria esta denominacién: los tlaxealtecas, por ejemplo, son chichimecas (los teochichimecas), emigrados del Valle y conquistadores de la poblacién tolteca, de que recibieron su nombre y en Ja que se civilizaron, se nahoalizaron. La verdad es que varias familias nahoas, escurriéndose del notte al sur, quizds de las cvencas de los rios que hoy estén al norte de nuestra frontera, bajaron por la vertientes del Pacifico y, huyendo de fas vastas aglomeraciones de némades que iban formando depdsitos movedizos, en guisa de médanos humanos, en las mesas central y septentrional de la gran altiplanicie mexicana, subieron a la altura de Ios valles de Andhuac, siguiendo poco mds o menos idéntico itineratio; dejaban sembrado su paso con gtupos rezagados, que todavia hoy en la geografia de las lenguas verndculas forma una corriente que matca con se- fiales vivas el antiguo paso de los nahoas. La ultima de Jas tribus, afirman Jos cronistas, que tomaron parte en este éxodo secular fue la de los aztecas, 2i los de Aztlin, el lago de las garzas, situado en las costas sinaloenses, segtin Chavero; recorriendo en lentas etapas el occidente, se encontraron con los grupos tarascos, que tenfan una cultura peculiar. Los sacrificios sacramenta- rios tuvieron los mismos ritos, idéntico ceremonial en todos los pueblos cultos del México actual, lo mismo entre los nahoas que entre los tarascos y los maya-quichés, lo que indica claramente un solo origen, y este origen es tolteca, es casi la marca del influio tolteca en toda la regién fstmica; es- tos pueblos singulares encontraron la transicién entre el canibalismo de las tribus hambrientas y el antropofagismo religioso, en que el esclavo y el pri- sionero, sacrificados y comulgados, es la palabra, unian al hombre con la divinidad, pues éste fue un progreso respecto del canibalismo puro; los que adoptaron el rito sanguinario, sdlo en determinadas fiestas celebraban el tepugnante banquete y nunca fuera de él, y queddé asi reducide. Los aztecas conocieron estas prdcticas religiosas en Michoacan; de allf las tomaron y alif dieron a su divinidad principal, que era el espfrite def an- cestto guerteto de la tribu, cl nombre de colibri (Huitzilopochtli), el ave caracteristica de las comarcas tarascas, la que habfan dado cnomatopéyica- mente su nombre a la capital misma del reino a ritos y leyendas religiosas, forma ptimeta de ja historia, éste fue el bagaje moral, digdmoslo asf, con que salieron de Ja regidn tarasca las tribus aztecas. Paeblo lacustre, habia venido peregrinando de Iago en laso, de Aztlin a Chapala, de aqui a Patz- cuaro y Cuitzeo, y por dltimo, a las lagunas del valle de México, En torno de ellas peregrinaron los aztecas sin cesar, desde los comienzos del siglo x hasta los del siglo x1v. Venidos de una regi6n en que abunda el agave ame- ricano, el maguey o met! en nahoa, cuando encontraron en el Valle una comarca tica en esta planta, para ellos divina, de donde venia el nombre de su primitivo dios, los transmigrantes se detuvieron. y 0 inventaron o propagaron el uso del met! fermentado, el que hace a Ios hombres felices, porque [os hace valientes: fueron conocidos desde entonces con el nombre de mexi o mexica. Los toltecas, por su desgtacia, conocieron y gustaton de la invenci6n mexicana, que contribuvé no poco, interpretande las leyendas. para mantener entre ellos Ia discordia y acelerar su ruina. La destruccién del imperio tolteca, en la que los mexica tomaron parte, sin duda, era una covuntura para fijarse definitivamente junto al Iago, aprovechando el des- concierto general, No lo lograron; arrojados del formidable pefién de Cha- pultenec por la coalicién de los réeulos del Walle, sometidos a la esclavitud por los eclhues y emancipados, en fin, gracias a su fiereza y al odio universal ane la ferocidad de sus ritos insniraba, pudieron establecerse dentro del Jaco mismo; y se distribuyeron en los dos islotes principales, construyeron con ledo v cartizos sus miserables cabafias pescadoras, levantaron un templo, un teocalli, a sus dioses patronos y obedecieron ciegamente los consejos de su guia y ordculo Tenoch; las pequefias y miserables aldeas insulates se Hamaron Tlatelolco, y la mavor Tenochtitlin. (Del fonograma de Tenochtunal, sobre roca, vino con el tiempo la leyenda del deuila y el nopal, de donde nacié el actual escudo de la nacién mexicana). La ciudad fundada por Tenoch, 22 y tegida por él y sus descendientes algiin tiempo, en cuanto pudo ser per- cibida por los riberefios del lago, tuvo que pagar tributes al Tecpanecatl de Atzcapotzalca y que contribuir a las guettas que consiantemente sostenfa el belicoso sefior. Los mexica cambiaron su gobierno, de teocrético, en una especie de monarquia electiva y Hegaron a celebrar alianza con los reyes acolhuas, des- pojados de buena parte de su tertitotio por el sefior tecpaneca; esta alianza les fue fatal en los comienzos, y alguno de Ios sefiores de Tecnochtitlin murié en el cautiverio; mas no desmayaron, y algiin tiempo después lograron los mexica y sus aliados, Jos acolhuas de Texcoco, vencer a los tecpanecas, matar a su indémito monarca y reducir al vasallaje el sefiorfo de Atzcapot- zalco; de entonces data el imperlo azteca. Los intermediarios entre las dos grandes civilizaciones: Nuestro pais estd sembrado de soberbios monumentos cuyos autores nos son desconocides, como los de los arruinados edificios que existen cercanos a Zacatecas (la Quemada), en los que entrevén algunos cronistas una de las grandes estan- cias de Jos ambulantes pueblos nahuatlacas, el Iegendario Chicomoztoc por ventura; como los de Xochicalco, que algunos creea obras de los construc- tores del sur y que més bien parece tolteca. En los actuales Estados de Oaxaca y Michoacén tavieron sus nticlens primordiales dos civilizaciones que son, sin duda, mezcla de tres elementos, el aborigen y dos advenedizos, ef maya-quiché y el nahoa. Los de Michoacdn (tarascas) no informaron una civilizacién monumental; su monumento es su lengua, de aspectos completamente distinto del de las lenguas nahoas o fstmicas y en Ja que algunos de sus descendientes han crefdo ver, en nuestres dias, sefiales de parentesco con el idioma de los incas; el dtea lingitistica de los tarascos se extendié por parte de Querétaro y Guanajuato. La capital de los tarascos estuvo situada a orillas de Ja pin- toresca laguna de Pétzcuaro y tuvieron una otganizacién social (industrial sabre todo) bien inseniosa y una organizacién politica que Ilegé a set mo- nérqnica, pero satutada de teocratismo, como la de Ja mayor parte de los pueblos cultos de estas regiones. Ya lo hemos dicho; sus ritos eran fero. ces, y sus leyendas draméticas e interesantes por extreme. Los tarascos eran belicosos, que siempre yencieron a los mexica; sin embargo, no cpusieron resistencia alguna a los espaiioles; Ja suerte de Tenochtitlan, la enemiga he- reditaria, les sumergié en el estupor en que se olvidan cl honor y la pattia. Los zapotecas de las sietras oaxaqueflas sf tuvieron una cultura monumen- tal; se han descrito muchas de sus tuinas, sc ha hablado de los restos de sus ingeniosfsimas fortificaciones, de sus industrias, de su exquisita maneta de trabajar los metales, como el oro, con gusto verdaderamente artistico, y de sus magnificos edificios moribundos, muertos ya, mejor dicho, y en estado de disolucién sus restos. 23 Algunos ven en los zapotecas y los mixtecos, sus congéneres, la misma familia de los maya-quichés; otros los suponen nahoas de la primera inmi- gracién, proto-nahoas, como habia proto-helenos o pelasgos; la verdad es que las comatcas zapotecas fueron teatro de Ja fusidn completa de los ele- mentos istmicos de las poblaciones cultas de la América anterior a la con- quista. La ciudad sacerdotal de Mitla, la ciudad de la muerte, contiene en los vestigios de sus maravillas arquitecturales la comprobacién de esta verdad. En suma, nuestro pais vio crecer dos grandes civilizaciones espontdneas: la nahoa y Ja maya-quiché, y algunas otras indican una evolucién conscien- te, un esfuerzo continuado, un ciimulo estupendo, sin hipérbole, de faculta- des que se atrofiaron Jentamente en un perfodo que comenzé antes de la conquista y continud después. Sacudido el yugo tecpaneca, celebrada la alianza entre los vencedores, que se repartieron los despojos del vencido sefiorlo, el imperio de los mexica comienza su gran periodo final. En él descuellan gigantescas la figuras del primer Motecuhzoma y de Netzahualeoyotl, aquélla un producto superior de una raza guerrera y activa como ninguna; el segundo, el postrero y mejor fruto de la culiura tolteca. Lo que no sin cierta razén se ha llamado “el im- perio azteca”, no tuvo tiempo para consolidar su dominacién, ni ésta habria sido tan extensa como pudiera hacerlo cteer el dilatado espacio por donde extendié sus victorias (desde las cuencas del Pdénuco y el Lerma hasta Gua- temala), porque en el centro mismo del sefiorfo mexicano los aztecas tuvie- ton siempre itreconciliables enemigos y porque no tuvieron otro medio de conquista que el terror y la sangre. Motecuhzoma Ilhuicamina fue el alma de ta guerra de independencia y de la destruccién del sefiorio dominante de Atzcapotzalco; él sometid a tri- buto y vasallaje las poblaciones del Valle, indéciles y bravias muchas de ellas; sojuzgé a Ios huaxtecos de la cuenca del Pénuco y clavé las insignias victoriosas de Huitzilopochtli en las playas del Golfo, desde Tuxpan hasta Coatzacoalco;.en los actuales Estados de Oaxaca, de Guerrero y de Morelos penetraron sus ejércitos y sembraron el espanto, destruyendo Ios templos, incendiando los caserfos, pasando a cuchillo Ja parte invdlida de la pobla- ciones, talando las sementetas y capturando centenares de prisioneros, que convertidos en victimas sagradas, servfan para los interminables festines de muerte de los antiguos dioses de la tribu; pata asegurar las conquistas, sem- braba de colonias los paises sojuzgados; algunos son hoy ciudades flore- cientes. Vicario de dios y adorado como un dios, Ilhuicamina no sdlo brilla como conquistador en la historia, sino como sumo sacrificador, y si su figura guerrera es grandiosa, es aterradora cuando, en la dedicacién del templo de Huitzilopochtli, aparece en la cima del gran teocalli, itguiéndose ante las multitudes espantadas, rodeada de fos sacrificadores, todo untado de negro, cubierto de mantas ricas y de pedreria, coronado de plumas de dguila, y en la diestra Ievantada humeando el cuchillo de obsidiana de los traégicos ritos 24 mexicanos. Su piedad le estimulaba sin cesar a levantar templos, a aplacar con sangre humana a los dioses irritados, a tenerlos ahitos y contentos, para que no descargaran su ira sobre e! pucblo infiel. Los antiguos dioses toltecas se convirtieron en divinidades mexicanas, todas tuvieron temples, lo mismo el temido Quetzalcoatl, convertido en dios del viento y de las profecias, que el sanguinario Tetzcatlipoca, y mientras el melancélico rey de Texcoco Jevantaba una altisima piramide en honor de un dios sin nom- bte, los mexica erigfan un teocalli a todos los dioses, ejemplo singular de sincretismo que sdlo tiene analogia entre los romanos. Los dioses habfan hecho caer calamidades sin cuento sobre Tenochtitlén y el imperio estuvo, por las inundaciones y las sequias y los perfodos de hambre que se sucedieron afios y afios, a punto de disolvesse, como un tmon- tén de arcilla en las aguas del lago; a todo acudié el tecuhtli mexica con actividad pasmosa; ayudado del sabio sefior de Texcoco, comenzé la terrible lucha con el agua y el fango, indispensable para cumplir el mandato divino y convertir al islote del tunal en una ciudad gigantesca que Megara a unir su suelo artificial con la tierra firme; esa lucha dura todavia; la empresa ini- clada por los tenochca era como un abismo que sélo se ha podido colmar arrojando en él la fortuna y la salud de muchas generaciones. Peto Tenochtitlan renacfa de sus desastres, en torno de sus teocallis y a orillas de sus cuatro calzadas cardinales, centradas en el ara ensangrentada del dios de Ja tribu-reina y que partian el campo que debia ir conquistande la ciudad sobre el Iago. Estos trabajos revelan uno orgatizacién social pode- rosa: abajo un pueblo siervo, tan minuciosamente envuelto en la red infinita de las practicas de devocién supersticiosa, que resultaba esclavo de los dio- ses: los dioses disponfan del trabajo, del fruto del trabajo, de la hacienda y de la vida de aquellos grupos humanos (todos los pueblos del Andhuac que se tornaban sedentarios adoptaban Ja misma organizacién}: en donde se dice dioses, Iéase sacerdocio. Esta era la base del estado social; [a propiedad comunal de Ia tierra, el matrimonio monogdmico, sin prohibicién ningena de la poligamia extra-ritual, los deberes mutuos de asistencia y piedad de los padres y los hijos, las mdximas morales excesivamente positivas y sen- satas, lo que indica un grado notabilisimo de sociabilidad, el respeto a los ancianos, la inflexible tutela respecto de Jas mujeres (que no exclufa cierto respecto), los castigos terribles a la esposa infiel, todo estaba dominado por un profundo sentimiento de temor religioso; nada habfa mds temible que aquellos dioses y diosas de espantable cara, jamds saciados de carne y sangre humanas, y que esperaban al viajero de Ja tierra a la eternidad, en el puente de la muerte, para atormentarle si no habia obedecido, para dejarle ir hacia el sol si habfa muerto cumpliendo fos preceptos santos o en el campo de batalla, o en la piedra del sactificio ordinario, o en [a Tacha heroica del sa crificio gladiatotio, El sacerdocio se educaba en colegios especiales; alli se renovaba incensan- temente, para tener un personal en perenne actividad, cuidando de ta pun- tualidad de las fiestas insctitas en el calendario religioso, velando por las 25 que se celebraban en los jacales (la choza primitiva del mexicano, usada to- davia, y de la que en cada gran casa de tierra o piedra se conservaba un ejemplar en el patio principal, que se enfloraba y adornaba en las fiestas} y Jas que se celebraban en las casas de los prdéceres, y dirigitendo los que, con sacrificios cruentos, solfan celebrarse en los teocallis y los atrics que los rodeaban. La religidn, ia guerra, ésta dependiendo de aquélla, casi como su indecli- nable consecuencia, eran los polos de la vida del imperio de Motecuhzoma el ptimero. En un colegio, especial también, se educaba al joven noble para la guerra; era una especie de “efebia” como la ateniense, de donde salfa la flor de los guerreros para las batallas y algunas veces los principes de la real familia para el trono. Cuando el imperio se organiz6 sobre la base de Ia triple alianza, los pueblos comarcanos comprendieron que serfa irresistible; para mantener su independencia convinieron en un pacto que es probablemente sing lar en Ja historia humana: de comin acuerdo habria puerras periddicas entre Ja triple alianza y los sefiorfos de Tlaxcala, Huejotzingo, Atlixco, etc. (constituidas en guisa de repiiblicas oligdrquicas), con objeto winicamente de proporcionarse cattivos para les sacrificios; y como los mexica, a medida que creclan en poder y grandeza territorial, sentian pesar mds gravemente sobre ellos fa aterradora obligacién de dar de comer al sol, como decfan, los otros pueblos se sometian a la misma costumbre, que detuvo la marcha de aquellas civilizaciones hacia una altura superior en la ascensién iniciada por fos toltecas; el dguila del nopal de Tenoch no pudo volar, no pedo traspasar el ambiente saturado de sangre y de gemidos que condensé en derredor suya el voraz Huitzilopochtli. Sin eso, sin la angustia que por todas partes causaba el sonido del caracol de guerra del sefior azteca o el redoble de su tambor de oro, Jas cualidades nativas de aquella tribu activisima habrian crecido pausadamente; los mer caderes aztecas recorrian incensantemente todos los dmbitos del imperio y eran [os precursores de las conquistas y de las colonias; educados sistematica- mente en sus casas para ser esclavos de fos dioses, para poder andar sin descansar un dia entero, para llevar siempre un cargamento sobre las espal- das (cosa indispensable en un pais en que, por desgracia, no habia bestias de catga), hechos a una sobriedad absoluta, los aztecas cruzaban Jas mesas superiores de fa altiplanicie en todas direcciones, proponiendo trueques y cambios, mostrdndose en los tianguis, observdndolo todo, para referirlo todo después en Tenochtitlin y en Texcoco; y bajaron por los escalones de las gigantescas vertientes de los océanos y se corrieron por las costas y el Xica- Janco, en los regiones fluviales donde yacian las ruinas gigantescas que mira- toti serprendidos; y de Tabasco y Chiapas se orientaron hacia Yucatdén, en donde fos mexicanes habian apoyado bravamente la tiranfa de los cocomes hasta la destruccién de Mayapio, y por el sur bajaron a Guatemala. Gracias a una politica seguida sin cejar vor todos los reyes mexica, cada vez que un metcader encontraba obstacules, puestos por los sefiores extranjeros, en el desempefio de su misién, reclamaban y apoyaban con las armas sus reclama- 26 ciones; asi fue como, en pos del primer Motecuhzoma, penetraron las huestes imperiales en las playas del Golfo y en el valle de Oaxaca, y sus sucesctes las Mevaron triunfantes hasta Soconusco y Guatemala. Después de una de estas expediciones, que cram, como las egipcias, verda- deras razzies para traer cautivos a Tenochtitlan y establecer tributos, el im- perio parecia haber retirado sus mites; pero nunca tuvo tiempo de conso- lidarlos. Contempordneo de Motecuhzoma fue Netzahualeoyorl, que, quiads inter pretando tradiciones para arrimarlas a su idea de hacer de los imperios de Anshuac algo parecide a los pueblos biblicos, aparece en fos cronistas como un David: guerrero fundador de un reino, pecador que Hora sus culpas, eré- tico que se redea de mujeres hermosas hasta en su vejez, poeta sensual y me lancélico, inquieto, fatigado, ansioso de verdad como un dilefiante de nues- tros dias o de la decadencia del imperio romano. Estos reyes de Texcoco, Netzahualcoyotl-David y NetzahualpilliSalomén, se mezclaban a todos los episodios de la vida de Tenochtitlin como para evitarse desazones: salvaban la ciudad de las inundaciones, ditigian la construecién de los acueductos que traian el agua dulce a la gran capital, formaban parte del colegio de electores que a la muerte de cada rey designaban a su sucesor entre los principes de ia familia real, eran el principal ornamento de las fiestas de la coronacién, en que hacfan, por necesidad, el papel odioso de sactificadores, componian Ja arenga oficial al flamante monarca, le acompafiaban en las guerras floridas ven Jas otras, cuando eran Iamados, y volviendo despues a sus dominios se encerraban en el fondo de sus setrallos rodeados de espléndides jardines, cuyas deliciosas reliquias existen todavia. En compafila de sus sabios y ago- reros estudiaban el ciclo, pata conocer el destino, y las plantas, para encon- trar el elixir maravillose de la juventud; este afinamiento de las aptitudes de los principes texcocanos para mejorar e! legado de los toltecas, los habria puesto al frente de Ja evolucién que Ia espantosa supersticién de los aztecas hizo abortiva y frustranea. De cuando en cuando se levantaba un nuevo templo; cada nuevo monarca necesitaba el suyo, como Ios faraones, y, entonces, el pueblo esclavo y Ins cautivos concurrian sin recibir salario alguno, en tmultitudes profundas, a la obra de los caudillos: sin m4s agente mecdnico que la finisima y admirable palanca que se llama el hombre, a él recurrian y de él, a fuerza de taultipli- catla y hacerlo suftir, obtenfan esos colosales trabajos que admiraron a los espafioles y que, en donde fueron hechos en piedra, han dejado grandes ves- tigios; no en la capital de Andhuac, en donde el material principal era el barro, revestido o no de piedra, pero casi siempre desmoronado y vuelto al suelo hiimedo y fangoso de donde habia salido. Los sucesores de Ilhuicamina siguieron sus huellas, extremando a compas del aumento del poder imperial las empresas del ctel y heroico guerrero. Crecié ef tettitorio tributario: no que fueran los mexica de victoria en vic- toria; alguna vez los enemigos perpetuos del imperie, como los tarascos, por ejemplo, les infligieron dolorosos escarmientos, mas ellos, o persistfan en 27 indd:nita obstinacién 0 tomaban otros rumbos; pero la guerra seguia y se- guia; era el estado normal del imperio; atin no habia salido de ese periodo cuando fue deshecho. Crecid Ia ciudad; tas casas, los jardines, los acueductos, los adoratorios se multiplicaron; las inmensas habitaciones de adobes, re- vestidas de pinturas de crudos colores, ingenuamente combinados, que ser- vian de moradas a los nobles y a los reyes, fueron cada vez més lujosas; reu- nieron en ellas artefactos de los pafses tributarios en mayor cantidad y reso- naron mds frecuentemente con el ruido del teponaxtle y del buehuetl, que sdlo acompafiando cantos voluptucsos o tristes pudieron reputarse como instrumentos de musica, Estos cantos constitufan una ingenua y amotosa y melancdlica poesia de que nos han Ilegado algunos ecos. El cukto 2 los dioses tomé enotmes ptoporciones; dos o tres coincidencias entre las hecatombes humanas de los templos y el fin de alguna calamidad, acrecentaron por tal modo el prestigio de las deidades antropéfagas, que los sacrificios fueron matanzas de pueblos enteros de cautivos, que tifieron de sangre a la ciudad y a sus pobladores;? de tado ello se escapaba un vaho hediondo de sangre. Era preciso que este delirio religioso terminata; bendita la cruz o la espada que marcasen el fin de los ritos sangrientos. Los sacerdotes, guatdadores de Jas tradiciones astrolégicas de los tolteca, hicieron esculpir fdolos simbélices y piedras cronogréficas, entre las que des- cuella el admirable disco esculpido, acertadamente Hamado por Chavero “Piedra del Sol”, que, entre la mascara central, representativa del astro, y la estrella doble, y una Quezalcoatl esculpida en Ia orla, encierra y resume los sistemas cronométricos y cosmoldgicos de los herederos de los toltecas, con tal precisién que, puede decirse, no existe otro igual entre los que fueron obra de pueblos aislados, como los primitivos egipcios, caldeos y chinos. Era aquél un soberbio apogeo; los que lo han negado, contra el testimonic de los monumentos y de los conquistadores mismos, es porque comparan esa tradicién con el estado actual de la comunidad aborigen y se empefian en re- presentatse a Tenochtitlin como un hacinamient> de jacales en derredor de un micleo de casas de adebes, al pie de una pirdinide de tierra, enrojecida de sangre a la continua; algo de esto habia, pero indudablemente hubo mucho mas; piénsese que de aquellos jacales salian los grupos de mercaderes que prepararon el vasallaje de Ja altiplanicie y de las costas; de aquellas casas, el grupo de caudillos que {levd las ensefias victoriosas de los mexica hasta Guatemala, y que en la cima del teocalli ensangrentado brillaba, bajo su bar- niz rojo, la Piedra del Sol, Fue un soberbio apogeo: comenzaba el siglo xvi; Netzahualpilli reinaba sabiamente en Texcoco; los jévenes sefiores me- xica, sucesores de Ilhuicamina, Axayacatl, Tizoc y Ahuizotl, habfan conquis- tado, afirmado y sacrificado millares de veces sobre el teocalli central, reedi- ficado incesantemente con proporciones cada vez mayores, A ellos habia sucedido Motecuhzoma II, un sacerdote real, un favotito de Huitzilopochtli. El imperio obedecia, estremecido de ira y de miedo; los enemigos eternos 3Orozeo hace subir a 20,000 el miimeto de victimas en un dia bajo los auspicios de Abuitzotl. 28 parecian espiar la hora en que el gigante cayese, para disputarse la presa; los barbaros chichimecas, escondidos en Jos vericuetos de las sierras, aledafios gigantescos de las mesas, a recorriendo en grupos trashumantes la altiplani- cie septentrional, desde el Lerma y el Pdnuco hasta el Bravo y el Colorado; los retraidos e indomables tarascos, los mal sometidos grupos de las montafias huastecas y cempoaltecas, y sobre todo, los aguerridos y bien organizados tlaxcaltecas, que en su territorio, admirablemente dispuesto para la defensa, proporcionaban refugio y proteccién a todos los enemigos del imperio, pare- cian presentir que la hora de la ruina se aceteaba y se aptestaban al banquete fatidico. Pontifice y emperador, Motecuhzoma habfa hecho lo mismo que sus abue- los; pero mds penettado de su cardcter divino, su tiranfa pesaba mds. En sus manos, edueadas con el cuchillo de obsidiana del sacrificador y el sahumerio de copalli, el imperio militar fundado por Ixcoatl y el primer Motecuhzoma tornaba a ser una teocracia; el pueblo doblaba més la cabeza en Ja setvidum- bre, los nobles torndbanse, de fietos conmilitones del monarca, en domésticos bumildes que le servian y le cargaban en Ja hamaca de oro y colores en que hacia sus viajes de recreo o de guerra; un ceremonial complicado apartaba de los simples mortales al joven dios humano, que se escondia en el fondo de sus palacios, de su serrallo, de su camarfn sacerdotal, © se dejaba ver ro- deado de barbara suntuosidad ante el pueblo prosternado. “Yo casi nunca le vi la cara”, decfa un noble azteca a uno de los misionetos espafioles. Aquel sacerdote era un iniciado: sabia que el dios de las profecias, Quet- zaleoatl, habia anunciado su vuelta o la de los suyos, los hombres blancos y barbados, portadores de cruces, que vendrian del oriente; y las victorias obtenidas en la “guerra florida” y las que marcaron su paso por los limites extrafios del imperio, no bastaban a sosegar el 4nimo del sefior mexica; tam- bién sus stbditos comocfan esos anuncios; los espafioles hacia tiempo que estaban en contacto interrumpida, pera seguto, con los pueblos tributarios del imperio, Estas noticias, en forma de rumores, Ilegaban a Tenochtitlan y Texcoco, y el anciano Netzahualpilli habfa podido reunir probablemente datos exactos sobre el paso effmero por nuestras costas de las expediciones espanolas; asf es que todos los fenédmenos meteorolégicos, sismicos ¥ césmi- cos, recibian la misma interpretacién: la luz zodiacal anvaciaba ruina, el co- meta de 1515 anunciaba ruina, hasta los muertos resucitaban para anunciarla. (Luego los cronistas posteriores a la conquista dieron forma literaria y reli- giosa a estos presagios). Motecuhzoma algunas veces se hundia en la melan- célica certeza de la verdad de los agiieros, otras veces decretaba matanzas de adivinos o, mds animosamente, consolidaba en guerras sangrientas con Tlax- cala y los sefiorios libres el prestigio del imperic, o tramaba su unificacién absorbiendo los sefiotios de Texcoco y Tlacopan. Pero su orgullo se extre- maba y la voracidad de tos dioses aumentaba, y el odio de les tributarios al imperio constitufa el mds fatfdico de los presagios. 29 CAPITULO Tir LA CONQUISTA Los precursores de Cortés. Hernando Cortés y los iributarios det imperio: el conquistador y Motecubhzoma. Cortés amenaztado por es- pafioles y mexicanas; vence alos primeros y es vencide por los segundas. El sitio de Tenochtitlan; el emperader Cuaubtemoc En La Historta de México se intitula “la conquista” el periodo de la fucha con el imperio de los mexica: la conquista duré mds, y, con Ia imperfecta tarea de la colonizacién y pacificacién, apenas cabe en todo el sigho xvi. Pero cier- tamente la obra de Cortés es Ja fundamental; lograda la atrevida empresa de aquel capitén de aventura, sin mandato ni auroridad legal, todo lo demds fue una consecuencia; finca la denominaciéa bien escogida. La cantidad de energia depositada en ef fondo del cardcter espafiol por varios siglos de batalla y aventura, no podfa transmutarse en trabajo agricola o industrial, en labores de Iuera modesto; el esfuerzo asi empleado dejaba un enotme sobrante sin aplicacién, perdia el encanto de Io inesperado, el riesgo sorteado con ayuda de Dios y de la espada, del premio sorprendente al ven- cedor en Ja lucha. Aquellos hombres de presa, de codicia ilimitada, pero heroi- ca, que habian vivido en una epopeya con inuada, que se habian connatura- lizado con la fe en el milagro incesante, en 1a Espafia del dia siguiente de Granada, metida en los quicios de hierro del orden y la seguridad por la mano firrae de dofia Isabel y don Fernando, recibieron la noticia del deseubrimiento de Colén como el galardén providencial a sus empefios por la cruz como el supremo milagro que marcaba el derrotero de [os destinos prodigiosos de Espaiia, abriendo un campo en donde todo podria saciarse: Ja sed de fucto, Ja pasién de la aventur: .los anhelos infinitos de desconocido y de sorpresa, cue daban contornos indeterminados y gigantescos a sus perennes ensuefios. El tipo espafiol del siglo xv, que el andlisis de Cervantes descompuso en dos elementos, don Quijote y Sancho, se recomponfa en la mejor parte de esos aventutetos procaces y sublimes: al choque de las circunstancias, uno de 30 aquellos hombres podia set o un cotsario o el fundador de un reino. Sélo la fiebre de oro de los asaltantes de California en Ia época de los placeres o Ja explotacién de Klondike, en nuestros dias, puede dar idea del estado de dnimo de Jos futuros conquistadores de América. De una expedicién armada para hacer trata de indios en las Islas y ven- detlos como esclayos en la Fernandina (Cuba) o en la Espafiola (Santo Do- mingo), nacié la expedicién de Herndndez de Cordoba; Ja sugirié, sin duda, uno de Ios mds intrépidos mareantes de la época, Antén de Alaminos, venido todavia mozo a las Antillas en el segundo viaje de Colén y que habia tomado parte en 1512 en la expedicién Uevada por Ponce de Ledn, en busca de la fuente de la juventud, a las costas de la Florida. Antdn referfa que el gran Almirante habia presentido !a existencia de tierras ricas y feraces en las regiones que bafia el Golfo, y a busearlas se apresté la expedicidn: termind en las costas de Yucatdn, en la bahia de “La Mala Pelea’, donde la que- branté e inutilizé la resistencia organizada, dice un cronista, por uno de dos espafioles que en aquellas costas habia attojado un naufragio, y que para libertarse del cuchillo de tos sacrificadores, habia extremado con sus duefios sus ttiles y minuciosos servicios. Diego Veldzquez, gobernador de la Fernadina por el rey don Carlos I, hombre de gtan codicia, emprendedor, comunicativo y franco, era el centro de aquellas tentativas; todas las que Espafia ha hecho para apoderarse de México, desde los comienzos del siglo xv1 hasta ya vencida la primera mitad de nuestro siglo, se han organizado en Cuba; sdélo la de Cortés tuvo buen suceso, Tras la de Hernandez de Cérdoba vino la de Juan de Grifalva: Veldz. quez la destiné a descubrir tierras y a “rescatar”, es decir, al trueque de bujerfas por oro, plata y piedras finas; recorrié de ida y vuelta las costas meridionales del Golfo, descubriendo el rio que en Tabasco lleva su nombre, las costas actuales de Veracruz, en donde quedé también grabado para siempre el nombre de su santo patrono (San- Juan de Uhia), mientras un tio pintoresco de la comarca guarda todavia el de uno de Jos expediciona- tios, Alvarado. La vuelta de Grijalva con tin poco de oro y con fa noticia de maravillosas tiertas enttevistas, caldeé hasta el rojo alambrado la ima- ginacién de los aventureros que ya se habfan agrupado en derredor de Hetnando Cortés, designado por Velazquez para una nueva y definitiva expedicién, desde antes de la vuelta de Grijalva y previa la venia de los frailes jerGnimos, a quienes el regente, cardenal Cisneros, habia dado facul- tad exclusiva para permitir o no estas expediciones. El nuevo capitan era codiciaso como todos sus compafieros, pero mds ambicioso que todos ellos; su cardcter y su inteligencia eran del tamafio de su ambicidn; cuando Veldz- quez encontré que su agente era hombre capaz de toda y sintié el acero que se escondia bato el tetciopelo de [as formas cultas, de la verbosidad persuasiva del que hasta entonces habfa pasado su vida en aventuras peque- fias, como si sdélo tuviese aliento para ellas, quiso privarle del mando; podia hacetlo Velazquez, mas no lo supo hacer; quedé desconcertada con la prontitud y la magnitud de las resoluciones de su capttén, que prace- 31 diendo como un pirata, se apoderd en las costas de la Gran Antilla de cuanto necesitaba para el logro de un empefio que presentia gigantesco, que por eso mismo le atrafa con magnética fuerza, y que poco a poco se fué tevelando a su genio, que crecié a compds de la empresa. Sin mds credenciales que su audacia y su fe, iguales, porque solié poner la primera al servicio de la segunda, en tal maneta que por ésta fincd: en grave riesgo su vida y su obra, partié don Hernando; navegé, guiado de Alaminos, y con el Iébaro de Constantino enarbolado en la nao capitana, los derroteros que a la isla de Yucatdn conducian. En Yucatdn (Cozumel) planté sobte las cruces del santuario maya la cruz de Cristo y aquisté un intérprete (uno de los néufragos espafioles), y en Tabasco, luego de brevisima reftiega en tas mdrgenes del Grijalva, adquirié a dofia Marina, la india a quien los adotadores retrospectivos de las aztecas han Ilamado traidora y que los aztecas adoraban casi como una deidad, la Malintzin, la lengua, el vetbo de Ja con- quista, En las costas arenosas, ardientes, insalubres, fronteras al islote de San Juan, descubierto por Grijalva, Cortés comenzé su obra prodigiosa; pronto tuvo conciencia de ella. Sa exploracién costanera, seguida ansiosamente por Jos pueblos del litoral, que multiplicaban a su vista las sefiales y avisos, fue conocida por el emperador de Jos mexica o culhyas como los lamaban en las castas. Motecuhzoma, desde los primeros anuncios de Ia presencia de los espafioles en cl Golfo, habia acudido a los dioses y a los profetas; Ja expedi: .ién de Grijalva vino a poner de manifiesto la verdad de los presagios: Quet- zaicoatl, cumpliendo su promesa, venfa a teclamar su teino; el tecuhtli quiso huir, los sacerdotes le detuvieron. La desaparicién de Grijalva lo serend; se precipité en el placer, en el goce de mandar, de tiranizar, de recobrar el ascen- diente divino de que el miedo lo habia descoronado; sus nobles, el pueblo, los aliados, los tributaries, jamds habian sentido tanto el peso de la opresién imperial. Reaparecen los espafioles; Motecuhzoma, de nuevo aturdido, mul- tiplica ansioso sus embajadas, sus presentes (terribles incentivos pata la codi- cia de los advenedizos), sus halagos, sus stplicas, sus repulsas al intento de Cortés de emprender el viaje a Tenochtitlan. Envié adivinos y magos para conjurar y desvanecer a los cruciferos, que se oponian al sacrificio de la hostia humana en las atas santas; que eran dioses, porque disponfan del trueno y la centella, porque derrocaban, sin ser fulminados, a los dioses patrios de sus aras sangrientas, que pedian oro, oro y oro, y que habfan insurreccionada, con su sola presencia, a todos los tributarios maritimos del imperio. El empe- rador se sentia arrastrado al abismo por sus dioses muertos; eta un vencido de Querzalcoatl, era el vencido de Cristo. Cortés se puso muy pronto al cabo de esta situacién; conocié la historia y las circunstancias del imperio azteca, sus recursos, los temores del emperador; entré en relaciones con los enemigos de Motecuhzoma, procurd unirse intima- mente con ellos y adormecer el recelo invencible de! principe: la expedicién, de exploracién y rescate, se transformé en una de dominacién y conquista. 32 Probablemente, en esas condiciones, no se ha acometido empresa igual en da historia. Sus poderes, que eran ya ilegales, estaban, de todos modos, agotados; los partidarios de Veldézquez, abundantes en el pufiado de hombres que compo- nia el ejército, protestaban indisciplinados y querian arrastrat a la expedicién numba a Cuba; todos vacilaban; Cortés maniobré. Decidié que se poblarfa la tietra, constituyS una municipalidad (la primera Veracruz), y aquella especie de forma natural y primitiva de la vida politica, dio vida a la personalidad legal de Cortés, nombrdndolo justicia mayor y capitdn general de las teales armas y sometiéndolo todo a Ja sancién del soberano. Astucia, rigor, cle- mencia, todo lo empled Cortés y logré asi dominar aquel grupo de hombres que se crefan capaces de ser cada uno el capitdn; destruidas con estupendo attesto las naves que los icmporales iban a destruir, salvados los elementos que podian servir pata aderezar otras cuando fuere necesatio, trasladada la prueba a sitio mejor, y organizada y fortificada, Cortés, ya sin comuni- cacién con el munde espafiol, atenido sélo a su genio y a su esfuerzo, y some tidos con todas las formalidades legales Jos tribunales de Motecuhzoma en la comarca a la obediencia de su nueva amo el rey don Catlos, empren- di§ la tirdnica ascensidn de Ja sierra oriental; iba a visitar a Motecuhzoma. No entraremos en los interesantfsimos detalles de este viaje épico, cuyos episodios son tan conocides; Io que en él tuvo importancia suprema fue la alianza con Tlaxcala, que, en odio a Tenochtitlin, se reconocié vasalla de Espafia; a pesar de la supetioridad del armamento, que era inmensa y de mayor efecto mientras més apretadas eran las multitudes guerreras de los mexica, los acontecimientos demostraron que, sin el auxiliar tlaxcalteca, que rodeaba de una densa muralla humana al grupo espafiol, éste habria desaparecido en los combates o en el ara de los sacrificios. Cuando Cortés Uegé a Tenochtitlan, cuando se hizo cargo de Ja impo- sibilidad de resistencia del monarca, pero de Ja pobable indémita resistencia de la poblacién grave y hostil que lo rodeaba, le parecid que habia quedado en rehenes en la inmensa ciudad de fos teocallis y los lagos, y con audacia sotprendente decidié invertir aquella posicién desesperada y se apodesé de Motecuhzoma; el emperador-dios iba a ser su talismén y su égida. Para los mexica, en el trono vacfo de su sefior se senté la imagen divina de la patria. Si lo que cronistas veraces afirman es una verdad y no una alucinacién, los espafioles habfan sido hospedados en el centro de un tesoro. Les que lo vieron, quedaton maravillados de tanta riqueza y su codicia tomé propor- ciones formidables; aquella agiomeracién de plumas preciosas, de mantas multicolores, de gemas, de objetos de plata y oro, constituia el tesoro de uno solo de los soberanos, de Axayacatl, después de éste, las conquistas se habfan extendido, los tributos se habian duplicado; ante tamafia tentacién nadie sintié temor por la empresa intentada, todos estaban resueltos a re- matarla. La nobleza rodeaba al tecubtli cautivo; los espaficles, por regla general, lo trataban bien, él tenfa con ellos todo género de complacencia; 33 llegé hasta reconocerse solemnemente siibdito del rey de Espafia. Sélo en una cosa no cedié nunca, en lo que a su religién atafia; ofa las prédicas de fray [Bartolomé de] Olmedo, ofa a Cortés, que tenfa sus puntos de ted- logo y poeta y sus ribetes de bachiller, y resistia con el mutismo tenaz de los suaves y pusildnimes. No tenia Cortés concentrada su atencién en Tenochtitlén; estaba en constante comunicacién con Tlaxcala y con la costa; siguiendo su sistema de dar, de cuando en cuando, un golpe aterrador, como to habia hecho en Cempoala, como lo hizo en Cholula, en donde ordend y vio ejecutar a sangre fria una matanza espantosa, durante su viaje a México, hizo quemar delante de la poblacién de los barrios (calpulli) de Tenochtitlan, reunida frente al palacio-cuartel, a algunos tlatoani o sefiores, reos de atentados contra los invasores. Estaba inquieto; sentfa que los principes preparaban un Jevantamiento; el ejército mexica, admirablemente jerarquizado, se preparaba a la lucha suprema a la voz de su jefe el tlacochcucatl, que se hallaba momentdnes- mente cautivo (Cuitlahuac), Los emisarios a los sefiotes feudales, vasallos todos del impetio, a los tributarios, cruzaban el pais en todas direcciones; cuando en el mercado de Tlatelolco (ciudad rival de Tenochtitlan reciente- mente conquistada y anexada) se reunfa Ia poblacién semanariamente, se vela el odio y la amenaza brillar en los ojos de aquellas ardientes multitu- des, que sdlo esperaban la voz de su soberano para lanzarse al combate. En esas circunstancias, Cortés visité el teocalli central, y con intrepidez sin nombre, arrojé a los idolos antropéfagos de su santuario; entonces cre- cié de un modo indecible el deseo de venganza en los corazones, y el mar humano apretaba sin cesar el tecpan en que Jos conquistadores se repartfan el tesoro de Axayacatl, no sin grave descontente y turbulencias entre los soldados, que esperaban mucho mds; Cortés fos calmé con promesas. Era tiempo; naves espafiolas mandadas por Velazquez habjan Iegado a la Veracruz, y Motecuhzoma, que habia aconsejado a Cortés el abandono de su empresa, si no queria perecer en ella, le comunicd la nueva. Cortés bravamente partié al encuentro del enviado de Vel4zquez con buen golpe de espafioles, y maniobré con tanta habilidad, que Narvdez, asf se [lamaba el enviado, estuvo a pique de perder Ja vida y perdié su ejército. Cortés regresé triunfalmente a Tenochtitlin; la ciudad, embravecida y delirante, sitiaba el cuartel espafiol; el insensato Alvarado, a quien Cortés habia dejado el mando, habia matado a una buena parte de la nobleza en una fiesta religiosa, por robarla, y los calpulli se habfan alzado como un hombre solo. En vano Cortés acudié a la interposicién del emperador cau. tivo; éste fue desconocido y herido por uno de los principes reales, el joven Cuauthemoc. No quedaba mds que huir; se cargaron de oro Jos soldados, Motecuhzoma fue asesinado, y rodeados de los tlaxcaltecas partieron en Ias tinieblas los conquistadores. Atacdéronios Ios mexica en la calzada de Tla copan y mataron, ahogaron y sactificaron a una patte de ellos. El resto huyé en la sombra pavorosa de “la noche triste”. 34 Huitzilopochtli estaba vengado; en su templo restaurade, y sobre sus aras nuevas, corrié otra vez la sangre en honot suyo: todos los prisioneros espafioles fueron sacrificiados. El flamante pontifice méximo, Cuauhtemoc (hijo del feroz Abuizotl}, dirigié la purificaaién de los teocallis y sin duda coroné al bravo Cuitlahuac, el verdadeto jefe de la batalla en ‘la noche triste”. En seguida se limpid la ciudad de enemigos, matando del cihuacoatl (justicia mayor y par del momarca) abajo a cuanto se habian manifestada adictos a los invasores; se dispuso el aseo y [a defensa de la capital; refor- zéronse todas las guatniciones del imperio, sobre todo en la zona por donde Cortés se retiraba hacia el mar, y se enviaron embajadas a los sefiorios inde- pendientes y tributarios pata establecer alianzas de comtin y suprema defensa, Pero los mexica o colhuas, como les llamaban los tributarios, luchaban por una causa Jesesperada; la viruela, introducida de las Islas a Yucatan y luego traida a las costas veractuzanas por los soldados de Narvdez, se propagaba con pasmosa celeridad y, dejando casi indemnes a los espa- fioles, se cebaba en los indigenas con voracidad espantosa. Lo mejor del ejército mexica, sus vetetanos indomables, el emperador mismo, sucumbie- ron; la enfermedad divina, como Ja Vamaban por creerla un sortilegio, pre- paré el camino triunfal de Cortés. Don Hernando mantenia firme la alianza de fos tlaxcaltecas {con halagos y con darles libertad absoluta de pillar las comarcas que alin no se some- tian y permitirles devorar a sus prisioneros); desde Segura de Ja Frontera (Tepeaca), segunda de las ciudades fundadas por los espafioles en estas regiones, dirigié excutsiones en un radio inmenso, verdaderas algaradas de donde resultaban Ia recoleccién de inmenso botin de guerra y, sobre todo, de prisioneros, que se libertaban de ser comidos gracias a la esclavitud. Conformdbase con la opinién dominante entre los esparicles de las Islas; para éstos, fos indios apenas se diferenciaban de las bestias y todos los que cran antropéfages debian ser reducidos a la esclavitud y marcados con hierros candentes; as{ se hizo millares y millares de veces. Para colmo de fortuna, Cortés pudo reparar en buena parte sus pérdidas; Veldzquez, desde Cuba, enviaba buques en demanda de Narvdez, y Garay, desde Santo Do- mingo, mandaba, una tras otta, expediciones para sefiorearse de la cuenca del Pénuco, conforme con sus autorizaciones; todo ello recalé en Ja Veta- cruz y cayé en poder de don Hernando. Este habfa resuelto apoderarse de Tenochtitl4n, dominando primero los lagos por medio de embarcaciones ad hoc (los famosos bergantines) que se construyeron en Texcoco, y dio al rey parte de lo que habia hecho e idea de lo que iba a hacer, pidiéndole para las nuevas tierras descubiertas el nombre que les daban los soldados desde la expedicién de Grijalva: la Nueva Esparia. Aquel hombre que multiplicaba sus hazafias militares y su actividad politica hasta tomar, ante los ya numerosisimos grupos de indios sometidos, una actitud de soberano y 4rbitro supremo; que consideraba a Jos mexica como stibditos rebeldes, pues que Motecuhzoma habia hecho pleito home- naje de su reino a Carlos V; aquel prodigioso aventurero, tenia un com- 35 petidor digno de él, el nuevo emperador de los culhuas, el pontifice Cuauh- temotzin, 1a mds hermosa figura épica de la historia americana. El mismo Cortés, y prolija e interesantisimamente en su inimitable crénica Bernal Diaz, han contado las peripecias del asedio de la capital azteca; Ia Jenta concentracién de las fuerzas del empetador, combatiendo palmo a palmo, atacando siempre, yolyiendo con mayor coraje cada dia a la resistencia, a pesar de que le lucha incesanté con los aliados de los espaficles, que cre- cidn sin cesar, las diezmaba, mientras la peste, hiriendo de preferencia a los jefes, las debilitaba profundamente. Los espafioles, incendiando y des- truyendo las poblaciones culhuas o amigas de éstas, atentos sobre todo a aumentar el botin de guerra con todo el oto que podian haber y todos los cautivas que podian ser reducidos a la esclavitud, recibiendo Ja marca de hierro, iban sefioredndose del valle, del lago con los bergantines, y después de las cabezas de las calzadas; desde aquel instante los dias de Tenochtitlin estaban contados. . Cortés ha hecho el mejor clogio de la defensa de Tenochtitlin: “Yo — dice en una de sus cartas—, viendo cémo éstos de la ciudad estaban tan rebeldes y con la mayor muestra y determinaci6n de morir que nunca ge- neracién tuvo”, no sabla qué medio tener con ellos para quitarnos a nos- otros de tantos peligros y trabajos, y a ellos y a su ciudad no Jos acabar de destruir, porque era Ia cosa m4s hermosa del mundo.” Tenochtitlin iba siendo arrasada a medida que ocupada; flacos de enfermedad, de hambre y de cansancio, aquellos hombres no querian més que morit; en los wltimos combates apenas tenian fuerzas para manejar el macalmitl, la espada nacio- nal, y embrazat sus rodelas; los innumerables canales y acequias de Ia ciudad eran colmados con cadéveres y escombros; por encima de ellos, de los teocallis y los tecpans desmoronados, saltando sobre las piedras escul- pidas y sobte los idolos rotos, avanzaban los sitiadores, que eran millares y millares; el tufo de la sangre y de la muerte habfa trafdo de las tierras chichimecas y de los confines de Jalisco a las hordas feroces, que venfan a presenciat la agonfa asombrosa del Aguila. Los dioses habfan callado y muerto; seguros de ser vencidos, aquellos hombres, aquellas mujeres, que Tegaron a devorar a sus hijos antes que vetlos esclavos, lucharon hasta el Ultimo latido del corazdn, sin esperanza. jPobres tenochcas! Si la historia se ha parado a contemplaros admirada, gqué menos podremos hacer nos- otros, los hijos de Ja tierra que santificasteis con vuestro dolor y yuestro civismo? El merecia que la patria por que morfais resucitase; las manos mismas de vuestros vencedores la ptepararon; de vuestra sangre y la suya, ambas heroicas, renacié la nacién que ha adoptado otgullosa vuestro nom- bre de tribu errante y que, en la ensefia de su libertad eterna, ha grabado con profunda piedad filial el dguila de vuestros ordculos primitivos. Debelado y destrufdo Tlateloloo; Cuauhtémoc, alma y genio de la resistencia, capturado y encadenado, todo habia concluido. La obra de la conquista quedaba zanjada, todo le demds seria la consecuencia de la in- comparable empresa de Cortés. 36 Los mexicanos somos los hijos de los dos pueblos y de las dos razas; naci- mos de la conquista; nuestras taices estén en Ja tierra que habitaron los pueblos aborigenes y en el suelo espafiol. Este hecho domina toda nuestra historia; a él debemos nuestra alma. 37 LIBRO SEGUNDO EL PERIODO COLONIAL Y LA INDEPENDENCIA CAPITULO I FUNDADORES Y POBLADORES Dom Hernando Cortés; el oro, La capital. Suuision de Michoacan. Las expediciones en las costas y el ish0; fundaciones. Cortés, go- bernador y capitan general: el Pdnuco; Alvarado y Olid; la jornada de las Hibueras. Nuiio de Guzmén en el occidente, Yucatan, Cam- peche, Mérida, Valladolid, Puebla y Morelia, Los caciques conquis- tadores. Las fiilimas conguistas; tipo de fandacién, La primera divisién politica EL pertopo peramente heroico de la conquista habia terminado; desde mediados de agosto de 1521 las expediciones no escaseardn, multiplicardnse a porfia las hazafias, y la bravura y attestos del corazén espafiol tendrén vasto campo de alarde; peto a los empefios épicos se mezclarén, cada vez més premiosas, las necesidades de reconstruccién y otganizaci6n, de pacifi- cacién y espafiolizacién equivalentes de cristianizacién, y precisa confesar que en esta segunda parte de su obra, a pesar de faltas y errotes jamen- tables, el gran cardcter de don Hernando rayé a Ja misma altura que en la primera. Comenzada como una empresa particular, puesto que Cortés perdid sus titulos en el punto mismo de acometerla; realizada sin otra credencial que la condicional e imperfecta que un Concejo, por él mismo creado, habia puesto en sus manos, el glorioso aquistamiento del imperio azteca habia sido una estupenda aventura, Transformarla, purgéndola de todo lo que de irre gular y aleatorio habia en ella, legalizindola por medio de la donacién a la Corona de Castilla de lo que a Ia Corona no habla costado ni un solo mara- vedi, es decir, por medio de la renuncia de facultades nacidas impetiosa mente de Jas circunstancias; organizdndola, en suma, para hacerla definitiva, tal fue el empefio de Cortés; era el improvisador genial de una magna obra que, para hacetla perdurable, Ia entrega a otros, no sin afioranzas patetnales, pero con religiosas convicciones de vasallo fiel. 39 Nada limitaba la autoridad del conquistador cuando se itguié sobre los escombros de Tenochtitlén debelada; Cauhtémoc, “el Aguila caida”, yacfa a sus pies, y con el heroico principe, tado el impetio federal de Anéhuac; los aliados, que habfan sido les instrumentos principales de la conquista, ebrios de sangte y hartos de botin, aclamaban al Malinche y se retiraban en masas profundas a sus montafias o a sus ciudades, Ilevando por tal extremo gra- bado en el espfritu el prestigio de los vencedores de los mexica, que, puede decirse, al auxiliar a Jos conquistadores, ellos mismos se habfan conquistado pata siempre. Los soldados espafioles, indisciplinados, con Ia incurable in- disciplina coincidente con el relajamiento de Ja tensién moral y nerviosa que exige una empresa de guerra realizada con un formidable gasto de sactificio, de vigilancia y de valor, cuando la victoria absoluta ha coronado el sobre. humano esfuerzo; descontentos por no haber hallado los montes de oro y pedreria, que, en el paroxismo de su codicia, imaginaban como pasmosos islotes en medio de un lago de Sangre azteca, y azuzados por el grupo de partidarios de Diego Veldzquez, dispuestos a atribuir su decepcidn a perfi- dias y frandes de Cortés, mezclaban las tentativas de rebelién a los reproches y los cantos baquicos, y la asonada a la orgia; mas todo ello eta momen- téneo: aquel hombre desautotizado por su tebelidn y negado por sus enemigos recobraba, como César, con sélo su presencia y su palabra, el ascen- diente que tenia sobre sus compafieros de lucha, que Je dejaban mandar y castigar, con la mano en el puiio de las espadas, pero con Ja ruda cabeza doble- gada y trémula, Puede decitse que, bajo cierto aspecto, la Nueva Espafia (nombre que broté espontdneamente de los conquistadores y confirmaton después los reyes) nacié independiente; si Cortés hubiese hecho un Hamamiento por aquellos afios a todos los hombres de presa que se habfan aglomerado en Jas Antillas, en don- de se traté de aclimatar, en Jos comienzos, verdaderas colonias de presidiarios y galeotes, y les hubiese oftecido el dominio feudal de los territorios inmen- sos que habia sometide o habia adivinado, dominio que los reyes de Castilla trataron de deshacer hasta conseguirlo, acaso la dominacién de Espafia no hubiera logrado cimentarse en la América istmica, Ms tarde, un dfa, los devotos del conquistador, ante la ingratitud y Ia injusticia del rey, le ofte- cieron forjarle en México una corona y defenderla con su espada; Cortés rechazé indignado la oferta; el culto mondrquico era un elemento simple del alma espafiola, tal como la habfan compuesto ocho sighos de lucha por la patria, a la sombra de Ja cruz y el pendén real. Cortés, obedeciendo contra su voluntad, cedié después a las intimidacio- nes de quien hacfa las veces de oficial real en su Pequefio ejército, Alderete y a los tumultuosos apremios de la soldadesca, y, probablemente, para que no Te creyesen coludido con los magnates cautivos, con objeto de reservarse fantdsticos tesoros, consintié en el tormento que inutilizS para siempre a Cuauhtémoc como soldado, pero que puso bajo sus plantas carbonizadas un pedestal cien codos més altos que su gloria guerrera sumada con la gloria de su vencedor; el mattirio hizo del héroe imperial un héroe humano. 40 La fiebre del oro, la epidemia moral que mata dentro de los corazones toda piedad, toda ternura, invadfa por intermitencias frecuentes a aquellos hombres de acero, que crefan ciegamente que, en premio de una batalla de ocho siglos, la Providencia agradecida les habia arrojado la América como una presa a los neblies. Por ef oro surcaban, en naves que eran moléculas sin con- sistencia, arrebatadas por el choque de los mares sin limites y Jas tormentas sin término, hacia los continentes siempre sofiados, bajo cielos no sofados nunca. Sus energias crecfan con los peligtos, arreciaban con los obstéculos, se agigantaban con la adversidad; sélo la muerte Jes vencfa; pero no, ni ella: la religién de Ja esperanza se encatgaba de hacerles sobrevivir y les presen taba ante el Juez supremo tintos en sangre peto con la cruz de la espada sobre los labios, y en ef cotazén, la fe en la espada y en la cruz. Del campamento de Cortés, en las rampas de lava del Ajusco, en Coyoacén, bajaban espafioles y aliados, que removian los escombros, destripaban as tumbas, desbarataban los templos y rebotaban las acequias en Tenochtitlan y Tlatelolco, y en medio de los miasmas de muerte que saturaban la atmés- fera de aquel pantanoso matadero, pasaban los dias interrogando a los cadé- veres y las ruinas: aquellos hombres daban tormento a ja muette pata que Jes revelase los entrevistos tesoros, y nada o muy poco obtenfan. Entonces, buscando siempre, se artofaban sobre la riqueza viva, sobre Ja que respiraba y suftia; y se dieron a convertir a los indios en esclavos y a plantarles, en jas mejillas o los mustos, fos hierros candentes de Jas marcas. En Cortés comenz6, desde entonces, a tomar conciencia de si misma, una personalidad nueva casi: la de protector paternal de los vencidos. Procuré atenuar y modificar Ja suerte de los cautivos y esperd cambiarla. Entretanto, resolvié dar un centro a su dominacién de hoy y a sus conquistas de mafiana, y escogié la ciudad misma que habfa sido testigo de la gloria de los mexica y de su gloria; y de las ruinas de Temixtitan, como él decia, levantéd de prisa la capital de la Nucva Espafia. Comprendiendo los casi arrasados palacios imperiales, describié su traza cuadrilateral, Ja roded de Jas acequias que los Jagos Ilenaban de continuo, la dividié por un gran canal, la surtié de agua potable, reparando ef acueducto azteca, zanjé los cimientos del futuro tem- plo bajo el ara misma de los dioses antropéfages, v dentro de aquella linea, fortificada a trechos y apoyada en el atsenal armado de los bergantines (as Atarazanas), alojé a los espafioles; fuera, distribuyé por grupos a Jos mexica, bajo el cuidado de sus sefiores, que obedecfan a su emperador invdlido v a su vicatio el cihuacoatl. Asif nacié México, a nivel de su lago circundante v bajo el nivel de los otros lagos de Ja regién; nacié sentenciada, como su. madre Tenochtitlin to habfa estado, a batallar sin tregua con el agua, que penctra- ria todos los poros de sus cimientos e impedirfa la circulacién de la salud en sus venas. De la ciudad de Cortés iba a irradiar una Espafia americana hacia jos mares y hacia los siglos. En el campamento de Coyoacin, donde comenzaban ya a levantarse algunas construcciones definitivas, se buscaba, en fos registros pictogréficos de los tributos que a Motecuhzoma se pagaban, cudles eran los sitios del imperio 4t que tributaban oro, para ir a ellos, por encima de todos los obstdculos, como en busca de azufre habia subido Montajio al créter humeante del Popocate- petl y descendié algunos de los peldafios gigantescos de sus graderias inte- tiores. Algunos soldados, por su cuenta y tiesgo, excursionaban: uno de ellos trajo noticias de Michoacan, un pais aurifero: a él se convirtieron las dvidas miradas del ejército de Cortés. Se establecieron relaciones entre la corte de Tzintzuntzan y el real de Coyoacin; los enviados del rey, trayendo ricos presentes, avivaton la codi- cia castellana. Los purépecha, como se Iamaban los dominadores del im- perio michoacano, que se extendia desde los confines del imperio de los me- xica y de las comatcas chichimecas hasta las playas de Colima y Zacatula, los tarascos, como les Hamaton los espafioles, tenfan un sefior, amedrentado por los ordculos y aterrorizado por las noticias del poder de los espafioles. Un partido guetteto se habia esforzado en organizat la resistencia, pero el rey Tzintzitcha hab{a preferido su vida y su trono de vasallo a la lucha por el honor y por la pattia; fue con gran séquito a ver a Cortés, rindid pleito homenaje al rey de Castilla, se dejé bautizar y tornd a su capital, a orillas del Patzcuaro; tornd con el nombre profundamente despectivo de Caltzont- zin, con que los mexicanos habfan designado al cobarde, Olid atravesd poco después ef imperio michoacano, rumbo a Colima, visité la capital y fue agasajado por el monarca. Los templos, en donde la religién sideral de los purépecha habia aglomerado riquezas, que decoraban Ja mansién del dios que en diversas manifestaciones adoraban, pero en los que no habia {dolos, segiin dicen, los templos del Dios-Sol, de fa madre naturaleza, de la conste- lacién crucial del sur, los ricos templos venfan silenciosamente por tierra; los sepulcros (ydcatas) perdian, profanados, sus tesoros. Michoacdn se dese pojaba de sus atavios para recibir a sus nuevos amos. El amo fue sobera- namente cruel cuando fue el conquistador y se llamé Nufio de Guamin, pero fue un redentor cuando fue el obispo imistonero y se Hamdé Vasco de Quiroga. En el célebre documento que pudicta Iamatse, si no pareciese el nombre responder a ideas demasiado modernas, la primera carta constitutiva de la Nueva Espafia, expedida en Valladolid en junio de 1523, la cléusula 18 dice: “Y por que soy ynformado gue en ja costa abaxo de esta tierra ay un estrecho pata passar de Ia mar del norte [el Golfo] a la mar del sur [el Pacifico} ¢ por que a nuestro servicio conbiene mucho savello yo os encar- go y mando [a Cortés] que Iuego con mucha diligencia procureis de saver si ay el dicho estrecho y enbieis personas que Io busquen ¢ os ttaigan larga e verdadera relacién de lo que en ello allaren y continuamente me esctihi- teis ¢ enbiatels Jatga relacién de fo que en el se hallase, porque como beis esto es cosa muy ynportante a nuestro servicio.” Y luego agregaba el monarca que estaba informado de que “azia [a parte del sur de esa tierra [N. Espafia] 42 ay mar en que ay gtandes secretos e cossas de que dios nuestro sefior sera muy servido y estos reynos actecentados”, encargando al conquistador que averiguase con sumo cuidado lo que hubiese de verdad en todo ello. Todas fas expediciones de aquellas épocas, desde que en 1513 Niifiex de Balboa tomé posesién del Pacffico por los reyes de Castilla, tuvieron por principal mira geogréfica el descubrimiento del paso que debfa unir los dos mares, y que efectivamente es extrafio que no exista en un continente inmensa- mente longitudinal como América; los americanos deberén corregir, en el ptéximo siglo, esta imperfeccién de la obra de Ja naturaleza. Las expediciones al Golfo, al Istmo, a Jas regiones sudameticanas, tan fecundas para Espafia en inesperados descubrimientos y adquisiciones estupendas, tuvieron por brijula geogréfica el descubrimiento del estrecho. Cortés no Jo olvidaba, y desde antes de la toma de Tenochtitlan habia enviado a sus exploradores hacia el sur, a las comarcas istmicas; como que estaba persuadido de que él descubriria el anhelado paso que acercarfa a Espafia al pafs de la especierfa y de las gemas y del incicnso, continnando el ttuncado derrotero de Colén, que el maravilloso periplo de Magallanes habfa de proseguit mds tarde a través de las eternas soledades del mar aus- tral. Las primeras expediciones tuvieron en las siertas de los indémitos mixes resultados desastrosos; después de la toma de [a capital azteca alcan- zaron tmevo inctemento; largos afios duré el batallar contra los montafieses; se decia que, en aquellas dobladfsimas tierras, el oro y la plata abundaban; ademés de esto, como en todas las comarcas en donde se habia Hegado a una civilizacién monumental, Jas divisiones y Jas luchas intestinas ayudaban a Jos espafioles mds que sus atcabuces y sus caballos y sus perros, empleados en devorar indios con safia despiadada en aquellas expediciones por el bravo y feroz don Pedro de Alvarado. Zapotecas y mixtecas Juchaban entre sf; los primeros se rindieron y aliaron a los espafioles; al cabo hicieron Jo mis- mo fos belicosos mixes, obedeciendo rabiasos a sus reyes, acobatdados por los sacerdotes. En aquel perfodo comenzaron a fundar los capitanes espa fioles la villa del Espfritu Sante (Coatzacoalco), en el extremo del Istmo; en el tifén de las serranfas que parten del nudo del Zampoaltepec, en el valle de Huaxyacac (antigua colonia militar de los mexica), una poblacién que se Wlamé, como la segunda ciudad fundada por los espafioles, Segura de la Frontera, y que poblada y abandonada por los conquistadores, no quedé erigida definitivamente con el nombre de Antequera (hoy Oaxaca) hasta 1526: el infatigable Sandoval, que lo mismo fundaba ciudades en les costas del Golfo (Medellin y Coatzacoalco) que en Jas cercanfas del Pacifico, va a Michoacdn, en pos de las. desgraciadas expediciones de Alvarez y ‘de Olid, y vencedor y pacificador funda a Colima, mientras en Zacatula un grupo intrépido comienza la construccién de los buques que han de intentar el viaie a las Indias. Alvarado, sin miedo y sin piedad, recorte el Istmo, aterroriza a los caciques, y seguido de sus voraces lebreles, conviette en oro la sangre y las lagrimas de los pueblos indigenas, reuniendo botin inmenso, que provoca la codicia y Ia rebelién de Jos soldados, reprimida con mano 43 de hierro; penetra en Tabasco y luego vuelve a México este hombre de otgullo y de rapifia, el més cruel sin duda de aquella bandada de aves de prese. Por manera que antes de recibir la real cédula en que se titulaba gobernador y capitan general (Valladolid, octubre de 1522), todo el antiguo imperio de Montecuhzoma estaba sojuzgado por Cortés. No yacfa éste inactivo en el campamento de Coyacdn. Vigilaba la edifi- cacién de México, que adelantaba r4pidamente, gracias a la cantidad de indios (muchos de ellos cautivos, esclavos que Ilevaban la matca del hierro en el rostro) empleados en ella; puede decirse que la capital se erigiS por ellos, a costa de su trabajo y frecuentemente de su vida; fray Toribio de Benavente consideraba la restauracién de México como una de las grandes plagas que sobre la familia indigena cayeron. Por los rumotes que venfan de Espafia, silenciosa hasta entonces, presentfa y percibia casi la desesperada lucha entablada entre su fama y sus enemigos, encabezados pot el gober- nador Veldzquez y sostenidos por el obispo Fonseca, hostil por mala pasién a toda gran empresa americana. Cuando sus nombramientos Ilegaron, gran- de fue su regocijo, pero puede decirse que los esperaba. Y no por ello des- cansé, Poco antes, al saber que Garay, el gobernador de Jamaica, intentaba de nuevo la conquista de la cuenca dal Pfénuco, mas ahora provisto de mu- chos recursos y de muchas facultades del rey conseguidas, y que el experto Juan de Grijalva conduciria la expedicién, marché répidamente al Panuco con un ejército de auxiliares aztecas, que compitieron en desmanes y feto- cidad con los conquistadores, y después de ejecutar caciques y marcar con el hierro a centenares de cautivos, hizo fundar por su constante Sandoval la puebla de Sancti Esteban del Puerto (hov municipio de Pdnuco). Ast encontré las cosas Garay; deshandados y rendidos, a pique de perecer todos en medio de la resistencia furiosa de Jos indfgenas, cue Cortés hizo reprimir brutalmente por Sandoval, que quemé a algunos cabecillas, los compafieros de Garay cayeron en poder de los de Cortés; al fin el mismo gobernador, que tenia el alma de un encomendero, no Ja de wn conquistador, como se ha dicho, tuvo que buscar personalmente el amparo de Cortés, que le traté benévolamente y le dejé morir en paz. Zafo ya de este grave cuidado, pensé en realizar dos grandes proyectos que maduraba hacia tiempo y que ligaba con 1a busca def estrecho, de la comunicacién interocednica, en cuya exis tencia tenia fe inquebrantable. Queria conquistar la parte de Ia América central mds cercana a Nueva Espafia; de esta manera seguramente arran- catia a Pedratias Davila, gobernador de la América istmica, el més rico jirén de sus futuras conguistas, y obtendria la gloria de descubrir el paso. De estas expediciones, Ja una, al mando de Alvarado, atravesarfa Oaxaca, el istmo mexicano, y, por el Soconusco, en donde habla ya una guarnicién espafiola, se meterfa en Guatemala, que, segtin los ofrecimientos de algunos caciques, sdlo esperaba esto para someterse a la corona de Castilla; la otra, que, para desgracia de ambos, Cortés confié a Olid, debia ir por mar, reco- ger provisiones y refuerzos en Cuba, dirigirse a las costas del golfo de Hon- 44 dutas (las Hibueras) y conquistar aquella comarca, de cuya riqueza sé tefe- rian maravillas, por cuenta de Cortés y pacificacla y poblarla. Alvarado salié airoso de su empresa; Olid, soliviantado en Cuba por los irreconciliables enemigos de Cattés, legé a Hibueras, fundé una puebla y alzé el estandarte de la rebelién, imitando la conducta de su mandante con Velazquez, Supolo Cortés y envié una primera expedicién en contra del rebelde; ayudado por Jas tormentas, Olid vio caer a los expedicionarios en su poder; pero Casas, el jefe por Cortés enviado, y otro de los conquis- tadores de México que por alli acerté a estar, se apoderaron pérfidamente del jefe insurrecto y lo hicieton degollar i# continenti. Cortés no supo sino la primera parte de Ja tragedia, la captura de su enviado, y se propuso tomar vengazza personalmente de todo. Dispuso una gtan expedicién que él conduciria en persona, a pesar de Jos consejos de sus amigos y de las intimaciones de los oficiales reales, tecientemente enviados de Espaiia para otganizar la administracién fiscal de la Colonia. Nada lo disuadié: con un boato regio, segtin los cronistas cuentan, abandoné a México, encargando del gobierno al tesorero y al contador, por el rey nombrados, agregindoles a un licenciado Zuazo, con lo que se formé un triunvirato con facultades omni- modas por lo inciertas. Con el capitdn general partieron el factor y el vee dor, también oficiales reales, quienes volvieron pronto a México, y muchos de los principales de la expedicién de Garay, y el emperador Cuauhtemoc, el cihuacoafl y el sefior de Tlacopan, etc, Cortés, previendo que la expedi- cién podia durar mucho y aun no tener éxito, arrancaba del centro de su conquista a quienes podian ponerse al frente de alguna terrible rebelién. Hasta la desembocadura del Coatzacoalco todo marché bien, y la expedicién conservd su aspecto pintoresco y el regio cardcter que le daban el séquito y el boato del conquistador. Comenzé desde alli la peregrinacién inverosimil al través de rfos y montafias, de bosques, pantanos y lagunas, sélo visitados por las salvajes tribus que por allf trasumaban y por Jas fieras, comarcas de riqueza vegetal inmensa, en las cuales habia que crear incesantemente y a costo de privaciones y fatigas inctefbles la vereda, el camino, el puente, la balsa pata ir adelante sin saber casi a dénde, sin saber a qué. ¥, sin em- bargo, Cortés mantuvo casi compacto aquel haz, que el cansancio y las enfermedades mermaban, en su mano de hierro. Si Olid hubiese vivido to- davia, al Hegar a las Hibueras aquella expedicién desarmada, extenuada, hambvienta y flaca, prokablemente la habrfa capturado y Cortés habria ido a parar a Cuba, en poder de Jos amigos de Velézquez. En el camino, temiendo probablemente la fuga del emperador y los suyos, y su reaparicién en Mé. xico, inventé la existencia de una conspiracién e hizo ahorcar al principe azteca y a algunos de sus compafieros. La serenidad estoica del joven empe- ‘rador, que, para salvar a su pueblo probablemente, se habla dejado bautizar e imponer un nombre cristiano, no se desmintié un momento; conservd, de este modo su gigantesca superioridad moral sobre su vencedor. Parece que algo grité al ofdo de éste su conciencia, segin Bernal Diaz; el eco de su ctimen tomé mds tarde voz clara en Carlos V, que reprobé solemnemente 45

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